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ENTREVISTA CON EL CARDENAL HUMMES
PREFECTO DE LA CONGREGACIÓN PARA EL CLERO
«Un año para mostrar a los sacerdotes el amor de la Iglesia»
—¿Cuál es el objetivo principal del año sacerdotal?
—En primer lugar la circunstancia. Será un año jubilar por los 150 años de la muerte de san
Juan María Vianney, más conocido como el santo cura de Ars. Esta es la oportunidad, pero el
motivo fundamental es que el Papa quiere dar a los sacerdotes una importancia especial y
decir cuánto los ama, cuánto los quiere ayudar a vivir con alegría y con fervor su vocación y
misión.
Esta iniciativa del Papa tiene lugar en un momento de gran expansión de una nueva cultura:
hoy domina la cultura postmoderna, relativista, urbana, pluralista, secularizada, laicista, en la
cual los sacerdotes deben vivir su vocación y su misión.
El reto es entender cómo ser sacerdote en este nuevo tiempo, no para condenar al mundo sino
para salvar el mundo, como Jesús, quien no vino para condenar al mundo sino para salvarlo.
El sacerdote debe hacer esto de corazón, con mucha apertura, sin demonizar a la sociedad.
Debe estar integrado en ella con la alegría misionera de querer llevar a las personas de esta
sociedad a Jesucristo.
Es necesario dar una oportunidad para que todos oren con los sacerdotes y por los sacerdotes,
convocar los sacerdotes a orar, hacerlo de la mejor manera posible en la sociedad actual y,
además, eventualmente tomar iniciativas para que los sacerdotes tengan mejores condiciones
para vivir su vocación y la misión.
Es un año positivo y propositivo. No se trata, en primer lugar, de corregir a los sacerdotes.
Hay problemas que siempre deben ser corregidos y la Iglesia no puede cerrar los ojos, pero
sabemos que la gran mayoría de los sacerdotes tienen una gran dignidad y adhesión a su
ministerio y a su vocación. Dan su vida por esta vocación que han aceptado libremente.
Lamentablemente se dan los problemas de los que nos hemos enterado en los últimos años
relativos a la pedofilia y otros delitos sexuales graves, pero como máximo quizá pueden llegar
a un cuatro por ciento del clero. La Iglesia quiere decirle al 96 por ciento restante que estamos
orgullosos de ellos, que son hombres de Dios y que les queremos ayudar y reconocer todo lo
que hacen como testimonio de vida.
Es también un momento oportuno para intensificar y profundizar la cuestión de cómo ser
sacerdotes en este mundo que cambia y que Dios nos ha puesto delante para salvar.
—¿Por qué el Papa ha presentado a san Juan María Vianney como modelo para los
sacerdotes?
—Porque desde hace mucho tiempo es el patrono de los párrocos. Forma parte del mundo del
presbítero. Queremos también estimular a varias naciones y conferencias episcopales o
iglesias locales para que escojan algún sacerdote ejemplar de su área, y presentarlo al mundo
y a los jóvenes; hombres y sacerdotes que sean verdaderamente modelos, que puedan inspirar
y renovar la convicción del gran valor y de la importancia del ministerio sacerdotal.
—Para usted como sacerdote, ¿cuál es el aspecto más bello de su vocación?
—Esta pregunta me hace recordar un hecho de san Francisco de Asís: Él dijo una vez: «Si me
encontrara por el camino a un sacerdote y a un ángel, yo saludaría primero al sacerdote y
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luego al ángel. ¿Por qué? Porque el sacerdote es quien nos da a Cristo en la Eucaristía.» Esto
es lo más fundamental y maravilloso: el sacerdote tiene el don y la gracia de Dios para ser
ministro de este gran misterio de la eucaristía.
El sacerdocio fue instituido por Jesucristo en la Última Cena. Cuando dijo «Haced esto en
conmemoración mía», dio a los apóstoles este mandamiento y también el poder de hacer esto,
de hacer lo mismo que Jesús hizo en la última cena. Y estos apóstoles han transmitido a su
vez este ministerio y este poder divino a los hombres que son obispos y sacerdotes.
Esto es lo más importante y el centro. La eucaristía es el centro de la Iglesia. El papa Juan
Pablo II dijo que la Iglesia vive de la eucaristía. El sacerdote es el ministro de este gran
sacramento que es el memorial de la muerte de Jesús.
Y luego tenemos también el sacramento de la reconciliación. Jesús dijo: «A quienes perdonéis
los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,23). Ha venido para reconciliar al mundo con
Dios y a los seres humanos entre ellos. Ha dado el Espíritu Santo a los Apóstoles soplando
sobre ellos.
