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Robert J. Sharer, (2003): La civilización maya [Reedición del texto original de Sylvanus G.
Morley]. México: Fondo de Cultura Económica. 882pp. [Introducción. pp. 17-36]
Introducción
Ésta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la
extensión del cielo. [ ... }
No había nada que estuviera en pie; sólo el agua en reposo, el mar apacible, solo y tranquilo. [ ... }
Llegó aquí entonces la palabra, vinieron juntos tepeu y gucumatz, en la oscuridad, en la noche, y hablaron entre sí
Tepeu y Gucumatz. Hablaron, pues, consultando entre sí y meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus
palabras y su pensamiento.
Popol Vuh (Recinos, 1950; 81-82)
En las profundidades de la selva tropical de Guatemala se encuentran los restos de uno de los
grandes centros de la civilización maya, uno de los sitios arqueológicos más importantes del
mundo. En Tikal aún se hallan hoy centenares de estructuras de piedra finamente labradas,
evidentemente desconocidas de los conquistadores españoles, y que sólo fueron vistas por
forasteros hasta mediados del siglo XIX. Hay magníficos templos que se elevan más de 70
metros sobre el terreno, grandes complejos de palacios y edificios administrativos, monumentos
esculpidos que lucen complicados jeroglíficos y retratos de poderosos gobernantes y de sus
dioses. También pueden verse allí depósitos, calzadas y muchas construcciones menores.
La élite de la sociedad de Tikal presidía toda una elaborada jerarquía de nobles, sacerdotes,
mercaderes, artesanos, guerreros, campesinos y sirvientes, y concentraba la riqueza de una red de
comercio que se extendía desde la América Central hasta el centro de México. La élite sacerdotal
había llegado a conocer muchas de las complejidades de las matemáticas, calculaba con precisión
los movimientos del Sol, de la Luna y de los planetas, e intercedía regularmente ante sus dioses
en cuestiones de buen destino, de éxito militar o agrícola y de prosperidad a largo plazo. En su
época de esplendor, hace 1200 años, unas 100000 personas vivían en Tikal y en sus alrededores.
Pero Tikal no estaba sola: el curso de la historia maya presenció la grandeza y decadencia de una
veintena o más de ciudades, que tuvieron casi las mismas dimensiones y el poder de Tikal. Y
había centenares de poblados y aldeas más pequeños dispersos por toda la zona maya, desde las
costas hasta los altiplanos rocosos.
Así como Troya y Samarcanda, Tombuctú y Roma en el Viejo Mundo, así también las grandes
ciudades mayas surgieron y decayeron a lo largo de unos dos mil años. Durante ese tiempo, las
ciudades de Nakbé, El Mirador, Tikal, Copán, Uxmal, Chichén Itzá, Mayapán y otras muchas
gozaron de expansión y prosperidad, y finalmente, cada una en su momento, decayeron. Al llegar
la conquista española en el siglo XVI, Tulum, Tayasal, Utatlán e Iximché se encontraban entre
las más grandes potencias mayas. Pero estos centros mayas y los restantes fueron aplastados en
una prolongada y traumática subyugación que costó miles de vidas, tanto de soldados como de
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civiles. Tal fue un azote caracterizado por una espantosa brutalidad, por la determinada
mediación de la Iglesia y por epidemias catastróficas. Así la civilización maya, junto con las otras
sociedades indígenas del Nuevo Mundo, sucumbió a manos de los europeos.
Desde que los restos de esta brillante civilización salieron a la luz por vez primera en los siglos
XVIII y XIX, los antiguos mayas han despertado gran interés y profunda admiración. Sin duda,
parte de esta fascinación se deriva de la imagen romántica de una "civilización perdida" y de los
aparentes misterios evocados por el descubrimiento de veintenas de ciudades en ruinas en lo más
profundo de las selvas de México y de América Central. Pero muchas de las preguntas planteadas
por estos descubrimientos fueron más profundas y más obvias. ¿De dónde había salido aquella
civilización? ¿Cómo pudieron los mayas mantenerse de manera tan exitosa en un medio
supuestamente inhóspito) ¿Qué catástrofes abrumaron sus ciudades abandonadas? Hoy, la
investigación científica, de toda una variedad de disciplinas, ha logrado considerables avances
para responder a estas preguntas. Se están resolviendo los misterios y se están corrigiendo ciertas
erróneas concepciones acerca de los mayas.
