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SALMO 119:11
“En mi corazón he guardado tus dichos,
Para no pecar contra ti”
“Sobre toda cosa guardada”, aconseja Salomón, “guarda tu corazón; porque de él mana la vida”
(Prov 4:23). Este consejo es de vital importancia. La vida cristiana no consiste simplemente en
observar ciertas reglas de comportamiento externo, sino en tener una actitud correcta hacia Dios.
En otras palabras, la vida cristiana nace y se sustenta en el corazón.
En el v.9, el salmista afirmó que la manera en que el joven podía limpiar su camino, era
guardando los mandamientos de Dios. Obviamente, para guardar Sus mandamientos, es
necesario conocerlos, y eso requiere el estudio de la Palabra de Dios. Sin embargo, conocer la
Palabra no es suficiente. Aunque ese conocimiento nos ayudará a saber qué cosas son pecado
(Rom 7:7), el peligro que corremos, es de no guardar los mandatos de Dios de todo corazón. En
otras palabras, un problema latente en la vida cristiana es el de comportarnos bien externamente
(para satisfacer a los hombres), y al mismo tiempo tener pensamientos o actitudes internas que no
agradan a Dios.
En el primer siglo, los fariseos eran expertos en la ley. Ellos se jactaban de guardar
escrupulosamente todas las leyes y las tradiciones de los judíos; sin embargo, tenían un problema
muy serio – su corazón estaba lejos de Dios. Aunque guardaban la letra de la ley, no guardaban
el espíritu de ella. Por ejemplo, se cuidaban de no matar a nadie; pero en sus corazones,
menospreciaban y odiaban a muchos (Mat 5:21-22). Se cuidaban de no cometer adulterio; pero
miraban con lascivia a las mujeres, y cometían adulterio en sus corazones (Mat 5:27-28). Por
eso, Cristo tuvo que amonestarlos severamente, y hacerles recordar que Dios no solo mira lo que
hacemos externamente, sino lo que pensamos y sentimos internamente.
Esto nos lleva a considerar el verso 11, del Salmo 119, “En mi corazón he guardado tus dichos,
para no pecar contra ti”. La meta del salmista era no cometer pecado, y para lograr esa meta, se
propuso ‘guardar’ los mandamientos de Dios en su corazón. Al estudiar este verso, lo primero
que debemos observar es que el verbo, “guardado”, en hebreo, no es el mismo que se usó en el
v.9. Aquí el verbo es ‘tsafán’, que significa ‘esconder’. El verbo se usa en el sentido literal, en
pasajes como Éx 2:2-3 y Josué 2:4. Pero, cuando se usa en relación con el corazón, el verbo
‘tsafán’ tiene el sentido de ‘colocar’ o ‘guardar’ (ver Job 10:13). Por ende, lo que el salmista está
diciendo es que para evitar el pecado, se propuso ‘colocar’ los mandamientos de Dios en su
corazón. ¿Qué podemos aprender de esto?
En primer lugar, aprendemos que no es suficiente almacenar los mandamientos de Dios en
nuestras mentes. El cerebro puede conocer la Palabra de Dios, y al mismo tiempo decidir hacer
lo opuesto. Recordemos, que para los judíos, el ‘corazón’ no era el centro de las emociones, sino
el centro de la voluntad de la persona. Por lo tanto, al decir que había colocado los mandamientos
de Dios en su “corazón”, el salmista estaba afirmando que la Palabra de Dios iba a ser
determinante en establecer sus pensamientos, sus actitudes, y su misma voluntad.
En segundo lugar, aprendemos que nuestro comportamiento externo debe ser una expresión de
nuestra voluntad interna. No debemos caer en la trampa de hacer ciertas cosas externamente
(porque la Palabra de Dios así lo exige), pero al mismo tiempo tener una voluntad que se opone a
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lo que Dios manda. Como hemos mencionado, el pecado no consiste solo en actos externos, sino
en actitudes internas. Por lo tanto, no es suficiente guardar los mandamientos de Dios con
nuestros cuerpos; tenemos que hacerlo también con nuestras mentes y corazones. Y esto es
mucho más exigente. Por ejemplo, al ver el carro nuevo de un hermano de la iglesia, quizá nunca
pensaríamos robarlo; pero podríamos pensar, ‘me gustaría tener ese carro’ (dando lugar a la
codicia, en nuestros corazones). Según Dios, la codicia es un pecado (Éx 20:17), al igual que el
robo. Esto indica que el asunto no es simplemente no robar; debemos tener la buena voluntad de
vivir contentos con lo que tenemos.
