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Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas DELEUZE, EL ARTISTA Camilo Rojas Rojo* Resumen El presente artículo consiste en una mirada a la filosofía de un Deleuze más artista y político, que filósofo. Con el fin de preparar una superficie que permita realizar tal lectura de Deleuze, se intenta también proponer una interpretación alternativa del campo de la filosofía en general, explorando tanto la dimensión de sus posibilidades como la de sus limitaciones. Descriptores: Deleuze - filosofía - arte - política - verdad El presente texto surge de la lectura de ¿Qué es la filosofía?1, debido al afán de definición de la filosofía que nos propone Gilles Deleuze a partir de la observación de su funcionamiento. Así, se comenzará tomando el problema de la definición: volveremos a hacernos la pregunta que Deleuze se hizo al final de su vida, e intentaremos respondérnosla con cuidado y concisión. Ese intento de respuesta quedará luego desenvolviéndose indirectamente mientras avanza el texto en dirección a una nueva comprensión de Deleuze, una que seguramente ya existe en algún otro lugar, pero que de todos modos nos parece digna de recorrer. En este esfuerzo nos enfrentaremos a Deleuze, es decir nos pondremos frente a él, en otra posición, quizás opuesta. Cuando así lo hagamos, no hablaremos desde la defensa del sistema ni desde las esencias, sino desde una defensa de la filosofía misma como intención, como proyecto. No nos haremos detectives de conceptos: en Deleuze no vale la pena esa clase de rigurosidades. Tampoco buscaremos establecer una voz democrática que reúna a todos los posibles filósofos que podrían ayudarnos a discutir con * Psicólogo y Minor en Literatura por la Universidad Diego Portales, Santiago, Chile. Estudiante del programa de Magíster en Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile. Académico de la escuela de Psicología de la Universidad Arcis, Valparaíso, Chile. 1 DELEUZE, G. ¿Qué es la filosofía? Anagrama, Barcelona, 1993. 145 145 Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas Deleuze: por el contrario, este texto caminará muy solitario en sus razonamientos, cualidad que evidentemente le privará de muchas facilidades en el tranco y atajos en el camino, pero que no necesariamente le hará perder su Oeste. Pero para poder hablar de la filosofía consideramos que antes hay que hablar un poco del lenguaje, pues él el que permite el ejercicio filosófico y el que lo limita. Las palabras, las frases, los párrafos. No hay otro modo de hacer filosofía que a través de un lenguaje directo; ese lenguaje directo es la herramienta y el material de construcción del pensamiento filosófico, y lo es de un modo muy particular: desde la honestidad más radical. Uno podrá llegar a insultar al lenguaje, pero lo hará desde el lenguaje mismo. El asunto es de una simpleza tan grande que casi resulta ridículo aclararlo. Respecto al lenguaje Deleuze deja muy clara su posición en los Diálogos: «Toda gramática, todo silogismo, es una forma de mantener la subordinación de las conjunciones al verbo ser, de hacerlas gravitar en torno a dicho verbo. Hay que ir más lejos: hacer que el encuentro con las relaciones penetre y corrompa todo, mine el ser, lo haga bascular. Sustituir el ES por el Y.»2 Esta actitud revolucionaria –– podrá seducir a muchos de los pensadores que se sientan alejados de la historia de la filosofía, sobre todo a los jóvenes estudiantes, pero hay un detalle que no podemos dejar de tomar en cuenta: esa subordinación al verbo ser de la que habla Deleuze, esa especie de poder abusador que se daría dentro del lenguaje, es un reflejo más de una condición del mismo lenguaje. Y esa condición del lenguaje no es otra que su gran interés: que las cosas sean. El lenguaje nos permite detener las cosas y ponerlas al lado de otras, ésa es su gracia: detener, capturar y reordenar. Por lo tanto, a diferencia de Deleuze, el ES representa el objetivo conseguido del lenguaje, ir más lejos es alejarse del lenguaje mismo. Cuando Deleuze dice que «la ley reúne el cambio de las aguas en la permanencia del río»3, nosotros decimos que antes que la ley está el lenguaje, y que es él directamente quien nos permite ver el río y, luego, maravillarnos con la poesía de Heráclito. El lenguaje es el mejor amigo de nuestra memoria, y es la génesis de toda cultura. ¿Por qué 2 DELEUZE, G. & Parnet, C. Diálogos. Pretextos, Valencia, 2004., p. 67. 146 146 Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas entonces despreciar tanto a ese SER, si sin él no sería posible decir nada, si sin él no habría posibilidad alguna de filosofía? Tal vez sea por sus limitaciones. Porque no vamos a pretender que el lenguaje lo pueda todo: el lenguaje usado en filosofía no procede como el del arte, por ejemplo. No porque no sea capaz, sino porque su intención es otra. El lenguaje de la filosofía, inevitablemente, apunta a la verdad. Tiene como única intención la verdad de sus palabras, la honestidad de sus palabras consigo mismas4. Se podría decir que el interés del lenguaje filosófico es decir lo que se quiere decir, decir la verdad respecto a lo que se quiere decir. No importa si usted usa sus palabras para describir una equivocación, para acusar a la verdad como ideal o para ser irónico: siempre estará usándolas para decir la verdad. Y si miente, la verdad estará ahí diciéndose una y otra vez, y, más aún, estará instituyéndose al fin. No hay modo de escapar de ello a menos que recurramos a la poesía, pero desde la poesía no podremos hacer filosofía, estaremos haciendo arte. El problema no radica en las limitaciones del pensamiento, sino en nuestras propias expectativas respecto al pensamiento. El lenguaje filosófico necesita detener, la filosofía así funciona: podremos entonces hablar del movimiento, pero tendremos que detenerlo para entenderlo filosóficamente: no hay otro modo. La repetición con diferencias es otro esfuerzo frustrado por lenguajear el movimiento, así como frustrado fue el de Heidegger y, en general, el de Nietzsche. Tal vez el intento más logrado sería el de Heráclito, pero sólo porque esté hecho, por decirlo de algún modo, desde la poesía5. La poesía y el arte en general tienen la posibilidad de dar cuenta del movimiento, pero de un modo despreocupado que deja casi todo del lado de quien lee el poema o es espectador de la obra de arte. Heráclito, en este sentido, sería un poeta magnífico que ha sido adoptado por los filósofos. Pero para Deleuze –o, si se quiere, para los Deleuzes– no es así. «El plano de composición del arte y el plano de inmanencia de la filosofía pueden solaparse mutuamente hasta el punto de que retazos de uno estén ocupados por entidades del otro»6. 