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Palimpsesto Nº8, Vol. IV, 2007
Universidad de Santiago de Chile, ISSN 0718-5898
Intelectuales y expertos*
Intellectuals and experts
Antonio Almendras Gallardo **.
Y Néstor, caballero gerenio, les arengó diciendo: “¡OH rey! No dejes de pensar tú mismo y sigue también los
consejos que nosotros te damos… Agrupa a los hombres … por tribu y familias, para que una tribu ayude a otra
tribu y una familia a otra familia. Si así lo hicieres y te obedecieren los aqueos, sabrás pronto cuáles jefes y
soldados son cobardes y cuáles valerosos, pues pelearan distintamente, y conocerás si no puedes tomar la ciudad
por la voluntad de los dioses o por cobardía de tus hombres y su impericia en la guerra”.
Y respondiendo, el rey Agamenón le dijo: “De nuevo, oh anciano, superas en el ágora a los aqueos todos. Ojalá
¡Padre Zeus, Atenea, Apolo! Tuviera yo entre los aqueos diez consejeros semejantes”.
La Iliada.
Canto II.
Resumen
Este artículo analiza el papel de los intelectuales y expertos en la política y la acción del
Estado. Comprendiendo que el intelectual como un pensador crítico e independiente de los
poderes amparo en el uso de la razón y al experto como ése sujeto moderno, técnico y
especializado en labores del Estado y más recientemente para ONG´s y otros organismos
internacionales. El autor porpone que la identidad de unos y otros se basa en los contrastes
establecidos por los propios individuos interesados en consagrar dichas categorías.
Palabras clave: Experto, Intelectual, Estado, Liberalismo Político, Política.
Abstract
This article analyzes the role of intellectuals and experts in politics and state action.
Realizing that the intellectual as a critical and independent thinker of powers under the use
of reason and the expert as modern that subject, technical and specialized work of the State
and more recently for NGOs and other international organizations. The author porpone that
the identity of each other is based on the contrasts established by individuals devote
themselves interested in those categories.
Keywords: Expert, Intellectual, State, Political Liberalism, Politics.
*
Este artículo forma parte de un programa de investigación que pretende plasmarse en una tesis doctoral y
cuyo ámbito de preocupación general es poner bajo la lupa analítica tanto a los expertos como los
conocimientos que legitiman su estatus profesional y social, y su papel político en Chile, durante las últimas
décadas.
**
Licenciado en Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Diplomado en Estudios Políticos,
Universidad de Chile. Magíster en Ciencia Política, Universidad de Chile.
Palimpsesto 8; IV, 2007
Introducción
Llama profundamente la atención que al iniciarse la década del ’90 en el siglo
pasado, la figura del “experto” se encuentra instalada como actor gravitante en posiciones
de poder en el aparato del Estado, en la mayoría de las democracias latinoamericanas.
Impresiona que hayan logrado imponer paradigmas de conducción económica aplicando
programas de ajuste estructural “recomendados” por los organismos internacionales (FMI y
BM) gracias al éxito en el nivel académico de las fórmulas neoclásicas de análisis y
comprensión de los fenómenos económicos. La eclosión de la teoría de elección racional
como matriz epistémico-teórica para entender todo tipo de fenómenos sociales 1, entregando
orientaciones metodológicas sobre el comportamiento de los actores económicos, permite
entender el carácter de paradigma económico dominante que ella conquistó, extrapolando
incluso dichas orientaciones a todas las dimensiones de la vida social.
¿Cómo los expertos han sido capaces de empoderarse ganado posiciones en las altas
esferas gubernamentales y desplazando a la figura del intelectual, que durante mucho
tiempo fue escuchada, consultada y respetada?
Sabemos que desde que el mundo es mundo, los nexos entre saber y poder, entre
conocimiento y política, entre intelectuales y decidores, entre expertos y políticas públicas,
han pasado por todas las modulaciones imaginables de la grandeza o de las miserias
humanas, y se requiere mucha prudencia antes de reclamar novedad en asunto tan trajinado.
En este ámbito, la relación entre conocimiento 2 y poder político forma parte de las
cuestiones debatidas con mayor fuerza por las últimas tendencias de las ciencias sociales y
las humanidades. La creciente complejidad de los mecanismos de “gobernabilidad” 3 y la
interdependencia de éstos con las labores de asesoría que desempeñan los entes
denominados “think tanks” 4, es uno de los fenómenos de mayor relevancia en la esfera de
las políticas públicas. Situados entre la ciencia social académica y la educación superior,
por un lado, y el gobierno y la política de partidos, por el otro, los grupos de expertos
constituyen, hoy por hoy, un punto central bien concreto para explorar el cambiante papel
del experto político durante las últimas décadas.
