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El latín es una lengua indoeuropea que se extendió a lo largo de un vasto territorio.
Ello derivó en una evolución diferente según la zona en que se hablase y tuvo como
consecuencia su fragmentación en los idiomas romances. ¿Pero significa eso que el
latín ha muerto?
Lacio, una pequeña comarca de la Italia Central, situada a la orilla izquierda del río
Tíbet, fue el lugar preciso en donde se gestó el latín. Extendiéndose por toda
Europa y por algunos puntos de Asia, esta lengua junto con el osco y el umbro,
integraban la rama itálica de la gran familia indoeuropea, de la cual formaban parte
el griego, el eslavo, el celta, el germánico, entre otros.
Pero sin lugar a dudas, de ser una pequeña aldea de agricultores en el siglo VIII
a.C., la ciudad de Roma vertiginosamente se convirtió en capital del Lacio, que
aumento su poder a través del dominio en otros territorios. Su autoridad fue sobre
el mediterráneo occidental, España, norte de África y costas meridionales de
Francia, hecho que se consiguió tras las guerras de Cartago. Posteriormente,
incorporó a su imperio como provincias romanas, a los países del Mediterráneo
oriental tras su conquista.
Este proceso se denominó romanización, teniendo la
característica de fluir de igual manera en cualquiera de las regiones que se hallaran
afectadas. Esto se manifestaba en la fundación de los núcleos urbanos que tenían
como objetivo ser administrados incluyendo su área circundante, en cada uno de
ellos además se respetaban las costumbres religiosas de la población, a los cuales
se les imponía el derecho y la lengua de Roma. Para ello se crearon escuelas en
donde se enseñaba el latín, mercados y centros de diversión; fomentando la
comunicación; como actividad económica importante se encontraba la explotación
de minas y otros recursos naturales de valor en la época impulsando a la
generación de riquezas y cultura para los habitantes.
Por ese entonces, y basándose en líneas fundamentales de figuras como Julio César
y su sucesor, Augusto, Roma gobernaba una gigantesca porción de la superficie
terrestre. Lo que hoy conocemos como: Italia, España, Portugal, Francia, Gran
Bretaña, Bélgica, provincias alemanas del Rhin, Bohemia, Suiza, países danubianos
del centro de Europa, península Balcánica, Asia Menor, Siria. Palestina, Egipto y
costa mediterránea de África, eran países o regiones que comprendían ese gran
imperio universal, del cual Roma era la cabeza y parte imprescindible logrado hasta
el momento.
En todas las provincias, regiones de este nuevo imperio se adoptaría como lengua
oficial el latín vulgar o coloquial, origen de todas las lenguas románticas. Las
peculiaridades de este latín fueron, que en ocasiones convivió con las lenguas
propias de las poblaciones indígenas lo que generó un bilingüismo, que con distinta
incidencia en cada zona fue desplazándose hasta lograr su total desaparición. Son
ejemplos de este hecho, en Italia, la Galia y la península Ibérica, esta última debido
a su situación periférica dentro del imperio romano. Pero fue tras las invasiones
bárbaras, cuando el latín hablado se perdió por completo en Gran Bretaña y en el
centro de Europa.
Por el contrario, en ciertos lugares el latín si se mantuvo, evolucionando y
adoptándose a las divergencias léxicas y en menor medida morfológicas propias de
cada lugar. Pero puede sostenerse que ante la presión de los pueblos germánicos,
es cuando el imperio comienza a agrietarse como el todo que formaba, lo que
provocó el quiebre también del latín como lengua oficial, surgiendo así la aparición
de un sinnúmero de dialécticos que hoy conocemos con el nombre de lenguas
románticas.
¿Ha muerto el latín?
La respuesta a tal pregunta sería NO, solamente a evolucionado a través del
tiempo. Se conserva como uno de las leguas románticas, fruto de una lenta
evolución cronológica ya que no desapareció en una fecha exacta u aproximada,
como si lo hizo, el 27 de diciembre de 1777, el idioma celta de Cornulles, tras la
muerte de la última persona que hablaba mencionada lengua.
La posterior aparición de las lenguas romances, en cualquier caso, no puso fin a la
influencia del latín, que mantuvo su estatus de lengua culta en occidente durante
toda la edad media e incluso, en campos como la filosofía, hasta los siglos XVII y
XVIII.
Sin embargo, el latín, lenguaje de la ciencia europea, sigue siendo el
vehículo de comunicación entre los doctos de toda Europa. Pero es la Iglesia,
guardiana de la cultura clásica y de la fe católica, quien se esforzó durante años en
mantener se esforzó por mantener su fundamental unidad como elemento
identificativo de su comunidad de fieles, por encima de las diferencias nacionales,
ya que por ejemplo el Papa, la santidad suprema, la sigue utilizando a esta lengua
para redactar sus encíclicas. Por esto, como dice Benturo Terracini (Conflictos de
lengua y cultura): «El latín pasa poco a poco al papel de una lengua superliteraria
común a todas las vulgares, expresión de un ideal común de cultura, de intereses
espirituales, morales, y, sobre todo, religiosos, más bien que norma corriente de
expresión».