3 FOUCAULT, M. & Deleuze, G. Theatrum Philosophicum seguido de Repetición y diferencia, Anagrama, Barcelona, 2005. p. 52. 4 Evidentemente no se trata de una verdad platónica ni de una verdad objetiva que espera en algún lugar por ser descubierta. Se trata de una verdad como condición del lenguaje, que es el único modo de hacer filosofía. 5 Digamos que Heráclito es más poeta que filósofo. Justamente esta aseveración, aparentemente delirante, intentará ser sostenida –indirectamente– en el transcurso del presente texto. 6 DELEUZE, G. ¿Qué es la filosofía? op. cit., p. 68. 147 147 Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas O «los conceptos son exactamente como los sonidos, los colores o las imágenes: intensidades que nos convierten o no, que pasan o no pasan. Pop`filosofía. Nada que comprender, nada que interpretar»7. Para Deleuze todo es tener un estilo. Pero ¿cómo es posible esto? ¿Será que Deleuze ha descubierto que toda la historia de la filosofía es un conjunto de delirios en la cabeza de cada pensador? Posiblemente sea así, pero nos cuesta asumirlo: tal vez debamos ser acusados de burgueses, desviacionistas o, peor, fascistas. Consideramos que la filosofía, como toda actividad humana, debe ser comprendida como un proyecto, como un esfuerzo humano. Así, el arte es el esfuerzo hacia lo estético, la ciencia hacia lo funcional y la filosofía hacia el conocimiento, hacia la verdad. Intentemos una diferenciación más delicada. Retomando la discusión desde otra arista, Deleuze considera que no tiene sentido preguntarse por la muerte de la filosofía, pues cree que son otras las disciplinas que continúan su función, la función del pensamiento8. A nosotros nos parece que esta idea está fijada en un plano muy formal, como suele ocurrir en Deleuze. Nos parece que hay diferencias importantes entre las prácticas de esas “otras disciplinas” y las de la filosofía, diferencias sobre todo en sus búsquedas y en sus intenciones. En esas otras disciplinas –como algunas ciencias y algunas artes– sin duda también se genera pensamiento, surgen dudas que bien podrían ser materia de la filosofía, pero surgen como esbozos de vacío en referencia a algo, un algo que es precisamente la disciplina desde la que se habla. Las ciencias no son filosofía justamente porque no se han quitado las ropas de su disciplina, es decir, porque no han logrado querer apuntar directamente a ese asunto que les lleva a pensar: lo rozan, le pasan por el lado viéndole un reflejo que pocas veces nos tocará ver en la filosofía, un brillo seductor. Ese brillo seductor se vuelve dulce como puede serlo el gesto sensual de una bailarina. Y ahí aparece el filósofo: el que se enamora de la bailarina, el que quiere ir más allá de su dulce y majestuoso baile, el que quiere mirarla a los ojos de cerca, el que quiere tener sus movimientos nuevamente para entender qué es su belleza, de dónde viene, por qué viene. Y no se trata de buscar más belleza en ese acercamiento al baile (aunque seguramente la haya), sino de acercarse para verlo mejor, para entenderlo, simplemente porque se ha 7 DELEUZE, G. & Parnet, C. Diálogos, op. cit. pág. 8. 148 148 Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas enamorado de la bailarina y de su baile. El artista se enamora del baile también, pero no se interesa por lo que mueve toda esa belleza, es capaz de gozar la belleza mientras sucede, sintiéndola como eterna mientras acontece9. El artista es en cierto modo más cobarde que el filósofo, pero en otro más valiente: nunca ha tenido fe en el lenguaje, no apela a esa creencia, no utiliza el lenguaje en ese intento cristalizador. Luego, el científico podrá hacerle exámenes de todo tipo a la bailarina: le medirá cada una de sus infinitas proporciones físicas, calculará la velocidad de cada uno de sus movimientos, construirá un afiche que indicará la cantidad de veces exacta de miradas, contorciones, temblores y secuencias. Y de ahí surgirán ideas muy interesantes y curiosas verdades respecto a la bailarina y su baile. Pero esas ideas siempre tendrán una finalidad mayor, una razón para desenvolverse: ser aplicadas en la bailarina para ejercer algún cambio en ella. En las disciplinas científicas se expresa ese curioso instinto humano por cambiar a la bailarina, como si la producción de un cambio en ella comprobase la propia existencia. El artista, en cambio, intentará hacerla bailar una y otra vez para disfrutar con su movimiento; no intentará hacerla bajar del escenario, en lugar de eso le lanzará nuevos libretos, luces y músicas, y por sobre todo la motivará para que no cese el movimiento. El artista goza, y en eso estamos en un absoluto acuerdo con Deleuze, quien dice que «el fondo del arte, en efecto, es una suerte de gozo, e incluso este gozo es el fin del arte»10 El filósofo, en cambio, querrá entender a la bailarina desde un enamoramiento genuino: se acercará a ella y la espiará de cerca, buscará mirarle a los ojos, quizás entrar en su vida sin que ella se sienta observada. Quizás el único objetivo del