Por otra parte, los intelectuales y sus diversas academias han sido objeto de
especulación utópica desde la Antigüedad, y las relaciones entre los asesores ilustrados y
los gobernantes han seguido siendo temas centrales en las historias políticas, las biografías
1
El impacto de la economía neoclásica se ha extendido a otras disciplinas, como lo muestra el desarrollo de la
teoría de la elección racional en campos tales como la ciencia política.
2
La estrecha vinculación entre conocimiento, intelectuales, expertos y poder político no es una conclusión
sorprendente. Ella ha sido profusamente tratada, durante las últimas décadas, por estudiosos de la sociología
de los intelectuales y particularmente destacado para los casos de América latina y otras sociedades
periféricas. Chile pareciera ser un caso arquetípico al respecto. Para una mayor información véase: Puryear,
Jeffrey. Thinking Politics. Intelectuals and Democracy in Chile, 1973 – 1988. (Baltimore and London: The
Johns Hopkins University Press, 1994).
3
Al usar el término “gobernabilidad” aquí, me estoy refiriendo simplemente a la gestión del poder civil, sin
atribuir al término connotaciones relativas a la calidad del desempeño gubernamental.
4
De acuerdo con el contexto, la expresión “think tanks” se traduce como “grupos de expertos” o “centros de
estudios”, según se refiera a personas o a instituciones, que son grupos de investigación privados y sin fines de
lucro que funcionan en los márgenes de los procesos políticos formales.
ANTONIO ALMENDRAS GALLARDO, INTELECTUALES Y EXPERTOS
y la literatura especializada sobre el arte de gobernar. Sin embargo, los modernos expertos
en política y sus centros de investigación han atraído mucho menos atención. Los grupos
de expertos son en gran medida un invento del siglo XX, pero el intelectual que trabaja en
las sombras del poder ha tenido un papel importante en la vida política durante más de dos
milenios. El asesoramiento político comenzó en Occidente con los príncipes jóvenes,
quienes eran preparados desde muy pequeños para sus futuras tareas de liderazgo. La lista
es extensa, por ejemplo: Aristóteles, “El Estagirita”, fue tutor del joven Alejandro; Séneca,
le enseñó a Nerón; al despuntar los tiempos modernos Thomas Hobbes se ocupó de la
educación del joven príncipe de Gales que se convertiría en Carlos II y el cardenal
Mazarino sacó tiempo de sus innumerables tareas para vigilar la formación de Luis XIV, el
futuro “Rey Sol”. Nicolás Maquiavelo, se remitió a su experiencia en el gobierno florentino
para escribir su “opus magnum” que ha servido como manual práctico para muchas
generaciones de aspirantes a políticos. El Príncipe, el ejemplo más notable del género,
también estaba pensado para ayudar a que progresara la carrera de Maquiavelo, atrayendo
la atención de un potencial nuevo patrón. Si bien su cortejo de Lorenzo de Médici no tuvo
éxito, el breve tratado de Maquiavelo sobre la virtud y la necesidad revoluciono la teoría y
la práctica de la política. También manchó para siempre la reputación del asesor político, al
poner demasiado en evidencia que el conocimiento estaba más ansioso por servir al poder,
y dispuesto a hacerlo, que orientado hacia fines morales más altruistas.
He aquí dos términos que parecen caracterizar polos de un segmento definidos por
contaminaciones recíprocas. El uso moderno del primero reconoce su origen en una
coyuntura histórica y un espacio nacional particular: el affaire Dreyfus en la Francia
finisecular. Este es el episodio más emblemático, que nos remite a las circunstancias
históricas que sustantivaron el término “intellectuels”. Se trata de un acto legitimador y el
modelo de la intervención de los intelectuales en los asuntos públicos, en el que se vio
involucrado Emile Zola, el 18 de enero de 1898; al publicar su famoso artículo “Yo acuso”
carta abierta a Felix Faure, presidente de la República Francesa, en L’ Aurore, diario
parisino, consagrando así el partido de los intelectuales, a favor del capitán Dreyfus 5 ,
condenado y degradado por la justicia militar francesa por espionaje, proceso que velaba
las posiciones antisemita del Estado Mayor francés.
El manifiesto de Zola - el primero de una larga serie – abrió el camino a la
rehabilitación del capitán degradado. Le siguió la publicación el 15 de enero en el
periódico Le Temps de una petición que estaba firmada por hombres de letras,
universitarios, médicos, abogados, estudiantes, críticos y estudiosos quienes exigían la
revisión del proceso Dreyfus. Entre los firmantes se encuentran los nombres de Marcel
Proust, Daniel Halévy, Anatole France, Emile Durkheim, Claude Monet y Lucien Herr,
entre otros.
