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UNA VISIÓN DE LA POSTMODERNIDAD: LAS MEDICINAS ALTERNATIVAS Y EL CAMBIO
CULTURAL.
Matilde Panadero Díaz
Departamento de Sociología
Universidad de Sevilla
Introducción.
Me pregunto si las grises y profundas aguas del Sena despertaron a Comte de su
locura y le devolvieron al juicioso universo de los cuerdos. Puede que cuando contemplara su
imagen en el río, de pronto comprendiera que no se trataba más que del reflejo del convulso
mundo en el que le había tocado vivir. Miradas de un mundo social en extinción, visiones de
una nueva época que avistaba cambios trascendentales para el devenir del hombre en la
historia. Quizá la “herejía metafísica” que él tanto denunció en los iluministas, el abismo que se
abría entre la razón y el sentimiento, no hiciera más que anunciar el crepúsculo de un viejo
orden social y el advenimiento de una sociedad nueva, nacida de todos los cambios que
estaban aconteciendo.
El positivismo de Comte hunde sus raíces en la fascinación que sentía por la ciencia y
en el impulso por explicar la sociedad de su tiempo. Su tentativa de proyectar el método
científico en la exploración de la vida social, acabará transmutando la Física Social en
Sociología. Los instrumentos teórico-prácticos de la ciencia se prolongan en el análisis de la
sociedad. Así, el fundador del positivismo social tratará de buscar una ley que regule los
principios del comportamiento social y, en su denodado intento por acercar el método de la
ciencia al análisis de la sociedad, bautizará con el sustantivo de ley a su filosofía de la historia
recogida en la Ley de los tres estadios.
Comte fue de los primeros científicos sociales que se sumergió en el análisis de la
emergente sociedad industrial. La nueva ciencia, la Sociología, debía explicar el
funcionamiento de la sociedad. De este modo, concibió la recién llegada disciplina en su doble
vertiente: aquella que estudiaría el orden social, es decir, los mecanismos de cohesión social
(la estática social) y, la encargada de estudiar el progreso y el cambio social (la dinámica
social). Puede que su enajenación fuera tan sólo una quimera, pero en ella vislumbró la nueva
disciplina: “Pero Saint Simon, con su activismo extremoso –en el que se unen el espíritu de
aventura y empresa con la impaciencia mesiánica del reformador social-, no llegaría a formular
sino poco más que la pretensión de una ciencia social. Su ex discípulo y secretario Augusto
Comte, inventor del término ‘sociología’, sería también el autor de su primer tratamiento
sistemático en el marco del sistema positivo de las ciencias. Comte rechaza como “ambición
desmesurada” la inmediatez de la pasión política de su maestro, y salta del mundo real de la
praxis al orden lógico que debe seguir la realidad: dentro de él elabora los principios
fundamentales de la nueva ciencia. Así la revolución espiritual positivista pierde toda dimensión
1
subversiva: se prepara la legitimación académica y social de la Sociología y del positivismo,
conciliando la razón con el orden establecido” (Moya, 1982, págs. 31-32).
El nacimiento de la sociología está indisolublemente unido a la noción de cambio
social. La Revolución Francesa y la Revolución Industrial desatan los dos períodos críticos a
partir de los cuales, el pensamiento sociológico se articula como una racionalización científica
de la vida social: “No es así nada casual que las grandes síntesis sociológicas se hayan
producido en momentos de graves crisis y conflictos sociales, en momentos en los que el ritmo
histórico estaba planteando cuestiones y problemas radicalmente nuevos (Rodríguez Zúñiga,
1990, pág. 21). En la génesis de la sociología late con fuerza la ineludible explicación sobre el
tránsito de la sociedad tradicional a la sociedad moderna1. Los sociólogos clásicos buscaban
una nueva definición de lo social, una imagen de la sociedad que estaba emergiendo:
“Sociología, evolucionismo, positivismo, son la expresión esquemática de una nueva
concepción del mundo, cuyo espíritu motor radica en una suerte de secularización científica de
las ideas de divinidad y providencia, en provecho de un humanismo progresista y
mundanal…..El mundo no se sostiene ahora sobre una razón trascendental, sino que el
hombre realiza el sentido inmanente del mundo, en cuanto instaura históricamente la razón en
todos los ámbitos de la vida” (Moya, 1982, págs. 34-35).
