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La Dialéctica Negativa de Adorno
o la transmutación del Es al Yo
José Rafael Herrera (1)
Lo inseparable se convierte en
invulnerable. Quien rehusa a la
obediencia incurre en la
sospecha de ser un individuo
apátrida, sin hogar en el ser.
Dialéctica Negativa
Ich ist Es…
Minima Moralia
-Escenario
La Negative Dialektik de Theodor Wiesengrund Adorno es, tal vez,
la más importante de sus obras. Publicada en 1966, es decir, tres años antes
de su muerte, sintetiza, en no poca medida, los resultados de su amplia y
densa construcción filosófica, signada por un período de desencanto y de
desgarramientos políticos y culturales, a la sombra del terror de guerras
mundiales en busca del predominio y consolidación de los absolutismos
modernos, guiados, éstos últimos, por una racionalidad de naturaleza
instrumental que pisotea la dignidad de los hombres y los aleja de sí
mismos, reduciéndolos a desesperenzadas cifras –universo de estadísticas–
en formato de bolsillo.
Si en una expresión se pudiese resumir el significado y la
importancia misma que tiene la Dialéctica Negativa para el discurso
filosófico y político actual, ésta tendría que señalar que se trata de un
ensayo cuyo decurso devela el misterio del lógos después de Auschwitz,
porque:
1
Profesor Dr. Titular del Departamento de Filosofía de la Praxis de la Escuela de Filosofía de la UCV.
2
Después de Auschwitz, la sensibilidad no puede menos de ver en toda
afirmación de la positividad de la existencia una charlatanería, una injusticia para con
las víctimas, y tiene que rebelarse contra la extracción de un sentido, por abstracto que
sea, de aquel trágico destino. Una tal sensibilidad se basa realmente en hechos que
condenan al ridículo la construcción de un sentido de la inmanencia tal y como es
irradiado por una trascendencia establecida afirmativamente2.
Quizá sea por eso que Adorno llega a afirmar, en las primerísimas
páginas del Prólogo a esta obra, que la formulación de la Dialéctica
Negativa es un atentado contra la tradición3 filosófica, y, en términos más
amplios, un atentado contra la conciencia cosificada, la cual se siente
acechada por el vértigo que ella –precisamente, la Dialéctica Negativa– le
produce, al punto de llegar a sentir como si una rueda de molino le girase
en la cabeza4. Costumbre, ésta, propia de la mentalidad dominante, de una
burocracia que frecuentemente lo reduce todo al sí o no –de acuerdo con
sus mezquinos intereses–, en medio de una instancia político-administrativa
que se ha convertido secretamente en el ansiado modelo incluso de un
pensamiento que aun se supone libre5. Tal es el escenario material y
conceptual que abona el camino para la crítica inmanente y el antisistema
de una sociedad formalizada al extremo, previsible, y, por ello mismo,
vaciada de todo verdadero contenido.
Como su propio autor lo indica, la obra se compone de una
Introducción y tres Partes: La introducción expone el concepto de
experiencia filosófica. La primera parte toma pie de la situación de la
ontología dominante en Alemania. La segunda parte pasa a la idea de una
dialéctica negativa. La tercera parte expone a continuación modelos de
dialéctica negativa6. A través del desarrollo de sus páginas, Adorno va
mostrando al lector, asistido por la hegeliana paciencia del concepto, la
2
Cfr., T.W. Adorno, Dialéctica Negativa, Taurus,. Madrid, 1975, p361
Op.cit., p7
4
Op. cit., p39
5
Ibid.
6
Op. cit., pp.8-9
3
3
necesidad de vindicar la dialéctica de la libertad, más que para la filosofía
y la moral, para la inteligencia del mundo contemporáneo.
-La paradoja
Frente a la compra y venta de teorías y métodos al por mayor y al
detal, y de sus escogencias alternativas en el mercado filosófico, científico,
cultural y político, la negatividad dialéctica se propone desmistificar la
burda superficialidad y, más aun, el desabrimiento (historia sin su sal)
generado por el predominio de la identidad sobre la diferencia. Una
identidad que ha devenido índice de lo falso. Y eleva su voz para reclamar
su más sagrado derecho: sagen nicht!
