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INSTITUTO TEOLÓGICO TEMUCO
APUNTES DE HOMILÉTICA.
Prof. J. Santiago Garro E.
INTRODUCCIÓN.
Para reflexionar en torno a la predicación y el rol del predicador.
Predicadores Por Guillermo Tejeda.
Desde hace muchos años que ha estado con nosotros ese inclasificable misterio que
es el padre Hasbún. Sus dichos nutriéndose de la sustancia bíblica, no han trepidado en
visitar cada rincón de la vida cotidiana –privada y pública- de los chilenos.
Más allá de la favorable o desvaforable acogida que cada uno le brinda a su particular
estilo y modo de pensar, queda flotando siempre una extraña niebla entre nosotros y él. No
sabemos bien si nos habla desde el púlpito, como sacerdote; o si lo hace a la manera de un
soldado, desde las barricadas antirrevolucionarias. Quizás se ve él a sí mismo como un
comunicador; o incluso puede que, en su rol político, asuma funciones propias de un
parlamentario. Su continuo deslizamiento nos maravilla y le permite mantenerse flotando en
un extraño limbo en donde las responsabilidades se diluyen y los roles se entremezclan.
Tal vez se trate, después de todo, de un predicador. En nuestro país abundan los
predicadores, que tanto pueden ser tradicionalistas como revolucionarios, eso no es lo
importante. Dice Fernando Savater que los predicadores son la antítesis de los filósofos.
Donde el filósofo discurre y analiza, el predicador pontifica y, en lugar de buscar serenidad,
prefiere la indignación. Mientras el filósofo duda y observa la realidad, el predicador está
interesado en hablar él durante mucho rato. Pero, sobre todo, el predicador está convencido
que este mundo es lamentable, una especie de ciénaga de la cual sólo es posible salvarse si
hacemos lo que él nos dice, ya que considera modestamente tener las llaves de la verdad.
Los predicadores de izquierda, por su parte, han tenido la visión de un mundo más
justo, y nos retan porque este no lo es y nos comportamos como unos burgueses o unos
distraídos (patevacas). Los predicadores ecologistas se indignan ante nuestro basuramiento
modo de vivir. Hay predicadores estéticos o culturales, para los cuales cualquier cosa que
llegue a crear el hombre –sobre todo en Chile – será siempre incurablemente mediocre. Y,
por último, ¿quién de nosotros no es, a ratos perdidos, un pequeño predicador casero o de
barrio? Para ser un predicador se requieren atributos que casi todos tenemos: ideas
fijas y luminosas, un rol mutante, severa miopía ante la alegre complejidad de la vida.
Y pocas veces ganas de escuchar al prójimo.
(Revista del Sábado. Diario “El Mercurio)
Reflexiones.
¿De que trata la predicación y el rol del predicador?
¿Qué opinión existiría en nuestro medio en torno a la predicación en general?
¿Esta opinión estaría reflejando algo de lo que pasa con la predicación cristiana?
¿Qué les parece la idea que para ser predicador, sólo se requieren atributos como: ideas
fijas y luminosas, un rol mutante, severa miopía ante la alegre complejidad de la vida; y
además, pocas ganas de escuchar al prójimo?
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¿Esta sátira, tiene algo de verdad, con el predicador cristiano, con aquel que interactuamos
cada fin de semana?
¿Qué desafío nos presenta a la predicación cristiana y al predicador cristiano, está
opinión general en torno a las predicaciones y predicadores que existen en nuestro
medio? ¿Hay diferencias entre una y las otras? ¿Cuáles?
¡Bienvenidos al curso de homilética!
NOTA: Los siguientes apuntes han sido tomados de la bibliografía entregada para el curso,
en algunos casos se cita en forma literal y en otros es una adaptación de la información.
I. LA PREDICACIÓN CRISTIANA.
A. La importancia y definición de la predicación cristiana.
1. La importancia de la predicación cristiana.
Los principales fines del ministerio –evangelización y enseñanza- hallan en la
predicación uno de sus medios de realización más importantes. Tanto es así que en el NT
los dos verbos que más frecuentemente expresan la acción de comunicar el Evangelio,
evangelizo y kerysso se traducen en numerosas versiones por “predicar”. Por eso, tanto
Jesús como los apóstoles fueron grandes predicadores (Mr1:14; Mt.4:23; Mr.6:12; Hch.5:42;
1Co.1:17; 1Ts.2:9, etc.).
En épocas posteriores a la del NT, los períodos más luminosos en la Historia de la
Iglesia han sido aquellos en que el púlpito ha ocupado el lugar de prominencia que le
corresponde. La vitalidad de la iglesia ha corrido pareja con la calidad y el poder de la
predicación No importa que ésta haya sido interpretada por el mundo como locura; Dios la
ha usado siempre para la salvación de los creyentes (1Co.1:21). Su valor fue exaltado por
Gregorio Nacianceno cuando le asignaba lugar prioritario en el ministerio (proton ton
emeteron). Análogo concepto tuvo Erasmo: “El ministro se halla en la cumbre de su dignidad
cuando desde el púlpito alimenta a la grey del Señor con sana doctrina”.
En una de sus charlas sobre la predicación anteriores al estallido de la segunda guerra
mundial, Bonhoeffer hace hincapié en forma enfática acerca de la importancia de la
predicación: “El mundo y todas sus palabras existen por causa la palabra proclamada. En el
sermón se asientan los fundamentos de un nuevo mundo. Es ahí donde la palabra original
se torna audible. No hay evasión ni escape de la palabra pronunciada del sermón, nada nos
releva de la necesidad de dar testimonio, ni siquiera el culto o la liturgia. El predicador debe
tener la certeza de que Cristo entra en la congregación mediante las palabras que proclama
de la Escritura”.
Aun en nuestro tiempo, como ha señalado Emil Brunner, “donde hay verdadera
predicación; donde, en obediencia de fe, es proclamada la Palabra, allí, a pesar de todas las
apariencias en contra, se produce el acontecimiento más importante que puede lugar en la
tierra”.
Aunque existen otros caminos para difundir el conocimiento de la Palabra de Dios, tales
como el diálogo o la literatura, la predicación auténtica ha conservado siempre una primacía
indiscutible. Hay en ella elementos de vida y poderes únicos, inexistentes o muy disminuidos
en los demás medios de comunicación. Su fuego, sus inflexiones, su capacidad para sacudir
la mente, encender los sentimientos y mover la voluntad no tiene parangón. No nos
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sorprende que cuando alguien pidió a George Whitefield permiso para publicar sus
sermones, el fogoso predicador contestara: “No tengo ninguna objeción, si usted lo desea;
pero nunca podrá introducir en la página impresa el rayo y el trueno”.
Si la predicación últimamente ha decaído en muchas partes del mundo, ello no se debe
a un fenómeno de anacronismo, sino a que muchos predicadores han perdido de vista la
verdadera naturaleza y las características esenciales de su función.
2. Definición de predicación.
Es difícil definir la predicación, ya que se trata de una actividad compleja de amplísimas
dimensiones. Pero, aun a riesgo de omitir elementos importantes, la definición siempre es
una ayuda para comprender y retener lo esencial de una materia.
Nuestro intento de fijar el concepto de predicación carece de pretensiones de
originalidad. Sobre este punto, al igual que sobre muchos otros en el campo de la homilética.
Por nuestra parte, definiríamos la predicación del siguiente modo: “Es la
comunicación, en forma de discurso oral, del mensaje divino depositado en la
Sagrada Escritura, con el poder del Espíritu Santo y a través de una persona idónea, a
fin de suplir las necesidades espirituales de un auditorio”.
El análisis de esta definición nos ayudará a comprender la esencia y los fines de la
predicación:
El contenido de la predicación.
El contenido de toda predicación ha de ser fundamentalmente la Palabra de Dios. No
olvidemos que es kerigma. Nada de lo que el hombre añada puede desfigurar o debilitar el
mensaje divino. Esta característica era expresada de modo tajante en los días de la
Reforma: Praedicatio Verbi Dei est Verbum Dei (la predicación de la Palabra de Dios es
la Palabra de Dios). Esta aparente redundancia es la piedra de toque para distinguir la
verdadera predicación del mero discurso.
La Palabra de Dios posee en sí misma una energía vital única (He.4:12) y “no volverá
vacía” a aquel que nos la ha dado. Sean cuales sean los resultados visibles, la Palabra de
Dios cumplirá el propósito de Dios; una veces para salvación (1Ts.1); otras para juicio
(Jn.12:48). La predicación genuina tendrá siempre ese doble efecto. Difundirá “el buen olor
de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden” (2Co.2:15). El resultado final
siempre debe dejarse al Señor. Mutilar la Palabra, deformarla o abaratarla con objeto de que
la predicación resulte más aceptable no es sólo una gran equivocación; es un pecado del
que Dios pedirá cuentas a todo falso predicador(a) (Jr.23:9-40).
b. Palabra y Escritura.
La Palabra de Dios no llega al predicador(a), ni a ningún otro ser humano, de modo
directo. Se halla en la Sagrada Escritura. Sus páginas contienen el testimonio de los grandes
hechos de la historia de la salvación y la interpretación de los mismos, todo ello con la
garantía de la inspiración divina (2Ti.3:16). Por ello, la predicación cristiana ha de ser
eminentemente bíblica, lo cual no significa tan sólo que ha de girar en torno a un
determinado texto de la Escritura, sino que ha de estar impregnada en la totalidad de sus
enseñanzas.
c. El Espíritu Santo y la predicación.
Cualquier forma de testimonio cristiano exige el poder del Espíritu Santo (Hch.1:8).
¡Cuánto más la predicación! (Hch.2; 6:8-10; 7:55; 10:19,44). Pablo reconoció que la
intervención del Espíritu Santo era el secreto de su predicación (1Co.2:4; 2Co.3:3; 1Ts.1:5).
a.
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Estos datos nos llevan a reconocer que la homilética es una derivación de la
pneumatología. Un predicador(a) divorciado del Espíritu Santo es “metal que resuena y
címbalo que retiñe”. No basta que conozca a fondo la Biblia y la exponga con escrupulosa
lealtad. Si el Espíritu de Dios no obra en las mentes y en los corazones de los oyentes los
resultados serán nulos. La Palabra de Dios es la verdad independientemente de que los
hombres lo admitan o no. Pero esa verdad permanece velada en tanto el Espíritu no realiza
su obra iluminadora en el interior del corazón humano (1Co.2:9-14).
Alguien dijo: “el mejor fundamento teológico de la predicación no auxilia al predicador si
el Espíritu Santo es recusado. Por encima de todo, para predicar, necesito al Espíritu Santo”.
Calvino había insistido con razón en que la Palabra predicada sin la iluminación del Espíritu
Santo es inoperante. Este hecho es importante, especialmente en una época como la
nuestra en que los recursos de la retórica y la psicología se presentan al predicador(a) como
una tentación.
d. El predicador, instrumento de comunicación.
El Espíritu Santo podría usar directamente la escritura para la conversión de los
hombres y la edificación de la iglesia, y a veces así lo hace excepcionalmente. Pero por
regla general se vale de medios humanos, entre los cuales el predicador(a) ocupa lugar
especial.
Al definir la predicación hemos indicado que el mensaje divino es comunicado a través
de una persona idónea. ¿Es posible hallar tal persona? Ante la excelencia de la Palabra y la
magnificencia aún mayor del Dios que la ha dado, cualquier capacidad humana es ineptitud.
¿Quién puede considerarse apto pata lograr que a través de sus palabras los hombres oigan
la voz viva de Dios mismo? Que esto suceda es un misterio y un milagro atribuible a la
gracia divina, no a mérito alguno del predicador.
Sin embargo, es imprescindible un mínimo de idoneidad por parte de quien comunica a
otros la Palabra de Dios. La predicación no es una simple exposición de la verdad contenida
en las Escrituras. Tal tipo de exposición puede hacerla incluso una persona no creyente o
desobediente a Dios (Nm.23-24; Mr.1:24; Hch.16:17-18). Ninguno de estos “predicadores”
mereció la aprobación de Dios.
