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Capítulo 8 Trastornos de conducta Cynthia G. Baunz clínico importante en la infancia y la adolcsccncia. A menudo se presentan asociadas a rupturas familiares y desajustes posteriores del niño, producicndo grandes costos en los sistemas judiciales y dc salud mental. Estas alteraciones han sido definidas con numerosos calificativos, tales como acring-our (Levitt, 1971), con<irrcfa antisocial (Kazdin, lY85; Robins, 1966), agresión (Patterson, 1974). trasrorno de cund~~.ta (Americm Psychiatric Association, 1987). conducm de oposición (Wahlcr, Leskc y Rugen, 1979) e insumisión (Forehand y McMahon, 1981). Laî conductas descritas dentro del ámbito de cada una de esas alteraciones muestran importantes solapamicntos y pueden caracterizarse. en general, como distorsionadoras, drwuctivas y de cal-ácter negativo. además de transgresoras de las normas sociales. Pal-a los pqxísitos dc esta discusión, los términos prol>lema.r de ronducro y conduc6o untisocial se utilizan pararcferirsc a los tipos de problemas antes citados. Clasificación de los problemas de conducta La variedad de definiciones del trastorno utilizadas en las investigaciones parece contribuir alas disCYNTHIA G. BAUM . Department of Psychology, Xx Cathotic IJnivrrsiry of Ameñca, Washin@x,. IX 2COW. creparxias en los resultados. 1.x clasificacií,n li;,blc de lo:, problemas de conducta cs imp<x~anrc si dcrca~ mus ~,r*greesar en la invc.stigación r&cionxk* um su cti,,logia, desarrollo y pronóstico, arí como en ti,\ resp,v:stas a los tratamientos. Aunque se han prw pucsrr, diversas aproximaciones para Ia clasificación de 10,; trastornos infantiles en general (Achenbxh, 1985,. las derivadas de los enfoques molrivariados y clínicos han prevalecido en los trabajos realizados dentrr, de este ámbito. Aprrhnaciones derivadas del análisis mullivariante DC acuerdo con Quay (1986a, b). se ha demostrado, cxsi sin excepción, la existencia de una dimensión rn los estudios de análisis factorial de problemas ,lc conducta infantil. Esta dimensión, etiquetada com, trasromo de cmd~iu (Quay, 1986bj. r>-u.s,o>-m> dp ctozducra agresivo ir$rrrsoc~~rlizoud<,o (TCAI; Quay. 1986:i) y agre.+a (Acbenbach y Edelbrock. 1976). se h;l observado en estudios multivariantes, tanto en investigaciones transculturales como en subgrupos étnican y raciales de Estados Unidos. Las seis caracteríslicas asociadas más a menudo con el TCAI son: pelew, desobediencia, rabietas. destructividad, impartinewia y falta de colaboración; asimismo, aparcccn taml)ién frecuentemente intranquilidad y conducta bipwactiva. Sc ha hallado con menos frecuencia una segada dimensión, que surge a menuda en mues203 204 Psicopatología inCa”til trâs de sdolcscentes delincuentes, y se ha etiquetado como crgresih sociolizrrda (Quny, 19Xhb), ~rusfwno de rodrcrrr socinlizado (TCS; Quay, 1986n) y de- /iwue,rre (Achenbach y Edclhrock, 197X). Las principales características de esta dimensidn incluyen: tener <malos compa”erus>>, fosas de casa y de 13 cscuela, îomcter robos en grupo. ser ficl a los amigos delincuentes y pertenecer apandillas; asimismo, tamhién apwccen en algunos estudios el embuste y In conducta incendiaria (cl. hchenbach, 1978). Estx dos dimensiones han recibido confirmaci&~ adicional en los estudios <lue ha” utilizado análisis de agrupaciones (cl~rsters) con niños nornxdes y niños de PIblaciones clínicas (Edslbrock y Achenbach, 1980; Lcssing. Williams y Gil, 1982). Debe destacarse que tanto la dimensión TCAI como la TCS cae” dentro de los amplios síndromes denolninados .suhconfrulodos o rrreri«rizados (Achenbach y Edelhrock, 197X). Basándose en los resultados de los análisis mulrivnriantes y de una extcnsn investigación clínica, Patterson y cols. han di(crenciado dos graldes tipos de niños antisociales: agresores sociales (es decir, nifios que actúan de rnancra agresiva dc forma directa co”trrl las pcrsonäs) y ladrrmes (Püttcrson, 1982). Estos grupos se corresponden, ,qross<, motlo, a las di~nwmion~s TCAI y TCS, rcspectiva”w~e. Los qrcsores socialci y los ladrones posee” u” elevado núrimo de conductas con~““cs, siendo Ia principal la incuntici6in. Sin embargo. so” tanbié” evidentes C¡C.TtiI5 dikrcncias en IUS rc~a~i~l~.5 hiii~~e~. d ~s;Irrollo dc 11)s trastornos y la resyursta al tratamiento. Por cjcmplo, los agresores sociales tienden B su m$s ~~ersivos e insumisos que los ladrones en su rïlación con los padres, mientras que los ladrones, cn canhio. son m6s averhivos e insumisos que los niños ~~ormalcs (Patterson, 1982; Reid y Hendricks, 1973). Los ladrones so” más proclives que los agresores sociales a tener contactos tardíos con los tribunales (Moore. Chamberlain y Mukai, 1979). Además, muchos niños exhiben síntomas «mixtos» de ambos tipos de problemas de conducta. Se ha wetiguado que estos niños experimentan un grave riesgo de ser sometidos a malos tratos. Se ha especulado que kmbién experimentan mayor riesgo de sufrir desadaptaciones tardías que los niños de los tipos *pur»s~ (Patterson, 1982). En apoyo de esta hipótesis, Líber y Schmalling (1985) hallaron que los niños que mostraba” tasas elevadas de conductas antisociales, unto maniticstas como encubiertas (es decir: peleas y mentiras, respectivamente), tenían mayor disfuncii>n familiar y peor pronóstico que los niños que mostraba” ~610 conductas manifiestas o ~610 conductas encubiertas. Los sistemas de categorías diagnósticss comienza” habirualmente con observaciones clínicas que so” abstraídas parn creiu síndromes particulares hasalos en el acuerdo entre los profesionales clinicus. DC éstos, el más utilizado en Estados Unidos es el Manurrl Diuynóstiro y Esrdl:Ffirt> de los Trastrmmr Mer~tnles, de la Ameritan Psychiatric Asxxiation, habitualmente usado en la forrrra revisada dc su tcrcera edición (DSM-III-R; APA, 19X7). Los diqnósticos del Eje Principal I q”e describen la’> itlterociones de conducw de la infancia y la adolescencia cît6n agrupados en una subclase denominada Trastornos de Conducta perturbadora. Estos trastornos se carilcteriza” por conductas socialmente perturbadoras que producen mtís molestias a las personas del entorno que al propio individuo objeto del diagnósGco. Los síndromes diagnfisticos específicos so”: Trastorno por Déficit Atencional co” Hipcrxtividad, Trnstor“ 0 de Conducta y Trastorn<> Oposicionista Desafi;lnte. Otras aItcrxio”es dc conducta del Eje I en niños so” Trastorno de Adaptacii>n co” Altcrnci&r de Conducta o c<m Alteración Mixta de Emoción y Condoctn. y el cíxligo V (e\?adrx “ o atribuibles ii “11 tr~smno mental pu” adecuados para lia i”tervcnción) dc Condrxta Antisocial Infa”lil !I Adolcsccntc. 1.x nxís gavc de esas altcräcio”es, c-1 Trastor”o dc conducta, tiene como ras:” principal <cu” patró” de crmducta persistcntr en el que se trnnsgredï” los derechos b&icos de los de”& y las principales norma sociales propias de laedad>> (APA, 1987, p. 53). Esta conducta acontece en forma típica e,n diferentes situacio”es (en casa, en la escuela yen la comonidad), ante difercntcs persows (padres, compañeros y extraños) y rn diferentes nwrrxxtos (se requiere al “lcnos un período de seis meses C” el que apwezcan tres o mzís conductas antisociales). El robo y la agresi0n física son esenciales pan cl diagnóstico, aunque otras conductas tales como abandonar cl hogar y mentir han mostrado poseer un gran potencial discriminativo en los resultados ohtenidos en un estudio de campo a nivel nacional que evaluó los criterios del DSM-III-R (APA, 1987). Los tipos de Trastornos de conducta incluyen los de Grupo, Agresivo Solitario e Indiferenciada Aunque el rasgo principal del tipo Grupo es la aparición de conductas antisociales principalmente en actividades realizadas con otros compañeros, la agresión física puede estar también presente. El tipo Agresivo Solitario se caracteriza por una actividad física agresiva iniciada por el propio individuo. Estos ni- Ros presentan escaso interés por ocultar su conducta antisocial y por hallarse aislados a nivel social. El tipo Indiferenciado es el grupo restante de niños que muestran una mezcla de rasgos que no pucdcn clasificarsc dentro de los tipos Grupo o Solitko. El manual señala que cl tipo Indiferenciado pucdc SCT más común que cualquiera de los otros dos tipos. El Trastorno Oposicionista Desafiante se caracteriza por una conducta desafiante e insumisa que se produce más frecuentemente ante los padres, UUIIque puede darse igualmeote con otros adultos o co” compañeros. Las conductas co” importancia diagnóstica incluyen el enfado. el discutir con los adultos y razhnrar sus mandatos. el censurar o molestar B los den&. y el maldecir. Aunque estos compwtamientos pueden ohservnrse también en los Trastomos de Conducta. el Trastorno Oposicionista Desafiante no presenta transgresiones graves de los derechos de los demás que sí se nhwvan en los Tmsromos de conducta. En tnles casos, el dingw5srico de Trasrorno de conducta Prevalece sohie el diagnóstico de Trastorno Oposicionista Dcsafiantr (.4PA. 19X7). Aunque las clasificaciones derivndx del dmhito clínico como el DSM-III-R describen categorías dc trastornos que se basa” e” Ia presencia o ausencia de sintomas discretos, los enfoques multivariantes identifican dimensiones conductuales que pueden aparecer en diferentes grados. Así, este enfoque reconoce un continuo de conducta que lleva a una comparación del individuo con una muestra clínica o normal. Además. el uso del análisis de agrupacio“es para identificar gmpos de individuos co” patro“es similares de puntuaciones en los factores. puede proporcionar las bases para una taxot~omía derivada empíricamente. Sin embargo. tales taxonomías no está” exentas de dificultades. Por ejemplo. los rn&<~dos de agrupaciones difieren en base al escalarnicnto de los datos, debiendo elaborarse criterios respccto al número de conglomerados a considerar. Quay (1986a) ha elaborado tres criterios pri”cipales pnra evaluar los sistemas de clasificación. El primero requiere que los rasgos sean definidos opsrativamente y que covaíen. rasgo distintivo del enfoque multivarkmte. El segundo se refiere a la fiabilidad de las observaciones. Las escalas utilizadas habitualmente en estas investigaciones han mostrado poseer buenas fiabilidades entre ohserwdores para TCAI y TCS en distintos ambientes (p.ej., entre padra: Achenbach y Edelhrock. 1983). Aunque las correlaciones de las punluacioncs dc los observadores en los diferentes contextos son menores que dentro de los mismos, este hecho pucdc proporcionar información sobre la variedad de la conducta cn diferentes situaciones (Achenbach. McConaughy y Howell, 1987). Por último. la clasificación debe ser válida. Las dimensiones definidas por los enfoques multivarianles son discriminahles de otras y proporcionan bases empíricas para investigar diferencias de grupo en etiología, correlatos conductuales, evolución, resultados y respuesta al tratamiento. Sin embargo, las críticas a estos enfoques han señalado IB amplitud dc las conductas evaluadas y In comp;,. rabilidad dc las dimensiones entre los divwsos estudios. Una dimcnsi6n no puede SCT identificada a menos que las conductas adecuadas sean evnluadas y sometidas a análisis. Sin emhxgo, dada la solidez dc los hallxzjios discutidos y la inclusividdd dc las conductas evaluadas a lo largo dc los cwdios, ca’. d.. ficultades, aunque mcrcccdoras dc considcracií~n. ticnen unn importancia nxnor en lo rcfererrk 2 las dmensiones de tmstomos de cotlducta. Cunndo los criterios de Quay (~I9Xha) se utili%x ,xrn evalx~r el DSM-III-R, la revisiiin pnrecï musmr me,jorns resp”“to il las v*rsi0**s previas e,, cuanto a In operatividad de los crikrios di~grri,sticos mediante el uso de conduelas observables. Las descripciones de las conductas son más específicas que en versiones anteriores. Sin embargo. se precisa todavía el criterio clírlico rn aspectos con10 la frecuencia co” que debe darse una conducta para que alcance el criterio. Aunque los estudios de campo han establecido una disposición jerarquizada de síntomas que se supone distingue los trastornos, no se ha establecido empíricamente que estos rasgos covaríen. De hecho. algunos criterios discriminativos del Trastorno de conducta han pesado en factores separados según investigaciones multivariüntcs. Por ejemplo, aunque a «robar sin cnfrcntxsc a una víctima» se le conficrc un alto poder discriminativo y «wbo con rnfrentnmicntrm cs el duodécimo de los trece criterios del DSM-III-R (p. SS), el mho está hahitual”xnte asociado CO” el par6n TCS y se observa ra~ümentc en cl patr6n TCAI. Aunque en este momcnto no se disponc dc iník “ración respecto ala fiabilidad dc las categorías diagnósticas del DSM-III-R, una amplia investigacii>n realizada con cl DSM-III (APA, I980) señalaba que existía una liabilidrrd inlerr)hscrvadores adecuada para la principal categoría del Trastorno de conduela así como para los subtipos Agresivo Infrasocialirado y Agresivo Socializado. Genemlmcntc. se ha encontrado una escasa fiahiliùad interobservadorw para los 206 Psicopatología infantil subtipos no agresivos de Trastornos de Cunducta: cl Trastorno Oposicionista y los Trastornos dc Adaptación (cf. Weny, Methven, Fitzpatrick y Dixon. 