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EN TORNO A LOS SUCESOS DEL HOSPITAL “SEVERO OCHOA”
DE LEGANÉS DE LA COMUNIDAD DE MADRID
DECLARACIÓN DEL COLEGIO DE MEDICOS DE MADRID
En las pasadas semanas la opinión pública española se ha visto conturbada por
las noticias, divulgadas por los medios, en torno a una supuesta mal praxis en el
tratamiento de algunos enfermos terminales, llevada a cabo por médicos del Servicio
de Urgencias del Hospital “Severo Ochoa” de Madrid. Trascendía a la sociedad la
noticia de que en el citado hospital, el tratamiento paliativo de los pacientes agonizantes
o muy próximos a la muerte
constituyera, de hecho, la aplicación regular de
planteamientos de eutanasia activa.
Es posible que la gravedad de las denuncias y sus singulares características, y el
tratamiento rápidamente adoptado por las autoridades sanitarias, haya podido sembrar
dudas en torno al correcto manejo clínico de estos enfermos, y dañar el prestigio y la
honorabilidad de los profesionales involucrados, que no han tenido ocasión de
demostrar ante la sociedad la
adecuada fundamentación de sus planteamientos
paliativos. Pero también parece lógico que, enfrentada a la posibilidad de intolerables
desviaciones de la práctica asistencial, la autoridad sanitaria no pueda dilatar la toma de
decisiones, sobre todo si alberga la duda de que pudiera estar en juego un daño
irreversible a las personas. Algo, obviamente, muy grave.
Paralelamente, la confusión y el nerviosismo despertado en el hospital, por los
hechos acaecidos, ha supuesto una preocupante distorsión en el normal desarrollo de la
práctica asistencial en esta institución; y una indiscutible alarma social en la población
madrileña y, muy especialmente, en la del área sanitaria vinculada administrativamente
al hospital.
1
Tan grave como ello, la denuncia de unas supuestas prácticas no demostradas
ha tenido una rápida difusión en los medios de comunicación nacionales e
internacionales, contribuyendo falsamente a modelar ante la opinión pública ⎯sobre
todo internacional⎯ modos de ejercer la Medicina en el momento final de la vida
cargados de significación ideológica y altamente repudiables desde la ética médica.
Como corolario, el
peligro de
provocar una considerable confusión e
inseguridad en la población de Madrid, en torno al manejo de los pacientes terminales
en este hospital y tal vez en otros, no es desdeñable. En efecto, pese a tratarse de
planteamientos técnicamente bien definidos y conformes a la ética médica ⎯aunque
complejos y no siempre inteligibles para las personas ajenas a la Medicina⎯ la
sorprendente publicidad que ha acompañado a tal denuncia, anómala en su forma,
incorpora el daño de sugerir erróneamente o de proyectar sobre la sociedad la idea de
unos supuestos problemas graves en torno al proceso de decisiones, en el final de la
vida, cuando en realidad no existen, al menos por cuanto corresponde a las indicaciones
de la sedación paliativa y a los modos éticos de proceder frente a los procesos clínicos
de la agonía y la muerte.
Por otra parte, las carencias técnicas de algunos marcos asistenciales ⎯en
especial la inadecuada ubicación de los enfermos en tan delicados momentos ⎯ muy
alejados del ideal de idoneidad que requiere la operación de morir, abonan la
percepción por las familias de una insatisfactoria asistencia médica en esos momentos
cruciales de la existencia; algo que viene a sumarse, en fin, a la preocupación ordinaria
de nuestra Corporación por el conjunto de distorsiones que la atención sanitaria en los
Servicios de Urgencia hospitalarios, desbordados, viene experimentando en las últimas
décadas.
A la vista de los informes de su Comisión Deontológica, ampliamente debatidos
en su seno, el Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid se ve en la obligación
estatutaria
de reivindicar su derecho a establecer unas consideraciones previas,
básicamente aclaratorias, dirigidas a toda la sociedad pero especialmente a la población
de Madrid, de modo que, sin prejuzgar las actuaciones de las personas sometidas al
trámite jurídico y sin perjuicio de las actuaciones judiciales a que éstas pudieran dar
2
lugar,
sea
de público conocimiento ⎯trascienda a la sociedad⎯
el contexto
científico y ético, bajo control deontológico, en el que tienen lugar los actos médicos
ordenados a paliar los síntomas que lo requieran en el doloroso trance de la muerte.
