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EL SACERDOTE Y LA EUCARISTÍA
Ponencia del cardenal Jorge Urosa Savino en la Convivencia del clero, 6 de diciembre de
2011.
1.-INTRODUCCIÓN:
Permítanme comenzar con una cita del documento del Concilio Plenario de
Venezuela sobre los ministros ordenados: “Tanto amó Dios al mundo que le envió a
su hijo para que encontrara en Él la salvación. (Cf. Jn 3,16). De la misma manera el
presbítero es enviado hoy al mundo con la misma misión salvadora (Cf. PO 22). Su
mayor ayuda será “la doble mesa de la Sagrada Escritura y de la Eucaristía” (PO
18). (1)
Gracias a la intervención del P. Perón hemos podido reflexionar sobre el misterio, la
fuerza, la grandeza, de la Palabra de Dios. Ella nos ilumina y, hecha carne en Cristo,
es nuestro “camino, verdad y vida”. Ella es la fuente de la felicidad, está en el
corazón de la Iglesia, y por lo tanto debe estar presente en nuestra vida, como
sacerdotes, y en particular, como sacerdotes diocesanos.
2.- ESPIRITUALIDAD DE FELICIDAD Y SANTIDAD
La palabra de Dios nos llama a la perfección cristiana en el seguimiento de Jesús.
Así nos dice el Señor: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (2);
“Felices los que escuchan a la palabra de Dios y la cumplen” (3). Y luego San
Pablo nos alienta: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación”(4).
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El Concilio Vaticano II proclama con fuerza el llamado de todos los sacerdotes a
la santidad y nos dice… “Los sacerdotes están obligados especialmente a adquirir
aquella perfección, puesto que, consagrados de una forma nueva a Dios en la
recepción del Orden, se constituyen en instrumentos vivos del Sacerdote Eterno
para poder proseguir, a través del tiempo, su obra admirable, que reintegró, con
divina eficacia, todo el género humano[93]. Puesto que todo sacerdote representa a
su modo la persona del mismo Cristo, tiene también, al mismo tiempo que sirve a
la plebe encomendada y a todo el pueblo de Dios, la gracia singular de poder
conseguir más aptamente la perfección de Aquel cuya función representa, y la de
que la santidad del que por nosotros fue hecho Pontífice "santo, inocente,
inmaculado, apartado de los pecadores" (Hb., 7, 26) sane la debilidad de la carne
humana. ….. Así, pues, ejerciendo el ministerio del Espíritu y de la justicia[97], se
fortalecen en la vida del Espíritu, con tal que sean dóciles al Espíritu de Cristo, que
los vivifica y conduce. Pues ellos se ordenan a la perfección de la vida por las
mismas acciones sagradas que realizan cada día, como por todo su ministerio, que
ejercitan en unión con el obispo y con los presbíteros”(5).
Y esto por la naturaleza misma del misterio que el Señor ha querido comunicarnos
con la sagrada ordenación: la configuración a Cristo, sumo y eterno sacerdote. De
manera, pues que tenemos abierto ese hermoso camino, y se equivocan los que
piensan conformarse con una vida espiritual tibia, mediocre, de poca calidad y
excelencia.
El Concilio Vaticano II nos dice que la santidad, la perfección de la vida sacerdotal,
y la unidad de nuestro ministerio y vida, la encontramos uniéndonos a Cristo, Buen
Pastor, en la caridad pastoral, es decir, en el ejercicio mismo de nuestro múltiple y
variado ministerio(6). Los invito pues, a reflexionar sobre nuestra excelsa vocación
y a renovar en nuestras vidas el propósito de vivir a plenitud el don maravilloso que
hemos recibido.
El Concilio Plenario de Venezuela nos habla de la espiritualidad del sacerdote
diocesano en palabras concisas, que indican todo un programa de vida. Dice el
Concilio: “El Presbítero debe exigirse y compartir con sus hermanos del presbiterio
la vivencia de una espiritualidad propia del sacerdote, que nace sobre todo de la
contemplación de la Palabra y del ejercicio de su ministerio, cuyas líneas principales
son la identificación personal con Jesús, sumo sacerdote y buen pastor, vivencia
intensa de la caridad pastoral, y servicio e identificación con una Iglesia local” (7).
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3.- SANTIDAD Y EUCARISTÍA
Parte fundamental de esa espiritualidad, de la identificación con el Señor, y de
nuestro servicio pastoral a la Iglesia de Caracas es la vivencia a plenitud del misterio
maravilloso, excelso, insondable de la Eucaristía., que es la fuente y culmen de la
vida de la Iglesia, como nos lo indica el Concilio Plenario de Venezuela en la
palabras que citamos al inicio de esta reflexión(8).