1983). Respecto B la validez concurrente, el DSM-111-R se ha mostrado más consistente con las dimensiones multivariantes debido ala reducción de cuatro â dos subtipos principales. El tipo Grupo tiene un gran parecido con la dimensión TCS. Sin embargo, sunquc el tipo Agresivo Solitario pueda aparecer como un paralelc de la dimensión TCAI con la excepción de 1% conductas de pelea y destrucción, muy pocas de las características de Ia dimensión halladas en los estudios multivariantes aparecen cn el tipo Agresivo Solitario. Las características restantes de la dimensión TCAI (desobediencia, rabietas, impertinencia y falta dc cooperación) aparecen en el Trastorno Oposicionista Desafiante que posee un apoyo empírico limitado como dimensión separada y puede, dt: hecho, presentar conductas que aparecen de forma tcmprana en el desarrollo de problemas de conducta más graves. Así, el DSM-III-R ha diferenciado los subtipos esencialmente en base a la dicotomía Socializado-No Socializado (es decir, si las conductas aparecen principalmente como parte de la actividad dc grupo o bien cuando el individuo está sulo). Como apoyo a esta diícrenciación de subtipos. las relncio“es escasas con compañeros han demostrado ser predictivas de desadaptación pusterior en esta pi>hlnción (Roff y Wirt, lY84). Más aún: al menos un csrudio prospectivo ha sugerido que los ndolcscentes infraswinlizados condenados por conductas delictivas eran más proclives a sufrir condenas y cncarcelamientos en la adultez que los adolescentes socializados (Han, Bardwell y Jenkins, 1980). Sin embargo. la agresión no es un aspecto discriminativo fundnmental de este diagnústico, ít pesar de su demostrada estabilidad (cf. Olweus, 1979) y su milidad como predictor de la delincuencia en varones (Farringlun, 1978; Roff y Win. 1984) y de la actividad criminal adulta(Huesmann, Eron, Lefkowitzy Waldcr, 1984). La validez predictiva de los tipos Grupo y Agresivo Solittio así como la del tipo Indiferenciado, que actuahnentc. puede ser más utilizado, requiere una investigación más amplia. Relaciones con otros trastornos de la infancia Delincuencia juvenil Debe hacerse una distinción previa entre problemas de conducta y delincuencia juvenil. Como se ha sefialado antes, los comportamientos que constituyen problemas de conducta dificultan la actividad del niño y son, a menudo, molestos pam los demás. L>eIincuencirr es un t&nino jurídico-legal que so utiliza frecuentemente para identilicar u niños y adolescentes que han realizado actos ilegales. Aunque es muy fácil que haya un cierto solapamicnto entre ambos grupos, los problemas de conducta pueden no dar lugar â una intervención policial o judicial, mientras que los etiquetados como delictivos pueden 1x0 ser considerados corno problemas de conducta. La mayor parte de nuestro conocimiento sobre los problemas de conducta, particularmente los de la dimensión TCS, proviene de la invcstigaci6n con muestras de delincuentes. Dado que la delincuencia es el tema del capítulo 9, el resto de este apartado se va a centrar en las caracter%ticas de la dimensión TCAI. Trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) La relación entre los problemas de conducta y el TDAH han dado lugar a amplias investigaciones y debates. Los resultados de diversos estudios con nn& lisis multivarinnte sugieren la existcncin de dos dimensiones que son independientes de los patrona dr problemas de conducta. Se hau etiquetado c~m« prohlerrws de denriórl y sobrmcrivirlad moror~~ (cf. Edclbrock, Coste110 y Kessler, 1984). Utilizandcl una escala dimensional en unx muestrade niños de escuela primaria, Shapiro y Gurfinkle (1986) identificaron subgmpos de nitios dcsatentossobreactivos, niñus agresivos y un grupo mixto que cumplía ambos criterios. Sin embargo, estus grupos nt> se diferenciaban en ninguna dc las restantes variables evaluadas, incluyendo los ítcms de trastorne por déficit de atención de una entrevista de diagnóstico y las tareas de una batería sobre atención. Además, algunos investigadores han señalado que los problemas de conducta y el TDAH no deben col*templarse como síndromes separados, puesto que son similares en sus comportamientos, distribución por sexos, etiología y consecuencias (cf. Lahey, Green y Forehand, 1980; Shaffer, McNamara y Pincus. 1974). Los grupos de Trastorno de conducta y TDAH, tal como son definidos por los criterios del DSM-III, se han diferenciado de los grupos normales en diversas variables. que incluyen excitabilidad. inquietud, interacciones sociales negativas. rendimiento acad6mico e intelectual escaso y ambientes familiares es- tresantes (Werry, Reeves y Elkind, 1987). Sin embargo. para lograr la identificación de ambos trastomos, es crucial que los nifios que reciban tal calificación se diferencien de los otros niños en esas variables. Werry y cols. (1987) revisaron los escasos estudios comparativos sobre Trastorno de conducta. TDAH y el doble diagnóstico TDAH con Trastorno de conducta. Concluyeron que sólo la mayor alteración cognitiva awciada al TDAH y la mayor alteración social que se produce en el Trastorno de conducta diferenciaron a ambos grupos en la mayotia de estudios revisados. Además, muchos niños alcanzaban los criterios para ambos trastornos y los grupos de TDAH con Trastorno de conducta tenían cl mayor grado de disfunción en los diversos aspectos evaluados. lo cual no debe sorprendernos. En suma, aunque parece que pueden identificarsc subgrupos puros de problemas de conducta y de TDAH, la validez de tal distinción está siendo seriamente cuestionada. Además, las investigaciones incluyen a menudo individuos que cumplen ambos diagnósticos sin diferenciar entre subgrupus, por lo que las distinciones entre ambos grupos son aún más confusns. En cualquier caso, parece que muchos niños muestran características dc ambos trastornos. Los aspectos esenciales respecto a la evolución diferencial y a In respuesta al tratamiento dc los grupos puros y del grupo mixto están aún por resolver. Depresión La relación entre problemas de conducta y depresión en los niños ha sido también objeto de una imponante controversia. El concepto de depresión encubierta (masked depression) describe a niños que pueden mostrar conducta antisocial (p. ej., agresiones. «hacer novillos», rabietas y abandonos de hogar). pero que también expresan sentimientos de inadaptación. indignidad y baja autoestima (Glaser. 1967), por lo que se infieren elementos depresivos (Cytryn y McKnew, 1972). Por contra, se ha sugerido que cal «enmascaamiento» puede no ser más que una manera de expresar quejas (Kovacs y Beck, 1977). Diversos estudios epidemiológicos y clínicos han sugerido que ambos trastornos puedi-n suceder de modo concomitante. En el Estudio de la Isla de Wight, Rutter. Tizard y Whitmore (1970) hallaron que el 21% dc los niños con alteraciones psiquiátricas se cwac[erizaban tanto por síntomas emocionales como por conductas antisociales. Mtiage, Fine, Moretti y Hsley (19X6) señalaron que el 17 % de los remitidos a una clínica de depresión infantil alcanzaron los criterios diagnósticos tanto pars trastorno de conducta como para depresión: la proporción varones/ mujeres para esos diagnósticos fue 714. De modo similar, Puig-Antich (1982) halló que una tercera parte de su muestra de niños remitidos a una clínica para el estudio de la depresión alcanzaba los criterios para ambos trastornos. Los estudios de análisis multivariante han mostrado que esos trastornos constituyen dimensiones separadas (Achenbach y Edelbrock, 1978; Quay, 1986a). Sin cmbago, utilizando el análisis dz agrupaciones en una muestra de niños prepúberes, Edelbroch y Achenbach (1980) identificaron una agrupación de niños deprimidos-asociales-agresivos que representaban el 7.6 Lla de la submuzstra de varones. Sin embargo, no se identificó ninguna agrupación en Ias niñas. Parece que los problemas de conducta y la deprcsión pueden ocurrir simulráneamcnte y aparecer mís fácilmcnre en los nifios. Se necesita más invzstigación para determinar si existen diferencias significar tivas cme los grupos puros y mixto en aspcclos tales COlil~l etiología, evolución y factores pronristico. Prevalen& Los trastornos de conducta poseen Ias mayores tasas de casos remitidos a centros asistenciales de salud mental, representando de un tercio (Gilbert, 1957) a dos tercios (Wolff, 1967) de los niños remitidos, con una proporción niño-niña oscilante entre 4: 1 y I ,6: 1 según c5os estudios. Faulstich, Monroe, Carey. Ruggiero y Gresham (1986) hallaron que un 31% de pacientes ingresados (con edades entre 9 y 18 años) cumplían los requisitos del DSM-III para el diagnóstico de Trastorno de conducta. Sin embargo, como IU naturaleza molesta de esta conducta puede dar lugar a que estos niños sean remitidos con mayor facilidad pan tratamiento, es imponante cvaluar los indica de ocurrencia en la población general. En los csrudios cpidemiológicos. los problcmns dc conducu fueron los trastornos más habituales, constituyendo el 4 Yo dc los individuos entre 9 y I I años en una muestra rural británica (Rutter y cols., 1970) y aproximadamente el 8 % de una muestra UTbaria (véase Graham, 1979). La proporción de sexos en ambas muestras era aproximadamente .3 a 1, con predominio de los varones. Estas cifras parecen ser claramente consistentes en diferentes culturas. Por ejemplo, en una rnuestrâ canadiense el 5,s % mos- 208 Psicopatología infantil traba problemas de cooducla cn un estudio subte prevalencia e n u n a colectividad (Offord, Adler y Boyle, 1YXh). En este estudio, las proporciones variaban según sexo, edad (de 4 a 11 años WIXUS 12 a 16 rrños) y tipo de residencia (urbano ~:rtxus rural). Los varones presentaban las tasas mayores en las diferentes categorías, con un mínimo del 5, I % en el grupo rural más joven y un máximo del I l ,h $6 en el grupo rural de miis edad. Los problemas de co,,docta aumentaban con la edad cn ambos sexos y LOnâs de residencia. La idcntiiicación de trastornos dc conducta puede variar dependiendo de los informadores. Por ejemplo, sRlo el 5 % del grupo más joven en rl estudio de Offord y cols. (19S6) fue identilicado tanto por los padres como por el profesor. pues los profesores identificaban a m6s nitios como casos de problemas dc conducta que los padres. Ruttcr y cols. (1970), por su parte, hallaron que los padres y profesores identificaban un número similar de niños con problemas. pero ~610 en el 7 % de los casos estaban dc acuerdo en que existía un trastorno psiquiátrico. l%tos desacuerdos pueden representar diferencias CTI las percepciones de la conducto del niíio o en la ocurrencia situacional de la conducta antisocial. Dos estudios recientes han utilizad” las drlinicione,s ùcl DSM-II1 cn sus estimxioncs de p~evalencia. Andcrson, Williums. McCec y Silve (1987) señalnron tosas del 5x7 Sr para el ‘l‘rairorno Op<xicioni~~ta y del 3.4 Ch para el Trastorno de Conducta :\grrsivü So~ializadn en uua muestra ncozelandesn de individuos de once años de edad. En una pequefia muestra estadounidense con edades cntre 14 y 16 ~110s. los tratarnos Oposici”ni\ta y de Conducta representaban, respectivamente; cl X,7 y el 6 % de la muestra (Kashani. Beck, Hwpcr, Fallahi, Corcoran, WAIlister, Rosenberg y Keid, 19X7). 1.0s problemas de conducta parecen constituir una de las principales clascs de problemas infantiles en diferentes culturas, con mayores tasas en los oños de edad m& avanzada. Además, en ambientes urbanrx hay mayor número de niños de edades inferiores que muestran conducta antisocitil, siendo esta tendencia menos cI<ara en los grupos de mayor edad. rnostrxá algún tipo dc desajuste en la edad adulta. En uno de los estudios dc seguimiento miis amplios de los casos remitidos a ccntrns médicos por coriducta antisocial, Robins (IYA6) wialó que cl 84 %N de su muestra recibid algún diagnóstico psiquiátrico en la edad adulta. De ellos, cl 2X % fueron diagnobticados dc trastorno de personalidad antisocial. l3 rcst” SC inscribían en difercntcs categorías, tala como drogodcpcndencias (particularmente alcoholismo). psicosis, neurosis y otros trastornos de persoxdid~d. En una revisión de los estudios de seguimiento dc nirios con problemas de conducta, Robins (1970) concluyí, que la personalidad antisocial es el di;,:nóstico psiquiátrico más frccucnte en la edad adulra, con una incidencia media aproximada del 40% erltre las diferentes investigaciones. Dc hecho, se ha sugerido que laconducta antisocial adulta raramente sucede sin que se haya dado antes conducto nntisocial en la infancia (Robins, 1978). Hay otros hechos negativos asociados al resultado en la cdad adulta. Incluye” tasas elevadas de hospitalización (tanto psiquiátrica como 11” psiqui6trica). dcscmpleo y salario escaso, adaptación matrimonial y social deficiente, pobres resultados a nivel educativo y conducta criminal (Bachman. Jobnston y O’MaIIcy, 1978; Robins, lY66). Más aún. estos pa troocs son proclives a persistir de una ii otra gcncw ción (cf. Huesmnm~ y cols., 19X4). En general, los niilor que son remitidos p:wa IXtamicnto por problemas dc conducta tienden J amostrx más ;anomalías psiquiútricas y sociales co1110 adolescentes y adultos que los nifios remitidos por sufrir trastornos emocionales 0 los niilos que no nnxstrn” problemas cn su infancia (Robins. IYhhj. A pesar de ello, la gravedad de los trastornos dc Ia adultez que surgen trm las alteraciones de la infancia muestra una variedad considerable; algunos dc csos adultos no cxhihcn conducta antisocial (Rohins, 1966, 1978). En consecuencia, se ha intenwlo determinar qué aspectos dc la conducta infantil son mejores