5
Dreyfus, Alfred. (Mulhouse 1859 - París 1935), militar francés, proveniente de una acaudalada familia
judía de Alsacia, se incorporó al ejército donde alcanzó el grado de capitán de artillería agregado al Estado
Mayor (1889). En 1893 se le involucró en la difusión de una lista de secretos militares a Alemania,
circunstancia que dio paso al célebre “caso Dreyfus”, que marcó política y socialmente a la III República
Francesa. Tras ser juzgado irregularmente por un tribunal militar sin las suficientes evidencias, fue acusado
de traición, degradado y condenado a deportación perpetua. Tras ser embarcado el 21 de febrero para
Guyana, llega a su destino el 21 de marzo tras una terrible travesía en una jaula de hierro. Le trasladan en
abril a la isla del Diablo, en la costa de Cayena (1894).
Palimpsesto 8; IV, 2007
Todo parece indicar que la idea del título del manifiesto publicado en la primera
página de L’ Aurore, se debe a Clemenceau, a la sazón, director del diario, quien algunos
días más tarde escribió. “¿No constituyen una señal todos estos intelectuales, procedentes
de todos los rincones del horizonte, que se agrupan en torno a una idea y se mantienen
inquebrantables a ella?” Clemenceau no había inventado el término. La palabra intelectual
aparece en 1821 de la pluma de Saint-Simon, quien: “Invita a los intelectuales positivos a
unirse y a combinar sus fuerzas para proceder a un ataque general y definitivo contra los
prejuicios, comenzando por la organización del sistema industrial”. Sin embargo fue a
finales del siglo XIX, durante el caso Dreyfus, cuando la palabra intelectual se vuelve de
uso corriente. El uso público del término provocó inmediatamente una mordaz respuesta
en la prensa nacionalista por parte de M. Barrès 6; a la polémica contra los intelectuales se
unían, algún tiempo después, también los más grandes exponentes del sindicalismo
revolucionario de la época, como G. Sorel y E. Berth. Recibido con desconfianza en los
diccionarios, y considerado a menudo como voz jergal y despreciativa, el término
intelectual, conservaba todavía el sentido político que tenía por el hecho de haber sido
acuñado, como si fuera un nombre de batalla, en el conflicto que puso frente a frente a
conservadores y progresistas en torno al affaire Dreyfus. Aún en la actualidad, señalarse a
sí mismo o a los demás como intelectual, no designa en efecto, únicamente una condición
social y profesional sino que se sobreentiende una elección polémica de ubicación y de
alineamiento, la insatisfacción por una cultura que no es capaz de convertirse también en
política, o por una política que no quiere entender las razones de la cultura.
El rol de liderazgo de los intelectuales (tanto de izquierda como de derecha) en el
caso Dreyfus sentó un precedente que sirvió de base para todos los momentos
políticamente dramáticos de la historia del siglo XX. Aún más, los precedentes
establecidos por Zola, Barrés y otros, no sólo tienen una dimensión moral (el
comportamiento del intelectual y el uso de su fama, posición privilegiada y elocuencia
deben estar al servicio de una causa), sino también estratégica (cómo el compromiso de los
intelectuales puede favorecer una causa o contribuir a un movimiento). 7
Historizando el término vemos que en L’ ancien régime et la revolución (1865),
Tocqueville sostiene que la politización de los intelectuales nace de su falta de experiencia
práctica y de su amor a las ideas generales, que los hacen indulgentes con el extremismo
simplificador y apriorista, enemigos máximos de una correcta conducción de los asuntos
públicos y de la libertad política. Da la impresión que el sentido implícito de esta
argumentación es que los intelectuales sólo pueden tener una función negativa en la
política, exaltando a la muchedumbre con sus simplificaciones y abriendo el camino al
despotismo. Deben retornar pues a las letras, dejando la política a una clase de gobierno
experta y por consiguiente capaz.
A partir de entonces la palabra “intelectual” ha servido para designar a aquellos
individuos que reclaman como fundamento de legitimidad para sus intervenciones
6
Maurice Barrès fue un prominente adversario de Alfred Dreyfus. Como novelista francés de finales del
siglo XIX y comienzos del XX mostró tendencias protofascistas y antiintelectualistas, defendiendo la
existencia de un inconsciente político, en virtud del cual razas y naciones eran portadoras colectivas de
ideas y tendencias.
7
Véase: Regis Debray. Le pouvoir intellectuel en France. (París: Ramsay, 1980).
ANTONIO ALMENDRAS GALLARDO, INTELECTUALES Y EXPERTOS
públicas una forma de pensamiento crítico, independiente de los poderes y sustentada en el
uso de la razón.
El término experto, en cambio posee una historia bastante más corta, típicamente
del siglo XX. Aunque individuos caracterizados como expertos han existido desde mucho
antes, la utilización del término se generalizó particularmente luego de la segunda
posguerra bajo el influjo de las ciencias sociales norteamericanas. Los expertos modernos
suelen ser los técnicos, los especialistas que trabajan en y para el Estado, y más
recientemente para las ONG, y los organismos internacionales.