De ahí que no detengan su dignidad conceptual los prejuicios y
reproches que, no sin frecuencia, se formulan en su contra, es decir, que no
pasa de ser mera superchería, especulación, arbitrariedad, “raciocinio”
ilógico e impertinencias.
En realidad, y por encima de tales formas de barbarie absolutista (en
el fondo, de ignorancia e impotencia), propias del revestimiento de la
lógica de la identidad frente al resquicio dialéctico, el paradójico título de
la obra –pues, de suyo, el nombre de dialéctica implica negación– es un
intento por liberar a la dialéctica de todo resultado positivo, es decir, de
toda pre-su-posición. Lo positivo, de hecho, es lo quieto, lo inmóvil, lo que
carece de vida: lo que está puesto. Por eso mismo, el propósito del autor
consiste en fluidificar, incluso, al propio pensamiento dialéctico, él mismo,
víctima de la positividad que comporta. En virtud de tal proceso de
fluidificación, la dialéctica no puede ser concebida ni como un método ni
como un ‘punto de vista’, sino sólo como el flujo continuo del hegeliano
seguir pensando y, en consecuencia, como la crítica de la crítica de la
razón dialéctica.
4
Todo lo cual implica, como dice Adorno, tanto la crítica a la idea de
una fundamentación, como la prioridad del pensamiento concreto, porque:
sólo en la realización alcanza el dinamismo de un tal pensamiento la
conciencia de sí. Este dinamismo necesita de lo que, según las reglas del
espíritu aun vigentes, sería secundario7. Y se trata, por cierto, de dinamizar
lo que ha terminado por convertirse en un contenido “dialéctico” que ha
dejado de serlo, desde el momento en el cual atenta contra su propia
naturaleza. Que lo pensado sea la conclusión de lo pensante es cosa que la
dialéctica ha sostenido ya desde Sócrates. Pero cuando lo pensante llega a
desvanecerse y sucumbe ante lo pensado, asumiéndolo como su condición
esencial, la dialéctica tiene la obligación de emprender, de nuevo, el
trayecto contra sí misma. Debe, pues, morderse la cola (Uroborós), con el
propósito de curar las heridas que ella misma se inflige.
Ese eso “secundario” que la lógica de la identidad mira de reojo, no
sin cierta pretensión y desdén, es el Objeto, es decir, lo que contradice la
norma tradicional de la adequatio8. En este sentido, la Dialéctica Negativa
se impone la tarea de enmendar el olvido del ser, incluso denunciando la
hipocresía de quienes –según Adorno, como Heidegger– han convertido
este reclamo en alimento de la falsa conciencia9, a pesar de que su
ontología fundamental –la de Heidegger– se presenta como abogado del
interés escamoteado, de lo “olvidado”10, como consecuencia del supuesto
del que parte, a saber: la “ontología fundamental” heideggeriana se reduce
a un análisis semántico de la palabra ser, por lo cual lo que se llama ser o
existencia equivaldría al sentido del ser o de la existencia, pero no al ser
mismo de las cosas. Se trata, en suma, de un mal juego de palabras el
hacer sin más del sentido de la palabra ser el del ser mismo11.
7
Op.cit., p7
Op cit., p13
9
Op.cit., p89
10
Op.cit.,p90
11
Ibid.
8
5
Mas, con ello, la filosofía de Heidegger se transforma en el reverso
de la moneda del positivismo, para el cual los conceptos no son más que
fichas arbitrarias e intercambiables, siempre y cuando se cumplan las
reglas del mercadeo proposicional. Por eso, le resulta fácil sacar la
consecuencia ( el ‘p>q’) del discurso heideggeriano, extirpando la verdad
en honor de ella misma. Y así, la unidad de toda dialogía se transparenta
en su implícita diferencia. Heidegger lo olvida al hablar del sentido,
dejándose llevar de su tendencia a la substantivación… Tal es el consuelo
de una tal filosofía12. Más allá de la facta bruta, la cosificación del
concepto ha aislado al Sujeto de la totalidad y lo ha reducido a concepto
cosificado. Ahora se trata de desmitologizar al concepto. Es por eso que, en
el presente, la tarea de la filosofía consiste, justamente, en decir aquello
que no se puede decir.
