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CIENCIA, DOCENCIA Y FILOSOFÍA: UN DIÁLOGO NECESARIO Por: Guillermo Guevara Pardo Licenciado en Ciencias de la Educación, especialidad Biología, Universidad Distrital “Francisco José de Caldas” Odontólogo, Universidad Nacional de Colombia [email protected] RESUMEN Ciencia y filosofía necesitan dialogar continuamente y más cuando ciertas corrientes filosóficas adelantan una cruzada plagada de oscurantismo contra el pensamiento racional. Sobran los ejemplos de científicos que incursionan en el campo de la elucubración filosófica y de filósofos que someten a análisis los resultados de la ciencia. Es falso que ciencia y filosofía no puedan dialogar; no es cierto que cuando estas dos ramas del saber se encuentran, la filosofía adopta una posición de inferioridad frente a la ciencia. Los profesores de ciencias naturales y matemáticas no pueden sustraerse de este diálogo, la práctica de la docencia lo requiere. El ejercicio de la docencia no solo está determinado por aspectos filosóficos y disciplinares, lo está en gran medida por las condiciones económicas del país donde el maestro la ejerce: es muy diferente la situación social de un maestro en Finlandia a la de otro en Colombia. Palabras clave: Ciencia, filosofía, posmodernismo, constructivismo. ABSTRACT Science and philosophy need dialogue to continuously and more when certain philosophical currents cross-plagued forward obscurantism against rational thought. There are many examples of scientists who venture into the field of philosophical profundity and philosophers who undergo analysis results of science. It is not true that science and philosophy can not talk; it is not true that when these two branches of knowledge are, philosophy adopts a position of inferiority to science. Teachers of natural sciences and mathematics can not shirk this dialogue, the practice of teaching requires. The practice of teaching is not only determined by philosophical and disciplinary aspects, it is largely by economic conditions in the country where the teacher exercised: it is very different social status of a teacher in Finland to another in Colombia. Key words: Science, philosophy, postmodernism, constructivism. CONTEXTO Ciencia y filosofía han estado íntimamente relacionadas a lo largo de la historia del pensamiento humano; ambas comparten con el mito y la religión la misma semilla. Son hijas del ansia por conocer. Desde la Antigüedad y hasta el Medioevo ciencia y filosofía eran una sola. La ciencia explica cada vez con más profundidad las causas de los fenómenos naturales y permite a la humanidad la práctica del control de la naturaleza. Sus resultados han cambiado la manera como pensamos el mundo y nuestro lugar en él. La revolución científica la llevó a romper con las explicaciones mitológicas y religiosas, y la alejó de la filosofía, rompimiento que le dio a la ciencia la independencia necesaria para estudiar la naturaleza y establecer una relación definitiva con las matemáticas. Quienes se dedicaban a indagar sobre los misterios del Kosmos, dejaron de ser “filósofos naturales” y se convirtieron en “científicos”. A pesar del alejamiento de esas dos ramas del “árbol del bien y del mal”, la relación entre ciencia y filosofía es necesaria. Hay momentos en los que el diálogo entre científicos y filósofos se debe profundizar, como ahora, cuando algunos investigadores de la teoría de cuerdas (teoría que propone que las diversas partículas atómicas son en realidad vibraciones de unos entes más básicos llamados cuerdas) han planteado que si alguna teoría física es suficientemente elegante y explicativa, ella no necesita ser sometida a la prueba experimental, que bastan los argumentos epistemológicos, estéticos o matemáticos para probar su veracidad. Sobre este punto vale la pena citar la autorizada voz de un premio Nobel, el físico teórico Steven Weinberg: “La inspiración y el juicio estético son importantes en el desarrollo de las teorías científicas, pero la verificación de estas teorías se basa en definitiva en pruebas experimentales e imparciales de sus predicciones. Aunque se utilizan las matemáticas a la hora de formular teorías físicas y calcular sus consecuencias, la ciencia no es una rama de las matemáticas, y las teorías científicas no se pueden deducir a partir de razonamientos puramente matemáticos”. El hecho de que la teoría de cuerdas al día de hoy no pueda ser contrastada experimentalmente, no significa que la verdad de esa teoría dependa únicamente de su consistencia matemática o de argumentos estéticos. Aquí no se alega que las teorías científicas no puedan poseer rasgos que las acerquen al tan elusivo (y a veces tan personal) concepto de “lo bello”, ni tampoco que no deban tener un sólido respaldo matemático; lo que no se puede aceptar es que la verdad de una determinada teoría sea definida