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Transcript
2.827. 8-14 de diciembre de 2012
PLIEGO
MANUEL GARCÍA MORENTE,
EL GRAN DESCONOCIDO
La música como vía para
la percepción del Misterio
Óscar Valado Domínguez
Sacerdote de la Archidiócesis de Santiago de Compostela
Administrador del blog de música y teología
‘El ciento por uno’ (http://elcientoporuno.blogspot.com)
PLIEGO
Notas de un itinerario de fe
Filósofo, músico, abogado, traductor, ensayista,
amante de las artes, decano de la Facultad
de Filosofía y Letras de la antigua Universidad
Central de Madrid, pionero de la educación universitaria española
moderna… y, en sus dos últimos años de vida, sacerdote. Esta es,
a grandes rasgos, la trayectoria vital de Manuel García Morente,
uno de los intelectuales españoles más destacados de la primera
mitad del siglo XX, pero también uno de los menos conocidos.
Se cumple este año el 75º aniversario de su conversión a la fe
cristiana –también el 70º de su muerte–, una ocasión propicia
para rememorar aquí su periplo profesional y ese hecho
extraordinario que cambiaría para siempre su relación con Dios.
INTRODUCCIÓN
Hablar de Manuel García Morente
(1886-1942) es traer a la memoria
una época resplandeciente de España,
la Edad de Plata. Podríamos enumerar
decenas de intelectuales de la primera
mitad del siglo XX que han pasado a
la posteridad como grandes personajes
de nuestra historia y de nuestra cultura:
Giner de los Ríos, Juan Ramón Jiménez,
Ortega y Gasset, Buñuel, García Lorca,
Machado, Unamuno, Zubiri… Sin
embargo, por diversas circunstancias,
la historia ha convertido a uno
de los grandes de esta época en un
gran desconocido. Hoy, Manuel García
Morente, es tímidamente conocido
en dos ambientes. Por una parte,
el universitario, donde todavía
se pueden ver ediciones modernas
de sus traducciones de filósofos como
Kant o Bergson, así como alguna de
sus obras más importantes, Lecciones
preliminares de Filosofía; sin embargo,
en este entorno, son muchos los que
desconocen qué ocurrió en su exilio en
París y cuál fue el desenlace de su vida.
Por otra parte, en el ambiente religioso,
son abundantes las publicaciones
en las que se incluye El “Hecho
Extraordinario” –relato autobiográfico en
el que describe cómo fue su conversión
24
en París la noche del 29 de abril de
1937–, obviando cuestiones históricas
que forman parte ineludible de su
itinerario de fe.
Estamos ante un filósofo, un músico,
un abogado, un traductor, un ensayista,
un amante de las artes, quizás el
decano más reputado que ha tenido
la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Central de Madrid (la actual
Universidad Complutense), el pionero
de la educación universitaria española
moderna… y, en sus dos últimos años
de vida, sacerdote. Es sorprendente
que con una trayectoria comparable a
la de cualquiera de los intelectuales
citados anteriormente, y después de
su importante labor en la España de la
Segunda República, haya quedado en el
olvido, y aún hoy, existan personas que
buscan desprestigiar su nombre.
Desde esta perspectiva, y teniendo en
cuenta que este año se celebra el 75º
aniversario de la conversión de Morente
(y el 70º de su muerte), intentaré
aportar mi pequeño grano de arena en
la tarea divulgativa de un personaje tan
apasionante como lo es él. El contenido
de este texto es solo una pequeña parte
de un trabajo mayor de investigación
sobre este autor. Para la elaboración
del mismo, me he servido de abundante
material bibliográfico, así como de los
apuntes de largas horas de conversación
con la única hija viva de Morente,
Carmen, y sus dos nietos: Emilio y
Carmen Bonelli García-Morente.
I. VIDA Y CIRCUNSTANCIAS
DE MANUEL GARCÍA MORENTE
Con este título quisiera hacer
un guiño a la filosofía “raciovitalista”
de José Ortega y Gasset, íntimo amigo
de Manuel García Morente, el cual,
en Meditaciones del Quijote (1914),
expone su famosa tesis: “Yo soy yo
y mis circunstancias”. Dicho esto,
haremos una aproximación histórica
a la vida de Morente, atendiendo a
las circunstancias que condicionaron
y configuraron su vida como
filósofo, intelectual y sacerdote; así
comprenderemos mejor su propio
itinerarium fidei.
Sobre Manuel García Morente no
se ha escrito mucho –me atrevería a
decir que “demasiado poco”, para la
clase de personaje que es–, pero si
queremos conocer su vida, es inevitable
aproximarse a su biógrafo, el jesuita
Mauricio de Iriarte, que completó y
finalizó el trabajo que había iniciado
el también jesuita padre Quintín Pérez:
El profesor García Morente, sacerdote.
