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Transcript
APOSTOLADO DE FRONTERA Y UNIVERSIDAD CATOLICA
Discurso del P. Peter-Hans Kolvenbach, S.J.,
en la Universidad Católica del Táchira,
San Cristóbal, Venezuela, Enero 1998
Saludo e historia
Quiero comenzar dando un saludo cariñoso a Monseñor Marco Tulio Ramírez Roa, Gran
Canciller de la Universidad Católica del Táchira, que tanto confianza ha puesto en la
Compañía de Jesús y tanta estima demuestra siempre al P. Rector José Del Rey.
Saludo también a todos los directivos, docentes, administrativos, trabajadores y estudiantes
de esta prestigiosa Universidad, y les digo que me siento muy honrado de poder dirigirme a
todos Uds. Quiero agradecerles el aprecio que manifiestan a la Compañía de Jesús,
concretamente a los PP. José Del Rey, Jesús Garicano y Jesús Francés y felicitarlos por la
labor de sintonía profunda en el mutuo empeño universitario.
Es mi deseo que esta colaboración de la Compañía de Jesús con la Universidad del Táchira
pueda continuar. Y que incluso la presencia de la Compañía de Jesús en San Cristóbal se
pudiera fortalecer. Solo la escasez de los recursos humanos ante la abundancia de las
necesidades a atender no permite convertir este sincero deseo en una promesa.
En el año 1962 se funda en San Cristóbal la Extensión de la Universidad Católica. Esta
extensión pronto se convertirá en la Universidad Católica del Táchira, obra pionera de la
Diócesis en la importante labor de la Evangelización de la Cultura. No podemos olvidar que
esta labor es campo preferencial de la Iglesia Latinoamericana a partir de las Conferencias
Generales del Episcopado en Puebla y Santo Domingo.
Llamados a trascender las fronteras
El tema que me han pedido desarrolle con Uds. hoy es el de "Apostolado de Frontera" en
relación con la Universidad Católica.
La frontera en la vida de las personas y de los pueblos es un signo desafiante. Representa los
límites de la realidad misma o los límites impuestos de unos sobre otros. Representa, al
mismo tiempo, la posibilidad de ir más allá de los límites iniciales, de avanzar hacia zonas
menos conocidas e ideales. Representa el desafío de trascender lo que somos para
acercarnos a lo que debemos ser, y finalmente de abrirnos al enteramente Otro, a Dios.
Las fronteras geográficas son apenas una de las manifestaciones de los límites con los que se
encuentra o se les imponen a las personas humanas y a los pueblos que habitan la tierra.
Topamos con muchas otras fronteras en nuestra vida: Fronteras de tipo intelectual, fronteras
culturales y socioeconómicas, fronteras personales de la psicología de cada uno, fronteras
espirituales que nos impiden acercarnos a Dios.
El misterio de la encarnación que inspira nuestra vida cristiana es, como revelación de Dios,
el camino que se nos señala para trascender las fronteras como obstáculos al crecimiento del
amor que inspira la justicia del Reino de Dios.
El nacimiento del niño Dios trasciende las fronteras de lo posible al entendimiento humano,
va más allá de lo que el pueblo ansiaba como Salvador, impulsa el crecimiento de la relación
hombre-mujer cuando hace maravillas en María y José de Nazaret, rompe las barreras
sociales porque recostado en el pesebre es reconocido por los pastores, abre las fronteras de
Israel al ser adorado por los Magos de Oriente, supera la frontera de la vida y la muerte en
su resurrección de la que se deriva la misión de anunciar a todos los pueblos la Buena
Noticia.
Llamarnos cristianos y discípulos de Jesucristo nos pone, pues, en el camino de trascender
fronteras. Esa fue también la experiencia de Ignacio de Loyola.
San Ignacio de Loyola y la primera frontera.