predictores de mala adaptación en la edad adulta. Predicción de resultados a partir de IU conducta en la infuncia Evolución y consecuencias Patología adulta Los estudios que han evaluad” las consecuencias de los problemas de conducta concluyen que una parte importante de los niños que los padecen Una cdad de inicio temprana, particularmente antes de los 8 a 10 at=,os de edad, sc asocia con mayores frecuencias e intensidades de conducta antisocial en la infancia y la adolescencia. Sin embargo, tal asociación puede reflejar más la emergencia temprana del TCAI que la del TCS en los grupos co” problemas de conducta. Por ejemplo, Gersten, Langher, Eisenberg, Simcha-Fagan y McCarthy (1976) hallaron diferencias entre el TCAI y el TCS en cuanto a su estabilidad cn diferentes grupos de edad. un hallazgo que sugiere que el primero de esos patrones dc conducta es proclive a establecerse en una infancia temprana (hacia los 7 años), mientras que el TCS puede no quedar asentado sino hasta después de los 10 años. Si la conducta desviada se da con gran frecuencia, diversidad, intensidad y ocurrencia transituacional. tamhién se asocia con un peor resultado (véase Loeber, 1982). Aunque todos los tipos de conducta antisocial en la infancia pueden predecir una conducta adulta simil‘x (Robins, IY78), algunas conductas específicas pueden ser mis propicias a anteceder trastornas dc Ia adolescencia y la edad adulta Estas conductas incluyen destructividad, vagahundcar fuem de casa, mentir, robar (?.titchel y Rosa, IY8 1) y agredir (I%mington, 197X; Roffy Wirt, lYX4). La investigacifin en tenlo a lil estabilidad dc la ~,gresión ha rmatrndn que es considerable â lo largo de diverso> pcriodos de tiempo. Huesmann y cols. i 1984) ssiíalxrm coeficientes de estabilidad dc 0.34 para las mujeres y de 0.50 para los varones en un estudio dc seguimiento de 22 aìios. Aunque a menudo se señala que In estabilidad es mayor para hombres que para nwjeres. tal diferencia pucdc rctlejar unos espectros más restringidos de Vales conductas en las mujeres, o IU tendencia a utiliar rnucstras de menor edad en la mUyoria de estudios que incluyen mujeres (p. ej., Fagot, 1984). Las tasas de estabilidad más bajas señaladas frecuentemente para muestras de menor edad (Olweus. 1979) pueden reflejar la especificidad de conductas que se manifiestan en un determinado nivel del desarrollo. Tal como ha sido disculido por Cicchetti y Schncider-Rosen (1986). SC apera que las conductas que se dan en un contexto determinado en un momento parricular del dssarrollo se transformen. Aunque pueden observarse continuidades de algunas conductas antisociales apecíficas, los comportamientos tempranos pueden ser precursores de una variedad de conductas que tengan lugar en niveles más lardkx del desarrollo. La identificación de patroncï dï progresión en la conducta antisocial tiene repercusiones importantes en la intervención sobre problemas de conducta en niños. I.as conductas tempranas de la secuencia que son menos persistentes y menos intensas suelen ser más manejables mediante tratamiento. Robins y Wish (1977) investigaron laposihilidad de contemplar la conducta desviada como un proceso de desarrollo cuantitativo (en el que la aparición de los tipos tardíos de conducta desviada dependeti del número de tipos de conducta ya manitéstados) o como un proceso cualitativo (en el que se necesita la ocurrcnciu de ciertas conductas específicas pura la apariciún de otras conductas tardías). Los resultados sugieren la importancia de los aspectos cuantitativos en el desarrollo de la conducta desviada. pero dan escaso apoyo n un proceso cualitativo. Por ejemplo, cuando se estudió el consumo dc opio, se obserwj que iba precedido por el uso de la marihuana en un 92% de los casos (aunque sólo el 15 % de los consumidores demarihuana siguieran utilizandoopidceos). Estos resultados sugieren que pueden crtahlecerse eslaboncs en la progresión de las conductos antisociales. Patwrson (IYX7) propuso laexis~cncizi de una progresión desde conducta desviada de poca gtnvedad y elevada frscucncia hacia conducta desviada de excasn frecuencia pcn, de mayor gravedad. Los sínromas fueron clasificados según sus valores hasales y se determinaron las probnbilidxles cundicionulcs de ocurrencia de los síntomas de menor frccucncia a partir de los síntomas de mayor frccucncia. La progresiún dc síntomas resultante mis adecuada par;, los individuos etiquetados como Ladrone,s fue Desobrdientc-Mentiroso-LadlonlnccndiUri«. Aunque la verdadera comprobación de la progresión de síntomas debe proceder de una investigaci6n Iongitudinal. cuen& con algún apoyo provenicntc de estudios sobre piromanía, que es la última conducta en la progresión y, por lo tanto. debería ser la más grave y persistente. En poblaciones clínicas, los piri>manos mostraban otras conductas extremas exteriorizadas que no cxhibian los nifios con prohlcmas de conducia que no provocaban incendios (Kolko. Kardin y .Mcycr, 1985). El provocar incendios se encontraba Lamhién entre los predictorcs de la persistencia del trastorno de conducta agresiva; según el estudio con seguimiento de dos años (Kclso y Stewut, 1986). Hay un creciente número de investigaciones low gitudinales que sugieren que los problema de co+ duela manifestados antes de la cdad de IU primera detenci6n son predictores de delincuencia (cf. Loeher y Uishion, 1953). Loeher (1987) delimitó aún más esld progresión identificando vias separadas de evoluci6n para el TCAI y para los problemas de conducta no agresivos. Más concretamente, el TCAI parece evolucionar hacia ataques violentos que pueden implicar. o no, daños a la propiedad, mientras 210 Psicopatología infantil que los problemas de conducta no agresivos preceden a actos contra la propiedad. En ambos casos, la progresión sigue un curso de menor a mayor gravedad de las conductas antisociales. munteniCndose los comportamientos más antiguos ala vez que se adquieren otros nuevos. Además, la remisión est8 inversamente relacionada con el grado de la progresión. Aunque la conducta de la infancia ha mostrado ser un mejor predictor de la conducta antisocial adultn que los antecedentes familiares o In clase social (Robins, 1978), permanece la incógnita en torno a los factores etiológicos de la conducta antisocial cn los niños. Tambien parece que una parte importante de los niños que muestran conductas antisociales no continúan la progresión hacia comportamientos más graves. Sc cree que ciertos factores bioli,gicos. conductuales y ambientales que correlacionan con los problemas de conducta funcionan cornc indicadores de que un individuo tiene riesgo de incurrir en estas conductas, o como factores que influyen en la persistencia y progresión de las mismas. Factores de riesgo Correlatos bioldgicos Los cstndios que toan investigado los factores bi»lógicos asocindos con IU conducta antisiocinl se han referido fundamentalrncnte n muestra de delincuentes juveniles o a adultos que manifwtuban conducid criminal o un trastorno de personalidad antisocial. Aunque la generalización de estw resultados a los problemas de conducta en la infancia debe ser ciìlltclosa, esta investigación ofrece interesantes posibilidades respecto a la participación potencial de aspectos biolí>gicos. Estudios sobre adopción que han evaluado a adultos, separados de sus padres biológicos cn el momento del nacimiento o poco después, apoyan la participación de factores genéticos en los trastornos de personalidad antisocial (Cadoret, Troughton. O’Gorman y Heywood, 1986, Crowe, lY74) y en la criminalidad (Hutchings y Mednick, 1977). Aunque no se ha hallado relación entre la existencia de criminalidad en el padre biológico y la presencia de diagnóstico psiquiátrico (incluyendo trastornos de conducta) (Cadoret, lY78). alcoholismo o criminalidad (Bohman. 1978) en muestras de adolescentes adoptados. sí se ha encontrado una relación entre posca un pa- dre biológico antisocial o alcohólico y una conducta antisocial, pero no necesariamente criminal, en el descendiente adolescente (Cadoret y Cin. 1980). Refiriéndonos específicamente a los problemas de conducta agresiva, Twito y Stewart (1982) hallaron el doble de problemas de conductn en hermanos compleros que en hermanos por parte de un solo püdre, siempre en chicos varones. Los estudios han hallado tamhién mayores índices de concordancia en gemelos monocigóticos (MZ) que en dicigóticos (DZ) en lo que se refiere â actos delictivos setinlados mediante autoinforme (Rowe y Osgood, 1984), pero no en lo referente a actos delictivos sometidos n sentencia (Rosanoff, Handy y Plessey, 1941). Los datos respecto ala diferencia entre sexos en heredabilidad de la conducta antisocial y de la criminalidad sugieren que las chicas que forman parte de pandillas poseen un mayor número de parientes afectos de tal circunstancia (Cloninger, Christiansen, Reich y Gotesman, 1978) y son más proclives que los chicos pandilleros a tener padres biológicos con características criminales (Sigvardssnn. Cloninger, Bohman y Von Knorring, 1982). Estos investigadnres han sugerido que las mujeres poseep una mayor predisposición que los hombres a manifestar conducta antisocial. Ninguno de los resultados presentados descartí, influencia ambientales. De hecho, cuando las variables ambientales han sido evaluadas sistem;lticamente como parte del estudio, interactúan de forma sustancial con los factores genéticos. Tales variables ambienttales incluyen criminalidad en al menos uno dc los padres adoprivos (IIutchings y Mednick, 1977), estancias prolongadas en instituciones y dcsplaramientos a ambientes urbanos (Sigvnrdsson y cols., 1982). Más aún, los chicos parecían ser más susceptibles que las chicas a los efectos ambientales de la enfermedad psiquiátrica o al divorcio en In familia adoptiva (Cadoret y Cain, 1980). La anormalidad cromosómica. cspecinlmente la existencia de un cromosoma Y aumentado o doble, fue implicada durante algún tiempo en la conducta antisocial a cansa de la elevada frecuencia de la misma observada en poblaciones criminales y delincuentes. Sin embargo, esta frecuencia se refería a una muy pequeña proporción de individuos antisociales y la relaci6n parecía debcrse mis a un CI bajo a la agresión (Witkin, Mednick, Schulsinger, Bakkestrom. Christiansen, Goodenough, Hirschhom, Lundsteen, Owen, Philip, Rubin y Stocking, 1976). Aunque los factores genéticos parecen estar involucrados en la etiología de la conducta antisocial. sabemos poco sobre los mecanismos implicados en la lransmisiú” genética. Es razonable concluir que ciertas características biológicas que predisponen a algunos niños a ser antisociales son heredadas. Si” embargo, es probable que los factores ambientales jueguen un papel importante en la manifestación de la conducta antisocial. El término funpemmenfo se refiere hnbitualmente a una clase de rasgo de personalidad que surge pronto en la vid” (normalmente en la infancia) y que muestra alta heredahilidad (Buss y Plomin, l986), aunque hay críticas recientes a este punto de vista (véase McCall, 1986; Rutter, 1987). Sin embargo. los datos parece” sugerir un componente de heredabilidad en el temperamento y una asociación estadísticamente significativa enrre esta caracrerística y posteriores problemas de conducta (para una revisión véase Plomin, 198.3). Refitiéndonos especificamentc a los problemas de conducta, Rutter, Birch, Thomas y Chess (lYh4) hallaron que los niños idcntitïcados por sus p;~drcs como dc <<w~~pcramcnto difícil,> cn la infancia rcmprana tenía” mayores indica dc consulta clínica il la cdad dc 6 años por conducta agresiva y rabietas que los niños no etiquetddos “sí. 1.a relación enrre tempernn~enro y problemns de conducta se ha manifestado en presencia de pntología paterna (Camero”, 1977”) o en ausencia de padres (Camero”, 1977b). La conducta agresiva en los niños etiquetados como <<difíciles» se ha asociado con interacciones negafivas madre-hijo (WebsterStraton y Eyberg, 1982). conducta paterna conrroladora y negativa (Olweus, 1980) e interacciones negativas con los hermanos (Brody, Stoneman y Burke, 1987). En la mayor parte de estudios, la utilización de escalas de apreciación par” padres confunde las percepciones de éstos co” la conducta real del nino. Los padres que perciben a su hijo como más difícil pueden act”a de modo que creen una predicciún autojustificante. Sin embargo, parece factible que las características negativas del niiio den lugar ” diferentes reacciones de los que le rodean. La mayor parte de la investigación neurofisiológica que ha examinado el funcionamiento del sistema nervioso central (SNC) de los individuos antisociales ha utilizado electroencefalogramas (EEGs). En muestras de adultos, se han hallado EEGs anormales co” más frecuencia en criminales que en indi- viduos controles (véase Mednick y Volavka, 1980). Estas anormalidades incluyen un enlentecimiento de los ritmos alfa (8.10 Hz vwsus una amplitud “ormal de 8-13 Hz) y la aparición de ondas de muy baja frecuencia (ritmos theta de 4-7 Hz), que son conunes en bebés y niños pequeños pero no en adultos. Esta actividad de ondas lentas se ha interpretado como una señal de inmadurez o de la existencia de un SNC que funciona de modo subactivado. Ampliando estas investigaciones a muestras de individuos más jóvenes, Gabrielli y Mednick (1983) mostraron los resultados de un estudio prospectivo de 129 chicos (con edades entre 1 I y 13 años), extraídos de una comunidad danesa, ” los ctoe se evaluó la actividad EEG. Tras un seguimienlo de 9 años, el porcentaje dc actividad alfa lenta (8.10 Hz) en los registros EEG originales discriminó entre los grupos de no delincuentes, delincuente en un” ocasión y delincuentes reincidentes. Los adolescentes dclincucntcs violentos se hn” diferenciado de los no violenlos por un patri,n EEG de pnntas positivas en el área temporal, así corno también por otros indicadores de con~ul~ioncs y alrzrncibn neurológica leve (Lewis, Shanok. Pincus y Glûser. 