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Me dirijo a ustedes hoy para hablar sobre un tema de urgencia no solo para nosotros los católicos, sino para
nuestra cultura, es un tema que recientemente ocupa las primeras planas de los periódicos en California. Se ha
presentado un nuevo proyecto de ley en la cámara de representantes de California, El proyecto de Ley AB128,
titulado “Ley de opción del fin a la vida.” Este es un proyecto apoyado por la Sociedad Hemlock (que se define
a sí misma “Compasión y Opciones”). El objetivo de los proponentes es pasar una ley en este año que permita
el suicidio asistido por un médico. Si la ley no es aprobada entonces los proponentes la presentarán como una
iniciativa pública para ser votada en el 2016. Si gana, California se convertiría en el cuarto estado en permitir el
suicidio asistido por un médico sin necesidad de que intervenga un tribunal.
Es importante afirmar desde el principio que esta iniciativa no está realmente interesada en defender “la
muerte con dignidad” que defiende el derecho de cualquier persona a rechazar los tratamientos excesivos o
demasiado gravosos al final de la vida. La iglesia Católica y la USCCB han apoyado la libertad de los católicos
de negarse a tales tratamientos, e incluso actualmente provee recursos para ayudar a tomar decisiones adecuadas
acerca de los tratamientos que pueden ser usados al final de la vida.1 Entonces ¿de que de que trata esta nueva
legislación? Trata de hacer legal el suicidio con la ayuda de un médico, en el que el médico puede proveer
dosis letales de farmacéuticos para ser administrados por el mismo paciente terminal. Algunos de ustedes
pueden pensar “¿pues qué hay de malo en ello si esta opción es completamente voluntaria? Si la gente no la
quiere, no tiene que tomarla, la legislación simplemente da la opción a aquellos que la quieren.” Los temas
éticos y los temas que afectan nuestra manera de compartir nuestros valores (cultura) a veces no son evidentes
en un primer acercamiento, pero creo que puedo traer a la luz los tres grandes principios que Jesus y la Iglesia
Católica nos han entregado para sacar a la luz la verdadera intención de esta propuesta de ley. Los principios
son los siguientes:
1. Nuestro deber de proteger la vida y dignidad del enfermo, del débil, del pobre, y del indefenso.
2. Nuestro deber de asegurar que ninguna ley nueva imponga cargas onerosas –como el deber de morir–
sobre los más vulnerables.
3. Nuestro deber de prevenir la decadencia cultural que propone leyes que devalúan o degradan la vida
humana.
Comencemos con el primer principio, Nuestro deber de proteger la vida y dignidad del enfermo, del débil,
del pobre, y del indefenso. Para empezar, la mayoría de los que abogan por el suicidio asistido admiten que el
dolor no es razón para abogar por el suicidio, porque la mayoría de las situaciones de dolor de las
enfermedades terminales puede ser controlada adecuadamente por los médicos. El manual publicado por la
Asociación Médica de Washington en 1992 dice que “existen los procedimientos médicos profesionales para
controlar el dolor en 90 al 99% de los pacientes con enfermedades terminales.”2 Además, la mayoría de las
formas de depresión que llevan a los intentos de suicidio pueden ser tratadas adecuadamente con los
procedimientos y protocolos actuales.3 Después de extensos estudios sobre la solicitud de suicidio asistido por
médicos, la Dra. Kathleen Foley, ex directora del cuidado paliativo en el Memorial Sloan Kettering Cancer
Center, concluyó:
“Cuando estos temores [al dolor, a la depresión, y no se valorado] sean tratados por un médico
cuidadoso y bien informado, la solicitud para una muerte acelerada usualmente desaparece”.4
Los avances en el tratamiento del dolor y la depresión en los pacientes con enfermedades terminales han hecho
que la Sociedad Hemlock cambie su enfoque, ya no defienden “la muerte asistida” apoyados en “el dolor y la
depresión” ahora lo hacen diciendo que “la necesidad de asistencia” es algo indigno, como si la ayuda que todos
necesitamos darnos mutuamente fuera degradante, en vez de verla como parte de la misma vida, que nos hace
humanos y nos da la oportunidad de dar y recibir amor y compasión.5 Estas ideologías que deben preocuparnos
a todos han alarmado particularmente a los grupos que defienden los derechos de las personas con necesidades
especiales, porque socava su dignidad. Marilyn Golden, una analista política para el Fondo de Educación y
Defensa para los Derechos de estas personas responde a esta idea de la siguiente manera:
Miles de personas con discapacidades que dependen de personas que les ayuden han aprendido que
necesitar ayuda no es indigno, y que la muerte no es una mejor opción que la dependencia de otros.