filósofo sea amar realmente a la bailarina, mezclarse con ella hasta ser un sólo cuerpo y mirar por los mismos ojos. Ser un espejo de la realidad, como diría Nietzsche. Sus ojos. ¿Es posible que ello ocurra? Esa es 8 Ibíd., pág. 19. Pensemos en Wiliam Blake: « (…) el hombre no debe aprisionar el gozo, porque entonces lo corrompe», o «La dicha es como el agua: se pudre estancada», o «Quien al gozo ata consigo / Destruye la vida alada / Quien lo besa mientras huye / En la eternidad del alba vive». O pensemos en Claudio Bertoni: «es imposible / besar una cadera // uno la besa / y se transforma / en mariposa», y «si uno besa una cadera / ipso facto aparece la / piedra en que se posa». Sin duda se trata de amigos lejanos de Heráclito, de artistas que escriben el movimiento y la belleza, pero no frontalmente como lo hace la filosofía, sino mediante el roce seductor, la mirada de reojo. 10 DELEUZE, G. “Mística y masoquismo”, en La isla desierta y otros textos. Pre-textos, Valencia, 2005. p. 175. 9 149 149 Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas una pregunta para el científico, no para el enamorado, que se acerca a la bailarina aunque su vida se vaya en eso. Y, como decíamos recién, muchos filósofos hay que se han obsesionado con la bailarina, que al verla escapar le tienden trampas para capturarla, para obligarla: recurren a lo peor, eso es cierto, pero no podemos negar que sus trampas revelan cierto conocimiento de las debilidades de la bailarina. Esos obsesivos enamorados se han vuelto unos maestros del sistema, y su relación con la escurridiza bailarina siempre nos llamará la atención. Hay otros enamorados que no podrán vivir tranquilos por los celos; ellos atacarán y enaltecerán maquiavélicamente al resto de los pretendientes para parecer mejores postulantes para la bailarina: desde el psicoanálisis podríamos hablar de una filosofía histérica, una filosofía que esperará que la bailarina se le acerque en un acto de entrega total. Pero estos filósofos también saben que esta entrega no puede ocurrir. Ni ellos mismos podrían tolerar que ello ocurriera. Estos filósofos han dejado de preocuparse por la bailarina: están demasiado concentrados en sus propios movimientos seductores: algunos, incluso, llegan a creer que se han vuelto la bailarina misma, y en un acto de travestismo muy simpático han intentado danzar con ella. Uno de estos histéricos es Deleuze. En definitiva tenemos que cada práctica, cada intención, cada modo de observar a la bailarina puede ser un modo genuino y sostenerse desde sí mismo. El artista desde su goce, el científico desde su utilitarismo, el filósofo desde su enamoramiento –ya sea obsesivo, celoso o de cualquier clase–. Pero seguramente habrá artistas que a veces sentirán ganas de acercarse a la bailarina, científicos que querrán dejarla moverse en libertad, filósofos que se quedarán inertes en la contemplación11: y serán justamente ellos los que nos harán más interesante el espectáculo, los que nos mostrarán cosas nuevas una y otra vez, y serán ellos también quienes sembrarán en algún grado la confusión, pues ¿cuál es nuestro alimento sino la misma confusión? Y luego los filósofos, los científicos y los artistas podrán discutir, podrán no entenderse los unos con los otros y con los suyos. Podrá haber trifulca; podrá levantarse un polvo que lleve a que la confusión crezca en dirección al caos absoluto. Habrá 11 También abundarán multitudes de equivocados que se harán llamar filósofos, artistas y científicos, pero que no serán más que víctimas de su ignorancia: burócratas de las palabras, pequeñas industrias del ornamento, técnicos del modelo. Estos saqueadores de sí mismos, tan proliferantes en una democracia capitalista, no presentan mayor peligro para ninguna de las prácticas que nos interesan. Incluso podrá morir la filosofía y dejar de existir los filósofos, pero ¿qué le importa eso a la filosofía? 150 150 Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas guerra como en todas partes; serán pocos los que seguirán interesados por la bailarina. Y esos interesados serán más tarde criticados por los que se quedaron discutiendo de espaldas al escenario, y reinará la desconfianza y la indisposición. Y posiblemente la bailarina irá cansándose y sintiéndose sola, quizá volviéndose cada vez más fea y arrítmica. Pero este desgaste no será producto de una agresión directa por parte de un enamorado, no: sólo ocurrirá producto de la falta de enamorados. Así, la bailarina siempre podrá ser revitalizada por algún enamorado, siempre tendrá la posibilidad de deslumbrar a artistas y motivar a científicos, pero también siempre se encontrará en peligro, siempre estará cercana a la muerte, aunque parezca que su baile no puede acabar jamás. Pero ¿puede acaso acabar el movimiento de la bailarina? He aquí el mayor peligro: si la filosofía logra su proyecto, muere. Pues ¿para qué hacer filosofía si ya sabemos la verdad?12 ¿Para qué perseguir a la bailarina si ya sabemos que está enamorada del único novio que ha tenido, un hombre excelente, padre de todos sus hijos, que ha muerto en condiciones heroicas? Si la filosofía logra su proyecto desaparece y se vuelve inmediatamente religión: Dios13. El de la filosofía es el más extremo de los posibles triunfos: el suicidio –o, peor, la transformación en su contrario absoluto–. Sin embargo no teme: es el arácnido enamorado de una viuda negra: si la ama será engullido por la madre de sus hijos. Pero la diferencia es que el filósofo no tendrá descendencia. El filósofo es un enamorado que se ha arrojado a la bailarina sin medir ninguna consecuencia. Ahí la valentía de la filosofía. Ahí la razón por la cual consideramos que la filosofía es la menos conservadora de todas las prácticas, el más osado de todos los proyectos. El filósofo sabe que su verdadero triunfo es la más terrible derrota, y sin embargo sigue con todas sus fuerzas apuntando hacia él. También están quienes creen que la bailarina ya ha caído en los brazos de algún filósofo. Esos tristes pensadores dejan de mirar a la bailarina y se dedican a idolatrar al filósofo conquistador. Repasan sus técnicas de seducción y le aplauden cada vez que pasa. Estos científicos de la filosofía, que miden los movimientos y las contorsiones de los filósofos en lugar de los de la bailarina, constituyen la menos fértil de todas las calificaciones que 12 Algunos pensadores podrán levantarse acá y decir que la filosofía efectivamente ha alcanzado su proyecto. ¡Hegel!, gritarán unos; ¡Marx!, aullarán otros; Nietzsche, susurrarán los de más atrás. Pero mientras esos pensadores discuten, la bailarina sigue moviéndose a sus espaldas. 