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Centro Virtual Estudios Judaicos – Religión y Filosofía
RELIGIÓN Y FILOSOFÍA: DOS FORMAS DE MIRAR EL MUNDO
La relación entre religión y filosofía, entre razón y fe, fue una de las preocupaciones
básicas y fundamentales en la Edad Media. Esta relación fue atormentada y tortuosa,
llena de altibajos y conflictos. Y ello porque se trata de dos concepciones del mundo muy
distintas: la primera se presenta como dada o revelada por Dios a las hombres, y la segunda como
obtenida por ellos mismos a través de la actividad de su mente racional;
La palabra religiosa se presenta como definitiva, pronunciada de una vez y para siempre, y
poseedora de una verdad absoluta; la palabra filosófica, en cambio, se muestra siempre como
una palabra reflexiva, nunca única ni definitiva, dada en el tiempo, frágil y abierta para ser
completada, corregida o sustituida por otra.
Desde el punto de vista de la filosofía, esta confrontación es consecuencia del
intento de la razón de reivindicar su lugar en el saber humano, su autonomía frente a
cualquier tipo de imposiciones. Se trataría de no subordinar la filosofía a la teología, la
razón a la fe.
Desde el punto de vista de la fe, la historia de esta relación se centró principalmente
en el tema de la compatibilidad o incompatibilidad entre ambas. En este tema podemos
encontrar varias posturas:
La de aquellos que, en nombre de la fe consideran que ésta se basta a sí misma, por lo
que la filosofía sería superflua, cuando no dañina. Esta respuesta está ligada al desprecio,
tan característico del cristianismo medieval, de la naturaleza, la vida terrenal y el saber
mundano. Un ejemplo de esta actitud lo tenemos en Tertuliano (siglo II) y en su famosa
frase “credo quia absurdum” (“creo porque es absurdo”).
Una actitud más moderada se encuentra en San Agustín y San Anselmo, quienes
consideran posible y necesaria una colaboración entre la fe y la razón; de todos modos,
en estos autores la filosofía aún sigue subordinada a la fe y la teología pues considerarán
que la fe debe servir de guía de la razón y utilizarán la razón casi exclusivamente como un
instrumento para aclarar las tesis aceptadas mediante la fe.
Aún más tolerante se muestra Santo Tomás: defiende el equilibrio y armonía entre fe y
razón y llega a considerar que la razón, sin la ayuda de la revelación, puede dar lugar a un
verdadero conocimiento. La fe y la razón son dos formas de conocimiento distintas,
separadas, pero compatibles.
De todos modos, se debe recordar que en realidad esta cuestión no es exclusiva de la
Edad Media y, por ejemplo, también estará presente en la Edad Moderna.
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RAZÓN Y FE EN EL MUNDO MEDIEVAL
La filosofía permitió al cristianismo fijar y precisar sus propias creencias y crear con ellas
una doctrina. Dado que la actitud filosófica suponía un peligro para la religión, el
acercamiento no fue pacífico, aunque no todo pensamiento filosófico se vio como
igualmente peligroso. Los primeros autores cristianos, los llamados Padres de la Iglesia
adoptaron diferentes posturas ante la filosofía, unos la rechazaron y otros creyeron
encontrar continuidad entre el cristianismo y la filosofía griega.
San Pablo es un claro ejemplo de esta doble actitud: en su discurso a los atenienses
en el Areópago les indica que el “Dios desconocido” al que los griegos dedicaron un altar
entre los demás dioses, es el Dios cristiano; este discurso tiene un tono positivo en
relación a la sabiduría profana. Sin embargo, en otros textos contrapone la “sabiduría del
mundo” (la que es consecuencia de la razón natural) a la “sabiduría cristiana” (la que
descansa en la fe y la revelación) y recomienda no dejarse convencer por la sabiduría de
los hombres sino por el “poder de Dios”, previniendo al lector de la vana filosofía que
aparta de la verdadera fe en Cristo.
En los primeros siglos del cristianismo, encontramos actitudes diversas ante el
pensamiento filosófico:
Tertuliano (169-220) reivindica la fe cristiana frente a la filosofía griega, incluso aunque
parezca una locura o absurdo el mensaje cristiano (por ejemplo la idea de que el Dios
pueda morir en la cruz).
San Agustín (354-430) defiende también la continuidad entre el cristianismo y la filosofía,
identificando el cristianismo como la verdadera filosofía, si entendemos por filosofía la
búsqueda de un saber que nos muestre el camino para la felicidad. Para él la verdad se
encuentra en la palabra de Dios presente en las Escrituras. Y aquí encontrará una de las
finalidades del esfuerzo intelectual: la comprensión del mensaje divino. La fe y la razón
están perfectamente relacionadas:
“Crede ut intelligas” (“creo para comprender”): sin la fe es imposible la plena comprensión
de la realidad, por lo que debe servir de guía a la investigación racional.