Si la figura del intelectual nos remite a un tipo de formación general, que puede o
no tener a la universidad como ámbito principal de acción, la figura del experto evoca
especialización y entrenamiento académico. En su acción pública, el primero dice
anteponer un conjunto de valores y un tipo de sensibilidad; el segundo, al contrario, actúa
en nombre de la técnica 8 y de la ciencia, reclamando hacer de la neutralidad axiológica la
base para la búsqueda del bien común.
En la actualidad, los expertos ejercen una función plenamente institucionalizada y
suelen situarse en dos bandos definidos según estén:
1º como miembros asesores o funcionarios de la administración de turno, esto es,
formando parte de la esfera de planificación de estrategias e influyendo en la esfera de
ejecución de decisiones como policy makers, o
2º como cuadros de la oposición afanados en criticar las acciones emprendidas por
el gobierno y trayendo a colación continuamente las extraordinarias políticas que ellos
podrían ejecutar si fueran gobierno.
En ambos casos, se valen de un instrumento sumamente eficaz para conseguir su
objetivo de influir en la opinión pública, de la mano del denominado “cuarto poder”, a
saber, los medios de comunicación de masas, a través de los cuales canalizan sus ideas,
cristalizadas en orientaciones políticas que esperan sean bien recibidas por la sociedad
civil.
El asesoramiento de nuestra época ya no está arraigado en la educación temprana,
tampoco se basa en contundentes reflexiones históricas, admoniciones morales o amplios
principios sobre el arte de manejar el Estado. Asesorar, hoy en día, es tarea de cuadros de
especialistas e implica ayudar a los funcionarios a trazar opciones políticas, a tomar
decisiones particulares y articular los motivos de sus elecciones. Por cierto, ahora es una
función plenamente institucionalizada, tanto dentro del gobierno cuanto en las
organizaciones de investigación que funcionan fuera de él. Las instituciones de
asesoramiento han crecido por buenos motivos. Las decisiones que toman los funcionarios
elegidos - tanto cuanto las opciones que hacen los ciudadanos cuando votan - exigen más
8
Hoy es el técnico quien se ha situado como experto, pues vincula la ciencia con la capacidad de llevar
principios de ella a la práctica. La conexión entre ciencia y técnica ha actualizado los aspectos más
utilitarios del conocimiento, expandiendo crecientemente las dimensiones donde el conocimiento aplicado
pueda ser usado.
Palimpsesto 8; IV, 2007
conocimiento que nunca. Y las formas en que la sociedad organiza el conocimiento y lo
pone al servicio del público son de importancia vital.
La identidad de intelectuales y expertos, está basada en buena medida en los
contrastes que los propios individuos interesados en consagrar esas categorías establecen
entre ellas.
Varios ejemplos pueden ser citados en relación con nuestra región: América latina.
Uno es el de los fundadores de la moderna sociología 9, que en un mismo movimiento
construían una disciplina científica autónoma, formaban técnicos al servicio del Estado y
descalificaban a las tradiciones intelectuales anteriores como “pre - científica”. La suya,
nos dice Guillermo O’Donnell, fue la primera generación de científicos sociales graduada
y profesionalizada pero claramente encaminada a la sociología y, en menor medida, a la
ciencia política. 10 Razones había de sobra para explicarlo. La primera, el hecho que la
sociología era la disciplina más antigua y mejor desarrollada teórica y metodológicamente,
pero también por que los que él llama Founding Fathers eran todos sociólogos
renombrados e influyentes, como Florestán Fernándes, Gino Germani, Pablo González
Casanova y José Medina Echavarría. Lo social y la política serían desde entonces
consustanciales a las ciencias sociales y a los académicos latinoamericanos.
Como lo señala el propio O’Donnell, fue gracias a la inmigración que muchos
científicos sociales, en particular los que pertenecieron a aquella primera generación
profesional, tuvieron contacto con líderes del campo académico como Juan Linz, Giovanni
Sartori, Philippe Schmitter, Alfred Stepan, Alain Touraine, etc. Que al margen de sus
preferencias políticas desarrollaron un pensamiento abierto a las técnicas, métodos y
teorías que se orientaban a la explicación objetiva. En ese contexto los científicos sociales
se propusieron temas novedosos, sin duda propios de la realidad social y política
latinoamericana. Si bien hubo influencias de izquierda, éstas no cancelaron las discusiones
creativas y el avance del pensamiento sociopolítico. Los temas de la dependencia, el
empresariado latinoamericano, la intervención estatal en las economías de mercado, el
populismo como fenómeno histórico, el autoritarismo y más tarde los nuevos movimientos
sociales (nms), las preferencias y comportamientos electorales y las transiciones a la
democracia, lograron imponerse, y, a la postre, arrojar luz sobre la realidad
latinoamericana.