El verdadero predicador(a), sean cuales sean sus defectos y limitaciones, ha de estar
identificado con el mensaje que comunica. Debe reverenciar y amar a Dios, respetar y
aceptar su Palabra. Ha de haber tenido una experiencia genuina de conversión y
dedicación a Cristo en respuesta a su llamamiento. Tiene que ajustar su vida –aunque no
llegue a la perfección absoluta- a las normas morales del Evangelio. Ha de amar
sinceramente a los hombres. Ha de reflejar la imagen y el espíritu de su Señor.
Hay ciertas preguntas que se deben reflexionar y responder, en lo tocante al ministerio
del predicador(a).
¿Qué lugar debe ocupar en la predicación la experiencia del predicador?
¿Puede predicar quien pasa por una experiencia de crisis espiritual?
¿Se puede predicar sobre puntos que el predicador no aplica a su propia vida?
Las respuestas a estas preguntas, nos hablarán de la calidad de la persona del
predicador(a) la fidelidad a su ministerio de la predicación.
e. El auditorio y sus necesidades.
El predicador(a) es un intermediario entre Dios y los oyentes en lo que a comunicación
de la Palabra de Dios se refiere. Por tal razón, debe conocer a Dios y vivir lo más cerca
posible de Él; pero tiene asimismo que conocer a los hombres y mujeres y vivir próximo a
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ellos. Ha de ser fiel a su Señor y, por amor a Él, amar a quienes le escuchan con una
preocupación sincera por su situación.
Ante sí tiene hombres y mujeres con sus inquietudes, sus dudas, sus deseos nobles,
sus debilidades, sus luchas, sus avances espirituales, sus pecados, sus alegrías, sus
temores, sus amores y desamores. De alguna manera, el predicador ha de penetrar en ese
mundo interior de cada oyente e iluminarlo, purificarlo y robustecerlo con la Palabra de Dios.
No puede conformarse con pronunciar palabras piadosas que se pierdan en el vacío porque
su contenido es de nulo interés para quienes escuchan, porque la Palabra de Dios es
relevante en todo sentido, también debe serlo para cada uno de los oyentes de ella.
Al pensar en el hombre y la mujer, hemos de pensar en la totalidad de su ser y de su
“circunstancia”. La Palabra de Dios no va dirigida únicamente al espíritu; no tiene por objeto
solamente movernos a la adoración o fortalecer nuestra fe. Menos aún, elevarnos a una
comunión con Dios que nos haga indiferentes a nuestros compromisos, nuestras
necesidades, nuestras relaciones o nuestros problemas temporales.
Es necesario desterrar falsos espiritualismos y ver desde el púlpito a seres de carne y
hueso. Aun el creyente, ciudadano del Reino de los cielos, vive en el mundo bajo toda clase
de influencias culturales, religiosas, políticas, sociales, etc. No puede salir de ese marco. Ni
es llamado a hacerlo. Pero en él se hallará infinidad de veces con situaciones en las que no
verá con claridad cómo actuar cristianamente. Es entonces cuando una predicación
“encarnada”, en la que la Palabra de Dios responde preguntas, aclara dudas y proporciona
estímulos en el orden existencial, constituye una bendición inestimable por convertirse en
palabra redentora. En cierto sentido, respetando el significado original de la frase bíblica, de
todo sermón debiera decirse que en él “la Palabra se hizo carne”.
Por medio de la predicación, el atribulado ha de recibir consuelo; el que se halla en la
perplejidad, luz; el rebelde, amonestación, no ataque; el penitente, promesas de perdón; el
caído, perspectivas de levantamiento y restauración; el fatigado, descanso y fuerzas; el
frustrado, esperanza; el inconverso, la palabra cautivadora de Cristo; el santo, el mensaje
para crecer en la santificación. Resumiendo: el púlpito ha de ser la puerta de la gran
despensa divina de la cual se sacan las provisiones necesarias para suplir las necesidades
espirituales de los oyentes.
El sentido teológico de la predicación.
El sentido teológico de la predicación se desprende del hecho de que es la transmisión
de un mensaje que se origina con Dios y se transmite por orden de Dios. Donald G. Miller ha
dicho al respecto: “Predicar es venir a formar parte de un evento dinámico en el cual el Dios
viviente, el Dios redentor, reproduce su acto de redención en un encuentro viviente entre Él y
los que escuchan a través del predicador”. Podemos decir que el sentido teológico de la
predicación tiene el siguiente carácter múltiple:
B.
1. El carácter teologal de la predicación.
La predicación tiene su punto de partida en el amor de Dios y en la revelación de ese
amor. Amor infinito que dio origen a la auto-revelación de Dios, y que a la vez es la
causa de la predicación. De ahí que se nos advierte que la predicación “no se centraliza en
ideas humanas acerca de Dios, sino en lo que Dios ha hecho...”
La predicación deriva su energía del poder de Dios. Por tanto, es un mensaje
poderoso. Es tan poderoso que Dios mismo lo ha hecho el vehículo para salvar a los
hombres. Como bien lo advierte Pablo (1Co.1:21; Ro.10:12-15, 17).
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De igual manera, la predicación recibe su autoridad de parte de Dios. Esa autoridad se
desprende del hecho de que es un mensaje que está arraigado en lo que Dios ha dicho. Aún
más, es un hecho que la autoridad inherente de la predicación es el resultado de la
presencia misma de Dios en el acto de la predicación. La predicación es autoritativa porque
el que predica no es el predicador(a), sino Dios a través del predicador, de modo que la
palabra predicada viene a ser verdaderamente Palabra de Dios.
El objetivo final de la predicación es el conocimiento de Dios. Por consiguiente, la
predicación no sólo halla su punto de partida en Dios y se lleva acabo por el poder y la
presencia de Dios, sino que también tiene su fin en Dios, ya que procura llevar a los
hombres al conocimiento personal de Dios.
2. El carácter cristológico de la predicación.
La predicación tiene este carácter. Como el mediador del nuevo pacto, que tiene como
núcleo el evangelio, Cristo es el eje de la predicación. Es él, por tanto, quien le da el
contenido a la predicación, ya que sin él, no hay kerygma. Además, le da verdadero
propósito, pues sin él no hay salvación.
La predicación debe ser, por lo tanto, cristocéntrica. Debe procurar relacionar todas las
cosas: el orden socioeconómico, político, cultural, educativo y religioso, con Cristo. De igual
manera, debe procurar compartir a Cristo como persona con las masas despersonalizadas.
Ello tiene implicancias intelectuales y psicológicas. Es decir, en la predicación no sólo se
debe compartir ideas acerca de Cristo (su señorío sobre la historia; su encarnación, muerte y
resurrección y segunda aparición), sino también la realidad de su persona. Esto último se
logra por medio de la experiencia y la personalidad del predicador(a) cuando predica movido
por una experiencia personal con Cristo y saturado de Su poder.
3. El carácter evangélico de la predicación.
La predicación no es un mero discurso moral, político o religioso. Es más bien la
comunicación del evangelio de Cristo. Esto no quiere decir que todo lo que se debe predicar
es la encarnación, muerte y resurrección de Cristo. Pero sí quiere decir que el evangelio es
la presuposición de toda predicación cristiana. Por lo demás, el enfoque didáctico o el
pastoral, se hace cristiano por su relación con Cristo, y evangélico por su relación con el
evangelio.
La predicación tiene, pues, un carácter evangélico, porque anuncia preeminentemente
la actividad e Dios en Cristo a favor de la humanidad. Es así, que no importa cuál sea el
objetivo inmediato de la predicación. Cual sea su énfasis, la predicación cristiana anuncia el
evangelio y sus implicaciones para toda la vida.
4. El carácter antropológico de la predicación.
En la predicación, el hombre y la mujer son siempre los receptores. La predicación
cumple su fin cuando penetra en la vida de los hombres y mujeres e influye en su
comportamiento. Esto quiere decir que tanto el qué (el contenido) de la predicación como el
cómo (la manera de presentar ese mensaje) tienen que tener presente el quién (el receptor).
La predicación se dirige al hombre y a la mujer como seres enajenados de Dios, y por
tanto, fuera de las fronteras de la familia de Dios. Entendida en este sentido, la predicación
llama al hombre y a la mujer a la comunión de la iglesia.
La predicación se dirige también al hombre y a la mujer como parte de la iglesia. En
este sentido, la predicación edifica la iglesia. Como instrumentos para la transmisión de la
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Palabra de Dios, la predicación es el fundamento de la iglesia, por cuanto es el órgano que
le da vida. Además, la predicación ilumina, acompaña y protege a la iglesia, porque la reúne
y continúa edificándola, nutriéndola y haciéndola crecer.
5. El carácter eclesial de la predicación.
Lo dicho anteriormente, nos pone de lleno en el carácter eclesial de la predicación. La
predicación se lleva a acabo en el contexto de la iglesia y, por tanto, está atada a la
existencia y misión de ésta.
Es la predicación la que hadado lugar a la iglesia y la hace crecer en gracia.
La predicación hace consciente a la iglesia de la realidad de su posición en Cristo y de
su vida actual. Su naturaleza es desarrollar conciencia en los miembros de la comunidad
cristiana de que pertenecen al pueblo de Dios, a la nueva humanidad, a un reino de
sacerdotes y a una nueva nación santa; a una comunidad apostólica, profética y peregrina.
La predicación tiene también que crear conciencia en la iglesia de cómo está viviendo esa
realidad y cumpliendo con su llamamiento. En este sentido, el predicador(a) ejerce la función
del profeta, esto es: llamar al pueblo de Dios a considerar (reflexionar) sus caminos delante
de Dios (Hageo 1:5), y, sí es necesario, llamarle a arrepentirse y a convertirse de sus malos
caminos (Is.1:10-20; 55:6-8).
6. El carácter escatológico de la predicación.
Su carácter escatológico se desprende del hecho de que pertenece a los “últimos
tiempos”. Al hablar de los últimos tiempos, nos referimos a lo que se ha llamado “la última
fase de la historia de la salvación, en la que se invita a los hombres, sin acepción de razas o
nacionalidades, a participar del Reino de Dios”. Esta etapa, fue inaugurada con la muerte y
resurrección de Jesucristo y será consumada en su segunda aparición. Tiene que ver con el
reino que anunciaba Jesús, por cuanto invita a los hombres a participar de un nuevo orden
de vida.
La predicación también tiene este carácter, porque confronta al hombre con dos
posibilidades futuras: condenación o salvación. La predicación sacude al hombre en sus
sentimientos más íntimos y lo obliga a reflexionar sobre su futuro. Y no sólo obliga a
reflexionar, sino a tomar una decisión respecto a las alternativas que hay en ese futuro.
7. El carácter persuasivo de la predicación.
La predicación tiene un fin persuasivo. Su objetivo primordial es persuadir a los
hombres, estén éstos fuera o dentro de la iglesia, a darse por completo al Señor. De ahí que
también define a la predicación, como “la comunicación verbal de la verdad divina con el fin
de persuadir”.
En la persuasión se trata de cambiar la actitud (o actitudes) y la creencia (o
creencias)de una o más personas. Se procura lograr una decisión con respecto al mensaje
que se comunica. Por tanto, al decir con respecto al mensaje que se comunica. Así
queremos decir, que no se conforma con que haya una actitud favorable hacia el mensaje,
sino que procura penetrar por todos los medios en los oyentes hasta que éstos respondan
en fe y obediencia. En otras palabras, la predicación busca una transferencia de significados
que influya sobre el comportamiento de los oyentes: procura que los oyentes cambien de
actitud con respecto a Cristo y a su evangelio, con todo lo que ello implica.