Y, sin embargo, subsiste la atracción de los antiguos mayas. Cuanto más sabemos de ellos, más
los respetamos. Pues como lo muestran tantos testimonios, fueron un pueblo que alcanzó logros
asombrosos en matemáticas, astronomía, sistemas calendáricos y de escritura; en tecnología,
organización política y comercio; en escultura, pintura, arquitectura y las demás artes. En
realidad empezamos a comprender los orígenes de la civilización y las razones de su desarrollo y
prosperidad, así como de sus flaquezas. Con este creciente conocimiento, podemos reconocer en
la grandeza y decadencia de la civilización maya los mismos procesos subyacentes a todas las
realizaciones humanas y a toda la historia humana. Y aunque los antiguos mayas aún puedan
parecemos un tanto ajenos desde nuestro punto de vista, su historia es nuestra historia, un
acontecimiento central de la saga del desarrollo de la cultura humana.
Casi todos estamos familiarizados con la historia del desarrollo de la civilización occidental,
siendo como somos herederos de una tradición cultural que hunde sus raíces en las antiguas
culturas del Cercano Oriente (Egipto, Mesopotamia) y en el mundo clásico de la civilización
griega y romana. También conocemos las grandes y perdurables civilizaciones del Lejano Oriente
(China, Japón, la India). Pero acaso conozcamos menos una tradición cultural distinta que hizo
surgir otra serie de civilizaciones espectaculares, incluida la maya. Esta tradición fue desconocida
de los pueblos del Viejo Mundo hasta que, hace 500 años, sus exploradores se encontraron de
pronto ante un vasto Nuevo Mundo, habitado por toda una variedad de culturas de pueblos
avanzadísimos viviendo en ciudades tan grandes o más grandes que las de Europa, que
practicaban las artes de la escritura, la metalurgia, la arquitectura y la escultura. Estos
descubrimientos asombraron a los españoles, quienes se sintieron intrigados por las civilizaciones
de México y del Perú, aun cuando las destruyeron. Uno de los soldados del ejército de Cortés que
entró en el Valle de México en 1519, Bernal Díaz del Castillo, describió el momento en que los
europeos vieron por primera vez la capital mexica (azteca) de Tenochtitlán, desde un paso
montañoso que dominaba la inmensa ciudad:
… y desde que vimos tantas ciudades y villas construidas en el agua, y en tierra firme otras
grandes poblaciones, y aquella calzada tan derecha y por nivel como iba a México ¡Nos
quedamos admirados, y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el
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libro de Amadís, por las grandes torres... y edificios que tenían dentro en el agua, y todos de cal y
canto, y aun algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían si era entre sueños, y
no es de maravillar que yo escriba aquí de esta manera, porque hay mucho que ponderar en ello,
que no sé cómo lo cuente: ver cosas nunca oídas, ni aún soñadas, como veíamos. [1963: 190-191]
Para los europeos del siglo XVI, convencidos de que sólo ellos representaban la vida civilizada
en la tierra, el descubrimiento de los mexicas, los incas y los mayas fue una ruda sorpresa. Acaso
la situación no fuese muy distinta de la que hoy surgiría si, seguros de que el nuestro es el único
planeta civilizado de la Vía Láctea, de pronto descubriéramos otro planeta no sólo con vida, sino
habitado por una civilización al menos tan avanzada como la nuestra. ¿Cómo reaccionaríamos?