Escritos íntimos y comentario biográfico.
La primera edición de este libro es de
1951, y todas las obras posteriores que
se han hecho hasta ahora la utilizan
como referencia inicial; sin embargo,
sesenta años después y a la luz de
nuevas investigaciones, existen nuevos
datos que en ocasiones nos llevan
a completar esta obra inicial.
Manuel García Morente nació el 22
de abril de 1886 en Arjonilla (Jaén),
aunque su infancia se desarrolló
en Granada, ciudad donde su padre
–el doctor García Copás– ejercería como
oftalmólogo. Es interesante destacar
que su padre realizó la especialización
médica en París; quizás por esta
Busto en su pueblo natal de Jaén
circunstancia el doctor García Copás
y su mujer, Casiana Morente, decidieron
enviar a sus hijos (Guadalupe, Beatriz
y Manuel) a formarse a Francia.
Cuando Manuel García Morente tenía
9 años, poco después de su primera
comunión, falleció su madre. Con ella
se iba también la referencia moral
y religiosa que acompañó a Morente
hasta ese instante de su vida. En el
Liceo Nacional de Bayona permanecería
durante nueve años, hasta 1903,
fecha en la que finalizó sus estudios
con la obtención del Grand Prix. Allí
vivió la vorágine de una legislación
anticlerical fuertemente laicista; con
toda probabilidad, quizás se deba a este
contexto cultural y social su alejamiento
de las convicciones creyentes heredadas
de su madre. También es interesante
destacar que, en estos años de
adolescencia, Morente regresaba a su
casa periódicamente, y será allí cuando,
atraído por la música que interpretaban
sus hermanas, comenzará a tocar el
piano. Esta sería una práctica que no
abandonaría hasta el día de su muerte.
Además, la música se convertiría para
él en una inseparable compañera
en el peregrinar de su vida, hasta el
punto de que, a través de ella, cambió
su vida; pero no adelantemos todavía
acontecimientos.
Al finalizar sus años de bachillerato
en Bayona, se trasladó a París, y allí
comenzó sus estudios de filosofía –muy
a pesar de su padre– en la Universidad
de la Sorbona. En París se convirtió
en uno de los alumnos predilectos
de Henri Bergson; sin embargo, no fue
en la Sorbona, como indican algunos
de los estudiosos que han trabajado
sobre Morente, sino en el Collège de
France, donde el prestigioso filósofo
impartió Filosofía Moderna entre 1904
y 1920, clases a las que Morente asistía
libremente para ampliar su formación.
Esta buena relación con Bergson, la
gran capacidad intelectual y el exquisito
nivel de francés de Morente motivaron
que sus profesores le ofreciesen un
puesto de trabajo en la universidad, el
cual rechazó por la influencia del afecto
familiar que condicionó toda su vida.
Morente, poco a poco, se estaba
convirtiendo en uno de los intelectuales
de la época, un librepensador (al margen
de cualquier connotación política)
asentado sobre una formación amplia
y sólida.
En 1905, regresa a España licenciado
en Letras por la Universidad de la
Sorbona. Ese mismo verano conocerá
en Málaga a su futura esposa, Carmen
García del Cid. Se la presenta José
Lamuela, amigo de la infancia. Entre
1906 y 1908, instalado ya en Madrid,
realiza la licenciatura en Filosofía en
la Universidad Central de Madrid.
Durante el curso académico
1908-1909, Morente ocupó la cátedra
de Filosofía en la Institución Libre
de Enseñanza (ILE) a petición de Giner
de los Ríos. La huella que dejó en
el espíritu de Morente la ILE fue una
actitud librepensadora y acatólica (no
claramente atea): la fe religiosa se
redujo a un puro sentimiento religioso
meramente humano y natural. Será en
el transcurso de este año académico
cuando conozca a José Ortega y Gasset.
En este tiempo, Morente ejercía
la docencia y, simultáneamente,
avanzaba en su doctorado en filosofía,
hasta que en 1910 decidió continuar
sus investigaciones sobre Estética en
Munich (Alemania), según Mauricio
de Iriarte, gracias a la herencia de su
abuela recientemente fallecida. En 1911,
a través de la Junta de Ampliación
de Estudios e Investigaciones Científicas
(JAE), Morente regresa a Alemania,
25
PLIEGO
esta vez a Berlín, para estudiar Teoría
del Conocimiento y Filosofía
de Leibnitz con el profesor Cassirer
y, curiosamente, Estética de la música
con el profesor Fleischer, uno
de los musicólogos más reputados
de Europa en aquel entonces. Y yo
me pregunto: ¿por qué nadie ha
mencionado esto jamás? Veremos que
no es una cuestión banal.
Mientras tanto, Morente se queda
prendado por el idealismo kantiano,
sus viajes a Alemania influyeron
abundantemente en su pensamiento.