151 151 Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas hemos ensayado acá. Son unos estudiosos muy serios y disciplinados, y pueden haberse enamorado de un filósofo, de un artista o de un científico. A ellos siempre les acomodará más el lenguaje de la filosofía, pues su amor, aunque mediocre, también es genuino. Finalmente, para terminar con este esfuerzo por diferenciar la filosofía de otras disciplinas, podemos decir que nadie puede zafarse de la presencia de la bailarina. El teatro en el que se libra el espectáculo es el mundo mismo, y la bailarina es el motivo que los reúne a todos. Se podrá estar ahí de diferentes modos: despreciando a la bailarina, presente en el espectáculo sólo por una invitación obligatoria; por conveniencia social; trabajando en la banquetera que servirá las copas de vino después de la función; analizando el baile; gozando del espectáculo; barriendo los pasillos; etc. Da igual. Y todo personaje en el mundo tendrá sus propios intereses y modos de habitar el teatro, y habrá pensadores que se dedicarán a ellos, a descubrir y describir cada una de las pequeñeces de los diferentes habitantes del teatro; pondrán atención a sus herramientas, a sus movimientos y a los espacios por los que transitan; pero, inevitablemente, toda esta atención puesta en el detalle nunca dejará de ser otro modo de referirse a la bailarina intocable. No se trata de un centro puesto en la bailarina, sino de una especie de punto ciego. Damos, entonces, con que la del filósofo es una práctica diferente. Nos negamos a definir la filosofía a partir de las características mediante las cuales se expresa. Si Deleuze es capaz de distinguir un plano de inmanencia, conceptos y personajes en cada sistema filosófico o en cada bloque filosófico le aplaudiremos por su destreza, pero nos será muy difícil aceptar que con esa descripción es capaz de sostener la pregunta del título que la antecede. Ni siquiera le criticamos por no ser capaz de responderla. Pero ¿es necesario preguntarnos qué es la filosofía? Seguro que sí. Seguro que aquella pregunta nunca estará de más. Pero –y he aquí el problema– se trata de una pregunta filosófica. Nos topamos ahora con la dificultad de la autodefinición. Esta pregunta debe ser respondida por filósofos, pero ¿quiénes son filósofos? ¿Basta acaso con que alguien se autodenomine filósofo para que lo sea? Menudo problema. Deleuze, por cierto, se 13 Las religiones son delirios de pensadores que creen que la bailarina los ama en secreto. 152 152 Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas autodenomina filósofo. También Nietzsche, aunque él plantea también que el verdadero filósofo encontrará modos de no enaltecerse, igual que Don Quijote, quien entre la sarta de consejos que le da al futuro gobernador de la ínsula, deja pasar algunas recomendaciones que bien le vendrían al filósofo de manual. Pero no estamos aún cerca de resolver el problema. ¿Debemos acaso dejar en manos de la democracia también este asunto? Aunque nos parezca una de las peores soluciones, todo indica que hoy el asunto funciona así: una editorial publica algo en una colección dedicada a la filosofía, y el hombre que escribió el texto se vuelve de pronto un filósofo. O puede ser más fácil aún: se estudia filosofía y luego se es filósofo. No hay modo de poner reglas; ni siquiera tiene sentido ponerlas: ¿Qué sería la filosofía si tuviese que seguir unas reglas? 14 La filosofía ha estado siempre sostenida por una especie curiosa de “juego limpio”. Pero ¿vemos acaso juego limpio entre los filósofos? A simple vista no: se atacan unos a otros sin piedad. Pero esos ataques sólo son detalles frente al ferviente enamoramiento que los lleva en dirección a los ojos de la bailarina. Hay una especie de juego limpio del filósofo consigo mismo: esa verdad de la que hablábamos más arriba, y que consiste en asumir las posibilidades que nos da el uso del lenguaje directo, pero también sus limitaciones. El artista no las aceptará: será más libre, pero al mismo tiempo más preso de sus afectos. No podrá envolverse en su manto y marcharse caminando lentamente bajo la lluvia15. Cada pensador es libre de pensar como artista, filósofo o científico cuando él lo desee –o cuando le sea posible–; los límites no son tan rígidos y los pensadores tampoco. Esos límites se vuelven necesarios sólo dentro de la filosofía. Y entonces la pregunta: ¿por qué querer meter todo dentro de un mismo frasco? ¿Por qué ese interés por desmontar el lenguaje? ¿Por qué querer cambiar el mundo? Nos parece que hoy reina entre los pensadores una decepción generalizada, una decepción de la filosofía y de su historia. Los autodenominados filósofos de hoy están 14 Pierre Thuillier comenta en una entrevista a L`Express (1973): «Además, uno se encuentra con la preocupación de preparar una tesis. ¿Se imagina usted a Sócrates en tren de prestarse a todas las maniobras e intrigas necesarias para hacerse elegir filósofo en Nanterre o en otra parte?» En la misma entrevista puede encontrarse también una idea semejante a la nuestra respecto a los problemas actuales de la filosofía. Cf.: THUILLIER, P., “Entrevista”, en Temas candentes de hoy, Emecé editores, Buenos Aires, 1975, pp. 200-217. 