1979). Este hallazgo puede sugerir IU cxisrencia de un nexo entre epilepsia dc híbulo Icmporal y conducta violenta. Campbell. Cohen y Small (1982) revisaron la literalura rcfcrcntc a tratamiento farmncológico de estas alteraciones y concluyeron que iimque los antiepilkpticos disminuyeron las convulsiones, no permitieron, en general, observar cambios en las conductas agresivas y de acrins-ouc Parece existir una relación entre la presencia de anormalidades en el EEü y la conducta antisocial y agresiva crónica. Sin embargo, la naturaleza correlacional de la mayoría de estas investigaciones nos obliga a ser cautelosos co” esta inrerpretación; es posible que la conducta agresiva produzca una anormalidad en el EEG. puesto que los orígenes de estas alteraciones están nún en discusión. La ausencia frecucntc de grupos normales de comparación abre la posibilidad de qoe otro factor. tal conm el CO”S”IIIO dc drogas, las prescripciones médicas o un traurniltismo haya conrribuido a estos resultados. Por úllimo, estos estudios fueron realizndos fundamentalmente en muestras de delincuentes criminales. y los resultados pueden no ser generalizables â los grupos con problemas de conducta. DCiicits en el nivel de acrivación vegetativa han sido considerados frecuenremenre como factores ca”- 212 Psicopatología infantil sales en el ámbito de las teorías sobre el trastorno dc personalidad ,ultisocial y la criminalidad (Hare, lY70; Quay- 1965). La iovestigaci6” se ha dirigido hacia las diferencias entre una wriedad de grupos antisociales y controles respecto a los principales índices vcgctativos: tasa cardiaca y respuesta electrodérmca (RCDs: respuestas de conductancia dérmica). En una revisión de literatura sobre niños y ad»Iexentes, Raine y Venables (IY84) concluyeron que la baja tasa cardíaca en reposo de los grupos antisociales es un hallazgo consistcnfe en muestras de prcadolrscentes y adolescentes. Esta variable permitía diferenciar a los delincuentes, niños-problema idem tificados por el profesor y niños co” padres criminaIcs. de los grupos co”troles. Sc han encontrado diferencias consistentes entrc grupos antisociales y no antisociales en la RCDs a la presentación de estímulos. Borkovec (1970) haIl6 RCDs bajas a un tono auditivo de intensidad moderada en delincuentes «psicí>patas» comparados co” <amrmales» o «neuróticos> (correspondi&tdose. ,grosso ,nud«, co” las dimensiones TCAI, TCS y ansiedad). Resultados sirnilarcs se obtuvieron en delincuentes antisociales graves frente a delincucntcs antisociales leva (Siddle, Mrdnick. Nicol y Foggitt, 19771. en individuos con problemas de conducta fl-ente a’subgrupos hipcractivos de una “wSra co” trastomos de aprendiujc (Delamater y Lähey. 19X3) y en nifios co” conduela agreriw infrasocializada frente :I niños “ormales iSchmidt. Solnnt y Bridger. 1985j. Estos resultados rugieren IB eulstencia de un nivel bajo de rc-spuesta vegetativa en individuos antisociales, espccialmcnte en aquellos que muestra” las conductas más graves o en mayor número. Aunque 110 la” firmcmcntï, los hallazgos neurolisioli>gicos de incrcmcnro de actividad de ondas lenu ofrecen datos que corroboran el papel de los mecanismos de acti\~ación. Quay (1986aj expuso una teoría que contemplaba la participación de la suhxtivación vegetativaen el desarrollo del TCAI. Basándose en el modelo de activación de Fowles (19X0) de IU teoría del aprendizaje de dos factores (üray, 1976). sugirió que una tasa cardíaca baja refleja déficits en la actividad del sistema de activación conductual que responde a la recompensa y que media la aparición de conductas de huida y evitaci&t; la baja respuesta electrodénnca evidencia déficits C” el sistema de inhibición conductoal, que detiene la conducta en presencia de dolor, castigo y estímulos “ovrdosos. Así. la conducta antisocial podría estar asociada a déficits de aprendizaje co” base fisiológica. Los datos que se refieren a deficits de aprendizaje se disrutiSn dcntro de los déficits conductualcs. Debido a la relación e”trc tcstuterona plas”&ica y agresión en los machos de diferentes especies. las primeras inwzstigacioncs bioquímica en hum;l“os intentaron buscar tul rclwi6n. El trabajo inicial c” este drea de Persky. Slnith y Raso (1971) hallil relaciones entre autoinfornlcs de agresión y testostcro”Lü plasmática en varones dc 17 i( ‘2X años, pero II<! cn ~i,rones de m&s de 3 I años. El autoinfomx dc agresión verbal o física, especialmente en rcspucst~~ a la provocación y â In percepción dc ïmennza. corrrlacio”6 co” el nivel de testosterona cn adolescentes varones normales (Olweus, Mattsson, Schallin y Low, 19X0). Mattsson. Schalling, Olweus, Low y Svensso” (1980) hallaron tanrbién mayores “iveles de t~stastero”a plasmática en delincuentes violetttos que en individuos controles. Si” cn~hargo, los resultados de los estudios co” hormonas so” difíciles dc interpretar, dado que la test<~stc~ro”~ puede incremenmse en respuesta â siwxir~nes aversivac. estrcsantes 0 físicamente exlcnulntcs (Olweus y WI\._ 1980). Así. aunque estas difcrcncias horr”onales no son suficientes para explicar Ia contluctii egresiv;~ anrisocinl, pueden jugar un papel mediador en las rcsp~~estns individuales a dc~crminxl;~s circut~st~w cias u~?bie”tnies. La teorización respecto II pqwl de la serotonina uy In norad!~enalina (implicadas en los I~ICC~~~SIIIOS complementarios dc Uctivación-itlhibicion y excitilción, resprctiwmcntc) c” Ia condrlcta agresi\~a c impulsiva ha dirigido la investigación hacia los nivclcs de metabolitos dc csos nc\lr»trilnsl~~isores. Invcstignciones pioneros co” adultos hallaron relación c”tre niveles bajos de ácido 5.hirlroxindolacético (5.HIAA) en líquido cefalorraquídco (LCR) y una historia dc agresión e intentos de suicidio c” pacientes diagnosticados en primera instancia dc trastorno fronterizo de la personalidad (Brown, Ebcfl, Goyer, Jimerson, Klein, Bunney y Goodwi”. lYX2). Mbs recientemente, Virkkune”, Nuutila, Goodwi” y Linnoila (1987) compararon los niveles de mctabolitos en LCR en grupos de pirómanos, agresores violentos habituales y pacientes voluntarios hospitalizados. Las concentraciones más bajas de 5.HIAA y de MPGH @metoxi-4hidroxifenil-glicol, un metabolito de In noradrenalina) SC hallaron en los pirómanos: concentraciones significativamente inferiores se encontraba” en todos los agresores comparados co” los pacientes. 1.a relación entre conductas impulsivas-agresivas y ni- veles bajos de esos metabolitos (parlicularmente. el 5.HIAA) parece ser independiente del diagnóstico, habi&ndose hallado también en grupos de depresivos y esquizofrénicos (p. ej., Ba&¡, Arato, Papp y Kurez, 1984; Ninnan, Van Kammen, Schcinin, Linnoila, Bunney y Gnodwin. 1984). Aunque la generalización de esos hallazgos a los problemas dc conducta es limitada. el reconocimiento de tal relación parece estar fuera de duda. Los niveles de dopamina-~~:ta-hidroxilada (DBH, un enzima que participa en la conversión de dopamina en noradrenalina) en plasma han sido analizados en chicos con trastornos de conducta. Se han encontrado niveles significativamente ba.jos de actividad DBH en un gruyo irrfrasocializndo comparado con grupos de individuos socializados o de voluntarios normales (Rogeness. Hernández. Macedo y Mitchcll, 1982). En este estudio, cl grupo con trastorno de conducta socializado tenía nivclcs sifnificativzrnentc altos de catecol-0.metil transfcrasa (COMT, un m~ima que transforma a la dopamina y noradrenalin~~ cn sustmci~s inertes). Kogeness y cols. con pararon tamhiCn unü muestra de niños con un ~nivel pr&xic~mcntc igual acero de DLIH; admitidos eu un hospital psiqui6tnco para niños, con unü mnesrrn que poseía niveles de DBH más allos. Los vxones del grupo prdcticamente igual u cen) tenían mis síntomas de trastornos de conducta, más dificultades de concentración y más relaciones alteradas, pero rncnos síntomas de ansiedad y dcprcsión, que el grnpu de comparación. Un subgrupo con trastorno de conducta infrasocialirado lendia significativamente a tcncr niveles de DBH prácticamente iguales a cero. Sin embargo. la única relaciGn significativa entre diagnóstico y nivel de DBH en niñas fue un mayor número de diagnósticos de ansiedad por separación y ansiedad excesiva en cl grupo con bajos niveles de DBH (Rogeness, Hernández, Macedo, Amnmg y Hoppe, 1986). El amplio espectro de valores de esos enzimas y metabolitos en la poblacii,n normal (Ewinshilboum, Raymond, Elvebach y Weidman, 1973) hace que sus aplicaciones clínicas sean menos claras. Otro problema reside eu la falta de precisión en la mcdción bioquímica cuantitativa. Por ejemplo, en estos estudios las fiabilidades tcst-ïetest de las medicioKS son a menudo bajas. o no se señalan. La dieta, cl estrés y el ejercicio parecen jugar un papel en los procesos bioquímicos, e incluso la variación homeostárica puede contribuir u la variabilidad en la medicii>n. Más aún, factores bioquímicos similares están involucrados en diversos trastornos, por lo que la duda surge en torno a su di&niticación unívoca cn los trastornos de conducta. A pesar de ello, las rclaciones gen&icas del 5.HIAA en LCR (Sedvall, Fyro, Gullberg. Nyback, Weisel y Wode-Helgodt, 1980) y de la DBH y la COMT (Weinshilboum y cols.. 1971; Winter, Herchel, Propping, Friedl y Vogel, 197X) constituyen candidalos atractivos para futuras investigaciones sobre las inlluencias genéticas y bioquímicas en la conducta antisocial. Correlatos cmductuales La teorizacióo c investigación en torno il lo> déticits en la activación vegetativa ha dado lugar a uu notable inter&s por las manifestaciones conductules dz esos déficits. 1.a idea de que una activaciím vegetativa baja pucdc conducir a una neccsidxl de incrementar la estimulación ha sido puesta ü pwebn cn algunos estudios crm chicos con problemas de conducta muy parecidos a los de In dimensión TCAI. Los resultados sugieren que estos chicos n~wxt~x rncnos atención continuad;l que los grupos dc .T<:.S <> dc retraidos ansiosos (p. ej., On-is. 1969). así comer menor tiempo dedicado a inspeccionar estimulos novedosos si se le\ comparü con grupos de wuw’zcosn o de individuos controles normales (Whitehill, DeMeyer-Gapin y Scott, 1976). Aunque estos resulta dos pueden interpretarse como una propensitin hacia la busqueda de estimulación, los déficits de atención observacional son una reminiscencia de los niños con TDAH y podtian reflejar la existencia de tales niños en los grupos experimentales. La baja responsividad vegetativa parece estar implicada de modo similar en la responsividdd diferencial en tareas de aprendizaje. La investigación pionera en este campo de Lykken (1957) sugirió qne los adultos antisociales mostraban una ansiedad baja y una deficitaria capacidad para aprender n evitru una descarga eléctrica. Este d&licit en la evitnción pasiva (la evitación de uu estímulo ncg~tivo tal como un castigo o miedo por la inhibicii,n de una respuesta previamente castigada) fue investigado en un estw dio con varones adolescentes jóvenes idrntiticxios CO”,” «rerr3ct3ri«sn por sus profesores. Comporados con un gupo control emparejado de individuos no problemãticos. el grupo experimental mostró un mayor dificit en la evitación pasiva en respuesta a Ia descarga en una tarea que requería una sohrecompensación por el efecto de una ilusiiln visual (Davies y Maliphant, 1974). Se ha considerado que los déiicits en scnsihili- 214 Psicopatología infantil dad a ta recompensa social, dc gran importancia en el aprendizaje instrumental humano, están implicados en et desarrollo de los problemas de conducta. El apoyo a esta consideración se fundamentn en el estudio de Stewart (1972) que comparaba adolescentes TCAI, TCS y ansiosos-retraídos en una tana de condicionamiento verbal. Los sujetos TCAI redujeron significativamente el uso de verbos reforzados socialrncnte, lo que sugiere que tos comentarios sociales nu cran reforzantes para estos individuos. Sin embargo, esta relación no pacte hallarse en todas las situaciones y parece ser una rclacii>n compleja modulada por variables de la tarea y dc la respuesta (p. ej._ Dictrich, 1976). Se han encontrado déficits pequeños pero estadísticamente significativos en escalas de Cl y de CI verbal (CIV) rn grupos con problemas de conducta. comparados con una muestra estandarizada (Beitchman, Patterson, Glefand y Minty, 19X2). Sin embargo, tos inrentos por diferenciar los problemas de conducta de otros diagnósticos o de grupos no problemáticos mediante las puntuaciones del Cl (Bcitchman y cok., 1982) o subtests (Hale y Ladino, 19x1) no han tenido éxim Richrnan y Lindgren (1981) hallaron que cuanto mJs importante era el déficit vxbal, mayores eran los déficits aritmCtic”s, de lectura y conductuales. Estos autores sugieren que los déficits dc mediación verbal pucdcn estar implicados en UU habilidad disminuida para usar estrategias