“Intellige ut credas” (“comprendo para creer”): la fe sin comprensión no es auténtica; la
razón puede ayudarnos a mantener una fe más firme y convincente.
San Anselmo (1033-1109) se mantiene en esta misma línea, y aspira también a la
inteligencia o comprensión de los contenidos de la fe. Sin embargo, no se trata de que la
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razón nos permita llegar de modo independiente a la verdad religiosa; su visión de la
capacidad de la razón es más moderada: el conocimiento racional nos permitirá vivir de
un modo más profundo y verdadero lo que nos enseña la fe. La razón por sí sola puede
desembocar en la herejía, necesita de la fe para orientarse. No se trata de “entender para
creer”, de utilizar la razón para la justificación de las verdades religiosas, antes al
contrario, de “creer para entender”, de dejarse guiar por la fe para apoyarse en la razón y
con ella entender la verdad (“si no creyereis, no entenderéis”. El pecado original supuso
también la caída de la razón y únicamente la gracia de Dios puede redimirla. El ejemplo
más importante de su reivindicación de la razón y de su creencia en las “razones
necesarias” es el argumento ontológico (argumento que parte de nuestra idea de Dios
como el “ser mayor que el cual nada puede pensarse” y concluye racionalmente en su
existencia).
Sin embargo el descubrimiento de la filosofía aristotélica a finales del siglo XII,
supuso una conmoción para el pensamiento cristiano: el pensamiento aristotélico supuso
el descubrimiento de la posibilidad de utilizar únicamente la razón para crear un sistema
racional de afirmaciones acerca de la realidad. Esto provocó la necesidad de encontrar
una nueva justificación de las relaciones entre la filosofía y la religión.
En esta línea destacó la figura de Santo Tomás de Aquino (1225-1274). En su
filosofía se integra de modo armónico el pensamiento aristotélico y las afirmaciones
principales de la religión cristiana. Separó claramente la filosofía y la teología, el conocimiento
racional del conocimiento basado en la fe y la revelación (en los Textos Sagrados). El uso de la
razón da lugar a la esfera de conocimiento natural (puesto que la razón es una facultad
que se encuentra en la naturaleza humana); el uso de a fe y la revelación da lugar a la
esfera de conocimiento sobrenatural (puesto que la fe es un don de Dios y la revelación
su Palabra). Pero estas dos esferas no son incompatibles, ocurre más bien que se produce
entre ellas una intersección: habrá un subconjunto de verdades naturales a las que no se
puede llegar por la fe (las matemáticas, por ejemplo), otro subconjunto de verdades
sobrenaturales que jamás se podrán demostrar racionalmente (los misterios como el de la
Eucaristía) y finalmente, otro subconjunto de verdades, el más interesante, que podemos
alcanzar tanto mediante la fe como utilizando la razón (nada menos que la existencia de
Dios y la inmortalidad del alma, por ejemplo). Esto quiere decir que la razón goza, para
Santo Tomás, de posibilidades extraordinarias puesto que nos permite llegar hasta el
mundo sobrenatural. Sin embargo, este autor aún defiende la subordinación de la razón a
la fe. Veámoslo: las dos esferas de conocimiento no son incompatibles, no hay una oposición
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verdadera entre el correcto uso de la razón y la fe. Y ello porque en definitiva las dos dependen
de Dios: Dios da directamente a los hombres las verdades reveladas y las que son objeto
de fe, e indirectamente las verdades naturales puesto que es Él quien ha puesto en
nuestra alma la capacidad para el conocimiento que llamamos razón. Sin embargo Santo
Tomás se encuentra con un problema: de hecho sucede que nuestra razón concluye en
afirmaciones contrarias a los dogmas de la religión. En este caso, cuando parece que hay
incompatibilidad entre estas dos esferas, ¿quién lleva la peor parte? Santo Tomás
responderá que la razón, la filosofía. Puesto que Dios es infalible, y su palabra también,
seremos nosotros, los hombres los que nos habremos equivocado al utilizar nuestra
razón. En caso de conflicto es la filosofía la que tiene que rectificar sus afirmaciones, no
la religión. (Por cierto, Santo Tomas no atiende a otra posibilidad: que aún cuando
podamos considerar a Dios como infalible, ocurra que los hombres nos equivocamos al
interpretar su palabra, por lo que cabría rectificar lo considerado como palabra de Dios.
