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CIENCIA, DOCENCIA Y FILOSOFÍA: UN DIÁLOGO NECESARIO
Por: Guillermo Guevara Pardo
Licenciado en Ciencias de la Educación, especialidad Biología, Universidad Distrital
“Francisco José de Caldas”
Odontólogo, Universidad Nacional de Colombia
[email protected]
RESUMEN
Ciencia y filosofía necesitan dialogar continuamente y más cuando ciertas corrientes filosóficas
adelantan una cruzada plagada de oscurantismo contra el pensamiento racional. Sobran los ejemplos
de científicos que incursionan en el campo de la elucubración filosófica y de filósofos que someten
a análisis los resultados de la ciencia. Es falso que ciencia y filosofía no puedan dialogar; no es
cierto que cuando estas dos ramas del saber se encuentran, la filosofía adopta una posición de
inferioridad frente a la ciencia. Los profesores de ciencias naturales y matemáticas no pueden
sustraerse de este diálogo, la práctica de la docencia lo requiere. El ejercicio de la docencia no solo
está determinado por aspectos filosóficos y disciplinares, lo está en gran medida por las condiciones
económicas del país donde el maestro la ejerce: es muy diferente la situación social de un maestro
en Finlandia a la de otro en Colombia.
Palabras clave: Ciencia, filosofía, posmodernismo, constructivismo.
ABSTRACT
Science and philosophy need dialogue to continuously and more when certain philosophical
currents cross-plagued forward obscurantism against rational thought. There are many examples of
scientists who venture into the field of philosophical profundity and philosophers who undergo
analysis results of science. It is not true that science and philosophy can not talk; it is not true that
when these two branches of knowledge are, philosophy adopts a position of inferiority to science.
Teachers of natural sciences and mathematics can not shirk this dialogue, the practice of teaching
requires. The practice of teaching is not only determined by philosophical and disciplinary aspects,
it is largely by economic conditions in the country where the teacher exercised: it is very different
social status of a teacher in Finland to another in Colombia.
Key words: Science, philosophy, postmodernism, constructivism.
CONTEXTO
Ciencia y filosofía han estado íntimamente relacionadas a lo largo de la historia del
pensamiento humano; ambas comparten con el mito y la religión la misma semilla. Son
hijas del ansia por conocer. Desde la Antigüedad y hasta el Medioevo ciencia y filosofía
eran una sola. La ciencia explica cada vez con más profundidad las causas de los
fenómenos naturales y permite a la humanidad la práctica del control de la naturaleza. Sus
resultados han cambiado la manera como pensamos el mundo y nuestro lugar en él. La
revolución científica la llevó a romper con las explicaciones mitológicas y religiosas, y la
alejó de la filosofía, rompimiento que le dio a la ciencia la independencia necesaria para
estudiar la naturaleza y establecer una relación definitiva con las matemáticas.
Quienes se dedicaban a indagar sobre los misterios del Kosmos, dejaron de ser “filósofos
naturales” y se convirtieron en “científicos”. A pesar del alejamiento de esas dos ramas del
“árbol del bien y del mal”, la relación entre ciencia y filosofía es necesaria. Hay momentos
en los que el diálogo entre científicos y filósofos se debe profundizar, como ahora, cuando
algunos investigadores de la teoría de cuerdas (teoría que propone que las diversas
partículas atómicas son en realidad vibraciones de unos entes más básicos llamados
cuerdas) han planteado que si alguna teoría física es suficientemente elegante y explicativa,
ella no necesita ser sometida a la prueba experimental, que bastan los argumentos
epistemológicos, estéticos o matemáticos para probar su veracidad. Sobre este punto vale la
pena citar la autorizada voz de un premio Nobel, el físico teórico Steven Weinberg: “La
inspiración y el juicio estético son importantes en el desarrollo de las teorías científicas,
pero la verificación de estas teorías se basa en definitiva en pruebas experimentales e
imparciales de sus predicciones. Aunque se utilizan las matemáticas a la hora de formular
teorías físicas y calcular sus consecuencias, la ciencia no es una rama de las matemáticas,
y las teorías científicas no se pueden deducir a partir de razonamientos puramente
matemáticos”. El hecho de que la teoría de cuerdas al día de hoy no pueda ser contrastada
experimentalmente, no significa que la verdad de esa teoría dependa únicamente de su
consistencia matemática o de argumentos estéticos. Aquí no se alega que las teorías
científicas no puedan poseer rasgos que las acerquen al tan elusivo (y a veces tan personal)
concepto de “lo bello”, ni tampoco que no deban tener un sólido respaldo matemático; lo
que no se puede aceptar es que la verdad de una determinada teoría sea definida recurriendo
únicamente a criterios estéticos, estadísticos o epistemológicos.