¿Entablaríamos un diálogo pacífico y aprenderíamos unos de otros? ¿O trataríamos de tomar
alguna ventaja para destruir ese mundo nuevo, como lo hicieron los españoles? Los pueblos del
Nuevo Mundo, aunque capaces de cometer sus propias brutalidades, desconocían la guerra total y
genocida que practicaban los europeos, y por su vulnerabilidad fueron aplastados, a la postre, por
los conquistadores.
El Viejo Mundo del siglo XVI no se contentó sólo con destruir las civilizaciones mexica, inca y
maya. Tuvo que menospreciar los logros de ellas y mostrar sus ritos religiosos “paganos” —
especialmente los sacrificios humanos masivos de los mexicas— como horrores que justificaban
la Conquista. Mas, para no criticar nosotros también demasiado fácilmente esas prácticas —que
persistieron durante siglos también entre los antiguos mayas (véase capítulo XI}— debemos
recordar que los europeos, hace sólo 400 años quemaban vivas a personas en nombre de la
religión y sometían a sus presos o herejes a toda una gama de métodos de tortura minuciosamente
perfeccionados y a prolongadas ejecuciones. No se sabe que ninguna de estas prácticas peculiares
del Viejo Mundo se haya practicado en el Nuevo Mundo antes de la colonización europea.
Tampoco el genocidio es un horror del Nuevo Mundo, sino del Viejo, y alcanzó nuevos niveles
de eficiencia y de escala durante la segunda Guerra Mundial en Europa y en el Este de Asia, y
aún más recientemente en los campos de muerte en Camboya.
Pero la mayor parte del genocidio desencadenado sobre el Nuevo Mundo en el siglo XVI fue
accidental, pues hasta donde sabemos nadie introdujo intencionalmente las enfermedades
europeas que acabaron con millones de indígenas. Sin embargo, no puede dudarse de que la
destrucción de la urdimbre cultural y social de estos pueblos fue deliberada, como resultado de
reasentamientos forzosos, de la conversión religiosa y de otras políticas coercitivas. Y como
menosprecio último, los europeos hasta pretendieron negar a los pueblos del Nuevo Mundo su
herencia cultural. Cuando los nuevos amos de la tierra trataron de explicar cómo pudo surgir la
civilización entre los “salvajes”, la respuesta fue clara: el ímpetu debía haber llegado del Viejo
Mundo que, como era sabido, había sido la cuna de toda ilustración. Por ello, los mexicas, incas y
mayas fueron vistos como supervivientes de colonos olvidados que llegaron de civilizaciones del
Viejo Mundo. Egipto tal vez fuese la fuente más mencionada, pero con este mezquino propósito,
en un momento u otro, también se habló de Grecia, Cartago, Fenicia, Israel, Mesopotamia, Roma,
África, la India, China, Japón y otras naciones. En la primera descripción publicada del
importante sitio maya de Palenque en Chiapas (escrita a finales del siglo XVIII), encontramos la
siguiente explicación de aquellas ruinas misteriosas:
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La conclusión de aquí sacada debe ser que los antiguos habitantes de estas estructuras vivían en
extremadas tinieblas porque, en sus fábulas y supersticiones parecemos ver las ideas de los
fenicios, los griegos, los romanos y otras naciones primitivas claramente retratadas. Por estas
razones puede conjeturarse razonablemente que algunas de estas naciones llevaron sus conquistas
hasta esta comarca, donde probablemente se quedaron sólo lo necesario para que estas tribus
indias pudieran imitar sus ideas y adaptar, en forma torpe y ruda, aquellas artes que los invasores
consideraron conveniente inculcarles. [Del Río 1822: 19-21]
Esta idea, según la cual, explícita o implícitamente, los pueblos del Nuevo Mundo fueron
incapaces de forjar su propio destino o de crear unas culturas avanzadas e independientes de la
influencia del Viejo Mundo, aún persiste en algunas esferas. Pero esto no es más que otro mito
popular carente de toda base, pues las pruebas demuestran inconfundiblemente la evolución de la
civilización en el Nuevo Mundo, con total independencia de los hechos del Viejo Mundo. Tras
más de un siglo de recabar y de analizar testimonios arqueológicos, no hemos encontrado nada
que apoye la idea de una intervención de gente llegada del Viejo Mundo. En cambio, los
testimonios muestran un constante desarrollo cultural indígena en el Nuevo Mundo, mucho
después de que las migraciones originales poblaran el norte y el sur de América llegando de Asia
por el puente de tierra de Bering, hace más de 1200 años.
