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ARQUITECTURA DEL MEXICO MODERNO
Decada
RESEÑA HISTORICA 1910-2000
1910-1920
La Arquitectura, al igual que otras muchas actividades, estuvo casi paralizada durante la Revolución.
En lo que se hizo inmediatamente después siguió privando el eclecticismo: casas particulares, por
Mascanzoni y Spinelli (1917), Manuel Ortiz Monasterio (1922), Miguel de la Torre (1925) y
Manuel González Rul (1926); el Teatro Esperanza Iris, por Federico Mariscal e Ignacio Capetillo
(1917); la Estación de Ferrocarril de Durango, por el propio Ortiz Monasterio (1922); y la Secretaría
de Relaciones Exteriores, por Carlos Obregón Santacilia (1923).
1920-1930
Las teorías internacionales y las obras que se hacían en otros países ejercieron cierta influencia. A
los movimientos de vanguardia en Europa correspondió en México una época llamada por algunos
“de transición” entre los postulados nacionalistas y el interés por las búsquedas teóricas y formales
de la arquitectura europea y norteamericana. Entre los opositores al tradicionalismo destacaron
Guillermo Zárraga, quien en 1922 calificó de arqueológicos los estilos del pasado; Antonio Muñoz,
quien advirtió en 1923 que construir en estilo neocolonial era resucitar una arquitectura muerta; José
Gómez Echeverría, que el mismo año pugnaba por encontrar una arquitectura armónica con la
época; y Alfonso Pallares, quien sostuvo en 1926 la incapacidad de la cultura nacional para crear un
estilo mexicano. Mariscal, en 1924, buscaba ya la sencillez como principio. La simplificación del
diseño preocupó a muchos arquitectos en la década de los veintes, pero los primeros resultados sólo
consistieron en despojar de toda ornamentación a los edificios concebidos especialmente a la manera
del siglo XIX (casas y edificios de habitación de Guillermo Pallares, Bernardo Calderón y Benjamín
Orvañanos; estación ferroviaria de Guadalajara, de Luis Mc Gregor; y, en 1935, la Suprema Corte
de Justicia de la Nación, de Antonio Muñoz G.). Los edificios de habitaciones y de oficinas,
proyectados en sentido vertical, obligaron a resolver problemas de estructura, espacio útil,
iluminación y ventilación. Por entonces aparecieron las primeras gasolinerías.
El funcionalismo y la productividad, referidos a necesidades concretas, fueron los objetivos de la
arquitectura contemporánea. En 1922 se emplearon en el edificio Woodrow una estructura
independiente, ventanas en ritmo horizontal y vertical, y divisiones interiores movibles, dentro de
una composición que buscaba la simplicidad dejando la construcción libre de ornamentaciones. Al
generalizarse el uso de la línea y los ángulos rectos así como de las superficies planas, se originaron
formas ochavadas, salientes escalonadas y franjas que llegaron a formar decoraciones (Frontón
Hispano-Mexicano, luego transformado en Real Cinema, del ingeniero López Bancalari; teatro al
aire libre de la colonia Hipódromo, de Javier Stávoli, en 1927; estación del Ferrocarril Infantil de
Chapultepec, de José Gómez Echeverría, en 1928; y las obras de Francisco J. Serrano Realizadas
entre 1931 y 1940). La asimetría, el respeto a la naturaleza de los materiales, la horizontalidad de los
elementos de composición y el empleo del concreto armado en losas, muros y volados, fueron las
constantes de la arquitectura, al igual que las estructuras de hierro en las construcciones industriales.
En la ciudad de México se comenzó a estudiar el problema de la cimentación de los edificios altos, y
a buscar los métodos para hacer más funcionales las instalaciones hidráulicas y eléctricas. En 1925,
bajo la dirección del ingeniero Modesto C. Rolland, se construyó el Estadio de Jalapa, de concreto
reforzado, con vigas voladas y aleros de 11 m. Américo Schwarz, en 1927, construyó la fábrica de
focos eléctricos Águila Nacional, con una bóveda de concreto reforzado de 20.5 m de claro y
espesor variable de 15 a 10 cm. En 1922 se armó la primera estructura de acero completa en la
fábrica de hilados y tejidos La Victoria. Ese material fue usado también en la Secretaría de
Relaciones Exteriores, en la Escuela Industrial de Orizaba y en el mercado de Villahermosa (1923).