Esa propuesta rompe con siglos de tradición filosófica que define el conocimiento científico
como esencialmente empírico. Aceptarla es negarle a la ciencia la posibilidad de describir
la realidad; además significa abrir de par en par las puertas a las seudociencias, que pedirán
entonces ser tratadas en pie de igualdad con la ciencia. Por ejemplo, Gary Zukav, en su
texto The Dance Wu Li Masters, publicado en la década de los años 1970, le atribuye
conciencia a los fotones (las partículas de la luz) pero se niega a aceptar la existencia de los
átomos: “Los átomos nunca fueron en absoluto cosas “reales”. Los átomos son entes
hipotéticos construidos para que las observaciones experimentales sean inteligibles. Nadie,
ni una sola persona, ha visto jamás un átomo”. Algo semejante sostenía en el siglo XIX el
positivista Ernst Mach, para quien como “los átomos no pueden apreciarse por los
sentidos…son cosas del pensamiento”. Con ese tratamiento filosófico la física pasa a ser un
reflejo de la mente humana, en lugar de la descripción de fenómenos conformados por
campos y partículas cuya existencia es independiente del sujeto que los investiga.
Ciencia y filosofía dialogan, a pesar de lo que sostiene, por ejemplo, Martín Zubiria en su
análisis del tratado aristotélico Sobre el cielo, donde plantea que “…entre ciencia y filosofía
no puede haber diálogo posible…”. Además supone que “…cuando la filosofía corre a
ocuparse de otros saberes y promueve el surgimiento de disciplinas tales como las
llamadas “filosofía de la ciencia”, “filosofía de la matemática”, “filosofía de la biología”,
“filosofía de la comunicación”, “filosofía de la educación”, etc., parece dar por supuesto
que no tiene una cosa propia de que ocuparse, y en el temor de verse barrida, por así
decir, del campo del saber científico, busca el contacto con las llamadas “ciencias” para
justificar de ese modo su propia existencia. Asume así una posición “servicial” frente a los
saberes positivos e incluso “técnicos”, con la pretensión de auxiliarlos en la tarea de
determinar sus respectivos estatutos epistemológicos”.
La valoración de Zubiria no puede ser más injusta con el papel que la filosofía ha jugado en
la historia de la ciencia. Quien haya leído Azar y necesidad de Jaques Monod, por citar un
ejemplo, no podrá dejar de apreciar la riqueza que gana la explicación científica cuando ella
es sometida al escrutinio desde un sistema filosófico; nadie podrá alegar que Monod utiliza
la filosofía como una lacaya de la ciencia. ¿O es que, por ejemplo, en el sueño de una teoría
del todo en la física, como búsqueda de unidad y simplicidad en la naturaleza, la filosofía
no tiene nada que decir porque esa es una empresa que le compete más a la ciencia? Y ¿no
tienen que entrar a dialogar científicos de la biología y filósofos cuando Thomas Nagel, de
la Universidad de Nueva York, propone tener en consideración la posibilidad de la
existencia de leyes naturales teleológicas? Cuando Ignacio Morgado, profesor de
Psicobiología de la Universidad Autónoma de Barcelona (España), plantea: “El mundo es
una ilusión creada por el cerebro…Nada de lo que hay aquí está realmente fuera, todo son
ilusiones creadas por nuestro cerebro” y Albert Einstein defendía que: “La creencia en un
mundo exterior independiente del sujeto preceptor, es la base de toda ciencia natural” ¿no
hay dos hombres de ciencia anclados en los campos filosóficos irreconciliables del
idealismo y el materialismo? Interpretar el mundo e intentar transformarlo en cualquiera de
sus dimensiones, implica necesariamente adoptar una posición filosófica.
El científico debe atreverse a la elucubración filosófica y el filósofo adentrarse en el campo
de la ciencia como claramente lo expresara Einstein: “Los resultados de las investigaciones
científicas determinan a menudo profundos cambios en la concepción filosófica de
problemas cuya amplitud escapa al dominio restringido de la ciencia […] Las
generalizaciones filosóficas deben basarse en las conclusiones científicas, y una vez
establecidas y aceptadas ampliamente dichas generalizaciones filosóficas, deben a su vez
influir en el desarrollo ulterior del pensamiento científico, indicando algunos de los
múltiples caminos a seguir”.
Cuando un presocrático como Tales de Mileto se preguntaba por el origen de todas las
cosas, planteaba una pregunta de carácter filosófico y de naturaleza científica. Tales fue
capaz de determinar la fecha de un eclipse de sol y de idear un procedimiento matemático
para medir la altura de una pirámide, tareas propias de la ciencia. Los filósofos jonios
fueron los primeros en intentar dar una explicación racional de los fenómenos que veían.
