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FOLIE À DEUX. Primera parte
PUBLICADA EN EDICIÓN N° 38 DE CONTEXTO PSICOLOGICO
Podemos ser los privilegiados depositarios del abundante material gráfico y escrito que
producen algunos de nuestros pacientes, o escuchar delirios que han ido creciendo
remedando la bella nervadura de una hoja de parra, conocida metáfora francesa; pero
delirios logrados, al menos para la concepción del delirio como intento de lazo social…
¿No son aquellos cuya fuerza arrastra a pocos o muchos peces incautos hasta
atraparlos en el sutil tejido de sus redes? ¿No son aquellos cuyas resonancias nos
llegan desde la prensa, a menudo entre el ruido de las crónicas policiales? ¿Delirios
logrados o malogrados? ¿Puede nuestra intervención, oportuna o desafortunada,
signar el destino de un delirio en uno u otro sentido?
Estos interrogantes me remontan al primer tiempo de mi formación como psiquiatra,
más precisamente a una de las primeras guardias de mi residencia hospitalaria,
cuando me tocó atender a Jeremías en una madrugada de Julio. Estaba desnudo, con
los ojos desorbitados, tiritaba de frío, visiblemente atemorizado. Lo cubrí con una
manta. Me costó movilizarlo y trasladarlo hasta un lugar más tranquilo donde fuera
posible mantener una entrevista. Durante un largo rato se mantuvo en silencio. Tenía
el pelo lleno de barro, las rodillas inflamadas y sangrantes, heridas en el abdomen, el
extremo de los dedos rojos, en carne viva, y las uñas reducidas como si las hubiera
limado, incluyendo los pulpejos, sobre una superficie de marcada aspereza.
Me dirigí a los médicos que lo habían recibido para obtener información sobre las
condiciones de ingreso del paciente. Me contaron que lo había traído un patrullero
policial. Lo habían encontrado desnudo corriendo por la calle.
Después de algunos minutos volví a sentarme junto a Jeremías. Esta vez lo encontré
distinto, más sereno, parecía dispuesto a hablar. Me contó que dos hombres armados
lo obligaron a subir a un vehículo extraño, lo llevaron hasta las proximidades de un
lugar que identificó como un frigorífico. Le ordenaron descender, que se quitara la
ropa, que se arrastrara por el pasto, que saltara, que corriera, que metiera la cabeza
en el agua fría de una laguna, que se cubriera con barro.
Después de un largo rato le dijeron: te perdonamos la vida porque sos una buena
persona. Jeremías huyó desesperado del lugar. En un momento tropezó y se arrastró
sobre el asfalto. Fue cuando se produjo muchas de las lesiones importantes que tenía
en el cuerpo. Así lo encontró el patrullero policial.
Al dejar de hablar comenzó a llorar desconsoladamente. Repetía una y otra vez que él
era un hombre bueno, un hombre de trabajo. Cuando se calmó me dio la dirección de
su casa, el nombre y el teléfono del pastor de la iglesia a la que concurría con Natalia,
su mujer, allí me informarían qué clase de persona era él.
Al día siguiente una enfermera me comunicó que la esposa de Jeremías se
encontraba en el Servicio de Salud Mental. Me interesaba hablar con ella para intentar
esclarecer el episodio que el paciente había protagonizado durante la madrugada. Lo
primero que dijo Natalia fue: la verdad es que los dos estamos pasando por un
momento muy difícil.
Todo había comenzado durante una ceremonia religiosa, dos meses atrás, en la que
Natalia y Jeremías fueron bautizados con agua de mar y recibieron al espíritu santo.
A partir de ese momento comenzaron a ocurrir cosas extrañas. La primera en
experimentarlas fue Natalia pero, poco tiempo después, Jeremías empezó a tener
vivencias semejantes. Al hacer un análisis de lo que les estaba pasando, la pareja
llegó a la conclusión que, durante el bautismo, se había infiltrado un espíritu inmundo
que comenzó a perturbarlos mediante una luz y una voz, lo único que pretendía era
molestarlos.
En una ceremonia religiosa posterior, el pastor les concedió el don de profecía. El
espíritu inmundo intensificó sus embates, cada vez con más frecuencia y con mayor
intensidad.
Otro espíritu les había augurado que recorrerían el mundo profetizando la palabra de
Dios, para ello debían esperar la llegada de una nave que los trasladaría desde un
lugar a otro de la tierra.