Él ha dado a los Apóstoles en nombre de Dios y suyo aquello que había adquirido con su
sangre y con su vida en la Cruz, transformando la violencia en un acto de amor para el perdón
de los pecados. Y dice a los Apóstoles que serán los ministros de este perdón. Esto es
fundamental para todos. Cada uno quiere ser perdonado de sus pecados, estar en paz con Dios
y con los demás. El misterio de la reconciliación es muy importante en la vida del sacerdote.
Hay otras muchas acciones como la evangelización, el anuncio de la persona de Jesucristo
muerto y resucitado, de su reino. El mundo tiene derecho de conocer a Jesucristo y todo lo
que significa su Reino. Este es un ministerio específico también del sacerdote, que comparte
con los obispos y con los laicos que hacen el anuncio de la Palabra y deben llevar a la gente a
un encuentro intenso y personal con Jesucristo.
—¿Cuáles cree que son las mayores dificultades y los nuevos retos que afrontan hoy los
jóvenes que quieren ser sacerdotes?
—Quiero repetir que no debemos demonizar la cultura actual que se difunde cada vez más y
que se convierte en una cultura dominante en todo el mundo a pesar de la presencia de otras
culturas.
Esta nueva cultura ya no quiere ser ni cristiana ni religiosa. Quiere ser laica y rechaza y quiere
rechazar cualquier injerencia religiosa. Los adolescentes y los jóvenes se encuentran en una
situación diferente a la que hemos vivido nosotros, que nacimos en una cultura muy religiosa
y que se reconocía como cristiana y católica. Actualmente ya no es así.
Creo que para los adolescentes y jóvenes es realmente más difícil tener la valentía de aceptar
una invitación de Dios que nace en su interior. Responder es hoy más complicado, porque la
sociedad ya no valora el sacerdocio. Antes la sociedad lo valoraba. Ahora bien, un trabajo de
fe y de evangelización será siempre posible, porque Dios da siempre todas las gracias cuando
llama para esto.
La parroquia debe ofrecer a los jóvenes y a los adolescentes la oportunidad de hablar de
aquello que llevan en el corazón, de esa llamada, porque si ellos no tienen la oportunidad de
hablar con alguien en quien puedan confiar, poco a poco esta voz desaparecerá. Aquí entra en
juego la pastoral vocacional, que tanto necesitamos.
Una parroquia bien organizada es capaz de salir al encuentro de los jóvenes y adolescentes y
darles la oportunidad de hablar sobre la llamada que oyen. También la oración por las
vocaciones es ahora más importante que en el pasado.
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Otra causa por la que puede haber menos candidatos es porque las familias son más reducidas.
Tienen pocos hijos o ninguno. Esto lo hace más difícil. El número de sacerdotes en algunos
países se ha reducido demasiado. Vemos esta situación con grandísima preocupación.
—¿Cómo cree que debe ser la formación de un seminarista en los ámbitos personal,
espiritual, intelectual y litúrgico? ¿Qué aspectos cree que no pueden faltar?
—La Iglesia habla de cuatro dimensiones que deben ser cultivadas con los candidatos.
En primer lugar, la dimensión humana, la afectiva —toda la cuestión de su persona—, su
naturaleza, su dignidad y una madurez afectiva normal. Esto es importante porque es la base.
Luego está la dimensión espiritual. Hoy nos encontramos delante de una cultura que ya no es
ni cristiana ni religiosa. Por lo tanto es aún más necesario desarrollar bien la espiritualidad en
los candidatos.
Luego está la dimensión intelectual. Es necesario estudiar filosofía y teología para que los
sacerdotes sean capaces de hablar y de anunciar hoy a Jesucristo y su mensaje, de modo que
emerja toda la riqueza del diálogo entre la fe y la razón humana. Dios es el Logos de todo y
Jesucristo es su explicación.
Después, obviamente, está la dimensión de apostolado, es decir, hay que preparar a estos
candidatos a ser pastores en el mundo de hoy. En este ámbito pastoral hoy es muy importante
la identidad misionera. Los sacerdotes deben tener no sólo una preparación sino también un
estímulo fuerte para no limitarse sólo a recibir y ofrecer el servicio a aquellos que vienen a
verles, sino también para salir en búsqueda de las personas que no van a la Iglesia, sobretodo
de aquellos bautizados que se han alejado porque no han sido lo suficientemente
evangelizados, y tienen el derecho de serlo, porque hemos prometido llevar a Jesucristo,
educar en la fe.