Para apreciar mejor la grandeza de nuestra múltiple relación con la Eucaristía,
celebración y presencia, permítanme leer unas palabras de la bellísima encíclica del
Papa Juan Pablo II: “Ecclesia de Eucharistia”
“La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia
cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta
experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la
promesa del Señor: « He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin
del mundo » (Mt 28, 20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el
vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una
intensidad única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza,
ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha
marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza.
Con razón ha proclamado el Concilio Vaticano II que el Sacrificio eucarístico es «
fuente y cima de toda la vida cristiana ». 1 « La sagrada Eucaristía, en efecto,
contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua
y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo ». 2 Por
tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el
Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso
amor” (9).
Al finalizar el IV Congreso Eucarístico Nacional, los participantes emitimos un
mensaje que recogía aspectos importantes de la Eucaristía. Allí, entre otras cosas, se
proclama que la Eucaristía “es el centro y cumbre de la vida de la Iglesia, con el
propósito de hacer de la Eucaristía la fuente que enriquece la vida y el testimonio de
cada creyente que ha de actuar siempre en nombre de Jesucristo, realmente presente
en ella. La Iglesia convoca a quienes creen en Jesucristo Resucitado: para eso cuenta
con el Pan de la Palabra y el Pan de la Eucaristía. Así podrá experimentar cómo la
Eucaristía hace la Iglesia y ésta, a la vez, hace la Eucaristía.” (10)
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Con las enseñanzas del Concilio Vaticano II, del Papa Juan Pablo II, y del Concilio
Plenario de Venezuela hemos recordado algunos aspectos fundamentales de la
espiritualidad sacerdotal y su relación con la Eucaristía. Acojamos, vivamos,
disfrutemos, el don maravilloso de la Eucaristía y de ser sus servidores en nombre
del Señor, en nombre de la Iglesia y para la Iglesia.
ASPECTOS CONCRETOS DE NUESTRO MINISTERIO EUCARÍSTICO
La Eucaristía que celebramos y el Cuerpo del Señor que adoramos en el sagrario
están a la raíz, - son la fuente y el culmen- de nuestro sacerdocio. Por ello, es
importantísimo que reflexionemos sobre nuestra actitud con relación a la
Celebración de la Eucaristía y al Admirable y augusto sacramento del Altar.
1. Creo que lo primero es que tomemos conciencia de la grandeza del misterio que el
Señor nos ha concedido. Por la sagrada ordenación nos constituimos en otros
Cristos, por la acción del Espíritu Santo que nos sella con el carácter sacramental
para configurarnos a Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. Por esa razón, con
propiedad se puede decir de nosotros que cada vez que celebramos la Santa Misa
hacemos lo que Nuestro Señor hizo en la Ultima Cena en memoria suya. No se trata
de una “actuación”, de una acción teatral, de una escenificación, ni de un acto
religioso cualquiera. Se trata de la re-actualización del misterio sublime de la pasión,
muerte y resurrección de Cristo, que se ofrece en sacrificio por la redención del
mundo a través de nuestras palabras y en nuestras manos, cada vez que celebramos
el banquete eucarístico. Sin embargo: ¿no lo hacemos a veces automáticamente,
como una más de las tareas que cumplimos en nuestro ministerio sacerdotal? Pero es
algo sublime, extraordinario, sobrenatural.
2.Convencidos de la grandeza de la Eucaristía y de nuestra misión sacerdotal, ha de
brotar de nuestra conciencia y nuestro corazón un acto de humildad, pues no somos
dignos, -nadie lo es- de realizar esa acción sagrada.
3.Y de inmediato, el acto de adoración a la Stma Trinidad, por cuya palabra, por
cuya fuerza, por cuyo mandato, celebramos el sagrado misterio de la redención.
4. Por esto es fundamental que celebremos con las debidas disposiciones de espíritu:
estar en gracia de Dios, es decir, en plena unión con el Señor; además: fervor,
recogimiento, sentido de piedad. Algunas veces, sobre todo en las concelebraciones,
pareciera que olvidáramos estos aspectos cuando, por el contrario, deberíamos
mantener una actitud de recogimiento, de piedad y fervor intensos.
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5. Para ello es importante que mantengamos una sólida vida de piedad, para
fomentar la interioridad, para estar siempre concientes de la grandeza de esa sagrada
acción. La oración personal, el oficio divino, la meditación, la visita al Santísimo,
son fundamentales para mantener una conciencia viva permanente de la grandeza de
esta acción.
6. Uno de los aspectos que hemos de tener en cuenta es el carácter eclesial de
nuestra celebración: estamos celebrando un acto de Cristo y de la Iglesia. No se trata
de una acción propia, que podemos hacer de cualquier manera, sino algo que
hacemos para la Iglesia, para la comunidad cristiana y en su nombre. Pues nosotros
actuamos in persona Christi, por mandato del Señor en la Iglesia, y a favor depara- la Iglesia.