San Ignacio de Loyola, el Fundador de la Compañía de Jesús, vivió una época de grandes
cambios. Epoca en ciertos aspectos parecida a la nuestra: fue una época en la que cayeron
muchas fronteras. La geografía del mundo cambió y se abrieron las fronteras del "nuevo
mundo" y del oriente: empezó la unificación del planeta. Cayeron también fronteras
culturales con los nuevos humanismos del renacimiento superando la Edad Media para
empezar a caminar hacia el antropocentrismo moderno.
En este ambiente de fronteras exteriores que se desaparecen, la experiencia fundamental de
Ignacio de Loyola fue la del derrumbamiento previo y capital de sus fronteras interiores, el
paso de sus "vanos deseos" a la experiencia de descubrir que "todas las cosas le parecían
nuevas" como él mismo dice en su autobiografía. En un encuentro "inmediato", sin
fronteras, con Dios descubre que las fronteras últimas y más difíciles de superar son las
fronteras del corazón que se interponen entre Dios y nosotros mismos, y entre nosotros unos
y otros.
San Ignacio, en sus famosos Ejercicios Espirituales, tiene esta experiencia de la liberación de
las fronteras de su corazón. Y rebasadas éstas experimenta lleno de asombro que puede
encontrar a Dios en todas las cosas, y que ya no puede detener más el deseo de ayudar a sus
prójimos, de dedicar la vida al servicio de los demás. Una vez desaparecidas esas fronteras
del corazón se siente ya un poco como Cristo, en capacidad de acompañarle para "hacer
redención" del género humano.
Esa es la experiencia fundamental de frontera de la que nace la Compañía de Jesús, y de la
que nace uno de los movimientos renovadores más importantes de la edad moderna de la
Iglesia. Pero esta es también una experiencia abierta hoy al cristiano que quiera experimentar
a Dios inmediatamente, sin frontera. Es una experiencia que sin duda estará ofreciendo el
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departamento de Pastoral de la Universidad Católica a quien libremente se sienta llamado a
iniciar esta aventura cristiana.
La Compañía de Jesús y el apostolado de frontera
Como decíamos al comienzo, el ser humano está rodeado de todo tipo de fronteras
exteriores e interiores. Pero atención; las situaciones de frontera no crean automáticamente
la capacidad de superarlas. Al contrario, la conciencia de tantas fronteras supone y reclama
hombres y mujeres que hayan tenido la experiencia previa de la liberación de lo que les
separa de Dios y de sus hermanos.
Esta fue la intuición de Ignacio de Loyola: crear personas libres, capaces de superar
situaciones de alto riesgo, al rebasar la primera frontera del corazón. El ser humano
unificado interiormente se encuentra en capacidad de servicio para rebasar también las
fronteras geográficas, económicas, políticas, raciales, culturales. Puede ofrecerse entonces a
Cristo para acompañarle en la empresa de establecer el Reinado de Dios en este mundo.
La reciente Congregación General señala como una de las características del modo de ser de
los jesuitas el "estar siempre disponibles a nuevas misiones". Uno de los primeros jesuitas, el
P. Jerónimo Nadal, al promulgar las Constituciones escritas por el propio San Ignacio de
Loyola se pregunta "¿Por qué hay jesuitas si ya hay sacerdotes diocesanos y obispos? Y
contesta simplemente que la razón de existir de los jesuitas es acudir donde las necesidades
están desatendidas" (CG 34ª d. 26, 22). Es decir, en las fronteras. Están llamados a un
apostolado de fronteras. Su modo de ser les lleva a estar presentes en situaciones humanas
en las que se necesita abrir espacio a la Buena Noticia de la llegada del Reino de la Justicia,
la Paz y el Amor.
El Santo Padre varias veces ha recordado a los jesuitas su misión de llevar el corazón de la
Iglesia a las fronteras de la evangelización del mundo, "en los campos más difíciles y de
vanguardia, en las encrucijadas de las ideologías, en las trinchera sociales, allí donde ha
estado y donde esté el choque entre las exigencias más candentes del hombre y el perenne
mensaje del Evangelio" (Pablo VI. Juan Pablo II).