Esta declaración pretende serenar los ánimos y generar tranquilidad
en la
población sometida a la asistencia hospitalaria y en sus familiares, con el propósito de
recuperar la plena confianza en la relación médico-paciente, por ser esencial para la
práctica de la Medicina, esto es, para el ejercicio de una praxis basada en el
reconocimiento de los intereses del enfermo por encima de todo ⎯que no otro es el
sentido último del arte médico⎯ y siempre en el respeto más absoluto a las exigencias
de la ética médica refrendada en nuestro Código Deontológico.
I
El tratamiento o manejo clínico de los enfermos terminales en el final de la vida,
es decir, de los enfermos abocados inexorablemente por el fracaso multiorgánico a una
muerte inmediata o muy próxima ⎯de horas o días⎯ se enfrenta frecuentemente a la
necesidad de aliviar síntomas o signos que provocan dolor y sufrimiento en el paciente
y angustia en sus familiares, síntomas que en la mayoría de las ocasiones pueden ser
superados mediante una adecuada medicación, analgesia y/o sedación. En algunos
casos, sin embargo, el intenso malestar que experimentan estos enfermos (delirio,
disnea, dolor, etc.) o alguno de sus síntomas, se muestran refractarios a todo tratamiento
convencional, es decir, los fármacos o los remedios aplicados
broncodilatación,
(la analgesia, la
la oxigenoterapia, las sedaciones de bajo dintel, etc.) fracasan
radicalmente; y es entonces cuando, para proteger al enfermo de su grave sufrimiento,
el objetivo de disminuir su nivel de consciencia mediante la sedación paliativa o
terminal se convierte en un verdadero objetivo terapéutico. Incluso si de tal sedación se
derivara un deterioro de la precaria o exigua salud del enfermo y en consecuencia su
muerte.
3
En estas circunstancias, la muerte ⎯la provocación de la muerte⎯ no es
buscada, no es nunca la intención del médico o del equipo responsable de la decisión,
sino un efecto adverso, colateral y no deseado, de la medicación, con el que se cuenta,
un riesgo de la decisión paliativa que, convenientemente ponderado, se acepta. La
muerte del enfermo era previsible e inexorable a corto plazo, de suyo natural y como
consecuencia de la enfermedad,
pero en un marco de sufrimiento humanamente
agotador. La Ética Médica exige entonces ofertar que el sufrimiento del enfermo se
alivie, y por esto, careciendo ya de recursos, la sedación paliativa bien indicada ⎯de
acuerdo a la “lex artis”⎯ constituye una medida a la que, con debidas garantías, se
debe acudir. En estas condiciones y desde esta bien definida intención, la sedación
paliativa o terminal, según los casos, es un acto médico y humanitario, jamás una
eutanasia. Debiendo ser del conocimiento de todos que este proceder es aceptado por la
Moral de todas las confesiones religiosas y civiles.
Es ésta una experiencia antropológica y vital que se reitera en la práctica
médica ⎯una vez y otra⎯ y que gravita también, no sin coste emocional, sobre el
mismo personal sanitario, sobre los médicos y enfermeros/as que
asisten a estos
pacientes y que se saben en el deber de mejorar en lo posible su calidad de vida en esas
horas difíciles del tránsito.
El objetivo de la Medicina es la recuperación de la salud perdida, la curación de
las enfermedades, y cuando esto ya no es posible o cuando la muerte es inevitable, el
deber de los médicos es aliviar el dolor y paliar el sufrimiento de los pacientes. Estos
objetivos no representan un descubrimiento en la vida de los médicos, antes bien
constituyen una experiencia vital constatada, puesta en práctica por la profesión médica
durante siglos, durante toda la historia de la humanidad.