15 Como el hombre racional que retrata Nietzsche al final de «Sobre verdad y mentira en sentido extramoral». 153 153 Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas aburridos de tantos intentos fallidos y se han puesto a pensar en otras cosas. La mayoría se ha acercado a las ciencias en busca de mejores herramientas; otros cuantos se han acercado a las artes, y el resto se ha quedado dando vueltas por ahí. Deleuze, que es uno de ellos, está decepcionado de la filosofía, de su historia oficial, pero no del pensamiento humano. Ve un camino que quiere seguir, un camino de cambio y de vitalidad política. Un camino de revoluciones en devenir. Pero este nuevo camino requiere un alejamiento de la función que siempre ha tenido el lenguaje: abandonar la herramienta y la materia del ser quieto para pensar el movimiento. Justamente lo que hace el arte. Deleuze quiere que la filosofía devenga arte. Deleuze se ha transformado en el psicólogo de los filósofos y ha descubierto que es mucho “mejor” mirar el movimiento desde las butacas, gozar como Blake, crear desde ahí y abandonar el proyecto por acercarse a la bailarina, por tenerla entre los brazos. Ahora la pregunta es ¿por qué querer llevar a la filosofía a ese terreno, si la filosofía es justamente otro terreno, un terreno con otras posibilidades y otras limitaciones? Hay algo muy curioso en este movimiento: no surge nada nuevo en él, no hay nuevas posibilidades, pues la posibilidad de hacer arte, la posibilidad de producir sentido, «la tarea de hoy»16, ya es posible de realizar en la producción artística. No distinguir entre filosofía y arte no es otra cosa que intentar hacer desaparecer la filosofía para pasar a denominar “filosofía” a ciertas expresiones artísticas posmodernas. Es como no querer distinguir entre madres e hijas, y decidir de pronto llamar a ambas “hijas”, pues en cierto sentido todas lo son. En ese acto de anular una dirección de parentesco, una palabra que designa todo un universo de actividades y sensaciones, se anula también algo que existe realmente: las madres. La idea de eliminar el terreno filosófico, el pensamiento filosófico, el modo de usar el lenguaje que utiliza la filosofía, no es otra cosa que intentar anular la filosofía misma. Pero la bailarina sigue ahí bailando, y hoy hay muchísimos artistas que gozan con el baile desde sus butacas animándola a continuar. Pero bajo el escenario hay un letrero inmenso que dice “NO ACERCARSE A LA BAILARINA”. Es una prohibición respaldada con un artículo de ley de un país desconocido. Los filósofos que se han enamorado de la bailarina han permanecido en silencio por temor al encierro o a la paliza del resto del público, compuesto 16 DELEUZE, G., Lógica del sentido, Paidós, Barcelona, 1994, p. 91. 154 154 Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas por artistas y científicos correctos, bien educados, que saben acatar las normas sin mayor problema. Así como en cierto modo todas las mujeres son hijas, igualmente todas las filosofías tienen algo de arte. Pero esto es posible de decir sólo intentando ponernos en el lugar de las madres que hablan de sus hijas, o en el de las filosofías que hablan de las artes17. Pero ¿quién habla? Habla la hija que se pone en el lugar de la madre, habla el arte que se pone en el lugar de la filosofía. En otras palabras, es una autorreferencia burda: es una hija diciéndole a su madre: “eres hija”: es un arte diciéndole a una filosofía: “eres arte”. ¿Qué puede hacer la madre?: creerle a la hija y dudar definitivamente de si existen diferencias entre una madre y una hija, o bien acariciarle la cabeza a la hija por la reflexión que ha hecho, comportándose como una madre genuina. ¿Cómo responden a Deleuze las filosofías, a las que se les dice que no hay diferencia entre arte y filosofía? * * * Digamos que el pensamiento filosófico de Deleuze, por sí mismo, intenta formar parte de una especie de industria filosófica, una industria destinada a producir mucho conocimiento. Deleuze la inventa y a la vez la puebla. Así entendemos ese esfuerzo por establecer bloques de conocimiento que van alejándose de su voz en tanto filósofo, engañando al diálogo mismo18. En Diálogos, Deleuze le habla a una especie de bloque argumental que asume en sí las posiciones más o menos claras de Deleuze y de Guattari, en una mezcla que además deja entrar a un Parnet. No son tres voces hablando, sino una sola tartamudeando. No se puede saber desde dónde se habla, y de eso resulta un ejercicio curioso y llamativo: Deleuze se habla a sí mismo, a su amigo Félix y a otro más que parece ser un buen aprendiz. Y este diálogo que confunde se extiende mucho más allá de este libro, y consiste, de hecho, en el proyecto de Deleuze: «El diálogo no tendría que establecerse entre personas, sino entre líneas, entre capítulos o partes de capítulos. Esos serían los verdaderos personajes. 17 Es posible pintar un cuadro inspirado en Zaratustra, así como es posible escribir un libro filosófico pensando en La cantante calva. 18 Más adelante entenderemos que este engaño es como el del musgo de plástico. 