Hasta podríamos decir que veía en
la filosofía de Kant el compendio de
lo perfecto; de ahí que dedicara al
filósofo alemán sus esfuerzos científicos
redactando La estética de Kant, título de
su tesis de doctorado. Morente obtiene
el título de doctor en la Universidad
Central de Madrid en octubre de 1911.
Pasará ese invierno nuevamente en
Alemania, esta vez en Marburgo, atraído
por la filosofía neokantiana. Allí será
donde se fragüe una amistad duradera
con Ortega y Gasset.
A partir de aquí, se suceden una serie
de acontecimientos de vital importancia
en la vida de Morente. En 1912, en plena
juventud, oposita a la cátedra de Ética
de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Central, convirtiéndose en
el catedrático más joven de España con
tan solo 25 años, dando así muestras
de su gran capacidad intelectual. Un
año después, contrae matrimonio en
Madrid con Carmen García del Cid. Este
matrimonio es muy significativo, porque
representa claramente dos realidades
de la España de aquel entonces. Por
una parte, Morente: librepensador, no
creyente y de profundas convicciones
laicas; por otra parte, Carmen: de
familia creyente, educada en valores
y prácticas religiosas tradicionales. Lo
que en un primer momento parecía
incompatible, sobre todo por parte de
la familia de Carmen, se transformó en
un matrimonio ejemplar, en el que se
establecieron unas premisas previas de
convivencia, entre las que cabe destacar
la absoluta libertad para que ella
cumpliese con sus prácticas de piedad,
educación cristiana para sus hijos y
total respeto para las ideas mutuas. De
este matrimonio nacerían María Josefa
y Carmen.
26
En este período como catedrático
de la Facultad de Filosofía y Letras,
realizó estudios de derecho, obteniendo
la licenciatura en Derecho en 1921.
En 1923, falleció su mujer, dejando
dos niñas de 9 y 4 años, así como un
importante vacío en su vida. Su hija
Carmen, con 95 años, recuerda dos
curiosas anécdotas sobre este episodio
dramático en la vida de Morente. En
primer lugar, la motivación que tuvo
su padre para salir de casa y asistir
a la celebración de exequias en el
Real Colegio de Nuestra Señora de
Loreto: poder escuchar el Dies irae en
gregoriano de la Misa de Requiem, ya
que era un enamorado de la música
gregoriana y, sobre todo, de la delicada
interpretación de las religiosas de la
Asunción; una vez más, la música
tiene un carácter significativo en la
vida de Morente. Y en segundo lugar, el
gesto paternal que tuvo con sus hijas –
Carmen lo recuerda con emoción– frente
a la tumba de su madre, diciéndoles:
“¡Rezad!”. Como si de un “quiero y
no puedo” se tratase, Morente ha ido
dejando a lo largo de su vida perlas
como esta que nos hacen entrever su
deseo de creer en conflicto con su propio
orgullo, que el mismo Dios irá puliendo
a lo largo de su vida. Continuemos.
Ya en 1930, durante la “dictablanda”
del general Berenguer, Morente fue
nombrado subsecretario del Ministerio
de Instrucción Pública a petición de su
En Tucumán (Argentina)
amigo Elías Torno, gran conocedor de
la capacidad intelectual de este. Pero
será entre los años 1931 y 1936 cuando
Morente destaque por su papel
de decano –elegido por unanimidad–
de la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad Central de Madrid.
Morente comenzó el gran proyecto
de la Ciudad Universitaria de Madrid.
Este proyecto no se limitaba a la
construcción de edificios, sino a un
estilo de universidad que se convirtió
durante un tiempo (hasta el estallido
de la Guerra Civil) en el buque insignia
de las universidades europeas, pionera
en el estudio de lenguas extranjeras
modernas, una formación integral
de la persona e incluso proyectos tan
avanzados como el ‘Crucero educativo
por el Mediterráneo’ organizado por
Morente y en el que participaron
un numeroso grupo de estudiantes,
de entre los que cabe destacar Julián
Marías, el cual, en sus memorias,
define a Morente como “el Decano,
insuperable desde todos los puntos de
vista”. Muy lejos de la “interpretación”
que se ha hecho en el libro El sueño de
una generación. El crucero universitario
por el Mediterráneo (2006), donde se
afirma: “Merece destacarse que en
ninguna de las informaciones de prensa
consultadas se hace referencia a Manuel
García Morente, impulsor inicial de la
idea. El Crucero era ya parte de la obra
cultural de la República” (p. 38). ¿Qué
interés puede existir en
quitar el mérito que tuvo en
semejante empresa Manuel
García Morente? Por si cabe
alguna duda y alguien lo
desea comprobar, podemos
encontrar más de treinta
referencias en diversos
medios (El Sol, La Libertad,
Luz. Diario de la República,
etc.) haciendo referencia al
Crucero Universitario (verano
de 1933) en la hemeroteca
de la Biblioteca Nacional de
España, y en todas ellas citan
a Manuel García Morente
y muestran abundantes
fotografías de la expedición.