Una historia moderna, reconocería su punto de quiebre en los comienzos de la
constitución de las ciencias sociales como disciplinas autónomas y su articulación con las
necesidades del Estado burocrático y racional, las exigencias de los mercados capitalistas,
y las expectativas de justicia de nuevos actores sociales. Pensemos por ejemplo, en los
casos de Saint-Simon, Comte o Durkeim en Francia, o la fundación de la London School
of Economics para el caso británico, o la labor de Max. Weber y Gustav Schmoller en los
trabajos de la renovada Verein fúr Socialpolitik (1873), algo que en el lenguaje de nuestra
época consideraríamos un think tank. 11
9
Me refiero a Gino Germani, Florestan Fernández, Pablo González Casanova y José Medina Echavarría.
O’Donnell, Guillermo, Latin America, Political Sciencie and Politics (Washington: diciembre de 2001).
11
Hay que notar como curiosidad histórica que estos primitivos “grupos de expertos” creados en Europa fueron
obra de socialistas y reformadores, y no tenían ligazón con los sectores dominantes, más bien, se originaron
a partir de iniciativas de intelectuales y políticos preocupados por las condiciones de vida de los sectores
10
ANTONIO ALMENDRAS GALLARDO, INTELECTUALES Y EXPERTOS
Pero la historia contemporánea en la relación entre lo que comienza a definirse más
claramente como conocimiento especializado (expertise), de un lado, y como política
pública (public policy), del otro, no empieza a escribirse en sus nuevos términos hasta el
período que va entre la crisis de los años treinta y el final de la Segunda Guerra Mundial.
Y en buena medida habrá que esperar hasta la crisis de los años setenta, y a la
reconfiguración de las relaciones estructurales entre Estado, mercado y sociedad civil en el
marco del proceso globalizador, para que vuelvan a replantearse en ese renovado contexto
las complejas relaciones entre estas esferas.
En esta larga historia de encuentros y desencuentros entre el mundo del saber y la
política las sociedades occidentales actuales le fueron incorporando sus propias
características, y también sus propias tensiones. Entre las más destacadas como ha
señalado Lewis A. Coser 12 , hay que anotar el hecho de que el vasto proceso de
burocratización de la vida social ha llevado a que la “productividad cultural - que alguna
vez pudo haber sido asunto de artesanías – se racionaliza de manera que la producción de
ideas se parece, en los aspectos principales, a la producción de otros bienes económicos”.
Simultáneamente, el lugar que detentaba el intelectual de tipo “generalista” es
paulatinamente ocupado por el “experto”, dotado de un dominio técnico sobre un campo
del saber, y capaz de orientarlo a la solución de problemas concretos de elaboración de
políticas. 13 En el mismo sentido, la vinculación entre los especialistas y la política se opera
cada vez más al interior de redes de asuntos (issue networks)14, que conectan agencias de
populares.
Lewis A. Coser. Hombres de ideas. El punto de vista de un sociólogo (México: Fondo de Cultura
Económica, 1968.)
Con agudo sentido histórico, Coser extrae las raíces dieciochescas de las instituciones que más nutrieron la
vocación intelectual. Examina el influjo que tuvieron las sociedades científicas, las casas editoriales, las
revistas, los partidos políticos, los viejos cafés londinenses, los elegantes salones franceses del “l’ancien
régime” y la bohemia. Especial atención dedica a establecer las relaciones de los intelectuales y los
políticos; así tanto jacobinos como bolcheviques son vistos como intelectuales que controlaron el poder; si
no como detentadores del gobierno que no querían para sí mismos, sí como simpatizantes y sostenedores
aparecen los hombres del “Nuevo Trato”, dreyfusistas como ejemplo de intelectuales que bajaron a la
arena política cuando vieron en peligro de ser subvertidos sus valores más altos.
13
José Joaquín Brunner. “Investigación social y decisiones políticas: El mercado del conocimiento”, Nueva
Sociedad, Nº 146, p 11 y ss, (1996).
14
Para la jerga “redes de asuntos”, ver: Hugh Heclo. “Issue Networks and the Executive Establishment”. En:
Anthony King (ed). The New American Political System. Washington DC, American Enterprise
Institute, 1978. Heclo publica “Issue Network an the Executive Estabishment”, como crítica ante la
inadecuación del concepto “triangulo de hierro” para comprender los cambios que habían tenido lugar en
la política federal norteamericana durante los años setenta. Dichos cambios hacían referencia, primero, al
crecimiento de la intervención gubernamental y, en segundo lugar, al paralelo incremento del número y
categorías de actores que trataban de influir en el proceso de las políticas públicas. De este modo, frente a
la figura del “triángulo de hierro”, que presumía un pequeño número de participantes, aislados y
autónomos respecto al entorno, Heclo elabora el concepto de “issue network”, para dar cuenta del gran
número de actores que pululan en torno a las políticas, con grados variables de compromiso o
dependencia mutua, moviéndose constantemente dentro y fuera de la red resultante. Al mismo tiempo
ninguno de estos actores, conseguía el control total de las políticas, y el papel de los intereses
económicos era tan importante, como el de los compromisos ideológicos o emocionales. La nueva
conceptualización de Heclo estaba asociada con el fenómeno observado en la sociedad estadounidense
desde finales de los años sesenta; me refiero al surgimiento de multitud de grupos y organizaciones
vinculadas a la defensa de intereses no económicos: feministas, medioambientalistas, étnicos, de defensa
de los derechos y libertades civiles, etc.