La experiencia médica
confirma que sólo contribuyendo a reducir o paliar el drama de la muerte cabe ⎯sin
grave daño a la autoestima⎯ asumir, día tras día, la dureza emocional que rodea el
proceso de la muerte, una guerra humanamente perdida donde la muerte siempre supera
a la vida.
La Medicina no trivializa jamás el momento de la muerte, asume esta obvia
realidad del hombre y conoce de ciencia propia los límites que la Ética le impone para
4
seguir concibiéndose como una profesión digna y cargada de sentido.
Desde los
tiempos más remotos y frente a las más variadas concepciones del mundo y la cultura de
cada tiempo, la Medicina siempre ha tenido claro que los médicos están para curar, y
que no pueden bajo ningún concepto provocar directamente ⎯a modo de una solución
paliativa⎯ la muerte de los enfermos irrevocablemente abocados al tránsito. Este es
su límite, insuperable e inmodificable, frente al proceso de la muerte: la eutanasia es
moral y éticamente inaceptable.
La eutanasia, la intención de matar o la simple debilitación de la actitud de
curar, el cambio a una perspectiva que también prevea el uso de la muerte inducida
como un método más para resolver estas dolorosas situaciones, es algo tan antiguo y
arcaico como retrógrado; un recurso falso, ajeno a la dignidad del hombre, que se
aplica a un doliente cuando a nadie, en verdad, interesa y que nos hace retroceder a la
prehistoria de la Medicina y de los derechos humanos. Por ello la rara unanimidad que
se ha venido dando durante toda la historia contra la eutanasia.
Esta experiencia universal explica la contundencia con que, a lo largo de los
últimos siglos, todos los códigos deontológicos de las naciones civilizadas han excluido
a la eutanasia como proceder médico.
Los médicos son conscientes de que la
aceptación legal de la eutanasia
transforma la Medicina, la suplanta e influye negativamente sobre el acto médico,
rompiendo la fe de los pacientes en los médicos, y cambiando su propia imagen ante la
sociedad.
Y lo que es más
revelador,
son
testigos de que la eutanasia es
absolutamente innecesaria, que no revela una exigencia social. Como ha dicho
coloquialmente un experto en la materia1, refiriéndose a la carencia de demanda social
de eutanasia:⎯”Nosotros vemos el asunto de la eutanasia como un debate periodístico”:
que venía a decir, eso de la eutanasia es un debate ideológico que trasciende a los
periódicos. Una demanda que no se percibe en nuestra práctica,
que no
experimentamos en el mundo de los cuidados paliativos. Los enfermos terminales no
quieren suicidarse, lo que verdaderamente quieren es no experimentar desatención,
soledad, dolor y sufrimiento. Una experiencia real que ha sido el motor para el moderno
1
X. Gómez-Batiste, Diario Médico, 2005
5
desarrollo de los Cuidados Paliativos, el área de capacitación especializada de la
Medicina que cubre todas las exigencias de un verdadero bien morir.
Es por esto que cuando unos médicos o una institución hospitalaria de
reconocido prestigio son acusados, directa o indirectamente, de practicar la eutanasia,
toda la profesión sanitaria se siente removida, herida en su más íntima razón de ser.
Porque intuye que, en la inmensa mayoría de los casos, se trata de una verdadera
traslocación de los conceptos y de las sensibilidades ante el proceso de la muerte. Que
no puede ser posible. Que la sociedad parece ignorar que la dureza de algunos casos
clínicos supera lo humanamente tolerable y que la exigencia de sedación paliativa o
terminal, según los casos, es una experiencia común en nuestro tiempo. Que su debate
moral está superado y que, desde unos criterios ampliamente debatidos y aceptados,
tales prácticas son perfectamente éticas.
Siente el médico que, pese a los aires de progresismo, renovación y de
transformación de la Sociedad, en el marco de las libertades democráticas, ésta sigue
desconociendo en profundidad la complejidad de los procesos de la muerte, y es
propicia a denunciar fácilmente ⎯con precipitación⎯ supuestos errores médicos, sin
percibir que, en la inmensa mayoría de los casos, tales supuestos errores nacen
justamente del deber que la Medicina y sus médicos se imponen de contener y aliviar
el
penoso tránsito en algunas
muertes. La Medicina experimenta que se sigue
desconociendo la complejidad del proceso de la muerte y que, de algún modo, se
trivializa la dureza y la dificultad cuasi-insuperable de muchas decisiones médicas.