El respeto a la naturaleza de los materiales fue un concepto ciertamente elástico, pues para algunos
era lo mismo dejar aparentes el concreto y los muros de tabique, que recubrirlos con aplanados. José
G. de la Lama, arquitecto que hacia 1923 había construido cerca de mil casas en la ciudad de
México, criticaba a los tradicionalistas porque olvidaban la “sinceridad de la arquitectura del
virreinato”; los materiales aparentes, en efecto, fueron más comunes durante el porfirismo, pues en
los mercados, el Rastro, la fábrica El Buen Tono, el pabellón japonés para la Exposición del
Centenario y otros edificios, las estructuras de hierro quedaron visibles.
1930-1940
A partir de 1924 se generalizó el interés por los edificios altos, ciertamente bajo la influencia del
concurso para la sede del Chicago Tribune (1922). Hasta 1910 las construcciones civiles fueron
hasta de cuatro y cinco niveles; después, el Hotel Majestic y el Woodrow llegaron a seis; y el Hotel
Regis y el Ermita (1930), a ocho. La Nacional, de 10 pisos, fue el primer rascacielos de México y
significó una experiencia definitiva para las posteriores construcciones por su cimentación y sus
previsiones para sismos. José Villagrán, hacia 1925, asociaba sus ideas sobre teoría de la
arquitectura a las de J. Gaudet, y desde su cátedra manejaba tres conceptos fundamentales: partir del
análisis del programa, no preconcebir formas y dar a la obra y a sus materiales un tono de
sinceridad. Luis Barragán, en 1932, transformó para su uso una casa de Chapala, notable porque
buscó en ella la asimetría y un efecto dinámico en los vanos. Carlos Obregón Santacilia, en 1933,
modificó la obra inconclusa del Palacio Legislativo y construyó el Monumento a la Revolución. La
arquitectura contemporánea de México comenzó a consolidarse cuando las soluciones particulares
dependieron de la utilidad de la obra, las nuevas técnicas constructivas, los presupuestos estrictos y
la simplicidad formal, casi siempre expresada en asimetría de plantas y volúmenes, y en el
predominio de vanos sobre macizos en las fachadas. Las secretarías de Estado, entre 1931 y 1940,
impulsaron considerablemente la construcción, con cerca de 200 obras importantes en ese periodo.
Se robusteció la corriente contra lo neocolonial y se insistió en la conveniencia de trabajar los
materiales despojándolos de recubrimientos y ornamentos superfluos. En 1929 se proyectaron la
Escuela Correccional de Varones, en Tlalpan, por Alberto Mendoza; el Sanatorio de Huipulco, por
Villagrán; dos casas en San Borja 733, por Paul Artaria y Hans Schmidt; y la casa y estudio de
Diego Rivera, por Juan O’Gorman, obras que evidenciaron otro tipo de búsquedas: la máxima
utilización de los espacios en aquéllos, y la voluntad de horizontalidad en éstas. En las escuelas que
construyó entre 1932 y 1935, O’Gorman dejó aparente el concreto; lo mismo hizo Enrique del Moral
en el Hospital General de San Luis Potosí, añadiendo muros sin recubrimiento. En el Hotel del
Prado, de Obregón Santacilia (1933 a 1941), el Sindicato de Electricistas, de Enrique Yáñez y
Ricardo Rivas (1938), y los proyectos de Augusto H. Álvarez para Nuevo León e Insurgentes
(1942), y de éste con Juan Sordo Madaleno en Reforma y Morelos (1946), en la ciudad de México,
se subrayaron en las fachadas ciertos elementos horizontales, distintos de los pretiles y los muros, de
modo que coincidieran con los entrepisos. La ligereza, a su vez, se acentuó al colocarse cristales de
piso a techo: en los departamentos proyectados por Luis Barragán (1939) y en otros de Enrique del
Moral, Carlos Lazo, Augusto H. Álvarez y Manuel Martínez Páez. La utilización de losas de canto
en los vanos y de parteluces y columnas de concreto fue ensayada por Ignacio Díaz Morales en el
proyecto de una iglesia en Torreón (1944) y por Mario Pani en la Escuela Nacional de Maestros
(1945). En los departamentos de Estrasburgo 20, de Enrique de la Mora, y en la Plaza Melchor
Ocampo, de Luis Barragán (1939), se emplearon marcos rígidos para empotrar las columnas a las
vigas y pérgolas.