de autocontrol, tal como sc manitiesta en In escasa adaptación conductual y académica. Revisando los estudios que han intentado diferenciar tas características de los grupos con Trastorno de Diticit de Atención con Hiperactividad del DSM-III (TDAH) y los grupos con diagnóstico de Trastorno dc conducta, Weny y cok. (lYX7) concluyeron que et CI difícilmente diferenciaba grupos con trastorno dc conducta de los controles normales. Sin embargo, hubo alguna débil evidencia de que los nifios con TDAH y tos niños con diagnóstico dual de TDAH más trastorno de conducta tenían puntuaciones Cl m& bajas, especialmente en las medidas de habilidades verbales. Los dékicits en ta habilidad lectora están correlacionados a menudo con conducta antisocial (p. ej., McCee, Williams, Share, Anderson y Silva, 1986; Rutter y cots., 1970). Sin embargo. las muestras con problemas de conducta de esos estudios no distingucn entre TDAH, trastorno de conducta y diagnós- ticos duales. Werry y cok. (1987) mostraron datos en los que, cuando se realizaban estas distinciones, tampoco parecían diferir los gmpos normales y de control. Los défkits en tas kas relacionadas con la actividad verbal (tcctum u ortografía) se encontrnron en los grupos TDAH y <<TDAII más tmstomo de conducta» en cuatro de los cinco estudios revisados. Debido a la preponderancia de la agrcsividnd en los probtemxs de conducta. las investigaciones sobre ta relación entre CI, rendimiento académico y agresión son dignas de una consideración aparte. tmdingham y Schwartzman (1984) hallaron que los niños identificados por sus compaixros como agrwivos o agresivos-retraídos eran mzís proclives a pcrdcr un curso académico o a estar en un aula especisl que los niños retraídos o los controles después de 3 años de seguimiento. Estos resultados sugieren que ta agresión infantil puede predecir ta adaptación académica posterior. En un seguimiento de 22 años de niños etiquetados como agresivos por sus compañeros, Huesman, Eron y Yarmet (1987) hallaron que la agresión a los 8 años predecía el rendimiento intelectual (medido por tcsts que puntúan rendimientos) a los 30 años, mientras que el Cl a los 8 años no predecía In agresión en ta adultez. Estos autores proponcn un modelo de proccs” dual para describir la relación entre la agreskín y la actividad inteleclual; este modelo considera que et CI y et rendimiento ticnrn relaciones independientes. De acuerdo con dicho modelo. el efecto de la intctigencin sobre la conducta agresiva es probable que “curra hacia los X años y puede estar relacionado con déficits en las habilidades cognitivas ncccsarias para el desarrollo dc hahitidades no agresivas de resolución de prohtcmas sotintes. La agresividad puede entonces ejercer un efecto continuado sobre et rendimiento. Si el efecto es debido a prrturhaciones conductuates dc las oportunidades de aprendimje. a déficits atencionales asociados o <1 otros íactores. es una cuestión que necesita investigación complementaria. Las primeras teorizaciones sobre el desarrollo cognitivo especularon que tu conducta antisocial en tos niños podría relacionarse con inmadurez en el razonamiento moral (Anthony, 1956). Aunque la diversidad de metodologías y constmctos teóricos hace difícil una interpretación dc tos resultados de los diversos estudios, los hallazgos han apoyado generalmente la idea de que los delincuentes utilizan niveles inferiores de desarrollo del razonamiento moral en relación con controles apareados. Sin embargo, se han observado importanles diferencias interindividuales en los estadios de razonamiento moral de diferentes muestras de delincuentes (para revisiones, véase Blasi, 1980; Jurkovic, 1980). En las muestras de no delincuentes, los niños con problemas de conducta agresiva se ubicaban en niveles ligeramente inferiores de razonamiento moral comparados con los niños normales (Nucci y Herman, 1982). La madurez moral explicaba una parte pequeña, pero significativa (y mayor que la explicada por el sexo, la habilidad verbal y la clase social), de la vwianza de puntuaciones en problemas de conducta de una muestra de niños escolares normales (Bex y Richards, 1981). Hay muchas habilidades que parecen participar en cl juicio de los problemas morales. Entre ellas, el reponerse en lugar del otro>, (role-taking) parece ser la más importante (Jurkovic, 1980). Rottenberg (1974) ha señalado que dchc hacerse una distinción entre el role-taking wgnitiw y el afectivo, y los propuso corno conceptos opcrdtivrx para emparía y simpatía, respectivamente. Más recientemente, Ellis (1082) utilizó una medida de autoinformc dc cmpatía que poseía un amplio componcmc cognitivo para comparar delincuentes infrasocializados, neuróticos y socializados, con controles no dclincucntes. Todos los grupos dclincuentcs mostraban una empatía baja, siendo cl grupo de delincuentes neuróticos el que mostraba una menor puntuación, seguido de los grupos infrssocializado y socialirado. Los delincuentcs que habían sido acusados de actos agresivos eran signilicativamcntc menos empáticos que los delincuentes no agresivos o los no delincuentes. Aunque estos resultados sugieren que los déficits cognitivos más graves pueden estar presentes en los grupos infrasocializados, no se examinaron las posibles aportaciones del TDAH a estos resultados. Sin embargo, existe algún fundamento sobre el papel de los factores cognitivos en la inhibición de la agresión, Las dificultades inrerpersonnles, que son una de las características distintivas del TCAI, tienden a manifestarse a través de unas relaciones pobres con los compañeros (APA, 19X7). Sin embargo, algunos estudios de observacii,n se han dirigido â evaluar la naturaleza de tales relaciones. Konstantareas y Homaditis (1985) observaron que, comparados con cow troles normales, los niños con problemas de conducta mostraban mayor contlictividad intragrupo y tenían unas relaciones sociales menos predecibles. Estas caractetisticds parecen relacionarse con la incapaci- dad de este grupo para establecer jerarquías de dominancia estables. Los adolescentes jóvenes con problemas de conducta mostraban menor compelencia social que los controles, especialmente en su habilidad para participar en conductas positivas y de reciprocidad que son caraclerísticas del compañerismo (Panella y Hengeller, 1986). La significación clínica de las relaciones desadaptadas con los compañeros ha sido demostrada en estudios longitudinales que sugieren que el rechazo de los compañeros en una época temprana, como los años centrales de la infancia, es un predictor de desadaptación psicológica en la adultez (Cowen, Pederson, Bahigan, Izzo y Trost. 1973) y de delincuencia juvenil (Roff, Sells y Golden. 1972). Más aún. parece que los compañeros rechazados, que son también los más agresivos (reminiscencia del TCAI). tienen un mayor nesga de delinquir (Roff y Wirt, 1984). Los teóricos del desarrollo han señalado hace mucho tiempo la importancia de los campafieros en la evolución social, social-cngnitiva y cngnitiva, lo que ha determinado el surgimiento dc un creciente conjunto de investigaciones que han examinado cstos factores (Rubin, lYX3). Sc ha ohscrvado que los nifios rechazados por sus ~omp~iícrw (esto cs, Ias rehusados activamente y no los ignorados) se comportan más agresivamente, participan menos en târeas pertincntcs alas situaciones y más en tareas que no lo son (Dodgc, Coie y Brakke, 1982). y proporcionan menos refonamiento a sus compañeros en sus interacciones (Htiup, Glazer y Charleswoti, 1967) que sus compañeros de mejor estatus. Estos niños son percibidos por sus maestros y compañeros como agresivos y perturbadores (Gantrell y Pnnz, 1985). Los profesores describen también a estos niños como hiperactivos y pasivos-no atentos (Green, Vosk, Forehand y Bcck, 1981). experimentando diticultades ante las provocaciones de sus compañeros y con un comportamiento totalmente desacorde con las expect&as del profesor (Dodge, McClasky y Fieldman, 1985). Los otros factores sociocognitivos propuestos en la mediación de las dificultades interpersonales de los niños agresivos incluyen la resolución de problemas cognitivos interpersonales (RPCI; Spivack. Platt y Shurc, 1976) y el procesamiento de la información social (Dodge, 1980; Nasby, Hayden y DePaulo. 1980). La investigación en RPCI ha hallado que la formulación dc menos soluciones a los problemas está relacionada con una mala adaptación. incluyendo problemas conductuales exteriorizados (Spivack y Shure, 1974), aunque esta relación no se encontró en una muestra con niveles socieconómicos y Cl 216 Psicopatología infantil más elevados (Kcndall y Fischler, 1984). Sin embw g”, los niños etiquetados por sus compañeros como rechazados (Asamow y Callan, 1985) o agresivos (Richard y Dodge, 19X2) han demostrado diferir cualitarival”e”te en sus rrspucstns, generando una mayor proporción de soluciones agresivas a los problemas quï sus compañeros no agresivos 0 populares. 1.0s factores que pueden influir en las habilidades de resolución de problemas intcrpersonalss han merecido alguna &axión. Dslucy (1983) sefialó que los niños agresivos tendían a considerar las conductas agresivas como conductas que cllos <<debían» exhibir y que habían producido resultados favorablcs para ellos mismos y para aquellos contra los que SC dirigía la conducta agresiva. Este hallazgo sugicrc la existencia de dificultades en el conocimiento de la conducta social apropiada y de la adopción dc puntos de vista. Se han encontrado déficits específicos en habilidades para la resolución de problemas, incluyendo pensamiento altcmativo, formulación de consecuencias y juicios evaluativos drl aspecto positivo de las conductas agresivas (Deluty, 1YXS). Algunos investigadores han sugerido que las ditícultades interpersonalcs de los niños ugresivos pueden deberse a diferencia en su interpretación de los estímulos sociales, especialmente en la tendencia a atribuir intenciones hostiles 21 los demús. Los niños a~rcsivos rechazados socialmente son mk propensos que su<i compañeros no agresivos â asumir que 10s demás tienen intcncioncs hostiles (Dodge y Son,bcr:. 1987: Nasby y ~“1s.; 1980). Estas diferencias rn las tendencias atributivas son más parentes ante rstimulos ambiguos (Dodge, 19X0) y ante la amenza interpersonal (Dodgc y Somberg, 19X7). Los sesgos cn la atribución negativa suceden con más facilidad cuando el chico agresivo es el receptor de la situación que cnnndo está observando un evento dirigid” a otro compañero (Dodgc y Frnme, 1982). Los chicos agresivos muestran también sesgos perceptivos del nivel de agresión propio o de los compañeros en las interacciones interpersonales. subestimando su propia agresión y sobreestimando la conducta agresiva de los compaiieros (no agresivos) que asumen una postura opuesta a la suya (Lochman, 1987). Milich y Dodge (1984) evaluaron los déticits de procesamiento de la información social en pacientes hospitalirddos con diagnóstico de TDAH mk Trastorno de conducta. Estos chicos tenían una mayor tendencia que los controles normales a atribuir propósitos hostiles, a elegir alternativas de respuesta agresivas y a atender muy pocas señales interpersonales antes de tomar una decisión. TambMn mostra- ron dcticiencias en tomas de decisión y en la uliliración de señales cuando se les comparó con un grupo control con diferentes diagnósticos psiqukítricos. Tomados en conjuntol los resultados sugieren la presencia de diferentes d&ficits sociales y sociocognitivos en los niños agresivos. Las dificultxks en la interpretación de los estímulos socialcs pueden dar como resultado una mayor predisposiciím a emitir respuestas agresivas e inadaptativns que, Por su parte, ce rclxionan de modo causal con cl rechazo de los compañeros. Sin embargo, estas carencias en su5 relaciones no son el único iimhit” de dificultades interpersonalcs del niño con problemss de conducta. Tnmbi&n sc observan frecucntemrnts unas relaciones familiares deterioradas. Las primeras investigaciones que examinaron las características familiares asociadas a los chicos con problemas de conducta hallwon patologías paternas, desacuerdos matrimoniales, relaciones difíciles entre padres c hijos y deficientes estrategias disciplinarias (McCord, McCord y Hownrd, 1961; Robins, 1966). Los csfuwzos más recientes se han orientad” hacia una descripción mzís amplia de los parámetros implicados cn estas áreas y hacia un esbozo de la complejidad con que esas variables pueden intcrvenil- en In apariciiln de los problemas de conducta en los hijos. La asociación entre psicopatología paterna y problema de comportamiento en Ia infancia ha sido demostrada por diversos estudios epidemiológicos con poblaci6n general (p. cj.. Rutter. Yule. Quinton. Rowlands, Yule y Berger, 1975). A pesar de que, a menudo, Ios niños no muestran los mismos trastornos ” caracteristicas que sus padres, sí parece más fundamentada esta relación en el cas” de c~uacterísticas transgener~cionales asociadas con problemas de conducta, tales como la agresión (Huesmann y cok.. 1984) y la criminalidad (West, 1982). La asociación entre patología paterna y problemas de conducta recibió on firme apoyo de un estudio prospectivo de Rutter y Quinton (1984). quienes compararon las familias de pacientes psiquiátricos con familias controles. Los hijos de los pacientes psiquiátricos poseían una mayor tasa de alteración psicol6gica que a menudo implicaba trastornos de conducta. El riesgo para los hijos era mayor cuando los padres estaban diagnosticados de tmstorno de personalidad (delimitado por unas características anormales de personalidad y por un deterioro social durante toda su vida adulta) combinado con niveles elevados de comportamiento hostil (irritabilidad y agresión). Los padres de los niños remitidos a consultas clínicas por problemas de conduela han sido descritos como desadaptados, incoherenles, arbitrarios y propcnsos a expresiones explosivas de cólera (Becker, P~terson, Hellrnen, Shoemakr y Quay, 1959). Las madres sufren mayores niveles de depresión y ansiedad que las madres de los niños no remitidos a consulm (Gricst. Forehand, Wells y McMahon, 1980; Pattcrson, 1982). EI estado de humor depresivo en la madre SC ha asociado a mayores niveles de conducta ani>mala talo en muestras normales (Ikrey y Forehand, 1784) como en n~uestras con problemas de conducta (Baum. Ollendick y Reyna-McGlone, 1987). Puede argumentarse que, puesto que la depresión materna muestra me,jorín tras intervenir sobre los padres (Forehand. Wells y Criar. 