II
Desde el punto de vista científico el contexto de la muerte ha experimentado un
extraordinaria profundización en las últimas décadas, y hoy es posible acotar los
límites de los planos técnicos y científicos respecto del deber de aliviar el tránsito de la
vida a la muerte y separarlos y distinguirlos de aquellos otros, ideológicos, de la
eutanasia. Porque, ciertamente, los límites entre las actuaciones que conducen al deber
de aliviar el tránsito y aquellas otras que se orientan a inducir la muerte pueden, en
6
ocasiones,
solaparse. Los más expertos paliativistas2 insisten sobre la frecuente y
creciente complejidad de la decisión de aplicar la sedación paliativa o terminal. Por eso
que resulte imprescindible que tales decisiones las adopte un equipo multidisciplinario
y que, además, la cuestión se decida con la participación del enfermo y su familia. Ello
supone que el planteamiento de una sedación paliativa implica un proceso previo, a
veces largo de diálogo, información y trato con el enfermo y su familia, un trato fluido
que permita a los médicos conocer la verdadera voluntad del enfermo.
Es obvio que esto requiere un lugar idóneo, un ambiente sereno y un tiempo
adecuado que permita la reflexión. Un desarrollo moderno y de verdadero progreso en
el manejo de la muerte exige la introducción y el desarrollo de los Servicios de
Medicina Paliativa, de los medios técnicos necesarios, de Unidades dotadas de personal
especializado y de otros profesionales (pastores de su confesión religiosa, psicólogos,
trabajadores sociales etc.) expertos en cubrir todas las necesidades del paciente abocado
a la muerte.
Quienes son ajenos a esta complejidad en el momento de la agonía, gestores o
pueblo llano, pueden perder de vista una base esencial para el adecuado juicio
estimativo sobre la legitimidad o no legitimidad de algunas decisiones de sedación
paliativa. Lo cual eleva a categoría de necesidad el ejercicio de la prudencia y una
adecuada ponderación de los hechos, de los datos objetivos, antes de ejercer acciones
que pueden ser atentatorias de la dignidad de los profesionales e incluso determinantes
de una alarma social innecesaria.
El Colegio de Médicos de Madrid en nuestra Comunidad y el Consejo General
de Colegios de Médicos de la Organización Médica Colegial ⎯representando a todo el
colectivo médico, en España⎯ vigilan la actividad sanitaria de los profesionales
tutelando efectivamente de esta forma a la población, mediante un control ético y
deontológico que establece las condiciones de una buena práctica médica, según los
deberes y pautas de los correspondientes Códigos Deontológicos en vigor, donde se
postula de forma taxativa e inequívoca el derecho a la vida.
2
X. Gómez-Batiste, op. cit.
7
III
Atendiendo ahora a la denuncia antes aludida, esta Corporación quiere insistir
ante la población sobre las profundas diferencias existentes entre la denominada
sedación paliativa o terminal y la eutanasia, por ser una cuestión que interesa a todos.
La denominada sedación paliativa puede ser transitoria, esto es, la que se aplica para
un procedimiento técnico concreto, tal vez diagnóstico, o hasta que la sintomatología
que la motivara haya desaparecido espontáneamente o previo tratamiento, médico o
quirúrgico, de su causa; puede ser intermitente, por ejemplo la que se practica para que
el paciente duerma unas horas. Por sedación terminal, expresión tal vez equívoca que
otros prefieren llamar sedación en la agonía, se entiende la administración deliberada
de fármacos para lograr el alivio, inalcanzable con otros medios, de un sufrimiento
físico y/o psicológico, mediante la disminución suficientemente profunda y
previsiblemente irreversible de la consciencia en un paciente cuya muerte se prevee
muy próxima y con su consentimiento explícito, implícito o delegado. Se trata de una
sedación primaria y continua que puede ser superficial o profunda3,4. Es la propia de los
últimos momentos cuando el periodo de sobrevivencia que se estima del enfermo es
muy corto, de horas o días y la sedación aplicada cuando se busca reducir el nivel de
conciencia para proteger al paciente frente a un síntoma que se ha mostrado refractario a
toda otra forma de tratamiento, ya sea un dolor intenso, ya una disnea insoportable, ya
una situación de excitación extraordinaria ⎯de delirio invencible⎯ que se experimenta
como una amenaza insuperable y angustiosa.