Asimismo, a partir de los siglos XVII y XVIII las instituciones y las relaciones sociales
se secularizan, la comprensión del mundo y de la vida social ya no encuentran abrigo en
formulaciones sagradas o divinas. La Reforma Protestante de Lutero, la Revolución
Americana de 1770 y más tarde, la Revolución Francesa son las expresiones vívidas y
determinantes que en el plano ideológico manifiestan el inevitable cambio social. Apuntan
inexorablemente hacia el tránsito de formas tradicionales de vida a formas modernas de
existencia. Así pues, la noción de cambio social es una constante que subyace al
pensamiento sociológico desde sus orígenes. Desde los albores de la sociología, los
primeros sociólogos señalaron que el cambio es inherente a la propia dinámica de la
sociedad. La realidad social aparece como una red entreverada por el cambio y éste
conforma un elemento esencial de la misma. De este modo, en la “caja negra” de la realidad
social está guardado el germen del cambio. No se puede negar que la naturaleza del cambio
social trasluce en toda la sociología de Karl Marx, pero también en Durkheim cuando analiza
la división del trabajo o en Weber cuando plantea el análisis histórico de la sociedad.
Los procesos de cambio social acaban transformando las instituciones y, en
consecuencia afectan a las vidas de los individuos. La medicina como institución social no sólo
ha adquirido formas diversas a través de la historia2, sino que ha permanecido sujeta a los
1
Lamo de Espinosa hace alusión a ese paso o transición: “La sociología se ha construido alrededor de una diferencia,
de una dicotomía, de una línea de demarcación que señala todo un campo y un programa (Spencer-Brown): la que
separa lo tradicional y lo moderno (Lamo de Espinosa, 1996, pág. 73).
2
López (2001) destaca la amplia variedad de formas de medicina que han existido desde los inicios de la humanidad:
“El elevado número de formas de medicina resulta patente si, junto a las sociedades desarrolladas del momento
presente, se considera el resto de las existentes en la actualidad y a lo largo de la historia. Las actividades que integran
cada una de dichas formas pueden estudiarse como un conjunto de relaciones o interacciones sociales, es decir, como
un sistema social, o bien como un conjunto de pautas de conducta o comportamiento, entendiéndolas como un sistema
cultural. Al aplicar estos dos puntos de vista complementarios, las nociones vagas e intuitivas quedan sustituidas por el
2
procesos de cambio en los que se han visto envueltas las distintas culturas en las que aquélla
se ha venido desarrollando. En todas las sociedades conocidas la tarea de la medicina ha
consistido en mantener la salud, además de prevenir y curar la enfermedad. El Positivismo
aportó el método científico a la Sociología, contribuyendo al estudio e interpretación de la
realidad social. A partir de ese momento, las enfermedades empezarán a ser examinadas
como manifestaciones de las condiciones sociales. En consecuencia, las enfermedades serán
estudiadas en relación a la estructura social, a la estructura económica o, como señala
Ackernecht (1985), al contexto cultural. La enfermedad ya no es algo que afecta
exclusivamente al individuo, sino que concierne a todo el grupo social. De esta manera, uno de
los primeros en destacar la influencia que los factores sociales tienen en el origen de las
enfermedades, fue el historiador de la medicina Sigerist (1960). Del mismo modo, Rudolph
Virchow3 entendió que la medicina debía formar parte de la vida social y así, conseguiría los
objetivos perseguidos.
Desde este marco introductorio caben dos cuestiones a plantear. La primera tiene que
ver con el proceso de cambio social que en plena Modernidad, forjó la institucionalización de la
medicina científica como opción única y hegemónica frente a otros recursos terapéuticos. La
segunda cuestión, aborda el cambio social y cultural acontecido en las últimas décadas en las
sociedades más desarrolladas de occidente, en relación al apogeo experimentado por las
medicinas alternativas.
1. La racionalidad científica en el discurso de la Modernidad: la institucionalización de la
medicina.
La Revolución Industrial originó un conjunto de cambios en la organización social y en los
modos de vida europeos a partir del siglo XVIII. Este proceso de cambio ligado a pautas
sociales nuevas, es decir la Modernidad se convirtió en el desvelo principal de la sociología.