Las observaciones de Nicolás Copérnico pusieron a la Tierra y demás planetas a girar
alrededor del Sol y desataron una revolución en la esfera de la ciencia que tuvo
significativas repercusiones filosóficas. Otro caso es la idea de “selección natural”, que
tanta atracción ejerce sobre científicos con inquietudes filosóficas y sobre filósofos
interesados en los resultados de la ciencia. Agreguemos los debates filosóficos que genera
la teoría de la relatividad, o los debidos a los insólitos comportamientos de las partículas
atómicas explicados por la mecánica cuántica, o los que suscita la ingeniería genética,
especialmente ahora cuando se tienen tecnologías que permiten modificar el genoma
humano de células enfermas, pero también el de óvulos y espermatozoides. Estos y otros
ejemplos se han repetido a través de la historia con Aristóteles, Demócrito, Lucrecio,
Pitágoras, pasando por Descartes, Galileo, Kepler, Newton, Kant, Laplace, Darwin, Marx,
Engels y tantos más, hasta llegar a Planck, Einstein e inclusive al muy renombrado Stephen
Hawking.
EL PELIGRO POSMODERNISTA
La ciencia es el camino más expedito que tiene el hombre para alcanzar el conocimiento
objetivo de la realidad material que lo rodea. La objetividad previene al pensamiento de la
tentación de pretender ir más allá de la verdad científica para buscar inexistentes principios
metafísicos “superiores”. Sostener que en el ámbito de las ciencias naturales no es el
experimento el evaluador de la veracidad o falsedad de una teoría, sino que sea la belleza
interna o el consenso de quienes más saben, es renunciar al principio de objetividad. Sin el
recurso al principio de objetividad es imposible obtener un conocimiento fidedigno de las
leyes que gobiernan el comportamiento de los fenómenos naturales y sociales. Además, tal
principio permite el desarrollo tecnológico de los conocimientos logrados: la ingeniería
genética, por ejemplo, es posible solo como consecuencia del cúmulo de conocimientos
adquiridos sobre la estructura y función de la molécula del ácido desoxirribonucleico
(ADN), que tiene una realidad objetiva, no es una creación de la mente, existe con
independencia del sujeto cognoscente; esta tecnología permite la manipulación de los
genes, hacer algo que la naturaleza nunca ha hecho: insertar el gen humano de la insulina
en la intimidad del genoma de un microorganismo y con esa elegante jugada, mejorar la
calidad de vida de quienes sufren diabetes.
La peligrosa moda del relativismo filosófico riñe con el principio de objetividad al sostener
que cualquier explicación es válida. Por ejemplo, las proposiciones “la Tierra gira alrededor
del Sol” y, “la Tierra es una esfera hueca que contiene el Sol, los planetas y las estrellas
fijas” tendrían el mismo grado de validez. Una de las dos tiene que ser falsa: la primera
cuenta con suficiente evidencia empírica; la segunda puede ser un bello vuelo de la
imaginación, pero es falsa, ningún hecho del mundo real la respalda, no puede ser sometida
a la contrastación experimental. Para el relativismo filosófico no hay “estándares objetivos
y universales, todo vale por igual: la filantropía y el canibalismo, la ciencia y la magia, tu
virtud y mi vicio”, ha escrito el físico y epistemólogo argentino Mario Bunge. A estas
alturas del siglo XXI el pensamiento racional sigue siendo acechado por ese nuevo tipo de
oscurantismo, el cual, adoptando formas sutiles y engañosas, valiéndose de un lenguaje
complicado, barnizado con algunos conceptos científicos a veces distorsionados,
pretendiendo cambiar la belleza por el experimento, adelanta desde el siglo pasado una
cruzada contra la racionalidad científica. La ciencia, sus practicantes, aprendices,
divulgadores y especialmente los maestros no pueden dejarse enredar en la nefasta telaraña
del relativismo filosófico si se desea preservar la salud intelectual de esas actividades.
Los científicos indagan sobre las causas de los fenómenos naturales valiéndose del siempre
renovado método científico, apoyándose en el formalismo matemático, planteando teorías,
deduciendo predicciones, concatenando observaciones y diseñando experimentos que
terminan por respaldar o rechazar una hipótesis, en fin, haciendo todo lo necesario para
transitar por camino seguro hacia la verdad científica. La evolución de la ciencia ha
permitido explicar más y más fenómenos con mayor precisión, es decir, con profundidad
creciente: pensemos en la química de hoy y la que Lavoisier hacía en el siglo XVIII o, en la
genética que el padre Gregor Mendel descubrió en el huerto de su monasterio y los
desarrollos logrados en la biología molecular o, en el hecho de que hasta hace unos pocos
años no conocíamos ningún planeta más allá del sistema solar y hoy se han encontrado
miles de ellos.
