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Universidad Católica de Santiago del Estero Licenciatura en Psicología Asignatura: Introducción a la Sociología Unidad II: El positivismo de Durkheim Clase 3: El sistema teórico de E.Durkheim Centralidad de la problemática de la cohesión Tal como ha sido planteado ya en la clase anterior, el estudio de los vínculos entre individuo y sociedad constituye la piedra angular de la teorización de Durkheim. A su modo de ver, en ese vínculo existe una supremacía de la sociedad frente al individuo, derivada del poder moral que posee aquélla, en virtud del cual es capaz de poner límites a la necesidad humana y de desarrollar una capacidad reguladora de la vida social. “Toda sociedad es una sociedad moral”, afirma en La división del trabajo social -según se ha visto en la antedicha clase- de donde se desprende que la Sociología es la ciencia de la moral, entendida no como una actividad orientada a establecer o discutir la validez ética de los diversos sistemas axiológicos, jerarquías de valores o sistemas normativos, sino como práctica científica que tiene por objeto estudiar la sociedad como moral. Esto es, la capacidad reguladora y cohesionadora que se deriva, precisamente, de la sociedad entendida como moral. “¿Cómo es posible que, al mismo tiempo que se hace más autónomo, dependa el individuo más estrechamente de la sociedad? ¿Cómo se puede ser a la vez más personal y más solidario?”, se pregunta en el “Prefacio” a la 1a. edición de la División Social del Trabajo (DTS). Esta pregunta torna más específica su preocupación central y abre el camino de su indagación en torno de una problemática que será fundante de su quehacer sociológico: la de la solidaridad social (o, lo que es lo mismo, la de la cohesión social). “[...] resulta que existe una solidaridad social que procede de que un cierto número de estados de la conciencia son comunes a todos los miembros de la misma sociedad” (E. Durkheim, La División del Trabajo Social, p. 128). A su modo de ver, “la vida social mana de una doble fuente: la semejanza de las conciencias y la división del trabajo social” (DTS, p. 267). Es decir, la vida social, que es vida en común y es también vida regulada, depende de dos grandes cuestiones. Una es la de la semejanza de las conciencias; la otra, la de la solidaridad que surge de la cooperación. Según Durkheim, hay en los individuos dos tipos de conciencia. Una, que contiene solamente los estados personales de cada cual y que son propios de cada uno. Es una conciencia individual que representa la personalidad de cada sujeto. Otra, que representa el tipo colectivo y se expresa a través de creencias y sentimientos comunes a todos los miembros del grupo. Llama a esta última conciencia o alma colectiva y le atribuye una significativa capacidad para generar solidaridad (o cohesión), que se sustenta en la semejanza. Resulta, así, una clase de cohesión social que procede de un estado de conciencia que es común a todos los miembros de una sociedad. Durkheim llama a este tipo de cohesión solidaridad mecánica, pues como ocurre con los cuerpos inorgánicos, las moléculas que los componen carecen de movimientos propios. Esta clase de solidaridad es típica de las sociedades homogéneas y poco desarrolladas, en las cuales la división del trabajo aún es incipiente. En las sociedades más complejas juega todavía algún papel, pero el fundamento de la cohesión de éstas es otro. “Las moléculas sociales [...] no podrían pues moverse con unidad sino en la medida en que carecen de movimientos propios, como hacen las moléculas de los cuerpos inorgánicos. Por eso proponemos llamar mecánica a esa especie de solidaridad” (E. Durkheim, DTS, p. 153). En efecto, cuando las sociedades se complejizan avanzan dentro de ellas la división del trabajo y la especialización; al mismo tiempo se incrementa la “autonomización” de las personas, es decir, su individualización. En consecuencia, la semejanza de las conciencias se restringe para dar lugar a una mayor diferenciación de lo individual. En estos casos aparece la segunda fuente de la cohesión: el incremento de la división del trabajo y de la especialización operan en el sentido de la individualización pero también hacen a los individuos