Una de las cuestiones más directamente asociadas a la idea de Modernidad es la noción de
racionalidad científica. La Modernidad representó el éxito de la racionalidad científica. Una
época coronada por el imperio de la ciencia, frente al dominio secular de la religión existente en
la sociedad feudal estamental. Si bien las revoluciones científicas de los siglos XVI y XVII se
asentaron sobre una concepción mecanicista de la naturaleza, el nacimiento de la ciencia
moderna significó la ruptura con el enfoque aristotélico del universo. El triunfo del
reduccionismo físico-químico se alzó sobre las cenizas aún calientes de visiones más holísticas
concepto preciso de sistema, lo que supone equiparar la medicina a los demás subsistemas resultantes del análisis
sociocultural” (López, 2001, pág. 48).
3
Ackernecht resalta el interés de Virchow por acercar la medicina a las ciencias sociales: “Hace unos cien años,
Rudolph Virchow, un hombre de 27 años que se iba a convertir en el ‘papa’ de la moderna medicina biológica durante
las siguientes cinco décadas, afirmó que ‘la medicina es una ciencia social’, una afirmación de la que curiosamente
nunca se retractó. La verdad fundamental de la tesis de Virchow estuvo durante un tiempo oscurecida por los grandes
descubrimientos biológicos de la segunda mitad del siglo XIX, pero durante las últimas décadas se ha impuesto con
fuerza entre nosotros en una sociedad que sufre numerosas enfermedades no por ignorancia biológica sino
sociológica” (Ackernecht, 1985, págs. 119-120).
3
e integradoras del mundo. En este sentido, Galileo y la Escuela de Padua son lúcidos
exponentes de la idea de “especificidad”, eje sobre el que va a gravitar toda la empresa
científica hasta nuestros días. Pudiera ser una casualidad que el año en el que muere Galileo,
coincide con el año del nacimiento de Newton, aunque más bien parece que el genio italiano le
pasa el testigo al físico inglés. Los descubrimientos de Galileo, las contribuciones de Descartes
y la física newtoniana4, se van agregando sucesivamente a la construcción del edificio científico
moderno. Weber apuntó hacia los antecedentes de las dos herramientas primigenias de la
ciencia, las cuales instrumentarán la empresa científica moderna: “Junto al descubrimiento de
la lógica en Grecia aparece, como fruto del Renacimiento, el segundo gran instrumento del
trabajo científico: el experimento racional como medio de una experiencia controlada y digna de
confianza, sin la cual no sería posible la ciencia actual” (Weber, 1972, pág. 204).
Los cimientos de la nueva ciencia se implantan en el terreno del agitado y cambiante
paisaje sociocultural europeo. La Ilustración condena el Antiguo Régimen y catapulta un
nuevo orden social, que más allá de lo simbólico representa la conquista de la razón. El
pensamiento moderno se expande por todas las esferas científicas y culturales de ese
tiempo. A su vez, en el debate sociológico de la Modernidad palpita intensamente el discurso
sobre el avance de la ciencia. En este sentido, la vía subjetiva de progreso científico fue
negada por Comte: ”Una vez que tales ejercicios preparatorios han comprobado la inanidad
radical de las explicaciones vagas y arbitrarias propias de la filosofía inicial, sea teológica,
sea metafísica, el espíritu humano renuncia en lo sucesivo a las indagaciones absolutas que
no convenían más que a su infancia, y circunscribe sus esfuerzos al dominio, a partir de
entonces rápidamente progresivo, de la verdadera observación, única base posible de los
conocimientos verdaderamente accesibles, razonadamente adaptables a nuestras
necesidades reales” (Comte, 1984, pág. 39).
Al mismo tiempo, Weber (1979) concibió el proceso de racionalización como el punto de
partida de la sociedad capitalista. Este proceso, que él consideraba típicamente occidental, se
originó con la aparición del ascetismo protestante calvinista. Ello provocó una dinámica
histórica de racionalización de la conducta de los individuos: Weber lo definió como proceso de
racionalización de la sociedad. Lo que se entiende como realmente substancial en el paso de la
sociedad tradicional a la sociedad moderna5, es el triunfo de la racionalidad instrumental como
modelo dominante del pensamiento. La Revolución Industrial y junto a ésta la aparición del
capitalismo, legitiman la conquista de la racionalidad. La influencia de la tecnología en el
cambio social era importante para Weber, aunque no determinante; el potencial genuinamente
4
Rodríguez Zúñiga apunta la influencia decisiva del modelo de Newton en la cultura europea: “En lo que importa ahora,
hay que registrar la (por así decirlo) fascinación que el modelo newtoniano ejerce sobre el pensamiento de la
Ilustración. Deviene éste algo tan básico que, como se ha dicho, las Luces son incomprensibles sin él: forma parte del
subsuelo cultural” (Rodríguez Zúñiga, 1990, pág. 29).