Esto muchísimas veces no se ha hecho o se ha hecho muy poco. El sacerdote debe ir en
misión y preparar su comunidad para que vaya a anunciar a Jesucristo a la gente, al menos a
aquellos que están en el territorio de su parroquia pero también más allá de ésta.
Hoy esta dimensión misionera es muy importante. El discípulo se convierte en misionero con
su adhesión entusiasta, alegre a Cristo, capaz de revestir incondicionalmente toda su vida de
él. Debemos ser como los discípulos: fervorosos, misioneros, alegres. En esto consiste la
clave, el secreto.
—¿Qué actividades especiales se van a realizar en este año tanto para los jóvenes como
para los mismos sacerdotes?
—Habrá iniciativas en el ámbito de la Iglesia universal, pero el año del sacerdote debe
celebrarse también a nivel local. Es decir, en las Iglesias locales, las diócesis y las parroquias,
porque los sacerdotes son los ministros del pueblo y deben incluirse las comunidades.
Las diócesis deben impulsar iniciativas tanto de profundización como de celebración para
llevar a los sacerdotes el mensaje de que la Iglesia los ama, los respeta, los admira y se siente
orgullosa de ellos.
El Papa abrirá el Año Sacerdotal el 19 de junio, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús,
porque es la Jornada Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes. Habrá
vísperas solemnes celebradas en la basílica vaticana, con la presencia de la reliquia del cura
de Ars. Su corazón estará en la Basílica como signo de la importancia que el Papa quiere dar a
los sacerdotes. Esperamos que muchos estén presentes.
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La clausura tendrá lugar un año después. Todavía queda por definir la fecha exacta del gran
encuentro del Papa con los sacerdotes, al que están invitadas todas las diócesis. Habrá otras
muchas iniciativas. Estamos pensando también en realizar un congreso teológico internacional
los días precedentes a la clausura. También habrá ejercicios espirituales. Esperamos también
poder involucrar a las universidades católicas para que puedan profundizar en el sentido del
sacerdocio, en la teología del sacerdocio, y en todos los temas que son importantes para los
sacerdotes.
—¿Puede hablarnos ahora de los desafíos que afronta un sacerdote en esta sociedad tan
anti religiosa? ¿Cómo cree que puede permanecer fiel a su vocación?
—En primer lugar, la Iglesia, a través de sus Seminarios y formadores, debe hacer una
selección muy rigurosa de los candidatos. Luego hace falta una buena formación,
fundamentalmente en la dimensión humana, intelectual, espiritual, pastoral y misionera. Es
fundamental recordar que el sacerdote es discípulo de Jesucristo y estar seguros de que haya
tenido este encuentro personal y comunitario intenso con Jesucristo, en el que le haya dado su
adhesión. Cada misa puede ser un momento muy fuerte para este encuentro. Pero también la
lectura de la Palabra de Dios.
Como decía Juan Pablo II, hay muchas oportunidades para testimoniar el encuentro con
Jesucristo. Es fundamental ser un misionero capaz de renovar este celo sacerdotal, de sentirse
alegre y convencido de su misión y de que esto tiene un sentido fundamental para la Iglesia y
para el mundo.
Siempre digo que el sacerdote no es sólo importante por el aspecto religioso dentro de la
Iglesia. Desempeña también una grandísima labor en la sociedad, porque promueve los
grandes valores humanos, está muy cerca de los pobres con la solidaridad, la atención por los
derechos humanos. Creo que debemos ayudarles para que vivan esta vocación con alegría,
con mucha lucidez y también con corazón para que sean felices, dado que se puede ser feliz
en el sacrificio y el cansancio.
Ser feliz no está en contradicción con el sufrimiento. Jesús no era infeliz en la cruz. Sufría
tremendamente, pero estaba feliz, porque sabía que lo hacia por amor y que esto tenía un
sentido fundamental para la salvación del mundo. Era un gesto de fidelidad a su Padre.
—¿Qué otros santos cree que pueden ser modelos para el sacerdote de hoy?
—Obviamente el gran ideal es siempre Jesucristo, el buen pastor. En el caso de los apóstoles,
sobretodo san Pablo. Hemos celebrado el Año Paulino. Se ve que era una figura realmente
impresionante y que puede ser siempre una gran inspiración para los sacerdotes, sobretodo en
una sociedad que ya no es cristiana. Cruzó las fronteras de Israel para ser apóstol de los
gentiles, de los paganos. En un mundo que se está alejando tanto de cualquier manifestación
religiosa, su ejemplo es fundamental. San Pablo tenía esta conciencia muy fuerte: Jesús ha
venido para salvar, no para condenar. Es la misma conciencia que debemos tener nosotros
ante el mundo de hoy.