Download Surgimiento y derrota de la Resistencia peronista entre

Document related concepts

Tendencia Revolucionaria wikipedia , lookup

Fuerzas Armadas Peronistas wikipedia , lookup

Confederación General del Trabajo de la República Argentina wikipedia , lookup

Elecciones presidenciales de Argentina de 1958 wikipedia , lookup

Cordobazo wikipedia , lookup

Transcript
Surgimiento y derrota de la Resistencia Peronista
entre los gobiernos de Aramburu y Frondizi según el
análisis de Daniel James.
De acuerdo a la línea de análisis sostenida por el autor el surgimiento, desarrollo y
derrota de la resistencia peronista puede observarse desde distintos ángulos y
momentos.
Así emerge una faceta inicial espontánea, sentimental y ciertamente emotiva de
todos aquellos que luego del golpe de 1955 “defendían algo que sentían estar
perdiendo” y lo que perdían no era otra cosa que las conquistas que habían
logrado con Perón. En este sentido puede hablarse de un proceso espontáneo y
focalizado, más allá de las diferencias políticas y metodológicas que luego se
darían entre sindicatos y comandos respecto de los caminos a seguir.
La resistencia significó en la cultura política peronista un mojón que excedería los
límites estrictamente sindicales para instalarse en la conciencia popular de los
seguidores del líder: protesta, sabotaje y actividades clandestinas mostraban el
germen de una organización caótica y localizada. Considero que el autor establece
una pincelada de esta primera imagen (definida como altamente simbólica de la
resistencia en general) cuando relata los valores presentes en esta etapa asociados
con el folklore peronista: no- profesionalismo, espíritu de sacrificio, participación
activa de gente común y carencia de una elite burocrática que centrara la
organización.
La resistencia significó también la organización de células clandestinas, sabotajes,
comandos, acciones sindicales, levantamientos militares -como el frustrado del
General Valle-, que se fueron constituyendo en las diferentes formas de rechazo al
nuevo régimen militar y a lo que él representaba en materia social y política.
El revanchismo de la dictadura de Aramburu con la decidida ofensiva contra los
logros de la clase obrera y las clases populares en general, puso sobre la superficie
que era lo que realmente estaba en juego.
En tanto las instrucciones de Perón respecto de la resistencia civil daban cuenta de
distintos niveles de actividad que debían ser dirigidos a desgastar a la dictadura
por medio de la conocida “guerra de guerrillas”, que en su particular versión
nacional, comprendía acciones de resistencia activa -consistentes en distinto tipo
de sabotajes- y también de resistencia pasiva -asociada más a la difusión de
rumores, volanteadas y pintadas de consignas-. Todo ello destinado a tornar
ingobernable el país y sembrar el terreno para una huelga general como punto de
partida de la insurrección nacional.
El imaginario de la resistencia peronista se fue construyendo sobre la memoria de
una clase obrera nostálgica que reivindicaba los viejos buenos tiempos filo
nacionalistas donde el Estado tenía un rol central al momento de defender el
patrimonio nacional y
poner en marcha lo que consideraban debía ser: “un
capitalismo eficiente que se ocupara del bienestar general de los trabajadores”. Es
más, por momentos el “retorno del general” llegó a ser una garantía de que el
Estado seguiría comprometido con el papel de guía de la sociedad.
De tal forma se fueron conformando las distintas visiones y estrategias que
desarrollarían, por un lado los sindicatos (con todos sus matices, que incluye tanto
a la vieja burocracia acostumbrada a los cambios de situación política como a los
nuevos activistas que tenían una visión crítica de esos dirigentes) y, por el otro, “los
comandos” y grupos más combativos (en tanto organizaciones fundamentalmente
políticas que sostenían posiciones más radicalizadas vinculadas al sabotaje y a las
acciones clandestinas directas). Aún cuando en teoría no hubiese desacuerdo
encontraremos una diferenciación creciente entre estos sectores a partir de
mediados de 1956. Estas diferencias fueron percibidas con agudeza por el
delegado personal de Perón, J. W. Cooke quien advirtió sobre las consecuencias
que las mismas implicarían en el futuro estratégico del movimiento peronista.
Cooke, acertadamente, era partidario de la insurrección destinada a lograr la toma
del poder para consagrar una verdadera revolución social. La cuestión es que las
condiciones objetivas para esa insurrección no sólo no se materializaron sino que,
a partir de 1957 se alejaron crecientemente. Esto fortaleció a los blandos del
peronismo que también eran alentados por los avances de las posturas sindicales.
Las diferencias aludidas se mostraron claramente de cara a los comicios
presidenciales de febrero de 1958. ¿Debían los peronistas votar? y en ese caso
¿debían hacerlo por Frondizi? Cooke rápidamente se dio cuenta de la
imposibilidad de llevar adelante la insurrección (vista por la mayoría peronista
como un camino vago e incierto) y las negociaciones secretas con representantes
de Frondizi revelaron el reconocimiento explícito de Perón y de Cooke del fracaso
de la vía revolucionaria. La opción de votar por Frondizi ofrecía para los sectores