5
Autores contemporáneos como Anthony Giddens ha denunciado los efectos perversos de la modernidad, entendida
como una estructura que se relaciona con el yo: “La modernidad altera de manera radical la naturaleza de la vida social
cotidiana y afecta a los aspectos más personales de nuestra experiencia. La modernidad se ha de entender en un
plano institucional; pero los cambios provocados por las instituciones modernas se entretejen directamente con la vida
individual y, por tanto, con el yo” (Giddens, 1995, pág. 9).
4
transformador de la sociedad está en las ideas. Según esto, la sociedad moderna es el
resultado de una forma nueva de pensar el mundo. Max Weber sostenía que todas las
instituciones modernas se verían afectadas por la racionalidad instrumental, lo que conduciría a
la burocratización de la sociedad. El cálculo empírico y el pensamiento racional y científico
llevarían a la racionalización absoluta de la vida social y, por tanto, a la burocratización del
aparato institucional y de las organizaciones.
En este contexto de cambio social decisivo se gesta el proceso de institucionalización de la
medicina, a la vez que se configuran las bases de un modelo médico hegemónico (Menéndez,
1981). Dicho proceso tiene lugar en un momento histórico en el que se están produciendo una
serie de fenómenos relacionados: la emergencia de las ideas democráticas y liberales sirve de
apoyo y sostén al nuevo marco político-institucional que representa el Estado liberal. Es un
período en el que se están formando los primeros Estados nacionales dentro del mosaico
continental europeo; la Revolución Industrial, la formación del proletariado industrial; la
expansión de los Imperios coloniales y el desarrollo urbano-industrial. En este marco social en
fase de transformación, la medicina científica encuentra el medio apropiado en el que asentar
su supremacía, a partir de ese momento será reconocida, legitimada y amparada por las
instancias oficiales del naciente Estado moderno. En este sentido, Foucault (1978) sostiene
que la implantación de un determinado modelo de medicina supone un elemento de control
social e ideológico por parte del Estado liberal del XIX.
De igual modo, la economía industrial genera nuevos problemas y también nuevas
necesidades: el crecimiento del proletariado fabril que demanda una mayor asistencia, así
como la necesidad de hacer frente a las enfermedades nuevas que están surgiendo como
consecuencia de la industrialización. Paralelamente, tiene lugar la sanitary revolution (Berliner,
1984) que implica una serie de reformas medioambientales como la mejora de las condiciones
de habitabilidad (saneamiento urbano) y de trabajo, lo que se traduce en parte, en un descenso
importante de la mortalidad, al tiempo que se incrementa la esperanza de vida.
Todos los factores arriba mencionados configuran el marco idóneo que consolida y legitima
un modelo de medicina, del que van a ser descartadas otras opciones terapéuticas. Este nuevo
enfoque, más centrado en el estudio de las funciones y los órganos del cuerpo, enfatiza la
observación de los síntomas por encima de la explicación de la enfermedad. El saber médico
se asienta en el conocimiento del cuerpo y sus patologías. El foco de atención no se dirige a la
persona enferma, sino que por el contrario se dirige a la enfermedad, en consecuencia el
tratamiento de la enfermedad se vuelve prioritario. Nos encontramos ante una concepción
nueva de la salud y la enfermedad que aísla otros recursos terapéuticos. Menéndez (1990)
pone el énfasis en el surgimiento de un nuevo discurso ideológico médico en el que la salud y
la enfermedad son tratadas de forma exclusiva y excluyente, cercando otras alternativas
posibles a ese planteamiento teórico-ideológico. En este sentido, los fundamentos de la
medicina científica encuentran su eco en un nuevo orden social. El éxito de la nueva ciencia
médica es el reflejo del esplendor de una nueva época, más racionalizada y organicista. Así, se
sumirán en la oscuridad todas aquellas terapias que tradicionalmente coexistieron en perfecta
5
armonía, formando parte de todo un conjunto de conocimientos, del que era partícipe la
comunidad, que además de orientar sobre la salud y la medicina representaban un modo de
vida. Dichas prácticas terapéuticas fueron excluidas de la medicina ortodoxa por no ser
consideradas científicas y se vieron sometidas a un proceso de confinamiento6,y subsistiendo