1940-1950
A partir de 1948 comenzó a construirse la Ciudad Universitaria, bajo la dirección de Carlos Lazo,
Mario Pani y Enrique del Moral. En sus edificios y parcialidades, proyectados por diversos grupos
de arquitectos, se expresan varias tendencias, desde la ligereza de las formas (Instituto de Geología,
de Juan Sordo Madaleno, José Luis Certuche y Luis Martínez Negrete) hasta el énfasis en la
brillante apariencia de las fachadas (Torre de Rectoría, de Mario Pani, Enrique del Moral y Salvador
Ortega). En la Biblioteca Central, los frontones, la fachada este del Estadio Olímpico y algunos
muros de otros edificios, se hicieron intentos de integración plástica. La obra, prácticamente
concluida en 1954, fue la más importante realización arquitectónica en México durante esos años. El
aumento demográfico y la extensión de los servicios asistenciales inspiraron un plan de arquitectura
nosocomial, regida por el funcionalismo (v. HOSPITALES). En materia de habitación, se
construyeron los centros urbanos Miguel Alemán (Mario Pani, Salvador Ortega, J. de Gómez
Gutiérrez y Genaro de Rosenzweig, 1947) y Presidente Juárez (Pani y Ortega), y las unidades de
Santa Fe (Ortega y Luis Ramos) e Independencia (Alejandro Prieto y José María Gutiérrez). A partir
de 1950, la arquitectura buscó integrarse a la vegetación, establecer una continuidad entre los
espacios internos y externos por medio de secuencias visuales ininterrumpidas, el predominio en la
composición de la línea recta y las estructuras metálicas, y modulaciones técnicamente exactas. Bajo
estas condiciones y con el auxilio de las técnicas empleadas por Félix Candela en el tratamiento de
membranas de concreto y superficies a base de paraboloides hiperbólicos, se construyeron el cine
París (Sordo Madaleno, 1953), la iglesia de la Medalla Milagrosa (Candela, 1954), las torres de
Ciudad Satélite (Barragán y Mathías Goeritz, 1957), un restaurante en Xochimilco (Joaquín Álvarez
Ordóñez y Candela, 1957), el mercado Libertad de Guadalajara (Alejandro Zhon, 1958) y la capilla
de El Altillo, en Coyoacán (Enrique de la Mora y Fernando López Carmona, 1958). Otros edificios
notables de uso colectivo fueron, hasta 1960, la Escuela Normal de Morelia (Enrique Cervantes), la
Facultad de Medicina y la Escuela Normal de Guadalajara (Enrique de la Mora), las facultades de
Leyes, Economía y Filosofía de la Universidad de Guadalajara (Salvador de Alba), la Universidad
Iberoamericana (Augusto H. Álvarez y Enrique Carral), el museo histórico-didáctico de Chapultepec
(Pedro Ramírez Vázquez y Rafael Mijares), la Preparatoria Técnica de Toluca (Augusto Pérez
Palacios), el Teatro Experimental de Jalisco (Éric Coufal) y los mercados Alcalde, en Guadalajara
(Horst Hartung), y de la Merced, en la ciudad de México (Enrique del Moral).
1950-1960
A partir de 1950 se ensayó la integración plástica con fundamento en ornamentaciones de raíz
indigenista. Los ejemplos más importantes son la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria, de
Juan O’Gorman, Gustavo M. Saavedra y Juan Martínez de Velasco, y los edificios de la Secretaría
de Comunicaciones, de Raúl Cacho y Augusto Pérez Palacios (1953). En la propia Ciudad
Universitaria, Alberto T. Arai proyectó los frontones con muros de piedra en talud, a la manera
teotihuacana; y Pérez Palacios, Jorge Bravo y Raúl Salinas quisieron evocar en las formas cónicas
del Estadio Olímpico a la pirámide de Cuicuilco, en cuyo frontis realizó un esculto-mosaico Diego
Rivera. Según O’Gorman, la arquitectura internacional es reflejo de un mundo sin cultura, por lo
cual sólo acepta de ella los medios constructivos como necesarios. Arai, a su vez, sostuvo que el
racionalismo práctico y la herencia prehispánica debieran fundirse para lograr la arquitectura
latinoamericana independiente.