8. El carácter espiritual de la predicación.
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La predicación no sólo tiene letra sino espíritu. Este carácter emana del hecho de que
es un acto testificante del Espíritu Santo. Es Él quien finaliza y hace penetrar el mensaje
predicado en tal forma que los oyentes sean persuadidos. En este sentido, el Espíritu Santo
no sólo ilumina al receptor de modo que comprenda el sentido del mensaje, sino que
también lo convence de pecado y de su necesidad de Cristo. Hace que ese mensaje
penetre en el corazón de tal forma que se realice esa transferencia de significados y haya un
cambio de mente y actitud, una respuesta de fe y obediencia a Cristo.
Es por ello que la predicación debe hacerse a través del Espíritu Santo, si es que ha de
ser eficaz. Como se ha dicho: “Sin la obra del Espíritu Santo, la Palabra que Dios ha hablado
al mundo en su Hijo no puede ser traducida eficazmente ni hacerse presente”. De ahí
también la importancia de la oración en la predicación. Porque a través de la oración es que
el predicador expresa su dependencia de la persona y obra del Espíritu Santo. Hay en la
oración un principio de debilidad, insuficiencia y dependencia. El que ora, lo hace porque se
siente incapaz de cubrir sus necesidades; porque reconoce que su “socorro viene de
Jehová” (Sal.121:2). En la oración el predicador confiesa su debilidad e insuficiencia para
cumplir el propósito de la predicación. En su debilidad pide la ayuda del Espíritu Santo quien
intercede con gemidos indecibles (Ro.8:26) y hace posible la manifestación del poder de
Dios en la predicación.
9. El carácter litúrgico de la predicación.
Entendemos por liturgia el culto que le rinde la iglesia a su Dios, o la adoración pública
de Dios como expresión de servicio. En la adoración, la iglesia reconoce el valor supremo
de Dios en cada aspecto de la existencia humana, y celebra la victoria de Dios en Cristo. En
la celebración de esa victoria, la iglesia, unida a esa nube de testigos de todos los tiempos,
proclama el triunfo del evangelio y ofrece a toda la humanidad, en nombre de Dios, los frutos
de esa victoria.
Toda adoración pública constituye, por sus propios méritos, un acto de proclamación y,
por tanto, se le puede llamar un acto de predicación. Sin embargo, hay dentro de ese acto
una parte que es dedicada a interpretar y a aplicar el sentido de la proclamación. Entendida
de esta manera, la predicación es un aspecto integral de la adoración pública de la iglesia.
Como tal, tiene una triple función:
En primer lugar, la predicación unifica la adoración pública. Hace evidente el diálogo
involucrado en la adoración, entre la Palabra de Dios y la palabra del hombre, entre Dios
mismo y el hombre y entre éste y su prójimo. La predicación, entendida como la Palabra de
Dios dirigida al hombre, no se completa hasta tanto el hombre no responde a Dios. Pero
como en esa Palabra está implícita la palabra del prójimo, la respuesta humana tiene
también que tener una dimensión horizontal. La predicación es, pues, un puente entre
Palabra y sacramento, entre revelación y respuesta. En la predicación se hace evidente la
dinámica de la adoración que el profeta Isaías nos describe en Is. 6: el llamamiento de Dios
y la respuesta del hombre, la confesión humana y el perdón divino, la proclamación de la
Palabra y la dedicación del adorante, la comisión al servicio y la promesa de poder para el
cumplimiento de esa tarea.
En segundo lugar, la predicación hace contemporánea la victoria del evangelio que se
celebra en la adoración. La predicación interpreta el simbolismo evangélico, presente en la
adoración, que actúa como señal de la victoria de Dios. La predicación aplica esa victoria
tanto a las necesidades de la iglesia como del mundo. La predicación, pues, le da a la
adoración un carácter existencial, al relacionarla con toda la vida. La predicación es el
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vehículo por excelencia para la transmisión de la gracia divina que viene como resultado de
la adoración divina.
En tercer lugar, la predicación provee el tema del culto. Para que el servicio de
adoración posea una buena simetría, debe haber una coordinación de los himnos, las
oraciones, las antífonas, las lecturas bíblicas y el mensaje que va a predicarse. Como el
sermón es la exposición y la interpretación de un tema bíblico, es importante que los otros
elementos giren en torno al tema del sermón; de lo contrario, se corre el riesgo de perder la
unidad y la simetría, que son tan esenciales para la adoración.
A modo de conclusión.
La predicación es, finalmente, un acto dinámico en el cual Dios se dirige a hombres y
mujeres fuera y dentro de su pueblo, para confrontarlos con las profundas implicaciones de
su obra redentora en Cristo. Es un acto integral de la adoración pública de la iglesia. Sobre
todo, la predicación es un acto escatológico, por cuanto atañe a los últimos tiempos y es el
instrumento por excelencia del Espíritu Santo para la salvación de los hombres. Es por ello
que el predicador no puede concebirse a sí mismo como un mero orador, ni “como
empresario que presenta una estrella a una multitud”, sino como un siervo, instrumento y
heraldo de Dios.
Es a base del sentido teológico de la predicación que debemos juzgar nuestra
predicación. ¿Tiene nuestra predicación un carácter teologal, cristológico, evangélico,
antropológico, eclesial, escatológico, persuasivo, espiritual y litúrgico? ¿Qué imagen
tenemos de nuestra función como predicadores(as)? ¿Nos vemos a nosotros mismos
como siervos de Jesucristo, como heraldos de su evangelio y como instrumentos del
Espíritu, o simplemente como oradores, empresarios o artistas? Sobre las respuestas que
les demos a estas interrogantes descansa la eficacia de nuestra predicación.
C. La importancia predicación de la Palabra de Dios.
John Stott define la predicación como: “Predicar es abrir y exponer el texto inspirado
con tal fidelidad y sensibilidad que se oye la voz de Dios y la gente la obedece”
De esta definición de la predicación podemos deducir seis formulaciones: dos
convicciones acerca del texto bíblico, dos obligaciones al abrirlo y exponerlo, y dos
expectativas en cuanto a resultados.
1. Dos convicciones.
a. El texto bíblico un texto inspirado. “Predicar es abrir y exponer el texto inspirado”. Para
la predicación auténtica es indispensable tener un punto de vista elevado con respecto al
texto bíblico, porque se trata de un texto distinto de cualquier otro, único por su origen,
carácter y autoridad. Nada hay que socave la predicación tanto como el escepticismo con
respecto a las Escrituras. Hay tres palabras en la doctrina de la Escritura que nos ayudarán
a entender esta afirmación.
(1). “Revelación”. Esta describe la iniciativa que tomó Dios para darse a conocer. Es un
término que humilla. Presupone que en sus infinitas perfecciones Dios está totalmente más
allá del alcance de nuestra mente finita. Nuestra mente no puede penetrar la mente de Él.
No tenemos la capacidad necesaria para leer sus pensamientos. De hecho, sus
pensamientos son tanto más altos que nuestros pensamientos como los cielos son más
altos que la tierra. Consecuentemente, no sabríamos nada acerca de Dios si Él no hubiere
elegido hacerse conocer. Sin la revelación no seríamos cristianos en absolutos. Pero
nosotros creemos que Dios se ha revelado a sí mismo, no sólo en la gracia y el orden del
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universo creado, sino en forma suprema en Jesucristo, su Palabra encarnada, y en la
Palabra escrita, que ofrece un testimonio amplio y diferenciado sobre su persona.
(2). “Inspiración”. Esta describe el modo que Dios eligió para revelarse a sí mismo,
hablando con los autores bíblicos y por medio de ellos. Este fue un proceso dinámico que
respetaba el carácter personal de los distintos autores bíblicos. Dios habló por medio de
ellos de tal modo que las palabras habladas eran simultánea y paralelamente suyas y de
ellos.
(3). “Providencia”. Esta es la amorosa provisión y providencia de Dios por la cual dispuso
que las palabras que pronunció fuesen primeramente escritas (para formar lo que llamamos
la “Escritura”) y luego conservadas a lo largo de los siglos (de modo que estuvieran a
disposición de todas las generaciones en todos los lugares y en todos los tiempos, para su
salvación y su enriquecimiento).
La Escritura es, por consiguiente, la “palabra escrita de Dios”, su modo de darse a
conocer en forma oral y escrita, producto de la revelación, la inspiración y la providencia.
Esta primera convicción es indispensable para los predicadores. Si Dios no hubiera
hablado, nosotros no nos atreveríamos a hablar, porque no tendríamos nada que decir,
excepto por lo que hace a nuestras propias especulaciones, conocidas y trilladas. Pero
dado que Dios sí ha hablado, nosotros también tenemos que hablar, comunicando a otros lo
que Él nos ha comunicado en la Escritura. Más aún, ¡nos negamos a guardar silencio!
Como lo expresó el profeta Amós: “Si habla Jehová el Señor, ¿quién no profetizará?” o dará
a conocer su Palabra. De modo semejante escribió Pablo, citando el Salmo 116: “Creí, por lo
cual hablé”. Es decir, hablamos porque creemos lo que ha hablado Dios.
b. El texto inspirado es también parcialmente un texto cerrado. Si predicar es “abrir y
exponer el texto inspirado”, luego tiene que ser un texto parcialmente cerrado, porque de
otro modo no sería necesario abrirlo.
El pasaje del eunuco etíope en Hch.8:26-40, ilustra adecuadamente la necesidad de
predicadores(as). Mientras iba sentado en su carruaje, leyendo Is. 53, Felipe le preguntó:
“¿Entiendes lo que lees?” Contestó el etíope: “¿Y cómo podré (entender), si alguno no me
enseñare?”. Con toda razón Calvino comenta la humildad del etíope y la contrasta con los
que, “pagados de sí mismos” debido a su confianza en su propia capacidad, son demasiado
orgullosos para someterse a la enseñanza de otros.
Este es, entonces, el caso bíblico a favor de la exposición bíblica. Comprende dos
convicciones fundamentales, a saber, la de que Dios nos ha dado en la Escritura un texto
que es tanto inspirado (dado que tiene origen y autoridad divinos) como, hasta cierto punto,
cerrado (difícil de entender). Por lo tanto, además del texto, Dios proporciona a la iglesia
predicadores(as) para abrir y exponer el texto, explicándolo y aplicándolo a la vida de los
oyentes.
2. Dos obligaciones.
La definición de lo que es la predicación de la Palabra de Dios pasa de dos
convicciones a dos obligaciones a tener en cuenta al exponerla: “Predicar es abrir y exponer
el texto inspirado con...fidelidad y sensibilidad...”. La razón principal de que el texto bíblico
esté parcialmente cerrado, y que sea difícil de entender, se debe al ancho y profundo
abismo que se extiende entre el mundo antiguo, en el cual Dios habló su Palabra, y el
mundo moderno, en el cual la escuchamos nosotros. Este abismo cultural, también
determina la tarea del predicador(a) y plantea las dos obligaciones principales, a saber, la
fidelidad a la antigua Palabra y la sensibilidad ante el mundo moderno.
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a. La fidelidad a la Palabra de Dios.
Tenemos que aceptar la disciplina de la exégesis, es decir, la tarea de ubicarnos con el
pensamiento en la situación de los autores bíblicos, sumergirnos en su historia, su geografía,
su cultura y su lengua. Esta tarea ha sido honrada desde mucho tiempo atrás con el nombre
de “exégesis-histórica gramatical”. El ignorar esta disciplina, u ocuparse de ella de un modo
indiferente o descuidado, es inexcusable, porque denota desprecio por la forma en que Dios
eligió expresarse. ¡Con qué esmero, con qué meticuloso y responsable cuidado deberíamos
estudiar los predicadores(as), a la vez que exponer ante otros, las palabras mismas del Dios
vivo!.
Es más el peor error que podemos cometer es meter nuestros pensamientos del siglo
XXI en la mente de los autores bíblicos (lo cual es “eisegesis”), manipular lo que escribieron
ellos con el fin de hacerlo coincidir con lo que nosotros queremos que digan, y luego
sostener que tenemos apoyo para nuestras opiniones.