12
Palimpsesto 8; IV, 2007
gobierno, centros de investigación, fundaciones privadas, organismos multilaterales,
universidades, empresas patrocinadoras de proyectos, y otras organizaciones complejas,
que dejan poco espacio a la figura declinante del intelectual “independiente”.
Hacia la década del cuarenta del siglo anterior, comienzan a anudarse dos
complejos procesos, cada uno de ellos con sus propias temporalidades y dinámicas, que
contribuirán a definir los términos de la relación entre conocimiento especializado y
política durante las tres décadas siguientes. Por un lado, asistimos a la emergencia de un
Estado que se ubica crecientemente en el “centro” de la sociedad, tanto como regulador de
la esfera económica como promotor de la integración social, y que será un creciente
demandante de expertos y técnicos para cumplir las cada vez más diferenciadas tareas
propias de su condición de Walfare State; por otro lado, las disciplinas científicas en
general, y las ciencias sociales en particular, experimentaran desde aquellos días un
marcado proceso de desarrollo teórico-metodológico, de diversificación y especialización
institucional, y de profesionalización de sus cuadros, en el marco de una sostenida
modernización y expansión universitaria en gran medida sostenida por fondos públicos.
Poco a poco fue haciéndose manifiesto que era necesario revisar los problemas de
la articulación entre conocimiento especializado y elaboración de políticas públicas. En
esta línea, el actual interés por el estudio de la problemática es fruto, por un lado, del
nuevo papel que cumple el conocimiento experto y las organizaciones productoras de
expertise en el marco de las transformaciones globales entre estado, mercado y sociedad
civil; y, por otro, de la autorreflexión crítica de los propios especialistas acerca de los usos
y la influencia real del conocimiento científico en la toma de decisiones.
No es raro que interpretaciones sociológicas respecto de la producción del
conocimiento sobre la sociedad definan los vínculos entre intelectual y experto a través del
lenguaje de la polución. La principal limitación de buena parte de esas interpretaciones se
debe a que los analistas parecen compartir con sus objetos un mismo interés por la
dicotomía, clasificando autores y grupos en categorías que no siempre son distinguibles
empíricamente. Más recientemente, la generalización de un uso mecánico de categorías
como autonomía o campo revela, igualmente un problema: al incorporar los valores de los
sujetos estudiados, como valores del analista, éste deja pasar la posibilidad de comprender
las acciones y las ideas de estos últimos. De esta manera, categorías de análisis tienden a
mezclarse con categorías de identificación. Para algunas de estas visiones, los vínculos
entre intelectuales y expertos, lejos de ser productivos, indicarían más bien la existencia de
un problema originado en la crisis del modelo de modernidad que dio origen, precisamente
a los primeros. El experto sería el que, sin la visión global y comprometida del intelectual,
lo reemplazaría a caballo de la posmodernidad de la cual el intelectual, junto con la noción
de subjetividad y las dimensiones de lo nacional y lo social, sería víctima.
Pero si el intelectual comprometido y crítico, el que podía tomar a la sociedad toda
como su objeto de reflexión, es una especie en vías de extinción o. en el mejor de los casos,
estaría condenado 15 a convertirse en un mero intérprete del mundo multicultural en que
15
Aquí cito a Zygmunt Bauman, autor prolífico que utiliza los conceptos físicos de fluidez o liquidez como
metáfora para aprehender la naturaleza de la “fase” actual de la historia de la modernidad. Todo aquello
que persiste en el tiempo, que es indiferente a su paso e inmune a su fluir debe ser comparado con los
“sólidos”, que deben derretirse para dar paso a un espíritu que emancipe la realidad”. Bauman describe la
evolución del modernismo y postmodernismo como un proceso de búsqueda de un nuevo orden, pero que
ANTONIO ALMENDRAS GALLARDO, INTELECTUALES Y EXPERTOS
nos ha tocado vivir, entonces ¿cómo se produce el conocimiento sobre la sociedad en estas
condiciones? ¿cuáles serían las condiciones de posibilidad y los agentes productores de
este conocimiento?