El uso de estructuras de concreto reforzado y de acero fue prácticamente la base del desarrollo de
toda suerte de edificaciones. Los arquitectos más destacados en la especialidad industrial han sido
Vladimir Kaspé, Jorge González Reyna, Alejandro Prieto, Jesús García Collantes y Ricardo de
Robina; en edificios religiosos, Enrique de la Mora, Félix Candela, Fernando López Carmona y
Enrique Langenscheidt; en departamentos y oficinas, Augusto H. Álvarez, Héctor Mestre, Manuel
de la Colina, Ramón Torres, Héctor Velázquez y Francisco J. Serrano. De 1957 a 1961 se construyó
el núcleo de oficinas para la empresa Bacardí, en Cuautitlán, Méx., obra del arquitecto Ludwig Mies
van der Rohe, que tanto ha influido en la arquitectura mexicana contemporánea; ahí mismo, Félix
Candela proyectó el edificio de embotellado. De 1960 a 1964, Mario Pani y asociados erigieron el
conjunto habitacional Nonoalco-Tlatelolco, con 147 edificios y capacidad para 70 mil habitantes.
1960-1970
Al lado de las corrientes internacionalistas, ha surgido en México, en los años más recientes, un
cierto retorno a las apariencias estilísticas del pasado (estilos provenzal y colonial mexicano),
movido ciertamente por el deseo de notoriedad y la competencia entre los fraccionadores y
vendedores de casas. Los ejemplos sobresalientes de la arquitectura contemporánea, en tanto que
satisfacen necesidades concretas combinando la sensibilidad con los últimos adelantos técnicos, son
en la ciudad de México: el Museo Nacional de Antropología (Pedro Ramírez Vázquez, Rafael
Mijares y Jorge Campuzano, 1964), el Estadio Azteca (Ramírez Vázquez y Mijares, 1966), la sede
del Comité Administrador del Programa Federal de Construcción de Escuelas (Francisco Artigas,
1966), el Hotel Camino Real (Ricardo Legorreta, 1968), el nuevo edificio de la Lotería Nacional
(Ramón Torres, 1970), Seguros La Latinoamericana e IBM de México (Augusto H. Álvarez), la
Delegación Venustiano Carranza del Departamento del Distrito Federal (Enrique de la Mora, 1975)
y el Hotel de México (47 niveles; Guillermo Rosell de la Lama, 1976); en Guadalajara: el
Condominio Guadalajara (25 pisos, 1964) y el Auditorio Municipal (Julio de la Peña, 1970), el
Hotel Hilton (20 pisos; Fernando González Gortázar, 1965) y la tienda de Sears Roebuck (González
de León, 1967). En ocasión de los Juegos de la XIX Olimpiada (1968) se impulsó la arquitectura
deportiva con varias realizaciones notables: el Palacio de los Deportes (Candela, Enrique Castañeda
Tamborrell y Antonio Peyrí) y la Villa Olímpica (Ramón Torres y Héctor Velázquez). El desarrollo
de las comunicaciones y de la industria ha originado el diseño de aeropuertos e instalaciones
fabriles, con predominio de elementos prefabricados de gran ligereza que cubren amplios claros.
Destacan los edificios de las zonas de Monterrey, Zapopan, Naucalpan, Puebla y Toluca; en ésta, las
fábricas Automex (Ricardo Legorreta y asociados, 1964). Se ha hecho arquitectura de hoteles en
gran escala en Acapulco, Mazatlán, Guadalajara, Puerto Vallarta, Manzanillo, Cancún y varios
puntos de Baja California. Los grandes centros comerciales originaron un género nuevo, que incluye
tiendas, cines, restaurantes y estacionamientos; en el área metropolitana de México, Juan Sordo
Madaleno proyectó Plaza Universidad (1969), Plaza Satélite (1973) y Bosques de las Lomas (1975);
y en la de Guadalajara se han construido Plaza del Sol y Plaza Patria (1975).