Como ya se ha dicho5,”la sedación no tiene nada que ver con una práctica
eutanásica.
Sucintamente, en la sedación la intención es aliviar un “distress”
intolerable, el procedimiento es la administración de un fármaco sedante y el resultado
3
J. Porta et al: Definición y opiniones acerca de la sedación terminal: estudio multicéntrico
catalana-balear. Med. Pal, 1999; 6:108-15
4
Comité de Ética de la SECPAL : Aspectos éticos de la sedación en Cuidados Paliativos. Med. Pal.
2002; 9: 41-46
8
el alivio del “distress”; en la eutanasia el objetivo es producir la muerte del paciente, el
procedimiento la administración de un fármaco letal y el resultado la muerte”. Se
percibe así que tanto la intención u objetivo del acto de aplicar la sedación, como el
fármaco aplicado ( o la dosis administrada) o como el resultado final son absolutamente
diferentes. Debiendo quedar claro que es la intención o la ideología que subyace en los
planteamientos del agente de la acción técnica, el factor decisivo que juega en cada
momento y el que proporciona la certeza de la esencial diferencia a que hemos hecho
alusión.
Es así que la sedación paliativa o terminal es una práctica ética admitida por la
Medicina, luego sólo cuando de forma inequívoca pudiera demostrarse una inadecuada
indicación médica para tal práctica ⎯que no un mero error o impericia⎯, una grave e
indiscutible alteración en la elección de los fármacos o una sobredosis objetivamente
responsable directa de muerte, podría ponerse en duda la eticidad de su práctica. La
criminalización de los profesionales que deriva de una mera presunción de malpraxis ha
de ser evitada, también en beneficio de toda la profesión médica y de toda la sociedad,
pues se produce una lógica inquietud entre los profesionales que puede conducir a
prácticas de Medicina defensiva, con innecesaria e injusta repercusión sobre la
población en el trance de morir. En suma, en tanto así no ocurre, la presunción de una
correcta actuación profesional con preservación de la fama y del prestigio del médico
debe mantenerse, al igual que la presunción de inocencia se mantiene en el marco de la
justicia. Obviamente que en presencia de flagrantes errores, con datos confirmados y
daño objetivo, nada podría objetarse a la apertura de diligencias judiciales.
Otra dimensión es la legal. En efecto, la necesidad de proteger el delicado y
complejo ámbito del final de la vida y el debido respeto a la opinión del enfermo en la
gestión de su cuerpo ⎯siempre dentro de la “lex artis” y de la ley penal⎯ ha llevado al
legislador en nuestro país a la legitimación de los testamentos vitales,
también
denominados documentos de voluntades anticipadas o instrucciones previas6, donde el
paciente, conocedor de su situación o previendo ulteriores decisiones clínicas complejas
en el final de su vida ⎯que rechaza por la razón que fuere⎯ puede dejar constancia
5
J. Porta, X. Gómez -Batiste y A. Tuca: Control de síntomas en pacientes con Cáncer avanzado y
Terminal. Aran, 2004
6
Artículo 11 de la Ley 41/2002, de 14 de noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente
9
por escrito de su opinión respecto de las medidas terapéuticas que se le pueden aplicar
o no aplicar en el momento de su muerte, si para entonces él no está en condiciones de
manifestarlas.
No es ocasión ahora de un análisis en torno a la cuestión de las voluntades
anticipadas, pero sí de insistir en todo caso que, siendo obviamente legítimas, los
médicos deben acoplarse a ellas, pues es el parecer del enfermo, pero siempre y cuando
éste ⎯obviamente así expresado⎯ se adecue a la lex artis y al derecho penal.