Y aun cuando la arqueología estaba en su infancia, en el siglo XIX algunos estudiosos
sostuvieron que los pueblos mayas y otros del Nuevo Mundo llegaron a la cúspide de su
desarrollo sin la menor influencia del Viejo Mundo. Una de las principales figuras del
descubrimiento de la civilización maya, John Lloyd Stephens, se anticipó al actual consenso
sobre el desarrollo indígena: “No se justificaría que atribuyésemos a alguna nación antigua del
Viejo Mundo la construcción de esas ciudades... Hay buenas razones para atribuirles esas
creaciones a las mismas razas que habitaban el país en la época de la conquista española, o a
algunos progenitores no muy distantes” (I84I, vol. II: 455).
Esto no quiere decir que no pudieran haber ocurrido contactos accidentales entre pueblos del
Viejo Mundo y del Nuevo antes de la época de la exploración europea. Y tan posible es que unos
pescadores o comerciantes extraviados del Nuevo Mundo desembarcaran en las costas de Asia o
de África, como lo es lo contrario (aunque esta última posibilidad casi nunca es mencionada en
tales discusiones). Sin embargo, no existe hasta hoy ningún testimonio en la arqueología o en los
archivos que demuestre semejante contacto, con una notable excepción. Si en los años venideros
se descubren pruebas sólidas de un temprano contacto, sólo tendrán importancia si se puede
demostrar que ese encuentro afectó el desarrollo cultural de una de las sociedades, o de ambas.
Obviamente, el contacto iniciado en 1492 ha sido significativo para los cambios ocurridos desde
entonces tanto en el Viejo Mundo como en el Nuevo. Pero existen muchos relatos de anteriores
viajes a “tierras del otro lado de la mar” y de contactos con pueblos desconocidos. Los vikingos,
por ejemplo, al parecer desembarcaron en el Nuevo Mundo encabezados por Leif Eriksson en
1001, y por Thorfinn Karlsefni ocho años después, y sus relatos han sido confirmados por
descubrimientos arqueológicos realizados en L'Anse aux Meadows, en Terranova, Canadá. Pero,
al parecer, estos contactos no tuvieron un efecto duradero sobre ninguna de las dos sociedades,
que suele ser la consecuencia habitual de estos encuentros limitados.
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Así, sobre la base de los testimonios disponibles, las vías del desarrollo cultural en los mundos
Nuevo y Viejo parecen claramente independientes una de otra, y carentes de todo contacto
significativo hasta 1492. En este libro asumimos que se puede comprender a los antiguos mayas
en sus propios términos, que las civilizaciones más brillantes del Nuevo Mundo fueron forjadas
por una combinación de procesos culturales internos, por interacciones con pueblos adyacentes
de México y de América Central y, en menor grado, por estímulos de sociedades tan lejanas
como las de la América del Norte y del Sur. Como tales, los antiguos mayas no deben
“explicarse” como producto de civilizaciones trasplantadas del Viejo Mundo, sino como
resultado de los procesos subyacentes en el desarrollo de toda cultura, incluso los que desarrollan
el tipo de complejidad al que llamamos civilización. Nuestra historia concluirá con la conquista
española, pues la destrucción causada por esta violenta subyugación transformó irremisiblemente
el curso del desarrollo de la civilización maya. A las guerras de la Conquista podemos atribuir
gran parte de la destrucción inmediata, pues los mayas se opusieron con gran tenacidad a perder
su independencia. Tan prolongado conflicto también perturbó la producción agrícola y el
comercio, y las hambrunas resultantes causaron terribles bajas.
