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La emboscada
El deseo de ayudar
a otros comprometió
el juicio médico del autor
y le enseñó una valiosa
lección para tener
en cuenta en el futuro.
Por David S. Switzer
E
ra extraño para mí ir
al hospital por la mañana, ya que el trabajo allí no era una
gran parte de mi práctica médica,
pero sabía que no me llevaría mucho ver a una paciente antes de dirigirme a la consulta. Saludé al equipo de enfermeras y
después me dirigí hacia la habitación de mi paciente.
La señora Hughes estaba sufriendo una severa falta de
atención de su marido, y además un recrudecimiento de
su enfisema y su diabetes. Es curioso cómo el oxígeno y
los nebulizadores funcionan mejor en el hospital de lo
que lo hacen en casa. Me quedé de pie ante la puerta de
su habitación reflexionando acerca de mi actuación. ¿Debería celebrar que sus grasas saturadas y sus azúcares estaban a un nivel normal con la esperanza de animarla a
estar más despreocupada y a volver a la esporádica pero
ciertamente competente vigilancia del señor Hughes? ¿O
eran su respiración fatigada, su tos persistente y su ligeramente elevado número de leucocitos bastante importantes como para necesitar otro día de “atenciones”?
Los médicos que atienden sólo enfermos de ambulatorio pueden mofarse, pero es una decisión difícil. Si despreocupas a la paciente antes de que esté preparada, tanto si ese
estado de preocupación es físico o emocional, ella puede
despedirse, y ser readmitida en menos de treinta días. Demasiadas despedidas terminan con la consternación infinita sobre la utilización de la enfermera revisora del hospital.
Fui con el descarado sentimiento de hacer únicamente lo que creía mejor para la paciente. Dicho esto, las decisiones pueden, de todos modos, ser múltiples y difíci-
les, y yo repasaba concienzudamente las pruebas de mi
paciente, atendiendo a sus signos vitales y a las notas de
las enfermeras. Aún no sabía que iba a ser abordado justo entonces. Empezó cuando escuché hablar a una dulce
voz a mi espalda:
“¿Doctor Switzer, está ocupado?”
Me di la vuelta y vi a Mandy, una empleada del hospital, frente a mí.
“¿Qué ocurre Mandy?”
“Bueno, mi hija, Brooklyn, ha tenido un catarro durante toda la semana y no va a mejor. ¿Qué cree que debo
hacer?”
“¿Ha llamado a la consulta para que pueda echarle un
vistazo más tarde hoy?”
“Bueno, esperaba que tal vez pudiésemos probar con
la medicina que le dio la última vez. ¿Podría recetársela
para ver si funciona antes de traerla?”
“¿Qué medicina era?”
“Oh, no lo recuerdo. Pero está en su informe médico.
¿Podría hacerlo en primer lugar, por favor?”
Las emboscadas pueden ocurrir casi en cualquier lugar. Yo he sido abordado de pronto en la gasolinera, en la
cafetería, a la salida del supermercado mientras trataba
de meter en el coche a dos hijas inquietas. He sido abordado incluso en el parking de mi clínica por un pacien-
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te que tenía una cita para visitarme veinte minutos después.
Un factor común en las emboscadas es que la concentración del médico respecto a los cuidados del paciente está
siendo desbancada por alguna otra cosa. Es el punto de partida perfecto para las malas decisiones, ya que el cerebro
humano sólo puede prestar atención completa a una cosa
en cada momento. En lugar de concentrarme únicamente
en la hija de Mandy, estaba prestando atención a si debía o
no dar el alta del hospital a la señora Hughes.
Eché una mirada a mi reloj con el rabillo del ojo. ¿Discutía? ¿O simplemente tomaba el camino más fácil y decía que sí? Escogí la segunda opción y estuve de acuerdo
en llamar y confirmarle una receta. Me indicó cuál era su
farmacia y me dio efusivamente las gracias.
Mientras Mandy se marchaba, pensé que Brooklyn
sólo había recibido de mí algún cuidado médico “corrupto” y atropellado. No había visto al paciente. No había revisado su expediente. Y no recordaba específicamente la última vez. Estaba guiado únicamente por mi
deseo de hacer sentir mejor a la hija y a la madre; desgraciadamente, no tuve éxito en ninguno de mis propósitos.
Sólo sé esto porque ahora conozco los beneficios de
una retrospectiva. Sé que una vez que Mandy se marchara, yo continuaría distraído con la charla de la señora Hughes y con los peligros de enviarla a casa demasiado pronto, y, más tarde, más distraído por los pacientes
que vería en mi consulta el resto del día. Mandy llamará
a la farmacia seis veces para ver si la receta se ha hecho y
después me lo recordará llamándome a casa. Y yo seré libre de nuevo para especular sobre qué mágico elixir le
receté a Brooklyn la última vez, y terminaré encargando
una mala receta sólo para verla al día siguiente por un
resfriado y una reacción al medicamento.
Afortunadamente, Brooklyn estaba bien. Aunque yo
mismo estaba abatido, sabiendo que el error había sido
mío. Mandy es una buena persona que tuvo una momentánea falta de juicio o quizás una mala valoración de
mi situación y sus obligaciones. Yo, de todos modos, no
actué bien y me deje llevar por la presión. Al calor de la
emboscada, me permití una distracción y el ansia de dar
lo mejor de mí. Debería haberle explicado que estaba ocupado con algo y pedirle que me llamase más tarde. Poco
después y centrado, por no mencionar con el expediente
en las manos, se habrían mejorado mis cuidados médicos. Tal vez debería haber insistido en ver a Brooklyn; tal
vez no, pero de cualquier modo, le habría prestado la atención que merecía.
Para ser completamente sincero, aún me veo sorprendido algunas veces, pero trabajo duro para evitarlo y ahora he aprendido una valiosa lección. Por otro lado, la señora Hughes actuó muy bien. He decidido decirle que
debería quedarse otro día. Ella estaba feliz.
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