recurriendo únicamente a criterios estéticos, estadísticos o epistemológicos. Esa propuesta rompe con siglos de tradición filosófica que define el conocimiento científico como esencialmente empírico. Aceptarla es negarle a la ciencia la posibilidad de describir la realidad; además significa abrir de par en par las puertas a las seudociencias, que pedirán entonces ser tratadas en pie de igualdad con la ciencia. Por ejemplo, Gary Zukav, en su texto The Dance Wu Li Masters, publicado en la década de los años 1970, le atribuye conciencia a los fotones (las partículas de la luz) pero se niega a aceptar la existencia de los átomos: “Los átomos nunca fueron en absoluto cosas “reales”. Los átomos son entes hipotéticos construidos para que las observaciones experimentales sean inteligibles. Nadie, ni una sola persona, ha visto jamás un átomo”. Algo semejante sostenía en el siglo XIX el positivista Ernst Mach, para quien como “los átomos no pueden apreciarse por los sentidos…son cosas del pensamiento”. Con ese tratamiento filosófico la física pasa a ser un reflejo de la mente humana, en lugar de la descripción de fenómenos conformados por campos y partículas cuya existencia es independiente del sujeto que los investiga. Ciencia y filosofía dialogan, a pesar de lo que sostiene, por ejemplo, Martín Zubiria en su análisis del tratado aristotélico Sobre el cielo, donde plantea que “…entre ciencia y filosofía no puede haber diálogo posible…”. Además supone que “…cuando la filosofía corre a ocuparse de otros saberes y promueve el surgimiento de disciplinas tales como las llamadas “filosofía de la ciencia”, “filosofía de la matemática”, “filosofía de la biología”, “filosofía de la comunicación”, “filosofía de la educación”, etc., parece dar por supuesto que no tiene una cosa propia de que ocuparse, y en el temor de verse barrida, por así decir, del campo del saber científico, busca el contacto con las llamadas “ciencias” para justificar de ese modo su propia existencia. Asume así una posición “servicial” frente a los saberes positivos e incluso “técnicos”, con la pretensión de auxiliarlos en la tarea de determinar sus respectivos estatutos epistemológicos”. La valoración de Zubiria no puede ser más injusta con el papel que la filosofía ha jugado en la historia de la ciencia. Quien haya leído Azar y necesidad de Jaques Monod, por citar un ejemplo, no podrá dejar de apreciar la riqueza que gana la explicación científica cuando ella es sometida al escrutinio desde un sistema filosófico; nadie podrá alegar que Monod utiliza la filosofía como una lacaya de la ciencia. ¿O es que, por ejemplo, en el sueño de una teoría del todo en la física, como búsqueda de unidad y simplicidad en la naturaleza, la filosofía no tiene nada que decir porque esa es una empresa que le compete más a la ciencia? Y ¿no tienen que entrar a dialogar científicos de la biología y filósofos cuando Thomas Nagel, de la Universidad de Nueva York, propone tener en consideración la posibilidad de la existencia de leyes naturales teleológicas? Cuando Ignacio Morgado, profesor de Psicobiología de la Universidad Autónoma de Barcelona (España), plantea: “El mundo es una ilusión creada por el cerebro…Nada de lo que hay aquí está realmente fuera, todo son ilusiones creadas por nuestro cerebro” y Albert Einstein defendía que: “La creencia en un mundo exterior independiente del sujeto preceptor, es la base de toda ciencia natural” ¿no hay dos hombres de ciencia anclados en los campos filosóficos irreconciliables del idealismo y el materialismo? Interpretar el mundo e intentar transformarlo en cualquiera de sus dimensiones, implica necesariamente adoptar una posición filosófica. El científico debe atreverse a la elucubración filosófica y el filósofo adentrarse en el campo de la ciencia como claramente lo expresara Einstein: “Los resultados de las investigaciones científicas determinan a menudo profundos cambios en la concepción filosófica de problemas cuya amplitud escapa al dominio restringido de la ciencia […] Las generalizaciones filosóficas deben basarse en las conclusiones científicas, y una vez establecidas y aceptadas ampliamente dichas generalizaciones filosóficas, deben a su vez influir en el desarrollo ulterior del pensamiento científico, indicando algunos de los múltiples caminos a seguir”. Cuando un presocrático como Tales de Mileto se preguntaba por el origen de todas las cosas, planteaba una pregunta de carácter filosófico y de naturaleza científica. Tales fue capaz de determinar la fecha de un eclipse de sol y de idear un procedimiento matemático para medir la altura de una pirámide, tareas propias de la ciencia. Los filósofos jonios fueron los primeros en intentar dar una explicación racional de los fenómenos que veían. Las observaciones de Nicolás Copérnico pusieron a la Tierra y demás planetas a girar alrededor del Sol y desataron