155 155 Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas Perder la memoria: mejor levantar “bloques”, hacer que floten. Un bloque de infancia no es un recuerdo infantil. Un bloque nos acompaña, siempre es anónimo y contemporáneo, siempre funciona en presente. Olvidar la historia: la cuestión de los devenires y de su geografía. Un devenir-revolucionario es más importante que el futuro o el pasado de la revolución. Un devenirmujer, un devenir-animal son más importantes que la diferencia de sexos y de reinos. No pararse a recapitular: mejor trazar líneas. Las líneas no tienen origen, crecen por el medio. Nunca se hace tabla raza. Como la hierba, siempre se está en medio de algo. Cuanto más consideremos el mundo a partir de su situación actual más posibilidades tendremos de cambiarlo.»19 Ese es el panfleto político que se ha elegido para la contratapa del libro. Así comprendemos sin problemas los esfuerzos de Deleuze por hacer entender que lo que él hace es política: él es mucho más artista que filósofo, y lo suyo es una obra de arte bastante curiosa, como una instalación en medio de la filosofía, en medio del pensamiento. Y lo admiramos por eso, consideramos que la suya es una obra de arte tremenda: un grito inmenso para que la bailarina se anime más aún en su baile. Es un Warhol infinitamente más agudo. No se puede saber con claridad qué diablos piensa, pero toca temas relevantes, temas que sacan chispas. Es más artista que filósofo, y debemos aplaudirle por haber convencido de lo contrario a tantos lectores: es un actor sin igual. Y, como Warhol, levantó una industria y la puso a funcionar. Evidentemente, como la de Warhol, la industria de Deleuze duraría poco tiempo y vería desperdigados a sus empleados estrella en la confusión más triste. Pero logró algo: hizo ruido, hizo temblar, hizo noticia y, por sobre todo, produjo. Por otro lado, es claro también que para levantar una industria resulta necesario empezar a hacer política. Por eso, a diferencia de la filosofía, lo deleuziano necesita ser político. Como buena parte del trabajo científico y prácticamente toda la creación artística, la producción de pensamiento deleuziano debe manifestarse políticamente. Pero ¿cómo puede la filosofía ser política, si lo único que le interesa es la bailarina, si lo único que quiere es el amor de la bailarina: entender su belleza antes que gozarla? Ahora es preciso que nos detengamos en lo que entendemos por político. 19 DELEUZE, G. & Parnet, C. Diálogos. op. cit., contratapa. 156 156 Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas Igual que la filosofía, las ciencias y las artes, lo político, en tanto práctica cultural, se constituye a partir de un proyecto, o, para ser más precisos, un anteproyecto. El anteproyecto es producto de una necesidad o de algo que simplemente se da. Es una especie de institucionalización de una actividad inherente a la cultura. Así, dependiendo de las culturas, se han intentado muchos proyectos políticos, científicos, artísticos y filosóficos. Algunos alcanzan grados de popularidad o de logro de objetivos que pueden ostentar el adjetivo de “triunfantes”, pero el triunfo nunca perdura, y así como cambian las culturas deben ir cambiando los proyectos. Querámoslo o no, la filosofía, el arte, la ciencia y la política son para la cultura, proyectos que la cultura elabora para sostenerse a sí misma. En este marco, el proyecto de la filosofía consiste en averiguar qué hay. Qué hacer con lo que hay es el proyecto de la política. Entre filosofía y política hay una brecha infranqueable: para hacer política hay que saber lo que hay, y la filosofía es la pregunta por lo que hay. Es muy usual que la política se jacte de tener bases filosóficas, pero se trata sólo de un retumbe filosófico20: la política no puede ser llevada a cabo desde un discurso filosófico. Si el filósofo quiere hacer política, tendrá que salir de la filosofía, abandonar su proyecto filosófico, para emprender uno político. Esto porque la práctica política requiere necesariamente de una verdad instituida: el político sabe lo que quiere, sabe lo que es mejor y lo que es peor, y elige de acuerdo a las circunstancias: elige por el resto. (Acá podría alguien alegar que en la democracia liberal es distinto: que su principio más importante es el de la indeterminación de los fines de la sociedad, de manera que el movimiento de la misma permanezca abierto «a la voluntad de sus miembros constituyentes»21. Pero ¿podemos realmente aún sostener esto? ¿Hay aún quienes sigan pensando que el proyecto democrático ofrece tales maravillas? Y no nos parece que esto se deba a la maldad de sujetos perversos enquistados en el poder –aunque evidentemente también hay mucho de eso–, sino más bien a una pequeña falla en la máquina democrática: esa doble afirmación deleuziana, la afirmación eterna del ser, la de Dionisos y Ariadna, ese «“sí” que responde al “sí”»22, ese acto ético, ese «acto de amor»23, esa especie bomba antihegeliana supone 20 HEGEL y Marx son claros ejemplos claros de esto. HARDT, M., Deleuze Un aprendizaje filosófico, Paidós, Buenos Aires, 2004, pp. 224-225. 22 Ibíd., p. 220. 23 Ibíd. 21 157 157 Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas que la producción activa del ser es –por decirlo de algún modo– libre. Pero ¿qué menos libre que un “sí” infinito, como el del esclavo más sumiso? Si el movimiento del ser es una progresión de diferencias internas en el cual la causa siempre es inherente a su efecto24, entonces incluso el “sí” estaría ya dicho. ¿Por qué sería creación del ser en lugar de aceptación del mismo? ¿Porque todo crece por el medio, acaso? Claro, todo crece por el medio, todo es creación, líneas creciendo hacia ambos lados sobre una planicie: seguramente el argumento puede sostenerse frente a la negación hegeliana, pero ¿y qué pasó con la bailarina? ¡Se nos ha perdido de vista su movimiento lleno de profundidades, de círculos y de centros! Y tampoco creemos que Hegel lo haya comprendido realmente. Lo que creemos es que Deleuze ha atacado a Hegel para ganarse al público en lugar de la bailarina. Creemos que Deleuze está más preocupado de la filosofía que de lo que estudia la filosofía: y se preocupa de la filosofía como un artista, es decir, dejando de lado –la mayoría de las veces– el lenguaje filosófico, ese lenguaje que implica una honestidad, una verdad de sí. Por eso la política y por eso la democracia: en la democracia no hay verdades, sino mayorías). Eso es el político, un animal que no puede dar vuelta la cabeza hacia atrás, como si estuviese eternamente huyendo25 en un flujo