Esta es la posibilidad que de hecho se dio después, en los siglos siguientes, en donde ha
tenido que ser la religión la que acomodara su interpretación de los Textos Sagrados a las
afirmaciones racionales, tanto de la filosofía como de la ciencia.) En Santo Tomás la fe
debe servir de guía para el ejercicio de la razón.
Los ataques más consistentes a la posibilidad de emplear la razón para la tarea de aclarar
la religión vinieron de la mano de Guillermo de Occam (1285-1349), el cual, sobre la base
de la tesis empirista de rechazar cualquier tipo de conocimiento que pretenda trascender
los límites de la experiencia, estableció una radical separación entre teología y filosofía,
rompiéndose de esa forma la continuidad entre ambas que había defendido Santo
Tomás. Las verdades de fe resultan inaccesibles a la razón y, por lo tanto, la verdad revelada
queda totalmente excluida del ámbito del conocimiento humano, que no puede ser otro
más que el de la naturaleza, donde la libertad de investigación debe ser total, sin
limitación alguna. No es posible dar razón y explicar las cosas que creemos por fe, ni
siquiera la propia existencia de Dios.
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RAZÓN Y FE EN EL MUNDO JUDÍO: MAIMÓNIDES
El problema de las relaciones entre fe y razón se planteó en el mundo judío en términos
muy parecidos al mundo cristiano:
Los ortodoxos judíos consideraron que la filosofía representaba un peligro para la fe pues
podía conducir a la herejía y provocar dudas e incertidumbre que podía apartar a la gente
de la fe.
Los judíos también creyentes pero amantes del saber pensaron que tener fe no debía
implicar la renuncia a la razón pues el Creador había infundido al hombre la inteligencia,
que era una perfección.
En esta línea se encuentra el pensador cordobés Maimónides (1135-1204). Su meta fue
conciliar la Torá y el Talmud con la filosofía de Aristóteles. (Torá: título que la religión
judía da al Pentateuco, los primeros cinco libros del Antiguo Testamento: Génesis,
Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio; genéricamente se utiliza también este
término para designar toda la ley judía, revelada por Dios e interpretada por sacerdotes,
profetas y sabios. Talmud: libro del siglo IV que contiene la tradición, doctrinas,
ceremonias y preceptos de la religión judía. Son los textos fundamentales de la religión y
de la ley judías).
Maimónides considera la razón como el más precioso don de dios, llegando a creer que el
estudio de la filosofía es un mandato bíblico al posibilitar al hombre un mejor
conocimiento de Dios a través del conocimiento de la verdad. El pensamiento puede
fortalecer la fe:
la razón puede permitir la comprensión de la fe,
además permite enfrentarse a las falsas creencias y a los ataques de los enemigos.
Así, en su obra Guía de perplejos, intentará mostrar a los que se inician en la filosofía y
acaban en un estado de confusión y perplejidad, que en realidad, bien utilizada la razón,
ésta no es contraria a las convicciones religiosas. Propondrá el estudio científico de la
Torá, para conocer el verdadero significado de los textos bíblicos. Las Escrituras son
palabra de Dios, pero en el lenguaje de los hombres y adaptada a la medida de la
inteligencia del vulgo, por lo que no pueden ser tomadas literalmente. Las palabras de las
Escrituras las debemos entender como un lenguaje alegórico. Por esta razón, Maimónides
inicia el camino para la desmitologización y el estudio crítico de la Biblia.
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La especulación filosófica debe confirmar las verdades de la Ley por medio de la
genuina especulación, respetando la verdad porque la fe es verdad. Sin embargo, hay
cosas que el intelecto humano no es capaz de entender, como determinadas verdades que
conocemos a través de la fe y de la revelación. La inteligencia humana tiene un límite, y
en esos casos debemos silenciar la razón y limitarnos a la fe. Aunque aristotélico,
Maimónides se apartará del filósofo griego en aquellas doctrinas contrarias a los dogmas
del judaísmo, como por ejemplo la tesis aristotélica de la eternidad del mundo, que
parece enfrentarse a la idea bíblica de la creación. En opinión de Maimónides no es
posible probar filosóficamente ni la creación ni la eternidad del mundo, aunque cree que
la razón muestra más plausible lo primero que lo segundo.
A pesar de su visión moderada del papel de la filosofía, los ortodoxos judíos le
atacaron por considerar que su obra era peligrosa para la fe.