Calvino, adelantándose a su tiempo, entendió bien este principio. “La primera tarea del
intérprete es dejar que su autor diga lo que realmente dice, en lugar de atribuirle lo que
pensamos nosotros que debería decir”. En nuestros días necesitamos con urgencia tanto la
integridad como el coraje para trabajar con esta regla básica, para darles a los autores
bíblicos la libertad de decir lo que realmente dicen, por anticuada e impopular que sea su
enseñanza.
b. Sensibilidad para con el mundo moderno. Si bien Dios habló al mundo antiguo en su
propia lengua y cultura, quiere que su Palabra sea para todos. Esto significa que el
predicador(a) es más que un exegeta. El exegeta explica el significado original del texto; el
expositor va más allá y lo aplica al mundo contemporáneo. Por lo tanto, tenemos que
esforzarnos por entender este mundo rápidamente cambiante en el cual Dios nos ha llamado
a vivir; por escuchar sus muchas y disonantes voces, sus interrogantes; sus protestas y sus
gritos de dolor; y por sentir en alguna medida su desorientación y su desesperación. Porque
todo esto forma parte de nuestra sensibilidad cristiana.
He aquí, entonces, las dos obligaciones que el llamado a predicar impone a los
predicadores(as) bíblicos. La fidelidad (a la Palabra) y la sensibilidad (para con el mundo).
No podemos falsificar la Palabra con el fin de asegurar una pertinencia falseada, ni ignorar
al mundo con el fin de asegurar una fidelidad falsa. No hemos de cumplir ninguna de las dos
obligaciones a expensas de la otra. La combinación de la fidelidad y sensibilidad hacen al
predicador una persona auténtica. Nuestro error puede ser bíblicos, pero no
contemporáneos, o contemporáneos y no bíblicos.
En la práctica, al estudiar el texto tenemos que hacernos dos preguntas precisas y
hacerlas en el orden que corresponde. La primera es: “¿Qué significaba?”, y la segunda:
“¿Qué dice?”. Al plantear estas dos preguntas, el interés comienza con el significado
original del texto, cuando primero fue expresado verbalmente o por escrito, y luego pasa a
su mensaje contemporáneo, o sea, a lo que significa para la gente hoy. No debemos
confundir estas dos preguntas, ni ubicarlas en un orden equivocado ni dejar de hacer ambas
preguntas en última instancia.
La primera pregunta, “¿Qué significa?”, también podría formularse de este otro modo:
“¿Qué significa ahora?”, por cuanto el significado intrínseco del texto no varía. Sigue
significando hoy lo que significaba cuando primero fue escrito. Un texto no significa lo que
tiene significado para mí, significa lo que quiso decir el autor, así que nuestra primera
pregunta es ¿qué significó?, y eso implica exégesis.
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La segunda pregunta que tenemos que hacerle al texto es: “¿Qué dice?”. O sea,
habiendo discernido su significado original (que fija el autor), tenemos luego que reflexionar
sobre su mensaje contemporáneo (de qué manera se aplica a la gente de hoy). Aquí entra
la sensibilidad espiritual. Tenemos que aumentar nuestro conocimiento del mundo moderno:
sus presuposiciones y preocupaciones, su mentalidad y ánimo, su cultura volátil y sus
decadentes niveles morales, sus valores, metas, dudas, temores, pesares y esperanzas, y
no menos su obsesión con el propio ser, con el amor y la muerte. Solamente entonces
estaremos en condiciones de discernir el modo en que la Palabra que no cambia le habla a
este mundo cambiante.
Si captamos el significado original del texto bíblico, sin pasar a ocuparnos de su
mensaje contemporáneo, nos rendimos ante el anticuarismo, que no tiene relación alguna
con las realidades presente del mundo moderno. Si, por lo demás, comenzamos con en
mensaje contemporáneo del texto, sin primeramente habar aceptado la disciplina de
descubrir su significado original, nos rendimos ante el existencialismo, que no tiene relación
alguna con las realidades pasadas de la revelación. En lugar de esto, debemos hacer
ambas preguntas, primero fieles en procura de conocer el significado del texto, y luego
siendo fieles en procurar discernir su menaje para el día de hoy. Más aún, no hay atajos
para lograr esto. No hay más que el duro trajín del estudio, en procura de familiarizarnos
tanto con las Escrituras en su plenitud como con el mundo moderno en toda su variedad.
Es escuchar lo que dice la Escritura y el mundo moderno, con el fin de relacionar lo uno con
lo otro.
3. Dos expectativas.
De lo anterior, vienen, como consecuencia, dos expectativas. Si realmente abrimos y
damos a conocer el texto inspirado con fidelidad y sensibilidad, ¿qué es lo que podemos
esperar que ocurra?
1. Esperamos que la voz de Dios sea escuchada.
Esta expectativa surge de la creencia de que el Dios que ha hablado en el pasado
también habla en el presente a través de lo que ha hablado.
Una expectativa de esta naturaleza, que a través de su antigua Palabra Dios se dirige
al mundo moderno, está, sin embargo, en situación de decadencia en el día de hoy. Como
alguien ha dicho, “hemos ideado un modo de leer la Palabra de Dios, de la que jamás sale
palabra alguna de Dios”. Cuando llega el momento del sermón, los fieles juntan las manos y
cierran los ojos, haciéndolo con grandes demostraciones de piedad, tras lo cual se
acomodan para disfrutar el acostumbrado adormecimiento. Es más, el predicador(a) alienta
esto con su modo y su voz adormecedora.
¡Qué diferente es cuando tanto el predicador(a) como la gente esperan que Dios hable!
Toda la situación cambia, y cuando la abren, se sientan en el borde del asiento
ansiosamente, a la espera de lo que Dios quiere decirles. Se trata de una representación de
la escena en la casa de Cornelio, el centurión romano, cuando llegó Pedro. Cornelio le dijo:
“Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que
Dios te ha mandado”. ¿Por qué no va a experimentar una congregación cristiana el mismo
grado de expectativa en el día de hoy?
El predicador(a) mismo(a) puede alentar esta actitud. Se prepara cuidadosamente, de
tal modo que evidentemente espera que Dios le dé un mensaje. Ora fervientemente antes de
salir de la casa camino a la iglesia, y ora de nuevo en el púlpito antes de predicar, para que
Dios hable a su pueblo. Lee y expone el texto con gran seriedad de propósito, sintiendo
13
profundamente lo que dice. Luego, cuando ha terminado, ora nuevamente y experimenta
una quietud y una solemnidad manifiestas en la presencia del Dios que ha hablado.
2. Esperamos que el pueblo de Dios lo obedezca.
La Palabra de Dios siempre exige una respuesta de obediencia. No hemos de ser
oidores olvidadizos, sino hacedores obedientes, de la palabra de Dios. En todo el AT oímos
el lamento divino: “¡Oh si hoy escuchareis su voz!” (Sal.95:7-10). Dios seguía enviando sus
emisarios al pueblo, “mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y
menospreciaban sus palabras, burlándose de su profetas, hasta que subió la ira de Jehová
contra su pueblo, y no hubo ya remedio” (2Cr.36:16).
¿Cómo, entonces, debería responder el pueblo? ¿Qué clase de obediencia se
requiere? La respuesta es que el contenido de la palabra expuesta determina la naturaleza
de la reacción que se espera. Lo que hacemos como respuesta a la Palabra de Dios
depende de lo que Él nos diga por medio de ella. Consideremos algunos ejemplos. Si, el
texto explicado y mediante dicho texto Dios habla acerca de sí mismo y su propia y gloriosa
grandeza, nosotros respondemos humillándonos delante de Él en adoración. Si, en
cambio, habla acerca de nosotros, de nuestra indocilidad, de nuestra inconstancia, de
nuestra rebelión y nuestra culpa, entonces respondemos adoptando una actitud de
penitencia y confesión. Si habla acerca de Jesucristo, aquel que murió para llevar nuestros
pecados, y fue levantado de los muertos para demostrarlo, respondemos con fe,
asiéndonos a este Salvador venido del cielo. Si habla acerca de sus promesas, nos
proponemos guardarlas; si habla acerca de sus mandamientos, nos proponemos guardarlos.
Si Dios nos habla acerca del mundo, y su colosal necesidad espiritual y material, entonces
nace en nosotros su compasión, tanto para predicar el evangelio como para servir a los
necesitados. Si, por otra parte, Dios no habla a través de su palabra en cuanto al futuro,
la venida de Cristo y la gloria posterior, entonces se inflama nuestra esperanza y nos
proponemos ser santos y estar ocupados sirviendo hasta que venga.
El predicador(a) que se ha metido profundamente en el texto, que ha captado y
desarrollado su tema dominante, y se ha sentido él mismo conmovido por su mensaje, se
ocupará de hacerlo resaltar en la conclusión y de darles a los
oyentes la oportunidad para reaccionar al mismo, a menudo en silenciosa oración, en tanto
cada persona es impulsada por el Espíritu Santo a tomar la decisión de obedecer de un
modo apropiado.
Es un enorme privilegio ser predicador(a) bíblico(a), vale decir, ocupar el púlpito con la
palabra de Dios en las manos y en la mente, con el Espíritu de Dios en el corazón, y con el
pueblo de Dios ante la vista, con la expectante esperanza de que la voz de Dios sea oída y
obedecida.
D. La predicación y el proceso comunicativo.
1. Predicación y comunicación.
La predicación es un acto comunicativo. Tiene como finalidad la comunicación de la
Palabra de Dios a los hombres. Comunicar es compartir, y en virtud de ese compartimiento
tener ciertos conceptos, actitudes o experiencias en común con otras personas. Predicar
es, pues, compartir a Cristo con otras personas y así introducirlas a una relación íntima con
Dios.
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La
comunicación involucra un proceso mental y emocional; constituye una
experiencia de interacción social en la que se comparten ideas, actitudes y sentimientos
con otras personas con el fin de modificar o influir sobre su conducta.
Esta definición ubica a la comunicación en la perspectiva de un proceso que implica
dinámica, movimiento, acción. De igual manera, la pone en un contexto amplio como
actividad intelectual, emocional y social. Abarca
la
generación, la recepción, la
interpretación y la integración de ideas. Se da en la esfera de las emociones. En este
sentido constituye una transmisión latente de predisposiciones adquiridas hacia personas,
ideas y objetos y de reacciones espontáneas a experiencias vivenciales. Implica, además,
que la comunicación es un fenómeno social y representa, por tanto, una prueba tangible de
que los seres vivientes se hallan en relación entre sí y en unión con el mundo; de ahí que
necesiten compartir con otros sus situaciones interiores e impresiones del medio
ambiente. Finalmente, la antedicha definición aclara cuál es la finalidad de todo acto
comunicativo: influir sobre alguien o modificar su conducta.
Traducida a la predicación lo dicho quiere decir que ésta no es una simple transmisión
de ideas acerca de Dios y sus relaciones con el mundo. Implícitas en la predicación están
las actitudes o predisposiciones del predicador(a) hacia sí misma(a), Dios y su Palabra y a la
congregación y su situación vivencial. En ella participan también, en forma dinámica y
determinante, las actitudes de la congregación hacia el predicador(a), su mensaje, el culto y
sus propios integrantes. De modo que la predicación, antes de ser un mero dar y recibir
estático, donde uno (el predicador(a)) es el que da y muchos (la congregación) los que
reciben, es una actividad dinámica y una experiencia de interacción social que afecta y es
afectada por el cuerpo y los sentidos, el pensamiento y las palabras, los sentimientos y las
actitudes, los movimientos y las acciones, la atención y el entendimiento, tanto del
predicador como de la congregación.
