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Homilía del Jueves Santo en la Misa de la cena del Señor – 22 de abril de 2011 (Iglesia Catedral de Canelones). Sea alabado y bendito Jesucristo. Sea por siempre bendito y alabado. El Siervo que lava los pies a sus discípulos. El Señor que rescata a los esclavos y los hace amigos. El Sumo Sacerdote que se ofrece a sí mismo como Cordero inmaculado. El Esposo que se entrega por su Esposa. Él nos regala su palabra y el Espíritu Santo, para hacernos partícipes de su verdad, de lo que nos revela, de lo que nos enseña, de los secretos del Padre que él nos da a conocer. Él nos introduce en su misma intimidad, en su amor, en su entrega. Y esta noche es especialmente la interioridad, la de la cercanía con el interior de Jesús. Es tan inmensa esta realidad de Cristo que se entrega ya en la mesa, que no hay palabras que puedan explicarla. Por ello, que cada uno, con la mayor humildad recoja aquel bocado, aquel manjar que el Señor mismo le ha querido servir en su corazón por la Palabra que ha sido proclamado, por los santos misterios que hoy se cumplen entre nosotros. 1. En la Pascua entrega de Cristo por la Iglesia y a la Iglesia. Para nuestra reflexión común, en este Año Jubilar de nuestra Iglesia Diocesana, quiero invitarlos a mirar el regalo de esta noche santa en la relación de Cristo con su Iglesia, para que nos lleve a mejor creer en la Santa Iglesia una, santa, católica y apostólica, a vivir la maravilla del don de la Iglesia de Jesucristo. Es ésta la noche de la entrega, que es la noche de las entregas. Judas entrega a Jesús por treinta monedas, y nos revela que todo pecado es entrega y traición de Cristo, cambiando su verdad y amor por unas monedas. Jesús se entrega al Padre en ofrenda de sí mismo, obediente y confiado. Él se entrega por nosotros para el perdón de los pecados y para darnos su Espíritu y su vida. El Padre entrega al Hijo por nosotros. Cristo se entrega por su Iglesia y se entrega a la Iglesia y nos entrega a nosotros su Iglesia. Es ésta la entrega que queremos especialmente contemplar en esta noche y en este Triduo Pascual. San Pablo nos proclama: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada” (Ef.5, 25-27). Jesús en esta noche, con plena conciencia comienza su entrega definitiva, que va a consumar en lo alto de la cruz y con la que va a entrar glorioso en el santuario del cielo. El evangelista nos señaló esta conciencia de Jesús al comenzar esta cena, antes de lavar los pies a los discípulos. El sabía que el Padre había puesto todo en su manos, que había salido de Dios y a Dios volvía, es decir en la plena conciencia de su ser Hijo de Dios. “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Miremos, pues, antes que nada el amor de Cristo que se entrega por su Esposa la Iglesia, amando a sus miembros hasta el extremo, hasta el final, hasta la totalidad. Con su sangre va a rescatar a su pueblo, a su Esposa, de toda deuda de pecado. Le quita su suciedad lavándola, purificándola; con el baño del agua y de la Palabra. Pero no sólo le quita la mancha, sino que también por ese baño nupcial la vuelve digna de sí, la embellece con su Espíritu, la presenta radiante de limpia hermosura. Así, en su paso de este mundo al Padre, Jesucristo, Hijo de Dios, lleva consigo a la Iglesia. Y, al sentarse en el trono de la majestad en los cielos, sienta consigo a su Esposa y Reina. Por eso, porque creemos en Cristo, en su sacrificio salvador, y en el don del Espíritu Santo, creemos en la Iglesia Santa, como lo profesamos en el Credo. 