La ciencia es la forma más elaborada de organización de los conocimientos que la
humanidad, a lo largo de su desarrollo histórico, ha venido acumulando sobre el
funcionamiento de la naturaleza y la sociedad. Conocimientos que los maestros deben
garantizar se transmitan con la mejor metodología a las nuevas generaciones. La ciencia no
puede considerarse simplemente como otro punto de vista. La validez de sus hipótesis y
teorías no depende de la belleza que se pueda apreciar en ellas, de la fe o de la autoridad de
un individuo, sino del veredicto de la práctica experimental, de su relación con los hechos:
fue el experimento de Joseph John Thomson cuando descubrió el electrón el que demostró
que la secular creencia en la indivisibilidad del átomo, era falsa; fue el experimento el que
comprobó la capacidad antimicrobiana de la penicilina; también fue con el experimento
como se demostró la existencia del bosón de Higgs; fue el experimento el que definió sin
lugar a dudas que los quarks son los componentes de protones y neutrones; fue con el
complejo experimento LIGO como recientemente se encontraron las predichas ondas
gravitacionales. Será el experimento el que defina si existen las partículas supersimétricas,
o los gravitones, o si la teoría de cuerdas es cierta o falsa. Solo con modelos matemáticos y
simulaciones computacionales no se podrá decretar la existencia, en los arrabales más
lejanos de nuestro sistema solar, de un noveno planeta; si existe, él tendrá que ser
observado con algún telescopio. Con los resultados experimentales en la mano el
investigador puede hacer predicciones de nuevos hechos (algo de lo que carecen las
seudociencias): fue así, por ejemplo, como Wolfgang Pauli propuso la existencia del
neutrino, John Couch Adamas y Urbain Le Verrier la de Neptuno y Dimitri Mendeléyev la
de tres nuevos elementos químicos. La ciencia, recordemos, es una síntesis de teoría y
práctica: sin la práctica experimental queda reducida a la pura especulación; sin la teoría, se
convierte en práctica protocientífica, en conocimiento cotidiano.
Ciencia y filosofía son caminos para desechar prejuicios y supersticiones, para lograr una
visión racional de los fenómenos que suceden en el mundo natural y social. Esto hace parte
de su grandeza. No importa que a veces el conocimiento científico y sus aplicaciones
tecnológicas entren en contradicción con la dignidad humana y traigan consecuencias
indeseables, como cuando el átomo, esa “Pequeñísima estrella…” que un guerrero sedujo y
“… te guardó en su chaleco como si fueras sólo píldora norteamericana, y viajó por el mundo
dejándote caer en Hiroshima” cual lo cantó Pablo Neruda en su hermosa Oda al átomo. La culpa
no está en el átomo, en el conocimiento científico, recae en la forma de organización social
que hoy tiene la humanidad. A pesar de todo eso, la ciencia ha hecho que nuestra vida sea
mejor que la de todos los humanos que nos precedieron, quienes vivieron momentos
históricos donde el saber científico y tecnológico era menor. Es entonces un contrasentido
plantear la existencia de un mundo sin ciencia y sin los instrumentos tecnológicos creados
con su ayuda.
NEXO ECONÓMICO
La filosofía no es una entelequia sin ninguna conexión con el mundo real. El
posmodernismo es una corriente filosófica que sirve a los intereses económicos del
neoliberalismo. No en vano su inicio y auge coincide con las transformaciones neoliberales
impulsadas durante los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. No es una simple
coincidencia que neoliberales y posmodernos se identifiquen en la exaltación casi
enfermiza del “individuo” como el agente histórico fundamental, único. Por ejemplo, para
Milton Friedman, el éxito económico de una nación no radica en la intervención estatal,
sino en la iniciativa individual. Por su parte, las didácticas constructivistas priorizan el
papel del individuo como “constructor del conocimiento” y reducen el del maestro al de ser
solo un agente mediador, un dinamizador, un facilitador negándole así la necesidad de tener
una formación especializada de su campo disciplinar.
La ciencia hace rato se convirtió en palanca fundamental para el desarrollo y progreso de
las naciones: un porcentaje importante del Producto Interno Bruto (PIB) de los Estados
Unidos proviene de las aplicaciones de la mecánica cuántica. En contraste, los bienes de
alta tecnología representan muy poco en las exportaciones de América Latina. Los países
del Tercer Mundo ven que la brecha científica y tecnológica se amplía y profundiza
continuamente respecto de los que pertenecen al Primer Mundo, desde donde se escuchan
recomendaciones que sugieren que estos países deben dedicarse a lo que saben hacer bien,
pero no cometer el error de tratar de incursionar en temas más sofisticados en los cuales no
tienen ninguna oportunidad; esos cantos de sirena niegan la posibilidad de contribuir al
desarrollo del conocimiento científico, dicen que lo único que hay que hacer es leer y tratar
de entender la ciencia que en otros países se está haciendo y venderles a las metrópolis los
recursos naturales (como los mineros) que permitan comprar, ya elaborada, toda la
tecnología que necesita un país. Tratamiento tan discriminante le asegura a las potencias
mundiales su posición de dominio imperial. A los demás les dejan la astrología a cambio de
la astronomía. Les niegan la oportunidad de un desarrollo científico y tecnológico decente.