2. Predicación, sermón, predicador(a) y congregación.
Vista, como proceso comunicativo, la predicación involucra, pues, una interacción
dinámica entre el predicador(a), su mensaje y la congregación. Veamos brevemente esa
interacción partiendo del origen del sermón.
Todo sermón constituye una respuesta a una situación provocativa. En un sentido
general, se puede decir que el sermón es una respuesta a las exigencias de la liturgia
cristiana tradicional. Es decir, un sermón se prepara porque dentro de la tradición cristiana el
sermón es parte de la liturgia.
El sermón es también una respuesta a la obra divina de gracia en Jesucristo. En ese
hecho magno el que provoca todo sermón. El que predica lo hace como resultado de una
experiencia personal con Cristo, en virtud de la obra hecha sobre la cruz.
Más específicamente, sin embargo, el sermón es el resultado de una necesidad
humana. Ello implica, por una parte, que esa necesidad la vive el predicador(a) mismo. Por
ejemplo, cuando Pablo dice 1Co.9:16 “¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!”, está
expresando la necesidad personal que sentía de predicar el evangelio. Para Pablo, la
predicación era una necesidad interna. O predicaba o reventaba, por así decirlo. Por otra
parte, esa necesidad emana de los oyentes propuestos. Todo sermón debe ser una
respuesta a las necesidades específicas de la congregación. Es la congregación quien
debe ponerle la agenda al predicador(a) y no viceversa. De no ser así, el sermón se
convierte en metal que resuena o címbalo que retiñe.
15
El sermón, como un mensaje verbal, pasa por el proceso normal de todo acto
comunicativo. Es en parte el resultado de una serie de reacciones neurológicas,
fisiológicas, mentales y afectivas, muchas veces inconscientes en el interior del
predicador(a), que surgen como resultado del hecho provocativo de Cristo y de la
perspectiva de un culto público. Esas reacciones son evaluadas tan pronto el predicador(a)
se hace consciente de ellas. De esa evaluación nacen ideas, o concepciones, que el
predicador organiza en tal forma que se convierten en un sermón. Una vez que tiene su
sermón preparado, va y lo presenta verbalmente.
Al presentar el sermón, sin embargo, el predicador(a) pasa otra vez por el mismo
proceso, aunque en una forma más planificada. Al subir al púlpito, tiene reacciones
emocionales, neurológicas, físicas y mentales que tiene que evaluar. Esa evaluación,
seguida por la concepción de ideas y la exposición de esas ideas, es ayudada por el
bosquejo. El predicador(a), no obstante, entra en este momento en un proceso dinámico de
interacción con ese mensaje.
Esa interacción entre el predicador(a) y mensaje es intensificada por la congregación y
sus respuestas. Es aquí donde entra a colación lo que en el campo de la comunicación se
conoce como “retroalimentación”: el proceso retroactivo por medio del cual el receptor de
un mensaje brinda información al emisor. De acuerdo con la retroalimentación que recibe
de los miembros de la congregación, el predicador(a) va modificando y reorganizando las
ondas sonoras y ópticas que componen su sermón. Si el predicador(a) no pone atención a
estos efectos reflejos de su congregación (expresiones faciales, movimientos corporales,
etc.), corre el peligro de que su sermón sea oído pero no escuchado, o escuchado pero no
entendido.
La predicación necesita entenderse, estudiarse y practicarse a la luz de esas
interacciones dinámicas entre predicador(a), sermón y congregación: Primero, porque la
predicación se da en un contexto que involucra tanto al predicador(a) y su sermón como a la
congregación. Segundo, porque el objetivo de la predicación es que estos tres elementos
se encuentren y armonicen.
3. Predicación y ocasión.
Al hablar, sin embargo, del contenido de la predicación, se acentúa otro elemento
importante, a saber: la ocasión o la situación en que se da el acto de la predicación. La
predicación no se da en el aire, sino en una situación histórica, única y diferente a cualquier
otra. Esa situación forma el contexto para la interacción dinámica que caracteriza todo acto
comunicativo: comunicador-mensaje-receptor. En el caso de la predicación, el contexto
histórico concreto sirve de escenario para ese encuentro entre predicador, mensaje y
congregación que se acaba de describir. En ese encuentro se dan una serie de variables
que pueden ser determinantes, positiva o negativamente, en el efecto del sermón sobre la
congregación.
De ahí que la predicación no sea una cuestión de mera preparación sermonaria.
Cuando hacemos la ecuación predicación-sermón simplificamos un proceso sumamente
complejo y limitamos la eficacia de nuestra tarea como predicadores. El predicador(a) que
sólo se ocupa por la preparación de su sermón es semejante al soldado que sólo se ocupa
por cargar el rifle y disparar sin pensar si está dando en el blanco o no. La predicación tiene,
pues, que ir más allá de la construcción sermonaria. El predicador(a) necesita saber no
sólo cómo preparar sermones, sino también cómo presentarlos. Exige sobre todo una
aguda sensibilidad a las reacciones de la congregación, a la comunicación no verbal y a
la dinámica del momento.
16
D. La predicación y el sentido bíblico del predicador. (Este contenido se tratará a través
de la lectura).

Stott, John. El cuadro bíblico del predicador. Ed. CLIE. 1975.

Stott, John. Imágenes del predicador en el Nuevo Testamento. Ed. Nueva Creación.
1996.
17
II. LA PREDICACIÓN Y LA ELABORACIÓN DEL SERMÓN.
A modo de introducción de este capítulo, queremos reproducir el artículo de C. René
Padilla, “Misión y predicación”, con el propósito de advertir, que la elaboración de un sermón
es sólo un medio necesario, pero no el fin de nuestro curso de homilética, sino entender la
predicación y como esta se inserta en un contexto mayor, que es la misión integral que le
compete a la iglesia.
Misión integral y predicación. C. René Padilla. En Discipulado y misión. Compromiso
con el Reino de Dios. C. René Padilla. Ed. Kairos.
Los últimos años han visto en círculos evangélicos el florecimiento de una innegable
preocupación por una mayor coherencia entre el reconocimiento de Jesucristo como Señor
y la misión de la iglesia. Si la autoridad de Cristo se extiende sobre toda la creación, el
pueblo que confiesa su Nombre está llamado a relacionar su fe con la totalidad de la vida
humana y de la historia. Nada que afecte al hombre y su historia está exento de la
necesidad y la posibilidad de colocarse en sumisión a Cristo, y nada, por lo tanto, está fuera
de la órbita del interés cristiano y misional. La misión integral es una consecuencia lógica
de la soberanía universal de Jesucristo.
Desde esta perspectiva, la misión de la iglesia no puede restringirse a la predicación
de los rudimentos del Evangelio. Está orientada por el propósito de Dios, que se cumplirá a
su debido tiempo, de “unir bajo el mando de Cristo todas las cosas, tanto en el cielo como
en la tierra”. Consecuentemente, rechaza la dicotomía entre lo secular y lo sagrado y se
constituye en fermento que leuda toda la masa.
Esto no niega, por supuesto, la importancia de la predicación. Lo que niega es que
ésta debe limitarse al objetivo de “ganar almas” e incrementar el número de feligreses en
las iglesias evangélicas. Cumple su objetivo cuando se pone al servicio de la misión
integral; cuando hace eco a aquel que dice: “Yo hago nuevas todas las cosas”.
En la declaración Evangélica de Cochabamba, que surgió de la primera conferencia
de la Fraternidad Teológica Latinoamericana en 1970, se afirmó lo siguiente respecto de la
predicación en América Latina:
La predicación a menudo carece de raíces bíblicas. El
púlpito evangélico esta en crisis. Hay entre nosotros un
lamentable desconocimiento de la Biblia y de la aplicación
de su mensaje al día de hoy. El mensaje bíblico tiene
indiscutible pertinencia para el hombre latinoamericano,
pero su proclamación no ocupa entre nosotros el lugar
que le corresponde.
Desde que esa declaración fuera escrita se han dado varios cambios sorprendentes
en el pueblo evangélico en todo el continente. Por ejemplo, su participación en la política
nacional en varios países. En lo que atañe a la predicación, sin embargo, persiste el
generalizado problema de la improvisación y la superficialidad.
La crisis del púlpito es a la vez una causa y un síntoma de la crisis de la Iglesia. Es
causa porque no se puede esperar que sin el cultivo de la Palabra la Iglesia dé sus
mejores frutos: a una predicación pobre corresponde una vida eclesial igualmente pobre.
Es síntoma porque la matriz de los predicadores es la Iglesia: las debilidades y carencias
que afectan a ésta necesariamente repercuten en los portadores de su mensaje.
18
Dada la relación descrita, la renovación de la predicación es inseparable de la
renovación de la vida y misión de la iglesia.
El objetivo de la predicación, como de la iglesia misma, es que el Evangelio del Reino
penetre en todas las esferas de la vida humana y que la gloria de Dios en Jesucristo se
manifieste en la sociedad. La renovación será genuina en la mediada en que contribuya
a la realización de ese objetivo.
La renovación requerida para resolver la crisis del púlpito comienza por la renovación
del entendimiento, el cambio en la manera de pensar al cual hace referencia el apóstol
Pablo en Romanos 12:1-2. Como bien ha dicho Osvaldo Mottesi,
El secreto de toda predicación renovada y renovadora no
es el dominar ciertas técnicas sino el ser dominado por
ciertas
convicciones que insertan
sus raíces en
presupuestos bíblico-teológicos. La teología es siempre más
importante que la metodología.
Consecuentemente, la reflexión teológica no es algo optativo, algo que puede o no
estar presente en la vida de la iglesia: es una responsabilidad cristiana ineludible.
Sólo una predicación enraizada en una sólida teología bíblica servirá para modelar una
iglesia cuyos miembros aman a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la
mente y con todas las fuerzas. Según las enseñanzas de Jesús, el amor a Dios, como el
amor al prójimo, no es un mero sentimiento. Incluye, por supuesto, las emociones, pero
abarca mucho más: abarca toda la persona, su voluntad, su intelecto, sus energías físicas.
Esto no niega que más importante que saber mucho acerca de el conocimiento intelectual
de Dios es insuficiente y se precisa un encuentro personal con Él. Lo admite pero a la vez
afirma que quien ama a Dios con todo su ser no puede conformarse con el
reconocimiento del señorío de Jesucristo en la esfera “religiosa” de la vida. Al contrario,
como discípulo de Cristo, con todos los que confiesan su Nombre, espera el día en que al
nombre de Jesús todos doblen la rodilla y todos reconozcan que Jesucristo es el Señor
para honra de Dios Padre. Y mientras espera ese día, busca maneras de afirmar ese
señorío universal en palabra y en acción en medio de la sociedad.
LA INVENCIÓN DEL SERMÓN.
A. El propósito en la predicación.
Básicamente la idea del término propósito, sería aquello que uno se propone hacer,
llevar a cabo. Así en la predicación el propósito señala lo que uno espera que ocurra en el
oyente como resultado de la predicación del sermón.
No importa lo brillante o lo bíblico que sea nuestro sermón, sin un propósito concreto
no vale la pena predicarlo. Así el propósito básicamente es lo que espera el predicador(a)
que ocurra como resultado de entregar y escuchar el sermón.
La determinación de un propósito específico que el predicador se propone lograr con
su mensaje es un factor de suma importancia. Esto es lo que algunos comentan al
respecto.
“Analizando las cualidades que contribuyen a la efectividad del sermón ...pongo en
primer lugar la precisión del propósito”.
“Cada sermón eficaz debe tener un propósito claro”
“Antes de sentarse a preparar un discurso, el predicador siempre debe preguntarse a
sí mismo: ¿Cuál es mi propósito en este sermón?
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“Antes de subir al púlpito es preciso que definamos nuestro propósito en términos
sencillos y exactos”
Decía un almirante a los cadetes: “¡Señores, si alguna vez emprenden algo, decidan
desde el principio cual es su objetivo final. Una vez que lo han determinado nunca saquen
los ojos de encima!”. A los romanos en sus clases de oratoria, se les decía: “Tened claro lo
que diréis, que el cómo saldrá solo”.