En síntesis y respondiendo en pocas palabras a la pregunta anterior, el latín lengua
milenaria, persiste hoy en día de una forma culta en los textos, tanto eclesiásticos
como jurídicos, pero también en las lenguas romances en su etapa más avanzada
de desarrollo. La actual autonomía de todos y cada idioma neolatino tiene un
mismo origen, el latín. Ya que presentan en sus estructuras fonológicas,
gramaticales y léxicas semejanzas provenientes de la parte sur de Europa, que va
desde Portugal a Rumania, más precisamente de Romania.
El alfabeto latino y el plano fónico de la lengua
El alfabeto latino deriva del griego y, en esencia, es igual que el del español. Hacía
el siglo í d. C. constaba de 23 signos gráficos: a, 1, c, d, e, f, g, h, j k, l, m, n, o, p,
q, ¡s, t, v; x, y; z.
Las vocales son las mismas que las del castellano, aunque la ¡y la u tenían valor
consonántico cuando precedían a otra vocal y formaban sílaba con ella.Un rasgo
fonológico singular de las vocales latinas es el de la cantidad, que permitía
distinguir las vocales largas de las breves, según el tiempo que se tardara en
pronunciarlas (por eso los diptongos siempre eran largos). En consecuencia,
también variaba la cantidad de las sílabas: eran largas cuando contenían una vocal
larga, un diptongo, o cuando su vocal —a pesar de ser breve— iba seguida de dos
consonantes; una sílaba era breve cuando su núcleo vocálico era breve y no iba
seguido de dos consonantes.
Otro componente distintivo en el sistema fonológico de las vocales latinas era el del
acento prosódico: por lo general, los monosílabos se acentuaban (excepto las
preposiciones, las conjunciones y los enclíticos); los bisílabos llevaban el acento en
la segunda sílaba; los polisílabos, en la penúltima sílaba si era larga yen la
antepenúltima si era breve; cuando una sílaba se veía incrementada por un
enclítico, el acento recaía en la sílaba que precedía a la enclítica.
Las consonantes se agrupaban sobre la base de tres puntos de articulación
(labiales, dentales y guturales) y cuatro modos de articulación (oclusivas, nasales,
fricativas y líquidas). La h, que primitivamente se pronunciaba como una fricativa
gutural aspirada, perdió pronto su valor en el entramado de la estructura fónica del
latín.
La manifestación de estas consonantes en el habla no era idéntica a la que hoy día
se registra en español. Así, c y g ante e, ¡se articulaban igual que ante a, o, u; el
grupo consonántico II se pronunciaba como dos eles; la v como u consonántica; el
dígrafo ch, como c sencilla; después de q y g, la u sonaba siempre; y la z equivalía
al sonido ds.
Gramática
Los tipos de palabras que podían entrar a formar parte de la oración en latín eran
ocho: sustantivo, adjetivo, pronombre, verbo, adverbio, preposición, conjunción e
interjección. Estas, a su vez, se dividen en variables (sustantivo, adjetivo,
pronombre y verbo) e invariables (el resto). Como se observará, no se ha hecho
mención del artículo, puesto que el latín no contemplaba esta categoría en su
repertorio morfológico (el artículo del castellano procede de un pronombre/adjetivo
demostrativo ille, illa, illum).
En cuanto al género, al igual que en griego había en latín masculino, femenino y
neutro. En cambio, no existía el dual del griego; solamente ¡os números singular y
plural. La flexión nominal se expresaba además por medio de los casos, las formas
que presentan los nombres al tomar distintas desinencias. Siendo los casos una
categoría morfológica, indicaban no obstante, a través de esas terminaciones, la
función que podía desempeñar el sustantivo en la oración (es decir, contenían
también información sintáctica). Al conjunto de los seis casos (nominativo,
vocativo, acusativo, genitivo dativo y ablativo) en que un nombre era capaz de
flexionarse se le denomina declinación, y en latín había cinco tipos de declinación.
La flexión verbal recibe el nombre de conjugación y se refiere a la serie ordenada
de formas que presenta un verbo y que indican el número, la persona, el tiempo y
la voz. Dentro del sistema verbal latino habría que destacar las siguientes
peculiaridades: la existencia de cuatro conjugaciones (y aun de una quinta o mixta,
así llamada porque resulta de la mezcla entre la tercera y la cuarta); las voces
deponente (la de aquellos verbos que únicamente tienen formas pasivas, pero con
sentido activo) y semideponente (los que son deponentes sólo en los tiempos de
perfecto, pero no en los de presente); la conjugación perifrástica activa (que se
obtiene al unir el participio de futuro activo con las distintas desinencias del verbo
sum, «ser», y que expresa la intención del sujeto de realizar una acción) y la pasiva
(producto de unir el gerundívo con las distintas formas de sum y que expresa la
necesidad o el deber de que una acción sea realizada por el sujeto); la ausencia de
tiempos compuestos