2. El Triduo Pascual: celebración de la Iglesia unida a Cristo. Con esta mirada del don de Cristo por su Iglesia, la Iglesia, y nosotros que somos miembros suyos, celebramos este santo Triduo Pascual, como la Esposa unida a su Esposo, como el cuerpo con su Cabeza, como el Pueblo con su Mesías y su Rey, que le hace partícipe de su amor, de su vida, de su victoria. Entonces contemplamos que Jesús no sólo se da por su Iglesia, sino que se da a Ella, la enriquece sin medida, la embellece con sus dones, la hace una consigo. Por eso, en esta noche, que es ya la de su entrega al Padre por la Iglesia, la entrega que va a consumar en la cruz, es también la de su entrega a la Iglesia, para que participe de su misma vida, mismo ser, siendo una con él. 3. Cristo le regala a la Iglesia su unidad. No se trata sólo de una unidad social, imprescindible para toda comunidad humana, no se trata sólo de la unidad organizativa que tiene toda institución, aunque estos elementos sean parte del carácter humano de la Iglesia. Son aspectos que siempre podemos atender. Pero Jesucristo le hace partícipe de la unidad que forma parte de su propia persona y de su propia vida. A la Iglesia Jesús la hace una consigo, de modo que la unidad de la Iglesia es participación de la unidad de ser y amor de la misma Trinidad. Por eso ora Jesús al Padre pidiendo que la Iglesia, los discípulos, sean uno, como el Hijo y el Padre son uno. Por eso derrama en el corazón de la Iglesia y de cada fiel su propio amor, su caridad, el don del Espíritu Santo, para que nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado. La Iglesia vive de dejarse amar por Jesucristo y de tener siempre presente que nos amó hasta el extremo. Es el continuo asombrarse de que nuestro Señor esté a nuestros pies lavándonos, que siempre nos dé su cuerpo entregado, su sangre derramada. La Iglesia vive de amar a Jesucristo con el amor con que él nos amó. La Iglesia vive del amor mutuo partícipe del de Jesús, que debe ser hasta dar la vida por el hermano. Esta unidad y este amor es don de la entrega de Jesús. Nos quedamos siempre cortos en él: y por eso hemos de ser humildes y estar confundidos ante tamaño llamado. Pero como es don, siempre lo recibimos del Espíritu Santo, que nos hace capaces de entregarnos, y de darnos. Este amor debe volverse servicio. También nosotros debemos lavarnos los pies los unos a los otros. Esta noche santa, hemos de pedir para toda la Iglesia, y especialmente para nuestra Iglesia de Canelones el crecimiento de la caridad, del amor mutuo, de la entrega y del servicio. Que el Señor edifique la unidad de su Iglesia y nos la regale y nosotros la vivamos. 4. El don de la Palabra. En su entrega a la Iglesia, Cristo le da su Palabra, la Palabra de la verdad, de la verdad que nos hace libres. Nos hace sus amigos porque nos comunica todo lo que oyó al Padre: nos abre los tesoros del diálogo del Padre y del Hijo. Y aquí también, para que podamos creer y recibir esta verdad y que se haga la fuente de nuestra vida, nos infunde el Espíritu Santo, el Espíritu de la Verdad. ¡Qué don tener la palabra de Crist0 ¡Qué don escuchar al Señor hoy que nos habla! ¡Qué regalo para la Esposa la voz de su Esposo, Señor y salvador, que es el Hijo y Palabra eterna del Padre! 5. El don de la Eucaristía, de la Santa Misa, del sacrificio de Cristo y de la Iglesia. En esta noche santa, Cristo que se entrega por la Iglesia, quiso estar entregado a Ella en el tiempo del peregrinar hasta segunda venida. Por ello, entregó a la Iglesia los misterios de su cuerpo y de su Sangre, en el santo sacrificio de la Misa. Es la carne entregada por la Iglesia: por ustedes. Es la sangre preciosa derramada por ustedes y la multitud. Así, cada vez que celebramos este memorial, Cristo hace presente su entrega por la Iglesia. La Iglesia, y nosotros sus miembros, hemos de creer en el precio del perdón de los pecados, en la medida del amor de Cristo que nos amó hasta el extremo, hasta el fin. Hemos de ver cómo quiere el Señor a su Iglesia bella, por