1. Las ventajas de un propósito claro.
El valor de tener un rumbo fijo en la predicación y presentación del sermón está a la
vista. Un propósito claro aporta ventajas para el predicador y también para la congregación.
a. Recuerda al mensajero(a) que su mensaje es un medio para alcanzar un fin, y no es
un fin en sí mismo. El sermón es similar una herramienta, su valor radica en el servicio que
presta.
b. Obliga al predicador(a) a depender del Señor para alcanzar el propósito de su sermón.
Tiene la tremenda tarea de despertar el interés, cautivar la voluntad, convencer la razón y
redargüir la conciencia para conseguir el propósito propuesto, y todo esto en el breve lapso
de unos 20 a 40 minutos.”Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2Co.2:6). Frente a
esta sentida incapacidad, el predicador puede extender el brazo de la fe y decir con Pablo:
“Nuestra suficiencia es de Dios” (2Co.3:5).
c. Conduce al predicador(a) durante la preparación del sermón. Gobierna la elección del
texto; influye en la formación del tema, ayuda en la selección de ilustraciones y ejemplos;
guía en la elaboración del orden para las divisiones y el plan; y determina la forma en
que debe concluir el mensaje. Desde el punto de vista estructural, no hay nada fuera del
texto mismo, que sea tan importante para el sermón como la fijación de un propósito.
d. es un motivo poderoso para esperar frutos del mensaje. El que a nada apunta, nada
alcanza. Dios ha dado su Palabra con propósitos definidos (Is.55:11), de tal manera que
podemos y debemos esperar frutos.
Hombres y mujeres de éxito siempre han sido hombres con un propósito. Tanto para
su vida personal. Como para su ministerio, formulaba el apóstol Pablo firmes propósitos.
Fil.3.13-14; 1Co.9:26-27.
2. Clasificación de los propósitos.
Las necesidades humanas pueden ser reducidas a una: comunión eterna con Dios. El
inconverso la ha perdido totalmente; el pecado la empaña, el creyente la disfruta y cree en
ella. Esta misma condición espiritual diferenciada establece para el predicador dos
propósitos básicos.
a. Propósitos básicos:
(1). Los no-convertidos, que se conviertan a Cristo y sean salvos.
(2). Los ya-convertidos, que crezcan espiritualmente y se reproduzcan.
Dicho de otro modo, los inconversos deben ser evangelizados, llevados al
conocimiento de la verdad y la aceptación de Jesucristo como su Salvados personal.
Los creyentes deben ser discipulados, instruidos y edificados para hacer discípulos y
rendir el máximo de fruto y gloria para Cristo.
b. Propósitos generales.
Aunque el hombre inconverso necesita muchas cosas, tiene que empezar por una sola
cosa: el nuevo nacimiento. En contraste, el creyente tiene necesidades espirituales muy
diversas. Al determinar propósitos, el predicador debe tener esto muy en cuenta. Por
ejemplo, puede un mensaje evangelístico tener como meta, mostrar la depravación del
20
hombre; o las consecuencias del pecado: o el inmenso amor de Dios desde la eternidad.
A modo demostrativo señalamos algunos propósitos que pueden tener un énfasis variado:
(1). El propósito evangelístico.
La predicación evangelística se debe caracterizar por cuatro rasgos fundamentales:
(a). Declara así la total depravación del hombre.
(b). Proclama la redención en Cristo y sus implicancias.
(c). Explica las condiciones para obtener la salvación.
(d). Invita a aceptar a Jesucristo en acto de fe.
Dicho de otro modo: Los temas giran alrededor de: pecado, salvación, arrepentimiento
y fe personal.
(2). El propósito doctrinal.
Este es el propósito didáctico, o sea el de instruir a los creyentes, haciéndoles ver el
significado de las grandes verdades de la fe cristiana e indicando como estas tienen
aplicación práctica a la vida diaria. La característica fundamental de la predicación
doctrinal es su énfasis en la enseñanza. Jesús mismo dedicaba la mayor parte de sus
energías a la instrucción. Era reconocido generalmente como maestro (45 veces es
llamado así en los Evangelios). Al ascender al cielo comisionó a su iglesia con una tarea
de evangelización y enseñanza (Mt.28:18-20). También los apóstoles entendieron bien la
instrucción (Hch.2:42; 4:1-18; 5:17-42; 11:26; 20:20; 28:31).
La predicación doctrinal desempeña cuatro funciones importantes:
(a). Responde al deseo de aprender que existe en el corazón de cada creyente.
(b). Previene a la iglesia contra los estragos de la doctrina falsa y conducta
anticristiana.
(c). Anima a la actividad. Una iglesia que sabe es por regla una iglesia que actúa.
(d). Contribuye al crecimiento intelectual y espiritual del predicador. Este tipo de
sermones obliga a estudiar
(3). El propósito devocional.
Este el propósito de intensificar en los creyentes el sentimientos de amorosa
devoción para con Dios, así como de guiarles en la expresión apropiada de la adoración
que Dios merece. Debe hacerse hincapié en el conocimiento de lo que Dios es y el apreció
de lo que ha hecho por nosotros. Sermones que ensalzan la gloria y la majestad, la
soberanía y grandeza, la obra perfecta de Cristo, estimula la adoración e incentiva la
devoción.
(4). El propósito de consagración.
Este es el propósito de estimular al creyente a dedicar sus talentos, su tiempo e
influencia al servicio a Dios. Tomemos en cuenta, que cada creyente tiene algún don que
utilizar para el bien general (1Co.12:7). Bajo esta categoría vienen sermones sobre:
deberes cristianos como el diezmar, el hacer obra personal con los inconversos, el de
separarse del mundo y consagrarse al Señor y a la obra misionera.
(5). El propósito ético y moral.
Este es el propósito de ayudar al creyente a someter su conducta diaria y sus
relaciones sociales, comerciales, familiares, etc., al Señor, vivir de acuerdo con los
principios cristianos (Ro.12). El mundo contemporáneo y sus condiciones morales y
sociales demandan del predicador una palabra clara y orientadora sobre temas, como: el
21
matrimonio, divorcio, relaciones obrero-patrón, el alcoholismo, la honradez y la gratitud,
las relaciones eclesiales, la discriminación en diferentes situaciones, etc.
Existen muchos problemas morales en el mundo actual que no fueron tratados de
manera directa y específica en las Sagradas Escrituras (el uso del tabaco, la práctica de
apostar, etc.). Sin perderse en vanas discusiones y sin divorciar la moral de la doctrina,
podemos acercarnos al problema desde el punto de vista de los principios cristianos
generales, y dar respuestas a esta situaciones contemporáneas y servir de guía para la
vida diaria de la congregación. La Biblia no tiene muchas veces respuestas específicas,
pero si principios generales que pueden ser aplicados a situaciones específicas de la
personas.
(6). El propósito de dar aliento.
Este es el propósito de fortalecer y dar aliento al creyente en medio de las pruebas y
crisis de su vida personal (Is.35:3-4; Gn.50:21). Tal predicación es demandada por la
multiplicidad de acontecimientos y de circunstancias en la vida del creyentes que le afligen y
amargan, que le desaniman y decepcionan. Su vida suele ser combatida por la duda, el
dolor, la tentación, el temor, los fracasos, problemas económicos, la persecución, la miseria,
la soledad, la apatía, la falta de amor, autoestima baja, decepciones, presiones y la muerte
misma (2Co.7.5). Estos mensajes ponen delante del creyente las preciosas promesas de
Dios, le advierten de la realidad de la presencia de Dios y de Su voluntad para actuar a
favor nuestro.
c. Propósitos específicos.
Cualquier sermón que sea digno de un púlpito cristiano puede ser clasificado de
acuerdo con uno de los propósitos generales que acabamos de discutir. Pero el sermón
demanda un propósito específico también. Este será la aplicación particular del propósito
general respectivo a la más apremiante necesidad espiritual que una congregación
determinada pueda tener en un momento dado. Factores a considerar en la formulación de
un propósito específico:
(1). La formulación del propósito específico del sermón exige una comprensión cabal de
los seis propósitos generales de la predicación cristiana. La definición del propósito
específico de cada sermón asegura la variedad de tratamiento dentro de la esfera de
cada uno de los propósitos generales.
(2). La formulación del propósito específico del sermón exige la determinación de la más
apremiante necesidad espiritual de la congregación a la cual el sermón va a ser predicado.
El propósito específico debe corresponder siempre a esta necesidad particular.
(3). La formulación del propósito específico del sermón exige la eliminación de todo otro
propósito en relación a ese sermón. Nunca debe haber más de un solo propósito específico
para un sermón dado. Es cierto que muchas veces un sermón evangelístico tendrá un efecto
muy edificante sobre los creyentes, de la misma manera que un sermón dirigido a los
cristianos puede a veces despertar a algún inconverso y traerlo a los pies de Cristo. Pero
semejantes resultados deben obscurecer el hecho de que ningún sermón puede ser
realmente eficaz sin la agudeza que proviene de tener un solo propósito específico.
3. La determinación de un propósito.
Esta determinación puede tener básicamente dos vías, el predicador opta por un
propósito de acuerdo a la evaluación de la necesidad de la congregación y de ahí ir en la
búsqueda de la base bíblica que ayudará a cumplir con su propósito, respetando el
contenido del texto bíblico, y partiendo de él, satisfacer la necesidad de la congregación. Se
expone el texto bíblico, no es una manipulación del texto.
22
La otra vía, es descubriendo el propósito que subyace en el pasaje del cual está
predicando. Como parte de su exégesis, debiera preguntarse: ¿Por qué escribió esto el
autor bíblico? ¿Qué efecto esperaba que tuviera en sus lectores? Ningún escritor bíblico
tomó su pluma para anotar unas cuantas “decisiones apropiadas” sobre un tema religioso.
Todos escribieron para afectar vidas. Cuando Pablo le escribió a Timoteo, lo hizo “para que
si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente,
columna y baluarte de la verdad” (1Ti.3.15).
Judas cambió el propósito de su carta después que se sentó a escribir: “Amados, por el
gran deseo que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido
necesario escribiros para exhortaros a que contendáis ardientemente por la fe que ha sido
una vez dada a los santos, porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que
desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten
en libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan a Dios, el único soberano, y a nuestro Señor
Jesucristo”. (Judas 3-4).
Juan escribió su relato de la vida de Jesús para ganar a creyentes en Jesús como “El
Cristo, el Hijo de Dios” y para asegurar que los creyentes tengan “vida en su nombre”
(Jn.20:31). Libros completos, lo mismo que las secciones de los libros, fueron escritos para
hacer que ocurriera algo en el pensamiento y la conducta de los lectores.
En consecuencia, el sermón encuentra su propósito también alineado mayormente con
los propósitos bíblicos. El predicador(a) debe descubrir primero por qué un pasaje particular
fue incluido en la Biblia, y con esto en mente, decide qué es lo que Dios quiere lograr a
través del sermón en los oyentes hoy.
4. La afirmación de un propósito.
La afirmación de un propósito va más allá del procedimiento y describe la conducta
observable que debe resultar de la predicación. La afirmación de propósito no sólo describe
nuestro destino y la ruta que debemos seguir para llegar sino también, en lo posible, nos
dice cómo podemos saber si llegamos bien. Si no estamos seguros a dónde vamos,
indudablemente arribaremos a cualquier parte.
Expresar propósitos que describen resultados observables, obliga al predicador a
reflexionar cómo deben cambiar las actitudes y la conducta. Eso, a su vez, permitirá ser
más concreto en la aplicación de la verdad a la vida. Algunos han descrito el sermón como
“un discurso que concluye con un movimiento”. Desde el comienzo debemos saber para
donde se dirige nuestra meta. El propósito se cumple en la medida que existan resultados
observables en el tiempo presente o futuro.