en muchos casos como saberes oscuros y supersticiosos, símbolos de una época de
irracionalidad
2. Modernidad y postmodernidad: de la medicina científica a la medicina alternativa.
El pluralismo médico es un fenómeno existente en todas las sociedades a lo largo de la
historia (López, 2001). Dicho término hace referencia a la coexistencia de diversos recursos
asistenciales y terapéuticos, es decir al conjunto formado por diversas medicinas, de las cuales
un mismo paciente puede hacer uso de manera simultánea. Hay que tener en cuenta que la
medicina en las sociedades premodernas era vista más como una ocupación que como una
profesión vocacional. Cualquiera estaba capacitado para practicar la curación, puesto que no
existía un cuerpo de conocimientos compartido, además de pocas limitaciones legales (Porter,
2001). En este contexto resultaba dificultoso distinguir entre los practicantes “oficiales” y los “no
oficiales”. El desarrollo del mercado, unido al crecimiento de las clases medias en el
capitalismo industrial produjo una competencia entre las diferentes prácticas médicas, ya que
cada una pugnaba por conseguir un espacio en ese nuevo mercado. En este contexto social la
medicina “oficial” fue combatiendo otras alternativas médicas, paulatinamente fue ganándoles
terreno y, finalmente, consiguió quedarse con el monopolio profesional. De este modo, algunas
prácticas asistenciales se vieron sometidas a un proceso de secularización (Ehrenreich y
English, 1988), quedando relegadas a una posición subordinada y dependiente dentro de la
estructura de cuidados, mientras que otras serán finalmente apartadas como la curandería. Las
mujeres que ancestralmente ocuparon un lugar importante como sanadoras en el ámbito de los
cuidados de salud7, fueron poco a poco siendo desplazadas. Así, las comadronas8 fueron
suplantadas gradualmente por los parteros u obstetras. También la enfermería tradicionalmente
ligada a los cuidados domésticos y a las órdenes religiosas, más tarde emergerá con fuerza
6
Comelles señala que a partir del siglo XVIII los médicos monopolizaron todo el campo de la salud arrinconando otros
recursos terapéuticos: “La atención de salud estaba confiada mayoritariamente a los particulares y sus redes sociales,
apoyada por multitud de oficios curadores y por una red institucional (hospitales, hospicios y santuarios) destinados a
ofrecer asilo, cuidado o intervenciones curativas de naturaleza milagrosa. A partir del siglo XVIII su estrategia se centró
en dividir la atención en salud en un sector gestionado por médicos con criterios técnico-científicos, y un cajón se
sastre de prácticas ‘tradicionales’ o folk que debían ser aculturadas por asistemáticas o supersticiosas” (Comelles,
1993, pág. 171).
7
Oakley (1992) sostiene que las mujeres habían conformado tradicionalmente una parte primordial del pluralismo
médico, eran conocedoras y depositarias de todo un arsenal de hierbas y de raíces de plantas, imprescindible para la
provisión de los cuidados de salud.
8
Duin y Sutcliffe (1992) destacan el papel crucial que las mujeres sanadoras representaron en la esfera de los
cuidados de salud en lo que al alumbramiento de los niños se refiere. Ahondan en el hecho de que dicho fenómeno se
remonta a fases muy tempranas de la civilización.
6
profesional en el marco de un mercado competitivo. De igual manera, otros sistemas médicos
como la homeopatía y el naturismo se verán sometidos al ostracismo.
La medicina científica o biomedicina9 ganó influencia por encima de otras opciones
terapéuticas a lo largo del siglo XIX. Al asumir los principios del Positivismo, la tarea científica
consistió en demostrar que sólo era válido aquel conocimiento susceptible de ser observado,
medido, experimentado. El descubrimiento de la bacteria y la teoría de la etiología de Koch hizo
que la medicina fuera más dependiente de otras ciencias como la biología y la química
(Berliner, 1984). De esta manera, los primeros hallazgos de carácter bacteriológico, afianzaron
los principios orgánicos como origen de las enfermedades, fortaleciendo la perspectiva
biologicista10 de la medicina.