La Universidad, plataforma de fronteras
Si hemos expuesto lo que creemos ser fundamental en la experiencia personal y apostólica
de San Ignacio de Loyola y de la Compañía de Jesús, no es para quedarnos meramente en
ella, sino para trasladar este paradigma a la Universidad. También la universidad está
rodeada de fronteras. ¿Cuáles son y dónde están las fronteras de la Universidad? ¿Qué
impide a la Universidad en América Latina ser verdaderamente ella misma y convertirse como bellamente dice Juan Pablo II- en "la conciencia de la sociedad"?
No está de más recordar en este momento que la Compañía de Jesús, en su núcleo original,
nació en la Universidad de París. Precisamente mientras realizaban en ella sus estudios
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hicieron los primeros jesuitas la experiencia de romper las fronteras de su corazón que les
separaban de su Dios y de sus hermanos.
Si lo que permite romper las fronteras del corazón es precisamente lo que permite que el ser
humano sea plenamente él mismo ante Dios y ante sus semejantes, analógicamente será muy
importante conocer cuáles son las fronteras que le impiden a la universidad ser plenamente
ella misma, libre para cumplir su misión en la sociedad y ser ella misma vanguardia de la
sociedad.
Como las Universidades confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina han
reflexionado juntas sobre este tema y nuestro tiempo es limitado, me permitirán Uds. que
acentúe sólo algunos puntos que me parecen fundamentales en esta problemática.
Universidad y la frontera de sociedades dignas y justas
La Universidad católica o de inspiración cristiana en América Latina tiene como no podía ser
de otro modo claras limitaciones, fronteras.
Aunque es verdad que en general es valorada por su nivel académico y por ello su demanda
crece en la sociedad, sin embargo se señalan sus limitaciones (Ausjal 39.68) en la
accesibilidad social y como institución productora de investigación, (es de justicia sin
embargo hacer mención en este momento a la destacada labor de investigación histórica del
Rector de esta Universidad, y desear que su ejemplo cunda entre nosotros). Y sin embargo
quizá no sean esas las fronteras de la Universidad católica que más llaman la atención.
Los responsables de las Universidades confiadas a los jesuitas en América Latina han
formulado lapidariamente: "llevamos décadas formando profesionales generalmente exitosos
en sociedades fracasadas y cada vez más deshumanizadas. Nuestros egresados ocupan
puestos de alta responsabilidad en las empresas privadas y en actividades gubernamentales.
Sin caer en acusaciones panfletarias debemos preguntarnos sobre las causas de esa
disparidad entre el éxito individual de muchos de nuestros egresados y el naufragio de
nuestras sociedades" (Ausjal 69).
El título de Universidad Católica, o de Universidad de inspiración cristiana, es un título
prestigioso pero al mismo tiempo una gran responsabilidad, porque no solo obliga a un
continuo esfuerzo por la excelencia académica, sino que además impone lo irrenunciable que
es al ser cristiano lo ético y lo social.
Por ello les invito a una reflexión sobre la finalidad del saber. En una reunión internacional
tenida en Roma a comienzos de 1995 los jesuitas que trabajaban en las Universidades se
retaban a sí mismos diciendo: en la Universidad "buscamos el conocimiento por sí mismo,
pero debemos interrogarnos de continuo sobre el para qué del conocimiento"
(CG34,D.17,6). La "Universidad no es para sí misma ni para sus miembros. Su centro no
está dentro de sí, ni en sus estudiantes, ni en sus profesores, ni en sus autoridades. Es para la
sociedad y ésta debe ser el centro y orientación última de su actividad" (Ignacio Ellacuría).
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Es necesario romper la barrera que encierra a la universidad en sí misma, o solamente en el
éxito individual de sus egresados, para abrirla al ideal de la mejora y éxito de la sociedad
latinoamericana, aunque somos conscientes que ello no depende solo de la Universidad y sus
egresados.
Pero no podemos engañarnos. Hay que cambiar de esquema mental: la Universidad no es
meramente la puerta de acceso a la riqueza existente en la sociedad. No, la educación
universitaria es la capacitación para crear una riqueza inexistente que hay que crear y que
hay que valorar no tanto en oro y plata para unos pocos, cuanto en la construcción de
sociedades dignas que ofrezcan medios para una existencia humana para todos (Ausjal 16).