más dependientes entre sí. Los convierten en sujetos cooperadores que no obstante sus diferencias -más bien debido a ellas- se necesitan recíprocamente. Durkheim llama a este tipo de cohesión solidaridad orgánica, por su semejanza con el comportamiento de los órganos en los animales superiores. Cada órgano puede tener cierta autonomía, aunque en la unidad del organismo -es decir, en el todo-, y sólo allí, está la vida. “Esta solidaridad se parece a la que se observa en los animales superiores. Cada órgano, en efecto, tiene en ellos su fisonomía especial, su autonomía y, sin embargo, la unidad del organismo es tanto mayor cuanto que esta individualización de las partes es más señalada. En razón de esa analogía, proponemos llamar orgánica ala solidaridad debida a la división del trabajo” (E. Durkheim, DTS, p. 154). La solidaridad mecánica tiende a disminuir en razón directa con el incremento de los márgenes de individualización, y viceversa: la solidaridad orgánica disminuye en relación directa con la ausencia de individualización. Podría quizá pensarse que ambos tipos de solidaridad remiten a formas diferentes de sociedad: poco desarrolladas en un caso, más complejas en el otro. Sin embargo, Durkheim se encarga explícitamente de no alentar interpretaciones rígidas de su concepción. La vida social es una sola –sostiene aunque mane de una doble fuente. Claramente se sigue de sus puntualizaciones que en las sociedades funcionan ambos tipos de solidaridad. Dice, por ejemplo: “No se ve a la sociedad bajo un mismo aspecto en los dos casos”. Se refiere, obviamente, a ambos tipos de solidaridad; y es remarcable el hecho de que se refiere a “la sociedad”, esto es a una unidad, que presenta dos aspectos. Y sigue: “En el primero, lo que se llama con ese nombre [solidaridad, E. L.] es un conjunto más o menos organizado de creencias y sentimientos comunes a todos los miembros del grupo: éste es el tipo colectivo. Por el contrario, la sociedad de que somos solidarios en el segundo caso es un sistema de funciones diferentes y especiales que unen relaciones definidas. Estas dos sociedades, por lo demás, constituyen sólo una. Son dos aspectos de una sola y misma realidad [...].”(DTS, p. 151) Durkheim quiere evitar simplificaciones que reduzcan la posibilidad de comprender los fenómenos. Desde luego, en las sociedades poco desarrolladas, con escasa diferenciación interna, la importancia de la solidaridad por semejanza es muy grande. En las más desarrolladas, en cambio, funcionan ambas fuentes. Lo normal y lo patológico Fiel descendiente directo del pensamiento de la Ilustración y del positivismo en ciencias sociales, Durkheim planteará una inteligente discusión acerca del lugar de los fines y los valores en la ciencia. ¿Debe ésta -en particular la ciencia social- decidir si sólo se limita a explicar cómo unas causas producen unos efectos, o debe además decir qué fines deben ser perseguidos? Si bien sabe de las posiciones de quienes sostienen que la ciencia sólo conoce los hechos y nada enseña sobre lo que los hombres deben querer o las metas que deben perseguir, no las aprecia. Entiende que esta manera de plantear las cosas despoja a la ciencia de la posibilidad de cualquier eficacia práctica. “Si la ciencia no puede ayudarnos en la elección del mejor fin ¿cómo podría enseñarnos cuál es el mejor camino para llegar a él?” se pregunta en Las reglas del método sociológico (RMS, p. 51). ¿Acaso la ciencia no debe estar en condiciones de recomendar cuál es la vía más rápida, la más económica o la más segura? Además, ¿no es todo medio, en sí mismo, un fin? ¿Cómo discernir? Racionalista al fin, elige “reivindicar los derechos de la razón sin recaer en la ideología” y se dispone a establecer la distinción entre lo normal y lo patológico en el ámbito de la sociología, apelando a la ayuda de la biología. “Efectivamente -dice- tanto para las sociedades como para los individuos, la salud es buena y la enfermedad, por el contrario, es lo malo que debe ser evitado. Por lo tanto, si encontramos un criterio objetivo, inherente a los hechos mismos, que nos permita distinguir científicamente la salud de la enfermedad en los diversos órdenes de fenómenos sociales, la ciencia estará en condiciones de esclarecer la