LA RAZÓN Y FE EN EL MUNDO ÁRABE: AVERROES
En el mundo árabe la presión de la religión islámica sobre la filosofía no fue tan fuerte
como en el mundo cristiano y en el judío. Los árabes asimilaron antes la filosofía griega
que las otras dos culturas: fomentaron las traducciones al árabe de los textos griegos, por
lo que pronto comenzó la racionalización del Islam. Pero también aquí entraron en
conflicto las verdades reveladas con las diversas teorías de la filosofía griega, el conflicto
entre fe y razón, entre filosofía y teología. Las posturas ante el conflicto son las ya
conocidas:
Las escuelas de carácter místico rechazaron el análisis racional de la fe.
El Islam oficial u ortodoxo vio con recelo y preocupación el desarrollo de la especulación
filosófica por considerarla un peligro para la fe pura, provocando errores heréticos.
Sin embargo, la posición dominante fue la de armonía entre filosofía y religión, tal como
fue defendido por sus principales representantes, como Al-Kindi, Al-Farabi o Avicena.
El principal enemigo de los filósofos fue el místico musulmán Algazel (1058-1111) quien
mantuvo un escepticismo filosófico que le llevó a la mística y a la defensa estricta de las
leyes coránicas. Quiso defender la fe combatiendo a los filósofos con sus propias armas,
intentando poner de manifiesto que la razón no podía alcanzar ningún tipo de certeza en
las proposiciones metafísicas acerca de Dios y del mundo, por lo que tampoco podía
servir guía para la solución de los problemas de la vida. Los filósofos defienden tesis
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contradictorias, las opiniones filosóficas contrarias a los dogmas religiosos carecen de
todo fundamento. Obras principales: Intenciones de los filósofos e Incoherencia de los filósofos.
El cordobés Averroes (1126-1198), el más célebre filósofo del Islam medieval, sin
embargo, mantuvo una actitud bien distinta: defensor de la filosofía y de la libre
investigación, redactó contra Algazel su Incoherencia de la Incoherencia. En este texto quiso
restaurar la confianza en la filosofía, en la razón humana, llevando a cabo una lectura
directa e independiente de Aristóteles, libre de toda contaminación teológica o neoplatónica, lo
que le convirtió en el más famoso y reconocido comentarista del filósofo griego. Quiso
rebatir también la posición de Algazel. Los errores filosóficos no invalidan la filosofía
como camino de acceso a la verdad, cuya conquista se debe al esfuerzo racional de
muchos hombres a través de la historia. Defendió la autonomía de la filosofía como la
verdadera ciencia del hombre, la primacía del saber filosófico y científico sobre cualquier
saber. Su ideal es una filosofía pura, estricta, sin concesiones ni supuestos: la
investigación filosófica no tenía por qué estar subordinada a la enseñanza de la teología.
Su objetivo es la búsqueda de la verdad por medio de una especulación racional rigurosa
y sistemática. Esto no quiere decir que la filosofía se tenga que enfrentar a la religión: fue
un creyente sincero, admitió la revelación de Dios al profeta Mahoma y consideró al
Corán como el Libro de Dios, y, por tanto, como absolutamente verdadero. Creyó que
hay dos vías de acceso a la verdad, pero la verdad sigue siendo una, por lo que la
verdadera filosofía no puede ser peligrosa para la fe.
La verdad filosófica sólo es accesible a unos pocos, los sabios; por su parte, la verdad
revelada pretende llegar a todos los hombres, por lo que adopta un lenguaje vulgar,
simbólico y alegórico, que resulta suficiente para la consecución de la felicidad. Cuando
se da una contradicción entre la palabra divina y la palabra filosófica, dicha contradicción
sólo puede ser aparente, nunca una discrepancia esencial. Si la filosofía no podía ser un
peligro para la fe, tampoco la fe podía ser un peligro para la verdadera filosofía, pues ésta se
constituye en única intérprete del verdadero significado de la palabra revelada, que a veces exige
una interpretación alegórica. Se trata de niveles de aproximación a la verdad distintos, uno
que corresponde a la interpretación vulgar o alegórica del texto sagrado, que recoge la
sabiduría religiosa, y el otro el filosófico, el único que puede darnos el significado preciso
y exacto de la palabra divina.
Para él, las religiones son construcciones necesarias, tanto por su verdad como por
su utilidad práctica, dado que son indispensables para que todos los hombres puedan
alcanzar la virtud y la felicidad; además favorecen la cohesión y el orden social. La
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filosofía también tiene estas funciones, aunque con un alcance más limitado, el de los
sabios.
El pensador cordobés influyó más allá de los países islámicos, llegando al mundo
latino medieval y al Renacimiento, en particular en los llamados averroístas latinos. En el
mundo cristiano fue muy criticado y condenado por su defensa de una filosofía estricta,
por no subordinar como correspondía la filosofía a la teología.
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