constante. El filósofo en cambio no huye de nada, por el contrario intenta confrontar las cosas, verlas frente a frente: el filósofo presencia el flujo y su propio flujo. ¿Qué importa el cambio que se haga, si no sabemos qué es lo que estamos cambiando?, se preguntará el filósofo. El político responderá que lo que él hace es lo que le da forma a los pensamientos. Filosofía y política son dos prácticas absolutamente diferentes, dos terrenos diferentes que se aportan mutuamente y de modos muy diversos. Decir que filosofía es política no es otra cosa que embestir en contra de la práctica filosófica, en contra del lenguaje de verdad que usa la filosofía. Tanto en la política como en las artes, la verdad no es lo primordial: en una lo que importa son los resultados mientras en la otra el goce. Deleuze vuelve a arremeter contra el pensamiento filosófico: esta vez desde la política. El resultado es claro: si se asume que la filosofía es política, la práctica filosófica cederá su terreno a la práctica política. Las zarzamoras delezianas 24 Ibíd., p 215. Este comentario apunta a la primera parte del segundo capítulo «De la superioridad de la literatura angloamericana», en Deleuze, G. & Parnet, C. Diálogos. op. cit. 25 158 158 Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas quieren comérselo todo, la hierba deleziana quiere avanzar por todas las torres construidas y tapar todos los agujeros cavados. * * * Producir sentido, la tarea de hoy. Y bien la estamos realizando. Las nuevas maquinarias producen lo que ni el hombre ni Dios podrían nunca haber imaginado. Pero ¿qué está sucediendo justo ahora? ¿Por qué será que nos hemos detenido un segundo y hemos sido capaces de ver este devenir por la superficie? ¿De dónde viene este signo de interrogación, no era todo una afirmación? ¿Acaso nos hemos levantado por sobre la superficie? ¿Acaso hemos detenido el tiempo en nuestro lenguaje? ¿Acaso nos hemos transformado de pronto en algo similar a una individualidad? ¿Cómo explicar esto que está sucediendo justo ahora, esta reflexión?26 Todas esas preguntas surgen de pronto. Pero hay respuesta, siempre hay respuesta: “¡esos son sólo conceptos, todo es devenir!”, dirá con una sonrisa el deleuziano. Pero sus palabras quedarán rebotando dentro de nuestros oídos y dentro de nuestras cabezas, como insectos recién enjaulados que se azotan contra la pared, caen al suelo y vuelven a azotase una vez que les ha sido posible volver a volar. Las palabras entran a las cabezas buscando otras palabras que les permitan reconocerse y multiplicarse, reproducirse como insectos sedientos de copulación. Las palabras de la poesía entran como un gas que alimenta a esos insectos, como humedad. Pero al parecer para Deleuze la idea es que las palabras caigan, que los insectos se queden secos en el suelo cerebral, en esa planicie sin altura ni profundidad. Podríamos intentar el proyecto de Deleuze, pero ¿qué hacer cuando vuelve a entrar otro insecto? ¿Cómo conseguir matar definitivamente al lenguaje filosófico? El maestro en esta técnica es Deleuze. Hacer gas de los insectos, volverlos a todos una humedad homogénea. Esta actividad armada, que –igual que una democracia– profesa la diferencia, no hace sino obligar a acatar, y pone una sola norma: no pienses, sólo produce, actúa, avanza, no mires hacia atrás, no detengas el tiempo: no hables si no es para poetizar. Parecen las palabras de un gendarme llevando a al condenado hacia el patíbulo, sólo que el gendarme, más sensato, en lugar de “poetizar”, dirá “rezar”. En el teatro en el que danza la 26 Reflexión como el acto de reflejar una luz o como el acto de volver a doblar algo: en ambos casos ocurre un devolverse, un cambio de sentido. 159 159 Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas bailarina, Deleuze es un artista muy respetado, y está sentado en los asientos de más atrás con un arma en el bolsillo. Posiblemente sea una pistola de juguete, pero asusta mucho a los asistentes. Es el más atrevido de todos; se rumorea que dispara sin titubear. “Una nueva clase de revolucionarios”, dirán quienes se hayan enamorado de él. Parece ser que una ley de otro país desconocido le da el derecho a disparar. «Basta con que nos disipemos un poco, con que sepamos permanecer en la superficie, con que tensemos nuestra piel como un tambor, para que comience la gran política»27. Deleuze habla como un joven emprendedor que se pelea un cargo público. Deleuze considera que casi todos sus contrincantes son unos fascistas y teme por lo que pueda ocurrir con el cargo público: se tiene una curiosa fe y nos dice que la tengamos nosotros también, que cerremos lo ojos, que vayamos hacia adelante nomás: todo indica que para Deleuze más que una bailarina en un teatro se trata de un puñado de sensaciones en una montaña rusa. Pero a diferencia de la danza, en la que la bailarina es un ser que reacciona frente a su público, la montaña rusa es una aparato que se mueve repetitivamente, que no está vivo, y que puede ser abordado por quienquiera o, mejor dicho, por quien quiera pagar su pasaje: la emoción se logra de todos modos, todos suben a la montaña rusa: es como si la bailarina se hubiese vuelto una prostituta ninfómana, desesperada por entregarse a todos quienes asistan a su función. «El poder de la sociedad (…) corresponde a su poder de ser afectada»28, dirá Hardt hablando por el Deleuze lector de Spinoza. Pero ¿cómo puede la bailarina dejar de bailar? ¿Acaso su baile se ha transformado en una orgía teatral en la que todo es carne levemente diferenciada? ¡Claro, Deleuze es un revolucionario porque quiere convencer a la bailarina de que es más entretenido bajar y fornicar, y luego convencernos a nosotros de que la bailarina ha caído en sus brazos como si la realidad se hubiese enamorado de quienes la perseguimos! Cuando la filosofía se ha vuelto un ejercicio poco emocionante, Deleuze nos invita al parque de diversiones del pensamiento, donde no hay cómo explicar lo que a cada uno le sucede, donde ni siquiera tiene sentido hacerlo, donde la montaña rusa hace el mismo movimiento una y otra vez, 27 28 DELEUZE, G., Lógica del sentido, op. cit., p. 91. HARDT, M., Deleuze Un aprendizaje filosófico. op. cit., p. 226. 