Por la misma razón, el consentimiento informado ante la sedación terminal,
requisito razonable para una práctica médica adecuada y siempre obligado, pudiera no
tener, por diferentes circunstancias, un lugar tan claro en el proceso de la agonía. En
efecto, pese a la retórica con que en ocasiones los medios difunden este importante
requisito legal, su carencia escrita o documental no implica necesariamente que tal
consentimiento no se haya producido, doctrina jurídica aparte. Pues en el proceso de
diálogo entre el equipo asistencial y el enfermo, en el contexto de un adecuado medio
paliativo, éste se reconoce de ipso facto muchas veces, de modo tácito, porque los
asuntos se han debatido y se han reflexionado suficientemente entre el equipo
asistencial y el paciente y/o su familia. Muchos creen que en estas condiciones no sobra,
tal vez, el consentimiento protocolario, pero arguyen que no es imprescindible un
consentimiento informado expreso y por escrito7.
Como todo, la cuestión del consentimiento puede no estar ausente de
demagogias. Como con dureza ha llegado decir el presidente de la SECPAL (Sociedad
Española de Cuidados Paliativos): “no puedes despertar a alguien (se refiere a tal
situación crítica) y decirle que, por orden del Ministerio, tiene que firmar un papel y
despedirse rápido porque está en fase terminal y le vas a sedar”. Añadimos nosotros,
por nuestra parte, que el hecho no sólo podría ser cruel sino que puede ser ⎯y de hecho
lo es, muchas veces⎯ irrealizable. En estas condiciones, la Ética Médica sitúa el
principio del bien del enfermo por encima de la formalidad del acto legal y puede bastar
una referencia explícita y adecuada en la historia clínica sobre la medicación
administrada y las condiciones del enfermo. Teniendo en cuenta que lo que se postula
7
X. Gómez-Batiste, Diario Médico, op.cit
10
en el mundo de los Cuidados Paliativos es una indicación multidisciplinar o tomada por
acuerdo entre los profesionales.
Por otra parte, el cumplimiento del deber legal del consentimiento puede ser
especialmente difícil en los Servicios de Urgencias, sea cual fuere su modalidad y
ubicación, especialmente en las condiciones que éstos reúnen en nuestro medio, donde
las prisas, la presión asistencial desmesurada y la premura por iniciar los tratamientos,
reducen la dimensión legalística del documento de consentimiento; y esto es una
realidad que se inserta en el análisis del problema y que ha sido públicamente
reconocida por la SEMES (Sociedad Española de Medicina de Emergencias).
IV
El Colegio de Médicos de Madrid siente profundamente el daño o preocupación
ocasionado por los acontecimientos del Hospital “Severo Ochoa”, de Leganés, en razón
de la alarma social que pueda haberse causado a la población de Madrid. Se siente
también solidario con los médicos y el personal involucrado, a los que en cualquier caso
expresa su adhesión y su cooperación jurídica de ser necesaria, y a los que concede a
priori la presunción de inocencia respecto de las supuestas acciones de naturaleza o
significado eutanásico, que la denuncia les atribuye, y que no concibe en la práctica de
los médicos.
Por una parte, conviene subrayar el carácter anónimo de las denuncias y el
acceso a las historias clínicas, contrario al secreto profesional y a los requisitos legales
de la confidencialidad.
Aunque el carácter anónimo de las denuncias pudiera alcanzar alguna lógica
interna, esto no puede ni debe legitimar el procedimiento, que es siempre rechazable.
11
En fin, tener en cuenta y determinar en cada caso y en cada actuación la
complejidad de las diferentes situaciones clínicas de los pacientes en agonía asistidos,
mediante unas investigaciones profesionales, prudentes, objetivas e independientes.