B. El pasaje bíblico.
Una vez determinado el propósito del sermón. El predicador procede a seleccionar una
buena base bíblica. Se entiende por “base bíblica” la porción o la idea bíblica sobre la cual
ha de estar basado el sermón.
El predicador(a) deberá, tener presente en torno a su base bíblica:
-Debe concentrarse en porciones bíblicas antes que en temas o frases bíblicas.
-Debe exponer la porción o idea bíblica; es decir, explicar con claridad, profundidad y
seriedad de interpretación bíblica. La importancia de seleccionar una buena base bíblica se
hace evidente por naturaleza de la predicación. La Biblia es la fuente de la predicación
cristiana. Además, una base bíblica le da autoridad al sermón, evita que el predicador(a)
se agote y le ayude tanto a él o ella, como a la congregación a crecer en gracia.
23
La selección de una base bíblica exige que el predicador(a) siga los siguientes
principios:
1. Los principios de selección :
a. Debe estar dentro de los limites del predicador(a). El trasfondo educativo del
predicador(a), su desarrollo cultural, su experiencia espiritual y sus contactos sociales
puede que sean insuficientes en esta etapa de su experiencia para la predicación de
un mensaje sobre un pasaje en particular.
b. Debe contribuir a la satisfacción de las necesidades de la congregación.
c. Debe ser guiado por la voluntad del Señor. La voluntad del Señor se hace evidente:
(1). En la Escritura.
(2). Por medio del testimonio interno de Espíritu Santo; y
(3). Por las circunstancias (obra providencial de Dios).
d. Debe ser una porción o idea que se apodere del corazón del predicador.
e.
Debe responder a una dieta balanceada. Es decir, el predicador(a) debe seleccionar
pasajes que le den a su congregación una perspectiva amplia del mensaje bíblico y
de la fe cristiana.
f.
Debe ser una base bíblica que haga hincapié sobre los aspectos positivos de la fe
cristiana.
g.
Debe ser una base bíblica que apele a la imaginación (algo que ver, sentir o hacer).
h. Debe contribuir al crecimiento de la congregación.
2. Consideraciones en torno a la base bíblica (el texto).
a. El texto no debe ser oscuro.
Textos oscuros abren la puerta para especulaciones, falsificaciones, interpretaciones
incorrectas o despierten la curiosidad y fomentan la sensación de confusión en la
predicación. Excepción: cuando el predicador(a) está seguro de poder explicar un texto
difícil, y sacar verdades importantes que sean de provecho para la congregación, debe
usarlo.
b. Cuidado con textos bien conocidos.
Textos renombrados por su grandeza de expresión, facilidad para captar o significado,
los oyentes esperan en este caso un magnífico mensaje, porque el texto es prometedor.
“Ah, escuché sobre esta porción del pastor x un precioso mensaje”. Otro peligro, es por ser
un texto “famoso”, es un texto favorito de los predicadores. Puede resultar de beneficio una
repetición, pero también puede perjudicar la atención. Falso sería evitar a todo costo textos
predilectos, porque muchas veces son pasajes o versículos claves y nos privaríamos de
porciones nobles e importantes.
c. Evite la elección de textos para fines superficiales.
(1). Para ganar más popularidad.
(2). Para tener una buena “carnada” nada más.
(3). Textos resbaladizos, que pueden parecer cómicos.
d. No sea parcial en la elección del texto.
Cierto es que toda la riqueza de la Biblia está a nuestra disposición. El pueblo del
Señor merece y necesita una ración equilibrada. Precisa para su salud espiritual toda clase
de alimento. Es verdad que en su tiempo ciertos textos tienen un significado especial y
24
trascendente. Pero en general debemos estar conscientes que toda la Escritura es
importante y oportuna.
e. ¿Dé cuántos versículos se compone el texto?.
El texto mismo debe constituir una unidad completa de pensamiento sin establecer
regla alguna respecto a la extensión del mismo. Hay argumentos buenos a favor tanto de
los textos extensos como de los breves.
Las porciones extensas:
-Están más de acuerdo con la contenido original del texto.
-Promueven el conocimiento de la Biblia entre la congregación.
Las ventajas de los textos breves:
-Son más fácilmente recordados.
-Cada palabra del texto puede recibir la atención que merece.
-Los textos mismos pueden ser repetidos varias veces en el transcurso del sermón
para dar más énfasis.
f. Cuidado que el texto no llegue a ser un pretexto.
El texto puede ser una cláusula y oración gramatical completa, una serie de frases
gramaticales
conexas (un párrafo), pero las expresiones fragmentarias, es decir:
expresiones que dejan de presentar un pensamiento completo, nunca deben ser
utilizados como pretexto.
g. No usar textos raros o mutilados.
Emplear como textos pasajes que expresan sólo en parte el sentido del escritor que
están en pugna con el contexto no es justo ni prudente.
3. Clasificación de los textos.
El texto mismo puede tener muchas y diversas interpretaciones y aplicaciones, sin
embargo, respecto al contenido mismo del texto hemos de distinguir entre diferentes
clases de textos o porciones bíblicas.
a. Textos históricos.
Historia en general reflejada en relación con Dios, su pueblo, el culto, la moral, la
filosofía, etc.
b. Textos poéticos y líricos.
Además de los salmos que son una fuente abundante de canciones, de himnos
litúrgicos y porciones musicales, tenemos las poesías de Salomón (proverbios, Eclesiastés,
cantares, etc.).
c. Textos simbólicos e ilustrativos.
Con hechos y sucesos, acontecimientos de nuestro diario vivir, de la naturaleza, del
deporte, o de la justicia, se trata de enseñar y explicar verdades espirituales. Ej. Metáforas,
parábolas, etc.
d. Textos proféticos.
Interpretación y aclaración de eventos pasados, presentes y futuros a la luz divina de
manera directa (visión, sueño) o en forma indirecta por sucesos históricos que se compara
con el texto sagrado. Ej. Dn.9:2; 3:21; 10:1.
e. Textos doctrinales.
Estos textos forman la base de la enseñanza cristiana y expresan de manera
absoluta la verdad y voluntad divina. Ej. Deidad de Jesús (Jn.1; He.1); encarnación de
Cristo (Lc.2); inspiración de las Escrituras (2Ti.3); justificación por la fe (Ro.).
25
d. Textos éticos y morales.
Básicamente tenemos en la Palabra de Dios respuesta a todo lo que se relaciona con
nuestra vida familiar, política, social, económica, etc. Ej. Mt.5-7; Ro.12; 1P.2:13-3:17.
C. La determinación del asunto.
El asunto es aquello sobre lo cual trata el pasaje. Representa el área amplia y
general de la cual se puede escoger un número de temas específicos. Establece la
naturaleza del contenido del sermón. Por su amplitud y generalidad, los asuntos tienden a
ser limitados en número y normalmente son expresados en una palabras.
Tenemos los siguientes asuntos:
Acción
de Conciencia
gracias
Cristo
Adoración
Discipulado
Aflicción
Divorcio
Amor
El
dominio
Alabanza
propio
Ángeles
Espíritu Santo
Bautismo
El pecado
Cielo
Esperanza
Compromiso
Expiación
Comunión
Fe
Gracias
Infierno
Juicio
Justificación
La cruz
La iglesia
Mayordomía
Ley
Misiones
Muerte
Obediencia
Oración
Paciencia
Paz
Perdón
Preocupaciones
Redención
Resurrección
Sacrificio
Santidad
Segunda venida
Temor
Hermandad
Honor
Humildad
Idolatría
Testificar
Trabajo
Unidad
Valentía
La determinación del asunto depende de varios factores:
1. Depende del propósito del sermón.
Si el sermón a predicar tiene un fin evangelístico, es obvio que el asunto tendrá que
ser uno de carácter evangelizador, tal como conversión, el pecado, la salvación etc.
2. Depende de la base bíblica.
Si la base es una porción de varios versos, el asunto del sermón será aquel que el
pasaje parece enfatizar. Surge a veces la situación, en que sólo un pasaje tiene dos o
más énfasis. En este caso, el predicador tendrá que optar por aquel énfasis o aquel asunto
que concuerde más con su propósito sermonario.
3. Depende del tipo de base bíblica.
Si por el contrario la base bíblica es una frase corta o un solo verso, ésta o bien
puede constituirse en el asunto, o el asunto será también determinado por el propósito del
sermón. Lo mismo pasa cuando la base bíblica es varios textos, un libro bíblico o el
panorama total de la Escritura.
D. La determinación del tema.
El tema es el aspecto particular del asunto que ha de ser desarrollado en el
transcurso del mensaje. Un pasaje bíblico normalmente tiene un solo asunto pero muchos
temas. Un sermón, sin embargo, no sólo tiene un solo asunto, sino también un solo tema.
El tema del sermón debe ser una frase breve, clara, y que comprenda la substancia
del sermón. Como ejemplo, tomemos por lo menos diez temas, que se pueden desprender
del asunto, la oración.
-El alcance de la oración.
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-El poder de la oración.
-El privilegio de la oración.
-El propósito de la oración.
-El valor de la oración.
-La adoración por medio de la oración.
-La necesidad de la oración.
-Los métodos de la oración.
-Los problemas de la oración.
-Los resultados de la oración.
-Los requisitos de la oración.
La determinación del tema del sermón se puede hacer a través de varios canales.
1. A través del análisis del asunto.
2. A través de un análisis múltiple.
La explicación de esto, se hará en el siguiente apartado.
E. El análisis bíblico.
La predicación cristiana está basada en la enseñanza general o bien en la
enseñanza particular de la Biblia. Cuando el sermón va a basarse en un párrafo o más de
la Biblia, es necesario que el predicador haga un estudio del pasaje antes de comenzar a
construir el sermón. Ese estudio debe ser analítico, de un pasaje bíblico, nos referimos al
estudio de las diferentes partes del pasaje. Para los efectos homiléticos, el pasaje consta
de tres partes: el contexto, el pasaje en sí y el asunto.
1. El análisis del contexto.
El contexto de un pasaje es todo aquello que está relacionado con el mismo. Sin
embargo, en esta sección el contexto se limita solamente a datos históricos, culturales y
geográficos con los cuales el predicador(a) debe estar familiarizado, se desea predicar
inteligentemente. Por “análisis del contexto” queremos decir, entonces, la colección del
material pertinente a siete datos relacionados con el pasaje.
a. El orador o autor del pasaje.
(1). ¿Quién habló las palabras del texto? ¿Fue Dios, un profeta, un apóstol, un santo o el
diablo?
(2). ¿Qué clase de persona es el autor o el orador del pasaje? ¿Cuál es su carácter,
su edad y su condición?
(3). ¿Cuál es el trasfondo histórico del orador o autor; sus antecesores; su
preparación; su experiencia?
(4). ¿Qué relación hay entre él y aquello a los cuáles se dirige?
b. Los recipientes del mensaje.
(1). ¿Quiénes son? (identificación y posición).
(2). ¿Qué clase de personas son espiritualmente: creyentes, inconversos, creyentes
separados?
(3). ¿Todo aquello de interés respecto a su situación social, económico o política,
etc.?
c. El tiempo o la época.
(1). ¿Cuándo? (fecha exacta o aproximada: definitiva o tentativa).
(2). ¿Qué significado tiene la fecha en relación con otros acontecimientos? Por
ejemplo, es interesante notar como durante el exilio babilónico, mientras Ezequiel
27
estaba confortando y consolando a los cautivos “junto al río Quebar”, Jeremías
ministraba a los desconsolados sobrevivientes de la ruina de Jerusalén.
d. El lugar.
(1). ¿Dónde?
(2). ¿Hay algo significativo acerca del lugar?
e.
La ocasión.
¿Cuáles fueron las circunstancias que motivaron el mensaje?
f.
El objetivo.
¿Con qué fin se incluyó el pasaje o el incidente en este libro bíblico?
g. El asunto.
