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DEJARSE CAUTIVAR POR LA BELLEZA
Ciudad de Alcoy, 30 de mayo 2011, p. 10
21 de mayo de 2011, el día en el que se celebró el 50 aniversario de la llegada del primer hombre –Yuri
(Jorge) Gagarin- al espacio, Benedicto XVI conversó vía satélite con los tripulantes de la nave espacial que
viaja a más de 27.000 Km/h en una órbita a 350 Km de la Tierra.
Hace casi 54 años, en un artículo de la principal revista soviética de Filosofía, Voprosy Filosofii, con
ocasión del lanzamiento del primer sputnik, se decía: El sputnik surca el cielo, todo el espacio que circunda
la Tierra, sin encontrar a Dios. ¿Dónde habita Él? ¿Dónde está la bóveda celeste de la que habla la Biblia?
En la medida en que podamos explorar regiones cada vez más remotas del espacio, debemos esperar que
Dios sea progresivamente eliminado del universo. Ofreceremos así una prueba experimental de la no
existencia de Dios.
Medio siglo después, la reciente conversación de 20 minutos con los astronautas de la Estación
Espacial Internacional (EEI) coloca el tema en una perspectiva radicalmente diferente. Y, curiosamente, no
es el Papa quien habla. En esta ocasión ha preferido proponer preguntas y dar voz a los astronautas para que
desde su perspectiva visual, no conocida por nosotros, fuesen estímulo para una reflexión sobre cuestiones
importantes que afectan al presente y al futuro de la humanidad.
En las preguntas a los astronautas americanos Mark Kelly y Ron Garan, está presente la
preocupación del Papa por el futuro de la tierra y de la paz. Desde su observatorio privilegiado contemplan la
belleza del planeta y, a la vez, su enorme fragilidad. Ven la cobertura atmosférica, que separa la Tierra del
espacio, fina como una hoja de papel, y advierten la necesidad de que los hombres trabajen juntos y cooperen
en la resolución de los problemas y desafíos que se plantean.
Conversando con Roberto Vittori, italiano, a quien ha entregado una medalla de plata con la
reproducción de la escena de la creación del hombre que campea en la bóveda de la Sixtina, se interesa por
conocer si la panorámica de la que gozan les ha movido a pensar en el Creador y si piensan que les será más
fácil hacerlo cuando regresen a la Tierra. Vittori, sin dudarlo, responde que la belleza del planeta conquista el
corazón y le lleva a rezar. Mirar la belleza de la creación y sentirse empujados a buscar al Creador es algo
antiguo, connatural al hombre desde que es homo sapiens sapiens. Sucedía a los pobladores de tribus
primitivas y a los antiguos griegos. Continúa aconteciendo hoy y seguirá ocurriendo allí donde haya
hombres. Dios ha dejado impresa su huella hasta en el último quark del universo.
No han faltado en la conversación expresiones de calor humano y cristiano. Benedicto XVI se dirige
al astronauta italiano Paolo Nespoli, que perdió a su madre mientras estaba en la nave, llamándole “querido
Paolo”. Le manifiesta que ha rezado por él y se interesa por cómo vivió ese momento de dolor. Napoli
agradece las oraciones y la cercanía de todos, que le han sido de gran consuelo. También en los lugares
donde la ley de la gravedad no vige, llega la fuerza y la eficacia de la oración.
Ha sido una conexión histórica. El Papa, en la Sala Foconi del Palacio Apostólico ha podido ver a los
astronautas en una pantalla de televisión, mientras que la EEI solo recibió el audio de sus palabras.
En su magisterio, el Romano Pontífice continúa esa lógica de la Revelación divina que ha buscado
todos los recursos posibles para comunicarse con el hombre. El universo mismo ha sido hecho lugar de
diálogo con Él, porque siendo efecto de su Palabra contiene –como toda palabra- un mensaje, encierra algo
que desea transmitirnos. Benedicto XVI, a través de este modo menos usual de ejercer su misión, nos enseña
a mirar esta empresa en la que, más allá de su significado científico -que aprecia y admira-, ve una aventura
del espíritu humano, un estímulo potente para reflexionar sobre el origen y el destino del mundo y de la
humanidad.
Concluida la conversación mantenida a través de los espacios interestelares, queda la impresión de
que ante la ciencia, el camino no es el del temor, sino el de dejarse cautivar por la belleza que irradia lo
verdadero y que, por serlo, es bueno.
María Ángeles Vitoria
Profesora de Filosofía en Roma ([email protected])