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comparten tanto el clericalismo como
el anonimato vergonzante: el primero
porque anuncia su filiación cristiana
como garantía única de la validez de
su acción; y el segundo, porque piensa que mientras más se actúe en pro
de la sociedad, dentro del espíritu de
lo políticamente correcto, menos incomodidades y desavenencias se provocarán en los entornos.
El movimiento que define la vida cristiana, según el Papa Francisco, corre
por una vía muy diferente: se trata
de una acción dirigida, con sentido,
que brota desde el interior y anima
todo futuro venidero. Que no es simple, sino múltiple: con énfasis en una
triple dirección: moverse para caminar, moverse para edificar, moverse
para confesar. Porque —como recordó a los cardenales— “cuando nos
paramos, algo no funciona”.
Caminar implica refrendar la dirección, saber desde dónde se ha iniciado
y hacia dónde se dirige el recorrido;
tener conciencia y revisar si la ruta
emprendida no sólo nos mueve, sino
que nos lleva, nos conduce. Por ello la
vida del cristiano como camino implica no sólo estar presente, sino saber que con la vida propia se deja
rastro, huella reconocible para quienes vienen detrás, y expectativa para
quienes nos ven acercarnos desde lejos. El caminar cristiano no puede ser
un ramplón estar ahí, arrojados en el
mundo y bajo protesta, por haberme
puesto en una existencia que yo no
autoricé, como reclamaba el existencialismo de la postguerra.
Caminar para el cristiano implica
saber la senda, revisar lo andado y
corregir la dirección, sin detenerse,
consultando sobre la marcha el mapa
que ha dado a cada uno el Señor al
revelarse en vocación.
Pero estéril sería la existencia de quien
sólo pasara por este mundo con la prisa
que adelanta a quienes transitan junto
Caminar para el cristiano implica
saber la senda, revisar lo andado y
corregir la dirección, sin detenerse,
consultando sobre la marcha el mapa
que ha dado a cada uno el Señor
al revelarse en vocación.
a nosotros hacia la meta. Caminar
sólo tiene sentido para el cristiano
si como resultado se acompaña con
el edificar.
Para el Papa Francisco, el movimiento cristiano que edifica busca
construir, hacer estructura, crear
condiciones, dejar cimientos “sobre piedras consistentes”, para un
mundo que los huéspedes de hoy y
del futuro sepan habitable, reconfortante, vivible.
Sólo se edifica o se construye sobre la base firme de la verdad sobre la realidad y el hombre; con la
certeza de que Dios no ha errado
al dotarnos, a su semejanza, de inteligencia para encontrar la verdad
a conocer, y voluntad para hacer
el bien conforme a nuestra propia
identidad y valía hecha dignidad.
Pero observa el Papa que caminar
y edificar son meros activismos y
no verdaderos movimientos si el
cristiano no revela en ello el espíritu que da vida y sentido a su existir:
esto es, confesar a Cristo a través
de ese caminar y edificar; verdadero distintivo del cristiano, sin el que
la Iglesia se vuelve mera ONG asistencial, por más preferentemente
dirigida hacia los pobres que esté.
La confesión de Cristo, entonces,
pasa por dar testimonio de la Cruz,
del sacrificio redentor que anuncia
una Buena Nueva, más allá de las
condiciones de la vida presente y las
estructuras de la inmediatez actual.
El andar, pues, el movimiento que
el Papa Francisco exige al cristiano
de hoy, para que sacuda su conciencia y se interpele ante la soledad del
espejo que cada quien tiene de sí
mismo en su interior, invita a despertar una sociedad acostumbrada
al simple pasar de largo para su
propia sobrevivencia sin responder
a nadie por los actos personales; y
en cambio, exige como revulsivo
para nuestra existencia un verdadero golpe de timón: caminar en vez
de pasar de frente, dejar cimientos
para otros al edificar más allá de la
sola sobrevivencia, y confesar esa
Buena Nueva, que deje ver a los
demás quién es, qué desea, y qué
espera de todos nosotros el Dios
vivo, en vez de sólo encapsularnos en nuestros propios egoísmos.
Un verdadero programa teológico-vital, dicho desde la sencillez
de quien ha querido recordarnos,
emulando al pobre de Asís, que el
mensaje cristiano, lejos de sesudas
elucubraciones o complicadas teorías, es claro, directo y de vivencia
sencilla: caminar para edificar y
confesar, animados por la Cruz.
* Dr. en filosofía por la Universidad de Navarra. Miembro
del Sistema Nacional de Investigadores. Profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana.
Signo de los Tiempos – mayo 2013
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