práctica, sin dejar por ello de ser fiel a su propio método.” (RMS, p. 52) En busca de ese criterio objetivo y con la ayuda de la biología construye, en primer lugar, el concepto de tipo medio, que define como el “ser esquemático que se constituiría reuniendo en la misma totalidad, en una especie de individualidad abstracta, los caracteres más frecuentes en la especie, con sus formas más frecuentes [...]” (RMS, p. 56). Como se ve, el concepto de tipo medio supone el de especie -“especie de individualidad abstracta”, dice- y debe contemplar, asimismo, la posibilidad de la variedad regular, conforme ocurre en aquéllas: los estándares de salud de los adultos no son los mismos que los de los niños y los de éstos tampoco son similares a los de los ancianos. Una cosa semejante ocurre con las sociedades. Un hecho social, sostiene, “sólo puede llamarse normal para una especie social determinada en relación con una fase igualmente determinada de su desarrollo” (RMS, p. 57). Es decir que no se puede establecer de manera general y abstracta si un hecho es normal o patológico; hay que situarlo en el contexto de la totalidad de los elementos que cada tipo social contiene en cada fase o etapa. Y en ese marco decidir sobre su ajuste o no al tipo social correspondiente. Ahora bien, si determinada clase de hechos pueden ser tenidos por normales en una fase y patológicos en otra, esto significa que esos estados no pueden ser definidos como tales de una vez y para siempre. De donde se colige, asimismo, que a las causas de lo normal y de lo patológico no hay que buscarlas fuera del organismo de que se trate. Es decir, que no es posible trazar una clara línea divisoria que autorice la búsqueda de lo patológico en elementos externos al organismo bajo consideración. En la construcción del tipo medio se procede, inevitablemente, a seleccionar rasgos exteriores de los fenómenos bajo estudio, sobre la base de la observación. Se trata, en principio, de la búsqueda de rasgos que son o bien generales o bien excepcionales. Es decir, con cuánta frecuencia o con cuánta excepcionalidad se presentan en una especie social determinada, en un momento dado de su desarrollo. Así, llamará normales a los fenómenos que se encuadran dentro del tipo medio; y patológicos a los restantes. “Llamaremos normales a los hechos que presentan las formas más generales y daremos a los otros el nombre de morbosos o patológicos. Si acordamos nombrar como tipo medio al ser esquemático que se constituirá reuniendo en la misma totalidad, en una especie de individualidad abstracta, los caracteres más frecuentes en la especie, con sus formas más frecuentes, podrá decirse que el tipo normal se confunde con el tipo medio y que toda desviación de este modelo de la salud es un fenómeno morboso” (E. Durkheim, Las reglas del método sociológico, Ed. Schapire, Buenos Aires, 1976, p. 56). El procedimiento de buscar rasgos exteriores ya sea generales, ya excepcionales, no está exento de error. Puede suceder, por ejemplo, que algo tomado por general sea apenas una sobrevivencia inercial de algún rasgo que fue significativo en el pasado -es decir, en otra fasepero que en la actualidad ya no lo sea. De manera que Durkheim recomienda explicar el por qué de esa generalización. Así, va a sostener que “el carácter normal del fenómeno será efectivamente más indiscutible si se demuestra que el signo exterior que lo había revelado al principio no es puramente aparente, sino que está fundado en la naturaleza de las cosas; en una palabra, si se puede erigir esta normalidad de hecho en una normalidad de derecho” (RMS, p. 58). Es decir, si se establece una conexión causal que dé sustento explicativo a lo que inicialmente es sólo una regularidad observada. Durkheim ve ventajas, como ya se ha señalado, en la posibilidad que se abre a la ciencia social de distinguir entre lo normal y lo patológico. Confía en que esta tarea pueda desarrollarse con solvencia en el futuro. Pero advierte que para alcanzar el nivel explicativo que esa distinción requiere, es preciso haber alcanzado un nivel significativo de desarrollo de la ciencia. Los tipos sociales Como se acaba de ver, la construcción de tipos sociales resulta muy importante para abordar la cuestión de lo normal y lo