¿Dónde y cómo se genera el conocimiento social? Dos perspectivas de análisis
contribuyen de modo sustancial a dar cuenta de esta pregunta. Una es la inspirada por Pierre
Bourdieu, que fija su atención en la construcción de campos de producción de conocimiento
con lógicas internas específicas. Estas serían, a la vez, homólogas y autónomas respecto de
otros campos de la vida social. La historia de los distintos campos, en sus contextos
nacionales específicos, estaría vinculada al proceso de autonomización de los campos, lo que
incluye, de modo específicamente estratégico, la creación de instancias de validación y de
reproducción propias.
Algunos autores han discutido ya la rentabilidad de la noción de “autonomización”
para comprender la producción de conocimiento en contextos sociales como los de los países
periféricos, donde las fronteras entre los campos han sido históricamente mucho más borrosas
que en los llamados países centrales y, sobre todo, que en Francia, espacio social y cultural
para el cual Bourdieau construyó su modelo de análisis.
a la vez se encuentra entrampado en su propia licuefacción, lo que, en la práctica impediría que emergiera
un nuevo orden “sólido” y durable. Tal sería el proceso de descomposición que hoy estaríamos acudiendo
a una reorganización de los poderes de disolución (o de licuefacción) y la vieja estratificación ya está fuera
del campo de batalla. La libertad ganada a través de esta reasignación de la distribución de poder no sería
más que para buscar los nichos del nuevo orden, para reubicarse y actuar de acuerdo con las reglas
asociadas a ese nicho en particular. El problema –continúa Bauman- es que tanto los nichos como los
códigos hoy en día ya no ofrecerían la estabilidad ni la duración (solidez) que proveían antes. Si es que
quedan algunos, éstos son cada vez más escasos. Hoy en día –según Bauman- las pautas ya no están
determinadas y tampoco resultan autoevidentes. Textualmente Bauman dice “hay demasiadas, chocan
entre sí y sus mandatos se contradicen, de manera que cada una de esas pautas y configuraciones ha sido
despojada de su poder coercitivo o estimulante. Y, además, su naturaleza ha cambiado, por lo cual han
sido reclasificadas en consecuencia: como ítem del inventario de tareas individuales. En vez de preceder a
la política de vida y de encuadrar su curso futuro, deben seguirla (derivar de ella), y reconfigurarse
según los cambios y giros que esa política de vida experimente. El poder de licuefacción se ha desplazado
del “sistema” a la “sociedad”, de la “política” a las “políticas de vida”… o ha descendido del
“macronivel” al “micronivel” de la cohabitación social. Como resultado, la nuestra es una versión
privatizada de la modernidad, en la que el peso de la construcción de pautas y la responsabilidad del
fracaso caen primordialmente sobre los hombros del individuo. La licuefacción debe aplicarse ahora a las
pautas de dependencia e interacción, porque les ha tocado el turno. Esas pautas son maleables hasta un
punto jamás experimentado ni imaginado por las generaciones anteriores, ya que, como todos los fluidos,
no conservan mucho tiempo su forma. Darles forma es más fácil que mantenerlas en forma. Los sólidos
son moldeados una sola vez. Mantener la forma de los fluidos requiere muchísima atención, vigilancia
constante y un esfuerzo perpetuo… e incluso en ese caso el éxito no es, ni mucho menos, previsible. Sería
imprudente negar o menospreciar el profundo cambio que el advenimiento de la “modernidad fluida” ha
impuesto a la condición humana. El hecho de que la estructura sistémica se haya vuelto remota e
inalcanzable, combinado con el estado fluido y desestructurado del encuadre de la política de vida, ha
cambiado la condición humana de modo radical y exige repensar los viejos conceptos que solían
enmarcar su discurso narrativo. Como zombis, esos conceptos están hoy vivos y muertos al mismo tiempo.
La pregunta es si su resurrección –aun en una nueva forma o encarnación– es factible; o, si no lo es,
cómo disponer para ellos un funeral y una sepultura decentes.” Véase las siguientes obras del autor:
Modernidad Líquida. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 1999. La Sociedad Individualizada.
Crítica. Madrid, 2001 y La Sociedad Sitiada. (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2004).
Palimpsesto 8; IV, 2007
Por otra parte, es preciso constatar que los avances en la producción de saberes sobre
la sociedad muchas veces provienen de factores que son exteriores a la lógica interna de cada
campo de conocimiento, lo que nos lleva a la segunda de las tradiciones, definida por el título
de un libro ya clásico que nos exhorta a Traer de nuevo al Estado al centro del análisis 16. Los
autores de ese volumen muestran que la constitución de las ciencias sociales son procesos
fuertemente vinculados al desarrollo de necesidades y demandas del Estado rápidamente
modernizado y burocratizado de finales del siglo XIX y primeras décadas del XX. Según su
perspectiva, el motor de la producción de conocimiento social debería buscarse en las
necesidades de una burocracia estatal en expansión, principalmente dedicada a la elaboración
e implementación de políticas sociales.