una revolución en la esfera de la ciencia que tuvo significativas repercusiones filosóficas. Otro caso es la idea de “selección natural”, que tanta atracción ejerce sobre científicos con inquietudes filosóficas y sobre filósofos interesados en los resultados de la ciencia. Agreguemos los debates filosóficos que genera la teoría de la relatividad, o los debidos a los insólitos comportamientos de las partículas atómicas explicados por la mecánica cuántica, o los que suscita la ingeniería genética, especialmente ahora cuando se tienen tecnologías que permiten modificar el genoma humano de células enfermas, pero también el de óvulos y espermatozoides. Estos y otros ejemplos se han repetido a través de la historia con Aristóteles, Demócrito, Lucrecio, Pitágoras, pasando por Descartes, Galileo, Kepler, Newton, Kant, Laplace, Darwin, Marx, Engels y tantos más, hasta llegar a Planck, Einstein e inclusive al muy renombrado Stephen Hawking. EL PELIGRO POSMODERNISTA La ciencia es el camino más expedito que tiene el hombre para alcanzar el conocimiento objetivo de la realidad material que lo rodea. La objetividad previene al pensamiento de la tentación de pretender ir más allá de la verdad científica para buscar inexistentes principios metafísicos “superiores”. Sostener que en el ámbito de las ciencias naturales no es el experimento el evaluador de la veracidad o falsedad de una teoría, sino que sea la belleza interna o el consenso de quienes más saben, es renunciar al principio de objetividad. Sin el recurso al principio de objetividad es imposible obtener un conocimiento fidedigno de las leyes que gobiernan el comportamiento de los fenómenos naturales y sociales. Además, tal principio permite el desarrollo tecnológico de los conocimientos logrados: la ingeniería genética, por ejemplo, es posible solo como consecuencia del cúmulo de conocimientos adquiridos sobre la estructura y función de la molécula del ácido desoxirribonucleico (ADN), que tiene una realidad objetiva, no es una creación de la mente, existe con independencia del sujeto cognoscente; esta tecnología permite la manipulación de los genes, hacer algo que la naturaleza nunca ha hecho: insertar el gen humano de la insulina en la intimidad del genoma de un microorganismo y con esa elegante jugada, mejorar la calidad de vida de quienes sufren diabetes. La peligrosa moda del relativismo filosófico riñe con el principio de objetividad al sostener que cualquier explicación es válida. Por ejemplo, las proposiciones “la Tierra gira alrededor del Sol” y, “la Tierra es una esfera hueca que contiene el Sol, los planetas y las estrellas fijas” tendrían el mismo grado de validez. Una de las dos tiene que ser falsa: la primera cuenta con suficiente evidencia empírica; la segunda puede ser un bello vuelo de la imaginación, pero es falsa, ningún hecho del mundo real la respalda, no puede ser sometida a la contrastación experimental. Para el relativismo filosófico no hay “estándares objetivos y universales, todo vale por igual: la filantropía y el canibalismo, la ciencia y la magia, tu virtud y mi vicio”, ha escrito el físico y epistemólogo argentino Mario Bunge. A estas alturas del siglo XXI el pensamiento racional sigue siendo acechado por ese nuevo tipo de oscurantismo, el cual, adoptando formas sutiles y engañosas, valiéndose de un lenguaje complicado, barnizado con algunos conceptos científicos a veces distorsionados, pretendiendo cambiar la belleza por el experimento, adelanta desde el siglo pasado una cruzada contra la racionalidad científica. La ciencia, sus practicantes, aprendices, divulgadores y especialmente los maestros no pueden dejarse enredar en la nefasta telaraña del relativismo filosófico si se desea preservar la salud intelectual de esas actividades. Los científicos indagan sobre las causas de los fenómenos naturales valiéndose del siempre renovado método científico, apoyándose en el formalismo matemático, planteando teorías, deduciendo predicciones, concatenando observaciones y diseñando experimentos que terminan por respaldar o rechazar una hipótesis, en fin, haciendo todo lo necesario para transitar por camino seguro hacia la verdad científica. La evolución de la ciencia ha permitido explicar más y más fenómenos con mayor precisión, es decir, con profundidad creciente: pensemos en la química de hoy y la que Lavoisier hacía en el siglo XVIII o, en la genética que el padre Gregor Mendel descubrió en el huerto de su monasterio y los desarrollos logrados en la biología molecular o, en el hecho de que hasta hace unos pocos años no conocíamos ningún planeta más allá del sistema solar y hoy se han encontrado miles de ellos. La ciencia es la forma más elaborada de organización de los conocimientos que la humanidad, a lo largo de su desarrollo histórico, ha venido acumulando sobre el funcionamiento de la naturaleza y la sociedad. Conocimientos