patológico. Durkheim le asignaba una relevancia tal que sostenía que una rama de la sociología debía estar consagrada a la constitución de tipos sociales (o especies, como también las llama) y a su clasificación: la morfología social. Por otra parte, suponía que los tipos podían proporcionar un término medio que balancease la vieja disputa entre los historiadores, inclinados a la búsqueda de lo singular, de lo peculiar y único de cada hecho o proceso, y los filósofos desdeñosos de la historia, volcados en cambio a la búsqueda de “leyes generales que están inscriptas en la constitución del hombre y que dominan todo el desarrollo histórico” (RMS, p. 69). Prima facie parecería no existir más camino para la construcción de dichos tipos sociales que desarrollar una enorme tarea de examen de hechos particulares. La especie es, en rigor, un resumen de casos individuales. De donde se sigue que la mencionada tarea sería ineludible. Sin embargo, Durkheim va a sostener que es “inexacto que la ciencia sólo pueda construir leyes después de haber revisado todos los hechos que ellas expresan, ni formar géneros sólo después de haber descrito integralmente a los individuos que ellas comprenden” (RMS, p. 70). Existen, a su juicio, hechos decisivos o cruciales con apoyo en los cuales se pueden construir tipos o géneros sin necesidad de hacer un inventario de todos los caracteres que les estarían subordinados. Ahora bien, ¿cómo se selecciona tales principios? Durkheim va a responder que la naturaleza de una totalidad depende de la naturaleza de los elementos que lo componen, de su número y de su modo de combinación. De estas cuestiones, relevantes para la constitución de tipos o especies, debe ocuparse la antedicha morfología social. Los elementos centrales de esas totalidades son las unidades más simples: aquellas que presentan una completa ausencia de partes y que, por lo tanto, no son divisibles ni presentan traza de segmentación anterior. Referido al ámbito social, se trata de sociedades simples: toda sociedad está formada por sociedades más simples que ella. De donde se sigue que resulta de una enorme importancia conocer “la sociedad más simple que jamás haya existido” (RMS, p. 72), porque será la base de cualquier clasificación (y, por tanto, un hecho decisivo o crucial, de enorme significación). A su modo de ver, esta sociedad más simple es la horda, a la que entiende “[...] como un agregado social que no comprende ni jamás ha comprendido en su seno a ningún otro agregado más elemental, sino que se resuelve inmediatamente en individuos [...] Se concibe que no pueda haber sociedad más simple; es el protoplasma del reino social y, en consecuencia, la base natural de toda clasificación.” (RMS, p. 73) La yuxtaposición de hordas que conservan sus rasgos constitutivos originales se denomina clan. Así, el elemento básico es la horda, que resulta -según la conceptualización de Durkheim- una sociedad de segmento único. Los tipos sociales fundamentales y su desenvolvimiento posterior resultan del modo de combinarse la horda consigo misma. Esta combinación da origen a sociedades nuevas, las que, a su vez, pueden producir combinaciones nuevas. De modo que puede imaginarse que, en el comienzo, de la reunión de sociedades de segmento único resultaron sociedades polisegmentarias simples, por ejemplo, ciertas tribus iroquesas y australianas, y probablemente -dice Durkheim- las primitivas fratria ateniense y curia romana. La reunión de sociedades del tipo anterior habría dado origen a sociedades polisegmentarias simplemente compuestas: la confederación iroquesa y cada una de las tres tribus cuya asociación generó más tarde la ciudad romana. Más tarde vendrían las sociedades polisegmentarias doblemente compuestas, entre las que Durkheim ubica a la ciudad que resulta de un agregado de tribus (que a su vez son agregados de curias, que se resuelven en gentes o clases) y la tribu germánica. Un rasgo de suma importancia resulta del hecho de que los segmentos más simples que están subsumidos en unidades mayores pueden quedar en mayor o menor grado absorbidos en el conjunto de la nueva totalidad. Es decir, puede ser que algunos segmentos conserven cierta vida local o que sean absorbidos en la vida general. A esta capacidad