En tercer lugar, debemos no solo evitar el pecado (externa e internamente), sino que debemos
evitar cuestionar la ley de Dios. A veces somos culpables de querer hacer algo, pero nos
detenemos porque sabemos que no sería correcto hacerlo. Aun podríamos luchar con nuestras
mentes y pensamientos, considerando que ni debemos pensar en esas cosas. Sin embargo, todo
el tiempo seguimos queriendo hacer esa cosa, y caemos en la trampa de comenzar a cuestionar el
mandato de Dios, preguntándonos, ‘¿Por qué Dios prohíbe eso?’ Cuando pensamos así, lo que
estamos queriendo hacer es imponer nuestra voluntad sobre la de Dios.
¿Cómo evitar todo esto? Según el salmista, lo que tenemos que hacer es ‘ocultar’ los
mandamientos de Dios en nuestros corazones. Esta es la forma de evitar el pecado, en todas sus
manifestaciones – tanto externas, como internas; no solo de actos, sino de actitudes. Pero, ¿qué
debemos hacer para colocar los mandatos de Dios en nuestros corazones, en tal manera que ellos
determinen nuestra propia voluntad?
En primer lugar, debemos deleitarnos en la ley de Dios. Una persona que hacía eso era David.
En Sal 19:7, David declara, “La ley de Jehová es perfecta”. Luego añade, “Los mandamientos de
Jehová son rectos…Los juicios de Jehová son verdad, todos justos” (Sal 19:8a, 9b). Aquí no hay
nada de queja; nada de cuestionamiento. David había estudiado la ley de Dios, había colocado
los mandamientos de Dios en su corazón, y como consecuencia, llegó a deleitarse en los
mandatos de Dios. No eran una carga para él; no los consideraba injustos o innecesarios. Por
ende, no solo no pecaba externamente, sino que honraba a Dios en su corazón y en su mente.
Esta es la actitud que el salmista describe, en Sal 119:11.
En segundo lugar, debemos leer, estudiar y meditar la Palabra de Dios. Esta es la forma de
‘ocultar’ sus enseñanzas en nuestros corazones. A la par que vamos haciendo eso, los
mandamientos de Dios irán quedando grabados en nuestra memoria, y formarán un banco de
datos que el Espíritu Santo podrá accesar, cuando enfrentemos una tentación.
En tercer lugar, para guardar la ley de Dios en nuestros corazones, debemos cultivar una
voluntad que se somete, alegremente, a los mandamientos divinos. Para los judíos, guardar los
mandamientos de Dios en el corazón, significa disponer la voluntad para guardar la ley de Dios.
Dios no quiere hijos que le obedezcan de mala gana, sino hijos que le obedezcan alegre y
voluntariamente; hijos que acepten, y se sometan, a los mandamientos de Dios, sin reclamar o
cuestionar al Señor.
Lamentablemente, a veces somos como muchos hijos terrenales. Obedecemos a Dios,
externamente, pero nuestra voluntad va en otra dirección. Los padres humanos no siempre
pueden ver la actitud con la cual sus hijos obedecen; pero Dios sí. Por ende, no es suficiente
mantener una ‘fachada’ de obediencia; esa obediencia debe nacer de nuestros corazones, y debe
representar lo que libremente deseamos hacer.
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Claro, esto no es nada fácil, como Pablo dice en Rom 7:18-23 que la ‘carne’ muchas veces se
opone a lo que Dios quiere de nosotros. La pregunta es, ¿cómo podemos vencer la ‘carne’? Hay
una sola manera de hacerlo – crucificándola (Gál 5:24; Rom 8:12-13). Esto implica que tenemos
que morir a nuestro ‘yo’; a nuestra propia voluntad. Jesús lo hizo primero, antecediéndonos no
solo en el hecho de morir a su ‘yo’, sino también en la victoria sobre la ‘carne’. Ahora es posible
nacer de nuevo, y como nuevas criaturas morir a la ‘carne’. Tenemos que aprender a decir, “Con
Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mi” (Gál 2:20). Cuando
comenzamos a vivir en esa manera, podremos decir con el salmista:
“En mi corazón he guardado tus dichos,
Para no pecar contra ti”
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