sindicales ventajas concretas como resultado de las negociaciones mencionadas.
Para los comandos y los sectores más combativos quedaba la intransigencia y la
opción del voto en blanco. Aún cuando primó la primera posición, el
direccionamiento de los votos peronistas hacia Frondizi no fue sencillo, más de
800.000 peronistas resistieron afirmando su intransigencia absteniéndose o
votando en blanco. Lo concreto es que más allá de las coincidencias ideológicas
formales con el gobierno de Frondizi, la ruptura con éste llegaría luego de una
serie de desencuentros (tema petróleo incluido) que se coronaron al aceptar el
presidente un acuerdo crediticio del Fondo Monetario Internacional (FMI) que
imponía condiciones altamente nocivas para los trabajadores, plasmadas en el
denominado Programa de Estabilización. Tal conducta fue asimilada como una
traición, no sólo por los sindicalistas sino también por otro tipo de oposición que
preservaba profundas raíces de la filosofía de la resistencia sustentada en lo que el
autor identifica con la experiencia los valores y sentimientos de los militantes de
base que habían luchado contra el régimen militar después de 1955. La fuerza de
esos sectores, que incluso desobedecieron la indicación de Perón de votar por
Frondizi, se manifestaría en la dureza de la oposición que llevaron contra éste a
partir de 1959 (algunos creyeron ver en esta postura rasgos autodestructivos
propios de “luditas”).
Lo cierto es que 1959 constituyó un año de conflictos que no reconocían
antecedentes, la huelga en el frigorífico Lisandro de la Torre, por la decisión del
gobierno de privatizarlo, se transformó en fuerte simbología del movimiento de
resistencia peronista con destacables actitudes de combatividad y arrojo
espontáneo de la militancia de base. Tales conductas reflejaron lo hondo que
había calado el nacionalismo de clase obrera. No obstante lo antedicho, lo cierto
es que el frigorífico fue privatizado y sólo la mitad de los 9.000 trabajadores
fueron reincorporados. James sostiene que “en muchos sentidos los conflictos de
1959 fueron la culminación de la militancia y la confianza que el peronismo de
base había adquirido en la época de la resistencia”. También los sindicatos vieron
disminuidos su margen de acción para la negociación, ya sea por la recesión
provocada por el Plan de Estabilización o bien por la intervención que debían sufrir
por parte del gobierno. A partir de allí la abrupta caída estadística en lo que a
huelgas se refiere es una consecuencia elocuente del impacto de la derrota. Los
más activos integrantes de las células de la resistencia sufrieron el aislamiento que
trae aparejado el retiro del apoyo de las bases, mientras que los activistas de
menor jerarquía y los militantes locales vieron como los sindicatos se fueron
transformando en lugares ajenos a su conciencia de clase, donde la pasividad y la
resignación impuesta por la burocratización dejó lugar también a una creciente
corrupción de la dirigencia gremial. La agudización de los conflictos promediando
1959 propiciaron un segundo momento de actividad de los grupos clandestinos,
donde los constantes estallidos de bombas reflejaron el estado de enfrentamiento
del gobierno con los trabajadores. Estas acciones fueron magnificadas por el
gobierno de Frondizi tanto en su alcance como en su organización de manera de
justificar la detención de millares de militantes, en el marco del Plan Conintes
(Conmoción Interna del Estado - Marzo de 1960). El último acto de estos grupos
clandestinos tuvo lugar el 30 de noviembre de 1960 con un intento de golpe
militar. Luego sobrevinieron la desmoralización y el consecuente abandono de la
militancia de los distintos niveles que constituyeron “el alma de la resistencia post
1955 y el renacimiento del sindicalismo peronista”
Finalmente el autor sostiene que a medida que el proceso de la resistencia fue
desgastado por la represión y la deserción, alto fue el precio que se tuvo que pagar
como consecuencia de la actividad de esos sindicalistas en la clandestinidad:
desclasados y librados a su propia fortuna al momento de retirarse “la marea de la
resistencia” no fue raro verlos a muchos de ellos como guardaespaldas a sueldo o
elementos de choque de los círculos de la dirigencia gremial. Los escalones más
bajos de la “burocracia sindical” estaban constituidos en gran medida por los ex
militantes de estos grupos clandestinos. Paralelamente nacía una nueva relación
entre las bases y los líderes. El pragmatismo se adueñó de los gremios peronistas y
se fortaleció la idea de Frondizi de integrarlos al status quo. El fin de la ilegalidad
del peronismo, su habilitación para participar de las elecciones de marzo y el
exitoso resultado obtenido trajo consigo la anulación de los comicios por parte de
Frondizi y el posterior desplazamiento de éste por presión militar a favor del
Presidente del Senado José María Guido. Mas allá de este dato lo cierto es que
como bien sostiene el autor, el sector sindical había impuesto, sobre el final de esa
resistencia, sus términos a los otros sectores del movimiento y a partir de allí la
expresión política de la clase trabajadora peronista se encontraría en lo venidero
estrechamente ligada al sector sindical.
Facundo Arnaudo