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Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad C a r l o s G. J u l i a o Va r g a s 1 Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad2 Mutual r e lation s bet w een t he i n di v i du al an d soc i et y. Towards a soc i o l og y of i n di v i du al i t y 12 Resumen Abstract Con este tema se aborda realmente el objeto de estudio del conjunto de las ciencias sociales, tratando de circunscribirlo adecuadamente. Por eso el tema es considerado desde tres dimensiones: a) De una parte, desde el punto de vista histórico, antropológico y sociológico, preguntándose en qué la sociedad ha producido al individuo. Eso nos remite a un debate esencial de las ciencias sociales y, ante todo, a la distinción de F. Tönnies entre comunidad y sociedad. Esta reflexión se amplía con un estudio sobre la modernidad y el proceso de individualización. b) De otra parte, desde un punto de vista epistemológico y metodológico, conviene interrogarse sobre el debate entre holismo e individualismo metodológico. Para comprender las sociedades ¿hay que partir de la totalidad o de las acciones individuales? Mostraremos que las disciplinas sociales contemporáneas quieren superar este debate. c) Y por último, como corolario y cuestionamiento que surge de los anteriores planteamientos, se toca el problema de las identidades en el contexto del mundo globalizado, revisando algunas perspectivas que se abren como objeto de reflexión y acción para el hombre de hoy. This issue tries to narrow the subject of study of all social sciences. Therefore, the issue is considered from three dimensions: a) First, from the historical, anthropological and sociological point of view, asking what has society produced for the individual. This applies to a key debate in the social sciences and, above all, it illustrates the distinction of F. Tönnies between community and society. This reflection is developed with a study about modernity and the process of individualization. b) Second, from an epistemological and methodological perspective; the debate between holism and methodological individualism should be discussed. In order to understand societies, should one start from the whole or from individual actions? This paper illustrates that the contemporary social sciences want to overcome this debate. c) Finally, as a result of the questions arising from the previous approaches, the problem of identities is recognized in the context of a globalize world, reviewing some perspectives that are opened as subject of reflextion and action for the man of the moment. Palabras clave: individuo y comunidad, identidad y globalización, ciencias sociales. Keywords: Individual and community, identity and globalization, social sciences. “El individuo ha sido un problema a la vez extrañamente central y marginal en sociología” (Martucelli) Introducción L a cuestión de las relaciones entre el individuo y la sociedad es, por lo general, objeto de muchos comentarios en los medios. Por ejemplo, se atribuyen al creciente individualismo fenómenos tan diversos como la crisis familiar, la delincuencia juvenil, el aumento del abstencionismo, etc. A la inversa, nos preocupamos por el surgimiento de una sociedad cada vez más técnica, racional y burocrática que priva al individuo de su propia autonomía y lo manipula a su antojo. Así, entre los nostálgicos de la tradición y los pesimistas de la modernidad o de la post-modernidad, los comentarios abundan, si bien no siempre con adecuado rigor argumentativo. Ahora bien, la cuestión puede y debe ser tratada con seriedad, pues es el tema fundador de las disciplinas sociales: ¿cómo es posible la sociedad? ¿Cómo funcionan las sociedades ahora que los individuos son cada vez más autónomos, y que la libertad y los derechos individuales son valores centrales? En efecto, etimológicamente, individuo es lo que no puede ser dividido; es la unidad elemental de un conjunto. Se puede hablar de individuo en un rebaño de ganado, incluso en un conjunto de objetos (por ejemplo, una colección), pero el término se trasforma, enfocándolo hacia el mundo humano, a partir del siglo XVII. La idea de individuo está, ahora, ligada a la de sujeto o de persona, y tiene que ver esencialmente, con la capacidad de elegir y de conducir una reflexión autónoma. Por otra parte, en una concepción moderna-liberal, la sociedad ha sido considerada como un conjunto de individuos. Incluso ahí, el término no se reserva a la especie humana dado que se habla también de sociedades animales. Para las ciencias sociales, la existencia de una sociedad está ligada a las interacciones entre los individuos que la conforman y las instituciones que la organizan. Pero hay que entender que el término “sociedad” siempre designa un ideal-tipo, pues en realidad sólo existen sociedades (en plural), cada una con sus propias especificidades. Y finalmente, el concepto “sociedad” es bastante polisémico: hablamos de sociedad comercial, de sociedad colombiana, de sociedad democrática, Carlos G. Juliao es filósofo y teólogo, magister en Estudios Sociales, Políticos y Económicos de la Universidad Católica de París y en Dirección Universitaria de la Universidad de los Andes. Docente departamento de Pedagogía de la Corporación Universitaria Minuto de Dios. Este tema evidentemente es muy amplio, pues corresponde al objeto de estudio del conjunto de las ciencias sociales. La primera tarea (y la primera dificultad), es entonces circunscribirlo bien. Para lograrlo, primero hay que interrogarse sobre lo que dicen los estudios sobre el tema (estado del arte) y luego, hay que mostrar en qué los conceptos y teorías son instrumentos que permitirán dar cuenta de lo real (al tiempo que lo construyen como objeto científico). Por eso el tema debe ser considerado en tres dimensiones: a) De una parte, desde el punto de vista histórico, antropológico y sociológico, preguntándose en qué la sociedad ha producido al individuo. Eso nos remite a un debate esencial de las ciencias sociales y, ante todo, a la distinción de F. Tönnies entre comunidad y sociedad. Esta reflexión se amplía con un estudio sobre la modernidad y el proceso de individualización. b) De otra parte, desde un punto de vista epistemológico y metodológico, conviene interrogarse sobre el debate entre holismo e individualismo metodológico. Para comprender las sociedades ¿hay que partir de la totalidad o de las acciones individuales? Mostraremos que las disciplinas sociales contemporáneas quieren superar este debate. c) Y por último, como cuestionamiento que surge de los anteriores planteamientos, nos referimos al problema de las identidades en el contexto del mundo globalizado, revisando algunas perspectivas que han tomado este tema como objeto de reflexión y acción. Somos conscientes de que la perspectiva que planteamos se circunscribe bastante al mundo intelectual francófono y a su infuencia entre nosotros. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 Recibido el 14 de junio de 2011 y aprobado el 2 de octubre de 2011. 1 2 13 Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad C a r l o s G. J u l i a o Va r g a s 1 Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad2 Mutual r e lation s bet w een t he i n di v i du al an d soc i et y. Towards a soc i o l og y of i n di v i du al i t y 12 Resumen Abstract Con este tema se aborda realmente el objeto de estudio del conjunto de las ciencias sociales, tratando de circunscribirlo adecuadamente. Por eso el tema es considerado desde tres dimensiones: a) De una parte, desde el punto de vista histórico, antropológico y sociológico, preguntándose en qué la sociedad ha producido al individuo. Eso nos remite a un debate esencial de las ciencias sociales y, ante todo, a la distinción de F. Tönnies entre comunidad y sociedad. Esta reflexión se amplía con un estudio sobre la modernidad y el proceso de individualización. b) De otra parte, desde un punto de vista epistemológico y metodológico, conviene interrogarse sobre el debate entre holismo e individualismo metodológico. Para comprender las sociedades ¿hay que partir de la totalidad o de las acciones individuales? Mostraremos que las disciplinas sociales contemporáneas quieren superar este debate. c) Y por último, como corolario y cuestionamiento que surge de los anteriores planteamientos, se toca el problema de las identidades en el contexto del mundo globalizado, revisando algunas perspectivas que se abren como objeto de reflexión y acción para el hombre de hoy. This issue tries to narrow the subject of study of all social sciences. Therefore, the issue is considered from three dimensions: a) First, from the historical, anthropological and sociological point of view, asking what has society produced for the individual. This applies to a key debate in the social sciences and, above all, it illustrates the distinction of F. Tönnies between community and society. This reflection is developed with a study about modernity and the process of individualization. b) Second, from an epistemological and methodological perspective; the debate between holism and methodological individualism should be discussed. In order to understand societies, should one start from the whole or from individual actions? This paper illustrates that the contemporary social sciences want to overcome this debate. c) Finally, as a result of the questions arising from the previous approaches, the problem of identities is recognized in the context of a globalize world, reviewing some perspectives that are opened as subject of reflextion and action for the man of the moment. Palabras clave: individuo y comunidad, identidad y globalización, ciencias sociales. Keywords: Individual and community, identity and globalization, social sciences. “El individuo ha sido un problema a la vez extrañamente central y marginal en sociología” (Martucelli) Introducción L a cuestión de las relaciones entre el individuo y la sociedad es, por lo general, objeto de muchos comentarios en los medios. Por ejemplo, se atribuyen al creciente individualismo fenómenos tan diversos como la crisis familiar, la delincuencia juvenil, el aumento del abstencionismo, etc. A la inversa, nos preocupamos por el surgimiento de una sociedad cada vez más técnica, racional y burocrática que priva al individuo de su propia autonomía y lo manipula a su antojo. Así, entre los nostálgicos de la tradición y los pesimistas de la modernidad o de la post-modernidad, los comentarios abundan, si bien no siempre con adecuado rigor argumentativo. Ahora bien, la cuestión puede y debe ser tratada con seriedad, pues es el tema fundador de las disciplinas sociales: ¿cómo es posible la sociedad? ¿Cómo funcionan las sociedades ahora que los individuos son cada vez más autónomos, y que la libertad y los derechos individuales son valores centrales? En efecto, etimológicamente, individuo es lo que no puede ser dividido; es la unidad elemental de un conjunto. Se puede hablar de individuo en un rebaño de ganado, incluso en un conjunto de objetos (por ejemplo, una colección), pero el término se trasforma, enfocándolo hacia el mundo humano, a partir del siglo XVII. La idea de individuo está, ahora, ligada a la de sujeto o de persona, y tiene que ver esencialmente, con la capacidad de elegir y de conducir una reflexión autónoma. Por otra parte, en una concepción moderna-liberal, la sociedad ha sido considerada como un conjunto de individuos. Incluso ahí, el término no se reserva a la especie humana dado que se habla también de sociedades animales. Para las ciencias sociales, la existencia de una sociedad está ligada a las interacciones entre los individuos que la conforman y las instituciones que la organizan. Pero hay que entender que el término “sociedad” siempre designa un ideal-tipo, pues en realidad sólo existen sociedades (en plural), cada una con sus propias especificidades. Y finalmente, el concepto “sociedad” es bastante polisémico: hablamos de sociedad comercial, de sociedad colombiana, de sociedad democrática, Carlos G. Juliao es filósofo y teólogo, magister en Estudios Sociales, Políticos y Económicos de la Universidad Católica de París y en Dirección Universitaria de la Universidad de los Andes. Docente departamento de Pedagogía de la Corporación Universitaria Minuto de Dios. Este tema evidentemente es muy amplio, pues corresponde al objeto de estudio del conjunto de las ciencias sociales. La primera tarea (y la primera dificultad), es entonces circunscribirlo bien. Para lograrlo, primero hay que interrogarse sobre lo que dicen los estudios sobre el tema (estado del arte) y luego, hay que mostrar en qué los conceptos y teorías son instrumentos que permitirán dar cuenta de lo real (al tiempo que lo construyen como objeto científico). Por eso el tema debe ser considerado en tres dimensiones: a) De una parte, desde el punto de vista histórico, antropológico y sociológico, preguntándose en qué la sociedad ha producido al individuo. Eso nos remite a un debate esencial de las ciencias sociales y, ante todo, a la distinción de F. Tönnies entre comunidad y sociedad. Esta reflexión se amplía con un estudio sobre la modernidad y el proceso de individualización. b) De otra parte, desde un punto de vista epistemológico y metodológico, conviene interrogarse sobre el debate entre holismo e individualismo metodológico. Para comprender las sociedades ¿hay que partir de la totalidad o de las acciones individuales? Mostraremos que las disciplinas sociales contemporáneas quieren superar este debate. c) Y por último, como cuestionamiento que surge de los anteriores planteamientos, nos referimos al problema de las identidades en el contexto del mundo globalizado, revisando algunas perspectivas que han tomado este tema como objeto de reflexión y acción. Somos conscientes de que la perspectiva que planteamos se circunscribe bastante al mundo intelectual francófono y a su infuencia entre nosotros. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 Recibido el 14 de junio de 2011 y aprobado el 2 de octubre de 2011. 1 2 13 Carlos G. Juliao Vargas 14 de sociedad secreta, entre otras. Y en cada una de esas expresiones la palabra “sociedad” adquiere un sentido diferente. do? ¿Estamos realmente, como lo piensan algunos, ante el fin de la idea de sociedad? Entonces, es fácil comprender que exista la tentación de oponer el individuo (la parte) a la sociedad (el todo). Y sin embargo, como lo veremos, desde el punto de vista histórico, el individuo es un producto de la sociedad, y esta última se refiere siempre a una etapa particular de la historia de la humanidad. La sociedad y el individuo no son realidades eternas ni inmutables. Por otra parte, las relaciones entre el individuo y la sociedad deben también ser consideradas desde un punto de vista metodológico: ¿los investigadores sociales deben partir del individuo (del actor social) o de la sociedad (de la estructura, del sistema)? Este debate es constitutivo de las ciencias sociales y es muy importante incluso si a veces es mal presentado. Sin embargo, las ciencias sociales contemporáneas se esfuerzan por superar esta oposición entre individuo y sociedad. El individuo como producto de la sociedad Obviamente, estos dos debates se relacionan: la aparición del individuo como realidad social y el debilitamiento de las restricciones y tradiciones, pueden modificar la “mirada sociológica”3. Pero, ¿se debe considerar que el individuo actual es un ser sin pertenencia, que puede ser pensado al margen de todo lazo social? ¿Cómo pensar las identidades en un mundo cada vez más globaliza3 4 5 La misma idea de individuo está ligada a la modernidad4 y es el resultado de una larga historia que comenzó con el Renacimiento, y pasó por la Reforma y el siglo de las Luces. Obviamente es una historia occidental, incluso si los valores individualistas son universales y marcan la historia de toda la humanidad. La sociología –y luego las otras ciencias sociales–, nació, en gran medida, para dar cuenta de este proceso de individualización y analizar sus consecuencias. Comunidad y sociedad: el aumento del individualismo5 Es el pensador alemán Ferdinand Tönnies quien, bastante antes que otros, conceptualizó esta cuestión al distinguir entre comunidad y sociedad. En su artículo Gemeinschaft und Gesellschaft (publicado en el Handwörterbuch der Soziologie, editado por A.Vierkandt en 1931), y en el cual resume las doctrinas planteadas en su libro del año 1887, Tönnies define la comunidad (Gemeinschaft) como el tipo de asociación donde predomina la voluntad natural. La sociedad (Gesellschaft) es, La “mirada sociológica” es aquella que consiste en relacionar esos dos aspectos fundamentales: la sociedad y el individuo. Hay que tener en cuenta que, si bien la sociología nace en el contexto de la racionalidad objetiva moderna, es evidente que llega al siglo XXI como una de las disciplinas que con mayor fuerza ha roto con el clásico ideal de la objetividad. La modernidad es un concepto filosófico, historiográfico y sociológico, que podemos definir como el proyecto de imponer la razón como norma trascendental y externa a la sociedad. Desde ese punto de vista es similar al concepto kantiano de Ilustración (la “mayoría de edad del individuo”, que ejerce su razón de forma autónoma: el Sapere aude), y antes que éste al antropocentrismo humanista del Renacimiento (por ejemplo la Oratio pro homini dignitate de Pico della Mirandola). En términos socio-históricos, no llegamos a la modernidad con el final de la Edad Media (siglo XV), sino tras la transformación de la sociedad preindustrial (rural y tradicional) en la sociedad industrial y urbana moderna; lo que ocurre con la Revolución industrial y el triunfo del capitalismo. La superación de la sociedad industrial por la actual sociedad postindustrial se ha dado en llamar postmodernidad. También se habla de transmodernidad para referirse al mundo caracterizado por la globalización. La dicotomía entre “comunidad” y “sociedad” aparece en la historia occidental a mediados del siglo XIX de la mano de algunas de las teorías (filosóficas, históricas, psicológicas, jurídicas, económicas, etc.) que serían el fundamento de las modernas ciencias sociales. Con razón, pues, se afirma que el “paso” de la comunidad a la sociedad es uno de los motivos más recurrentes del pensamiento decimonónico de Hegel a Marx y el leitmotiv de los debates políticos que dominaron buena parte de esta época. En ese sentido, se puede decir que la pregunta sobre cómo hacer frente a dicho paso fue uno de los signos distintivos de la modernidad europea occidental. Hoy todo sucede como si supiéramos lo que esos conceptos significan. Su uso cada vez más extendido y naturalizado refuerza este supuesto saber. Sin embargo, es significativo que hoy seamos tantos quienes nos preguntamos por esas antiguas y en apariencia resueltas cuestiones, que atañen directamente, si bien no de modo exclusivo, a la teoría sociológica. Ver al respecto: Esposito, R. (2003). Communitas. Origen y destino de la comunidad. Buenos Aires: Amorrortu. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad en cambio, aquel tipo de comunidad formado y condicionado por la voluntad racional.6 “La relación misma, y también la unión, se concibe, bien como vida real y orgánica –y entonces es la esencia (Wesen) de la comunidad–, bien como formación ideal y mecánica –y entonces es el concepto (Begriff ) de sociedad” (Tönnies, 1947, p. 19). Ahora bien, Tönnies clarifica que no se trata de realidades, sino de tipos ideales, pues toda agrupación humana participa, por así decirlo, de las dos representaciones mencionadas en proporciones diversas y cambiantes. La comunidad corresponde a las “sociedades tradicionales” (antes llamadas sociedades primitivas) o sociedades pre-modernas occidentales: grupos humanos en los cuales la idea de individuo autónomo no existe. Las restricciones colectivas son poderosas; y el lugar de cada uno en función de su edad, sexo o estatus está rigurosamente determinado (pensemos, por ejemplo, en el sistema de castas). Las relaciones al interior de las comunidades son obligatorias y vinculantes; y conciernen a lazos sociales intensos y a diversas formas de solidaridad. En ellas, las lógicas colectivas pesan mucho ya sea que se trate de la repartición de bienes, del matrimonio o de la educación de los hijos. Lo que prevalece, según Tönnies, es la “voluntad orgánica” (1947, p. 21): los comportamientos sociales están ligados a la necesidad de asegurar la supervivencia del grupo, por eso, las exigencias del clan van primero. Para hablar de comunidades, Tönnies utiliza la imagen del calor del hogar7 o la idea de afectividad. Al contrario, la idea de sociedad corresponde a la época moderna. Las sociedades son grupos humanos fundados sobre el primado del individuo, y las relaciones entre individuos se hacen a partir de compromisos sobre sus diversos intereses, son impersonales y descansan sobre una 6 7 “voluntad reflexiva”. Entonces, en rigor, no puede hablarse de sociedad sino para una época determinada de la historia teniendo en cuenta, además, que al interior de dicha época, la situación evoluciona: el lugar de las prohibiciones y la autonomía individual no es el mismo en el siglo XVIII que en la segunda mitad del siglo XX, por ejemplo. Pero en realidad “en tanto que ella se realiza progresivamente, la sociedad significa siempre que los individuos están ligados por influencias y determinaciones comprobadas recíprocamente. Ella es por ende algo funcional, algo que los individuos hacen y sufren a la vez. Así, de acuerdo a su característica fundamental no debería hablarse de sociedad, sino de socialización. La ‘sociedad’ no es en este caso sino el nombre dado a un conjunto de individuos, ligados entre sí por acciones reciprocas y que por esta razón se considera como constituyendo una unidad […]” (Simmel, 1981, p. 90). Claramente lo que Tönnies plantea es que la vida real, auténtica y verdadera, aquella que experimentamos al formar parte de una “totalidad orgánica”, sólo puede ocurrir en el seno de la comunidad, nunca en una sociedad. Pero esto no es nada novedoso; si hay algo nuevo y original en el planteamiento de Tönnies, es que sus teorías de la comunidad y la sociedad aspiran al rigor científico: si bien su pensamiento se ancla fuertemente en la tradición metafísica, sus aspiraciones científicas son novedosas e incompatibles con esa tradición. De ahí también que sus definiciones de “comunidad” y “sociedad” hayan dado lugar a interpretaciones disímiles y hasta cierto punto contradictorias. Nosotros creemos que, desde el comienzo, la sociedad está subordinada a la comunidad o, mejor, a la verdad que ella encarna. La autenticidad (o la verdad) de la una determina radicalmente la inautenticidad (o la no-verdad) de la otra. Pero, ¿por qué sólo la comunidad sería “auténtica”? En Lo que aparece bajo los conceptos de Gemeinschaft y Gesellschaft –y sus siempre dudosas traducciones– es ante todo el problema de una época del pensamiento que todos creemos superada, ignorando así hasta qué punto la lógica directriz de dicha oposición sigue dominando los actuales discursos sobre lo que aún hoy llamamos “comunidad” y “sociedad”. Y si, para introducir aquí dicho problema, nos inclinamos por la obra de Tönnies, es porque creemos que él mantiene una relación estrecha (y más explícita que sus contemporáneos) con la tradición metafísica de la que todos ellos, directa o indirectamente, son herederos. La comunidad está ligada a la idea de “calor de hogar” puesto que es una especie de hogar colectivo y hogar viene de hoguera. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 15 Carlos G. Juliao Vargas 14 de sociedad secreta, entre otras. Y en cada una de esas expresiones la palabra “sociedad” adquiere un sentido diferente. do? ¿Estamos realmente, como lo piensan algunos, ante el fin de la idea de sociedad? Entonces, es fácil comprender que exista la tentación de oponer el individuo (la parte) a la sociedad (el todo). Y sin embargo, como lo veremos, desde el punto de vista histórico, el individuo es un producto de la sociedad, y esta última se refiere siempre a una etapa particular de la historia de la humanidad. La sociedad y el individuo no son realidades eternas ni inmutables. Por otra parte, las relaciones entre el individuo y la sociedad deben también ser consideradas desde un punto de vista metodológico: ¿los investigadores sociales deben partir del individuo (del actor social) o de la sociedad (de la estructura, del sistema)? Este debate es constitutivo de las ciencias sociales y es muy importante incluso si a veces es mal presentado. Sin embargo, las ciencias sociales contemporáneas se esfuerzan por superar esta oposición entre individuo y sociedad. El individuo como producto de la sociedad Obviamente, estos dos debates se relacionan: la aparición del individuo como realidad social y el debilitamiento de las restricciones y tradiciones, pueden modificar la “mirada sociológica”3. Pero, ¿se debe considerar que el individuo actual es un ser sin pertenencia, que puede ser pensado al margen de todo lazo social? ¿Cómo pensar las identidades en un mundo cada vez más globaliza3 4 5 La misma idea de individuo está ligada a la modernidad4 y es el resultado de una larga historia que comenzó con el Renacimiento, y pasó por la Reforma y el siglo de las Luces. Obviamente es una historia occidental, incluso si los valores individualistas son universales y marcan la historia de toda la humanidad. La sociología –y luego las otras ciencias sociales–, nació, en gran medida, para dar cuenta de este proceso de individualización y analizar sus consecuencias. Comunidad y sociedad: el aumento del individualismo5 Es el pensador alemán Ferdinand Tönnies quien, bastante antes que otros, conceptualizó esta cuestión al distinguir entre comunidad y sociedad. En su artículo Gemeinschaft und Gesellschaft (publicado en el Handwörterbuch der Soziologie, editado por A.Vierkandt en 1931), y en el cual resume las doctrinas planteadas en su libro del año 1887, Tönnies define la comunidad (Gemeinschaft) como el tipo de asociación donde predomina la voluntad natural. La sociedad (Gesellschaft) es, La “mirada sociológica” es aquella que consiste en relacionar esos dos aspectos fundamentales: la sociedad y el individuo. Hay que tener en cuenta que, si bien la sociología nace en el contexto de la racionalidad objetiva moderna, es evidente que llega al siglo XXI como una de las disciplinas que con mayor fuerza ha roto con el clásico ideal de la objetividad. La modernidad es un concepto filosófico, historiográfico y sociológico, que podemos definir como el proyecto de imponer la razón como norma trascendental y externa a la sociedad. Desde ese punto de vista es similar al concepto kantiano de Ilustración (la “mayoría de edad del individuo”, que ejerce su razón de forma autónoma: el Sapere aude), y antes que éste al antropocentrismo humanista del Renacimiento (por ejemplo la Oratio pro homini dignitate de Pico della Mirandola). En términos socio-históricos, no llegamos a la modernidad con el final de la Edad Media (siglo XV), sino tras la transformación de la sociedad preindustrial (rural y tradicional) en la sociedad industrial y urbana moderna; lo que ocurre con la Revolución industrial y el triunfo del capitalismo. La superación de la sociedad industrial por la actual sociedad postindustrial se ha dado en llamar postmodernidad. También se habla de transmodernidad para referirse al mundo caracterizado por la globalización. La dicotomía entre “comunidad” y “sociedad” aparece en la historia occidental a mediados del siglo XIX de la mano de algunas de las teorías (filosóficas, históricas, psicológicas, jurídicas, económicas, etc.) que serían el fundamento de las modernas ciencias sociales. Con razón, pues, se afirma que el “paso” de la comunidad a la sociedad es uno de los motivos más recurrentes del pensamiento decimonónico de Hegel a Marx y el leitmotiv de los debates políticos que dominaron buena parte de esta época. En ese sentido, se puede decir que la pregunta sobre cómo hacer frente a dicho paso fue uno de los signos distintivos de la modernidad europea occidental. Hoy todo sucede como si supiéramos lo que esos conceptos significan. Su uso cada vez más extendido y naturalizado refuerza este supuesto saber. Sin embargo, es significativo que hoy seamos tantos quienes nos preguntamos por esas antiguas y en apariencia resueltas cuestiones, que atañen directamente, si bien no de modo exclusivo, a la teoría sociológica. Ver al respecto: Esposito, R. (2003). Communitas. Origen y destino de la comunidad. Buenos Aires: Amorrortu. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad en cambio, aquel tipo de comunidad formado y condicionado por la voluntad racional.6 “La relación misma, y también la unión, se concibe, bien como vida real y orgánica –y entonces es la esencia (Wesen) de la comunidad–, bien como formación ideal y mecánica –y entonces es el concepto (Begriff ) de sociedad” (Tönnies, 1947, p. 19). Ahora bien, Tönnies clarifica que no se trata de realidades, sino de tipos ideales, pues toda agrupación humana participa, por así decirlo, de las dos representaciones mencionadas en proporciones diversas y cambiantes. La comunidad corresponde a las “sociedades tradicionales” (antes llamadas sociedades primitivas) o sociedades pre-modernas occidentales: grupos humanos en los cuales la idea de individuo autónomo no existe. Las restricciones colectivas son poderosas; y el lugar de cada uno en función de su edad, sexo o estatus está rigurosamente determinado (pensemos, por ejemplo, en el sistema de castas). Las relaciones al interior de las comunidades son obligatorias y vinculantes; y conciernen a lazos sociales intensos y a diversas formas de solidaridad. En ellas, las lógicas colectivas pesan mucho ya sea que se trate de la repartición de bienes, del matrimonio o de la educación de los hijos. Lo que prevalece, según Tönnies, es la “voluntad orgánica” (1947, p. 21): los comportamientos sociales están ligados a la necesidad de asegurar la supervivencia del grupo, por eso, las exigencias del clan van primero. Para hablar de comunidades, Tönnies utiliza la imagen del calor del hogar7 o la idea de afectividad. Al contrario, la idea de sociedad corresponde a la época moderna. Las sociedades son grupos humanos fundados sobre el primado del individuo, y las relaciones entre individuos se hacen a partir de compromisos sobre sus diversos intereses, son impersonales y descansan sobre una 6 7 “voluntad reflexiva”. Entonces, en rigor, no puede hablarse de sociedad sino para una época determinada de la historia teniendo en cuenta, además, que al interior de dicha época, la situación evoluciona: el lugar de las prohibiciones y la autonomía individual no es el mismo en el siglo XVIII que en la segunda mitad del siglo XX, por ejemplo. Pero en realidad “en tanto que ella se realiza progresivamente, la sociedad significa siempre que los individuos están ligados por influencias y determinaciones comprobadas recíprocamente. Ella es por ende algo funcional, algo que los individuos hacen y sufren a la vez. Así, de acuerdo a su característica fundamental no debería hablarse de sociedad, sino de socialización. La ‘sociedad’ no es en este caso sino el nombre dado a un conjunto de individuos, ligados entre sí por acciones reciprocas y que por esta razón se considera como constituyendo una unidad […]” (Simmel, 1981, p. 90). Claramente lo que Tönnies plantea es que la vida real, auténtica y verdadera, aquella que experimentamos al formar parte de una “totalidad orgánica”, sólo puede ocurrir en el seno de la comunidad, nunca en una sociedad. Pero esto no es nada novedoso; si hay algo nuevo y original en el planteamiento de Tönnies, es que sus teorías de la comunidad y la sociedad aspiran al rigor científico: si bien su pensamiento se ancla fuertemente en la tradición metafísica, sus aspiraciones científicas son novedosas e incompatibles con esa tradición. De ahí también que sus definiciones de “comunidad” y “sociedad” hayan dado lugar a interpretaciones disímiles y hasta cierto punto contradictorias. Nosotros creemos que, desde el comienzo, la sociedad está subordinada a la comunidad o, mejor, a la verdad que ella encarna. La autenticidad (o la verdad) de la una determina radicalmente la inautenticidad (o la no-verdad) de la otra. Pero, ¿por qué sólo la comunidad sería “auténtica”? En Lo que aparece bajo los conceptos de Gemeinschaft y Gesellschaft –y sus siempre dudosas traducciones– es ante todo el problema de una época del pensamiento que todos creemos superada, ignorando así hasta qué punto la lógica directriz de dicha oposición sigue dominando los actuales discursos sobre lo que aún hoy llamamos “comunidad” y “sociedad”. Y si, para introducir aquí dicho problema, nos inclinamos por la obra de Tönnies, es porque creemos que él mantiene una relación estrecha (y más explícita que sus contemporáneos) con la tradición metafísica de la que todos ellos, directa o indirectamente, son herederos. La comunidad está ligada a la idea de “calor de hogar” puesto que es una especie de hogar colectivo y hogar viene de hoguera. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 15 Carlos G. Juliao Vargas principio, porque la comunidad, a diferencia de la sociedad, es vida en común originaria: “La teoría de la sociedad construye un círculo de hombres que, como en la comunidad, conviven pacíficamente, pero no están esencialmente unidos sino esencialmente separados, y mientras en la comunidad permanecen unidos a pesar de todas las separaciones, en la sociedad permanecen separados a pesar de todas las uniones” (Tönnies, 1947, p. 65). En otras palabras, Tönnies considera la sociedad, la vida societaria en su conjunto, como un sustituto artificial de la naturaleza originaria de la vida comunitaria.8 16 Ahora bien, para evitar esta brecha entre el estado de comunidad y el estado de sociedad, es que Max Weber introduce los conceptos de “comunización” y “socialización” (Vergemeinschaftung y Vergesellschaftung)9 poniendo el énfasis ya sea en la sensación de formar “parte de un todo”, o bien en la persecución racional de fines o ajuste de intereses. Para él, las relaciones sociales, en un momento dado, están marcadas por una dimensión comunitaria o societaria. Pero Weber es también un pensador de la modernidad que subraya la importancia del proceso de racionalización de las actividades sociales, la disolución progresiva de la tradición y el “desencantamiento del mundo”. Este otro planteamiento de la comunidad lo hallamos en el popular “excurso” de los Ensayos de Sociología de la Religión (1987). Ahí, en sólo 30 páginas, Weber presenta una “teoría de la modernidad” cuya palabra clave es la “racionalización”, y donde el argumento central está en la diferenciación de las “esferas de valor” (1987, p. 437) que la modernidad trajo consigo, cada una regida por “específicas legalidades internas” (p. 441), que revelan las tensiones existentes entre ellas, y además entre cada una y la dimensión ético-religiosa de la existencia. En cada una de estas esferas la “comunidad” va a asumir sentidos disímiles, si bien la tesis que las cobija es que la modernidad capitalista (ese orden impersonal que resulta –sobre todo aunque no solamente– de la racionalización de la esfera económica) que deja atrás las formas comunitarias orgánicas de reconocimiento y puede incluso, hacer imposible ciertas formas de “comunidad”, y el tono ético peculiar que, idealmente, la impregna. Lo cual no significa la absoluta imposibilidad de toda forma de comunidad. Así, el análisis que Weber hace de la racionalización de la esfera política muestra que hay otro lugar posible para la comunidad. Weber afirma, brutalmente, que la guerra genera, en las modernas comunidades políticas, “un pathos y un sentimiento de comunidad”, “entrega” y “comunidad de sacrificio” entre los combatientes: “Es la seriedad de la muerte la que aquí se introduce con el fin de proteger eventualmente los intereses de la comunidad. Tal circunstancia introduce en la comunidad política su pathos específico. También produce sus fundamentos emotivos permanentes” (1984, p. 662). Para concluir: la guerra (en tanto realidad dolorosa y excepcional) y el liderazgo carismático (como propósito o utopía política) son lugares de experiencia vital que, incluso en contextos donde predomina una racionalidad formal de carácter societal, permiten que surja o se recree alguna forma de “comunidad”.10 Efectivamente los sociólogos clásicos han ayudado a interpretar este movimiento histórico 8 Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad por el cual el paso de la comunidad a la sociedad corresponde, simultáneamente, a la emergencia del individuo. Esta relación es, además, dialéctica: la individualización es un factor que contribuye al paso de la comunidad a la sociedad, y estas transformaciones sociales globales producen el nacimiento y el desarrollo del individuo. Fue Alexis de Tocqueville quien primero llamó la atención sobre el aumento del individualismo, y puso esto en relación con la democracia y el movimiento histórico de ampliación de las libertades individuales;11 para él, el individualismo es perjudicial en sí mismo, ya que deteriora lo público y convierte a las personas en malos ciudadanos. Pero su consecuencia más visible es que puede conducir al despotismo. Marx, incluso reconociendo el carácter liberal del desarrollo del capitalismo, deplora que ello conduzca a sumergir al individuo en las “aguas heladas del cálculo egoísta”12: en aras del valor de cambio, ese cálculo egoísta (individual, narcisista y fetichista de la mercancía) derrumba los demás discursos reaccionarios (la religión, el sistema de lo caballeresco, el amor). Él expresa a veces una nostalgia por el orden de las sociedades pre-capitalistas donde reinaba la solidaridad corporativa, la lealtad frente al soberano, la fidelidad a las creencias, etc. Y Durkheim quiere dar cuenta de esta evolución histórica con su teoría de la división social del trabajo. El paso de la “solidaridad mecánica” a la “solidaridad orgánica” corresponde a un proceso de individualización donde las elecciones colectivas de los individuos y la organización consciente de la sociedad, predominan progresivamente sobre las formas vinculantes y tradicionales de la cooperación.13 Es sintomática esta reflexión convergente de los fundadores de la sociología. El siglo XIX, con la Revolución industrial y el fortalecimiento de las formas democráticas de organización política, señala el final de una larga transformación que condujo, a partir del Renacimiento, a acentuar la razón, la libertad de conciencia, la liberación frente a las tradiciones. Sea que se trate de la importancia de la “duda metódica” en Descartes, del acento puesto sobre la pluralidad de las formas de organización social en Montesquieu, o del cuestionamiento de las cosmovisiones por Copérnico, Galileo o Giordano Bruno, el individuo afirma su derecho al libre examen, a la reflexividad, al cuestionamiento de los supuestos y de los argumentos de autoridad. Como lo han señalado muchos pensadores de lo social (no sólo Max Weber) la Reforma protestante jugó un importante papel en este proceso de modernización.14 Lutero, en efecto, opuso la fe individual a la autoridad del magisterio romano. Más generalmente, el protestantismo relativizó el papel del clero e insistió sobre la relación personal de cada individuo con Dios. Indudablemente, el protestantismo tomó, en sus orígenes, formas comunitarias muy vinculantes (sobre todo, en ciertas sectas puritanas), pero la importancia que concede al libre arbitrio, a la lectura personal de la Biblia, la relativización del rito y de la emoción en beneficio de una visión más racional de lo religioso, contribuyen indiscutiblemente al aumento del individualismo. Finalmente, el siglo de las Luces, a partir sobre todo de cierta reflexión sobre la tolerancia (en Locke por ejemplo: “dejad de combatir lo que no se puede cambiar”),15 y del acento puesto sobre los lazos políticos, así como el hecho de la difusión del saber (con los enciclopedistas) etc., contribuye a afirmar los derechos del individuo frente a la restricción estatal. Así, progresivamente, la idea de que el orden social debe reposar sobre el consenti- Insistimos en que esta predominancia de la comunidad no esuna invención de Tönnies. Simplemente, él fue el primero en plantearel problema de la comunidad y la sociedad desde una perspectiva con aspiracionescientíficas y, por ende, el primero en encauzar esta problemáticaen una dirección hasta entonces inexplorada y tal vez hoy no lo suficientemente pensada. Sobre todo si consideramos que muchos de los teóricos actuales de la comunidad, no siempre calibran con precisión la lógica de la idea que ponen en juego. Véase, por ejemplo, lo planteado por Bauman, Z. (2006). Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil. Madrid: Siglo XXI. 9 Lamentablemente traducidos por los traductores españoles del FCE como “comunidad” y“sociedad”, respectivamente, con lo cual le quitaron a los términos la connotación procesual que el prefijo alemán “Ver” les daba. Veáse al respecto Villacañas, J. L. (1996). Tönnies versus Weber. El debate comunitarista desde la teoría social. En F. Cortés y A. Monsalve (Eds.), Liberalismo, Comunitarismo, Derechos Humanos y Democracia. Valencia: Alfons el Magnànim. 10 Como bien se sabe, esta combinación de “guerra” y “líder carismático” alcanzó en Alemania unas dimensiones espantosas, muy pocos años después de que Weber lo expresara. 11 Cfr. Tocqueville, A. De la Démocratie en Amérique, II. En Oeuvres complètes, Paris: Gallimard (1951-2003, pp. 105-106). 12 Cfr. Marx, K. Manifiesto del partido comunista, cap. 1 (Burgueses y proletarios). Consultado el 24 de mayo 2011 en http://es.scribd.com/ doc/13077625/Calos-Marx-y-Fedrico-Engels-El-Manifiesto-Comunista 13 Cfr. Durkheim, E. (1893). Libro 1: La división del trabajo social (1995). Madrid: Akal. 14 Prácticamente no hay ámbito de la vida humana –el espiritual obviamente, pero también el intelectual, artístico, político, social, etc.– en donde no haya dejado su impronta. A pesar de no proponérselo deliberadamente –podríamos incluso afirmar que su propósito era el opuesto– la Reforma protestante favoreció este cambio de perspectiva al dar los argumentos para un pensamiento más subjetivo, reafirmando la centralidad e individualidad de la persona humana. 15 Cfr. Locke, J. (1998). Carta sobre la tolerancia. Madrid: Tecnos. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 17 Carlos G. Juliao Vargas principio, porque la comunidad, a diferencia de la sociedad, es vida en común originaria: “La teoría de la sociedad construye un círculo de hombres que, como en la comunidad, conviven pacíficamente, pero no están esencialmente unidos sino esencialmente separados, y mientras en la comunidad permanecen unidos a pesar de todas las separaciones, en la sociedad permanecen separados a pesar de todas las uniones” (Tönnies, 1947, p. 65). En otras palabras, Tönnies considera la sociedad, la vida societaria en su conjunto, como un sustituto artificial de la naturaleza originaria de la vida comunitaria.8 16 Ahora bien, para evitar esta brecha entre el estado de comunidad y el estado de sociedad, es que Max Weber introduce los conceptos de “comunización” y “socialización” (Vergemeinschaftung y Vergesellschaftung)9 poniendo el énfasis ya sea en la sensación de formar “parte de un todo”, o bien en la persecución racional de fines o ajuste de intereses. Para él, las relaciones sociales, en un momento dado, están marcadas por una dimensión comunitaria o societaria. Pero Weber es también un pensador de la modernidad que subraya la importancia del proceso de racionalización de las actividades sociales, la disolución progresiva de la tradición y el “desencantamiento del mundo”. Este otro planteamiento de la comunidad lo hallamos en el popular “excurso” de los Ensayos de Sociología de la Religión (1987). Ahí, en sólo 30 páginas, Weber presenta una “teoría de la modernidad” cuya palabra clave es la “racionalización”, y donde el argumento central está en la diferenciación de las “esferas de valor” (1987, p. 437) que la modernidad trajo consigo, cada una regida por “específicas legalidades internas” (p. 441), que revelan las tensiones existentes entre ellas, y además entre cada una y la dimensión ético-religiosa de la existencia. En cada una de estas esferas la “comunidad” va a asumir sentidos disímiles, si bien la tesis que las cobija es que la modernidad capitalista (ese orden impersonal que resulta –sobre todo aunque no solamente– de la racionalización de la esfera económica) que deja atrás las formas comunitarias orgánicas de reconocimiento y puede incluso, hacer imposible ciertas formas de “comunidad”, y el tono ético peculiar que, idealmente, la impregna. Lo cual no significa la absoluta imposibilidad de toda forma de comunidad. Así, el análisis que Weber hace de la racionalización de la esfera política muestra que hay otro lugar posible para la comunidad. Weber afirma, brutalmente, que la guerra genera, en las modernas comunidades políticas, “un pathos y un sentimiento de comunidad”, “entrega” y “comunidad de sacrificio” entre los combatientes: “Es la seriedad de la muerte la que aquí se introduce con el fin de proteger eventualmente los intereses de la comunidad. Tal circunstancia introduce en la comunidad política su pathos específico. También produce sus fundamentos emotivos permanentes” (1984, p. 662). Para concluir: la guerra (en tanto realidad dolorosa y excepcional) y el liderazgo carismático (como propósito o utopía política) son lugares de experiencia vital que, incluso en contextos donde predomina una racionalidad formal de carácter societal, permiten que surja o se recree alguna forma de “comunidad”.10 Efectivamente los sociólogos clásicos han ayudado a interpretar este movimiento histórico 8 Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad por el cual el paso de la comunidad a la sociedad corresponde, simultáneamente, a la emergencia del individuo. Esta relación es, además, dialéctica: la individualización es un factor que contribuye al paso de la comunidad a la sociedad, y estas transformaciones sociales globales producen el nacimiento y el desarrollo del individuo. Fue Alexis de Tocqueville quien primero llamó la atención sobre el aumento del individualismo, y puso esto en relación con la democracia y el movimiento histórico de ampliación de las libertades individuales;11 para él, el individualismo es perjudicial en sí mismo, ya que deteriora lo público y convierte a las personas en malos ciudadanos. Pero su consecuencia más visible es que puede conducir al despotismo. Marx, incluso reconociendo el carácter liberal del desarrollo del capitalismo, deplora que ello conduzca a sumergir al individuo en las “aguas heladas del cálculo egoísta”12: en aras del valor de cambio, ese cálculo egoísta (individual, narcisista y fetichista de la mercancía) derrumba los demás discursos reaccionarios (la religión, el sistema de lo caballeresco, el amor). Él expresa a veces una nostalgia por el orden de las sociedades pre-capitalistas donde reinaba la solidaridad corporativa, la lealtad frente al soberano, la fidelidad a las creencias, etc. Y Durkheim quiere dar cuenta de esta evolución histórica con su teoría de la división social del trabajo. El paso de la “solidaridad mecánica” a la “solidaridad orgánica” corresponde a un proceso de individualización donde las elecciones colectivas de los individuos y la organización consciente de la sociedad, predominan progresivamente sobre las formas vinculantes y tradicionales de la cooperación.13 Es sintomática esta reflexión convergente de los fundadores de la sociología. El siglo XIX, con la Revolución industrial y el fortalecimiento de las formas democráticas de organización política, señala el final de una larga transformación que condujo, a partir del Renacimiento, a acentuar la razón, la libertad de conciencia, la liberación frente a las tradiciones. Sea que se trate de la importancia de la “duda metódica” en Descartes, del acento puesto sobre la pluralidad de las formas de organización social en Montesquieu, o del cuestionamiento de las cosmovisiones por Copérnico, Galileo o Giordano Bruno, el individuo afirma su derecho al libre examen, a la reflexividad, al cuestionamiento de los supuestos y de los argumentos de autoridad. Como lo han señalado muchos pensadores de lo social (no sólo Max Weber) la Reforma protestante jugó un importante papel en este proceso de modernización.14 Lutero, en efecto, opuso la fe individual a la autoridad del magisterio romano. Más generalmente, el protestantismo relativizó el papel del clero e insistió sobre la relación personal de cada individuo con Dios. Indudablemente, el protestantismo tomó, en sus orígenes, formas comunitarias muy vinculantes (sobre todo, en ciertas sectas puritanas), pero la importancia que concede al libre arbitrio, a la lectura personal de la Biblia, la relativización del rito y de la emoción en beneficio de una visión más racional de lo religioso, contribuyen indiscutiblemente al aumento del individualismo. Finalmente, el siglo de las Luces, a partir sobre todo de cierta reflexión sobre la tolerancia (en Locke por ejemplo: “dejad de combatir lo que no se puede cambiar”),15 y del acento puesto sobre los lazos políticos, así como el hecho de la difusión del saber (con los enciclopedistas) etc., contribuye a afirmar los derechos del individuo frente a la restricción estatal. Así, progresivamente, la idea de que el orden social debe reposar sobre el consenti- Insistimos en que esta predominancia de la comunidad no esuna invención de Tönnies. Simplemente, él fue el primero en plantearel problema de la comunidad y la sociedad desde una perspectiva con aspiracionescientíficas y, por ende, el primero en encauzar esta problemáticaen una dirección hasta entonces inexplorada y tal vez hoy no lo suficientemente pensada. Sobre todo si consideramos que muchos de los teóricos actuales de la comunidad, no siempre calibran con precisión la lógica de la idea que ponen en juego. Véase, por ejemplo, lo planteado por Bauman, Z. (2006). Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil. Madrid: Siglo XXI. 9 Lamentablemente traducidos por los traductores españoles del FCE como “comunidad” y“sociedad”, respectivamente, con lo cual le quitaron a los términos la connotación procesual que el prefijo alemán “Ver” les daba. Veáse al respecto Villacañas, J. L. (1996). Tönnies versus Weber. El debate comunitarista desde la teoría social. En F. Cortés y A. Monsalve (Eds.), Liberalismo, Comunitarismo, Derechos Humanos y Democracia. Valencia: Alfons el Magnànim. 10 Como bien se sabe, esta combinación de “guerra” y “líder carismático” alcanzó en Alemania unas dimensiones espantosas, muy pocos años después de que Weber lo expresara. 11 Cfr. Tocqueville, A. De la Démocratie en Amérique, II. En Oeuvres complètes, Paris: Gallimard (1951-2003, pp. 105-106). 12 Cfr. Marx, K. Manifiesto del partido comunista, cap. 1 (Burgueses y proletarios). Consultado el 24 de mayo 2011 en http://es.scribd.com/ doc/13077625/Calos-Marx-y-Fedrico-Engels-El-Manifiesto-Comunista 13 Cfr. Durkheim, E. (1893). Libro 1: La división del trabajo social (1995). Madrid: Akal. 14 Prácticamente no hay ámbito de la vida humana –el espiritual obviamente, pero también el intelectual, artístico, político, social, etc.– en donde no haya dejado su impronta. A pesar de no proponérselo deliberadamente –podríamos incluso afirmar que su propósito era el opuesto– la Reforma protestante favoreció este cambio de perspectiva al dar los argumentos para un pensamiento más subjetivo, reafirmando la centralidad e individualidad de la persona humana. 15 Cfr. Locke, J. (1998). Carta sobre la tolerancia. Madrid: Tecnos. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 17 Carlos G. Juliao Vargas miento de los individuos y no sobre la obligación, va a imponerse. La Revolución Inglesa (1688) desemboca en una “declaración de derechos” que refuerza los derechos civiles de los individuos, y que instituye también una monarquía parlamentaria que garantiza los derechos del Parlamento. La Revolución Americana (1776), además de cuestionar la relación colonial con Inglaterra, afirma el “derecho al bienestar”. Y la Revolución Francesa (1789), finalmente, proclama los derechos del hombre y del ciudadano.16 18 La Revolución Industrial es, entonces, una tercera etapa de esas transformaciones que fueron primero culturales (científicas, filosóficas, religiosas), y luego políticas y que adquirieron una dimensión económica y social. El capitalismo industrial desafía la organización del espacio (éxodo agrícola y rural, urbanización) y la estructura social (la aristocracia deja el lugar a la burguesía, y se constituye el proletariado industrial). La organización del trabajo se transforma, los intercambios se desarrollan y todas esas transformaciones son pensadas desde el liberalismo económico que, siguiendo a los fisiócratas y a Adam Smith, conceptualiza la idea de que la búsqueda individual de los fines privados coincide con el interés general. Ya no hay más contradicción entre individuo y sociedad dado que la democracia de una parte, y la economía de mercado de otra parte, aseguran la coherencia entre elecciones individuales y necesidades de la organización colectiva. Y, lejos de pensar sociedad e individuo en oposición, hay que comprender que es el nacimiento y el desarrollo de la sociedad (contra el orden tradicional fundado en una justificación sobrenatural) lo que emancipa al individuo, al mismo tiempo que las aspiraciones individuales desarrollan e institucionalizan la organización societaria de la vida colectiva. ¿La modernidad en peligro? Individualismo y crisis de los lazos sociales Si bien la idea del individuo como producto de la sociedad es ampliamente admitida, muchas controversias se desarrollaron sobre el sentido que se podría dar a dicha transformación social y sobre su futuro. Primero, están los pensadores conservadores que criticaron la Revolución Francesa, y la Iglesia católica condenando el modernismo y la separación Iglesia-Estado. Durante el caso Dreyfus,17 cuando algunos atribuían al aumento del individualismo la responsabilidad de un asunto en el cual veían el cuestionamiento de la autoridad del Estado, Durkheim respondió a dichas críticas señalando que existen dos tipos de individualismo: uno egoísta y utilitarista que ciertamente puede acabar con los fundamentos de lo social (podríamos llamarlo “individualismo liberal”), y otro que reposa sobre la solidaridad y la cooperación y que sería, para Durkheim, el único fundamento posible de la cohesión social en las sociedades modernas (sería un “individualismo comunitarista”).18 A la inversa, algunos so- 16 El distinto alcance de ambas declaraciones se debe a cuestiones de forma y de fondo. La declaración francesa es indiferente a las circunstancias en que nace y añade a los derechos naturales, los derechos del ciudadano. Pero sobre todo, es un texto atemporal, único, separado del texto constitucional y, por tanto, de carácter universal, a lo que habría que añadir la brevedad, claridad y sencillez del lenguaje. De ahí su trascendencia y éxito en todo el mundo occidental. 17 El caso Dreyfus fue un polémico asunto en el que se vio implicado el oficial judío del ejército francés Alfred Dreyfus, declarado culpable del cargo de traición en 1894. Su condena provocó un conflicto nacional que llevó al sector republicano progresista a dominar en la vida política francesa y que culminó con la separación de la Iglesia y el Estado en Francia. Los grupos extremistas (derecha e izquierda) utilizaron este suceso para demostrar su descontento frente al orden imperante. Así, el Caso Dreyfus dividió a la sociedad francesa: por un lado el gobierno derechista, el ejército nacionalista, la Iglesia Católica y los partidos conservadores, que unieron fuerzas en el bando anti-Dreyfus (con grandes características anti-semitas); por el otro, las fuerzas progresistas –republicanos, socialistas y anticlericales– liderados por Émile Zola y Jean Jaurès entre otros, que hicieron suyas la lucha por los derechos humanos en la República. 18 En un artículo breve pero esclarecedor, Anthony Giddens dice que los diversos intérpretes de Durkheim no han podido diferenciar entre su rechazo al individualismo como método de aproximación a la teoría social y su concepción del desarrollo de la aparición de ese individualismo como una moralidad que surge de la diferenciación de la división del trabajo. Cfr .Giddens, A. (1977), The ‘individual’ in the writings of Émile Durkheim. En Studies in Social and Political Theory. London, Hutchinson; New York., Basic Books. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad ciólogos vieron en el declive de la tradición y de las comunidades la causa de la emergencia de un individuo desocializado, víctima potencial de todas las manipulaciones. Siguiendo a Gustavo Le Bon, los teóricos de las multitudes y fenómenos de masa, consideran que la modernidad, en lugar de generar una sociedad de individuos libres y autónomos (ciudadanos deliberando sobre los asuntos públicos y buscando el bien común), ha desembocado en el totalitarismo, la “ley de hierro de la oligarquía”, el furor de las multitudes y el poder más o menos camuflado de las élites. Le Bon propone reconocer la masa como una entidad psicológica independiente de los individuos que la conforman: “Aislada, una persona puede ser un individuo cultivado; en masa es un bárbaro, es decir una criatura que actúa por instinto. Posee la espontaneidad, la violencia, la ferocidad, y también el entusiasmo y el heroísmo de los seres primitivos” (Le Bon 1895, p. 20). Si el siglo XX es indiscutiblemente aquel de los totalitarismos, en él hemos también asistido a la victoria de las democracias, al fortalecimiento del Estado benefactor, a la difusión de los saberes, a una mayor informalidad de la vida social, al respeto creciente del pluralismo de valores y al reconocimiento de nuevos derechos (mujeres, homosexuales, etc.). Otra crítica del individualismo inspirada, a la vez en Marx y Weber, es aquella de la escuela de Frankfurt que acentúa el hecho de que el incremento de derechos y libertades individuales es en gran medida una ilusión, dado que la empresa de la sociedad sobre el individuo sigue reforzándose mediante la racionalidad instrumental, que se expresa tanto mediante las lógicas mercantiles y capitalistas como mediante las lógicas estatales y burocráticas. Max Horkheimer dice en su Crítica de la razón instrumental: “… la denuncia de aquello que actualmente se llama razón constituye el servicio máximo que puede prestar la razón” (1973, p. 83). Porque lo que denominamos razón no es aquí aquella capacidad de reflexión que nos ayuda a comprender nuestro entorno y a actuar en él. Se trata de esa otra función, la instrumental, marcada por el imperativo de la producción. En esta perspectiva, la razón sirve para justificar las peores dictaduras y el desarrollo científico produce efectos perversos tanto sobre la naturaleza como sobre lo social (desarrollo de una tecnocracia que monopoliza el poder). El proyecto emancipador de la modernidad se agotaría, la idea de una armonía posible entre individuos libres y cooperación social se habría esfumado, tanto en su versión liberal como en su versión socialista. De esta perspectiva pesimista se separó Jurgen Habermas quien constata, en efecto, que la democracia no ha agotado sus virtudes subversivas y que los movimientos sociales la reivindican mediante el concepto de democracia participativa o deliberativa. En el fondo no hay un rechazo de la política y el compromiso, sino la búsqueda de otra relación con la política. Incluso la sociología de las religiones muestra que se asiste a una individualización o a una “privatización de lo religioso”: se habla de “religión a la carta” o de “bricolaje religioso”. La mayoría de los trabajos sociológicos confirman también la idea de una crisis de la familia o de una anomia familiar. Ciertamente, incluso ahí, el individuo (niño, pareja, etc.) quiere fortalecer sus derechos y libertades y, en cierta medida asistimos a un fenómeno de desinstitucionalización de la familia. Pero de otro lado, la importancia social de las relaciones de parentesco permanece, las solidaridades familiares se refuerzan y se asiste a formas de re-institucionalización de la familia (reconocimiento de los derechos de los hijos naturales, etc). No se puede sin más concluir que caímos en una reducción de la acción colectiva, como lo muestra la persistencia de movimientos sociales, ni en una masificación cultural sino, al contrario, a una diversificación de las prácticas culturales y de formas diversas de apropiación individual de la cultura de masa. Lejos de ver abolido el proyecto de la modernidad, hemos entrado según Anthony Giddens Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 19 Carlos G. Juliao Vargas miento de los individuos y no sobre la obligación, va a imponerse. La Revolución Inglesa (1688) desemboca en una “declaración de derechos” que refuerza los derechos civiles de los individuos, y que instituye también una monarquía parlamentaria que garantiza los derechos del Parlamento. La Revolución Americana (1776), además de cuestionar la relación colonial con Inglaterra, afirma el “derecho al bienestar”. Y la Revolución Francesa (1789), finalmente, proclama los derechos del hombre y del ciudadano.16 18 La Revolución Industrial es, entonces, una tercera etapa de esas transformaciones que fueron primero culturales (científicas, filosóficas, religiosas), y luego políticas y que adquirieron una dimensión económica y social. El capitalismo industrial desafía la organización del espacio (éxodo agrícola y rural, urbanización) y la estructura social (la aristocracia deja el lugar a la burguesía, y se constituye el proletariado industrial). La organización del trabajo se transforma, los intercambios se desarrollan y todas esas transformaciones son pensadas desde el liberalismo económico que, siguiendo a los fisiócratas y a Adam Smith, conceptualiza la idea de que la búsqueda individual de los fines privados coincide con el interés general. Ya no hay más contradicción entre individuo y sociedad dado que la democracia de una parte, y la economía de mercado de otra parte, aseguran la coherencia entre elecciones individuales y necesidades de la organización colectiva. Y, lejos de pensar sociedad e individuo en oposición, hay que comprender que es el nacimiento y el desarrollo de la sociedad (contra el orden tradicional fundado en una justificación sobrenatural) lo que emancipa al individuo, al mismo tiempo que las aspiraciones individuales desarrollan e institucionalizan la organización societaria de la vida colectiva. ¿La modernidad en peligro? Individualismo y crisis de los lazos sociales Si bien la idea del individuo como producto de la sociedad es ampliamente admitida, muchas controversias se desarrollaron sobre el sentido que se podría dar a dicha transformación social y sobre su futuro. Primero, están los pensadores conservadores que criticaron la Revolución Francesa, y la Iglesia católica condenando el modernismo y la separación Iglesia-Estado. Durante el caso Dreyfus,17 cuando algunos atribuían al aumento del individualismo la responsabilidad de un asunto en el cual veían el cuestionamiento de la autoridad del Estado, Durkheim respondió a dichas críticas señalando que existen dos tipos de individualismo: uno egoísta y utilitarista que ciertamente puede acabar con los fundamentos de lo social (podríamos llamarlo “individualismo liberal”), y otro que reposa sobre la solidaridad y la cooperación y que sería, para Durkheim, el único fundamento posible de la cohesión social en las sociedades modernas (sería un “individualismo comunitarista”).18 A la inversa, algunos so- 16 El distinto alcance de ambas declaraciones se debe a cuestiones de forma y de fondo. La declaración francesa es indiferente a las circunstancias en que nace y añade a los derechos naturales, los derechos del ciudadano. Pero sobre todo, es un texto atemporal, único, separado del texto constitucional y, por tanto, de carácter universal, a lo que habría que añadir la brevedad, claridad y sencillez del lenguaje. De ahí su trascendencia y éxito en todo el mundo occidental. 17 El caso Dreyfus fue un polémico asunto en el que se vio implicado el oficial judío del ejército francés Alfred Dreyfus, declarado culpable del cargo de traición en 1894. Su condena provocó un conflicto nacional que llevó al sector republicano progresista a dominar en la vida política francesa y que culminó con la separación de la Iglesia y el Estado en Francia. Los grupos extremistas (derecha e izquierda) utilizaron este suceso para demostrar su descontento frente al orden imperante. Así, el Caso Dreyfus dividió a la sociedad francesa: por un lado el gobierno derechista, el ejército nacionalista, la Iglesia Católica y los partidos conservadores, que unieron fuerzas en el bando anti-Dreyfus (con grandes características anti-semitas); por el otro, las fuerzas progresistas –republicanos, socialistas y anticlericales– liderados por Émile Zola y Jean Jaurès entre otros, que hicieron suyas la lucha por los derechos humanos en la República. 18 En un artículo breve pero esclarecedor, Anthony Giddens dice que los diversos intérpretes de Durkheim no han podido diferenciar entre su rechazo al individualismo como método de aproximación a la teoría social y su concepción del desarrollo de la aparición de ese individualismo como una moralidad que surge de la diferenciación de la división del trabajo. Cfr .Giddens, A. (1977), The ‘individual’ in the writings of Émile Durkheim. En Studies in Social and Political Theory. London, Hutchinson; New York., Basic Books. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad ciólogos vieron en el declive de la tradición y de las comunidades la causa de la emergencia de un individuo desocializado, víctima potencial de todas las manipulaciones. Siguiendo a Gustavo Le Bon, los teóricos de las multitudes y fenómenos de masa, consideran que la modernidad, en lugar de generar una sociedad de individuos libres y autónomos (ciudadanos deliberando sobre los asuntos públicos y buscando el bien común), ha desembocado en el totalitarismo, la “ley de hierro de la oligarquía”, el furor de las multitudes y el poder más o menos camuflado de las élites. Le Bon propone reconocer la masa como una entidad psicológica independiente de los individuos que la conforman: “Aislada, una persona puede ser un individuo cultivado; en masa es un bárbaro, es decir una criatura que actúa por instinto. Posee la espontaneidad, la violencia, la ferocidad, y también el entusiasmo y el heroísmo de los seres primitivos” (Le Bon 1895, p. 20). Si el siglo XX es indiscutiblemente aquel de los totalitarismos, en él hemos también asistido a la victoria de las democracias, al fortalecimiento del Estado benefactor, a la difusión de los saberes, a una mayor informalidad de la vida social, al respeto creciente del pluralismo de valores y al reconocimiento de nuevos derechos (mujeres, homosexuales, etc.). Otra crítica del individualismo inspirada, a la vez en Marx y Weber, es aquella de la escuela de Frankfurt que acentúa el hecho de que el incremento de derechos y libertades individuales es en gran medida una ilusión, dado que la empresa de la sociedad sobre el individuo sigue reforzándose mediante la racionalidad instrumental, que se expresa tanto mediante las lógicas mercantiles y capitalistas como mediante las lógicas estatales y burocráticas. Max Horkheimer dice en su Crítica de la razón instrumental: “… la denuncia de aquello que actualmente se llama razón constituye el servicio máximo que puede prestar la razón” (1973, p. 83). Porque lo que denominamos razón no es aquí aquella capacidad de reflexión que nos ayuda a comprender nuestro entorno y a actuar en él. Se trata de esa otra función, la instrumental, marcada por el imperativo de la producción. En esta perspectiva, la razón sirve para justificar las peores dictaduras y el desarrollo científico produce efectos perversos tanto sobre la naturaleza como sobre lo social (desarrollo de una tecnocracia que monopoliza el poder). El proyecto emancipador de la modernidad se agotaría, la idea de una armonía posible entre individuos libres y cooperación social se habría esfumado, tanto en su versión liberal como en su versión socialista. De esta perspectiva pesimista se separó Jurgen Habermas quien constata, en efecto, que la democracia no ha agotado sus virtudes subversivas y que los movimientos sociales la reivindican mediante el concepto de democracia participativa o deliberativa. En el fondo no hay un rechazo de la política y el compromiso, sino la búsqueda de otra relación con la política. Incluso la sociología de las religiones muestra que se asiste a una individualización o a una “privatización de lo religioso”: se habla de “religión a la carta” o de “bricolaje religioso”. La mayoría de los trabajos sociológicos confirman también la idea de una crisis de la familia o de una anomia familiar. Ciertamente, incluso ahí, el individuo (niño, pareja, etc.) quiere fortalecer sus derechos y libertades y, en cierta medida asistimos a un fenómeno de desinstitucionalización de la familia. Pero de otro lado, la importancia social de las relaciones de parentesco permanece, las solidaridades familiares se refuerzan y se asiste a formas de re-institucionalización de la familia (reconocimiento de los derechos de los hijos naturales, etc). No se puede sin más concluir que caímos en una reducción de la acción colectiva, como lo muestra la persistencia de movimientos sociales, ni en una masificación cultural sino, al contrario, a una diversificación de las prácticas culturales y de formas diversas de apropiación individual de la cultura de masa. Lejos de ver abolido el proyecto de la modernidad, hemos entrado según Anthony Giddens Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 19 Carlos G. Juliao Vargas (1993)19 en una segunda modernidad o una “modernidad reflexiva”. En esa perspectiva nos ofrece un diagnóstico de la época moderna desde lo social en la que diversos conceptos (modernidad, tiempo y espacio; desanclaje; fiabilidad y riesgo; seguridad y peligro) son examinados para reinterpretar la realidad social, institucionalizando la duda como efecto de la ruptura con la tradición. Es diciente este planteamiento: Sugiero que deberíamos sustituir las imágenes de la modernidad por las de juggenaut –la imagen de una desbocada máquina de enorme poderío a la que, colectivamente como seres humanos, podemos manejar hasta cierto punto, pero que también amenaza con escapar de control, con lo que nos haría añicos” (Giddens, 1993, p. 132). 20 Giddens además concibió a la modernidad como un fenómeno reflexivo, que se halla en permanente reestructuración teórica, práctica y ontológica. Esta postura lo llevó a hacer una interpretación crítica de las tendencias dominantes en sociología (dada su orientación cultural y epistemológica); más que crear una escisión teórica entre lo moderno y lo social, construyó un “puente conceptual” entre lo pasado, lo presente y lo futuro, planteado en términos de continuidad y discontinuidad. Así, siendo verdad que la individualización ha hecho surgir cierto número de problemas (por ejemplo, frente a la autoridad), no se trata de renunciar al proyecto de la modernidad sino de profundizarlo. Y es lo que muchos han seguido haciendo y reinterpretando: como modernidad tardía o reciente, segunda modernidad o tiempo social tardomoderno (Giddens, Beck); sociedad global del riesgo; contra-modernidad (Beck), posmodernidad (Bauman). También se le ha calificado como sociedad postradicional, sociedad postindustrial; hipermodernidad (Bauman); sociedad informacional, la sociedad del conocimiento o la era de la información y de las revoluciones tecnológicas (Castells; Touraine). Por otra parte, algunos especialistas (como Olivier Roy20) nos dicen que los fundamentalistas religiosos, aunque parecen apoyarse en la tradición, juegan en realidad un papel modernizador porque privilegian sus elecciones individuales frente al radicalismo religioso contra las autoridades religiosas constituidas. Este neofundamentalismo está totalmente desvinculado de la política y estrategias de los Estados; la religiosidad desplaza a la religión y la experiencia espiritual al saber religioso; y la conversión y el renacimiento personal al linaje. Y esto siempre ocurre en un espacio desterritorializado, en el que la sociedad real, que busca consensos, cede su lugar a las comunidades de fe acríticas y, en ocasiones, hasta virtuales. Indiscutiblemente hemos entrado, según la fórmula de Norbert Elias (1990) en “la sociedad de los individuos”. Estamos también, como lo sostienen François Dubet y Danilo Martuccelli, frente al “ocaso de la idea de sociedad”. Para esos autores, la idea de sociedad está en el centro de la sociología clásica y tiene cuatro dimensiones principales: a) la sociedad es moderna (es decir, que está ligada a un relato de la modernidad), b) la sociedad es un sistema (es decir, es una totalidad organizada que no reposa sobre un fundamento meta-social), c) la sociedad es trabajo (es decir, que la idea de sociedad está fuertemente ligada a la industrialización y al lugar del trabajo en la integración social), y d) la sociedad es el Estado-nación (es decir, que este último es el lugar donde se organiza la vida colectiva). Para la sociología clásica, los individuos están entonces integrados por las normas y valores, por las restricciones sociales, por las instituciones. Ahora bien, según Dubet (2011) y Martuccelli (2007) comenzamos a ver el agotamiento de los relatos de la modernidad o de las energías utópicas lo que indica el comienzo de una era postmoderna (Lyotard, 1991), un cuestionamiento de la idea de sistema (con el aumento del individualismo metodológico), la 19 El replanteamiento del enfoque sociológico que distingue a la teoría de las Consecuencias de la Modernidad resulta del contacto entre las tradiciones europeas y estadounidense de la sociología, a partir de la trayectoria intelectual de Anthony Giddens. 20 Cfr. Roy, O. (2010). La santa ignorancia. El tiempo de la religión sin cultura. Barcelona: Península. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad entrada en una sociedad post-industrial donde el lugar del trabajo es relativizado, y a una mutación del Estado-nación atenazado entre la descentralización y los particularismos locales de una parte, y la mundialización globalizante de otra parte. Pero, si bien estos autores cuestionan la idea de sociedad en el sentido de la sociología clásica, no renuncian a toda idea de sociedad pues proponen conservar la idea de totalidad social poniendo el acento sobre las teorías de la acción social, sobre la experiencia de los actores sociales (más que sobre los roles sociales en los que insistían las teorías funcionalistas y culturalistas). No podemos olvidar que lo característico de lo postmoderno es que no intenta superar el pasado apuntando siempre hacia lo nuevo –caso concreto de lo moderno–, sino sobreponerse del mismo. Así, cualquiera que sea la perspectiva asumida, las disciplinas sociales actuales ponen al centro de su reflexión el proceso de individualización y las relaciones entre individuo y sociedad, al precio, eventualmente, de una evolución conceptual al definirlos términos. La convergencia de los análisis en cuanto al lugar creciente del individuo en la vida social plantea inevitablemente la cuestión del conocimiento social y de los métodos usados para construirlo. El oficio de investigar la realidad social: ¿partir del individuo o de la sociedad? Para investigar la realidad social hay que liberarse de la inmediatez de las circunstancias personales y poner las cosas en un contexto más amplio. El trabajo sociológico depende entonces de lo que Wright Mills, en una conocida expresión, llamó la “imaginación sociológica” (Mills, 1970) que nos pide ser capaces de pensar distanciándonos de las prácticas y rutinas naturales de nuestra cotidianidad, para poder verlas como si fueran algo nuevo. La imaginación sociológica nos permite comprender así que muchos sucesos que parecen preocupar solamente al individuo realmente tienen que ver con asuntos más generales. Ahora bien, si las relaciones individuo/sociedad son un asunto epistemológico y metodológico importante, para comprender la realidad social ¿hay que partir de la sociedad considerada en su conjunto o bien de los comportamientos individuales y sus efectos emergentes? Holismo e individualismo metodológicos: un debate fundador para las ciencias sociales Emile Durkheim es un pensador del individualismo. Su reflexión trata, en lo esencial, sobre los medios que aseguran la integración y la cohesión social en una sociedad que se vuelve cada vez más individualista. Y sin embargo (pero la paradoja sólo es aparente), Durkheim es también uno de los teóricos del holismo metodológico. Para él, la sociología sólo puede existir como disciplina específica cuando trata de su propio objeto que no puede ser el individuo (cuyas actuaciones son estudiadas por la psicología). A la sociología le corresponden los hechos sociales, es decir, las normas sociales que determinan los comportamientos individuales. En las Reglas del método sociológico, Durkheim (2000) insiste sobre el hecho de que a los individuos se les impone un lenguaje, el uso de una moneda, creencias y prácticas religiosas, entre otros, de la sociedad en la que nacieron. Cuando un individuo ejerce determinado rol social (obrero, padre de familia, elector) ejecuta comportamientos y se adecua a normas, que le son impuestas desde el exterior. Las prácticas alimenticias o de vestuario, los comportamientos demográficos o las actividades de descanso van a ser progresivamente estudiados por las ciencias sociales, en un intento por constituir relaciones causales para explicar lo social por lo social. Ahora bien, hay que señalar que esta postura tiene muchas resistencias (de ello dan testimonio los prefacios de Durkheim a las ediciones sucesivas de las Reglas). Por eso, frente a los medios académicos conservadores y los filósofos espiritualistas que se oponen a su enfoque, Durkheim acentúa el determinismo social y apela a la libertad humana. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 21 Carlos G. Juliao Vargas (1993)19 en una segunda modernidad o una “modernidad reflexiva”. En esa perspectiva nos ofrece un diagnóstico de la época moderna desde lo social en la que diversos conceptos (modernidad, tiempo y espacio; desanclaje; fiabilidad y riesgo; seguridad y peligro) son examinados para reinterpretar la realidad social, institucionalizando la duda como efecto de la ruptura con la tradición. Es diciente este planteamiento: Sugiero que deberíamos sustituir las imágenes de la modernidad por las de juggenaut –la imagen de una desbocada máquina de enorme poderío a la que, colectivamente como seres humanos, podemos manejar hasta cierto punto, pero que también amenaza con escapar de control, con lo que nos haría añicos” (Giddens, 1993, p. 132). 20 Giddens además concibió a la modernidad como un fenómeno reflexivo, que se halla en permanente reestructuración teórica, práctica y ontológica. Esta postura lo llevó a hacer una interpretación crítica de las tendencias dominantes en sociología (dada su orientación cultural y epistemológica); más que crear una escisión teórica entre lo moderno y lo social, construyó un “puente conceptual” entre lo pasado, lo presente y lo futuro, planteado en términos de continuidad y discontinuidad. Así, siendo verdad que la individualización ha hecho surgir cierto número de problemas (por ejemplo, frente a la autoridad), no se trata de renunciar al proyecto de la modernidad sino de profundizarlo. Y es lo que muchos han seguido haciendo y reinterpretando: como modernidad tardía o reciente, segunda modernidad o tiempo social tardomoderno (Giddens, Beck); sociedad global del riesgo; contra-modernidad (Beck), posmodernidad (Bauman). También se le ha calificado como sociedad postradicional, sociedad postindustrial; hipermodernidad (Bauman); sociedad informacional, la sociedad del conocimiento o la era de la información y de las revoluciones tecnológicas (Castells; Touraine). Por otra parte, algunos especialistas (como Olivier Roy20) nos dicen que los fundamentalistas religiosos, aunque parecen apoyarse en la tradición, juegan en realidad un papel modernizador porque privilegian sus elecciones individuales frente al radicalismo religioso contra las autoridades religiosas constituidas. Este neofundamentalismo está totalmente desvinculado de la política y estrategias de los Estados; la religiosidad desplaza a la religión y la experiencia espiritual al saber religioso; y la conversión y el renacimiento personal al linaje. Y esto siempre ocurre en un espacio desterritorializado, en el que la sociedad real, que busca consensos, cede su lugar a las comunidades de fe acríticas y, en ocasiones, hasta virtuales. Indiscutiblemente hemos entrado, según la fórmula de Norbert Elias (1990) en “la sociedad de los individuos”. Estamos también, como lo sostienen François Dubet y Danilo Martuccelli, frente al “ocaso de la idea de sociedad”. Para esos autores, la idea de sociedad está en el centro de la sociología clásica y tiene cuatro dimensiones principales: a) la sociedad es moderna (es decir, que está ligada a un relato de la modernidad), b) la sociedad es un sistema (es decir, es una totalidad organizada que no reposa sobre un fundamento meta-social), c) la sociedad es trabajo (es decir, que la idea de sociedad está fuertemente ligada a la industrialización y al lugar del trabajo en la integración social), y d) la sociedad es el Estado-nación (es decir, que este último es el lugar donde se organiza la vida colectiva). Para la sociología clásica, los individuos están entonces integrados por las normas y valores, por las restricciones sociales, por las instituciones. Ahora bien, según Dubet (2011) y Martuccelli (2007) comenzamos a ver el agotamiento de los relatos de la modernidad o de las energías utópicas lo que indica el comienzo de una era postmoderna (Lyotard, 1991), un cuestionamiento de la idea de sistema (con el aumento del individualismo metodológico), la 19 El replanteamiento del enfoque sociológico que distingue a la teoría de las Consecuencias de la Modernidad resulta del contacto entre las tradiciones europeas y estadounidense de la sociología, a partir de la trayectoria intelectual de Anthony Giddens. 20 Cfr. Roy, O. (2010). La santa ignorancia. El tiempo de la religión sin cultura. Barcelona: Península. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad entrada en una sociedad post-industrial donde el lugar del trabajo es relativizado, y a una mutación del Estado-nación atenazado entre la descentralización y los particularismos locales de una parte, y la mundialización globalizante de otra parte. Pero, si bien estos autores cuestionan la idea de sociedad en el sentido de la sociología clásica, no renuncian a toda idea de sociedad pues proponen conservar la idea de totalidad social poniendo el acento sobre las teorías de la acción social, sobre la experiencia de los actores sociales (más que sobre los roles sociales en los que insistían las teorías funcionalistas y culturalistas). No podemos olvidar que lo característico de lo postmoderno es que no intenta superar el pasado apuntando siempre hacia lo nuevo –caso concreto de lo moderno–, sino sobreponerse del mismo. Así, cualquiera que sea la perspectiva asumida, las disciplinas sociales actuales ponen al centro de su reflexión el proceso de individualización y las relaciones entre individuo y sociedad, al precio, eventualmente, de una evolución conceptual al definirlos términos. La convergencia de los análisis en cuanto al lugar creciente del individuo en la vida social plantea inevitablemente la cuestión del conocimiento social y de los métodos usados para construirlo. El oficio de investigar la realidad social: ¿partir del individuo o de la sociedad? Para investigar la realidad social hay que liberarse de la inmediatez de las circunstancias personales y poner las cosas en un contexto más amplio. El trabajo sociológico depende entonces de lo que Wright Mills, en una conocida expresión, llamó la “imaginación sociológica” (Mills, 1970) que nos pide ser capaces de pensar distanciándonos de las prácticas y rutinas naturales de nuestra cotidianidad, para poder verlas como si fueran algo nuevo. La imaginación sociológica nos permite comprender así que muchos sucesos que parecen preocupar solamente al individuo realmente tienen que ver con asuntos más generales. Ahora bien, si las relaciones individuo/sociedad son un asunto epistemológico y metodológico importante, para comprender la realidad social ¿hay que partir de la sociedad considerada en su conjunto o bien de los comportamientos individuales y sus efectos emergentes? Holismo e individualismo metodológicos: un debate fundador para las ciencias sociales Emile Durkheim es un pensador del individualismo. Su reflexión trata, en lo esencial, sobre los medios que aseguran la integración y la cohesión social en una sociedad que se vuelve cada vez más individualista. Y sin embargo (pero la paradoja sólo es aparente), Durkheim es también uno de los teóricos del holismo metodológico. Para él, la sociología sólo puede existir como disciplina específica cuando trata de su propio objeto que no puede ser el individuo (cuyas actuaciones son estudiadas por la psicología). A la sociología le corresponden los hechos sociales, es decir, las normas sociales que determinan los comportamientos individuales. En las Reglas del método sociológico, Durkheim (2000) insiste sobre el hecho de que a los individuos se les impone un lenguaje, el uso de una moneda, creencias y prácticas religiosas, entre otros, de la sociedad en la que nacieron. Cuando un individuo ejerce determinado rol social (obrero, padre de familia, elector) ejecuta comportamientos y se adecua a normas, que le son impuestas desde el exterior. Las prácticas alimenticias o de vestuario, los comportamientos demográficos o las actividades de descanso van a ser progresivamente estudiados por las ciencias sociales, en un intento por constituir relaciones causales para explicar lo social por lo social. Ahora bien, hay que señalar que esta postura tiene muchas resistencias (de ello dan testimonio los prefacios de Durkheim a las ediciones sucesivas de las Reglas). Por eso, frente a los medios académicos conservadores y los filósofos espiritualistas que se oponen a su enfoque, Durkheim acentúa el determinismo social y apela a la libertad humana. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 21 Carlos G. Juliao Vargas 22 Durkheim no dejará de expresar, y después de él muchos otros como Pierre Bourdieu por ejemplo, que el conocimiento de los determinismos sociales es la condición de una auténtica libertad. El conocimiento de lo social y su difusión adquieren entonces un efecto liberador. Por eso podemos decir que la investigación social hace parte de la modernidad y del proceso de individualización, pues conduce a no seguir pensando las estructuras sociales, normas y valores como realidades naturales, sino al contrario, como históricas y relativas. Hay que insistir también sobre el hecho de que esta postura tiene una indiscutible fuerza heurística. Durkheim mismo, en su estudio sobre el suicidio,21 pone en evidencia su pertinencia en términos de variaciones concomitantes. El suicidio es ciertamente un acto individual (y como tal tiene que ver con la psicología o la medicina), pero es también un hecho social construido como objeto de estudio por el investigador social. No se podría, sobre una base individual, comprender por qué la tasa de suicidio varía con relación a otras variables sociales: geográficas (en la época de Durkheim se suicidaban más en la ciudad que en el campo), religiosas (los protestantes se suicidaban más que los católicos), familiares (los hombres casados se suicidaban menos que los viudos y los solteros), etc. Y si bien existen críticas a este enfoque de Durkheim, muchos trabajos (sobre todo aquellos de Ch. Baudelot y R. Establet) muestran que sus análisis dan cuenta de modo satisfactorio de las estadísticas de suicidio. El enfoque de Durkheim ha permitido también trabajos particularmente ricos en el campo de estudio de la delincuencia y de la criminalidad. Contra los autores de su tiempo que privilegiaban a los “criminales de nacimiento” y que buscaban la explicación de las conductas desviadas en rasgos físicos o raciales, Durkheim va a mostrar que los comportamientos desviados también tienen que ver con el determinismo social. Numerosos estudios realizados hasta hoy confirman las relaciones que se pueden establecer entre las características sociales de los individuos (origen social y familiar, recorrido escolar, lugares de residencia, etc.) y sus comportamientos equivocados. De paso, Durkheim subraya la necesidad de un estudio positivo de los fenómenos sociales: la desviación es un hecho que hay que definir, medir y explicar. Cuando afirma que “el crimen es un hecho social normal”, eso no significa que apruebe el crimen, sino que constata que en toda sociedad se encuentran comportamientos que se pueden llamar desviados. Este enfoque holista también ha sido ilustrado mediante el estudio de los comportamientos matrimoniales: en tanto que las elecciones de la pareja son cada vez más libres (los matrimonios arreglados y forzados desaparecen en las sociedades modernas donde la “unión por amor” se convierte en la norma), se constata la persistencia de una fuerte endogamia social. La sociología de la educación, también, se ha beneficiado de la investigación de las correlaciones y explicaciones causales. El lazo fuerte entre origen social y éxito escolar ha sido corroborado muchas veces. Sin embargo, hay que evitar todo sociologismo o todo “fatalismo sociológico”: el hecho que los hijos de obreros triunfen menos en la escuela que los hijos de profesionales, no significa que tal hijo de obrero en particular esté condenado al fracaso escolar. La sociología, precisamente porque tiene por objeto los hechos sociales y no los individuos, no puede pretender explicar los comportamientos singulares de cada persona; sólo puede plantear una causalidad probabilística: un hijo de obrero tiene menos probabilidad de graduarse de bachiller que un hijo de profesional. A pesar del alcance heurístico que acabamos de señalar, el enfoque holista ha sido objeto de muchas críticas. La primera concierne al “realismo totalitario” (Jean Piaget): las entidades colectivas son más una construcción del sociólogo Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad que de los actores (salvo si se trata de una entidad colectiva dotada de una estructura de dirección, como una empresa por ejemplo). La “burguesía” o “los hijos de obreros” sólo son grupos de individuos construidos por el sociólogo. Pero, para comprender los comportamientos sociales, hay que situarse al nivel de los actores, de aquellos que hacen opciones. Como lo indica Raymond Boudon: “el actor individual es el átomo lógico del análisis sociológico” (1981, p. 33). El primado de la estructura y del sistema es cuestionado en pro del individuo. Una segunda crítica tiene que ver con el carácter hiper-socializado del individuo en el enfoque holista, cuyo acento (sobre todo en sus versiones culturalista y funcionalista) en la interiorización de las restricciones sociales, los roles que constriñen a los individuos y el control social, conduce a pensar el individuo como un “homo-sociologicus cognitivo” (Padioleau, 1986) que absorbe el contexto, como un simple “soporte de estructuras”. Esta visión, bastante determinista, conducirá entonces a pasar de lado sobre fenómenos esenciales. Por ejemplo, Michel Crozier (1990) muestra que no se puede dar cuenta del funcionamiento de las organizaciones (incluso las más burocratizadas) partiendo únicamente de normas, reglas y restricciones. Al contrario, es indispensable dar todo su lugar a los comportamientos estratégicos de los actores que juegan el margen que les deja la organización, que construyen zonas de incertidumbre al interior de las cuales pueden elegir y desviar las reglas formales.22 Ciertos estudios en el campo de las ciencias del trabajo muestran que no respetar algunos aspectos de su rol o ciertas normas es una condición de eficacia de la actividad productiva; la aplicación estricta de las reglas (“trabajar según el reglamento”) puede ser un factor de bloqueo. Para los seguidores del individualismo metodológico (por ejemplo, el marxismo analítico o la economía de las con- venciones, y no sólo en autores liberales), se trata entonces de estudiar los resultados colectivos de los comportamientos individuales, de los que hay que considerar el sentido que tienen para los actores. Pensar la co-construcción del individuo y de la sociedad El debate entre holismo e individualismo metodológico conduce así a oponer individuo y sociedad en la construcción del saber social. Es por eso que algunos sociólogos rechazan con fuerza esta oposición (Pierre Bourdieu, por ejemplo). Sin embargo, como vimos, este debate ha tenido un indiscutible alcance heurístico. El enfoque holista tuvo el mérito, en el siglo XIX, de mostrar que se podía dar cuenta de modo riguroso de los hechos sociales tanto como de la acción social. El interés por cuestionar los enfoques filosóficos que hacían de la acción humana un objeto casi inefable, condujo a varios pensadores sociales al trabajo estadístico y a las encuestas de campo pretendiendo mostrar la fecundidad de su enfoque causalista. Las críticas de los individualistas obligaron a los holistas a considerar sus objeciones y a afinar sus argumentos. Los seguidores del individualismo, por su lado, han producido trabajos que también muestran la fecundidad de su enfoque. Es así que Raymond Boudon, por ejemplo, se interesó por la ideología y los valores para mostrar que, incluso en este campo que parecería holista por naturaleza, el enfoque individualista es bastante fructuoso. Pero muchos actuales pensadores de lo social manifiestan su interés por superar este debate y rechazan oponer el individuo y la sociedad, el actor y el sistema. A decir verdad esto no es nuevo, ya lo encontrábamos en Norbert Elias (1990) con su concepto de “configura- 21 Cfr. Durkheim, E. (1998). El suicidio. Madrid: Akal. En esa obra el autor intenta, como él mismo prólogo dice, realizar un estudio sociológico basándose en el método científico, para demostrar así que la sociología es una ciencia. (Cfr. pp. XXVI-XXVIII). La hipótesis que se pretende defender es que el suicidio no es tanto un asunto individual cuanto social. 22 Una diferencia notable de Crozier respecto de otros reside en que su visión de las organizaciones burocráticas es distintiva; para él las burocracias no son sólo organizaciones racionales de tipo monolítico, sino más bien entidades donde existe una continua interacción entre los participantes y la misma entidad. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 23 Carlos G. Juliao Vargas 22 Durkheim no dejará de expresar, y después de él muchos otros como Pierre Bourdieu por ejemplo, que el conocimiento de los determinismos sociales es la condición de una auténtica libertad. El conocimiento de lo social y su difusión adquieren entonces un efecto liberador. Por eso podemos decir que la investigación social hace parte de la modernidad y del proceso de individualización, pues conduce a no seguir pensando las estructuras sociales, normas y valores como realidades naturales, sino al contrario, como históricas y relativas. Hay que insistir también sobre el hecho de que esta postura tiene una indiscutible fuerza heurística. Durkheim mismo, en su estudio sobre el suicidio,21 pone en evidencia su pertinencia en términos de variaciones concomitantes. El suicidio es ciertamente un acto individual (y como tal tiene que ver con la psicología o la medicina), pero es también un hecho social construido como objeto de estudio por el investigador social. No se podría, sobre una base individual, comprender por qué la tasa de suicidio varía con relación a otras variables sociales: geográficas (en la época de Durkheim se suicidaban más en la ciudad que en el campo), religiosas (los protestantes se suicidaban más que los católicos), familiares (los hombres casados se suicidaban menos que los viudos y los solteros), etc. Y si bien existen críticas a este enfoque de Durkheim, muchos trabajos (sobre todo aquellos de Ch. Baudelot y R. Establet) muestran que sus análisis dan cuenta de modo satisfactorio de las estadísticas de suicidio. El enfoque de Durkheim ha permitido también trabajos particularmente ricos en el campo de estudio de la delincuencia y de la criminalidad. Contra los autores de su tiempo que privilegiaban a los “criminales de nacimiento” y que buscaban la explicación de las conductas desviadas en rasgos físicos o raciales, Durkheim va a mostrar que los comportamientos desviados también tienen que ver con el determinismo social. Numerosos estudios realizados hasta hoy confirman las relaciones que se pueden establecer entre las características sociales de los individuos (origen social y familiar, recorrido escolar, lugares de residencia, etc.) y sus comportamientos equivocados. De paso, Durkheim subraya la necesidad de un estudio positivo de los fenómenos sociales: la desviación es un hecho que hay que definir, medir y explicar. Cuando afirma que “el crimen es un hecho social normal”, eso no significa que apruebe el crimen, sino que constata que en toda sociedad se encuentran comportamientos que se pueden llamar desviados. Este enfoque holista también ha sido ilustrado mediante el estudio de los comportamientos matrimoniales: en tanto que las elecciones de la pareja son cada vez más libres (los matrimonios arreglados y forzados desaparecen en las sociedades modernas donde la “unión por amor” se convierte en la norma), se constata la persistencia de una fuerte endogamia social. La sociología de la educación, también, se ha beneficiado de la investigación de las correlaciones y explicaciones causales. El lazo fuerte entre origen social y éxito escolar ha sido corroborado muchas veces. Sin embargo, hay que evitar todo sociologismo o todo “fatalismo sociológico”: el hecho que los hijos de obreros triunfen menos en la escuela que los hijos de profesionales, no significa que tal hijo de obrero en particular esté condenado al fracaso escolar. La sociología, precisamente porque tiene por objeto los hechos sociales y no los individuos, no puede pretender explicar los comportamientos singulares de cada persona; sólo puede plantear una causalidad probabilística: un hijo de obrero tiene menos probabilidad de graduarse de bachiller que un hijo de profesional. A pesar del alcance heurístico que acabamos de señalar, el enfoque holista ha sido objeto de muchas críticas. La primera concierne al “realismo totalitario” (Jean Piaget): las entidades colectivas son más una construcción del sociólogo Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad que de los actores (salvo si se trata de una entidad colectiva dotada de una estructura de dirección, como una empresa por ejemplo). La “burguesía” o “los hijos de obreros” sólo son grupos de individuos construidos por el sociólogo. Pero, para comprender los comportamientos sociales, hay que situarse al nivel de los actores, de aquellos que hacen opciones. Como lo indica Raymond Boudon: “el actor individual es el átomo lógico del análisis sociológico” (1981, p. 33). El primado de la estructura y del sistema es cuestionado en pro del individuo. Una segunda crítica tiene que ver con el carácter hiper-socializado del individuo en el enfoque holista, cuyo acento (sobre todo en sus versiones culturalista y funcionalista) en la interiorización de las restricciones sociales, los roles que constriñen a los individuos y el control social, conduce a pensar el individuo como un “homo-sociologicus cognitivo” (Padioleau, 1986) que absorbe el contexto, como un simple “soporte de estructuras”. Esta visión, bastante determinista, conducirá entonces a pasar de lado sobre fenómenos esenciales. Por ejemplo, Michel Crozier (1990) muestra que no se puede dar cuenta del funcionamiento de las organizaciones (incluso las más burocratizadas) partiendo únicamente de normas, reglas y restricciones. Al contrario, es indispensable dar todo su lugar a los comportamientos estratégicos de los actores que juegan el margen que les deja la organización, que construyen zonas de incertidumbre al interior de las cuales pueden elegir y desviar las reglas formales.22 Ciertos estudios en el campo de las ciencias del trabajo muestran que no respetar algunos aspectos de su rol o ciertas normas es una condición de eficacia de la actividad productiva; la aplicación estricta de las reglas (“trabajar según el reglamento”) puede ser un factor de bloqueo. Para los seguidores del individualismo metodológico (por ejemplo, el marxismo analítico o la economía de las con- venciones, y no sólo en autores liberales), se trata entonces de estudiar los resultados colectivos de los comportamientos individuales, de los que hay que considerar el sentido que tienen para los actores. Pensar la co-construcción del individuo y de la sociedad El debate entre holismo e individualismo metodológico conduce así a oponer individuo y sociedad en la construcción del saber social. Es por eso que algunos sociólogos rechazan con fuerza esta oposición (Pierre Bourdieu, por ejemplo). Sin embargo, como vimos, este debate ha tenido un indiscutible alcance heurístico. El enfoque holista tuvo el mérito, en el siglo XIX, de mostrar que se podía dar cuenta de modo riguroso de los hechos sociales tanto como de la acción social. El interés por cuestionar los enfoques filosóficos que hacían de la acción humana un objeto casi inefable, condujo a varios pensadores sociales al trabajo estadístico y a las encuestas de campo pretendiendo mostrar la fecundidad de su enfoque causalista. Las críticas de los individualistas obligaron a los holistas a considerar sus objeciones y a afinar sus argumentos. Los seguidores del individualismo, por su lado, han producido trabajos que también muestran la fecundidad de su enfoque. Es así que Raymond Boudon, por ejemplo, se interesó por la ideología y los valores para mostrar que, incluso en este campo que parecería holista por naturaleza, el enfoque individualista es bastante fructuoso. Pero muchos actuales pensadores de lo social manifiestan su interés por superar este debate y rechazan oponer el individuo y la sociedad, el actor y el sistema. A decir verdad esto no es nuevo, ya lo encontrábamos en Norbert Elias (1990) con su concepto de “configura- 21 Cfr. Durkheim, E. (1998). El suicidio. Madrid: Akal. En esa obra el autor intenta, como él mismo prólogo dice, realizar un estudio sociológico basándose en el método científico, para demostrar así que la sociología es una ciencia. (Cfr. pp. XXVI-XXVIII). La hipótesis que se pretende defender es que el suicidio no es tanto un asunto individual cuanto social. 22 Una diferencia notable de Crozier respecto de otros reside en que su visión de las organizaciones burocráticas es distintiva; para él las burocracias no son sólo organizaciones racionales de tipo monolítico, sino más bien entidades donde existe una continua interacción entre los participantes y la misma entidad. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 23 Carlos G. Juliao Vargas ción”. La sociología histórica de Elias constituye un análisis del aumento del individualismo que él relaciona con la influencia creciente del Estado y con la capacidad de autocontrol de los individuos. En el marco de sus análisis, llega, como todos los pensadores de la modernidad, a interrogarse sobre la cohesión social; propone entonces el concepto de configuración para significar el hecho de que toda situación social supone la existencia de reglas o de restricciones que enmarcan el comportamiento de los actores, pero también supone que los actores optan y desarrollan estrategias. Para ilustrar este concepto, él propone el ejemplo de una partida de cartas: los jugadores forman un grupo sometido a reglas (formales e informales) y, en este marco, desarrollan estrategias de tal modo que actores que juegan el mismo juego en momentos diferentes, no terminan haciendo lo mismo. Hay entonces obligación social incluso en el tiempo de los actores autónomos (cfr. 1992, pp. 25-26 y 31). 24 Un enfoque muy diferente, aquel de Erving Goffman, de Howard Becker y del interaccionismo simbólico, se sitúa en la misma óptica de las relaciones entre individuo y sociedad. Ciertamente, ellos rompen con los enfoques de Talcott Parsons y el culturalismo, al insistir en que la investigación social debe tratar sobre las interacciones sociales mismas. Inspirándose en la escuela de Chicago (y sobre todo en el concepto de “definición de la situación”), muestran que hay que pensar la articulación recíproca del individuo, la cultura y la organización social. Cuando Goffman, por ejemplo, estudia las interacciones al interior de un asilo, percibe que no se desarrollan en un vacío social: el asilo es una institución donde existen reglas, normas y roles. Por tanto, las interacciones que ahí se dan son decisivas para comprender cómo se desarrolla la enfermedad mental y cómo el asilo constituye una institución total como “lugar de residencia o trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un periodo apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente” (Goffman, 1970, p.13). Así mismo, el estudio de la desviación realizado por Becker subraya la importancia de las interacciones entre policías, trabajadores sociales, magistrados, abogados y delincuentes. Las restricciones sociales no son dadas, la sociedad no es una realidad inmutable que se impone a los individuos; al contrario, la realidad social es construida en la interacción. Pero, sin embargo, la estructura social existe, constituye una realidad obligante al interior de la cual se desarrollan las interacciones (por ejemplo, los magistrados están obligados por el estado de derecho y la jurisprudencia aunque disponen de una capacidad de apreciación y de interpretación en cuanto a los hechos incriminados y a su tratamiento jurídico). Se puede inscribir también la obra de Pierre Bourdieu en esta voluntad de superar de la oposición entre individuo y sociedad, si bien muchos le reprochan su visión determinista. Es verdad que en sus trabajos sobre la escuela (Los herederos y La reproducción), pone el acento sobre los procesos sociales (la contribución de la escuela a la reproducción y a la legitimación de las desigualdades) que se imponen a los individuos. Así mismo en La distinción muestra que numerosas prácticas (modales de mesa, actividades culturales o deportivas) son el producto de la posición social de los individuos. Pero la reflexión epistemológica de Bourdieu (1995) ha estado presente en toda su obra y, si él es un heredero de la sociología clásica, igualmente se ha esforzado por innovar acentuando sobre el “relacionismo metodológico”: el oficio del sociólogo no es el estudio de entidades consideradas en sí mismas (el individuo o la sociedad) sino el estudio de sus relaciones. Es en esta perspectiva que Bourdieu ha desarrollado el concepto de “campo” que designa un conjunto de posiciones y de relaciones entre ellas. Eso lo conduce a tomar en cuenta las estrategias de los agentes que ocupan diversas posiciones, las cuales no pueden ser pensadas sino a través del estudio de las relaciones que existen con las otras. Por ejemplo, las posiciones dominantes al interior de un campo dado son inseparables de la existencia de posiciones dominadas. En la misma Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad perspectiva, Bourdieu (1988) insiste sobre el hecho de que el concepto de habitus designa primero el habitus individual que resulta, para cada agente, de una multitud de experiencias sociales y de influencias que constituyen un conjunto siempre singular. Cuando Bourdieu habla de “habitus burgués” por ejemplo, se trata de un ideal tipo y no de un modelo cultural único que sería incorporado por los individuos. La dimensión individual del concepto de habitus permite comprender que existen burgueses progresistas y otros conservadores, que algunos están fuertemente dotados de capital cultural y otros no, etc. Los trabajos realizados por Bourdieu y su equipo en La miseria del mundo (1993) ilustran bien esta voluntad de tomar más en cuenta la experiencia social de los individuos y no solamente los determinismos sociales.23 Ciertos jóvenes investigadores sociales, siguiendo la tradición de Bourdieu, se han dedicado a ir más lejos en el tratamiento de las singularidades individuales. Es el caso por ejemplo de Philippe Corcuff que realiza una reflexión sobre la “cuestión individualista” (2003)24 y que afirma la necesidad de pensar la co-construcción del actor y del sistema, del individuo y de la sociedad. Esto lo muestra en sus estudios sobre los movimientos sociales que señalan la importancia de la subjetividad de los actores o en el estudio de las relaciones sociales entre usuarios y funcionarios escrutando las administraciones. Para Corcuff (1998), existe una amplia corriente de análisis social que se puede calificar de constructivista y que busca precisamente superar la oposición entre individuo y sociedad acentuando la construcción social de la realidad por los actores que interactúan al interior de las restricciones sociales. Bernard Lahire ha planteado un tipo de enfoque parecido en sus diversos trabajos. Por ejemplo, para comprender la relación entre la escuela y el éxito o el fracaso escolar de los hijos de medios populares, ha realizado estudios cualitativos sobre sus familias esforzándose por dar cuenta de las múltiples interacciones (papel de la madre, de las hermanas mayores, etc.) que permitirán dar cuenta de “logros paradójicos”. Es que sólo se puede dar cuenta del éxito escolar de los hijos de obreros inmigrantes descendiendo al nivel micro-sociológico, pues el enfoque macrosociológico se limita a decir que este éxito es atípico. En Retratos sociológicos (2002), Lahire publica una serie de amplias entrevistas biográficas para captar la subjetividad de los actores, apoyándose sobre el concepto de “disposición”, que designa lo que muestra la coherencia existente entre los comportamientos de los individuos y un modo de ver y de sentir que constituye su singularidad. Las disposiciones se adquieren durante la socialización, resultan de experiencias sociales del individuo, pero no determinan de modo mecánico los comportamientos. Lahire (2004) se pronuncia entonces en favor de una “sociología psicológica” que permitiría dar cuenta de variaciones inter-individuales (todos los obreros no tienen las mismas prácticas culturales) e intra-individuales (los individuos no adoptan los mismos comportamientos en diferentes contextos sociales). Si se quiere, el punto común de todos estos trabajos, es la voluntad de considerar más el carácter reflexivo de los actores sociales, su subjetividad y la autonomía de sus decisiones, sin renunciar a los logros de la sociología clásica que subraya la prominencia de la totalidad social, de las estructuras del sistema. Hay entonces un enriquecimiento de la ciencia social, un enfoque más dialéctico, que pretende, como lo sugiere François de Singly (2005), acercar el sentido objetivo y el sentido subjetivo de la acción social. 23 Esta obra trata de desenmascarar las relaciones estructurales que subyacen en diferentes situaciones de miseria social y que se encarnan en la vida cotidiana de miles de ciudadanos de la Francia de los 90. En el fondo es un análisis de las consecuencias sociales de la globalización económica en el primer mundo. 24 Esta obra continúa una reflexión, entablada en otros escritos, sobre el individualismo como característica de las sociedades modernas, y su relación con lo colectivo. Con la perspectiva de discusiones metodológicas, de análisis que atraviesan las ciencias sociales, pero también, para reflexionar sobre una problemática de emancipación que articule emancipación individual y colectiva. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 25 Carlos G. Juliao Vargas ción”. La sociología histórica de Elias constituye un análisis del aumento del individualismo que él relaciona con la influencia creciente del Estado y con la capacidad de autocontrol de los individuos. En el marco de sus análisis, llega, como todos los pensadores de la modernidad, a interrogarse sobre la cohesión social; propone entonces el concepto de configuración para significar el hecho de que toda situación social supone la existencia de reglas o de restricciones que enmarcan el comportamiento de los actores, pero también supone que los actores optan y desarrollan estrategias. Para ilustrar este concepto, él propone el ejemplo de una partida de cartas: los jugadores forman un grupo sometido a reglas (formales e informales) y, en este marco, desarrollan estrategias de tal modo que actores que juegan el mismo juego en momentos diferentes, no terminan haciendo lo mismo. Hay entonces obligación social incluso en el tiempo de los actores autónomos (cfr. 1992, pp. 25-26 y 31). 