Esas tesis han encontrado eco abyecto en los gobiernos que ha tenido que padecer
Colombia en los últimos veinte años, que han definido que no vale la pena que se haga un
esfuerzo importante para crear una capacidad propia de producción en ciencia y tecnología,
que lo mejor que podemos hacer es dejar esos temas a los países desarrollados y
contentarnos con adquirir la tecnología y la mayoría de alimentos que ellos producen,
mientras nosotros nos dedicamos a exportarles uchuvas. Las políticas económicas
neoliberales impuestas y obedecidas por los gobernantes colombianos han puesto a la
nación en el último vagón del tren del conocimiento. En estas condiciones el papel de la
educación en el desarrollo de la ciencia y la tecnología, es marginal. Apenas si se aspira a
que la mayoría de los ciudadanos desarrollen las competencias mínimas que necesita la
mano de obra barata de la maquila. Además de esta desgracia, de la prometida
“mermelada” de las regalías que las multinacionales deben pagar por la extracción de los
recursos mineros, la comunidad científica apenas si saborea una insignificante pizca, pues
ellas han quedado sometidas al manejo politiquero de gobernadores y alcaldes, amén del
debilitamiento de Colciencias y del nulo incremento del presupuesto para el desarrollo de la
ciencia, la tecnología y la innovación. Todo esto ha tenido un impacto negativo en la
calidad de la educación pública colombiana y las condiciones laborales de los docentes, en
todos sus niveles. Para un país pobre, quienes nos gobiernan han diseñado una educación
pobre. Los que creen que cualquier forma de explicación es válida, que “todo vale”, que
consideran la ciencia como “otro punto de vista”, que consideran el mundo como una
construcción de la mente o ven en el método experimental “un mito de los epistemólogos”,
han terminado por convertirse en idiotas útiles de las políticas económicas y educativas que
se agencian desde las más altas esferas del Gobierno Nacional.
Afortunadamente hay científicos de renombre, como el neurobiólogo Rodolfo Llinás, que
han reclamado del Gobierno darle a la ciencia y la tecnología la importancia necesaria para
contribuir a mejorar el bienestar de las gentes del país. Con claridad el doctor Llinás ha
señalado: “Colombia no está dando todo lo que puede dar desde el punto de vista humano.
Definitivamente nuestros artistas son fantásticos, nuestros escritores son fantásticos, pero
nuestros científicos no pueden ser fantásticos. No porque falte capacidad, sino porque
simplemente no existe el interés ni la voluntad social y política necesaria para sostener un
eje científico fuerte”. Jorge Reynolds Pombo (el inventor del primer marcapasos externo
con electrodos internos) no ha recibido un solo peso de los entes oficiales para poder
adelantar sus investigaciones y el instituto donde Manuel Elkin Patarroyo adelantaba sus
trabajos sobre la vacuna contra la malaria, fue cerrado, el edificio abandonado y sus
alrededores convertidos en parqueaderos. De esa dimensión es el tratamiento que la ciencia
recibe en Colombia, amén del abandono de cualquier intento de apoyar la investigación en
ciencia básica.