de unirse o de compenetrarse de los distintos segmentos, Durkheim la llama coalescencia. El mayor o menor grado de coalescencia tendrá, entonces, también, un impacto significativo sobre las características del tipo. La rama de la sociología que el sociólogo francés propone denominar morfología social debería ser la encargada de desarrollar este campo. Él no fue mucho más allá de lo que se ha mencionado, pues su propósito era simplemente señalar su importancia y ofrecer algunas pistas acerca de cómo podría organizarse y desarrollarse el trabajo en su interior. Medio social interno y cambio social Nuevamente con la ayuda de la biología, Durkheim construye el concepto de medio social interno, que define de la siguiente manera: “el conjunto determinado que a través de su reunión forman los elementos de toda índole que entren en la composición de una sociedad” (RMS, p. 90). Distingue entre ellos las cosas y las personas. Los primeros, representados por los objetos materiales que están incorporados a la sociedad, pero también por las materializaciones de actividades sociales anteriores, como el derecho, las costumbres y las obras artísticas, entre otros. De las personas dice que constituyen el “factor activo” de la sociedad y su “fuerza motriz”. Preocupado por dilucidar qué determina el curso de acción de los fenómenos sociales, establece taxativamente que “el origen primero de todo proceso social deberá ser buscado en la constitución del medio social interno” (RMS, p. 90). Es decir, que el dinamismo de las sociedades depende de dicho medio interno. En éste, propone prestarle especial atención a lo que llama densidad dinámica, que define como el grado de estrechamiento en que se encuentran las unidades que componen la sociedad. No se trata centralmente de una estrechez (o ligazón) en el plano económico o comercial, sino del “estrechamiento moral del que el precedente sólo es auxiliar y, bastante en general, la consecuencia” (RMS, p. 91). Es decir que la densidad dinámica alude al nivel de cohesión ética que presentan las unidades que constituyen la sociedad (cabe destacar que aquí Durkheim introduce nuevamente la significación del elemento moral en la constitución de la sociedad, que ya ha sido mencionado en la clase anterior). Esta cohesión (o estrechamiento) representa el grado en que se han borrado las diferencias entre los distintos segmentos y, por el contrario, se desenvuelve una vida en común poco o nada afectada por la realidad segmentaria previa. A mayor estrechez, vida en común y mayor dinamismo social. Y viceversa: a menor estrechez, menor vida en común y menor dinamismo social del colectivo. Durkheim distingue también una densidad material, en la que incluye la cantidad de habitantes por unidad de superficie, las vías de comunicación y, en general, lo que hoy llamaríamos la infraestructura física de una sociedad. Cree que ambos tipos de densidad están relacionados y tiende a pensar que la material puede funcionar como un buen indicador de la dinámica. Pero reconoce excepciones y alerta sobre ello: señala que la densidad material de Gran Bretaña es superior a la de Francia, pero, sin embargo, la densidad dinámica de ésta es mayor que la de aquélla, porque el grado de coalescencia1 de los segmentos que la integran es mayor. La noción de medio interno es muy importante porque es en su interior donde se deben encontrar las relaciones causales que explican el desenvolvimiento de una sociedad. En sus propias palabras: “Esta concepción del medio social como factor determinante de la evolución colectiva es de la mayor importancia, ya que si se la rechaza, la sociología se encuentra en la imposibilidad de establecer ninguna relación causal” (RMS, p. 92). Durkheim no teoriza abiertamente el cambio social, no existe un acápite específico en su obra en el que se dedique específicamente a ello. Sin embargo, hay una serie de referencias que pueden ser mencionadas para bosquejar sus ideas al respecto. En primer lugar, debe recordarse lo ya mencionado a propósito de la construcción de los tipos sociales: habría un proceso de asociación y combinación de segmentos y/o sociedades más simples que conduciría a la constitución de sociedades comparativamente más complejas que las anteriores. Obviamente, en