Repito, no se trata de una escenificación en la cual cada uno ha de expresar su
inventiva, su imaginación, su personalidad. Representaciones gráficas de los
misterios de la vida del Señor, o de acontecimientos actuales, están fuera de lugar en
la Eucaristía, si bien se pueden hacer antes de la celebración. Además, no podemos
variar las rubricas, ni las oraciones, y mucho menos el canon de la Misa. No
podemos interrumpir el canon, y menos después de la consagración, para introducir
plegarias, alabanzas. Esas pueden tener lugar antes de la Misa, o antes del prefacio,
o luego de la comunión. Pero nunca durante el canon.
Oigamos al Papa Juan Pablo II en la Encíclica citada: “El Misterio eucarístico –
sacrificio, presencia, banquete –no consiente reducciones ni instrumentalizaciones;
debe ser vivido en su integridad, sea durante la celebración, sea en el íntimo
coloquio con Jesús apenas recibido en la comunión, sea durante la adoración
eucarística fuera de la Misa. Entonces es cuando se construye firmemente la Iglesia
y se expresa realmente lo que es: una, santa, católica y apostólica; pueblo, templo y
familia de Dios; cuerpo y esposa de Cristo, animada por el Espíritu Santo;
sacramento universal de salvación y comunión jerárquicamente estructurada” ( 11 ).
Repito, hemos de observar las rúbricas y el Calendario litúrgico: no podemos
cambiar los colores de los ornamentos, ni celebrar con el formulario que queramos,
o en cualquier lugar o ambiente, ni hacer las oraciones que se nos ocurran, o las
lecturas que nos parezcan más atrayentes (poemas, textos de autores diversos, etc).
Por supuesto que hemos de celebrar de manera atractiva: con habilidad y sentido de
nuestra función de presidentes de una asamblea litúrgica, de manera que la
celebración sea viva, festiva, activa, participativa. Lo cual debe estar en armonía con
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el decoro, la solemnidad, la seriedad, el espíritu de piedad, con que debemos
celebrar tan magnos misterios.
CONCLUSIÓN:
Volvamos al punto central de estas líneas de reflexión: la búsqueda de la santidad en
la vivencia de la espiritualidad sacerdotal, centrada en la Eucaristía. Para alcanzar la
santidad, el Concilio
Vaticano II nos propone identificarnos con Cristo
existencialmente, subjetivamente, espiritualmente, especialmente en el ejercicio de
nuestro ministerio. Y en la Eucaristía llegamos al culmen de la realización de
nuestra configuración con el Señor pues en ella ofrecemos en nombre de Jesús su
sacrificio, y nos ofrecemos nosotros mismos como ofrenda, víctima propiciatoria por
la salvación el mundo. La Eucaristía es la fuente máxima de aquella santidad y
felicidad a la cual estamos llamados.
Quiero concluir con palabras del Papa Juan Pablo II al final de su bellísima encíclica
sobre la Eucaristía:
“ Dejadme, mis queridos hermanos y hermanas que, con íntima emoción, en vuestra
compañía y para confortar vuestra fe, os dé testimonio de fe en la Santísima
Eucaristía. « Ave, verum corpus natum de Maria Virgine, / vere passum, immolatum,
in cruce pro homine! ». Aquí está el tesoro de la Iglesia, el corazón del mundo, la
prenda del fin al que todo hombre, aunque sea inconscientemente, aspira. Misterio
grande, que ciertamente nos supera y pone a dura prueba la capacidad de nuestra
mente de ir más allá de las apariencias. Dejadme que, como Pedro al final del
discurso eucarístico en el Evangelio de Juan, yo le repita a Cristo, en nombre de toda
la Iglesia y en nombre de todos vosotros: « Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú
tienes palabras de vida eterna » (Jn 6, 68)...(12)
Y continúa el Papa: “Hagamos nuestros los sentimientos de santo Tomás de Aquino,
teólogo eximio y, al mismo tiempo, cantor apasionado de Cristo eucarístico, y
dejemos que nuestro ánimo se abra también en esperanza a la contemplación de la
meta, a la cual aspira el corazón, sediento como está de alegría y de paz:
“Buen pastor, pan verdadero,
o Jesús, piedad de nosotros:
nútrenos y defiéndenos,
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llévanos a los bienes eternos
en la tierra de los vivos.
Tú que todo lo sabes y puedes,
que nos alimentas en la tierra,
conduce a tus hermanos
a la mesa del cielo
a la alegría de tus santos”.
(13)
Notas
1.Concilio Plenario de Venezuela, OPD, 83
2. Mt 5, 48
3. Lc 11,28
4. 1Ts 4,3
5. P.O. 12
6. Ibid, 14
7. CPV, OPD 81
8. Ibid 83
9. Juan Pablo II, Ecclesia de Eucaristía, 1
10 IV Congreso Eucarístico Nacional, Mensaje Final, 2
11 Juan Pablo II, ibid, 61
12. Ibid 59
13. Ibid, 62