que los maestros deben garantizar se transmitan con la mejor metodología a las nuevas generaciones. La ciencia no puede considerarse simplemente como otro punto de vista. La validez de sus hipótesis y teorías no depende de la belleza que se pueda apreciar en ellas, de la fe o de la autoridad de un individuo, sino del veredicto de la práctica experimental, de su relación con los hechos: fue el experimento de Joseph John Thomson cuando descubrió el electrón el que demostró que la secular creencia en la indivisibilidad del átomo, era falsa; fue el experimento el que comprobó la capacidad antimicrobiana de la penicilina; también fue con el experimento como se demostró la existencia del bosón de Higgs; fue el experimento el que definió sin lugar a dudas que los quarks son los componentes de protones y neutrones; fue con el complejo experimento LIGO como recientemente se encontraron las predichas ondas gravitacionales. Será el experimento el que defina si existen las partículas supersimétricas, o los gravitones, o si la teoría de cuerdas es cierta o falsa. Solo con modelos matemáticos y simulaciones computacionales no se podrá decretar la existencia, en los arrabales más lejanos de nuestro sistema solar, de un noveno planeta; si existe, él tendrá que ser observado con algún telescopio. Con los resultados experimentales en la mano el investigador puede hacer predicciones de nuevos hechos (algo de lo que carecen las seudociencias): fue así, por ejemplo, como Wolfgang Pauli propuso la existencia del neutrino, John Couch Adamas y Urbain Le Verrier la de Neptuno y Dimitri Mendeléyev la de tres nuevos elementos químicos. La ciencia, recordemos, es una síntesis de teoría y práctica: sin la práctica experimental queda reducida a la pura especulación; sin la teoría, se convierte en práctica protocientífica, en conocimiento cotidiano. Ciencia y filosofía son caminos para desechar prejuicios y supersticiones, para lograr una visión racional de los fenómenos que suceden en el mundo natural y social. Esto hace parte de su grandeza. No importa que a veces el conocimiento científico y sus aplicaciones tecnológicas entren en contradicción con la dignidad humana y traigan consecuencias indeseables, como cuando el átomo, esa “Pequeñísima estrella…” que un guerrero sedujo y “… te guardó en su chaleco como si fueras sólo píldora norteamericana, y viajó por el mundo dejándote caer en Hiroshima” cual lo cantó Pablo Neruda en su hermosa Oda al átomo. La culpa no está en el átomo, en el conocimiento científico, recae en la forma de organización social que hoy tiene la humanidad. A pesar de todo eso, la ciencia ha hecho que nuestra vida sea mejor que la de todos los humanos que nos precedieron, quienes vivieron momentos históricos donde el saber científico y tecnológico era menor. Es entonces un contrasentido plantear la existencia de un mundo sin ciencia y sin los instrumentos tecnológicos creados con su ayuda. NEXO ECONÓMICO La filosofía no es una entelequia sin ninguna conexión con el mundo real. El posmodernismo es una corriente filosófica que sirve a los intereses económicos del neoliberalismo. No en vano su inicio y auge coincide con las transformaciones neoliberales impulsadas durante los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. No es una simple coincidencia que neoliberales y posmodernos se identifiquen en la exaltación casi enfermiza del “individuo” como el agente histórico fundamental, único. Por ejemplo, para Milton Friedman, el éxito económico de una nación no radica en la intervención estatal, sino en la iniciativa individual. Por su parte, las didácticas constructivistas priorizan el papel del individuo como “constructor del conocimiento” y reducen el del maestro al de ser solo un agente mediador, un dinamizador, un facilitador negándole así la necesidad de tener una formación especializada de su campo disciplinar. La ciencia hace rato se convirtió en palanca fundamental para el desarrollo y progreso de las naciones: un porcentaje importante del Producto Interno Bruto (PIB) de los Estados Unidos proviene de las aplicaciones de la mecánica cuántica. En contraste, los bienes de alta tecnología representan muy poco en las exportaciones de América Latina. Los países del Tercer Mundo ven que la brecha científica y tecnológica se amplía y profundiza continuamente respecto de los que pertenecen al Primer Mundo, desde donde se escuchan recomendaciones que sugieren que estos países deben dedicarse a lo que saben hacer bien, pero no cometer el error de tratar de incursionar en temas más sofisticados en los cuales no tienen ninguna oportunidad; esos cantos de sirena niegan la posibilidad de contribuir al desarrollo del conocimiento científico, dicen que lo único que hay que hacer es leer y tratar de entender la ciencia que en otros países se está haciendo y venderles a las metrópolis los recursos