Este acontecimiento recibió
una cobertura mediática
sin igual por todo lo que
ello supuso incluso a nivel
En la Universidad de Madrid (1933)
diplomático, y García Morente fue
el responsable.
En estos años, Morente se encontraba
en el punto más álgido de su vida.
Gozaba de prestigio y reputación como
decano de la Facultad de Filosofía
y Letras, vicepresidente del Ateneo,
formaba parte de la Junta Nacional de
la Música y Teatros Líricos, vocal del
Consejo Nacional de Cultura, miembro
de la junta del Orfanato Nacional
de El Pardo, miembro de número de
la Academia de Ciencias Morales y
Políticas, etc. Todo esto nos hace ver
que era un humanista entregado a la
educación, a la cultura y también a la
beneficencia. En este sentido, también
cabe destacar la total confianza que
Ortega y Gasset profesaba por Morente:
era su brazo derecho en la Revista de
Occidente, lugar de encuentro de todo el
“intelectualismo” de la época. Se puede
decir, sin duda alguna, que Morente
formaba parte de la élite intelectual
de una época, la Edad de Plata.
Sin embargo, las circunstancias
fueron cambiando poco a poco. El
18 de julio de 1936 tuvo lugar el
levantamiento militar. El Gobierno
español reaccionó y se llegaron a
constituir dos bandos irreconciliables;
lo que parecía que duraría pocos meses
dio lugar a una guerra civil de casi
tres años. Al mismo tiempo, en la zona
controlada por el Gobierno, se produjo
una dinámica revolucionaria urdida
por una serie de grupos radicales que
desencadenó una fuerte persecución
religiosa, la famosa quema de conventos.
Morente y otros intelectuales, pese a
ser figuras importantes de la Segunda
República, no mostraron afinidad a
estas muestras gratuitas de violencia;
más bien, todo lo contrario. Ortega
y Gasset –casi de forma profética–
anunciaba años antes de esta
situación: “La República es una cosa.
El radicalismo es otra. Si no, al tiempo”
(Crisol, 9 de septiembre de 1931).
Morente, años después, movido por
un sentimiento de justicia social, fue
crítico con algunos grupos violentos de
corte anticlerical en uno de sus artículos
haciendo referencia a la “profecía”
de Ortega y exclamando: “¡Estos
republicanos no son la República!”.
Morente siguió ejerciendo su labor de
decano con total libertad –sin dejarse
influenciar por partidos políticos ni
movimiento radicales–, incluso llegó
a contratar en aquella convulsa época
a un sacerdote, Daniel García Hugues,
como profesor de griego, manifestando
así que su convicción inamovible de
que la educación no tiene que estar
influenciada por la religión nada tiene
que ver con la contratación de los
docentes más cualificados, sean del
signo que sean o más allá del credo que
profesen. Pero esta libertad y claridad
con la que actuaba lo pondrían en el
punto de mira, hasta tal punto que el
Gobierno de Manuel Azaña, a través de
una Comisión depuradora del Ministerio
de Instrucción Pública, lo destituyó
como decano de la Facultad de Filosofía
y Letras al inicio del curso académico
1936-1937. Desgraciadamente, ese
mismo día le notificaban que su
yerno, Ernesto Bonelli, acababa de ser
asesinado por la Federación Anarquista
Ibérica (FAI) en las tapias del Cristo de
la Vega en Toledo por pertenecer a la
Adoración Nocturna.
El 26 de septiembre de 1936, con
ya casi tres meses de Guerra Civil a
las espaldas, en estas circunstancias
de sufrimiento e impotencia ante la
barbarie y la intransigencia de ambos
bandos, Morente es advertido por
su amigo Julián Besteiro –máximo
dirigente del PSOE– del peligro que corre
en Madrid. Este le aconseja abandonar
el país esa misma noche, porque ha
sido incluido en una de las listas de la
Federación Española de Trabajadores de
la Enseñanza (FETE).
En estado de shock, Morente viaja con
un salvoconducto que le permite salir de
España y adentrarse en Francia. Llegará
a París el 2 de octubre. De este modo,
escribe Morente: “Llegué pues a París
sin dinero y con el alma transida de
angustia y de dolor; y además corroída
por preocupaciones de índole moral”.
Este será el comienzo de una
conversión inminente. Parece que Dios
ha preparado el corazón de Morente
para que pueda tener una experiencia
profunda de amor con el Creador
a través de lo creado, del Bello
a través de la belleza musical y
de su impacto emocional.