24 Un enfoque muy diferente, aquel de Erving Goffman, de Howard Becker y del interaccionismo simbólico, se sitúa en la misma óptica de las relaciones entre individuo y sociedad. Ciertamente, ellos rompen con los enfoques de Talcott Parsons y el culturalismo, al insistir en que la investigación social debe tratar sobre las interacciones sociales mismas. Inspirándose en la escuela de Chicago (y sobre todo en el concepto de “definición de la situación”), muestran que hay que pensar la articulación recíproca del individuo, la cultura y la organización social. Cuando Goffman, por ejemplo, estudia las interacciones al interior de un asilo, percibe que no se desarrollan en un vacío social: el asilo es una institución donde existen reglas, normas y roles. Por tanto, las interacciones que ahí se dan son decisivas para comprender cómo se desarrolla la enfermedad mental y cómo el asilo constituye una institución total como “lugar de residencia o trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un periodo apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente” (Goffman, 1970, p.13). Así mismo, el estudio de la desviación realizado por Becker subraya la importancia de las interacciones entre policías, trabajadores sociales, magistrados, abogados y delincuentes. Las restricciones sociales no son dadas, la sociedad no es una realidad inmutable que se impone a los individuos; al contrario, la realidad social es construida en la interacción. Pero, sin embargo, la estructura social existe, constituye una realidad obligante al interior de la cual se desarrollan las interacciones (por ejemplo, los magistrados están obligados por el estado de derecho y la jurisprudencia aunque disponen de una capacidad de apreciación y de interpretación en cuanto a los hechos incriminados y a su tratamiento jurídico). Se puede inscribir también la obra de Pierre Bourdieu en esta voluntad de superar de la oposición entre individuo y sociedad, si bien muchos le reprochan su visión determinista. Es verdad que en sus trabajos sobre la escuela (Los herederos y La reproducción), pone el acento sobre los procesos sociales (la contribución de la escuela a la reproducción y a la legitimación de las desigualdades) que se imponen a los individuos. Así mismo en La distinción muestra que numerosas prácticas (modales de mesa, actividades culturales o deportivas) son el producto de la posición social de los individuos. Pero la reflexión epistemológica de Bourdieu (1995) ha estado presente en toda su obra y, si él es un heredero de la sociología clásica, igualmente se ha esforzado por innovar acentuando sobre el “relacionismo metodológico”: el oficio del sociólogo no es el estudio de entidades consideradas en sí mismas (el individuo o la sociedad) sino el estudio de sus relaciones. Es en esta perspectiva que Bourdieu ha desarrollado el concepto de “campo” que designa un conjunto de posiciones y de relaciones entre ellas. Eso lo conduce a tomar en cuenta las estrategias de los agentes que ocupan diversas posiciones, las cuales no pueden ser pensadas sino a través del estudio de las relaciones que existen con las otras. Por ejemplo, las posiciones dominantes al interior de un campo dado son inseparables de la existencia de posiciones dominadas. En la misma Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad perspectiva, Bourdieu (1988) insiste sobre el hecho de que el concepto de habitus designa primero el habitus individual que resulta, para cada agente, de una multitud de experiencias sociales y de influencias que constituyen un conjunto siempre singular. Cuando Bourdieu habla de “habitus burgués” por ejemplo, se trata de un ideal tipo y no de un modelo cultural único que sería incorporado por los individuos. La dimensión individual del concepto de habitus permite comprender que existen burgueses progresistas y otros conservadores, que algunos están fuertemente dotados de capital cultural y otros no, etc. Los trabajos realizados por Bourdieu y su equipo en La miseria del mundo (1993) ilustran bien esta voluntad de tomar más en cuenta la experiencia social de los individuos y no solamente los determinismos sociales.23 Ciertos jóvenes investigadores sociales, siguiendo la tradición de Bourdieu, se han dedicado a ir más lejos en el tratamiento de las singularidades individuales. Es el caso por ejemplo de Philippe Corcuff que realiza una reflexión sobre la “cuestión individualista” (2003)24 y que afirma la necesidad de pensar la co-construcción del actor y del sistema, del individuo y de la sociedad. Esto lo muestra en sus estudios sobre los movimientos sociales que señalan la importancia de la subjetividad de los actores o en el estudio de las relaciones sociales entre usuarios y funcionarios escrutando las administraciones. Para Corcuff (1998), existe una amplia corriente de análisis social que se puede calificar de constructivista y que busca precisamente superar la oposición entre individuo y sociedad acentuando la construcción social de la realidad por los actores que interactúan al interior de las restricciones sociales. Bernard Lahire ha planteado un tipo de enfoque parecido en sus diversos trabajos. Por ejemplo, para comprender la relación entre la escuela y el éxito o el fracaso escolar de los hijos de medios populares, ha realizado estudios cualitativos sobre sus familias esforzándose por dar cuenta de las múltiples interacciones (papel de la madre, de las hermanas mayores, etc.) que permitirán dar cuenta de “logros paradójicos”. Es que sólo se puede dar cuenta del éxito escolar de los hijos de obreros inmigrantes descendiendo al nivel micro-sociológico, pues el enfoque macrosociológico se limita a decir que este éxito es atípico. En Retratos sociológicos (2002), Lahire publica una serie de amplias entrevistas biográficas para captar la subjetividad de los actores, apoyándose sobre el concepto de “disposición”, que designa lo que muestra la coherencia existente entre los comportamientos de los individuos y un modo de ver y de sentir que constituye su singularidad. Las disposiciones se adquieren durante la socialización, resultan de experiencias sociales del individuo, pero no determinan de modo mecánico los comportamientos. Lahire (2004) se pronuncia entonces en favor de una “sociología psicológica” que permitiría dar cuenta de variaciones inter-individuales (todos los obreros no tienen las mismas prácticas culturales) e intra-individuales (los individuos no adoptan los mismos comportamientos en diferentes contextos sociales). Si se quiere, el punto común de todos estos trabajos, es la voluntad de considerar más el carácter reflexivo de los actores sociales, su subjetividad y la autonomía de sus decisiones, sin renunciar a los logros de la sociología clásica que subraya la prominencia de la totalidad social, de las estructuras del sistema. Hay entonces un enriquecimiento de la ciencia social, un enfoque más dialéctico, que pretende, como lo sugiere François de Singly (2005), acercar el sentido objetivo y el sentido subjetivo de la acción social. 23 Esta obra trata de desenmascarar las relaciones estructurales que subyacen en diferentes situaciones de miseria social y que se encarnan en la vida cotidiana de miles de ciudadanos de la Francia de los 90. En el fondo es un análisis de las consecuencias sociales de la globalización económica en el primer mundo. 24 Esta obra continúa una reflexión, entablada en otros escritos, sobre el individualismo como característica de las sociedades modernas, y su relación con lo colectivo. Con la perspectiva de discusiones metodológicas, de análisis que atraviesan las ciencias sociales, pero también, para reflexionar sobre una problemática de emancipación que articule emancipación individual y colectiva. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 25 Carlos G. Juliao Vargas Corolario: la cuestión de las identidades en un mundo cada vez más globalizado Todos los planteamientos anteriores nos permiten abordar una cuestión crucial para el mundo de hoy: se trata del problema de las identidades en el contexto de una sociedad cada vez más globalizada. Es obvio que el concepto de identidad es clave para entender las razones de la acción colectiva de los denominados nuevos movimientos sociales así como para tratar temas de género, de trabajo y de problemáticas étnicas, entre otros. Pero, igualmente es obvio, que el concepto es bastante polisémico y que tiene mucho que ver con el debate sociológico que hemos tratado de plantear: la cuestión de las relaciones mutuas entre individuo y sociedad. 26 Ahora bien, el interés de esta cuestión se ubica en ese marco representado por las diversas transformaciones sucedidas en el orden político mundial, las amplias migraciones, el declive de las ideas de nación y ciudadanía y la aparición de identidades étnicas, locales, lingüísticas, de género, etc. Tratando de conceptualizar este marco podemos, siguiendo a Beck (2003), reconocer la existencia de dos procesos radicales y simultáneos: la globalización (que consiste en la imposibilidad de seguir pensando la sociedad como un “contenedor” organizado estatalmente; por eso no se reduce a lo económico) y la individualización (ya suficientemente planteada en los numerales anteriores). Estos procesos, a su vez, implican una evolución en el modo tradicional como las identidades colectivas se conforman: ya no pueden ser pensadas como la pertenencia a un núcleo social preestablecido y determinado. Ahora, el contexto sólo permite continuas identificaciones sin adherencias permanentes, caracterizadas por actos espontáneos secuenciales que revelan y responden a una razón electiva (Gleizer, 1997). En ese contexto, la identidad ya no puede ser una realidad ni objetiva ni subjetivamente dada; se convierte en un proceso de construcción interior mediante el cual el sujeto enfrenta una situación cultural determinada por la falta de referencias uniformes. Al romperse la armazón institucional que le proporcionaba sentido y estabilidad, el individuo ya no tiene estructuras ordenadoras del sentido y se ve, en consecuencia, proyectado hacia su propia subjetividad, en la que deberá obtener el sentido y la estabilidad necesaria para vivir. El eje de cada cultura o sociedad, es decir, el referente para construir la identidad, pierde su centralidad; de ahí surge la impresión de crisis que encontramos a todo nivel en el mundo de hoy. Ahora bien, ha sido el constructivismo quien nos ha revelado la dimensión construida de las identidades al mostrarnos que las tradiciones no eran parte de una “esencia cultural” sino más bien artefactos culturales fruto de muchas luchas y pactos situados históricamente en el campo cultural. En últimas, los sujetos ya no poseen una representación uniforme de lo que son, sino al contrario, muy diversas identidades. La identidad ya no es una serie de cualidades prefijadas sino una construcción jamás terminada y abierta a lo temporal y contingente y a la posición relacional: se ha convertido en algo más político, plural y diverso. Es en esa línea que Bauman adopta la noción de fluidez, cambio permanente de forma, como metáfora que explicaría la conformación actual de las identidades: es la “modernidad líquida” (segunda modernidad) que permite entender esa fluidez identitaria y de certezas, en oposición a la “modernidad dura” que configuraba el mundo industrial (primera modernidad): Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad Sin embargo, esta posición constructivista ha sido también cuestionada. Así, Brubaker y Cooper (2001) señalan que, queriendo suavizar el concepto de identidad para liberarlo de la carga de esencialismo, al estipular que las identidades son construidas, fluidas y múltiples, deja sin argumento a las disciplinas sociales para hablar sobre identidades. La sutileza del constructivismo permite la proliferación de identidades y si la identidad está por todas partes –dicen– entonces no está en ninguna. Si fluye ¿cómo extender los modos en que las autocomprensiones se fortalecen, se congelan o se concretan? Necesariamente debemos asumir que las identidades siguen sólidamente inscritas en la experiencia social y en la pertenencia a diversos grupos, no siendo algo que se pueda cambiar a voluntad, sino algo consolidado en las historias personales y colectivas. Todo lo anterior significa que para una comprensión de la acción colectiva, sobre todo en los llamados nuevos movimientos sociales, tenemos que replantear el concepto de identidad. Y ello en tres sentidos: a) repensar la identidad en tanto categoría que explicaría la acción colectiva, b) la identidad como acceso a las prácticas acumuladas y a las experiencias compartidas por colectivos que conforman los sentidos e interpretaciones de la realidad, y c) examinar la utilidad de categorías tales como representación social y habitus para analizar las identidades. Algunas pistas que iluminan esta reflexión podrían ser: A decir verdad, si el problema moderno de la identidad era cómo construirla y mantenerla sólida y estable, el problema posmoderno de la identidad es en lo fundamental cómo evitar la fijación y mantener vigentes las opciones. En el caso de la identidad, como en otros, la palabra comodín de la modernidad fue creación; la palabra comodín de la posmodernidad es reciclaje (Bauman, 2003, p. 40). • Un actor siempre se define por sus certezas, sus compromisos y su real identificación con los valores y principios culturales compartidos por un colectivo. Sólo así se entiende que los actores, en los movimientos sociales, vayan más allá de sus propios intereses y se sacrifiquen por los principios (sin que pesen realmente los beneficios instrumentales que obtendrían). Del sujeto “peregrino” que avanza hacia un proyecto predefinido, pasamos al sujeto “turista”, episódico, vagabundo y jugador. • La identidad hay que entenderla como el agregado de prácticas acumuladas, dadoras de sentido, que crean, en un proceso dialéctico de diferenciación externa y homogeneización in- Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 terna, solidaridades relativamente permanentes, capaces de definir orientaciones comunitarias de la acción frente a la determinación de los asuntos públicos. • No hay identidad si no existen límites que la precisen, no hay identidad al margen de un régimen de diferencias, porque las identidades se conforman a través del antagonismo. Es decir, que no podemos hablar de identidad sin una representación de la misma y sin la refundación permanente del pasado. • Un conjunto de sujetos que pese a ser socialmente disímiles y culturalmente heterogéneos, se piensan y ven como “miembros de una identidad”, comparten prácticas históricas constitutivas de diversas formas de imaginación, cognición y acción. Pero lo que lo que comparte una identidad no es precisamente la esencia, sino una experiencia histórica que puede ser analizada. • El punto clave entonces, se centra en recuperar la experiencia social compartida intentando comprender por qué la gente construye identidades, para qué las utiliza, qué siente y de qué quiere protegerse. Por eso, el énfasis hay que ponerlo en la recuperación y el cuestionamiento del sentido común que obviamente habrá de completarse con un quehacer etnográfico y praxeológico de comprensión de las lógicas del sentido común. Todo esto porque que las identidades no son esencias (como lo planteaba la primera modernidad) pero tampoco son construcciones estratégicas (como lo supone la segunda modernidad), sino que son el efecto de la sedimentación y la elaboración de experiencias históricas. Y esas sedimentaciones son el aspecto que los analistas sociales deben recuperar para dar cuenta de las identidades en este mundo cada vez más globalizado. Así, las representaciones sociales son constitutivas de las identidades: el sistema de necesidades y el conjunto de representaciones sociales compartidas por un grupo social son elementos Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 27 Carlos G. Juliao Vargas Corolario: la cuestión de las identidades en un mundo cada vez más globalizado Todos los planteamientos anteriores nos permiten abordar una cuestión crucial para el mundo de hoy: se trata del problema de las identidades en el contexto de una sociedad cada vez más globalizada. Es obvio que el concepto de identidad es clave para entender las razones de la acción colectiva de los denominados nuevos movimientos sociales así como para tratar temas de género, de trabajo y de problemáticas étnicas, entre otros. Pero, igualmente es obvio, que el concepto es bastante polisémico y que tiene mucho que ver con el debate sociológico que hemos tratado de plantear: la cuestión de las relaciones mutuas entre individuo y sociedad. 26 Ahora bien, el interés de esta cuestión se ubica en ese marco representado por las diversas transformaciones sucedidas en el orden político mundial, las amplias migraciones, el declive de las ideas de nación y ciudadanía y la aparición de identidades étnicas, locales, lingüísticas, de género, etc. Tratando de conceptualizar este marco podemos, siguiendo a Beck (2003), reconocer la existencia de dos procesos radicales y simultáneos: la globalización (que consiste en la imposibilidad de seguir pensando la sociedad como un “contenedor” organizado estatalmente; por eso no se reduce a lo económico) y la individualización (ya suficientemente planteada en los numerales anteriores). Estos procesos, a su vez, implican una evolución en el modo tradicional como las identidades colectivas se conforman: ya no pueden ser pensadas como la pertenencia a un núcleo social preestablecido y determinado. Ahora, el contexto sólo permite continuas identificaciones sin adherencias permanentes, caracterizadas por actos espontáneos secuenciales que revelan y responden a una razón electiva (Gleizer, 1997). En ese contexto, la identidad ya no puede ser una realidad ni objetiva ni subjetivamente dada; se convierte en un proceso de construcción interior mediante el cual el sujeto enfrenta una situación cultural determinada por la falta de referencias uniformes. Al romperse la armazón institucional que le proporcionaba sentido y estabilidad, el individuo ya no tiene estructuras ordenadoras del sentido y se ve, en consecuencia, proyectado hacia su propia subjetividad, en la que deberá obtener el sentido y la estabilidad necesaria para vivir. El eje de cada cultura o sociedad, es decir, el referente para construir la identidad, pierde su centralidad; de ahí surge la impresión de crisis que encontramos a todo nivel en el mundo de hoy. Ahora bien, ha sido el constructivismo quien nos ha revelado la dimensión construida de las identidades al mostrarnos que las tradiciones no eran parte de una “esencia cultural” sino más bien artefactos culturales fruto de muchas luchas y pactos situados históricamente en el campo cultural. En últimas, los sujetos ya no poseen una representación uniforme de lo que son, sino al contrario, muy diversas identidades. La identidad ya no es una serie de cualidades prefijadas sino una construcción jamás terminada y abierta a lo temporal y contingente y a la posición relacional: se ha convertido en algo más político, plural y diverso. Es en esa línea que Bauman adopta la noción de fluidez, cambio permanente de forma, como metáfora que explicaría la conformación actual de las identidades: es la “modernidad líquida” (segunda modernidad) que permite entender esa fluidez identitaria y de certezas, en oposición a la “modernidad dura” que configuraba el mundo industrial (primera modernidad): Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad Sin embargo, esta posición constructivista ha sido también cuestionada. Así, Brubaker y Cooper (2001) señalan que, queriendo suavizar el concepto de identidad para liberarlo de la carga de esencialismo, al estipular que las identidades son construidas, fluidas y múltiples, deja sin argumento a las disciplinas sociales para hablar sobre identidades. La sutileza del constructivismo permite la proliferación de identidades y si la identidad está por todas partes –dicen– entonces no está en ninguna. Si fluye ¿cómo extender los modos en que las autocomprensiones se fortalecen, se congelan o se concretan? Necesariamente debemos asumir que las identidades siguen sólidamente inscritas en la experiencia