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Por si acaso
A los 23 años de edad tuve cáncer. Fue un tumor maligno en el trocante mayor
del fémur izquierdo, conocido como sarcoma de Edwing. La agresividad de ese
tipo de tumor es tal, que le llevó a decirme años después al conocido doctor
Rodrigo Álvarez Cambras que de cien se salvan dos, y provocó que un
ortopédico del hospital Fructuoso Rodríguez cuestionara el diagnóstico emitido,
pues él no conocía a ningún paciente de Edwing que se hubiese salvado.
Pero me salvé. Todo hace indicar que las 38 radiaciones recibidas acribillaron
el tumor y los sueros citostáticos evitaron la metástasis. Los insufribles dolores
que padecí más nunca aparecieron después de la primera radiación. Al concluir
el tratamiento, el radioterapeuta me dijo: “Te podrá salir un tumor en otro lugar,
pero ahí, más nunca.” Ojalá todos los médicos que me han visto
posteriormente hubiesen escuchado aquellas palabras, porque como una
sombra implacable, la idea del cáncer se posa en las cabezas de los galenos
que me tratan por diversas razones, cuando irremediablemente les tengo que
contar mi historia.
La primera vez que la sospecha del cáncer volvió a rondarme fue a solo cinco
meses de concluir los sueros citostáticos. Un dolor en la espalda por la zona de
los pulmones, con una fiebrecita acompañante, hizo que mi oncólogo ordenara
una tomografía radial. El diagnóstico del radiólogo fue aplastante: nódulos en
ambos pulmones y el izquierdo invadido. ¡Cáncer en los pulmones!, ¡nada
menos que de un Edwing! ¡Como de apaga y vamos!
Pero todo fue un error. Aunque el equipo radiográfico tenía sus dificultades, un
técnico de otro hospital, de un solo vistazo a las placas, concluyó: “Ahí yo solo
veo una neumonía.” A esa altura ya me habían dado una radiación en los
pulmones, la segunda me la impidió una rotura del carro en el que iba al
hospital y los sueros me los evitó aquel técnico, pues justo esa tarde debía
comenzar con los citostáticos.
Dos años más tarde padecí una enfermedad neurológica llamada Gillain Barré,
que me provocó una parálisis. ¿Y dónde me ingresaron? Pues en el hospital
Oncológico, “por si acaso”.
Pasó el tiempo y mi predilección por el deporte me motivó a correr medias
maratones, con todo su entrenamiento acompañante. Desde el año 2008 hasta
el 2012 corrí una barbaridad de kilómetros, hasta que la irradiada cabeza del
fémur de mi pobre cadera izquierda dijo ¡basta! Los dolores del desgaste óseo
me llevaron a guardar cama durante tres meses y medio.
Fue entonces cuando Álvarez Cambras pronunció aquella frase que
mencioné, y ordenó que me hicieran una gammagrafía, “por si acaso”.
famoso doctor le escuché decir la palabra “residiva”, la cual alude a
reaparición de células malignas luego de haberse padecido un tumor.
gamma dio negativa y mi vida continuó.
ya
Al
la
La
Tres años después, justo en abril de este 2015, fui a ver a un médico de
Medicina Deportiva, pues me había dedicado a la natación y mis hombros
estaban padeciendo. Sí, lo de los hombros me lo vio, pero también me ordenó
una placa digital en la cadera, “por si acaso”. Ya aquello era obstinante. Pero
me tiré la placa y ni una palabra me dijo el galeno cuando la vio.
Dos meses después supe por un amigo mío, afectado en sus caderas debido a
dos accidentes sufridos, que la cámara hiperbárica ayuda a enfrentar la
necrosis en las células de las zonas aquejadas por desgaste óseo. Y me fui yo
a ver a un ortopédico para que evaluaran la posibilidad de tratarme en una
cámara hiperbárica.
Me vio el médico, y ¿qué hizo? Pues eso mismo: ordenarme una placa, “por si
acaso”. Cansado de lo mismo con lo mismo, me resistí en el acto. Entonces el
médico me dijo, con cierto tono comprensivo, “No tengas miedo”, y le tuve que
responder. “Mire doctor, yo no sigo la filosofía del avestruz, pero estoy cansado
de tirarme placas y ya una vez me alertaron que de tantas radiaciones podían
provocarme un problema.” El ortopédico me respondió que los rayos X
afectaban muy poco. Me preguntó que desde cuándo yo no veía a mi oncólogo
y me alertó que los pacientes de Edwing tienen que atenderse constantemente,
porque con el Edwing hay solo dos opciones, o uno se salva o no.
Me tiraron la placa, se la llevé al médico y me dijo tres cosas: 1. no debía
someterme a la cámara hiperbárica porque me podía reactivar el tumor; 2. él
veía pérdida de masa ósea; 3. yo debía ver a mi oncólogo. Más clarito, ni el
agua. ¡El tipo me estaba diciendo que yo podía tener cáncer nuevamente! ¡Lo
de nunca acabar!
Les cuento que no pude dormir en esos días, más bien ronqué a piernas
sueltas. La preocupación era “tanta”, que el domingo de esa semana, a pesar
de andar con mi tradicional muleta, competí en un evento de biatlex, en el que
tuve que trotar 1200 metros, nadar 200 y trotar otros 1200. Por la noche llamé a
Anasagasti, mi médico del Oncológico, el de siempre.
Uno no se debe burlar de los profesionales, pero Anasagasti y yo no pudimos
hacer otra cosa que burlarnos. Me dijo que 25 años eran demasiado para que
todavía a alguien se le ocurriera pensar que volviera a surgirme un tumor en la
cadera. Además me dijo que la cámara hiperbárica sí estaba aprobada
científicamente para los pacientes que tuvieron cáncer. En fin, el mar.
Los años pasarán y el “por si acaso” de algún médico que me trate de ocasión
volverá a repetirse. Para quitármelo de encima solo tendré dos opciones: o lo
mando p’al caraj…, lo cual no es respetuoso, o me tiro la dichosa placa.
Hace unos años escribí un artículo sobre mi enfermedad con el interés de
contribuir a reducir los prejuicios que tienen los pacientes acerca del cáncer.
Hoy comprendo que los prejuicios de los médicos a veces son peores; por eso
escribo este nuevo artículo.
Sé que esta “terrible enfermedad” que padecí, nada menos que causada por el
agresivo sarcoma de Edwing, me dejará alcanzar apenas los 100 años de vida.
Después que cumpla el Centenario, un día iré a ver un médico por algún que
otro problema de los tantos que son comunes en las personas de la tercera
edad. Cuando el galeno se entere que tuve un Edwing, va a ordenar que me
tire una placa, “por si acaso”. Me tirarán la placa, el médico la verá y me dirá
que nota una sombra extraña, por lo que debo ver a mi oncólogo. Esa noche
llamaré a Anasagasti, quien rondará los 110 años, y le contaré lo sucedido.
Eso es un chiste; realmente no llamaré a Anasagasti ni nada parecido. Si a los
100 años de vida a un médico se le ocurre decirme que vio una sombrita en
una placa que me tiraron, “por si acaso” se le ocurre mandarme otra prueba,
me ajustaré la dentadura postiza con mano temblorosa propia de la edad y le
diré: “Doctor, métase la sombra por el culo.”
Sandelis
28 de junio del 2015