Los centros de poder mundial han decidido condenarnos, por ahora, a cien años de soledad
científica y tecnológica. Para lograrlo necesitan debilitar al máximo la soberanía nacional,
empobrecer el sistema educativo y arrasar con la débil estructura industrial y agropecuaria
objetivos que están alcanzando desde que se inició lo que se conoce como la apertura
económica y que se ha profundizado con los tratados de libre comercio (TLC) negociados
con Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá, Corea del Sur y otros países. La industria,
que ha sido el motor fundamental para el progreso de la humanidad y un importante campo
para las aplicaciones científicas, ha perdido peso en la economía nacional: mientras en la
década de los años 1980 representaba el 20% del PIB hoy apenas alcanza un lánguido 12%
y, 60% de las exportaciones son materias primas sin ninguna clase de transformación. Tan
nefasto manejo de la economía nacional ha hecho que miles de colombianos pierdan sus
puestos de trabajo, aumentando en consecuencia el desempleo, la informalidad y la
emigración. Se explica así que de 2009 a 2014 en Colombia solamente se haya invertido en
Investigación y Desarrollo un 0,21% del PIB cifra que contrasta, y de qué manera, con lo
que invirtieron en 2011 algunas de las naciones más desarrolladas: Israel (3,97%), Japón
(3,39%), Corea del Sur (4,04%), Singapur (2,05%), Finlandia (3,8%), Suecia (3,39%),
Estados Unidos (2,76%), Canadá (1,79%). Y para hacer más dramático el cuadro de nuestro
atraso científico y tecnológico, aún estamos lejos de los porcentajes destinados por tres de
nuestros vecinos geográficos: Brasil (1,21%), Argentina (0,65%), Chile (0,7%). Estas
lamentables cifras demuestran que las políticas económicas con que se ha gobernado el
país, no permitieron el salto cualitativo a la producción de bienes de alta tecnología. El
economista Mario Alejandro Valencia lo señala claramente: “El país no crea conocimiento
importante y el nivel de investigación es menor al de los países ricos. Por el contrario, los
pocos logros en materia industrial conseguidos entre las décadas de 1940 y 1970, se han
venido desvaneciendo, al punto que hoy la actividad económica del país con más
dinamismo consiste en la especulación financiera y en extraer, sin ninguna transformación,
los recursos de la naturaleza, cuyo esfuerzo más significativo consiste en inventarse y
producir las máquinas para sacarlos del subsuelo; máquinas que Colombia no produce”.
En las condiciones de diseño de un país atrasado dedicado únicamente a la producción de
bienes primarios, no es necesario impulsar el desarrollo de la ciencia y la tecnología, ni el
de una educación científica y tecnológica de alta calidad que garantice la formación de
profesionales, tecnólogos y científicos de primerísimo nivel. A un país dedicado
únicamente a la explotación de materias primas, para nada le sirven personas que sepan
secuenciar genes, resolver complejos problemas matemáticos, explicar el universo, diseñar
moléculas novedosas. Un país así, no necesita de una educación de altísima calidad y por lo
tanto tampoco son necesarios maestros con una excelente formación académica. Ante
semejante panorama, solamente se puede calificar de vulgar “cañazo” de jugador de póquer
la pretensión de Juan Manuel Santos de convertir a Colombia en “la más educada de
América Latina”.
Colombia es un país neocolonial y semifeudal, condiciones que están determinadas por el
dominio económico y político que sobre la nación ejerce el imperio norteamericano: esa es
la base material que condiciona su atraso científico y tecnológico. Uno de los caminos a
seguir para ir cerrando la brecha que nos aleja de los países más desarrollados es la
educación, que entre sus objetivos fundamentales deberá apuntar a el fortalecimiento de la
producción nacional en todos los sectores y niveles de la economía, desde el agropecuario
hasta el de servicios, pasando por el industrial, para lo cual la educación debe plantearse el
reto de alcanzar los más altos niveles científicos y tecnológicos, y colocarse cada vez más a
tono con el desarrollo mundial de las fuerzas productivas. Uno de los factores
fundamentales para la pérdida de nuestra independencia nacional y la prolongación de la
dominación imperialista que padece actualmente el país, es el atraso científico y
tecnológico cuya base se encuentra en el sistema educativo.
La apropiación exclusiva de conocimientos es una táctica de dominación muy vieja de la
historia de las naciones. Eso ya lo habían ensayado los Ptolomeos, la dinastía griega que
gobernó Egipto durante tres siglos. Los príncipes ptolemaicos consideraban que a un
imperio no le bastaba con disponer de información exclusiva, sino que era indispensable
evitar que otros la tuvieran. Para lograrlo, fundaron la colosal biblioteca de Alejandría,
robaron colecciones privadas, copiaron ajenas, confiscaron las de los vencidos e hicieron
todo lo que fuera posible para que las ciudades rivales no pudieran acumular papiros. Este
ejemplo muestra que el dominio del conocimiento hace parte del dominio económico y
político.
OSCURANTISMO POSMODERNO
Ante las preguntas: ¿son las teorías científicas una descripción aproximadamente fiel de la
realidad material?, ¿tiene la ciencia la misma capacidad explicativa que el mito?, ¿existe la
realidad independientemente de la conciencia o es una proyección de esta?, ¿cómo
logramos saber que una teoría científica es falsa o verdadera? los defensores del relativismo
epistémico han dado respuestas muy particulares con las que pretenden defender una
concepción epistemológica que, en el fondo, ataca al conocimiento científico y que hace
parte de los planteamientos posmodernistas y de las pedagogías constructivistas tan en boga
en algunas facultades de ciencias de la educación y otros departamentos universitarios.