naturales (como los mineros) que permitan comprar, ya elaborada, toda la tecnología que necesita un país. Tratamiento tan discriminante le asegura a las potencias mundiales su posición de dominio imperial. A los demás les dejan la astrología a cambio de la astronomía. Les niegan la oportunidad de un desarrollo científico y tecnológico decente. Esas tesis han encontrado eco abyecto en los gobiernos que ha tenido que padecer Colombia en los últimos veinte años, que han definido que no vale la pena que se haga un esfuerzo importante para crear una capacidad propia de producción en ciencia y tecnología, que lo mejor que podemos hacer es dejar esos temas a los países desarrollados y contentarnos con adquirir la tecnología y la mayoría de alimentos que ellos producen, mientras nosotros nos dedicamos a exportarles uchuvas. Las políticas económicas neoliberales impuestas y obedecidas por los gobernantes colombianos han puesto a la nación en el último vagón del tren del conocimiento. En estas condiciones el papel de la educación en el desarrollo de la ciencia y la tecnología, es marginal. Apenas si se aspira a que la mayoría de los ciudadanos desarrollen las competencias mínimas que necesita la mano de obra barata de la maquila. Además de esta desgracia, de la prometida “mermelada” de las regalías que las multinacionales deben pagar por la extracción de los recursos mineros, la comunidad científica apenas si saborea una insignificante pizca, pues ellas han quedado sometidas al manejo politiquero de gobernadores y alcaldes, amén del debilitamiento de Colciencias y del nulo incremento del presupuesto para el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la innovación. Todo esto ha tenido un impacto negativo en la calidad de la educación pública colombiana y las condiciones laborales de los docentes, en todos sus niveles. Para un país pobre, quienes nos gobiernan han diseñado una educación pobre. Los que creen que cualquier forma de explicación es válida, que “todo vale”, que consideran la ciencia como “otro punto de vista”, que consideran el mundo como una construcción de la mente o ven en el método experimental “un mito de los epistemólogos”, han terminado por convertirse en idiotas útiles de las políticas económicas y educativas que se agencian desde las más altas esferas del Gobierno Nacional. Afortunadamente hay científicos de renombre, como el neurobiólogo Rodolfo Llinás, que han reclamado del Gobierno darle a la ciencia y la tecnología la importancia necesaria para contribuir a mejorar el bienestar de las gentes del país. Con claridad el doctor Llinás ha señalado: “Colombia no está dando todo lo que puede dar desde el punto de vista humano. Definitivamente nuestros artistas son fantásticos, nuestros escritores son fantásticos, pero nuestros científicos no pueden ser fantásticos. No porque falte capacidad, sino porque simplemente no existe el interés ni la voluntad social y política necesaria para sostener un eje científico fuerte”. Jorge Reynolds Pombo (el inventor del primer marcapasos externo con electrodos internos) no ha recibido un solo peso de los entes oficiales para poder adelantar sus investigaciones y el instituto donde Manuel Elkin Patarroyo adelantaba sus trabajos sobre la vacuna contra la malaria, fue cerrado, el edificio abandonado y sus alrededores convertidos en parqueaderos. De esa dimensión es el tratamiento que la ciencia recibe en Colombia, amén del abandono de cualquier intento de apoyar la investigación en ciencia básica. Los centros de poder mundial han decidido condenarnos, por ahora, a cien años de soledad científica y tecnológica. Para lograrlo necesitan debilitar al máximo la soberanía nacional, empobrecer el sistema educativo y arrasar con la débil estructura industrial y agropecuaria objetivos que están alcanzando desde que se inició lo que se conoce como la apertura económica y que se ha profundizado con los tratados de libre comercio (TLC) negociados con Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá, Corea del Sur y otros países. La industria, que ha sido el motor fundamental para el progreso de la humanidad y un importante campo para las aplicaciones científicas, ha perdido peso en la economía nacional: mientras en la década de los años 1980 representaba el 20% del PIB hoy apenas alcanza un lánguido 12% y, 60% de las exportaciones son materias primas sin ninguna clase de transformación. Tan nefasto manejo de la economía nacional ha hecho que miles de colombianos pierdan sus puestos de trabajo, aumentando en consecuencia el desempleo, la informalidad y la emigración. Se explica así que de 2009 a 2014 en Colombia solamente se haya invertido en Investigación y Desarrollo un 0,21% del PIB cifra que contrasta, y de qué manera, con lo que invirtieron en 2011 algunas de las naciones más desarrolladas: Israel (3,97%), Japón (3,39%), Corea del Sur (4,04%), Singapur (2,05%), Finlandia (3,8%), Suecia (3,39%), Estados Unidos (2,76%), Canadá (1,79%). Y para hacer más dramático el cuadro de nuestro atraso científico y tecnológico, aún estamos lejos de los porcentajes destinados por tres de nuestros vecinos geográficos: Brasil (1,21%), Argentina (0,65%), Chile (0,7%). Estas lamentables cifras demuestran que las políticas económicas con que se ha gobernado el país, no permitieron el salto cualitativo a la producción de bienes de alta tecnología. El economista Mario Alejandro Valencia lo señala claramente: “El país no crea conocimiento importante y el nivel de investigación es menor al de los países ricos. Por el contrario, los pocos logros en materia industrial conseguidos entre las décadas de 1940 y 1970, se han venido desvaneciendo, al punto que hoy la actividad económica del país con más dinamismo consiste en la especulación financiera y en extraer, sin ninguna transformación, los recursos de la naturaleza, cuyo esfuerzo más significativo consiste en inventarse y producir las máquinas para sacarlos del subsuelo; máquinas que Colombia no produce”. En las condiciones de diseño de un país atrasado dedicado únicamente a la producción de bienes primarios, no es necesario impulsar el desarrollo de la ciencia y la tecnología, ni el de una educación científica y tecnológica de alta calidad que garantice la formación de profesionales, tecnólogos y científicos de primerísimo nivel. A un país dedicado únicamente a la explotación de materias primas, para nada le sirven personas que sepan secuenciar genes, resolver complejos problemas matemáticos, explicar el universo, diseñar moléculas novedosas. Un país así, no necesita de una educación de altísima calidad y por lo tanto tampoco son necesarios maestros con una excelente formación académica. Ante semejante panorama, solamente se puede calificar de vulgar “cañazo” de jugador de póquer la pretensión de Juan Manuel Santos de convertir a Colombia en “la más educada de América Latina”. Colombia es un país neocolonial y semifeudal, condiciones que están determinadas por el dominio económico y político que sobre la nación ejerce el imperio norteamericano: esa es la base material que condiciona su atraso científico y tecnológico. Uno de los caminos a seguir para ir cerrando la brecha que nos aleja de los países más desarrollados es la educación, que entre sus objetivos fundamentales deberá apuntar a el fortalecimiento de la producción nacional en todos los sectores y niveles de la economía, desde el agropecuario hasta el de servicios, pasando por el industrial, para lo cual la educación debe plantearse el reto de alcanzar los más altos niveles científicos y tecnológicos, y colocarse cada vez más a tono con el desarrollo mundial de las fuerzas productivas. Uno de los factores fundamentales para la pérdida de nuestra independencia nacional y la prolongación de la dominación imperialista que padece actualmente el país, es el atraso científico y tecnológico cuya base se encuentra en el sistema educativo. La apropiación exclusiva de conocimientos es una táctica de dominación muy vieja de la historia de las naciones. Eso ya lo habían ensayado los Ptolomeos, la dinastía griega que gobernó Egipto durante tres siglos. Los príncipes ptolemaicos consideraban que a un imperio no le bastaba con disponer de información exclusiva, sino que era indispensable evitar que otros la tuvieran. Para lograrlo, fundaron la colosal biblioteca de Alejandría, robaron colecciones privadas, copiaron ajenas, confiscaron las de los vencidos e hicieron todo lo que fuera posible para que las ciudades rivales no pudieran acumular papiros. Este ejemplo muestra que el dominio del conocimiento hace parte del dominio económico y político. OSCURANTISMO POSMODERNO Ante las preguntas: ¿son las teorías científicas una descripción aproximadamente fiel de la realidad material?, ¿tiene la ciencia la misma capacidad explicativa que el mito?, ¿existe la realidad independientemente de la conciencia o es una proyección de esta?, ¿cómo logramos saber que una teoría científica es falsa o verdadera? los defensores del relativismo epistémico han dado respuestas muy particulares con las que pretenden defender una concepción epistemológica que, en el fondo, ataca al conocimiento científico y que hace parte de los planteamientos posmodernistas y de las pedagogías constructivistas tan en boga en algunas facultades de ciencias de la educación y otros departamentos universitarios. El significado más común de la palabra relativismo tiene que ver con la afirmación de que podemos atribuir un peso o valor equivalente a cualquier explicación posible, pues no existe un criterio objetivamente válido para decidir cuál de todas las opciones es verdadera, ya que toda afirmación depende de las condiciones o contextos de la persona o grupo que la afirma. El relativismo epistémico