Pero la mayor pérdida de vidas puede atribuirse a las enfermedades introducidas
involuntariamente por los europeos, contra las cuales los mayas no tenían defensas inmunitarias.
Las instituciones que habían gobernado la sociedad maya fueron barridas por todos estos agentes
de destrucción y remplazadas por una administración colonial, civil y religiosa, que era parte
integrante del Imperio español. Quedó diezmada la élite maya -gobernantes, sacerdotes, jefes
militares y hasta artesanos y mercaderes-, y sus sobrevivientes fueron despojados de su riqueza y
de su poder.
La conversión religiosa constituyó una política fundamental de la nueva autoridad, y se aplicó
toda una variedad de medidas coercitivas, incluso la Inquisición, en los intentos por desarraigar
todo vestigio de los rituales y las creencias mayas. En el curso de estos cambios, se perdieron o
menoscabaron gravemente muchas de las realizaciones intelectuales de los antiguos mayas.
Fueron quemados los libros de los aborígenes (códices), y pronto cesó el uso de la escritura
maya. Como resultado, se perdió para siempre un cuerpo considerable de conocimientos y
creencias: información esencial acerca del calendario antiguo, cosmología, deidades, rituales,
medicina e historia. Asimismo, muchas de las artes tradicionales -pintura, escultura, metalurgia,
cantería y arte plumaria- expiraron junto con sus practicantes.
También el sistema económico maya resultó radicalmente alterado. Fueron confiscadas las
mejores tierras, y hubo que establecer plantaciones para los nuevos amos. Nuevos productos
(como el café y la caña de azúcar) pronto remplazaron a los artículos que habían sido
fundamentales para el comercio antiguo (cacao, obsidiana, jadeíta, plumas, etc.), y nuevos
mercados y métodos de transporte suplantaron gran parte de la compleja red de rutas comerciales
que había vinculado las muchas ciudades y avanzadas de la zona maya. No todos los cambios
fueron violentos o forzosos: en su mayor parte, los mayas aceptaron sin chistar la nueva
tecnología europea, y las herramientas de hierro y acero, por ejemplo, pronto remplazaron a las
de pedernal y obsidiana.
Y sin embargo, ante estos profundos cambios, mucha de la antigua cultura maya sobrevivió.
Aunque la mayoría de sus características fueron borradas por la Conquista, el corazón mismo de
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la sociedad maya —la familia y la comunidad agrícolas— se aferraron tenazmente a sus
tradiciones y conservaron muchos de sus modos de vida. En su mayoría, los administradores
españoles no podían o no querían llegar a las aldeas agrícolas, salvo en las zonas en que se
instituyó el reasentamiento forzoso; y mientras se pagaran los impuestos y se cumpliera con las
obligaciones laborales requeridas, estas comunidades continuaron gobernando, en gran parte, sus
propios asuntos. Las instituciones de matrimonio y parentesco que dominaban la vida familiar
continuaron, con pocas modificaciones.
Después de la Conquista, la familia maya siguió subsistiendo por sus propios esfuerzos,
obteniendo mediante las nuevas herramientas de acero una producción agrícola más eficiente. Las
artesanías tradicionales dedicadas al consumo familiar —tejidos, cestería, alfarería— continuaron
esencialmente intactas. Los productos locales, agrícolas y manufacturados, junto con los artículos
de primera necesidad que escaseaban (sal, herramientas, etc.), se intercambiaban en mercados
comunitarios que continuaron largo tiempo después de la Conquista; sobrevivió el comercio
aborigen, aunque en escala más limitada. En algunos casos, los nuevos amos de la tierra llegaron
a favorecer la economía indígena, solicitando, y utilizando, sus recipientes para cocinar, o para
almacenar, u otros productos mayas. Pero como estos artículos empezaron a hacerse siguiendo
especificaciones europeas, su producción introdujo otro medio más para alterar las tradiciones
antiguas.