II. EL HECHO EXTRAORDINARIO:
RELATO DE UN ENCUENTRO
CON DIOS
Casi todo lo que podemos saber
de Manuel García Morente en el exilio
es a través de su correspondencia
personal y de una carta manuscrita
autobiográfica que se conoce como
El “Hecho Extraordinario”. Sin duda,
estos meses en París, entre los años
1936 y 1937, cambiarán por completo
su vida. Hasta el momento hemos
recorrido el itinerario vital del filósofo
no creyente, ahora descubriremos el
itinerario de fe que se escondía detrás
de tantos acontecimientos.
Morente llegó a París en la más
absoluta pobreza, vivía de prestado en
casa de un amigo, Ezequiel de Selgas,
y comía gracias a la generosidad de
27
PLIEGO
madame Malovoy, viuda de un antiguo
compañero de la Sorbona. Solo alivió
un poco su situación económica con
el encargo que le hizo la Editorial
Garnier de la edición de un diccionario
francés-español, español-francés. Pese
a algunos golpes de suerte como este,
una tortura moral continua acechaba su
corazón por haber dejado en España a
sus hijas, una de ellas viuda y con dos
hijos; por ello, intentó sin descanso y
de todas las maneras posibles hacerlas
salir de España para que se unieran a él
en París.
Sin embargo, esta situación extrema
de temer por su vida y por la de los
suyos en el sinsentido de la Guerra Civil,
provocó en Morente un estado continuo
de depresión y desesperanza. Poco a
poco, en sus reflexiones filosóficas sobre
los acontecimientos acaecidos, descubre
que su vida se ha hecho sin él, surge
por primera vez en su pensamiento la
idea de “providencia”, pero la rechaza
categóricamente. Días más tarde, el 28
de abril, retoma esta idea y se plantea
realizar una investigación metódica,
seriamente filosófica desde términos
universales. Tras una reflexión sobre
la naturaleza de los hechos de su
vida y las alternativas posibles para
explicar su sentido (el determinismo o
la providencia), llega a la conclusión de
que ha de haber una “providencia”. Esta
conclusión le pone ante una disyuntiva
importante: ¿dónde está la libertad del
ser humano?, ¿cómo puede ser que una
providencia nos dé hecha nuestra propia
vida? Ante el dolor que padece, la idea
de una providencia se le hace cruel,
incluso llega a pensar en el suicidio,
pero, curiosamente, lo que le aleja de
este pensamiento es que, haciéndolo,
no llegaría a la solución filosófica del
problema planteado.
Será en este instante, en el punto
más elevado de su reflexión filosófica
sobre un ser trascendental que gobierna
nuestras vidas, cuando decida tomar
un respiro antes de desfallecer de
cansancio y así retomar un poco más
tarde la reflexión.
En el silencio de la noche enciende
la radio y, poco a poco, comienza a
despertar en su interior la respuesta
a sus planteamientos filosóficos a
través de la música que escucha.
Detengámonos un instante. Morente
28
está llegando al punto culminante de
su itinerarium fidei, percibe el Misterio a
través de la música que escucha, y esta
percepción lo lleva a una comprensión y
aceptación del Misterio.
Tres obras musicales son las
que Morente cita en El “Hecho
Extraordinario”: “Final de una sinfonía
de César Franck; luego, al piano, la
Pavane pour une infante défunte, de
Ravel; y finalmente, en orquesta, un
trozo de Berlioz intitulado L’enfance du
Christ”. Será el mismo Morente el que
escriba: “[Esta música] tuvo un efecto
fulminante en mi alma. ¡Ese es Dios,
ese es el verdadero Dios, Dios vivo, esa
es la Providencia viva! –me dije a mí
mismo–. Ese es Dios, que entiende
a los hombres, que vive con los
hombres, que sufre con ellos, que
los consuela, que les da aliento y les
trae la salvación”.
Esta es la profesión de fe que Morente
pronunció al apagar la radio. Sin duda,
fruto de la profunda experiencia de
Dios que tuvo esa noche, la noche del
29 al 30 de abril de 1937. Él mismo
describe así sus primeras sensaciones
tras la escucha de la palabra envuelta,
arropada y transmitida por la música:
“Yo había querido con toda sinceridad
y devoción abrazarme a Dios, a la
Providencia de Dios; yo había querido
entregarme a esa Providencia, que hace
y deshace las vidas de los hombres. ¿Y
qué me había sucedido? Pues que la
distancia entre mi pobre humanidad
y ese Dios teórico de la filosofía me
había resultado infranqueable. Pero
Cristo, pero Dios hecho hombre,
Cristo sufriendo como yo, más que yo,
muchísimo más que yo, a ese sí que
lo entiendo y ese sí que me entiende.
¡A rezar, a rezar!”.