1980). la conducta anómala del hi,jo ayuda a rlevûr los niveles de depresión. Sin embargo. en el caso de muchas madres la depresión pretratamiento se ha relacionado más con la apxición de situaciones y actividades nratcmales cotidianas (negativas y positivas) que con la conducta del hijo (Porehand y Furey, 1985). Comparados con muestras no clínicas; los padres vâ~ones de niños con problemas de conducta no indican hallarse más malhumorados o deprimidos (Patterson; 1982). Sin embargo, en muestras con problemas de conducta, sí se han hallado mayores puntuaciones de los padres varones en las escalas clínicas del MMPI cuando existían niveles elevados de conducta antisocial de los hijos (Johnson y Lobitz, 1974). encontr8ndose también conductas sociales problemáticas en esos padres, tales como criminalidad. alcoholismo, abandonos y promiscuidad sexual (McCord y cols., IYhl), y depresión (Baum y cols., lYX7). La cspccificidad de las carxtcrísticas pilkrnils cn los problemas dc conducta sc ha evaluado con más dctnllc comparando padres dc estas niños con padrcs dc niños que habidn recibido otru diagni>stico psiquiátrico. Por ejemplo, Slewart, DcBlois y Cummings (19SO) encontraron que los padres de los niìlos con KA1 tendían a sufrir alcoholismo y trastornos de personalidad antisocial con más frecuencia que los padres de nifios con otras alteraciones. aunque esta relación sólo fue significativa en el caso de familias de bajo nivel socieconórnicu En las madres se obsrrvó una tendencia no significativa a padecer mayores niveles de trastornos neurókos. Parece que el trastorno de conducta (con o sin TDAH) puede estar más relacionado con enfermedad psiquiátrica paterna que los trastornos de ansiedad o el TDAH, n pesar de que los datos existentes hasta el rnomcnto distan mucho de ser concluyentes (cf. Werry y cok., 1987). Las perccpsioncs que los padres tienen de sus hijos remitidos a consulta parecen estar influidas por el malestar de los propios padres. Puesto que losjuicias sobre si un hijo puede necesitar intervención psicológica están formulados, en la mayor parte de casos, por los adultos a partir de sus propias pcrccpciones de que el niño plantea problemas de conducta, la influenciaen las percepciones paternas mcrccc algún comentario. A pesar de que la mayoría de los niños rcruiklus a centros médicos por problemas de conducta mucstran mayores anomalías que los niños que no son casos clínicos, algunos de ellos no pueden diferaciarse. a nivel conductual. de los niños normalrs (cf. Grirst y cols., 1980). Diversos investigadores han seiialado que el malestar de las madres (especianvsnte drpwiiin e insatisfacción ~maf~-inxn~ii~l) es mejor predictor de las percepciones mntwnas en estc tipo de población clínica que el nivel de trastorno observable cn el niño (Christensen. Phillips, Glascow y Johnson, 1983; Griest y cok.. 1980). aunque ambos parámetros pueden nsociarse a esas percepciones maternas (Brody y Forehand. 1986). Se ha prestado menos atención ur los factores relacionados con la percepción paterna. Comparando percepciones paternas y maternas de nifios con problemas de conducta. las medidas directas de IU conducta del niño no pudieron explicar más varianza en la predicción de las percepciones paternas que la explicada por variables como la depresión del padre. Por su pate las percepciones maternas pudieron predecirse mediante una combinación de factores como la propia conducta de la madre (reforzamiento y órdcnes) y dcpresibn (Baum y Reyna McClonc. lY87). Christenscn y cok. (1983) señalaron que lar pcrccpcioncs pakrnas y maternas de la conduela del niño se relacionaban con conflictos conyugales y conduela ncgaliva hacia el niño, pero no con la conducta de ésa. Incluiremos en esta discusión sobre las cwacterísticas paternas la clase social, dado que tradicionalmente ha sido evaluadn de acuerdo con Iü categoría laboral del cabeza de familia. Incluso cuando se han considerado otras variables tales como renta fa miliar y nivel de estudios de los padres, la relación entre clase social (0 estatus sociozconómico) y trastornos de la infancia (incluyendo problemas de con- 218 Psicopatología infantil ducta) se ha mostrado inconsistente alo largo de la literatura. Por ejemplo, la clase social afectó poco a la aparición de problemas de conducta en un estudio epidemiológico con múltiples escalas (Rutter y cols., 1970) o a la predicción de conducta antisocial grave en la edad adulta en un estudio longitudinal con muestras clínicas y no clínicas (Robins, 197X). Sin embargo, un bajo nivel de ingresos familiares sí se ha relacionado con delincuencia pública (West y Farringon, 1973). En una revisión de la participación de los factores socioculturalcs en los trastornos infantila. Farriugton (1986) ha señalado que los aspectos de definición y medida pueden propiciar estas aparentes inconsistencias. El autor concluye finalmente que, aunque factores tales corno la carencia sociocultural parecen estar relacionados con problemas de conducta y delincuencia juvenil, no está claro que ejerzan un efecto directo en otros trastornos de la infancia independientemente de otros factores tales corno inteligencia del niño, criminalidad paterna, confliclos conyugales y hacinamiento. En conjunto, parece que las alteraciones psicológicas de los padres (especialmente la dcprcsión y ansiedad maternas y la conducta antisocial del padre) se relacionan con problemas dc conducta en el nico. Esta relación puede producirse a tra+s de la distorsión de las percepciones patenws, corno resultado de una exposición a niveles elevados de conducta hostil, a trav& de la perturbación padccidapor la familia y la consecuente interferencia cn la 1~11. ción paterna o, como se ha apuntado antcrinrmcnte. a través de inllucncias gcnélicss. Por último, los efextrn patoli>gicos cn los niños pucdcn derivarse de c<>r~clatos dc trastornos dc los padres, tales como la conilictividad matrimonial (Ruttcr y Quinton, 1984). Además, debido a la naturaleza corrclxional de esta rclacii>n, la patología u otras variables del niño pueden contribuir a, o interztuar con, la disfunción de los padres (Gricst y Wells, 1983; Pattcrson, 1982, 1986). Este análisis nos lleva de nuevo a considerar las influencias de los conflictos conyugales, la conducta paterna, asícomo las influencias recíprocas de la conducta de padres e hijos. La conflictividad conyugal ~orrclaciona con problemas de conducta en estudios epidemiológicos (p, ej.. Rutter, 1971) y muestras clínicas (McCord y cols., 1961; Porta y O’Leary, 1980). Sin embargo, tal relación no ha surgido en todas las muestras clínicas (Gries y cols.. 1980) y, cuando se ha observado, cabría la posibilidad de que. en una minoría de las familias remitidas a centros médicos, las dificultades matrimoniales pudieran deberse a la conducto alterada del niRo (Oltmanns, Brodcrick y O’Lenry, 1977). Wells y Forehand (1985) sugirieron que las inconsistencias en estos resultados podrían deberse alas definiciones de la relación matrimonial utilizadas en los estudios. Más concretamente. el conflicto abieno y la hostilidad están más clwamcnte relecionados con la conducta antisocial que la insatist% ción matrimonial. Se han propuesto diversos mecanismos para explicar la relación entre conflicto matrimonial y trastomo infantil. Por ejemplo, los padres que incurren en muchos conflictos pueden estar modelando conductas agresivas en el contexto conyugal o pucdcn predisponer a la realización de conducta agresivas, cn general. Por contra, los niños pueden est,ar directamente sometidos u la agresión paterna a trav& dc mecanismos como la disciplina punitiva de los padra. Más aún, es igualmente posible que la conducta problemática del niño contribuya a la distorsión de las relaciones entre los padres (üricst y Wells. 1983). Tal distorsión puede aparecer a trav& dc diversos mecanismos que incluyen la rwturalcza aversiva de las interacciones entre padres e hijos, los contlictos respecto a la educación o el incremento del estrés familiar general. La relación entre conflicto matrimonial y prw Nemas de conducta parece ser mucho mis caccha en los chicos que en las chicas (Porter y O’Lcxy; 1980: Rutter, 1971). Hetherington y Martin (lYX6) sugirieron algunas enplicacioncs posihlcs para esta relación, tales corno una mayor cxposicirín de los hijos al conflicto_ un menor apoyo y protcccii,n a los chicos que a las chicas cn las situaciones problemáticasS o una predisposici6n biológica de los varones a ser más suswptihles a los cfcctos del estrés. A pesar de la existencia de algún apoyo cmpírico para cada una de esas consideraciones, los hallazgos ohtenidos hasta el momento no son concluyentes. Aunque los hog,ares rotos y la ausencia del padre se han relacionado con trastornos de conducta, parcce que el conflicto que conduce al divorcio o separación y el subsiguiente deterioro de la educación Poterna son variables críticas en esta relación (Hctherington. Cox y Cox, 1982; Patterson, 1982). El estrés adicional determinado por la custodia paterna tras el divorcio puede distorsionar la educación del hijo incrementando la predisposición a unas interacciones padres-hijos coercitivas (Hetherington y Martin, 1986). Los efectos del conflicto conyugal y de la separación de los padres sobre la conducta antisocial del niño pueden paliarse mediante una relación positiva con, al menos, un” de los padres (Rutter, 1991). La implicación paternal con el niño tras el divorcio se relaciona con un funcionamiento más positivo del niño y de la relación madre-niño, pero sólo cuando el padre está adaptad” a la situación y existe un nivel bajo de conflicto entre los padres (Hetherington y cols., 1982). Estos hallazgos recalcan más la importancia de examinar la influencia de la relación padres-hijos y del contexto familiar en el desarrollo y mantenimiento de los problemas de conducta. Pauras educorivrrs e intrracciones familiares Sc ha señalado la contribución de algunos factores educativos en la conducta antisocial, tales como rechao paterno, permisividad ante la agrcsirín, falta dc supervisión. alra punirividad, escasez dc estrategias de resolución de problemas y comunicación insatisfactoria (Harbin y Maddcn. 19X3; Patters”“, 19X2: Sears. Maccoby y Lcuin, 1957). Además. la calidad de IBS interacciones pddrcs-hijo se ha asociado a diversas capacidades de los niiios. tnles como aptitudes sociales (Rumrind, lY78), popularidad entre los compaiisros (Roopnarinc y Adams, 19X7). comportamiento escolar y rendimicnt” xadimico (F«rehand, Long, Brody y Faber, 19X6), breas que constituyen a menudo un problema para los niiios c”” trastornos de conducta. Se han investigado algunas variables intcractivas específtcas mediante diversos estudios de “bservación. Se ha encontrado que las madres de niños con problemas de conducta emiten una mayor tasa de órdenes y comentarios críticos que las madres de niños no clínicos (Forehand, King, Peed y Yoder, 1975). Estas órdenes maternas tienden a ser imprecisas y a no acompañarse de la oportunidad de ser cumplidas por el niño (Forehand. Wells y Sturgis, 197X). LS madres de ni¡& con problemas de c«nducta son menos efectivas a la hora de detener la c«nducta alterada de su hij”, y tienen mayor predisp”sicii,n a responder a esas conductas tanto con may”res niveles de conductas aversivas (castigo) como con ligems incrementos de consecuencias positivas, tales corno atención social (Patterson, 1982). El papel de las órdenes maternas en la producción de la conducta alterada del nifio está bien d”cumentad«. Lobitz y Johnson (1975) encontrar”” que las madres de niiios normales podían hacerles parecer más problemáticos dándoles más órdenes. En rnuestras dc problemas de conducta, las órdenes maternas tienden a ser seguidas de condncta negativa por parte del hijo; esta predisposición es mayor cuando las órdenes son inconcretas que cuando son claras y específicas (Williams y Forehand, 19X4). Est«s hallazgos estjn corroborados por estudios que muestran la reducción â coti” y largo plazo de la conducta alterada del niño como consecuencia del adiestramiento de sus padres en comportamientos educativos más efectivos (p. ej.. Baum y Forehand. 