El final de esta Declaración tiene como destinatario a la Administración,
Sanitaria en este caso, de la Comunidad Autónoma de Madrid. El Colegio de Médicos
de Madrid se ve en la obligación de denunciar las condiciones inapropiadas e
insuficientes de muchos de los Servicios de Urgencia de nuestra Comunidad. Estas
insuficiencias aluden a los locales y estancias hospitalarias donde tienen asiento los
Servicios de Urgencia, materialmente desbordados de forma regular por la avalancha
de enfermos, como es la experiencia de los madrileños; y al fenómeno, por otra parte
destacable y aún admirable, del
envejecimiento
que experimenta la población
española, que parece no ser contemplado y que desborda las previsiones asistenciales.
Desbordamiento que se hace crítico ⎯y en ocasiones insoportable⎯ en épocas de
epidemia, dando lugar a situaciones de insuficiencia y deterioro de atención sanitaria,
hasta límites que alcanza a herir la dignidad de muchos enfermos y sus familiares.
Conviene destacar que la denuncia de este hecho no implica establecer una
crítica a la gestión sanitaria de la Administración, con indudables éxitos en el
cumplimiento de otros objetivos; significa simplemente aflorar una dimensión de la
asistencia clínica que viene desbordando todas las medidas sucesivamente puestas en
práctica desde hace años y que es imprescindible intentar solucionar con eficacia y
eficiencia.
V
Es importantísimo subrayar, finalmente, la imperiosa necesidad de que se
articule un plan general para toda la Comunidad Autónoma respecto de los Cuidados
Paliativos. Los expertos en estas situaciones clínicas límite de la existencia ⎯de la
vida⎯ insisten en que un 75% de la población española no tiene acceso a los Cuidados
Paliativos. La población de nuestros mayores, a la que seguramente debemos el mayor
12
esfuerzo y contribución al desarrollo del País, por su avanzada edad y la inherente
condición de mayor fragilidad humana, necesitada de mayor protección por los poderes
públicos, percibe que el esfuerzo con él que ha contribuido al bien común, de forma tan
generosa, no le revierte adecuadamente en sus momentos más críticos y decisivos. Pero
es un tiempo donde ya no juega la rebeldía y en el que las limitaciones sanitarias se
toleran con tal de recibir una asistencia.
Pero la grandeza de una nación, de una comunidad concreta, se mide no sólo por
los indicadores económicos o por la creación de riqueza y bienestar,
que son
obligados, cuanto por el desvelo y la preocupación de todos sus habitantes y de las
instituciones por la atención a su población más frágil y vulnerable, la más exigida de
solidaridad. Las condiciones humanas terminales y el proceso de la agonía, que procesa
en exclusiva la Medicina, necesita de una atención especial por parte de los poderes
públicos, que ha de estar por encima de los economicismos y de los indicadores
económicos.
Se deben arbitrar todos los medios y recursos que permita nuestra Sanidad
⎯naturalmente que públicos y privados sin ninguna distinción⎯ siempre que se
adecúen a las exigencias de una Medicina científica y humana, a una Medicina que
resuelva definitivamente ⎯o al menos dulcifique⎯ el miedo a la muerte. La macabra
imagen de la eutanasia, del cóctel letal, no cabe en nuestro sistema de vida y representa
una alternativa repudiable por todos los ciudadanos, salvo por grupos minoritarios e
ideológicos que no representan a la población y a los que se concede demasiado espacio
informativo. Lo que nadie quiere, ni médicos ni enfermeros, ni la población en su
totalidad, es una muerte angustiosa, con dolor y sufrimiento, en un medio hostil o en la
soledad más fría y desconcertante, aislados del calor familiar.
Esta es la verdadera realidad. Cuando un enfermo dice que quiere “morirse ya”
no es que quiera que acaben con su vida, lo que quiere es no tener dolor, sufrir lo
menos posible, quiere, en definitiva, que unos médicos y unas enfermeras cercanos
⎯afectuosos y eficaces⎯ eliminen su angustia y su sufrimiento, su delirio, y que se
resuelvan las preocupaciones que ocupan su mente en esos momentos decisivos: en
definitiva, lo que no quiere”es vivir...así”.