¿Acaso hemos llegado al punto en el que abogamos por el suicidio porque la gente necesita ayuda para ir
al escusado?6
Esta es la razón por la cual hay una extensa coalición en contra del suicidio asistido por un médico, desde la
Organización Mundial de la Salud hasta la Asociación Médica Americana, y muchos más.7
Si vamos a preferir el suicidio sobre el asistencia a los que requieren ayuda, ¿qué estamos diciendo sobre el
valor y la dignidad de su vida de las personas con discapacidades? ¿les diremos a los débiles, a los
dependientes, a los vulnerables, y a los pobres que son una carga y que sería mejor que se fueran? ¿estaríamos
diciendo que la muerte es mejor que la compasión? ¿No estaríamos revirtiendo la enseñanza de Jesucristo que
dijo que el amor conquista la muerte? La influencia de quienes proponen esta visión y las tendencias culturales
actuales son asombrosamente fuertes, y si esta perspectiva gana impulso, entraremos en un nuevo nivel de la
cultura de la muerte.
El segundo principio se refiere a nuestro deber de asegurar que ninguna ley nueva imponga cargas
onerosas –como el deber de morir– sobre los más vulnerables. Esto quiere decir que: ninguna ley debe permitir
que la libertad de un grupo imponga una carga excesiva u onerosa sobre otro grupo. A primera vista, puede
parecer difícil de entender como es que el suicidio asistido puede convertirse en una carga onerosa impuesta de
un grupo de personas sobre otro. Sin embargo, muchos médicos y eticistas han advertido sobre este riesgo
precisamente porque “la mera opción del suicidio asistido” puede poner presión a personas vulnerables para
solicitarlo en contra de su voluntad. Esto es particularmente cierto en los casos en que la persona puede ser
persuadida de que ella, o su familia, o el mundo estarían mucho mejor si el/ella estuviera muerta. Los eticistas
y directores del cuidado paliativo han escrito extensamente sobre esto, pues raramente las decisiones tomadas
por los pacientes que piden morir son verdaderamente autónomas, fácilmente son influenciados o manipulados.
Por ejemplo, después de la legalización del suicidio asistido en Oregón, el medico de Kate Cheney se reusó a
recetar el medicamento letal porque él veía que la solicitud no venía de la libre elección de la enferma, sino que
venía de la presión que aplicaba la asertiva hija quien estaba cansada de darle cuidado a su madre. La hija
entonces encontró un médico más conveniente que le escribió la receta, tiempo después la Sra. Cheney tomo el
“medicamento” letal y murió.9
Es irrelevante si los familiares, amigos, o médicos tienen buenas intenciones o no cuando le dicen a una
persona que podría estar mejor muerta, entonces el enfermo(a) puede tomar ese comentario como un rechazo a
su persona y a su capacidad de ser amada y entonces es cuando consiente a la solicitud de pedir la muerte.
¿Esto debe preocuparnos? La experiencia en los estados de Oregón y Washington indican que sí.
¿Cuáles son las grupos más propensos a sentir la presión para cometer suicidio asistido? Aquellas que se
sienten como una carga para sus amigos y familiares, aquellas que se sienten mal por tener una debilidad o
enfermedad, aquellos que están deprimidos porque han sido diagnosticados con una enfermedad terminal,
aquellas con depresión clínica, y aquellos que tienen bajo autoestima, en otras palabras, un gran segmento de la
sociedad americana. Nuevamente las víctimas son aquellas que son más vulnerables, que necesitan nuestra
protección, para que puedan tener lo que realmente desean, ¡que la vida continúe! Recuerden que la mayoría
de las solicitudes para el suicidio asistido son revertidas cuando el dolor y la depresión son tratados
adecuadamente.10
La presión para cometer el suicidio asistido también la ejercen las compañías de seguros que están
apoyando la legislación a favor de la eutanasia. Veamos un ejemplo, en Oregón, una compañía que administra
los planes estatales de seguros le envió una carta a una paciente de cáncer llamada Barbara Wagner declarando
que no pagarían por un medicamento que tratara su cáncer, pero que si pagarían por su suicidio asistido. Ella
le narró al periódico Seattle Times, “Estoy absolutamente dolida de que alguien pueda pensar así. No pagarán
para que yo viva, pero si pagaran para que yo muera”. Tales cartas son frecuentes, y la presión para morir que
ellas ejercen no existía antes de la legalización del suicidio asistido. Esta onerosa carga de morir no es
solamente contraria a las leyes éticas; es radicalmente contraria a las enseñanzas de Jesús quien amó a los
débiles y vulnerables y los mantuvo en alta estima.