En los últimos cien años la medicina científica se ha extendido por todo el planeta y ha
conseguido un lugar dominante aunque no exclusivo, en los países del tercer mundo,
conviviendo en muchos casos con las medicinas tradicionales de aquellos lugares. Así,
Kleinman (1980) analiza la coexistencia de distintos sistemas médicos en la isla de Taiwan,
tales como la biomedicina, la osteopatía americana y la medicina tradicional china. A lo largo
del siglo XX la medicina científica ha ejercido un predominio absoluto en la esfera del
pluralismo médico, estableciendo su jurisdicción en el ámbito de la salud y la enfermedad. Sin
embargo, en el último tercio del siglo XX el paradigma biomédico ha visto socavado su
influencia por la irrupción de medicinas no convencionales. A partir de los años 80 en las
sociedades occidentales más desarrolladas se ha producido un incremento considerable del
uso de las medicinas alternativas. Llama la atención el hecho de que este fenómeno tenga
lugar en aquellos países donde la medicina científica está más avanzada. El interés que dicho
fenómeno ha despertado queda reflejado en el creciente número de estudios y artículos
publicados en revistas científicas como Journal of the American Medical Association, British
Medical Journal o Annals of Internal Medicine, principalmente.
La primera dificultad que entraña el estudio de la utilización de las medicinas alternativas es
la denominación de las mismas, ya que el término engloba una extensa variedad de terapias
que se fundan en tradiciones diversas y cuyos sistemas diagnósticos y terapéuticos difieren
entre sí (Bruguera i Cortada, 2003). No obstante, pese a la complejidad y debate que este
asunto concita, el término más ampliamente admitido es el de medicinas alternativas y
complementarias (MAC). Independientemente de la discusión que la denominación del término
pueda generar, la cuestión central es la amplia aceptación que estas terapias están teniendo
entre la población. Numerosos estudios realizados en Estados Unidos, Australia y Europa
9
López (1990) señala que el proceso de arraigo y consolidación de la biomedicina no tiene más de 150 años, aunque
la medicina de índole galénica inició un proceso de desintegración a partir del Renacimiento con las aportaciones de
Vesalio y Paracelso.
10
Devillard hace una apreciación interesante a este respecto: “Es de constatar que, en el origen, la distinción entre lo
social y lo biológico deriva del proceso de segmentación de la realidad social por la ciencia y la creciente
especialización de sus diferentes disciplinas, lo que dio lugar al aislamiento de lo fisiobiológico por la medicina”
(Devillard, 1990, pág. 81).
7
apuntan al notable incremento de las MAC en los últimos años. Así, en una encuesta realizada
durante 1990 se detectó que el 34% de los ciudadanos norteamericanos había utilizado algún
tipo de terapia alternativa. Al mismo tiempo se registraron 425 millones de consultas a
profesionales alternativos, 40 millones de veces por encima de las visitas a médicos
generalistas (Eisenberg y otros, 1993). Posteriormente, un seguimiento de dicha encuesta ponía
de manifiesto que el porcentaje de utilización ascendía al 42% y que el número de consultas
realizadas a practicantes de medicinas alternativas ascendía a 629 millones de consultas, por
encima del número de visitas al médico convencional (Eisenberg y otros, 1998). En el Reino
Unido 12 millones de personas utilizaron alguna medicina alternativa durante 1993. En 1997 la
cifra alcanzó a 15 millones (Zollman y Vickers, 1999).
Sobre el uso de MAC en España no se dispone de muchos datos debido a la carencia de
estudios y encuestas que aborden la temática en profundidad. Las únicas estadísticas que
ofrecen alguna información sobre la utilización de estas medicinas son las Encuestas de Salud
de Cataluña (1994 y 2002) y la Encuesta de Salud de Barcelona (2000-2001), en ambas se
pregunta por visitas realizadas a homeópatas, naturistas y acupuntores. Se sabe que en
España el uso de MAC ha aumentado considerablemente en los últimos diez años, pero la
información disponible es fundamentalmente cualitativa (Gol-Freixa, 2003).