esa formulación se está postulando una idea sobre el cambio social. Hay un modo de ir desenvolviéndose las sociedades, mediante la asociación y la combinación de sus partes constitutivas, que conduce hacia formas más complejas. En segundo lugar puede mencionarse que Durkheim parece tener una concepción evolucionista del cambio social, que sería en alguna medida coherente con la idea de progreso acuñada por la Ilustración. En la cita textual inmediatamente precedente se encuentra formulada de manera explícita esta noción: el “medio social como factor determinante de la evolución colectiva”, dice. En tercer lugar, y directamente vinculado con lo anterior, las transformaciones en el medio interno, en cualquiera de sus dimensiones, conducen a cambios en la sociedad. En este sentido, Durkheim afirma: “los cambios que se producen en él [el medio interno, E. L.], cualesquiera sean sus causas, repercuten en todas las direcciones del organismo social y no pueden dejar de afectar en mayor o menor medida a todas sus funciones” (RMS, p. 92). El medio social interno es la sede de la causalidad y del cambio. A su modo de ver, hay sin duda influencias que vienen del pasado. Pero no necesariamente imponen un sello definitivo al presente. Si así fuera, cada sociedad no sería más que una mera prolongación de la que la precedió. Como él dice, “los acontecimientos actuales de la vida social no derivarían del estado actual de la sociedad sino de acontecimientos anteriores [...] y las explicaciones sociológicas consistirían exclusivamente en relacionar el pasado con el presente” (RMS, p. 93). Y no es así. Por lo menos no enteramente así. Esto porque entre el pasado (y sus 1 Coalescencia: propiedad de las cosas de unirse o fundirse influencias) y lo actual se interpone el medio social interno que coloca condiciones concomitantes (así las llama Durkheim) capaces de producir “cierta diversidad” (RMS, p. 94), que incide también sobre el modo de ser de las sociedades. Es decir, capaces de producir algo distinto o novedoso respecto de lo que viene del pasado. A su juicio, estas condiciones concomitantes resultan de las características y peculiaridades de cada medio social interno. Finalmente, Durkheim introduce -a propósito de esta discusión- una problemática sumamente interesante. Señala que los progresos de todo tipo realizados en cualquier momento histórico, jurídicos, económicos, políticos, etc., abren posibilidades de nuevos progresos pero -se pregunta- ¿los predeterminan? “Son un punto de partida -dice- que permite ir más allá; pero ¿qué es lo que nos incita a ir más allá?” (RMS, p. 93). A modo de respuesta, arriesga la posibilidad de la existencia de una tendencia interna que impulsa a la humanidad a superar los resultados adquiridos, una especie de fuerza motriz que impele a los hombres hacia adelante, en busca de su realización y/o de su felicidad. La idea queda simplemente esbozada y no puede decirse que nuestro autor se comprometa firmemente con ella. Admitiéndola simplemente por vía de hipótesis formula una aclaración y una advertencia. Sostiene que no podría proponerse una imputación causal, puesto que esto sólo es posible entre dos hechos dados. La mencionada fuerza motriz no es un hecho dado sino una mera postulación. A lo sumo podremos decir -señala- “cómo han sucedido las cosas hasta ahora, no en qué orden se darán en lo sucesivo, porque la causa de la que se presume que dependen no está científicamente determinada ni es determinable” (RMS, p. 93). Ésta es, en síntesis, la aclaración. La advertencia, por su parte, consiste en negarle entidad a la previsión ordinariamente admitida que consiste en suponer que las cosas seguirán un rumbo evolutivo en el mismo sentido que traen del pasado. Científico al fin, cultor de la regla sociológica que enseña a desconfiar de los prejuicios y de las prenociones (regla que él mismo consignó en su trabajo sobre metodología sociológica), escribe: “Nada nos asegura que los hechos realizados expresan bastante completamente la naturaleza de esta tendencia, como para poder prejuzgar el término al que aspira después de aquéllos por los que ha pasado sucesivamente. ¿Por qué suponer que la dirección que sigue y que imprime sería rectilínea?.” (RMS, p. 93)