Un día Jeremías despertó alterado, quemó muchas cosas de la casa, entre ellas toda
su ropa, regaló el dinero que le quedaba, dijo que ya no le haría falta porque era
inminente el arribo de la nave prometida.
Salieron de la ciudad y caminaron por el campo, eran días fríos y lluviosos. La
aventura duró una semana. Desnudos, envueltos en una manta, hambrientos y
extenuados, cansados de esperar, decidieron regresar a casa.
Volvieron a repetir una experiencia semejante algunos días después. Al final de una
larga caminata, mientras descansaban en un bosque, Natalia alcanzó a divisar un
enorme disco luminoso, experimentó sensaciones voluptuosas en el cuerpo, como
rayos que la acariciaban, pero tuvo miedo y le pidió a Jeremías que se comunique con
los tripulantes para que se alejen del lugar, y así sucedió.
En otra oportunidad, Jeremías salió apresurado, como obedeciendo un mandato. Era
una noche fría y lluviosa. Ante los insistentes pedidos de Natalia para que renuncie al
viaje prometido, comenzó a correr y se alejó de ella, para vivir a solas la aventura cuyo
final conocemos.
En la historia clínica de Jeremías, en las hojas de evolución, en el segundo día de
internación, quedaba registrado lo siguiente: “un espíritu le decía lo que tenía que
hacer: ponerse la camisa, hacer las compras, tomar mate. Hace poco su cuñado, que
asiste a la congregación desde hace años y tiene poderes que le permiten saber si
alguien está sano o enfermo, le dijo que no lo veía bien, que lo que a él le pasaba no
era proveniente de Dios sino de un espíritu maligno. Lo ocurrido no queda claro en el
relato actual del paciente. Dice: sufrí un shock de locura, me hizo caminar por la tierra,
arrastrarme sobre vidrios y piedras (…). El paciente relata estos hechos con
sentimiento de extrañeza, no denota angustia, dice estar más tranquilo. No impresiona
alucinado”.
No se le indicó tratamiento farmacológico. Tuvo una evolución favorable. El primer fin
de semana posterior a la internación se le otorgó un permiso de salida.
El lunes, al regresar al hospital, comentó que había discutido mucho con su esposa y
esto lo puso mal. Opinó que todavía le faltaban algunos días más de internación para
poder reponerse de lo ocurrido.
Natalia dijo que lo notó alterado. Desde que salió del hospital no hizo otra cosa que
echarle la culpa a ella por todo lo que le estaba pasando. Jeremías no quiso hablar del
tema. Algunos días después se mostró preocupado por su alta, ya que debía terminar
un trabajo de carpintería que dejó inconcluso.
Después del alta, continuó concurriendo al hospital, acompañando a su esposa
alucinada, agresiva, exaltada. Natalia comenzó a ser atendida por otro profesional.
Jeremías apostó a un tratamiento ambulatorio más allá de las difíciles situaciones que
debía afrontar, sereno, comprensivo, preocupado, siempre al lado de su mujer, pero
increíblemente distante de las familiares garras de la locura.
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Al compartir esta experiencia clínica con mis colegas del servicio, alguien aseveró que
se trataba de una “folie à deux”.
¿Una folie à deux? - me pregunté -¿qué es eso?. Las palabras vibraron en mis orejas.
Era hora de empezar a estudiar el tema. ¿Por dónde comenzaba?.
Pensé que lo mejor era leer algunos textos de psiquiatría. Entonces supe que el Dr.
Baillarger fue el primero en escribir sobre el tema en “Algunos ejemplos de locuras
comunicadas”. Decía que se presentan casi siempre en los integrantes de una misma
familia, como en el caso de una mujer que sostenía que, durante la noche,
sonámbula, era consultada por su esposo, quien de esta manera ganaba sumas
importantes de dinero. Durante un tiempo la mujer le reclamó parte de las ganancias, y
lo hizo con tanta insistencia y convicción que, poco después, logró que su hijo mayor
se convirtiera en aliado de su delirio, y comenzó a discutir acaloradamente con su
padre, llegando a hacer una denuncia policial en su contra.
Pero fueron Lasegue y Falret los que en 1873, en su trabajo “La locura de a dos o
locura comunicada” registraron la conocida denominación de “Folie á deux”.