La eclosión de las medicinas alternativas se produce en un momento en el que las
sociedades industriales avanzadas están experimentando un período de cambios que se
aprecia en diversos ámbitos: social, cultural, político y económico. Desde la sociología
numerosos autores observan y analizan esas transformaciones que se han denominado
posmodernización. Así, Inglehart (1998) explora toda esa constelación de cambios, señalando
que está emergiendo una cultura nueva que aporta valores y estilos de vida distintos. Se abre
un abanico de posibilidades donde la pluralidad y la diversidad admiten múltiples
combinaciones. El cambio postmoderno también se observa en las tendencias religiosas, en
las normas sexuales, así como en los roles de género. Del mismo modo, Inglehart subraya que
una de las corrientes postmodernas pretende “recuperar” rasgos primordiales de las culturas
tradicionales: “Otra perspectiva considera el posmodernismo como la revaloración de la
tradición. Se invierte así una de las principales tendencias de la modernización. Los
asombrosos logros de la ciencia y la industria durante los primeros años de la era moderna
hicieron del Progreso un mito y desacreditaron radicalmente la tradición. Lo ‘Nuevo’ comenzó a
ser virtualmente sinónimo de lo “bueno”. Más recientemente, la pérdida de prestigio de la
racionalidad instrumental de la modernidad no sólo abrió las puertas para que la tradición
recuperara su estatus, también creó la necesidad de un nuevo mito legitimador. En la visión
posmoderna del mundo la tradición recupera su valor positivo, especialmente las tradiciones no
occidentales” (Inglehart, 1998, pág. 31).
En el siglo XIX la modernización acabó con la sociedad agraria estamental y construyó un
nuevo modelo sobre los cimientos del emergente fenómeno de la industrialización, para pasar
en nuestros días a una nueva forma social. Ulrich Beck ha denominado sociedad del riesgo a
8
ese nuevo modelo: “A la base de todo esto se encuentra la idea de que somos testigos (sujeto
y objeto) de una fractura dentro de la modernidad, la cual se desprende de los contornos de la
sociedad industrial clásica y acuña una nueva figura, a la que aquí llamamos “sociedad
(industrial) del riesgo” (Beck, 1998, pág.16). El proyecto de la Modernidad en tanto
representaba la conquista de la libertad y la seguridad se ha resquebrajado. Las formas de vida
y de trabajo surgidas de la sociedad industrial clásica (familia nuclear, roles de género,
funciones sexuales, oficio, etc.) se diluyen en el escenario de un proceso imparable de
individualización. La individualización desencadena nuevas formas y estilos de vida, nuevas
identidades sociales donde: “El propio individuo se convierte en la unidad de reproducción vital
de lo social” (Beck, 1998, pág.166).
Del mismo modo, Bauman (2001) destaca dos aspectos esenciales que caracterizan y
diferencian la modernidad avanzada. El primero de ellos tiene que ver con el
desmoronamiento de las “ilusiones modernas” y añade: “El segundo cambio trascendental es
la desregulación y la privatización de las tareas y deberes modernizadores. Lo que se
consideraba como una tarea planteada a la razón humana, como atributo colectivo y
propiedad de la especie humana, se ha fragmentado –‘individualizado’, abandonado a la
valentía y aguante individuales- y asignado a unos recursos individualmente administrados.
Aunque no se ha abandonado por completo la idea de mejora (o la modernización del statu
quo) por medio de acciones legisladoras de la sociedad en su conjunto, se ha pasado
decisivamente a hacer hincapié en la autoafirmación del individuo. Este fatídico alejamiento
se ha reflejado en el paso del discurso ético/político de la ‘sociedad justa’ a los ‘derechos
humanos’, es decir, al derecho de los individuos a seguir siendo diferentes y a escoger a
voluntad sus propios modelos de felicidad y su propio estilo de vida” (Bauman, 2001, págs.
120-121).
En este sentido, individualización implica fragmentación: en la sociedad postmoderna se
ha producido una quiebra en los valores, en la concepción de los tiempos y de los espacios.