1970-1980
A fines de 1975 había en el país 32 escuelas y facultades de arquitectura, con 25 mil alumnos
aproximadamente. Se han constituido sociedades, colegios y aun federaciones de arquitectos, que
mantienen relaciones con sus similares de otros países. Ha aumentado el número de publicaciones
especializadas. Se han editado algunos libros, entre ellos los que recogen la obra de Teodoro
González de León y Abraham Zabludovsky, de Francisco Artigas y de Enrique Yáñez. En la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) funciona el Centro de Investigaciones
Arquitectónicas. Algunos institutos dedican especial interés a la historia de esta materia, como el de
Investigaciones Estéticas de la UNAM. Prácticamente todas las dependencias oficiales y muchas
empresas privadas cuentan con departamentos de proyecto y de construcción.
De tan vasta obra, el núcleo más importante lo constituyen el Centro Cultural Universitario y el
Espacio Escultórico. El primero está integrado por la Sala Nezahualcóyotl (inaugurada en 1977), la
Biblioteca Nacional (inaugurada en 179, cuyo local aloja también la Hemeroteca Nacional, el
Instituto de Investigaciones Bibliográficas y el Centro de Estudios sobre la Universidad) y el Centro
Universitario de Teatro, incluyendo el Teatro Juan Ruiz de Alarcón y la Sala Sor Juana Inés de la
Cruz, además de las salas cinematográficas Julio Bracho y Miguel Covarrubias. Todos están
comunicados entre sí por amplios andadores. La Sala Nezahualcóyotl es el primer edificio de la
ciudad dedicado exclusivamente a audiciones musicales; fue construido con las más modernas
técnicas acústicas, de modo que los espectadores puedan gozar de la mayor claridad sonora; el
escenario está en el centro de la sala, y los asientos, distribuidos alrededor, en distintos niveles;
cuenta con vestíbulos confortables para el esparcimiento del público en los entreactos. La Biblioteca
Nacional, obra del arquitecto Orso Núñez, tiene varios niveles en los que se instalaron los fondos
bibliográficos, las salas de lectura y oficinas para investigadores y personal de apoyo; tiene un
auditorio para congresos y conferencias. En todos estos edificios se nota la impronta de la corriente
arquitectónica denominada brutalismo, sobre todo en el acabado de los exteriores, cuyas texturas y
tonalidades contrastan con el terreno rocoso en el que trató de respetarse la irregularidad, al igual
que la flora del sitio. Contiguo se yergue el Espacio Escultórico, que debe su nombre al hecho de
haber un grupo de esculturas monumentales en hierro, acero y concreto, obra de Helen Escobedo,
Mathías Goeritz, Manuel Felguérez, Hersua, Federico Silva y Sebastián. Originalmente las
esculturas iban a colocarse dentro de un círculo de piedra, cuyo perímetro está coronado por grandes
bloques en forma de dientes, acordes con el geometrismo de aquellas obras; pero una vez concluida
la primera etapa del proyecto, se advirtió que aquella superficie resultaba pequeña para alojarlas y
que, de hacerlo, disminuiría la belleza plástica del conjunto; entonces se decidió ubicar esas
magníficas piezas en el sitio que ocupan actualmente.
Obra de singular concepción es el edificio que aloja a El Colegio de México, al sur de la ciudad,
donde se inicia la nueva carretera al Ajusco. Sus autores son los arquitectos Teodoro González de
León y Abraham Zabludovsky. El edificio, inaugurado en 1975, tiene como área central un patio de
forma trapezoidal, a partir del cual se generan plataformas que corresponden a las actividades que
ahí se llevan a cabo: biblioteca, en la primera; aulas y seminarios, en la parte superior; librería y
auditorio, en la intermedia; cafetería y sala de esparcimiento, en la parte baja; y dirección, centros de
estudio y cubículos para investigadores, en el último piso. Esta solución se adecua al desnivel del
terreno y crea cierto dinamismo contenido por la desnudez de los muros. El único material es el
concreto armado. La pureza de líneas en los muros, el movimiento de su planta y el sabio
aprovechamiento del terreno convierten esta obra en una de las más significativas de la moderna
arquitectura mexicana. Contiguo a El Colegio de México se levanta el edificio de la Universidad
Pedagógica Nacional, obra también de los arquitectos González de León y Zabludovsky, en la cual
utilizaron el mismo lenguaje arquitectónico y similar concepción espacial, aunque no logrados con
el mismo efecto que en El Colegio de México.