160 160 Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas pero con diferentes personas adentro. Deleuze llama al lector a dejar de leer filosofía, a no esforzarse más por pensarla como se ha pensado siempre, a quedarse con el Dios-Deleuze y ver lo que pasa, a volverse parte de esos bloques de pensamiento. Y la oferta es tentadora. Pero ¿será verdad que Deleuze ha convencido a la bailarina? ¿Será verdad que Deleuze interpretó correctamente a algunos y despachó a todos los demás filósofos de la historia? Nos cuesta creerlo. ¿No les sucede a ustedes que a veces, al levantar la cabeza, alcanzan a ver a la bailarina que les cierra un ojo? ¿Y no les parece ver a ese Deleuze sobre el escenario frente al público, dándole la espalda a la bailarina, intentando taparla con su cuerpo, casi como queriendo que todo el teatro lo mire a él, que levanta el puño exclamando ¡vamos a la montaña rusa, este teatro es el aburrimiento mismo!? Pero Deleuze piensa, reflexiona, filosofa y por eso se da cuenta de que no existe tal montaña rusa; y no le importa: goza mucho con la situación, no está dispuesto a bajar del escenario. * * * Deleuze engaña, y gracias a sus mentiras nos es posible proponer verdades. A partir de su modo de entender la filosofía, igualándola a la actividad política y a la artística, nos damos cuenta de que no hay otro esfuerzo que el de mentir a la filosofía misma. Deleuze es un artista, un político, y a veces un filósofo mentiroso. Y luego volvemos a preguntarnos ¿por qué querría Deleuze hacer eso? No podemos saberlo, pero se nos ocurren algunas ideas –que señalaremos acá a modo de apéndice inserto–. (1) Podría tratarse de algo que tiene que ver con esa decepción de la que hablábamos más arriba. Si asumimos las limitaciones del lenguaje filosófico, el lenguaje que apunta a una verdad, el lenguaje que inevitablemente detiene los conceptos en el tiempo, y al mismo tiempo vemos que la vida es movimiento y queremos hacer una filosofía materialista, estamos en problemas. La filosofía materialista como proyecto, al menos por ahora, parece imposible. No hay modo de hablar del movimiento deteniéndolo en la filosofía. No podemos pretender disfrutar de la danza de la bailarina si nos enamoramos de ella: inevitablemente intentaremos acercárnosle, alejándosenos ella espantada. Es la fealdad misma. Para quien se encuentre en esta posición desdichada, la filosofía habrá perdido su encanto: se habrá vuelto una actividad masturbatoria del pensamiento. Y más aún hoy, en tiempos de manía productiva. 161 161 Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas (2) Similar a la anterior, o tal vez siguiéndola, está la idea de que el de Deleuze es una especie de pensamiento necesario de nuestros tiempos, algo así como el zeit-geist de la sociedad de consumo, de las democracias descarriadas y del capitalismo. Felizmente podría ser la filosofía del sueño americano. No queremos con esto decir que Deleuze es de frentón capitalista, de hecho él mismo nos aclara lo contrario29, es sólo que su pensamiento no podía surgir sino en un contexto capitalista. Y (3) se nos ocurre también que esta especie de filosofía que tanto huye puede guardar cierta relación con el trauma que significaron las guerras mundiales para el mundo europeo. Fueron guerras públicas, es decir, guerras de las que se mantuvo relativamente informada a la población, guerras de las que quedaron una serie de documentos audiovisuales imborrables. La filosofía, sensible, con suerte pudo soportar los golpes brutales de las rocas contra el suelo. La capacidad destructora humana demostró ser mucho más poderosa que la del pensamiento. De ahí en adelante cada conflicto bélico revivió la frustración en los cerebros europeos. Y entre los pensamientos también. Las diferentes corrientes de pensamiento se han alejado las unas de las otras y se han internado en las universidades. Ya no hay discusión. Temen ser llamadas fascistas o nazis. Cada puñado de ideas se sostiene por sí misma, se limita a ver de lejos a las otras ideas, y se contenta con seguir enseñándose en algunas universidades. El pensamiento está temeroso ante el choque, por eso huye. El pensamiento tiene miedo de volver a sustentar – por intención o equivocación– desastres humanos tan terribles. ¿Qué hacer? ¿Olvidar, ¡pero si en el olvido la repetición y la generalidad son lo mismo!? ¿Un olvido revolucionario, activo, político? ¿No pensar? ¿Huir? ¿Huir de las palabras porque su verdad se hace posible desde la ausencia de movimiento? ¿Construir entre todos una gran «máquina revolucionaria»30? Esas son algunas de las opciones, cuya elección implicaría el silenciamiento de nuevas preguntas. La otra opción es ya no temer más, mirar de frente y caminar, buscarle los ojos a la bailarina y lanzarse en su búsqueda. 29 DELEUZE, G. “Sobre el capitalismo y el deseo”, en La isla desierta y otros textos. Pre-textos, Valencia, 2005. pp. 333-346. 30 DELEUZE, G., La isla desierta y otros textos. Pre-textos, Valencia, 2005. p. 354. 162 162 Paralaje Número 1/Ensayo Camilo Rojas BIBLIOGRAFÍA DELEUZE, G. ¿Qué es la filosofía? Anagrama, Barcelona, 1993. La isla desierta y otros textos. Pre-textos, Valencia, 2005. Lógica del sentido, Paidós, Barcelona, 1994, DELEUZE, G. & PARNET, C. Diálogos. Pretextos, Valencia, 2004., p. 67. FOUCAULT, M. & DELEUZE, G. Theatrum Philosophicum seguido de Repetición y diferencia, Anagrama, Barcelona, 2005. HARDT, M. Deleuze Un aprendizaje filosófico, Paidós, Buenos Aires, 2004. THUILLIER, P. Temas candentes de hoy, Emecé editores, Buenos Aires, 1975. 163 163