El Hecho tiene importantes
similitudes con la conversión de san
Agustín o de Paul Claudel: ambos
tuvieron experiencias de encuentro
con el Misterio a través de la belleza de
la música, y esta experiencia los llevó
a la aceptación del Misterio (acto de
fe). En este sentido, no es de extrañar
que Morente, después de una vida en
la que la música parecía la compañera
inseparable de viaje, se encontrase con
la Verdad que tanto había anhelado
a través de un arte tan expresivo como
la música.
Después de su conversión, decide
que su vida solo tendría sentido
entregándose por completo a ese
Dios amoroso con el que se acaba de
encontrar. Esa misma noche decide
que su entrega será total a través del
sacerdocio. Mientras maduraba esta
idea, pudo reunirse finalmente con su
familia en París. Para mantener a los
suyos y ahorrar algo de dinero, aceptó
un trabajo de profesor en la Universidad
de Tucumán (Argentina). Un año
después, regresa a España acogido por el
obispo de Madrid-Alcalá, Leopoldo Eijo
Garay –tal y como el mismo Morente
describe en el Hecho y en diversas cartas
personales que se pueden encontrar
en su Obra Completa–, para ingresar en
el Seminario de Madrid.
Al hilo de esto, cabe recordar que
El “Hecho Extraordinario” es una
carta personal que Morente escribió
durante los ejercicios espirituales
previos a su ordenación sacerdotal
en 1940. En este escrito –como
hemos podido comprobar– narra los
acontecimientos acaecidos entre 1936
y 1940. El destinatario era José María
García Lahiguera (1903-1989), por
aquel entonces director espiritual del
Seminario Mayor de Madrid y también
director espiritual de Morente hasta
el fallecimiento de este. Solo García
Lahiguera, a quien iba dirigida la
carta en la que se narra el Hecho de su
conversión, conocía esta historia. El
mismo Morente escribe en esa carta: “A
nadie en el mundo, ni aun en confesión,
he hablado jamás de las cosas que
contiene esta larga relación. Ni pienso,
ni deseo, ni quisiera jamás hablar de
ello con nadie ni a nadie. Confórtame la
convicción absoluta de que las cuento a
quien sabrá guardar de ellas la prudente
reserva”. Y así fue: García Lahiguera
jamás habló de esta cuestión con nadie,
ni si quiera con el propio Morente
después de haber leído la carta. De tal
forma que nadie conocería esta historia
hasta después de su muerte (1942).
III. LA MÚSICA COMO PORTA FIDEI
EN LA CONVERSIÓN DE MORENTE
Hemos ido señalando con antelación
que García Morente tenía conocimientos
musicales, también sabemos que
amenizaba asiduamente las tardes
de tertulia en la sede de la Revista de
Occidente (fundada por su amigo Ortega
y Gasset) tocando el piano. También se
conoce su formación en Estética de la
música en Berlín, así como su pasión
por la música francesa, sobre todo las
óperas, hasta el punto de formar parte
de la Junta Nacional de la Música y
Teatros Líricos.
Es muy significativo que el mismo
Morente describa con sumo detalle
la historia de su conversión citando
expresamente las tres obras musicales
que escuchó y que, según él, provocaron
un “efecto fulminante” en su alma.
En mi modesta opinión, creo que se ha
dado un cúmulo de circunstancias que
propiciaron la conversión de Morente,
pero la música –unida a la Gracia– han
sido decisivas. Detengámonos en la
“terna musical” con la finalidad de
ilustrar nuestra propia convicción.
La Sinfonía en re menor de César
Franck (1822-1890) consta de tres
movimientos: 1. Lento. Allegro ma non
troppo; 2. Allegretto; 3. Finale. Allegro
non troppo. Franck compuso esta obra al
final de su vida, con una carga religiosa
muy importante. A través de ella,
describe el paso de las tinieblas a la luz
durante cuarenta minutos de música
incesante, como una cascada incesante
en la que se alternan momentos de
estabilidad e inestabilidad armónica.
Morente tuvo ocasión de escuchar el
final de la obra, justamente la parte de
la “luz” (la fe), donde los temas oscuros
se convierten en exultantes y gloriosos.
Después de esta obra, Morente
escuchó la Pavane pour une infante
défunte para piano de Maurice Ravel
(1875-1937). En una duración de seis
minutos Ravel desarrolla una sugerente
armonía, cargada de emotividad. En
la angustia de Morente por no tener
a sus hijas con él esta delicada obra,
con forma de danza, pudo suscitar
en nuestro filósofo un estado de paz
necesario para poder percibir el Misterio
a través de la Trilogía Sacra de Berlioz.
L’enfance du Christ de Hector Berlioz
(1803-1869) es el fruto de un trabajo
de cuatro años que comenzó como una
broma entre el compositor y un amigo.
Originariamente, la firmó con el nombre
de un monje desconocido por pudor a lo
que se dijese. Sin embargo, Berlioz, tras
la gran acogida de la obra, reconoció
su autoría. Es una obra de extrema
belleza musical en la que se describe
(en francés) la infancia de Jesús.