El tercer principio que es el último se refiere a nuestro deber de prevenir la decadencia cultural que
propone leyes que devalúan o degradan la vida humana. Este principio consagra no solo la enseñanza de
Jesús, sino que también de San Juan Pablo, del papa Benedicto, y del papa Francisco sobre la cultura de la
vida. El suicidio asistido por médicos amenaza la cultura en dos aspectos:
A. Reconfigura nuestra visión de “la calidad de vida.”
B. Legitima y normaliza el suicidio como socialmente y moralmente aceptable.
Con respecto al primer punto, el Dr. Daniel Callahan del Centro Hastings para la Investigación de la Bioética
declaró lo que los católicos han sabido por siglos “aquellos que tienen poco o nada de control sobre las
condiciones externas en sus vidas pueden vivir una vida noble y heroica si tienen la sabiduría y la dignidad
necesaria para encontrarle un sentido a su vida.” Lo que dice Callahan es que tenemos una opción fundamental
sobre como definimos “calidad de vida.”
¿Debemos definir calidad de vida en términos de nuestras fuerzas, habilidades, agudeza intelectual, y
competitividad o debemos definirla desde nuestra relación con un Dios amoroso, nuestra compasión hacia los
otros, y nuestras contribuciones a las causas justas? Si definimos “calidad de vida” en la primera manera,
entonces el sufrimiento no tiene sentido y conforme vamos perdiendo nuestra agudeza mental, agilidad física,
autonomía y competitividad, veremos que nuestra calidad de vida se escapa dando lugar a una falta de
propósito, falta de valor, a un vacío y malestar. Sin embargo, si definimos “calidad de vida” de la segunda
manera, y nos ponemos el manto de Cristo, entonces probablemente veremos que se lleva a cabo una notable
transformación cuando el tiempo de nuestro descenso físico natural llega, es decir, hay un aumento en la
capacidad de confiar en Dios, y en sentir compasión por los otros, y en el perdón. Como lo dijo San Pablo, “Por
eso me regocijo en las debilidades, insultos, privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo;
porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2Cor 12: 9-12).
La debilidad y el debilitamiento por la edad son de altísima dignidad, no lo es el escándalos, ni la
imposiciones, o la degradación. Nosotros como católicos debemos defender esto con la palabra y el ejemplo,
como nos ha animado el papa Francisco, para que los más vulnerables en nuestra sociedad no solamente estén
protegidos sino que sean respetados en su verdadera dignidad permitiéndoles compartir la fe, la sabiduría, el
perdón y la compasión a sus seres queridos antes de pasar a la vida eterna.
El segundo problema cultural provocado por el suicidio asistido por un médico se refiere a la legitimización
del mismo suicidio. Hay una antigua expresión en la filosofía del derecho—“Lo que se convierte en legal,
pronto se convierte en aceptable, y lo que se convierte en aceptable, pronto se convierte en ‘moral’ – porque
‘todos’ lo hacen.”
¿Qué les estamos diciendo a nuestros jóvenes cuando legalizamos el suicidio asistido? Por supuesto que les
estamos diciendo que el suicidio es aceptable, lo cual abre las puertas a la conclusión de que es moral. Estamos
creando una tendencia cultural, no simplemente para la tolerancia del suicidio, sino para verlo como bueno o
moralmente aceptable. No nos debe sorprender si los índices de suicidio, de ambos, jóvenes y viejos, se
incrementan al aceptar esta tendencia cultural. Esto ha sucedido ciertamente en Holanda, donde los índices de
la inyección letal y el suicidio asistido han aumentado cada año entre 2006 a 2012, con un incremento del 13%
en el 2012. Los holandeses ahora tienen “unidades de eutanasia móviles” que rápidamente vienen al hogar de
una persona que lo solicita para administrarle medicamentos letales.13
Si la iniciativa tiene éxito en California, acelerará la tendencia del suicidio asistido en los Estados Unidos, y
si imitamos a Holanda, no sólo se ensombrecerá, sino que se oscurecerá nuestra cultura, sin elevarnos a la luz de
Cristo, sino rebajándonos al “ethos” de la muerte.
Los católicos han defendido los tres principios mencionados a través de los siglos. Recuerda, casi
inmediatamente después de la resurrección de Jesús, la Iglesia comenzó un sistema de cuidado médico, un
sistema de cuidado del bienestar social, y un sistema educativo que se extendió más allá de la comunidad
Cristiana. Alcanzó especialmente a los débiles y a los vulnerables – particularmente a los esclavos.14 Esta
preocupación por los débiles, enfermos, pobres, y marginalizados, eventualmente llevo a la disminución de la
esclavitud romana y al sistema internacional más grande que ha existido de cuidado médico, de cuidado del
bienestar social, y de cuidado educativo.
Hoy, le pido su ayuda. ¿Puede usted por favor leer algunos de los recursos disponibles en la parte posterior
de la iglesia y seriamente considerar trabajar en contra de esta legislación comunicándose con sus senadores y
legisladores estatales. Trabajemos juntos para ayudar a otros a ver la tragedia y el peligro que esta legislación
presenta a nuestra cultura y a las poblaciones vulnerables que viven en ella.
Atentamente,
Obispo Kevin Vann
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