Las nuevas tecnologías están imprimiendo profundas transformaciones en las vidas de los
individuos. La rapidez de la sociedad de la información produce lo que Urry (1997) denomina
tiempo instantáneo, es decir que la concepción del tiempo ya no es la de la etapa industrial,
la dimensión espacio-tiempo se comprime. La incertidumbre es una constante en nuestros
días, se vive con una permanente incertidumbre respecto al futuro: “Las sociedades han
perdido el sentido de su destino, y el devenir no tiene finalidad” (Picó, 1998, pág.591).
Igualmente, para Urry (1997) el postmodernismo no sólo tiene que ver con una serie de
transformaciones producidas en el campo de la arquitectura y de las artes, sino que en
términos generales está estrechamente vinculado con la vida social y cultural. Así, matiza
que uno de los rasgos más distintivos de la sociedad postmoderna es la mutación originada
en la naturaleza de la identidad social de los sujetos y, ello es debido a las transformaciones
que han tenido lugar en la cultura y en el modo de organización de las sociedades
avanzadas. Hay una mayor apertura y fluidez en las identidades sociales postmodernas.
9
En este nuevo escenario social donde brotan diferentes prácticas alternativas, desde la
meditación zen hasta la alimentación macrobiótica pasando por las religiones orientales,
irrumpen las medicinas alternativas como una expresión más de la dinámica del proceso de
individualización en la sociedad postmoderna. En los últimos años la medicina se ha convertido
en objeto de reflexión y de crítica. La pérdida de confianza en los métodos científico-racionales
de la medicina oficial, acompañado de los cambios sociales y culturales ya mencionados,
explican esa irrupción. En este sentido, Dinges (2002) destaca que los planteamientos
postmaterialistas centrados en la autorrealización personal, así como la mayor autonomía de
los pacientes de cara a los especialistas, al igual que el mayor grado de respeto de la medicina
homeopática hacia los usuarios, ha favorecido el auge de las terapias alternativas. De este
modo, a partir de la década de los ochenta tiene lugar una auténtica eclosión pluralista en el
mercado médico, donde la homeopatía ocupa un lugar más preferente. Así, los países del sur y
oeste de Europa han registrado un incremento en la demanda de la medicina homeopática.
En la aparición de las medicinas alternativas habría que contemplar el movimiento
contracultural que en los años 70 surgió en los Estados Unidos. Dicho movimiento no se
puede desligar de una serie de fenómenos, entre los cuales cabe destacar la guerra de
Vietnam. El conflicto bélico es uno de los acontecimientos que golpeó más duramente a la
sociedad estadounidense, provocando la reacción de determinados sectores que se
opusieron radicalmente al gobierno y a su política exterior. La guerra destapó el potente
complejo militar-industrial, lo que a su vez desató otras denuncias como las realizadas a la
industria farmacéutica y a la American Medical Association, de ahí que se comenzara a
hablar del medical-industrial complex (Ehrenreich, 1971). A su vez, dentro de las críticas al
sistema sanitario hay que tener en cuenta el movimiento de salud mental con sus
planteamientos extremos (Szasz, 1984), así como las demoledoras denuncias de autores
como Illich (1975). Igualmente, el fenómeno hippy contribuyó a incorporar elementos de tipo
alternativo con aspectos orientalizantes que se sumaron al movimiento contracultural.
También las migraciones que se fueron sucediendo a lo largo de los años 70 en los Estados
Unidos, favorecieron el surgimiento de las terapias alternativas. Los emigrantes procedentes
de países de América del Sur aportaron componentes de sus tradiciones culturales como el
curanderismo y el chamanismo, principalmente. De igual manera, los emigrantes asiáticos
introdujeron elementos culturales de las tradiciones orientales (Gol-Freixa, 2003).
En definitiva, las transformaciones vividas en los últimos años por las sociedades
occidentales avanzadas, han propiciado la emergencia de una pluralidad de “microclimas
culturales” (Choza, 2000, pág. 13) que conviven dentro del mosaico heterogéneo de la
sociedad postmoderna. La postmodernidad ha rescatado del olvido prácticas médicas
milenarias, ha recuperado la tradición y ha cuestionado los fundamentos de la medicina
científica. Resulta difícil entender los rasgos de una época que como a Comte en su día le tocó
vivir, y ahora nos toca vivir a nosotros, habitantes de una sociedad compleja y diversa. Vidas y
existencias sociales cargadas de significados nuevos, tendencias sociales de un tiempo
repleto de múltiples sentidos a los que hay que buscar su explicación.
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