plantea que la ciencia no es más que un “mito”, un “punto de vista más”, una “narración” o una “construcción social”. Considera la ciencia como uno de los tantos mitos culturales, no más verdadero ni válido que los de cualquier otra cultura. Por ejemplo, la ciencia sostiene que los indígenas americanos proceden de Asia, mientras que una creencia nativista dice que surgieron a la superficie desde un hueco situado en el interior de la tierra. Objetivamente una de las dos tesis tiene que ser falsa. La primera cuenta con pruebas recabadas a partir del registro fósil y del análisis genético; para la otra no hay ninguna prueba empírica que la respalde, no se basa en leyes de la naturaleza. Para evitar la contradicción, el arqueólogo británico Roger Anyon quien durante años estuvo estudiando al pueblo zuni que habita en Nuevo México (Estados Unidos), encuentra esta vía intermedia: “La ciencia es una manera, una entre muchas, de conocer el mundo… La visión de los zuni es tan válida como la que la arqueología nos propone sobre el pasado prehistórico”. Los posmodernistas inventan sistemas y terminan forzando los hechos para acomodarlos a sus principios: sus “verdades” surgen por el acuerdo entre las personas y no por el acuerdo con las cosas. Así es como trabajan, por ejemplo, los pregoneros de la nueva forma del creacionismo llamada diseño inteligente en cuyo Museo de la Creación, localizado en Kentucky, un dinosaurio comparte la tranquilidad del Edén con Adán y Eva negando así toda la evidencia empírica que demuestra que hombres y esos reptiles nunca caminaron juntos por la superficie de la Tierra. Este anarquismo filosófico llevó al físico y epistemólogo vienés Paul Feyerabend a plantear esta barbaridad: “Mientras los padres de un niño pueden escoger entre educarlo en el protestantismo, en la fe judía, o suprimir toda instrucción religiosa, no gozan de la misma libertad en el caso de las ciencias, pues resulta obligatorio aprender física, astronomía e historia”. Además se pregunta: “¿Qué tiene de grandioso la ciencia? ¿Qué hace a la ciencia moderna preferible a la ciencia de los aristotélicos o a la cosmología de los Hopi?”. Según Feyerabend ¡absolutamente nada! El epistemólogo austriaco soñaba con un mundo donde la ciencia “no juegue ningún papel”, el cual “sería más agradable de contemplar” que el que hoy vivimos. De verdad, ¿es válido aspirar a un mundo donde no haya ciencia o aplicaciones tecnológicas? Como para el posmodernismo todos los puntos de vista son válidos y deben ser respetados, entonces la afirmación de que el holocausto nazi haya ocurrido es una cuestión de creencia personal; o deben tener la misma validez el hecho de que el planeta Tierra se formó hace 5.000 millones de años y el cálculo de 1650 del canónigo irlandés James Ussher que dató la creación del mundo la noche anterior al domingo 23 de octubre del año 4004 a.C.; o a la teoría del diseño inteligente se le debe dar la misma respetabilidad que a la teoría de la evolución darwiniana. Algunos de los exponentes más connotados del pensamiento posmoderno han pregonado ideas tan absurdas como el “fin de la historia” supuesto por Francis Fukuyama con lo que supone que para la humanidad, después del capitalismo, no hay nada más (“Somos testigos de la terminación de la evolución ideológica de la humanidad y de la universalización del modelo liberal de democracia como el modelo final de gobierno humano)”; la negación de la posibilidad del pensamiento humano para lograr una explicación objetiva de la realidad; idioteces como la de Jaques Lacan de hacer equivalente la erección del miembro sexual masculino a la raíz cuadrada de menos uno, o sea, a un número imaginario; a tratar de establecer una relación entre el lenguaje poético y la teoría matemática de conjuntos, como pretendía Julia Kristeva; a calificar ese monumento científico de la Física, los Principia, de Newton, como poco más que un manual de destrucción lleno de metáforas del científico macho invadiendo y desgarrando la naturaleza en pedazos, como piensa Sandra Harding; a Luce Irigaray plantearse la extraña pregunta de si la más famosa ecuación de la física (E= mc2) “es sexuada”: ella cree que sí, pues la ecuación privilegia “lo que camina más aprisa”. Por su parte Bruno Latour al conocer la noticia de que Ramsés II pudo haber muerto por tuberculosis hacia el año 1213 a.C., comentó que le parecía un anacronismo que al Faraón lo hubiera matado una bacteria descubierta por Robert Koch en 1882 y llegó al extremo de afirmar que “antes de Koch, el bacilo no tiene existencia real”. Para el oscurantismo posmoderno el mundo exterior es una consecuencia del trabajo científico, no su causa, por lo tanto el mundo natural no tiene ningún papel en la elaboración del pensamiento científico. Si se siguiera la lógica de Latour, entonces tendríamos que aceptar que la radiación cósmica de fondo (el “eco” del big bang de hace 14.000 millones de años) solamente existe desde 1965 cuando la descubrieron Arno Penzias y Robert Wilson; que los elementos químicos cumplen la ley de la periodicidad únicamente a partir del momento en que Mendeleiev los organizó en una tabla periódica hacia finales del siglo XIX; que la realidad física del bosón de Higgs se inicia en 2012 en el Gran Colisionador de Hadrones. A estos y otros absurdos se llega cuando se aceptan tan irracionales argumentos. Razonar de esta manera no es aceptable, de hacerlo, no existiría la ciencia (que se fundamenta en la razón), nuestro cuerpo de conocimientos sería un caos donde no podría distinguirse con claridad lo razonable de lo absurdo. En los planes de estudio de ciencias naturales se podría enseñar cualquier cosa: química o alquimia, astrología o astronomía, diseño inteligente o evolución, teoría del calórico o termodinámica, matemáticas o numerología. Con razón Mario Bunge dijo que los militantes de la escuela posmoderna francesa “eran los mayores exportadores de basura intelectual del mundo”. Otro aspecto particularmente chocante de los filósofos adscritos a la corriente posmodernista, es la tendencia que tienen en sus escritos a emplear un lenguaje rimbombante, oscuro, enredado, con el cual pretenden parecer profundos y decir mucho, dejándole al lector una desagradable sensación de “minusvalía intelectual” cuando en realidad, en muchos casos, están diciendo sandeces con aire de profundidad. Seguramente piensan que todo lo que es claro es de por sí, superficial. Intentan ganar admiración y respetabilidad de los demás cuanto más incompresibles se hacen. La siguiente descripción de las partículas atómicas y del principio de incertidumbre de Heisenberg es un ejemplo patético: “…las partículas son composiciones infinitamente compuestas por puntos de vista no sintetizables, prolijos y elementales, que constituyen un punto de vista holográfico e indivisible como la multiplicidad bergsoniana. Así, la doble naturaleza de la partícula elemental, de la cual no se puede establecer al mismo tiempo su dirección y su posición, implica una composición polifónica irreducible a la suma de estas dos naturalezas que, en cambio, multiplica sus determinaciones”. Frente a este ejemplo no puedo dejar de citar lo que al respecto dijo Peter Medawar, premio Nobel de Medicina: “El que escribe de forma oscura, o no sabe de lo que habla, o intenta alguna canallada”. FINAL En estos momentos de facilismo intelectual, en que la corrupción está en auge y el talento es escaso (la expresión es de Honoré de Balzac), de tanta confusión ideológica, donde la triquiñuela, la picardía, la mentira descarada son moneda corriente de una oscura moralidad, se hace necesario tener claridad filosófica en los asuntos del conocimiento científico si deseamos, junto con la claridad política, forjar una sociedad donde la ciencia, sus aplicaciones tecnológicas y la educación puedan ser disfrutadas por las más amplias mayorías de la población. Una sociedad que ponga los recursos naturales, el trabajo y los talentos de sus gentes al servicio del avance de su país y que vea en la educación un pilar para su desarrollo material y espiritual. Una sociedad que le brinde a sus docentes las mejores oportunidades de apropiación y transmisión de conocimientos, que los trate como profesionales de primerísima necesidad, que les respete la libertad de cátedra y de métodos, en fin, una sociedad que les permita ejercer con todas las garantías el noble ejercicio de la docencia, una donde la educación no sea una mercancía de buena calidad para la minoría que pueda pagarla, mientras la mayoría solo puede acceder a un sistema educativo de mala calidad. El maestro de matemáticas, de biología, de física, de química debe poseer una muy buena formación disciplinar y pedagógica, poner el método al servicio del contenido para procurar que sus alumnos aprendan bien lo que él enseña. Pero también tiene que mirar más allá de su profesión, estudiar las condiciones económicas y políticas de su país, comprometerse con las reivindicaciones que levante el gremio en pro de mejorar la calidad de la educación, así como las condiciones en las cuales ejercerla. El maestro, como agente social, no debe quedarse encerrado en el aula de clase; más allá de ella hay toda una problemática política y económica que indudablemente lo afecta y que por lo tanto no puede eludir. Esto implica también su ineludible encuentro con el pensamiento filosófico. BIBLIOGRAFÍA 1) Achenbach, Joel, Días de incredulidad, National Geographic, marzo de 2015, vol. 36, núm. 3. 2) Callinicos, Alex, Contra el posmodernismo, Bogotá, Áncora, 1998. 3) Ellis, George y Silk, Joe, Defend the integrity of phisics, Nature, Vol. 516, diciembre, 2014. 4) Kragh, Helge, Generaciones cuánticas. 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