Los elementos más perdurables de la cultura maya han sido la ideología y el lenguaje: elementos
que se encuentran en el meollo de todas las culturas. Las tradiciones de la ideología y de la
lengua mayas imbuyeron y reforzaron todas las facetas de la vida familiar y comunitaria, y aún
hoy siguen siendo las más resistentes al cambio. Pese a los vigorosos esfuerzos de los misioneros
por convertir los mayas al cristianismo, las creencias tradicionales que gobernaban la vida
familiar y el ciclo agrícola han logrado sobrevivir, aun dando acogida a la nueva religión.
También las lenguas mayas subsistieron en el nuevo marco. Obviamente, es útil un conocimiento
secundario del castellano al tratar con el mundo en general -por ejemplo, para la interacción civil
y económica-, pero las lenguas mayas han persistido como las que primero se aprenden -a veces
como las únicas- en la vida familiar tradicional.
Hasta el día de hoy, los herederos directos de estas tradiciones mayas siguen viviendo en la zona
antaño ocupada por la gran civilización de sus antepasados. Aunque a menudo aisladas por sus
muchos dialectos y lenguas interrelacionados, hoy viven en México, Belice y Guatemala al
menos cuatro millones de personas que hablan el maya. Desde luego, en la medida en que
sobreviven la organización social tradicional, las prácticas agrícolas, la tecnología y los sistemas
de creencias (incluyendo vestigios del antiguo calendario), el estudio de las comunidades mayas
contemporáneas nos ofrece una gran fuente de información para reconstruir la antigua
civilización maya. La obra de antropólogos que han estudiado esas comunidades, inclusive la
investigación de varios estudiosos mayas, ha conservado una información que es inapreciable
para hacemos comprender su pasado y su presente.
Hoy, sin embargo, la cultura tradicional de este pueblo, ya alterada por decreto de los
conquistadores y por la ulterior política colonial, se está modificando a un ritmo sin precedente.
Las influencias insidiosas del mundo moderno parecen capaces de modificar profundamente lo
que los españoles sólo en parte habían logrado alterar. En la actualidad, en comunidades mayas,
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que van desde Yucatán hasta Guatemala, la ropa comprada en tiendas ha remplazado a los
textiles tejidos a mano; en muchos lugares pueden verse más recipientes de plástico que las
tradicionales ollas de alfarería, y la televisión por satélite bombardea a los mayas con idiomas,
imágenes e ideologías ajenas que aceleran el proceso de “occidentalización”, Como resultado, las
generaciones más jóvenes, en comunidades antes aisladas, están apartándose de las tradiciones
que en un tiempo aseguraron la supervivencia de la cultura maya.
Pero la cultura tradicional del pueblo maya no es el único patrimonio de la civilización maya que
hoy está desapareciendo. También la encarnación física del pasado maya se ve amenazada de
destrucción, ya que los restos arqueológicos de centenares de antiguos sitios mayas están siendo
víctimas del pillaje de saqueadores que buscan jade, alfarería pintada y esculturas para venderlos
en el floreciente mercado de antigüedades. Los ejemplos del “arte” maya del periodo clásico
obtienen los más altos precios, de modo que muchas ciudades en ruinas, nunca vistas por los
conquistadores españoles, y sitios que habían permanecido intactos durante mil años, hoy han
sido totalmente destruidos por el afán de obtener unos cuantos objetos de valor comercial. Hoy,
por triste que parezca, los arqueólogos reconocen que casi todos los sitios mayas han sido
saqueados... y muchos de ellos probablemente nunca serán objeto de una investigación científica.