El significado más común de la palabra relativismo tiene que ver con la afirmación de que
podemos atribuir un peso o valor equivalente a cualquier explicación posible, pues no
existe un criterio objetivamente válido para decidir cuál de todas las opciones es verdadera,
ya que toda afirmación depende de las condiciones o contextos de la persona o grupo que la
afirma. El relativismo epistémico plantea que la ciencia no es más que un “mito”, un “punto
de vista más”, una “narración” o una “construcción social”. Considera la ciencia como uno
de los tantos mitos culturales, no más verdadero ni válido que los de cualquier otra cultura.
Por ejemplo, la ciencia sostiene que los indígenas americanos proceden de Asia, mientras
que una creencia nativista dice que surgieron a la superficie desde un hueco situado en el
interior de la tierra. Objetivamente una de las dos tesis tiene que ser falsa. La primera
cuenta con pruebas recabadas a partir del registro fósil y del análisis genético; para la otra
no hay ninguna prueba empírica que la respalde, no se basa en leyes de la naturaleza. Para
evitar la contradicción, el arqueólogo británico Roger Anyon quien durante años estuvo
estudiando al pueblo zuni que habita en Nuevo México (Estados Unidos), encuentra esta
vía intermedia: “La ciencia es una manera, una entre muchas, de conocer el mundo… La
visión de los zuni es tan válida como la que la arqueología nos propone sobre el pasado
prehistórico”. Los posmodernistas inventan sistemas y terminan forzando los hechos para
acomodarlos a sus principios: sus “verdades” surgen por el acuerdo entre las personas y no
por el acuerdo con las cosas. Así es como trabajan, por ejemplo, los pregoneros de la nueva
forma del creacionismo llamada diseño inteligente en cuyo Museo de la Creación,
localizado en Kentucky, un dinosaurio comparte la tranquilidad del Edén con Adán y Eva
negando así toda la evidencia empírica que demuestra que hombres y esos reptiles nunca
caminaron juntos por la superficie de la Tierra.
Este anarquismo filosófico llevó al físico y epistemólogo vienés Paul Feyerabend a
plantear esta barbaridad: “Mientras los padres de un niño pueden escoger entre educarlo
en el protestantismo, en la fe judía, o suprimir toda instrucción religiosa, no gozan de la
misma libertad en el caso de las ciencias, pues resulta obligatorio aprender física,
astronomía e historia”. Además se pregunta: “¿Qué tiene de grandioso la ciencia? ¿Qué
hace a la ciencia moderna preferible a la ciencia de los aristotélicos o a la cosmología de
los Hopi?”. Según Feyerabend ¡absolutamente nada! El epistemólogo austriaco soñaba con
un mundo donde la ciencia “no juegue ningún papel”, el cual “sería más agradable de
contemplar” que el que hoy vivimos. De verdad, ¿es válido aspirar a un mundo donde no
haya ciencia o aplicaciones tecnológicas?
Como para el posmodernismo todos los puntos de vista son válidos y deben ser respetados,
entonces la afirmación de que el holocausto nazi haya ocurrido es una cuestión de creencia
personal; o deben tener la misma validez el hecho de que el planeta Tierra se formó hace
5.000 millones de años y el cálculo de 1650 del canónigo irlandés James Ussher que dató la
creación del mundo la noche anterior al domingo 23 de octubre del año 4004 a.C.; o a la
teoría del diseño inteligente se le debe dar la misma respetabilidad que a la teoría de la
evolución darwiniana.
Algunos de los exponentes más connotados del pensamiento posmoderno han pregonado
ideas tan absurdas como el “fin de la historia” supuesto por Francis Fukuyama con lo que
supone que para la humanidad, después del capitalismo, no hay nada más (“Somos testigos
de la terminación de la evolución ideológica de la humanidad y de la universalización del
modelo liberal de democracia como el modelo final de gobierno humano)”; la negación de
la posibilidad del pensamiento humano para lograr una explicación objetiva de la realidad;
idioteces como la de Jaques Lacan de hacer equivalente la erección del miembro sexual
masculino a la raíz cuadrada de menos uno, o sea, a un número imaginario; a tratar de
establecer una relación entre el lenguaje poético y la teoría matemática de conjuntos, como
pretendía Julia Kristeva; a calificar ese monumento científico de la Física, los Principia, de
Newton, como poco más que un manual de destrucción lleno de metáforas del científico
macho invadiendo y desgarrando la naturaleza en pedazos, como piensa Sandra Harding; a
Luce Irigaray plantearse la extraña pregunta de si la más famosa ecuación de la física (E=
mc2) “es sexuada”: ella cree que sí, pues la ecuación privilegia “lo que camina más
aprisa”. Por su parte Bruno Latour al conocer la noticia de que Ramsés II pudo haber
muerto por tuberculosis hacia el año 1213 a.C., comentó que le parecía un anacronismo que
al Faraón lo hubiera matado una bacteria descubierta por Robert Koch en 1882 y llegó al
extremo de afirmar que “antes de Koch, el bacilo no tiene existencia real”. Para el
oscurantismo posmoderno el mundo exterior es una consecuencia del trabajo científico, no
su causa, por lo tanto el mundo natural no tiene ningún papel en la elaboración del
pensamiento científico.