13
El Colegio de Médicos de Madrid pide a sus administradores sanitarios que el
acceso a los Cuidados Paliativos sea considerado un derecho, que no se pueda
considerar una gracia que se concede a unos sí y a otros no, cuanto que debe ser una
prestación sanitaria que no se pueda negar. El diseño de una política más incisiva en
estos campos; y un poderoso esfuerzo de formación de los profesionales sanitarios que
permita la especialización en el ámbito universitario y el dominio de unas habilidades
a los profesionales de la Atención Primaria, son igualmente necesarios.
Todo ello es la finalidad del Plan Nacional de Cuidados Paliativos, cuyas “Bases
para su desarrollo” fueron aprobadas por el Pleno del Congreso Interterritorial del
Sistema Nacional de Salud, el 18 de diciembre de 2000, al que tenga acceso toda la
población española y en el que no deben primar criterios ideológicos de ninguna
naturaleza, sino el mero desarrollo profesional y técnico que tantas veces ha demandado
la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL) y otras entidades también
implicadas en el proceso de la muerte.
Es necesario crear un sistema de Cuidados Paliativos, un modelo asistencial
nuevo, donde el proceso de la muerte y la atención sanitaria a las etapas de mayor
fragilidad y vulnerabilidad adquieran un relieve especial. El Colegio de Médicos de
Madrid es consciente de que estamos ante un gran desafío al que hay que responder con
imaginación y decisión; sabe que ello puede
implicar un
esfuerzo económico
importante, una habilitación de recursos que se han de desviar de otros objetivos, pero
no ignora que ésta es la verdadera respuesta a una realidad social que se nos impone, y
que tarde o temprano acabará n por demandar los ciudadanos, cuando alguien los
motive a exigir el derecho a no sufrir innecesariamente.
Además, diversos indicadores sugieren que la aparición de los Servicios de
Cuidados Paliativos o de instituciones con esta función ⎯cualquiera sea su identidad
si acreditan las exigencias científicas adecuadas⎯ reduciría poderosamente la presión
asistencial de los Servicios de Urgencia hospitalarios, la claudicación emocional de las
familias que son sometidas a largas esperas no exentas de zozobra y el dato significativo
de que no representaría un gravamen de importancia del gasto económico. A este
respecto, algunos expertos mantienen que, con una inversión de sólo el 0,4 % del
14
presupuesto sanitario, los Cuidados Paliativos resolverían
al menos el 70% de la
atención paliativa. Como ha destacado el presidente de la SECPAL, unos adecuados
servicios sanitarios, incluidos los Cuidados Paliativos a domicilio, pueden ahorrar
mucho dinero al erario público. La introducción de los Cuidados Paliativos se ha
convertido en una credencial de buena atención sanitaria, se ha convertido, en suma, en
una demanda moral de la sociedad.
La crisis de Leganés se explica mejor en este contexto de presión asistencial, de
procedimientos acelerados y condiciones de ubicación adversas para la actividad de los
Cuidados Paliativos. La representación corporativa de la Medicina
madrileña, el
Colegio Oficial de Médicos de Madrid, deplora los sucesos acaecidos y que son origen
de esta reflexión, deplora el proceder de la denuncia, la ruptura de la confidencialidad
que se ha producido y aún más su divulgación en los medios; y mantiene su confianza y
su solidaridad con los profesionales involucrados, y en tanto la Justicia no se pronuncie
solicita de los medios que, salvaguardando los derechos a la libertad de expresión y de
opinión, se evite la difusión y los juicios sobre las personas involucradas y con ello la
presunción de inocencia que les es debida.
Al Colegio corresponde, sin embargo, difundir esta reflexión crítica sobre el
contexto de la atención a los moribundos en la Comunidad de Madrid al hilo de los
acontecimientos de Leganés, y dejar sentado ante la opinión publica la constatación de
unos hechos de la Asistencia Sanitaria por los que se siente concernida y en cierto
sentido responsable, no sólo como representante oficial de los médicos sino también
como tutora efectiva de la Atención Sanitaria y de la Ética Médica ante el conjunto de la
sociedad.
Consciente de esto, a través de su Comisión Deontológica, ha iniciado ya una
investigación sobre los hechos acaecidos en el Hospital Severo Ochoa de Leganés.
Madrid, 13 de abril de 2005
15