social y en la pertenencia a diversos grupos, no siendo algo que se pueda cambiar a voluntad, sino algo consolidado en las historias personales y colectivas. Todo lo anterior significa que para una comprensión de la acción colectiva, sobre todo en los llamados nuevos movimientos sociales, tenemos que replantear el concepto de identidad. Y ello en tres sentidos: a) repensar la identidad en tanto categoría que explicaría la acción colectiva, b) la identidad como acceso a las prácticas acumuladas y a las experiencias compartidas por colectivos que conforman los sentidos e interpretaciones de la realidad, y c) examinar la utilidad de categorías tales como representación social y habitus para analizar las identidades. Algunas pistas que iluminan esta reflexión podrían ser: A decir verdad, si el problema moderno de la identidad era cómo construirla y mantenerla sólida y estable, el problema posmoderno de la identidad es en lo fundamental cómo evitar la fijación y mantener vigentes las opciones. En el caso de la identidad, como en otros, la palabra comodín de la modernidad fue creación; la palabra comodín de la posmodernidad es reciclaje (Bauman, 2003, p. 40). • Un actor siempre se define por sus certezas, sus compromisos y su real identificación con los valores y principios culturales compartidos por un colectivo. Sólo así se entiende que los actores, en los movimientos sociales, vayan más allá de sus propios intereses y se sacrifiquen por los principios (sin que pesen realmente los beneficios instrumentales que obtendrían). Del sujeto “peregrino” que avanza hacia un proyecto predefinido, pasamos al sujeto “turista”, episódico, vagabundo y jugador. • La identidad hay que entenderla como el agregado de prácticas acumuladas, dadoras de sentido, que crean, en un proceso dialéctico de diferenciación externa y homogeneización in- Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 terna, solidaridades relativamente permanentes, capaces de definir orientaciones comunitarias de la acción frente a la determinación de los asuntos públicos. • No hay identidad si no existen límites que la precisen, no hay identidad al margen de un régimen de diferencias, porque las identidades se conforman a través del antagonismo. Es decir, que no podemos hablar de identidad sin una representación de la misma y sin la refundación permanente del pasado. • Un conjunto de sujetos que pese a ser socialmente disímiles y culturalmente heterogéneos, se piensan y ven como “miembros de una identidad”, comparten prácticas históricas constitutivas de diversas formas de imaginación, cognición y acción. Pero lo que lo que comparte una identidad no es precisamente la esencia, sino una experiencia histórica que puede ser analizada. • El punto clave entonces, se centra en recuperar la experiencia social compartida intentando comprender por qué la gente construye identidades, para qué las utiliza, qué siente y de qué quiere protegerse. Por eso, el énfasis hay que ponerlo en la recuperación y el cuestionamiento del sentido común que obviamente habrá de completarse con un quehacer etnográfico y praxeológico de comprensión de las lógicas del sentido común. Todo esto porque que las identidades no son esencias (como lo planteaba la primera modernidad) pero tampoco son construcciones estratégicas (como lo supone la segunda modernidad), sino que son el efecto de la sedimentación y la elaboración de experiencias históricas. Y esas sedimentaciones son el aspecto que los analistas sociales deben recuperar para dar cuenta de las identidades en este mundo cada vez más globalizado. Así, las representaciones sociales son constitutivas de las identidades: el sistema de necesidades y el conjunto de representaciones sociales compartidas por un grupo social son elementos Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 27 Carlos G. Juliao Vargas de la cultura de dicho colectivo y manifiestan la internalización de un sistema de valores, normas y creencias.25 28 La sociología histórica nos ha enseñado (sobre todo con Elias) que el individuo es un producto de la sociedad: es en el marco de esa dinámica global que condujo al debilitamiento de la tradición y a la expansión de la modernidad, que la “cuestión individualista” se ha planteado con mayor fuerza. Esta transformación, desarrollada a lo largo de mucho tiempo y que ha afectado todos los campos de la vida social (familia, religión, política, cultura, etc.), confronta a los investigadores sociales con un desafío, sobre todo cuando se trata de la cuestión de las identidades colectivas. En las comunidades (indígenas por ejemplo) o cuando la vida social era dominada por una lógica de comunalización (la Iglesia católica por ejemplo) era relativamente fácil dar cuenta de los comportamientos individuales mediante las restricciones sociales. Pero el proceso de individualización ha hecho emerger dos problemas: de una parte la realidad social cada vez más es el resultado de la acción de individuos a quienes las normas sociales les imponen ser libres, autónomos, etc.; de otra parte, los comportamientos de los individuos cada vez son menos el producto mecánico de las restricciones sociales y se observa, al interior de un mismo grupo social, importantes diferencias de comportamientos. Esas transformaciones conducen al investigador social a tomar en serio el aumento del individualismo, la importancia del “yo reflexivo” y la dimensión subjetiva de la vida social. Sin embargo, el individuo moderno no es un individuo sin pertenencia alguna. Se ha llegado a la sociedad de los individuos y a una recon- figuración del nosotros en la actualidad. Ese proceso de individualización va unido a los desarrollos políticos de los Estados nacionales y, por ende, la comunidad y el individuo son dos polaridades que siguen relacionadas, incluso en la sociedad de los individuos. Las regularidades que se siguen observando (sobre el voto, las prácticas culturales, la elección de pareja, de esperanza de vida, etc.) sólo pueden explicarse mediante la existencia de un determinismo social que es mediatizado por la experiencia individual de cada actor. La integración social, la socialización constituyen siempre elementos esenciales de la vida social. Creemos que Michael Walzer (2004) nos aporta un elemento final cuando insiste sobre el hecho de que la libertad del individuo moderno (y la cuestión de las identidades, añadiríamos nosotros) debe ser articulada con la existencia de cuatro tipos “restricciones involuntarias” que le son impuestas: las restricciones de orden socio-familiar (papel de la educación de los padres y de las instituciones a las cuales uno pertenece por herencia familiar); las restricciones ligadas a la cultura (es decir, a las normas y valores que sirven de marco a nuestros comportamientos); las restricciones de naturaleza política (por ejemplo, pertenecemos a una nación determinada); y las restricciones de naturaleza moral (por ejemplo, los individuos se esfuerzan por actuar conforme a una cierta ética). Se puede considerar que esas restricciones tienen su origen en la sociedad y que son el objeto de la sociología clásica. Hoy, los trabajos sociológicos se esfuerzan, por caminos diversos, por articular mejor las restricciones sociales con la subjetividad e identidad de los actores; indiscutiblemente es un signo del progreso del saber en las ciencias sociales y una puerta que se abre a nuevas reflexiones. Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad Referencias bibliográficas Bauman, Z. (2003). Modernidad líquida. México: Fondo de Cultura Económica. Durkheim, E. (2000). Las reglas del método sociológico y otros escritos. Madrid: Alianza. Beck, U. (2002). La sociedad del riesgo global. Barcelona: Siglo XXI. Elias, N. (1990). La sociedad de los individuos. Barcelona: Península. _______. (2003). “Sociedad y desarrollo. La sociedad del por qué no”. En Tareas, N° 115. Panamá: Cela. Pp. 97-104. Recuperado de: http://168.96.200.17/ar/libros/tar115/beck.rtf Gleizer, M. (1997). Identidad, subjetividad y sentido en las sociedades complejas. México: FLACSO. Boudon, R. (1981). La lógica de lo social: Introducción al análisis sociológico. Madrid: Rialp. Bourdieu, P. (1993). La miseria del mundo. Barcelona: Akal. Bourdieu, P. & Wacquant, L. (1995). Respuestas, por una antropología reflexiva. México: Grijalbo. Brubaker, R. & Cooper, F. (2001). Más allá de identidad. En Apuntes de Investigación del CECYP. Año V Nº 7. Buenos Aires: Fundación del Sur. Pp. 30-67. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 Goffman, E. (1970). Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales. Buenos Aires: Amorrortu. Horkheimer, M. (1973). Crítica de la razón instrumental. Buenos Aires: Sur. Kaufmann J. C. (2001). Ego. Pour une sociologie de l’individu. París: Nathan. Lahire, B. (2002). Portraits sociologiques. Dispositions et variations individuelles. París: Nathan. Castells, M. (1998). El poder de la Identidad. La era de la Información. Madrid: Alianza. ________. (2004). El hombre plural. Los resortes de la acción. Barcelona: Bellaterra. Corcuff, Ph. (1998). Las nuevas sociologías. Construcciones de la realidad social. Madrid: Alianza. ________. (2004). La culture des individus: dissonances culturelles et distinction de soi. Paris: La Découverte. ___________. (2003). La question individualiste – Stirner, Marx, Durkheim, Proudon. Latresne: Le Bord de l’Eau. ________. (2006). El espíritu sociológico. Buenos Aires: Ediciones Manantial. Crozier, M. & Friedberg, E. (1990). El actor y el sistema: las restricciones de la acción colectiva. México: Alianza. Dubet, F. (2011). La experiencia sociológica. Barcelona: Gedisa. Dubet, F. & Martuccelli, D. (1996). En la Escuela. Sociología de la experiencia escolar. Buenos Aires: Losada. 25 En ese sentido, recuperamos el concepto de habitus (correspondiente al de representación social) ya que para Bourdieu (1995) el habitus nos permite articular lo individual y lo social, las estructuras sociales internas y externas, y entender que tanto unas y otras, lejos de ser extrañas por naturaleza o de excluirse mutuamente son, al contrario, dos momentos de la misma historia colectiva que se inscribe y deposita al tiempo e indisociablemente en los cuerpos y en las cosas. Giddens, A. (1993). Consecuencias de la modernidad. Madrid: Alianza Universidad. Dumont, L. (1987). Ensayos Sobre el Individualismo. Madrid: Alianza. ________. (Ed.) (2006). El trabajo sociológico de Pierre Bourdieu. Deudas y críticas. Buenos Aires: Siglo XXI. Le Bon, G. (1895). Psychologie des foules. París: Germer Baillière. Consultado el 24 mayo 2011 en http://www.gutenberg.org/ files/24007/24007-h/24007-h.htm Lyotard, J. F. (1991). La postmodernidad. México: Gedisa. Martuccelli, D. (2007). Gramáticas del individuo. Madrid: Losada. Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 29 Carlos G. Juliao Vargas de la cultura de dicho colectivo y manifiestan la internalización de un sistema de valores, normas y creencias.25 28 La sociología histórica nos ha enseñado (sobre todo con Elias) que el individuo es un producto de la sociedad: es en el marco de esa dinámica global que condujo al debilitamiento de la tradición y a la expansión de la modernidad, que la “cuestión individualista” se ha planteado con mayor fuerza. Esta transformación, desarrollada a lo largo de mucho tiempo y que ha afectado todos los campos de la vida social (familia, religión, política, cultura, etc.), confronta a los investigadores sociales con un desafío, sobre todo cuando se trata de la cuestión de las identidades colectivas. En las comunidades (indígenas por ejemplo) o cuando la vida social era dominada por una lógica de comunalización (la Iglesia católica por ejemplo) era relativamente fácil dar cuenta de los comportamientos individuales mediante las restricciones sociales. Pero el proceso de individualización ha hecho emerger dos problemas: de una parte la realidad social cada vez más es el resultado de la acción de individuos a quienes las normas sociales les imponen ser libres, autónomos, etc.; de otra parte, los comportamientos de los individuos cada vez son menos el producto mecánico de las restricciones sociales y se observa, al interior de un mismo grupo social, importantes diferencias de comportamientos. Esas transformaciones conducen al investigador social a tomar en serio el aumento del individualismo, la importancia del “yo reflexivo” y la dimensión subjetiva de la vida social. Sin embargo, el individuo moderno no es un individuo sin pertenencia alguna. Se ha llegado a la sociedad de los individuos y a una recon- figuración del nosotros en la actualidad. Ese proceso de individualización va unido a los desarrollos políticos de los Estados nacionales y, por ende, la comunidad y el individuo son dos polaridades que siguen relacionadas, incluso en la sociedad de los individuos. Las regularidades que se siguen observando (sobre el voto, las prácticas culturales, la elección de pareja, de esperanza de vida, etc.) sólo pueden explicarse mediante la existencia de un determinismo social que es mediatizado por la experiencia individual de cada actor. La integración social, la socialización constituyen siempre elementos esenciales de la vida social. Creemos que Michael Walzer (2004) nos aporta un elemento final cuando insiste sobre el hecho de que la libertad del individuo moderno (y la cuestión de las identidades, añadiríamos nosotros) debe ser articulada con la existencia de cuatro tipos “restricciones involuntarias” que le son impuestas: las restricciones de orden socio-familiar (papel de la educación de los padres y de las instituciones a las cuales uno pertenece por herencia familiar); las restricciones ligadas a la cultura (es decir, a las normas y valores que sirven de marco a nuestros comportamientos); las restricciones de naturaleza política (por ejemplo, pertenecemos a una nación determinada); y las restricciones de naturaleza moral (por ejemplo, los individuos se esfuerzan por actuar conforme a una cierta ética). Se puede considerar que esas restricciones tienen su origen en la sociedad y que son el objeto de la sociología clásica. Hoy, los trabajos sociológicos se esfuerzan, por caminos diversos, por articular mejor las restricciones sociales con la subjetividad e identidad de los actores; indiscutiblemente es un signo del progreso del saber en las ciencias sociales y una puerta que se abre a nuevas reflexiones. Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad Referencias bibliográficas Bauman, Z. (2003). Modernidad líquida. México: Fondo de Cultura Económica. Durkheim, E. (2000). Las reglas del método sociológico y otros escritos. Madrid: Alianza. Beck, U. (2002). La sociedad del riesgo global. Barcelona: Siglo XXI. Elias, N. (1990). La sociedad de los individuos. Barcelona: Península. _______. (2003). “Sociedad y desarrollo. La sociedad del por qué no”. En Tareas, N° 115. Panamá: Cela. Pp. 97-104. Recuperado de: http://168.96.200.17/ar/libros/tar115/beck.rtf Gleizer, M. (1997). Identidad, subjetividad y sentido en las sociedades complejas. México: FLACSO. 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La era de la Información. Madrid: Alianza. ________. (2004). El hombre plural. Los resortes de la acción. Barcelona: Bellaterra. Corcuff, Ph. (1998). Las nuevas sociologías. Construcciones de la realidad social. Madrid: Alianza. ________. (2004). La culture des individus: dissonances culturelles et distinction de soi. Paris: La Découverte. ___________. (2003). La question individualiste – Stirner, Marx, Durkheim, Proudon. Latresne: Le Bord de l’Eau. ________. (2006). El espíritu sociológico. Buenos Aires: Ediciones Manantial. Crozier, M. & Friedberg, E. (1990). El actor y el sistema: las restricciones de la acción colectiva. México: Alianza. Dubet, F. (2011). La experiencia sociológica. Barcelona: Gedisa. Dubet, F. & Martuccelli, D. (1996). En la Escuela. Sociología de la experiencia escolar. Buenos Aires: Losada. 25 En ese sentido, recuperamos el concepto de habitus (correspondiente al de representación social) ya que para Bourdieu (1995) el habitus nos permite articular lo individual y lo social, las estructuras sociales internas y externas, y entender que tanto unas y otras, lejos de ser extrañas por naturaleza o de excluirse mutuamente son, al contrario, dos momentos de la misma historia colectiva que se inscribe y deposita al tiempo e indisociablemente en los cuerpos y en las cosas. Giddens, A. (1993). Consecuencias de la modernidad. Madrid: Alianza Universidad. Dumont, L. (1987). Ensayos Sobre el Individualismo. Madrid: Alianza. ________. (Ed.) (2006). El trabajo sociológico de Pierre Bourdieu. Deudas y críticas. Buenos Aires: Siglo XXI. Le Bon, G. (1895). Psychologie des foules. París: Germer Baillière. Consultado el 24 mayo 2011 en http://www.gutenberg.org/ files/24007/24007-h/24007-h.htm Lyotard, J. F. (1991). La postmodernidad. México: Gedisa. Martuccelli, D. 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La tesis a justificar es que en el caso de las Madres de la Plaza de Mayo la formación de la opinión se realizó a partir de la mediación de un público que generaba una agenda en diferentes medios de comunicación. La forma en que vamos a desarrollar nuestro tema es la siguiente: expondremos cómo se creó la Fundación Madres Plaza de Mayo y qué actividades realizaron para agendar temas en los medios de comunicación. Finalmente mostraremos cómo, a través de la mediación, las Madres de la Plaza de Mayo influyeron en la creación de la opinión pública. The aim of this article is to show how public opinion can be formed through public mediation. This paper illustrates the formation of public opinion in the case of the Mothers of the Plaza de Mayo. The hypothesis is that in this case, the formation of public opinion was developed through the mediation of the public that was generating an agenda in different media. This topic is developed in the following way: it illustrates how the “Fundación Madres Plaza de Mayo” was created and what activities they did to establish topics on the mass media. Finally, this paper shows how the Mothers of the Plaza de Mayo influenced the creation of public opinion using the mediation. Keywords: public opinion, Mothers of the Plaza de Mayo, mass media Palabras clave: opinión pública, Madres de la Plaza de Mayo, medios de comunicación. Recibido el 7 de septiembre de 2011 y aprobado el 4 de octubre de 2011. 1 2 Polisemia No. 12, 12 - 30, Relaciones mutuas entre el individuo y la sociedad. Hacia una sociología de la individualidad. Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 Diana Arango es Comunicadora Social y periodista. Trabaja en el Canal RCN TV. Correo electrónico: [email protected] Hernán Darío Ocampo es Magister en Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana. Licenciado en Filosofía Universidad de Caldas. Profesor de tiempo completo afiliado al departamento de Humanidades de la Universidad El Bosque. Profesor catedrático Colegio Mayor Universidad el Rosario. Polisemia No. 12, 31 - 41, Madres de la Plaza de Mayo (1976-1984) [...] Bogotá, ISSN: 1900-4648. Julio - Diciembre de 2011 31