Si se siguiera la lógica de Latour, entonces tendríamos que aceptar que la radiación cósmica
de fondo (el “eco” del big bang de hace 14.000 millones de años) solamente existe desde
1965 cuando la descubrieron Arno Penzias y Robert Wilson; que los elementos químicos
cumplen la ley de la periodicidad únicamente a partir del momento en que Mendeleiev los
organizó en una tabla periódica hacia finales del siglo XIX; que la realidad física del bosón
de Higgs se inicia en 2012 en el Gran Colisionador de Hadrones. A estos y otros absurdos
se llega cuando se aceptan tan irracionales argumentos. Razonar de esta manera no es
aceptable, de hacerlo, no existiría la ciencia (que se fundamenta en la razón), nuestro
cuerpo de conocimientos sería un caos donde no podría distinguirse con claridad lo
razonable de lo absurdo. En los planes de estudio de ciencias naturales se podría enseñar
cualquier cosa: química o alquimia, astrología o astronomía, diseño inteligente o evolución,
teoría del calórico o termodinámica, matemáticas o numerología. Con razón Mario Bunge
dijo que los militantes de la escuela posmoderna francesa “eran los mayores exportadores
de basura intelectual del mundo”.
Otro aspecto particularmente chocante de los filósofos adscritos a la corriente
posmodernista, es la tendencia que tienen en sus escritos a emplear un lenguaje
rimbombante, oscuro, enredado, con el cual pretenden parecer profundos y decir mucho,
dejándole al lector una desagradable sensación de “minusvalía intelectual” cuando en
realidad, en muchos casos, están diciendo sandeces con aire de profundidad. Seguramente
piensan que todo lo que es claro es de por sí, superficial. Intentan ganar admiración y
respetabilidad de los demás cuanto más incompresibles se hacen. La siguiente descripción
de las partículas atómicas y del principio de incertidumbre de Heisenberg es un ejemplo
patético: “…las partículas son composiciones infinitamente compuestas por puntos de vista
no sintetizables, prolijos y elementales, que constituyen un punto de vista holográfico e
indivisible como la multiplicidad bergsoniana. Así, la doble naturaleza de la partícula
elemental, de la cual no se puede establecer al mismo tiempo su dirección y su posición,
implica una composición polifónica irreducible a la suma de estas dos naturalezas que, en
cambio, multiplica sus determinaciones”. Frente a este ejemplo no puedo dejar de citar lo
que al respecto dijo Peter Medawar, premio Nobel de Medicina: “El que escribe de forma
oscura, o no sabe de lo que habla, o intenta alguna canallada”.
FINAL
En estos momentos de facilismo intelectual, en que la corrupción está en auge y el talento
es escaso (la expresión es de Honoré de Balzac), de tanta confusión ideológica, donde la
triquiñuela, la picardía, la mentira descarada son moneda corriente de una oscura
moralidad, se hace necesario tener claridad filosófica en los asuntos del conocimiento
científico si deseamos, junto con la claridad política, forjar una sociedad donde la ciencia,
sus aplicaciones tecnológicas y la educación puedan ser disfrutadas por las más amplias
mayorías de la población. Una sociedad que ponga los recursos naturales, el trabajo y los
talentos de sus gentes al servicio del avance de su país y que vea en la educación un pilar
para su desarrollo material y espiritual. Una sociedad que le brinde a sus docentes las
mejores oportunidades de apropiación y transmisión de conocimientos, que los trate como
profesionales de primerísima necesidad, que les respete la libertad de cátedra y de métodos,
en fin, una sociedad que les permita ejercer con todas las garantías el noble ejercicio de la
docencia, una donde la educación no sea una mercancía de buena calidad para la minoría
que pueda pagarla, mientras la mayoría solo puede acceder a un sistema educativo de mala
calidad.
El maestro de matemáticas, de biología, de física, de química debe poseer una muy buena
formación disciplinar y pedagógica, poner el método al servicio del contenido para procurar
que sus alumnos aprendan bien lo que él enseña. Pero también tiene que mirar más allá de
su profesión, estudiar las condiciones económicas y políticas de su país, comprometerse
con las reivindicaciones que levante el gremio en pro de mejorar la calidad de la educación,
así como las condiciones en las cuales ejercerla. El maestro, como agente social, no debe
quedarse encerrado en el aula de clase; más allá de ella hay toda una problemática política y
económica que indudablemente lo afecta y que por lo tanto no puede eludir. Esto implica
también su ineludible encuentro con el pensamiento filosófico.
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