1981; Forehand y Long, en prensa; Patterson, 1982). Se ha averiguad” que la frecuencia dc conductas aversivas dirigidas al niño SC relaciona con los contactos extrafamiliares de la madre. Wahler y cols. (1979) observaron que las madres que no mantuvier«n las mejoras “btenidas mediante entrenamiento dc padres señalaban a mcnud” la cxistcncia dc contactos sociales limitados y avcrsiws. Las reacciones avcrsivas dc esas madres <<aisladas>> frente a sus hij«s con problemas de conducta se rclaciunabun inversamente con el número de contactos sociales p”sitivos (Wahler, 1980), mientras que los contactos aversivos con “tr”s adultos se asociaron a mayores niveles de conducta aversiva co” sus propios hijos (Wnhler y Graves, 1983). Parece que un c”nfäct” SC>cial negativo adicional sirve pura producir una mayor distorsión en las ya negativas interacci”nes dc esas díadas madre-hijo. El conflicto con los hermanos también esti implicado en la exacerbación y mantenimiento de los trastornos de conducta. Los hermanos de niños agresivos tienen mayor predisposición a iniciar y mantener interacciones agresivas en el contexto de las relaciones entre hermanos; se han observado efectos particularmente patentes de tales interacciones en edades medias de la infancia y en la adolescencia temprana (Patterson, Dishion y Bank. 1984). Más concretamente, en este último grupo de edad, los intercambios agresivos entre hermanos contribuyen a la predicción de conducta antisocial, mientras que las interacciones agresivas entre la madre y el niñoproblema resultan poco predictoras. Al igual que “tras variahlcs rclacir)nadas cr>n los padres, SUS pwws educativas sun wnsideradas amenudo cwn” casalmcntc relacionadas con los trastornos de conducta del niño. Sin cmhargr), AnderSD”, Lytton y R”mney (lY86) ofrccicr”n datos sobre una inlluencia recíproca entre las madres y los hijos. Las madres de chicos con problemas de conducta y las madres de niños nomtales eran más negativas en sus interacciones con niños con problemas de cow ducta~que con niños nomtales. Andersen y cols. sugirieron que era la conducta del niño y no la de la madre la que ejercía la mayor intlucncia en las interacciones negativas. Asimismo, las madres de los chicos con problemas dc conducta fueron más nega- 220 Psicopatología infantil tivx. con sus propios hi,jos que con otros niños con cl mismo trastorno, un hallazgo que sugiere la prcsencia dc factores que surgen de la experiencia previa. Patterson y cols. (1982. 1YXh) han dcsarrollz~lo y proporcionado apoyo empírico para la construcción de una estructura teórica quï permita comprender cl papel de las relaciones padres-hijos en cl desarroll” de los problemas de cunducra. Proponen que la conducta antisocial se aprende en el c”ntcxto de secuencias de interacción familiar. El fracaso de los padres en castigar de modo efectivo las conductas negativas y coercitivas del niño conduce a una escalada de dichas conductas y sirve como hase para un entrenamiento en agresión. Estas secuencias dc comportamiento implican una conducta aversiva inicial por parte de un miembro de la familia (dar Crdenes, regatiar ” amenazar), una reacción cwactivâ del niño (desobediencia o quejas) y una retirada suhsecuente del estímulo uversiv” inicial. Este resultad” satisfactorio para el nifio incrcmentn la prcdisposicih a qoe. en el f.uturo, una conducta aversiva se encuentre con UIIU rcspursra coxt~“a. construyh dose así una situxión incrementadora de intercambios u\‘crsiYDs cada \c7 mis nmplios. A medida que acontecen cadenas coercitivas mús lx~x, SC produce una mayor prcdisposicibn il la ;Igresii,n física por pxre de los padres (Reid. 1YXhj y entre los hermanos. Aunque 1”s padres comiencen :I incrementar sus ~mcnnras y reprimendas en respuesta a la conducta coactiva del niño. no ehtk~ peedispuestos a llevar adelante su amenazas. Sin enhago. a intervalos no predecibles, pueden explotar y utilizar formas extremas de castigo físico (Reid. Taplin y l.ober. IOX 1). De hecho, Reid y cok han señalado que un tercio de los chicos con problemas de conducta de su investigación habían sido maltratados por sus padres. La mayoría de los correlatos conductuales y familiares analizados anteriormente permiten especular sobre si son el resultado de la desobediencia del niño y de las interacciones familiares coercitivas, o bien son factores qur contribuyen a la aparición de tales fenómenos. Por ejemplo, los niños que mucstran niveles elevados de conducta coactiva y agrcsiva (aprendida en el hogar) son más propensos a ser rechazados por sus compañeros. Junto a la desobediencia, las conductas coercitivas en el aula dan lugar a una disminución de oportunidades para aprender y auna capacidad académica inferior. Por “tm pwtte, diversos fxtores contribuirían II la inadecuada educación ejercidzz por los padres. Entre cllos se encuentran Iû insuficiencia de los modelos educativos paternos vividos cn las familias de origen de los padres, las limitaciones sociales y el ternpcramento del niño. La constclnción de cstresores xt”ântes sobre IDS padres (incluyendo Ia patología paterna) anteriormente corncntados se supone que perrurhan la adecuación de las relaciones fxnilinrcs (Pattcrson. 1986). De acuerdo con ell”. es dc esperar que las familias cun un sistema educativo ya inefectiw muesfren mayor nlteración al enfrentarse a cwï factores eîtresantes. IA escalada rcïu1tnnte dc CL>“ducta coercitiva pwdc cnntribuir dc modo recíproar â un rnay<>r estrés en los padres. El modelo coercitivo no es incompatible con los correlatos biológicos observados en los trastornos de conducta Se reconoce la contribución potencial del tempcranxnto del niño al desarrollo de trastw nos de conducta (Pattcrson, 1986). Aunque no est6 específicamente contemplado en cl modelo, la húsqueda de sensaciones y los d&zits de aprendizaje con base fisi”lSgica pueden contribuir n unos mayw res niveles de conductas nversiws cn los niños y a una menor responsividnd â los esl’ucrzos disciplinantes de los padres. Evaluación La evaluación adecuada de los niños con problemas de conducta requitrc un enfoque exhaustivo y medianll: diversos métodos. Las caractcristicas definitorias de la agresión, la mentira y la conducta dc oposición son propensas a acompaiíarsc de déticits en otros aspectos de la conducta. tnles como In escasez de relaciones con los compañeros y las dificultades académicas. Las dificultades familiares implicadas en el desarnllo ylo mantenimiento del trastorno deberían ser un punto importante dc la evaluackín. La evaluación de estas diticultades debe re& zarse cn diferentes situaciones, tales como el hogar, la escuela, la clínica y la comunidad. La evaluaci6n tranïituacional es compleja, pues requiere la participación de diversos informadores (entre ellos los padra, maestros, compañeros y los propios niños) y el uso de diferentes métodos de recogida de infbrmación (cf. Ollendick y Hersen, 1984). Escalas de evaluución En la amevista a los padres dchc obtenerse una historia evolutiva del niño-problema. Se recoge informacii,n en 10 que refiere a In propia historia y manera de comporrarse de los padres, así como ta,,,hién de los hermanos del niño. Otra informaciUn que dche recogerse en este ~nw~~e*m SC refiere a episodios familiares dc conducta antisocial y de trastornos psicológicos, malata matrimonial. estr& familiar, corltactos extrafamiliares positivos y negativos de los padres y “na descripcióo de las interacciones con sus hermanos o hermanas del nifio con problc~mts dc conducta En la cntrevisw al maestro, es importante evalwr el rendimiento acxlémico y las rclacioncs con los compafieros, así COLIIO las conductas perturbadoras. Existen algunas e~trc\Gstiu estructuradas para niRos y adolescentes que cw11ían un amplio abanico de sintomas y que pueden dar información respecto a las decisiones diagnósticas. Entre ellas citaremos cl Childrcn Assesrnmr S&drrle ~Hodges, McKnew, Cytryn, Stern y Kline, 1’1x2) y 1s IXngmutic Inlervicwfor Children und A¿~&scrnts (Herjanic y Reich, 1982; Kcich. Herjanic, Wclner y Ghandy, lYX2). ‘También muy ampliamente estudiada, la Chilri Rrhavior Checklirr (CBCL: Achenbach y Fdelbrock, 1983) cs un inventario a conrcstar por los padres consistente en 1 I 8 ítems, cada uno de ellos evaluado en una escala dc 3 puntos de acucl-do con la intensidad de Ia conducta ea cuestión. El análisis factorial revela como factores de banda ancha, la Interiorizacii,n y la Exteriorización, así como otros ocho o mwc factores de menor magnitud. Sc cncucmr~ un factor ügrrsii,n en todos los grupos y un factor delil~cumciil surge ,mra todos excepto par-d las chicas de 4 n 5 anos dc edad. Ademzis dc las escillils de prohleIWS de conducta, que evalúa un nmplio abanico de clificultades, se incluyen tres escalas de capacidad iactividades, apedos sociales y aspectos escolares). TambiCn existen versiones para mx\troc (7enchrr Rt,p<wt Fwm) y para a~lolescer~tes entrr I I y 18 años iYwh Rcpor-r Fornl) que constan de íktns adaptados de la escala original. ’ Las escalas conductuales y de waluacii>n proporcionan una medida econúmica y cuantitativa de los síntomas del niño, y muchas de ellas dan una informnciún útil sobre la situación del niño en relación â una muestra normativa, pudiendo utilizase para evaluar la eficacia del tratamiento. Existen numerosas escalas que evalúan conductas específicas caracteristicas de los problemas de conducta y de las diticultades a ellos asociadas (para rrvisio~~es, véase Ilumphreys y Cirr~inero, lY79; Spivxk y Swift. 197.3). Las consideraciones esenciales para la selección y el uso de tales escalas han sido indicadas por McMahon (1984). Aquí se dzscribirán algunos cjem[‘los que hemos seleccionado. 222 Psicopatología infantil El Eyberg Child Behavior Inventory se ha confeccionado específicamente para evaluar los trâst”~. nos de conducta en niños de edades comprendidas entre 2 y 12 años (Eyberg y Robinson, 1983; Robinson, Eyberg y Ross. 1980). Los 36 ítems son valorados por los padres según una escala de 1 a 7 puntos que evalúa la frecuencia de aparición (Puntuación de Intensidad) y tambiin si la conducta es conternplada como problema (Puntuación de Problematicidad). El instrumento proporciona datos normativos y unos criterios para la elección del tratamiento (Robinson y cols., 1980; Eybcrg y Ross, 1978). Se han desarrollado dos escalas de registro diario pan evaluar conductas del niño en el hogar desarrolladas de manera continua. El Parent Dnily Repon (Patterson, Chamberlain y Reid, 1982) es un inventario de 34 ítems sobre síntomas de trastornos de conducta que puede ser administrado por teléfono. El Uaily Child Behavior Checklisr (Furey y Forehand, 1983) es un cuestionario de 65 ítems quepoporciona escalas para evaluar conductas agradables y desagradables, cada una de las cuales contribuye de forma independiente auna puntuación total. Este tipo de medidas ofrecen alg,unas ventajas respecto a otros tipos de informes a carg” de los padres, por ejemplo, recopilar los sucesos en un momento inmediatamcnte posterior a los mismos en vez de solicitarlos respecto de un pasado no inmediato (24 horas IWSUS un lapso de tiempo largo 11 no especificado), así conm solicitar informes precisos sobre hechos objetivos que pueden estar menos intluidos por Ia percepciones globales de los padres (Furey y Forehand, 1983). Existen “tras medidas de autoinforme para evaluar otros aspectos del funcionamiento famili‘u. Por ejemplo el Beck Depressiun Inventory (Beck, Ward, Mrndelshn, Mock y Erbaugh, 1961) y el MMW (Hathaway y McKinley, 1967) propacionan medidas de patología en los padres. El contlicto y IU satisfacción conyugales pueden evaluarse con la O’Lraq-Purlrr Sc& (Porte1 y O’Lealy, 1980) y el Ir,cke-Wallnce Maritd Inventrwy (Locke y Wallace, 1959). Otros aspectos del estrCs y el clima familiares pueden evâluarse mediante el Fmily Problem Invermy (Barkley. 1981) o la Family Environrnenr Sc& (Moos y Moos, 1981). Aunque se han utilizado más a menudo como técnicas de cribado para niños de alto riesgo que como herramientas clínicas para tratamientos individualizados, los procedimientos sociométricos aplicados â los compañeros (tales como valoraciones 0 elecciones) son útiles para identificar nifios socialmente rechazados (véase Hops y Lewin, 1984). Observaciones contluctunles Es de gran ayuda el observar al niiío interxtuando cun aquellas personas más propicias a participar en, y a yene afectadas por, su conducta (padres, hcrmanos, maestros y compañeros). Este tipo de observaciiln proporciona la oportunidad de evaluar Ia frecuencia, intensidad y durxión de las interacciones coucitivas, así como las hzabilidades de c”municacii>n y dc resolución de problemas. Aunque se dan cambies c,n el comportamiento como reacción â la prcsencia del observador. como indican unas tres cuurtas partes de los estudios que han evaluad” la reactividad en las interacciones niño-adulto, lo que parccc quedar más afectadas son las conductas positivas y neutras de los adultos (Baum, Forchand y Zagiob, 1979). Por lo tanto, las conductas negativas cruciales que forman parte de las interacciones coercitivas pueden evaluarse con alguna confianza. Las observaciones in vivo son particularmente útiles para comprender el contexto en el que aparecen los problemas de conducta y pueden mostrar de manera más directa la apatici6n natural de la conducta problemática. Reid (197X) presentó instrucciones y codificaciones detalladas para llevar acabo observaciones en el hogx. Esrc sistema n”rtuali%ado de observación se ha utilizado ampliamente en farlilias con trastorno de conducta, habiéndose lleuado â cabo una cuidadosa evaluacirin de la fiabilidad ” WliJeL del mismo (véase Pattersm, I982). LLS observaciones en el ámbito clínico ofrecen una altwnativa menos costosa a las observaciones cn el hogar, suministrando muestras de conducta fucrtemcnte col-relacionadas con los comportamiemos observados en el hogar (Griest y cols., 1980; Zangwill y Kniskem, 1982). Una cstraregin utilizada muy u menudo en la observación de niños pequeños y de sus padres consiste en sugerir a los padres para que SC ocupen en actividades dirigidas por el nitio, dirigidas por ellos mismos. o de ase” (Forchand y McMahon. 