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Elabora el esquema, o un mapa conceptual, del texto adjunto
La construcción social de la realidad
Esta obra de Berger y Luckmann1 presenta las características de las teorías
constructivistas. Esto es, parten de una relación dialéctica entre individuo y sociedad,
entendiendo la sociedad como realidad objetiva y subjetiva a la vez y todo ello dentro de un
análisis histórico.
“La sociedad es un producto humano. La sociedad es una realidad objetiva. El hombre es un
producto social” (Berger y Luckmann, 1968 :84).
En la construcción social de la realidad consideran que el mundo social puede caracterizarse
por la interacción de tres momentos que reciben el nombre de externalización, objetivación e
internalización. A partir de los procesos de institucionalización, legitimación y socialización.
Por la externalización comprendemos que el mundo social es un producto de la
actividad humana. La externalización es una necesidad antropológica, “el ser humano…
continuamente tiene que externalizarse en actividad” (Berger y Luckmann, 1968 :73). Esta
necesidad de externalización se entiende a partir de dos teorías diferentes, aunque relacionadas
entre sí: por una parta el análisis de la constitución biológica del ser humano y por otra la teoría
de la alienación de Hegel y Marx. Respecto a la constitución biológica, está claro que el ser
humano tiene una enorme plasticidad, es decir, debido a que los instintos humanos son
inexistentes necesitamos crear un orden social que estabilice los comportamientos. Como
nuestra carga instintiva es tan pequeña, necesitamos de la cultura, es decir, de la
externalización. Esta visión es perfectamente compatible con la idea marxista de ser humano
como producto de la interacción con los demás en un momento histórico determinado. El
hombre construye su propia naturaleza en su relación con los demás2.
La idea de externalización introduce también una noción de sociedad: supone que la
sociedad no es un “ente” provisto de leyes naturales sobre las que no cabe actuar, la sociedad
está construida por la acción humana. El orden social es siempre fruto de la actividad humana,
1
BERGER, Peter y Thomas LUCKMANN (1968): La construcción social de la realidad. Buenos Aires,
Amorrortu.
2
En este planteamiento podríamos encuadrar también la obra de
ARENDT, Hannah (1974): La condición humana. Barcelona, Seix Barral.
que evidencia el papel del trabajo, la obra y la acción en la condición del ser humano.
aunque, a la vez, y una vez producido por la actividad humana, constriña la acción, limite las
posibilidades ofrecidas por la apertura del mundo. Esta sería la perspectiva dialéctica, por la
que el mundo social es fruto de la acción humana, y el hombre se construye en la interacción
social, necesita de la sociedad para convertirse en humano.
La objetivación considera que la sociedad es una realidad objetiva. El mundo fabricado
por los humanos se vuelve externo y coactivo en el sentido durkhemiano de “hecho social”, es
decir, tiene realidad independientemente de los actores que la producen, son “cosas”, se
objetivan. Pero objetivación no es reificación, en el proceso de objetivación siempre ha de estar
presente que es el humano el que crea su mundo social, la relación entre el ser humano,
productor, y los productos es siempre dialéctica. Los procesos por los que se produce la
objetivación son la institucionalización y la legitimación.
La institucionalización se genera a partir de las acciones repetidas, que se convierten en
típicas. Es el mecanismo para explicar el orden social:
“Las instituciones han sido concebidas para liberar a los individuos de la necesidad de reinventar
el mundo y reorientarse diariamente en él” (Berger y Luckmann, 1997: 81).
El elemento básico en el proceso de institucionalización es el hábito, que
“economiza esfuerzos y que es aprehendida como pauta para el que la ejecuta” (Berger y
Luckmann, 1968 :74).
La gran ventaja del hábito es que restringe las opciones, lo que comporta cierto alivio
psicológico con ello aparece la capacidad creadora, pues el hábito
“… libera energía para aquellas decisiones que puedan requerirse en ciertas circunstancias. En
otras palabras, el trasfondo de la actividad habitualizada abre un primer plano a la deliberación y
la innovación” (Berger y Luckmann, 1968 :75).
Instituciones y roles están íntimamente relacionadas, como señalan los autores:
“La institucionalización aparece cada vez que se da una tipificación recíproca de acciones
habitualizadas por tipos de actores…. Lo que hay que destacar es la reciprocidad de las
tipificaciones institucionales y la tipicalidad no sólo de las acciones sino de también de los
actores en las instituciones” (Berger y Luckmann, 1968 :76).
La institucionalización supone una tipología de los actuantes que interactúan bajo “tipos”
concretos, los roles sociales. Las instituciones se hacen presentes y cobran vida en el
desempeño de los roles. Roles que tienen las dos dimensiones –social e individual- pues al
desempeñar los roles participamos en un mundo social, y al internalizarlos, ese mundo cobra
realidad subjetiva.