Como veremos, los estudios de los sitios mayas por arqueólogos, descifradores y otros
investigadores han logrado hacer avanzar considerablemente nuestro conocimiento de los
antiguos mayas. La clave de este conocimiento es el testimonio arqueológico, el minucioso
descubrimiento y registro de los restos de edificios y artefactos que, como las piezas de un
rompecabezas, sólo revelan una imagen cuando ya se han descubierto y colocado todas en su
lugar. Los recientes avances del desciframiento de la escritura maya y la reconstrucción de
historias dinásticas en muchos centros mayas sólo fueron posibles porque se sabía que las fuentes
de información procedían de sitios específicos, y allí estaban asociadas con otros tipos de
testimonios, como los textos del interior de una tumba o de un edificio particular. Sin este tipo de
información contextual no puede avanzar el conocimiento. Así, cuando las tumbas son saqueadas
para obtener su jade y su alfarería, o cuando se arrancan esculturas de los edificios o se quitan
estelas (monumentos de piedra) aserrándolas, se destruye todo su significado.
La destrucción causada por el saqueo arqueológico es un tema complejo y discutido, y la solución
al problema dista mucho de ser clara. Pero no nos equivoquemos: todo objeto arqueológico
vendido sin pruebas de haber sido legalmente adquirido y exportado de su país de origen, casi
con seguridad fue robado por saqueadores. Algunos coleccionistas de arte maya —inclusive,
triste es decido, algunos de cierta reputación académica— han defendido el saqueo de las
antiguas ciudades afirmando que esos fragmentos de escultura y recipientes pintados que hoy se
venden en el mercado, al menos están siendo salvados del deterioro y el olvido. Según este
argumento, el saqueo que alimenta el floreciente mercado de artefactos arqueológicos robados es
obra de humildes campesinos que casualmente encontraron objetos enterrados y monumentos
tallados. Aunque es verdad que algunos campesinos mejoran su mísero nivel de vida
desenterrando antigüedades, sólo una mínima fracción del saqueo arqueológico puede atribuirse a
ellos. En realidad, los compradores de objetos robados mantienen un complejo “mercado negro”,
que se vale de miles de ladrones e intermediarios. Esta ilícita red comienza con los saqueadores,
que las más de las veces son hábiles especialistas. y continúa con los compradores locales,
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contrabandistas, “restauradores” y agentes. En algunos casos, los agentes y coleccionistas
planean y financian expediciones de pillaje de un sitio o una región específicos.
Y por cada recipiente o estela esculpida así "conservados" por esta actividad, docenas o
centenares de objetos son destruidos en la frenética excavación, tan sólo encaminada a encontrar
artículos muy raros, bien conservados y de fácil venta. Es cierto que los pocos objetos
considerados lo bastante valiosos para el mercado de obras de arte serán físicamente conservados,
pero su significado para la interpretación arqueológica habrá sido alterado o destruido. Esto no
niega que en algunos casos se puede obtener cierta información a partir de los objetos saqueados:
probablemente el mejor ejemplo sean los textos jeroglíficos inscritos en artefactos, que a menudo
se pueden descifrar. Pero aun en el mejor de los casos, la información obtenida de semejante
texto habría sido mucho más completa y significativa si supiéramos exactamente de dónde
procede el objeto, qué se encontró a su lado, y los otros tipos de datos contextuales que los
arqueólogos registran y los saqueadores pasan por alto o arrojan a un lado.
Los artefactos robados también pueden presentar otro problema a los estudiosos: muchos objetos
destinados al mercado negro son “restaurados” para aumentar su valor. Con frecuencia,
semejante restauración altera la pieza original, al “mejorar” escenas pintadas o textos jeroglíficos;
o hasta puede añadírsele un texto donde originalmente no había ninguno. De hecho, el mercado
negro está inundado de falsificaciones absolutas, algunas de ellas tan hábiles que pasan por piezas
auténticas. Por ello, todos los intentos por obtener datos arqueológicos legítimos a partir de
objetos no documentados corren el riesgo de dar por buena una información deformada o hasta
totalmente falsa.