Devenido Objeto de sí mismo, el Sujeto ha terminado siendo una
ideología encargada de administrar el encubrimiento del sistema objetivo
de funciones en el que se ha transformado la sociedad. De este modo,
inmerso en la decadencia, el sujeto cumple con la triste función de atenuar
el sufrimiento de su propia subjetividad. La paradoja se hace, así, ‘carne y
sangre’ de sí misma.
-Reducto del ser, o del ‘decir que no’
En el fondo, el problema central que se plantea Adorno en la
Dialéctica Negativa es el problema del sujeto y de su crítica inmanente en
cuanto tal. La expresión “torre de marfil”, utilizada para condenar su
pensamiento, reduce a simple estereotipo la incomodidad frente a sus
inquietantes conclusiones, a objeto de ocultar el drama de un mundo en el
que el ‘individuo’ carece de libertades individuales y en que el estatismo
termina en totalitarismo.
12
Op.cit.,p91
6
En efecto, resultado de la conciencia del individuo burgués-liberal,
en una época signada por el capitalismo monopólico, por la pérdida de la
autonomía y por la disgregación, el pensamiento dialéctico no puede ser
suplantado por una doctrina cuyos esquemas son vociferados en nombre de
supuestos principios que se derivan de una no menos supuesta “verdad más
elevada”.
La pérdida de la subjetividad y de la autonomía por parte de los
individuos frente a la tiranía del concepto y de las ideologías (el Objeto,
precisamente, al que hace referencia Adorno), es la ‘materia prima’ que
posibilita la comprensión de las razones histórico-sociales dentro de las
cuales se forma el horizonte problemático –a un tiempo, individual y
social– de la Dialéctica Negativa.
La acusación de ‘individualista’ que el marxismo-leninismo aun le
imputa no es menos ideológica: ignora que su ‘individualismo’ es la
consecuencia necesaria del fallecimiento de la praxis revolucionaria, que
impone mediante la ideología represiva del Estado o mediante dogmas
derivados de esquemas extraídos de los ‘libros sagrados’ en manos de
partidos burocratizados y de corte militarista, que contradicen de plano la
libertad que Marx le demandaba a la cultura de su tiempo.
El individuo, atrapado entre la tecnocracia capitalista y el
burocratismo bizantino, es el nervio de la Dialéctica Negativa de Adorno,
quien se pregunta por la verdad social y política al interno de la estrechez
de sus límites: su hipostatización –la de los individuos– culmina en su
nulidad a través de su completa integración al ‘sistema’. La libertad ha
invertido lo que ella misma produjo. La autonomía ha sido negada desde su
propio nacimiento. Ni la organización social capitalista ni la socialista
necesitan ya de la autonomía individual, porque la autonomía se vuelve un
anacronismo en una sociedad en la cual la racionalidad económicoinstrumental desarrolla poderosos mecanismos de autoregulación. Ahora
7
los individuos deben actuar ‘funcionalmente’, devorados por una
maquinaria que los priva de toda iniciativa. El Yo se autosacrifica para
poder participar en la gracia de ‘el colectivo’, de ‘el Partido’ o de ‘la
Iglesia’, todas éstas, organizaciones totalitarias. El precio de su inseguridad
interna es el sacrificio de su seguridad externa. Y la sociología o la
psicología funcionales, e incluso las filosofías de la identidad, cumplen el
rol de “facilitadoras” de los métodos de “auto ayuda” requeridos para
remediar, en parte, la debilidad del Yo. Como en Matrix, el individuo vive
en la apariencia de un mundo de individuos.
La crítica hace, pero molesta. Mantiene la resistencia tenaz ante las
ideologías de todo signo, o bien “conservadoras” o bien “revolucionarias”.
La denuncia formulada por Adorno en la Dialéctica Negativa muestra al
hombre -con su cosificación y consecuente aplastamiento, su vacuidad
mecánica y sus debilidades neuróticas- el camino para decir que no.