Otro elemento de las instituciones es su carácter histórico, de transmisión
intergeneracional, donde adquiere todo su potencial de objetivación, pues solamente como
mundo objetivo pueden las formaciones sociales transmitirse a las nuevas generaciones, que,
por otra parte, nacen en un mundo institucionalizado, donde las conductas están pautadas en
torno a roles sociales. Con la historicidad y objetivación de las instituciones surge también la
necesidad de desarrollar controles sociales específicos para las nuevas generaciones:
“es más probable que uno se desvíe de programas fijados por otros, que de los que uno mismo ha
contribuido a establecer” (Berger y Luckmann, 1968 :85).
Con ello se está considerando que la institucionalización no es un proceso irreversible, sino que
variará históricamente.
La legitimación cumple la función de explicar y justificar las instituciones, el orden
establecido. La legitimación busca dar sentido tanto a la vida individual que se desarrolla en
torno a las instituciones sociales como a las propias instituciones, proporcionándolas
integración. Este es un punto de suma trascendencia en el planteamiento de La construcción
social de la realidad, las instituciones sociales se encuentran integradas no porque
funcionalmente lo estén (como plantea el estructural-funcionalismo) sino porque los humanos
necesitamos dar un sentido a nuestra vida social, de manera que lo explicamos y justificamos
como un todo integrado, es decir, es la palabra, el lenguaje, el conocimiento, lo que integra lo
social.
“… las acciones discontinuas se piensan , no como hechos aislados sino como partes conexas de
un universo subjetivamente significativo cuyos significados no son específicos para el individuo,
sino que están articulados y se comparten socialmente. Solo por la vía de este rodeo de los
universos de significado socialmente compartidos llegamos a la necesidad de un integración
institucional” (Berger y Luckmann, 1968 :88).
Los conocimientos compartidos son el corazón social, la transmisión del significado de una
institución se basa en su reconocimiento social como solución “permanente” a un problema
“permanente”. Esto supone que los actores de esta colectividad deben enterarse
sistemáticamente de estos significado, lo que supone un proceso educativo, o de socialización.
Los autores distinguen distintos niveles de legitimación, entre los que cabe destacar los
“universos simbólicos” :
“Cuerpos de tradición teórica que integran zonas de significado diferentes y abarcan el orden
institucional en una totalidad simbólica” (Berger y Luckmann, 1968 :124).
Con ellos se trasciende la esfera de la aplicación pragmática, pues su esfera simbólica se
relaciona con el nivel más amplio de legitimación. Constituyen ese marco de referencia general
por el que se integran todos los sectores del orden institucional, en ese sentido son “universos”,
la matriz de todos los significados sociales y subjetivos.
Para entender el significado de estos universos simbólicos hay que acudir a su génesis
histórica, al proceso de objetivación, sedimentación y acumulación del conocimiento.
Funcionan para legitimar tanto la biografía individual (dimensión ontogenética) como el orden
institucional (dimensión filogenética). En este sentido tienen una función nómica, de “poner
cada cosa en su lugar” (Berger y Luckmann, 1968 :128) y con ello protege al individuo contra
la angustia existencial.
El mantenimiento de los universos simbólicos no es mecánico, y se puede constituir
como problema social. Las razones que esgrimen son diversas: (1) la interiorización de los
universos simbólicos a través de la socialización es activa, según la idiosincrasia personal se
asume de una u otra manera3 (2) puede haber grupos “heréticos” que defiendan un universo
simbólico alternativo (3) en el encuentro con otras culturas se produce la confrontación de
universales simbólicos alternativos. En última instancia, el mecanismo social más importante
para el mantenimiento de los universales simbólicos es el poder.
El tercer momento de la dialéctica entre individuo y sociedad es la internalización. Por
ella, el individuo “asume” ese mundo social producido por el hombre y objetivado como
externo, de forma que configura la propia conciencia individual. Aunque las explicaciones y
justificaciones del orden social son aprendidas por las nuevas generaciones en el proceso de
socialización dentro del orden institucional; lo interesante en la orientación de La construcción
social de la realidad es que la visión del sujeto es activa, es decir, cada uno de nosotros, de una
forma personal, nos socializamos de manera distinta. La socialización nunca es total. Los
autores distinguen entre socialización primaria y secundaria. La socialización primaria es la que
se produce en la niñez, donde se aprenden los procesos cognitivos y afectivos de identificación
con sus otros significantes. La socialización secundaria se refiere sobre todo a la adquisición de
roles específicos, en relación con el proceso de división del trabajo social.
3
En este sentido resulta especialmente sugerente como para Ortega y Gasset la sociedad como marco normativo
tiene un carácter claramente coactivo, pero a la vez es en muchos casos enormemente inespecífica.