A mediados de los años setentas, el Colegio Militar se trasladó a sus nuevas instalaciones, al sur de
la ciudad, a la salida a Cuernavaca. El proyecto de la obra fue encomendado al arquitecto Agustín
Hernández, quien lo realizó en colaboración con el arquitecto Manuel González Rul. Es un conjunto
monumental, enclavado en un recodo del terreno, que incluye edificios destinados a dormitorios,
comedores, áreas de docencia, oficinas, áreas recreativas, zonas deportivas, caballerizas, casino y
club de oficiales, además de una enfermería y servicios asistenciales. La nota primordial del
conjunto es el empeño por recuperar cierto lenguaje arquitectónico de la época prehispánica —sobre
todo en la escala— y darle validez contemporánea. “La tesis fundamental para la construcción del
Heroico Colegio Militar, fue la de conservar nuestras raíces culturales, modificando sus rasgos en
función del progreso y de la época actual, tomando en cuenta las necesidades del presente con
proyección funcional hacia el porvenir” (Louis Noelle: Agustín Hernández. Arquitectura y
pensamiento, 1982), propósito evidente en las grandes explanadas, la torre de gobierno y el
vestíbulo.
1980-1990
En una metrópoli de las dimensiones de México, resulta fundamental la construcción de sitios de
esparcimiento. Esto, unido al interés de ciertas instituciones y algunos particulares, permitió que en
1980 se iniciara la construcción del Museo Rufino Tamayo de Arte Contemporáneo. El artista
decidió donar al pueblo mexicano una institución que albergara su colección particular y, al mismo
tiempo, sirviera de foro para exposiciones y actividades relacionadas con el arte contemporáneo. El
proyecto se encomendó a los arquitectos González de León y Zabludovsky. El inmueble ocupa parte
de los terrenos del Bosque de Chapultepec.
La arquitectura de la ciudad de México sufrió una sensible pérdida con los terremotos ocurridos el
19 y el 20 de septiembre de 1985. Algunos edificios que pasan por ser ejemplos significativos de
cierta corriente arquitectónica o bien de creaciones individuales, cayeron por tierra o habrán de
modificarse sensiblemente. La arquitectura habitacional en grande y pequeña escala, junto con
edificios asistenciales (Centro Médico Nacional y Hospital Juárez) y numerosas escuelas, fueron los
inmuebles más afectados por el siniestro. La alta sismicidad de la zona metropolitana representa un
reto para el cual se estudian soluciones arquitectónicas más adecuadas que las consideradas hasta
1985.
Posterior al sismo se comenzó el programa de reconstrucción en la ciudad de México con un amplio
programa y urgencia de reestablecer a la brevedad la vida de la metropoli.
1990-2000
A principios de la década de los noventa las edificaciones más notables fueron, por una parte, el
nuevo edificio de la Bolsa Mexicana de Valores, sobre el Paseo de la Reforma de la ciudad de
México, y, por otra parte, el Museo Marco de Monterrey, proyecto de Legorreta y Asociados, que
fue la primera sede de la magna exposición México, esplendores de treinta siglos. Esta última obra
resultó particularmente interesante por la calidad de su diseño, el cuidado en el manejo de su escala
y emplazamiento urbano y por su acierto en el manejo del funcionamiento, proporción y belleza en
sus espacios interiores.
En el mes de enero de 1992 la Federación de Arquitectos de la República Mexicana y su Instituto
Nacional de Arquitectura y Urbanismo convocaron a todos los arquitectos del país a participar en la
II Bienal de Arquitectura Mexicana. Se presentaron 182 trabajos de las obras construidas en el país
durante los últimos cinco años y se entregaron 39 publicaciones, investigaciones y tesis de posgrado.
Los resultados de este evento señalaron las tendencias más importantes que predominan en la
arquitectura mexicana contemporánea. En el área de vivienda unifamiliar destacó el trabajo del Arq.