Es la frontera de la pobreza la que se debe superar, sin olvidar que la auténtica y más
dramática pobreza que se experimenta en América Latina es la del talento humano
desperdiciado o no bien formado (Ausjal 25)
La Universidad y la frontera de la cultura moderna
Hay una segunda frontera sobre la que también les invito a reflexionar como Universidad
católica: la frontera del paradigma cultural que actúa muchas veces como presupuesto
inconsciente en nuestras aulas académicas. Porque no raras veces se tiene casi
inconscientemente la convicción larvada -cuando no proclamada- de que cuanto más se
crece en el saber más se tiene que decrecer en la fe.
Incluso se admiran las sociedades avanzadas que exhiben una cultura que pone fronteras a la
trascendencia de la persona humana.
Los horizontes a los que se aspira en esta cultura son los de una sociedad contenta
consumiendo abundancia de bienes y haciendo gala de un agnosticismo elegante y de un
darwinismo social.
El discernimiento es clave para superar esta frontera. Se trata de abrirse a la modernidad, y
pocos instrumentos tan aptos para ello como la Universidad. La modernidad es amor a la
verdad, diálogo, reflexión crítica, apertura al progreso, ciencia, técnica, organización,
productividad. América Latina no puede prescindir de ello. Ojalá pudiera colocarse en el
grupo de avanzada.
Pero la modernidad no es solo eso: es también, con más frecuencia de la que nosotros
quisiéramos, desierto ecológico, darwinismo social, y humanismo ateo. La Universidad
católica tiene la misión de asimilar todos los verdaderos valores de la modernidad sin hacer
peligrar la esencia de la tradición cristiana, la solidaridad humana y la abertura a la
trascendencia religiosa.
Pero no podemos ser pesimistas. Algunos ven signos esperanzadores en la labor efectuada
estos últimos años. En el Sínodo de América, recientemente terminado en Roma, se hizo un
elogio importante a las Universidades católicas en América Latina. Se llegaba a afirmar: "el
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mundo de los no-creyentes está más cerca hoy de la fe explícita y de la Iglesia de lo que
estaba hace 100 años, entre otras cosas debido a la existencia de numerosas Universidades
Católicas" (José Luis Alemán).
La Universidad y la frontera abierta de la responsabilidad laical
Pero a ser optimista en esta ingente tarea de Evangelización de la Cultura que le compete
por esencia a la Universidad Católica empuja sobre todo la realidad de una Iglesia que ha
asumido ya desde el Concilio Vaticano II la frontera de la responsabilidad cristiana en el
mundo y se la ha entregado al laicado, a Ustedes.
El Señor Obispo ha confiado a la Compañía de Jesús, en la persona del P. Del Rey y sus
compañeros, la dirección de la Universidad Católica del Táchira. Pero esta ingente labor de
producción y evangelización cultural no sería posible sin el aporte de todos Ustedes que
comparten no solo el trabajo universitario que busca y trasmite el conocimiento, sino
también la convicción cristiana de que "dar a la afirmación de la persona humana en
Venezuela la condición de fin trascendente, y reordenar la riqueza y el poder a su condición
de medios, solo puede lograrse si la realidad del Dios amor es una fuerte vivencia personal y
está equipada de los saberes científicos, técnicos y organizativos propios del mundo
universitario"(Ausjal 94).
No me queda más que animarles a esta ingente y apasionante labor universitaria de
apostolado de frontera. Lo realizarán con éxito si logran borrar las fronteras que impiden a
la Universidad católica ser lo que es.
En primer lugar Universidad: que busca la excelencia tanto en las disciplinas humanistas
como en las ciencias puras y aplicadas.
Además Católica: abierta a contribuir a crear sociedades más dignas y justas y a trasmitir una
cultura abierta a la trascendencia religiosa y a la solidaridad humana.
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