Las locuras de a dos parecen frecuentes en los matrimonios que emigran a un país
cuyo idioma desconocen. Suelen compartir un delirio con marcados matices
paranoides, típico ejemplo de “delirio simultáneo”, variedad que la psiquiatría
diferencia de las llamadas “ locuras comunicadas”, integradas por el clásico par
inductor-inducido.
Un miembro inductor vigoroso y dominante, y un miembro inducido que se describe
como pasivo, sumiso, dependiente, influenciable. Se han registrado casos de abuelos
paranoicos que involucran en sus ideas delirantes a hijos, e incluso nietos,
constituyendo verdaderas locuras familiares
La separación de los miembros de una “folie á deux”, ya sea por la internación de uno
de ellos, como ocurre en el caso de Jeremías y Natalia, o la encarcelación en lugares
diferentes, como ocurre con las hermanas Papin después del crimen – de este caso
nos ocuparemos más adelante- produce similares desenlaces: la desaparición del
delirio con una rapidez asombrosa en uno de los miembros, y el agravamiento de la
sintomatología psicótica en el otro.
Esto parece avalar la idea de que las locuras comunicadas cumplen con una función
estabilizante, por lo que cualquier situación que rompa, altere o ponga en riesgo la
sociedad delirante, incluso una intervención bien dirigida o bien intencionada, puede
tener el efecto de un golpe a uno de los hombres que conforman la base de una
pirámide de equilibristas.
Si escuchamos con atención a los miembros de una “folie á deux”, no es extraño
registrar un tercer personaje en la trama del delirio,( un pastor, un cuñado), un
personaje en apariencia lateral, pero que en realidad cumple un rol fundamental en el
desencadenamiento de las psicosis. ¿”Al menos tres?”.
Locos solitarios, locos de a dos, un tercero en cuestión… ¿podemos desvincular el
tema de las “ folie á deux” de esos otros proyectos delirantes que engloban
multitudes? ¿Es contagiosa la locura?
“La histeria de Morzine”, un texto presentado por Gerard Wajeman en un seminario de
Miller, recuerda los pormenores de una epidemia de locuras histéricas en un pueblo de
Francia. El cura atribuía los fenómenos a una intervención diabólica y confirmaba su
hipótesis con los felices resultados producidos por el exorcismo en un número
importante de mujeres.
Dada la magnitud alcanzada por los acontecimientos, el gobierno central decidió
enviar un médico de los asilos de alienados, que emprendió una jornada civilizadora
destinada al fracaso desde sus comienzos.
El Dr. Constans, tal el apellido del nuevo amo de Morzine, no hablaba de posesión
sino de enfermedad: “Epidemia de histerodemonomanía”, y tenía como referentes a
clásicos de la medicina alienista, fundamentalmente Esquirol y Calmeil, de cuyo
“Tratado de la locura” (1849) se transcribió el siguiente fragmento: “Esta horrible
monomanía es anunciada por el odio a Dios, por la imposibilidad de orar, el insomnio,
la necesidad de blasfemar, de proferir malas palabras, de dirigir maldiciones al
prójimo, por sensaciones viscerales atribuidas a la presencia del diablo o de varios
demonios en las entrañas, en las cavidades viscerales, por la necesidad de proferir
alaridos(…). Este género de alucinación se ha mostrado en todas partes
eminentemente contagioso. Ha infectado casi todos los conventos de Alemania, los
hospicios, las casas de educación. Es ella la que ha hecho tan infelizmente célebres a
las Ursulinas de Loudun, las religiosas de Louvriers, las hijas de Bayeux, las mujeres
de Arnon. Como no podía ser de otra manera, deja tras de sí la furia de la acusación y
es a víctimas, por lo común inocentes a las que ataca”.
Estos registros históricos de locuras epidémicas y los primeros trabajos sobre delirios
comunicados o inducidos, daban cuenta de un fenómeno que conmovió la tranquilidad
que, en su momento, generó el aislamiento de la locura. La razón parecía a salvo con
el encarcelamiento de la sinrazón en los asilos de alienados. Pero, aislar al
delirante…¿implicaba detener los efluvios volátiles y contagiosos de la locura?
Hay evidencias clínicas y formulaciones teóricas que nos generan la idea del loco
como alguien irremediablemente solo. El tema que estamos abordando nos invita a
revisar nuestra propia concepción sobre la locura.
Más allá del atractivo de estas formas clínicas, no nos podemos quedar en la
superficie, por eso los invito a abordar la cuestión de las “folie á deux” desde la
perspectiva del psicoanálisis. Hasta nuestro próximo encuentro.