la caridad. Bebemos de su cáliz para beber el ardor de su caridad en su propia sangre. Todos los santos ardieron en ese amor a Cristo y al prójimo, hasta dar la vida, amándonos unos a otros como él nos amó Es esta entrega, la presencia perpetua de la alianza nueva y eterna, que consuma en la cruz y en su resurrección. Esa alianza entre Dios y los hombres, alianza nupcial de Cristo y la Iglesia, es realizada en el sacrificio de Jesús, es actualizada en el banquete nupcial de la Eucaristía. La alianza nueva y eterna es el mismo Espíritu Santo, que Cristo da a la Iglesia. Así la hace a Ella una sola carne y un solo Espíritu consigo. Son las bodas de Cristo con su Iglesia, por toda la eternidad. Por eso, en la Eucaristía, Cristo se entrega a la Iglesia y le entrega su Espíritu para santificarla y darle su propio amor. Y, al mismo tiempo, llevada por el Espíritu Santo la Iglesia se entrega a Cristo, sellando con él la alianza perpetua, dejándose conducir por su Cabeza y Esposo, por su salvador y su rey y Señor. Y así, hecha una con Cristo, la Iglesia entera, y cada uno de nosotros en Ella, se ofrece en sacrificio al Padre, ofrenda agradable, perfume de suave olor. 6. el don del sacerdocio en la Iglesia. En este regalarse Cristo a la Iglesia, en esta noche santa, especialmente en la Eucaristía, el pueblo de Dios reconoce y agradece el don del sacerdocio ministerial, el don del sacerdocio católico. Para darse a la Iglesia y para unirla consigo, el Señor y Esposo instituyó en los apóstoles el regalo especial de su presencia de Cabeza, Esposo, Sacerdote, Rey y Pastor. No se trata simplemente de que la comunidad u organización religiosa tenga unos líderes religiosos o unos gerentes. No. Cristo le regaló a la Iglesia, en la realidad de humildes y pobres hombres, el sacramento del orden sagrado, presencia sacramental de su persona santa y divina. El sacerdocio católico forma uno con la entrega que hace Cristo a su Iglesia de la Santísima Eucaristía, en que él une consigo y santifica a su Iglesia. Al obispo, consagrado por la Palabra y el Espíritu, como sucesor de los apóstoles, Cristo lo asume como principio visible de unidad, como instrumento de él Sacerdote y Esposo. Y en torno a él, el presbiterio, la corona del obispo, que en la unidad del único sacerdocio, conduce, santifica, reúne al único pueblo de Dios, principalmente por el ministerio de la Palabra y por la oración litúrgica en la que Cristo asocia a su Esposa la Iglesia, en su propia oración y en su propio sacrificio. La unidad entre sacerdocio ministerial y perdón de los pecados y entre sacerdocio y sacrificio eucarístico es esencial en el don de Cristo a su Iglesia y la fe católica sobre la Iglesia de Cristo, incluye la fe en el sacerdocio. A este ministerio sacerdotal, se acercan los diáconos, para el servicio del Evangelio, de la sangre de Cristo y de la caridad. Atiende Iglesia de Cristo el don de tu Señor. Iglesia de Cristo, familia de Dios, discípulos de Divino Maestro: reconócete amada por Cristo hasta el extremo. Iglesia tomada de la debilidad humana, déjate lavar, santificar, por el servicio de la pasión del Siervo de Dios y por el don del Espíritu Santo. Recibe el amor de Cristo, hasta el extremo, en esta presencia de su ofrenda, acércate a la mesa del sacrificio y come del cuerpo entregado y bebe la sangre derramada. Iglesia, cuerpo y esposa de Cristo, déjate edificar como Cuerpo de esa Cabeza y únete a Él. Amémonos unos a otros, con la caridad de Cristo. Lavémonos los pies unos a otros, con la entrega del Siervo de Dios. Iglesia Santificada, ofrécete con Cristo por la salvación del mundo entero y vuélvete con tu cabeza y esposo una ofrenda agradable al Padre, a quien sea la gloria y la alabanza por Cristo en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.