1981). Se dispone de algunos sistemas de codificación que han mostrado fiabilidad y validez satisfactorias en distinguir entre nifios clínicos y no-clínicos y sus padres, y permiten evidenciar los cambios producidos por el tratamiento (Forehand y McMahon, 1981; Robinson y Eyberg, 1981). O’kay, Romanczyk, Kass, Dietz y Santogrossi (1979) desarrollaron un sistema de codificación para ser utilizado en observaciones en aula de niños con trastorno de conducta. Las conductas contempladas en este sistema distinguen a los niños agresivos de los no agresivos (Kent y O’Leary, 1976) e incluyen desobediencia, agresión y demanda de atención del profesor. Observaciones análogas pueden aumentar la ha- bilidad del terapeuta para evaluar las conductas de baja frecuencia y para determinar si una habilidad determinada se encuentra en el repertorio conductual del sujeto. Se han utilizado pruebas de representación de papeles, tales como el Bchavioral Assetiiveness Tesrfor Child-en (BAT-C; Bomstein, Bellack y Foley, 1979) y Behavioral Assertiveness Tesr for Boys (BAT-B; Reardon, Hersen, Bellack y Foley, 197Y). para evaluar las habilidades sociales de los niños agresivos. Estas pruebas requieren de la lectura al niño de unas escenas, seguida de una peque,% representwión normalizada de las mismas realizada por un colaborador. Estas escenas representan situâciones que contemplan respuestas asertivas positivas o negativas. Aunque algunos estudios han cuestionado la validez de estos instrumentos de medición, puesto que han hallado correlaciones bajas o moderadas con las observaciones en situación natural de la conducta social del niño (Walker, McConnel. Walker, Clarke, Todis. Cohen y Rankin, lYX3). el BL\T-B se ha utilizado con Cxito para distinguir entre chicos catalogados por sus profesores como muy asertivos o poco asertivos (Rrardon y cols., 1979). Debido a que los niños con problemas de conducta muestran a menudo déficits en su rendimiento académico, los tests de rendimiento intelectual y académico proporcionan una útil información para el cribado. Sin embargo, la evaluación de déficits académicos específicos y de posibles problemas de aprendizaje es un área compleja y controvertida, cuyo análisis y discusión esti fuera del alcance de este capítulo. Caso ilustrativo Dm IL, de 5 años dc cdad. vivía con su madre. la señora B.. y con su hermana pequeña. Amy, de 3 años. Sus padres sc habían separado Ie~almenle durante un año m,entrils esperahan el divorcio. Ei niño fue situado en un aula de prcescolar cn un centro de car:c~er religioso. Los rmaestms de Dan solicitaron una evaluüci6n psicológica dc éste tras algunos incidentes en lus que mostró conducta agresiva con sus compañeros. Los ~mûestros tunhién SBbían que Dan no seguía en muchos casos las indicaciones que se Ic daban. parecía m”strx dificultad cn nxmtener 18 atenciún y carecia aún de las habilidades de relación social adecuadas co” sus compañeros cn la escuela. La his- toria evolutiva de Dan, relatada por su madre, no señaló la existencia de pmblcmas prenatales ni de parto. Los hitos de su desarrollo evolutivu habían sido alcanzados en Iâs edades adecuadas. La exploración mEdica no reveló dcficiencias físicas o de audiciún. La señora B. explicó que Dan mostraba una gran dcmanda de atención hacia ella y que desde su infancia hahía sido un nifio nervioso y difícil de contentar. Señaló que en casa le mandaba hacer muy pocas cosas, puesto que tales mandatos daban lugar a discusiones y rabietas. También indicó que Dan había golpeado a su hermanita en varias ocasiones. La señora 9. respondía a la conducta agresiva y desohedientc de Dan bien enviándole a su habitación, bien intentando razonar con él. pero señal6 que ninguna de estas actitudes había sido cfcctiva para dixmi“oir estos problemas de conducta. El perfil CBCL dc Dan mostraba una elevada puntuaciún en cl factor agresivo, lo que apoyaba la existencia de anomalías rn las jreas de problemas de conducta. Duranrc una observación de la inleracción mUdre-niño, la reñora 9. dio una gran cantidad de órdenes. Sin embargo. Dan cumplía muy pocos mandatos de su madre, indicando muy a menudo que no la habia escuchado. Se observó muy pou interacción positiva entre Dan y su madre. Dan mostr6 asi~nismo tasas elevadas dc conducta dwlhedientc cuan do fuc observado en casa y participó en diversas dixusiw nes con SLI hcrmanita. 1.2 señora B. explicó que se hahia szpx;,do dc su marido debido a malos ~ratus dc carácter emocional. Indicó que. aunque cl marido 110 la hâhía agredido físicamente ni tampoco al nifio, les había amenazado en diversas ocasioncs estando bebido. Además, la madre de la señora 9.. que hahia constituido su más importante apoyo cmocionnl. había fallecido recientemente. En consecuencia, la señora B. había atravesado una época de deprrsiún que requirió terapia individual. La señora B. explicó que tenía muy pocos amigos íntimos, a excepción de una hermana que vivía en otro estalo, y que se senda muy aisla& sucialmcnte. En un primer con~act” telefónico. la señora T., macstra de Dan en el centro dz preescular. señaló que el nifio no seguía las indicaciones que se le daban. ni para realizar sus tareas escola~cs ni para responder a los mandatos dc s u s rnacstros. Señaló también que Dan carecía de habilidades para comportarse por sí solo de modo adaptado. Al niño Ic guîtaha probar cosas nuevas, pero sr rruströha rápidamcntc. incurricndn en nlhietas si no dominaba pwmo esas nucvi~s actividades. Dan hnhía s i d o visto golpeando B sus compâfieros en tres ocasiones diferentes y crria que ésta ua la razón de que tuviera mn pocos amigos en la clase. Una observación de la conduela drì Dan cn la escuela contirmó la mayor pane del informe de la señora T. Aunque en principio comenxaba a jugar solo, lejos del grupo de niños. ie aproximó al mismo en una ocasiún intcntmdo algo que nada tenía que ver con lo que se estaba haciendo, por lo que no le hacían caso. Dan no cumplía las indicaciones de los maestros y respondía a las preguntas de éstos con frases de una o d o s walabras como máximo. 224 Psicopatología infantil se le administrú una Escala de Inteligencia de Wechsler (c, WPPSI), mostrándose muy distraído dur;,nte la misma, vagando pur la hahimción y jugando con diversos objetos que allí hahín. Se le tenían que repetir a menudo las ins~mcciones y rcchazú divexas ,areas. En consecoencio. los resultados podrian subestimar sus habilidades. Las puntuaciones globales de Dan en la escala t~t:d y en la escala de CI verbal sc situaban en el intervalo cotm prendido entre nivel medio-hajo y nivel medio, mientras que su CI ~nvx~ipulativo se situaba cn cl término medio Un análisis de sus tcsts verhales reveló buenas ejecuciones en ,,na tare;~ que implicaha dominio de vocabulario. así como en una tarea de razonämirnto verhal ähstrsctn. Tuvn un rendimiento menor en tareas de elaboración verbal. talcs cumo conocimiento de palabras, juicio soci:d o apliución de conocimientos przícticos. Dan mostró una debilidad signilkttiva en áreas que requerían atenciún 0 conccnlración y también en aquéllas que implicahan coordinación \~is”m”t”ra. Dan y su madre fueron visitados a lo largo de 10 sesiones. La intcrvenciún se centró en enseñara la señora B. a rcorkntar su atención hacia las conducta positivas de Dan, ignorando sus demandas negativas de alrnciún, a dar firdenes correctas y I t~lministrãï un rtiempo muerto» (rime-uu,, â las conductas de desohcdicncia. Durante las illtirnas sesiones, la señora B. comenzó a ulilizar LSIS habilidades para alimular el desarrollo del autocuidado propio de la edad. la persistencia cn distintas tareas y IU conductaprosocial. Se animó tambi& a los maestros de Dan a prestar atencii>n a las conductas prosociales y de obediencia dc éste, señalándose la importancia de aplicar el &empo muerta» de modo consistente ante ta conducta agresivo, ignorando en dicho período las conductas inadecuadas. La scñora T. seiialó me.jorías en la conducta social del niño y Dan comenzó a panicipar de modo adecuado en los juegos de sus compañeros más a menudo. Sin embargo, la señora T. rimó en un principio “ n incremento de la conducta desobediente y de las rabietas cn la cscucla. Durante el ~ontxto final con la escuela, estas conductas negativas habían decrecido a sólo algunas veces por scmawa. Se finalicú el tratamiento cuando la seriora B. decidió abandonar el estado para vivir más cerca dc su hermana. La señora B. confiú en su habilidad para continuar los programas establecidos y seguir trabajando en la conducta pmhlemática de Dan en el hogar. c indicó su intención de contactar con un psicúlogo si la mejoría de Dan no proseguía cn casa 0 en la nueva escuela. Los problemas de conducta son uno de los frw tornos de infancia mis habituales en diferentes cutmis. La incidencia es mayor en varones que en mujera, y ticnde a aun~ntnr con la edad. Más aún. UIXI parte importante de esos nifios continuará mo<itru~do algún tipo de desadaptación en la edad adulta. Hay una falta de acuerdo entre los sistemas de clasificación provenientes de los enfoques dc anúlisis multivariante y clínico en lo que rcficrc a cüracterísticas y subtipos condnctunles específicos. A pcsar de ello, la agresión y la desobediencia son dos Características distintivas importantes. La agrcsividad constituye un patrón de conducta muy estable que tiende a preceder a trastornos de la adolescencia y Ia edad adulta. La desobediencia parece surgir pronto en Ia progresiún de síntomas y, por lo tanto, puede ser un objetivo adecuado para una intervencii,n temprana. Sc han consideratlo diversos factores en iii ctiw Iogíadc los problemas de conducta. Aunquc~ se carcC C dc investigaciones integradoras que cvalúcll Ii1 crmtribucióo relativa de cada un:t de esas variahlcs. los halln~&ws actuales proporcionan material suliciente para claborar una col?jetura sobre posihlcs relaciones dcntro de un modelo de diathesis-estréï. Ayi, puede espccular~c con que factores heredados de tipo neurnfisioli,gico. psicofisiológico y bio<luímico, indicüdorcs dc anormalidades en el estado de i,ctivnción. predispongan a los individuos <IU~ los p”seen a manifestar conductas infantiles aversivix. y a mostrar dSicits de aprendizaje y escasa reîponsividada los intentos disciplinantes de los padres. El cstrwor, la conducta paterna incoherente y coercitiva (que es más distorsionada si los padres presentan patología, conflictos matrimoniales o privaciirn sw ciocultural), interactún con esta predisposicii>n, TCsultando una mayor frecuencia_ una mayor intcnïidad y una mayor duración de In conducta prr)hlemAtica. Tal conducta puede contribuir u un incremento del estr& de los padres. distorsionando más la conducta educativa de éstos, comenzando así la escalada progresiva de la conducta antisocial del niño. La investigacidn sobre la evolución de los problemas de conducta ha sugerido que las conductas antisociales de alta frecuencia pero de poca grave- dad preceden a menudo a manifestaciones más graves. Esta sucesión en la agresión parece evolucionar de unas relaciones padres-hijo a unas relaciones con los hermanos y los compaieros. Además, si la conducta antisocial aparece en muchos ambientes. y s e da con gran frecuencia, duración e intensidad, suelen producirse peores resultados. A pesar de ello, es necesaio que se realicen investigaciones longitudinales que identifiquen las evoluciones conductuales concretas. Las formas más graves de los problemas de conducta son particularmente difíciles de tratar. prohahlemente debido a la interacción compleja entre el individuo y los factores de socialización que contrihuyen al desarrollo y mantenimiento de esos prnhlemas. Por lo tanto, es crucial la identificación F intervención tempranas en los niños y sus familias en los primeros momentos de la progresión antisocial. Referencias tke Child Bìhavior Chrcklisi nnd Hruicrd Child Behavior Profle. Burlington. VT: Queen City Pñnters. Achcnbach, T. M., McConaughy, S. M.. y Howell. C. T. (1987). Childladolescem behavioral and emotional prnblems: Implications of crnss-infonnat correlations for situational speciticity. P~ychological Bulletin, 101. 7 1 î.727 (3.‘ed.). Washington. DC: Autor. Ameritan Psychiatric Associarion. (1987). Din8norli<: ond Slari.sr;cd Manunl ojMmra/ Dirord~rs (3.’ ed. rcv. j. Washington, DC: Autor. Andasun. 1. C.. Williams, S.. McGee, R., y Silva, P. A. (1987). DSM-III disorders in preadolerccnt children: Prevalence in a large samplc from rhc general popular fion Archiws of General Pr\chiorry, 44, f&-76. Andersen. K. E., Lytlon. H., y Romney, D. M. (19X6). Moihcrs’ interactions witb normal and conduct-disardrred boys: Who affects whom? 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