A la luz del texto de El “Hecho
Extraordinario” y la variedad de las
obras musicales, ¿podríamos atrevernos
a afirmar que la música ha tenido una
relevancia importante en la conversión
de Morente? Creo, sin duda, que la
respuesta debe ser afirmativa. La
experiencia estética es una de las pocas
vías que aún le quedan al hombre y a
la mujer actuales para experimentar
la trascendencia comunicativa del
Misterio. La música, como expresión
estética, es uno de los lenguajes que
poseemos hoy para comunicar con los
hombres y mujeres contemporáneos,
tan alejados –a veces– de la experiencia
interior, tan apresurados por escapar de
sí mismos y tan abocados al exterior. En
definitiva, concebimos aquí la música
como expresión estética, percepción
de lo bello y uno de los caminos para
decir la maravilla del Misterio que se
comunica y habla a través del lenguaje
de la belleza artística sonora, a través de
la emoción de la experiencia que mueve
a la sensibilidad, a la percepción y a la
aceptación del Misterio. Así creemos que
lo experimentó García Morente. Al hilo
de esta reflexión, podemos entender
el arte como “lugar de encuentro”,
es decir, como lugar donde se puede
percibir lo que inicialmente parece
imperceptible. La música, de manera
especial, posee esta cualidad.
La intangibilidad del arte de los sonidos
la convierten en metáfora viva del
lenguaje del Misterio. El mismo lugar
donde vibra la percepción del Misterio.
Llegados a este punto, nos planteamos
la cuestión de la eficacia de la belleza
como reveladora de lo divino, la
efectividad de su mediación en el
camino hacia Dios. En realidad, a lo que
conduce la más genuina contemplación
estética es a la contemplación mística
(tal y como pudo experimentar
Morente), ya que la belleza es una forma
de la revelación porque expresa con
claridad el amor, que es el contenido
central de la fe.
Por consiguiente, la acogida del
amor gratuito de Dios como respuesta y
entrega de uno mismo a la revelación es
lo que se conoce con el nombre de “acto
de fe”. Ya no se trata de los preámbulos
de la fe, sino del acto de acogida y
aceptación de la Palabra de Dios dirigida
al hombre. Pero la fe, que muchas veces
se ha identificado erróneamente con un
proceso intelectual, tiene un carácter
de globalidad que importa subrayar.
“Cuando Dios revela, el hombre tiene
que someterse con la fe (cf. Rom 16,
26; 2 Cor 10, 5-6). Por la fe el hombre
se entrega entera y libremente a Dios,
le ofrece el homenaje total de su
entendimiento y voluntad, asintiendo
libremente a lo que Dios revela”
(Dei Verbum 5).
Por eso, antes de hablar del
asentimiento al mensaje, el Concilio
Vaticano II menciona el abandono
de la persona a Dios que habla. Así
29
PLIEGO
pues, se destaca que el acto de fe
parece destinado a permanecer en
una dialéctica que se mueve entre la
comprensión del hecho y la ocultación
del mismo en un Misterio mayor,
en donde la Gracia tiene un papel
decisivo. En este sentido, en El “Hecho
Extraordinario”, comprobamos cómo
Morente se pone en “escucha” de ese
Dios que habla, para abandonarse en Él
con una aceptación plena del Misterio
desde la razonabilidad y la experiencia.
Por consiguiente, se consolida el acto
de fe cuando confluyen armónicamente
fe y razón, que “son las dos alas con
las cuales el espíritu humano se eleva
hacia la contemplación de la verdad”
(Fides et Ratio 7). En el caso de Morente,
este proceso ha durado toda la vida;
durante años ha buscado a través de
la razón la verdad, pero dejando a un
lado la fe. En el momento que se abrió
a la trascendencia –y le fue concedida
la Gracia–, tuvo ocasión de descubrir la
hermosa armonía entre fe y razón.
Lo significativo es comprobar que
los corazones tocados por Dios y
deslumbrados por su belleza no deben
esconder este tesoro, sino poner a
producir todos los talentos que el
Señor le haya concedido (cf. Mt 25,
14-30), porque el que se entrega con
generosidad será premiado con
el “ciento por uno” y la “vida eterna”
(Mt 10, 29). Sobre esta cuestión,
el mismo Morente escribe en El “Hecho
Extraordinario”: “Al día siguiente
del Hecho, tomé ya la resolución de
consagrarme a Dios y abrazar el estado
sacerdotal”. De este modo, respondió
a la Gracia concedida esa noche del 29
al 30 de abril de 1937.
acaecido en París, sino que es fruto
de una sucesión de circunstancias y
acontecimientos que tuvieron su culmen
y meta en la “noche musical” de su
conversión parisina. Por eso hemos
hecho un sucinto análisis del escrito que
Morente dirigió a su director espiritual.