Agustín Hernández en una casa construida en Morelos, así como la casa Gutiérrez Cortina de los
arquitectos Bosco Gutiérrez Cortina, Emilio Guerrero y Alejandro Medina; la casa de Plan de
Barrancas de los arquitectos Javier Calleja, Alfonso López Baz, Raúl Rivas y Carlos Artigas; la Casa
N-R de Enrique Norten en Valle de Bravo y el rancho Santa Fe de Ricardo Legorreta.
En vivienda multifamiliar los proyectos más relevantes fueron un condominio horizontal construido
en Guadalajara por el taller de Alejandro Zohn y la residencia para profesores jesuitas de la
Universidad Iberoamericana, proyecto de los arquitectos Jorge Ballina, José Creixell y Fernando
Rovalos; así como los apartamentos en condominio de Francisco Serrano y de Susana García. En
vivienda de interés social el desarrollo más importante fue el conjunto llamado Geomorada —diseño
de adobe estabilizado— construido en Zacatecas por Carlos García Vélez y Héctor Castañeda
Quirarte.
En obras para la salud el proyecto más relevante de principio de los noventa fue la ampliación del
American British Cowdray Hospital del Arq. Luis A. Zapiain. En educación destacó el inmueble del
Colegio Alemán Alexander von Humboldt en Naucalpan, conjunto proyectado por el grupo de
Nuño, McGregor y De Buen. Entre los edificios para la industria destacó la planta de motores
Cummins, en San Luis Potosí, de Enrique García Formentí, Vicente Camaño González, Julio
Mendoza Treviño y Adolfo Ramírez.
La arquitectura habitacional constituye uno de los capítulos más importantes dentro del desarrollo
constructivo del país. El Estado sigue patrocinando gran parte de estas obras, en respuesta a las
prestaciones que tienen los trabajadores, especialmente obreros y burócratas. A las unidades
habitacionales construidas en la década de los sesentas por el IMSS y el ISSSTE en la capital y
artístico. En las unidades habitacionales construidas por compañías privadas, el común denominador
es la reducción de recursos técnicos y artísticos, en aras de la mayor funcionalidad posible. Sin
embargo, existe una gran variedad, pues la oferta y la demanda se dan en todos los niveles. En el
caso de la ciudad de México pueden mencionarse los fraccionamientos en las delegaciones Miguel
Hidalgo y Cuajimalpa, pensados para una clase económicamente fuerte, y los construidos en los
municipios aledaños al Distrito Federal: Naucalpan, Tlalnepantla y Cuautitlán. Dentro de la
arquitectura habitacional, en los últimos 10 años se ha visto la proliferación de intereses de
particulares —en todos los niveles económicos— por contar con sitios más adecuados para
desarrollar su vida. Tal desarrollo no siempre ha ido emparejado con un lenguaje especial y plástico
adecuado a la realidad. En términos generales predominan tres puntos de vista: en el primero se
advierte el interés por “crear” una arquitectura totalmente moderna, sin apego a ningún lenguaje,
escuela o corriente arquitectónica en particular, aunque no deja de reconocerse el gusto por las
formas creadas por los grandes maestros nacionales y extranjeros. En segundo término se advierte el
interés por apegarse a ciertos “estilos históricos”, sobre todo en ciudades de provincia como
Guanajuato, Querétaro, Morelia o Zacatecas; el “estilo colonial”, que predominó en los años treintas
y cuarentas, volvió a ponerse de moda, aunque de un modo más depurado, fenómeno que ha ido
acompañado de la “revaloración” de los monumentos históricos coloniales del siglo XIX y aun de
las primeras décadas del siglo XX. Son menos los casos en que los particulares optan por restaurar
viejos inmuebles en lugar de “construir en moderno”. Y en tercer lugar, se ha emprendido la
“remodelación” de los antiguos centros históricos y de algunos sectores urbanos; se han construido
nuevas avenidas y se han ampliado algunas de las ya existentes; eso ocurrió en la ciudad de México
con el sistema denominado ejes viales. Guadalajara y Monterrey cuentan con plazas monumentales,
de muy reciente creación, que tratan de imprimir modernidad a esas ciudades.