Todo este escenario otorga gran relevancia a la necesidad de abordar nuevamente la
cuestión del rol de los expertos en la toma de decisiones. La gran ola de tematización ocurrida
en las décadas de los ’60 y ‘70 del siglo pasado, requiere ser revisitada. Hoy la pregunta
pertinente ya no es si acaso el conocimiento experto es síntoma de un nuevo tipo de sociedad
de corte postindustrial (Bell) 17 o las razones por las que pudo ser compatible con regímenes
autoritarios, reconceptualizados como Estados Burocráticos Autoritarios (O’Donnell) 18. Hoy
16
Evans, Peter Rueschemeyer, Dietrich, y Skocpol, Theda. (eds). Bringing The State Back In. (Cambridge:
Cambridge University Press, 1987).
17
Es el principal teórico de la sociedad post-industrial. Bell nos advierte de un cambio histórico, de la transición
hacia un modelo basado en la información y el conocimiento, cuyas consecuencias alcanzan a las relaciones
de poder, la estratificación social y la reconfiguración de los valores políticos, sociales y culturales. Según
este autor, son las tecnologías de la información las que dan proyección a la ruptura histórica sobre los
modelos y períodos previos; a su juicio, la lucha de clases ya no es el motor de la historia de la humanidad,
sino que las fuerzas de transformación e innovación, radican en el nuevo papel del conocimiento, de la
información, la educación y el capital humano. Esto no supone el final de la confrontación dialéctica, sino una
reorientación de las tensiones que se derivan de la jerarquización del conocimiento a través de la meritocracia.
Daniel Bell es uno de los precursores en la descripción y análisis de lo que hoy se denomina como sociedad
de la información y del conocimiento, que se basa en el uso intensivo de las nuevas tecnologías. Al respecto
nos señala que mientras que la imprenta “está en la base de la sociedad industrial, en la bese de saber leer y de
la educación de masas”, las telecomunicaciones y la informática dan sentido a la nueva escena histórica
contemporánea. Véase: El advenimiento de la sociedad postindustrial. Alianza Editorial. Madrid, 1976 y La
revolución tecnológica de las comunicaciones y sus consecuencias. Harvard-Deusto Business Review
(primer trimestre de 1981).
18
El Estado Burocrático Autoritario (en adelante BA) es de la clase de términos que después de acuñado se
independiza de quien lo produjo (Guillermo O’Donnell) y pasa a formar parte del acervo de las ciencias
sociales en general y de la ciencia política en particular. Producido para caracterizar a los “golpes de estado”
surgidos en la década del ’60, su disponibilidad permitió que la región ganara un lugar de importancia en la
Política Comparada, especialmente dentro de la academia estadounidense. Fue el término sobre el que más
intentos analíticos y explicativos se tejieron, lo que hizo que se utilizara como concentrado de muchos
contenidos significativos. Su uso no siempre fue específico puesto que, él designó una forma de Estado, un
tipo de régimen político, un sistema político y una forma de dominación moderna. Precisamente, este modo
de percepción es el que presenta particular interés, cuando O’Donnell nos señala que “El Estado es
fundamentalmente una relación social de dominación o, con más precisión, un aspecto de las relaciones
sociales de dominación.” A ellas las respalda y organiza por medio de la capacidad de poner en movimiento,
para exigir la efectiva vigencia de esas relaciones, a instituciones que suelen contar con la supremacía de la
coacción en un ámbito territorialmente acotado y a las que suele reconocer como justa su pretensión de
respaldar y organizar las relaciones sociales. “Las instituciones del BA suelen presentarse como un poder
monolítico e imponente, cuyo discurso celebra la superior racionalidad que debe imponer a una nación a la
que rescata de su más honda crisis. Estas instituciones se presentan también transformándose por sí mismas,
como consecuencia de la evaluación, desapasionada y técnica, de los progresos que van logrando en su magna
tarea de rescate de una nación enferma”. Véase: O’Donnell, Guillermo. El Estado Burocrático Autoritario.
Triunfos, derrotas y crisis: 1966 – 1973 (Buenos Aires: de Belgrano., 1982). y Del mismo autor:
ANTONIO ALMENDRAS GALLARDO, INTELECTUALES Y EXPERTOS
es urgente tematizar y profundizar, densificando un debate que se haga cargo de la siguiente
pregunta de investigación: ¿es posible compatibilizar la toma de decisiones a la luz de los
expertos en el nivel estatal con la teoría democrática?
Por cierto, esta pregunta es más general, de lo que este artículo pretende abarcar, no
obstante orienta el desarrollo del programa de investigación en el que se insertan estas
reflexiones.
Contrapuntos. Ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratización. (Buenos Aires: Paidós, 2004).