Este acontecimiento extraordinario
nos ha servido como base y fundamento
de nuestra reflexión posterior sobre el
papel de la música en la manifestación
del Misterio a través de lo creado,
concretamente, a través de la belleza
de la música. Al afirmar este postulado,
no partimos de una hipótesis, sino del
testimonio de García Morente sobre su
experiencia de fe a través de la música:
percepción y aceptación del Misterio.
Después de este recorrido, esperamos
haber contribuido a la divulgación de
un personaje que ha caído en el olvido y
que ojalá el tiempo ponga en el lugar que
merece. Aunque cabe destacar que este
artículo es solo una pequeña muestra de
una investigación mayor sobre Manuel
García Morente, en la que se desarrolla
con mayor amplitud el contexto histórico
y la reflexión teológica sobre la música
como porta fidei en la conversión de
Morente. Por último, también cabría
destacar la actualidad –con respecto a la
nueva evangelización– de la conversión
de Morente. Valorar la música como via
pulchritudinis puede facilitar a muchas
personas la posibilidad de percibir y
aceptar el Misterio en nuestros días.
B I B L I O G R A F Í A
→→ BARRES GARCÍA, C., Un viajero hacia el infinito: itinerario espiritual de Manuel García Morente,
Barcelona, 2005.
→→ BERGASA, V., “Aux Sources de l’Identité: Le Feu chez quelques mystiques”, en F. CARTIER-K.
ELECHO (ed.), Le feu, symbole identitaire, París, 2009, pp. 64-88.
→→ CÁRCEL ORTÍ, V., “Don Manuel García Morente, sacerdote”, en ID. Pasión por el sacerdocio.
Biografía del siervo de Dios José María García Lahiguera, Madrid, 1997, pp. 414-416.
→→ CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Dei Verbum, AAS 58 (1966), pp. 817-830.
→→ DE IRIARTE, M., El profesor García Morente, sacerdote. Escritos íntimos y comentario biográfico,
Madrid, 1951.
→→ DOMÍNGUEZ PRIETO, P., “Manuel García Morente: el filósofo que abrazó al Dios verdadero”, en
AA.VV., Seminario Conciliar de Madrid (1906-2006). I Centenario de la inauguración y bendición
del edificio del Seminario Conciliar de Madrid, Madrid, 2008, pp. 149-156.
→→ JUAN PABLO II, Carta encíclica Fides et Ratio, Madrid, 1998.
→→ JUNTA PARA AMPLIACIÓN DE ESTUDIOS E INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS, Memoria
correspondiente a los años 1910 y 1911, Madrid, 1912, p. 57.
→→ LÓPEZ QUINTÁS, A., “La transformación espiritual de Morente y la fuerza expresiva de la
música”, Cuadernos de Pensamiento 2 (1988), pp. 21-42.
→→ MARÍAS, J., “El sacrificio de Morente”, en ID., Nuevos Ensayos de Filosofía, en Obras, VIII,
Madrid, 1970, pp. 591-593.
CONCLUSIÓN
→→ MARÍAS, J., Notas de un viaje a Oriente. Diario y correspondencia del Crucero Universitario por el
Mediterráneo de 1933, D. MARÍAS-F. J. JIMÉNEZ (ed.), Madrid, 2011.
Con motivo del 75º aniversario de la
conversión de Manuel García Morente,
hemos intentado hacer memoria de
la valía intelectual de este filósofo
realizando un recorrido amplio por
su vida hasta llegar al culmen de su
carrera como decano de la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad
Central de Madrid. Esto nos ha servido
como pórtico idóneo para comprender
el itinerario de fe de Morente, que
no se reduce al Hecho extraordinario
→→ MARTÍN VELASCO, J., “La experiencia de Dios y los criterios de su autenticidad. A propósito de
un texto de Manuel García Morente”, Revista Española de Teología 57 (1997), pp. 129-143.
30
→→ MONTIU DE NUIX, J. M., Manuel García Morente. Vida y pensamiento, Valencia, 2010. PALACIOS,
J. M.-ROVIRA, R., Obras Completas de Manuel García Morente, Barcelona-Madrid, 1996.
→→ PIQUÉ COLLADO, J. A., Teología y música: una contribución dialéctico-trascendental sobre la
sacramentalidad de la percepción estética del Misterio (Agustín, Balthasar, Sequeri; Victoria,
Schönberg, Messiaen), Roma, 2006.
→→ SEQUERI, P., Musica e mistica: percorsi nella storia occidentale delle pratiche estetiche e
religiose, Vaticano, 2005.
→→ VALADO DOMÍNGUEZ, Ó., “75 aniversario de la conversión de Manuel García Morente.
¿La música como ‘preludio’ de un acto de fe?”, Teología Espiritual 167 (2012), pp. 177-191.