Las colecciones de objetos de arte, ¿conservan objetos que de otra manera se habrían perdido?
No puede negarse que los restos físicos del pasado inevitablemente se deteriorarán, pero esto es
verdad así se encuentren aún en su lugar o en manos de un arqueólogo profesional, o en los
estantes de un coleccionista privado. Pero el conocimiento que puede obtenerse de un sitio
arqueológico mediante los modernos métodos arqueológicos nunca desaparecerá. Y cuando un
sitio arqueológico ha sido saqueado para recuperar unos cuantos objetos vendibles, la humanidad
ha perdido irremisiblemente mucha de la información de ese lugar que los arqueólogos habrían
podido darle. La pérdida de este tipo de datos es irremediable; una vez destrozado un edificio
para llevarse una sola obra de alfarería, también quedan destruidos todos los testimonios que
habían acompañado a esa pieza. Los restos del pasado, incluso los de la antigua civilización
maya, en sentido muy real, son una riqueza no renovable, que representa el conocimiento de una
sociedad hoy desvanecida. Y con cada sitio saqueado perdemos para siempre otra parte de ese
conocimiento.
¿Qué se puede hacer para evitar esta destrucción? Acaso no se puedan contener los cambios
culturales llevados a cabo por el progreso en las comunidades mayas tradicionales, pero la
mayoría de los países sí tienen leyes contra el saqueo arqueológico. En México, Guatemala,
Belice, Honduras y El Salvador es ilegal saquear los sitios mayas. También es ilegal importar a
los Estados Unidos y a muchos otros países materiales robados. Sin embargo, ningún país tiene
recursos o mano de obra suficientes para vigilar todos los sitios arqueológicos o para impedir
todo contrabando de obras antiguas. Y para no criticar a las naciones que custodian los antiguos
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sitios mayas, debemos reconocer que, cada año, también en los Estados Unidos son saqueadas y
destruidas decenas de sitios históricos y prehistóricos.
La razón fundamental de este problema mundial es económica. Los sitios son saqueados por una
sola razón: algunas personas pagan precios exorbitantes por ciertas antigüedades. La colección de
objetos de arte es un hobby o negocio respetable y provechoso mientras se comercie con pinturas,
esculturas y otros objetos de arte que fueron producidos por artistas, pasados o presentes, con el
fin de deleitamos. Pero la compra y venta de artefactos recién llegados de un sitio arqueológico
no es coleccionar obras de arte; un vaso maya clásico no procede del estudio de un artista, sino de
una tumba saqueada. Como no se puede hacer nada para remplazar la información perdida en un
objeto ya robado, la compra y venta de artículos que se sabe que ya pertenecen a colecciones
privadas no puede causar más daño.
Pero el mercado de obras de arte que mantiene el saqueo continúa causando bajas cada vez
mayores a las riquezas arqueológicas de la humanidad. La única solución a esta continua
destrucción sería reducir la demanda de nuevos objetos. Coleccionistas y traficantes saben algo
acerca de los orígenes de los objetos que se ofrecen a la venta, y suelen poder reconocer los
artefactos recién robados, por lo que si se niegan a comprar estos objetos, el pillaje declinará.
Resultaría irónico que el mundo de hoy, responsable del interés y la investigación que han hecho
tanto por recuperar las glorias perdidas de la civilización maya, también fuera el responsable de
la destrucción final de los restos físicos de esa antigua civilización, y de la ruptura de los últimos
nexos vivos —culturales, ideológicos o lingüísticos— que unen a los mayas modernos con su
herencia.
Lo que sí sabemos de los antes enigmáticos antepasados de los modernos mayas es prodigioso, y
como lo demostrarán los capítulos siguientes, su historia es a la vez fascinante y asombrosa.
Queda mucho por estudiar -siempre que no se nos niegue la oportunidad- y lo que aprendamos en
los años venideros dependerá en gran medida de que logremos preservar de la destrucción el
testimonio arqueológico.
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