Es de carácter general; aquello que narra o expone el pasaje. Si el pasaje es
biográfico; el asunto será la persona de quien habla el pasaje. Si es doctrinal, el
asunto será la doctrina que el mismo expone. Si el pasaje es ético, el asunto será el
concepto moral que explica.
2. El análisis del pasaje.
Es la división del mismo en partes, para notar el desarrollo de su estructura y
pensamiento. Esto constituye el esqueleto del pasaje, de ahí que se prepare en forma de
bosquejo y se usa como una “hoja de tarea”.
Antes de iniciar el análisis del pasaje deben tenerse presentes ciertas consideraciones
básicas. El contexto estructural debe ser examinado para confirmar los límites propuestos,
el pasaje y para ayudar en la comprensión del desarrollo del pensamiento del mismo. El
contexto estructural es el pasaje que viene antes o que sigue después al pasaje que se
está estudiando. Ej., si el pasaje que se está analizando es Jn.3:1-15, el contexto es Jn.2 y
Jn.3:16 en adelante. Además, debe dársele atención no sólo al contexto inmediato, sino
también a las conexiones más amplias, tales como la sección o el libro bíblico del cual se
deriva el pasaje.
a. Pasos a seguir en el análisis el pasaje.
(1). Léase el pasaje la primera vez para descubrir el asunto y la historia si se trata de
un pasaje narrativo, o el asunto y los aspectos principales si es un pasaje didáctico.
(2). Divida el pasaje en párrafos. Luego, lea cada párrafo, extrayendo de cada uno la
idea central o la oración principal. Este paso le dará los puntos principales del
análisis.
(3). Lea cada párrafo todas las veces que sea necesario, para descubrir las ideas
secundarias que respaldan, explican o desarrollan la idea principal. Este paso le dará
los puntos secundarios. Nota: Debe tenerse cuidado para descubrir las siguientes
ayudas.
-Cambio de personas en la conversación o involucradas en cualquier otra forma.
-Cualquiera etapas sucesivas en torno al tiempo, lugar de acción e incidentes
(Lc.15:11-32).
-Cualquier pronunciación acumulativa de ideas, principales o enseñanza (1Co.13)
-Todo paralelismo o agrupación de ideas basado en semejanzas (Sal.19)
-Cualquier contraste, oposición o intercambio de ideas (1Jn.4:1-5).
-Cualquier indicación de causa y efecto (Mt.25:34-43).
-Cualquier repetición de algunas cláusulas, frases o palabras (como por ejemplo, “por
fe” en He. 11).
-Cualquier frase tradicional o cualquier palabra conectiva, como por ejemplo: “por
tanto, así que, de modo que, pues o ahora pues, finalmente, pero, y, o”.
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b. Sugerencias para la formulación del análisis del pasaje.
(1). Limite el análisis al contenido actual del pasaje.
(2). Retenga la secuencia del material tal y como aparece en el pasaje.
(3). Indique con los puntos principales los versículos incluidos en los puntos
secundarios.
(4). Indique con cada punto secundario el verso o los versos que se cubren.
(5). Sea conciso y breve.
3. El análisis del asunto.
Como sea ha dicho, el asunto depende de la clase de pasaje que se está
estudiando. El pasaje puede tener un carácter biográfico, narrativo, doctrinal o ético. Puede
ser, sin embargo, que un solo pasaje tenga un carácter doctrinal y ético, o doctrinal y
biográfico, en cuyo caso el estudiante deberá optar por el que tenga más fuerza (importante
considerar el propósito de su sermón). Ej., Fil.2:1-11 tiene un doble carácter: doctrinal y
ético. Por un lado es una clara exposición de la doctrina de la encarnación; por el otro, es
una clara exposición del concepto de la humildad. En un caso como éste es obvio que el
predicador(a) deberá optar por uno de estos dos énfasis, subordinando el énfasis que se
rechaza al que se acepta. Si el predicador(a) opta por el concepto de la humildad, el énfasis
doctrinal viene a ser una ilustración del mismo. El énfasis rechazado puede ser usado más
tarde en la preparación de otros sermón.
Una vez determinado el carácter el pasaje y el asunto, se debe proceder a contestar
las siguientes preguntas.
a. Si el asunto es de carácter biográfico o narrativo. Muchos de los datos pertinentes al
personaje central, incidente o milagro se han obtenido ya en el análisis del contexto. Hay, sin
embargo, ciertas preguntas adicionales sobre el asunto que deben ser exploradas.
(1). ¿Cuáles son las conclusiones del pasaje? ¿Termina en fracaso o en victoria?
¿Con alguna experiencia decisiva de carácter negativo o positivo?
(2). ¿Qué promesa indirectas o directas podemos encontrar?
(3). ¿Qué errores de la vida somos exhortados a evitar?
(4). ¿Qué papel desempeña en la vida y experiencia de este individuo (si es
biográfico) o en las personas envueltas en el incidente (si es narrativo)?
(5). ¿Cómo se relaciona Dios Padre, Cristo o el Espíritu Santo con el asunto?
b. Si el asunto es de carácter doctrinal.
(1). ¿Cuál es el significado de las palabras del asunto?
(2). ¿Cuál es la importancia de esta doctrina en el contexto de la revelación bíblica?
(3). ¿Qué resultados podrá tener la aplicación de esta doctrina en la experiencia el
individuo?
(4). ¿Qué relación hay entre la fe y esta doctrina?
(5). ¿Cuál es la enseñanza general del pasaje sobre esta doctrina?
c. Si el asunto es de carácter ético.
(1). ¿Qué quieren decir las palabras del asunto?
(2). Cuando este principio ético se pone en práctica, ¿qué relaciones establece entre
la persona y Dios, y entre el primero y su prójimo?
(3). ¿Cómo se puede realizar este principio ético en la experiencia de la persona?
(4). ¿Qué relación tiene este principio con otros principios éticos?
29
Ejemplo de un análisis bíblico basado en 1Co.15:12-58.
1.
Análisis del contexto.
a. Autor: Pablo (1:1); su nombre significa “pequeño en estatura” (compárese con Saulo,
nombre anterior y prototipo del rey Saúl, un hombre grande: ref.: más pequeño de los
apóstoles).
-Perseguidor de la iglesia (Hch.8:1-3).
-Transformado por Jesucristo en el camino a Damasco (Hch.9:1).
-Apartado por el Espíritu Santo como apóstol a los gentiles (Hch.13:1-4; 15:1-30;
Gá.1:11-16).
-Fundador de la iglesia en Corinto (Hch.18:1-11; 2Co.1:1-9).
b. Recipientes: “la iglesia de Dios...en Corinto” (1Co.1:2).
c. Época: ca. 56 a 57 D.C.
d. Lugar: Pablo escribió desde Efeso, ciudad en Asia Menor, frente al puerto de Corinto.
Corinto era una metrópoli comercial, permeada de la intelectualidad superficial,
religiosidad pagana e inmoralidad.
e. Ocasión: La iglesia de Corinto pasaba por serie de problemas de fe y vida entre los
cuales estaba el problema de la resurrección de los muertos.
f. Objetivo: Defender la historicidad de la resurrección de Cristo.
g. Asunto: La resurrección.
2. Análisis del pasaje.
vv.12-19 La necesidad de la resurrección.
vv. 12-15 Necesaria para la validez de la predicación cristiana.
vv. 13.14 Si Cristo no resucitó la predicación evangélica es falsa.
v. 15 Si Cristo no resucitó el testimonio de los cristianos es falso e inmoral.
vv. 16,17 Necesaria para la validez de la fe cristiana.
vv. 18,19 Necesaria para la validez de la esperanza cristiana.
vv. 20-28 La resurrección en su contexto cronológico.
vv. 20-22 La resurrección de Cristo es el principio de la resurrección final.
vv. 23-28 La resurrección final corresponde al orden de sucesos establecidos por Dios
para la consumación de la historia.
v. 23 Los creyentes serán resucitados en la segunda venida de Cristo.
vv. 23,25 La resurrección de los creyentes será seguida por un período de período de
gobernación, reino y subyugación de todas las potencias.
vv. 26 Una vez Cristo haya derrotado todas las potencias, destruirá la muerte.
vv. 24, 27,28 Una vez la muerte haya sido destruida, el Hijo entregará todas las
cosas al Padre y comenzará una nueva era.
vv. 29-34 La lógica de la resurrección.
v. 29 Si no hay resurrección de muertos, ¿por qué se bautizan algunos entre
ustedes (vicariamente) por los muertos? Nota: Esto era una
práctica pagana que existía en Corinto y Pablo la usa como
argumento sin aprobarla. Pablo deja la corrección para cuando
vaya personalmente a Corinto (1Co.11:34).
vv.30-32 a Si no hay resurrección, ¿por qué los apóstoles, y especialmente yo,
corremos tantos riesgos de vida? ¿Por qué nos sacrificamos tanto
por la obra?
30
Si no hay resurrección de muertos, comamos y bebamos que mañana
moriremos.
vv.32, 34 Si algunos están negando la resurrección de los muertos se debe a su
propia ignorancia de ponerse a creer las teorías de hombres antes
que la revelación de Dios. En esto actúa como los que no conocen
a Dios y les debía dar vergüenza.
vv.35-50 La naturaleza de la resurrección.
v.32b
v.35 ¿Cómo resucitarán los muertos y con qué clase de cuerpo?
vv.36-38 Los muertos resucitarán por la potencia vivificadora de Dios, el Creador del
cuerpo terrenal.
vv.39-49 El cuerpo de resurrección será incorruptible, glorificado, sobrenatural,
semejante al del Señor Jesucristo.
vv.40-42 Cuerpo incorruptible.
v.43 Cuerpo glorificado.
v.44 Cuerpo sobrenatural (espiritual).
vv.45-49 Cuerpo a la semejanza del Señor Jesucristo.
v.50 El cuerpo de resurrección necesario para la entrada ala fase futura del reino de
Dios ya que sangre y carne no pueden heredarlo.
vv.51-58 La confianza del cristiano.
v.51. No todos morirán pero todos serán transformados.
v.52. La resurrección de los creyentes muertos y la transformación de los creyentes
vivos se llevará acabo en un momento inesperado.
v.53,54 La victoria final del cristiano sobre el pecado y la muerte (la consumación de
la redención) se efectuará en ese momento de resurrección y
transformación.
vv.55-57 La victoria final del cristiano sobre la muerte y el pecado será por medio de
Jesucristo.
vv.58 En virtud de tal certidumbre y esperanza el cristiano debe estar firme y
constante , siempre creciendo en la obra del Señor ya que su labor
no es en vano.
3. Análisis del asunto: La resurrección.
a. La palabra resurrección significa vivificación de algo muerto; animación de algo inactivo.
Involucra la idea de energía y potencia sobre algo deteriorado.
b. La importancia de esta doctrina en el contexto de la revelación bíblica:
-Está íntimamente vinculada a la resurrección de Cristo (Jn.11:24,25;14:19 “porque yo
vivo, vosotros también viviréis”).
-Está íntimamente vinculada a la segunda venida de Cristo.
-Es la esperanza del cristiano y de la fe cristiana. Si no hay resurrección, somos
miserables.
-Es la conclusión lógica de la obra creadora y redentora de Dios. Puesto que Él creó
con Su propósito y el pecado entró para destruir, pero la redención para construir, no
estará consumada hasta tanto el hombre no retorna a su estado de vida; hasta y tanto
no adquiera una nueva vida y un nuevo futuro.
-Es fuente de consolación y estímulo para el cristiano.
31
Resultados que podría tener la aplicación de esta doctrina en la experiencia del
cristiano.
-Edificación para el cristiano, dándole información adecuada sobre el futuro que Dios
tiene preparado para él, confortándolo y estimulándolo a continuar adelante en la obra
del Señor.
-Estímulo a creer en Cristo para que el que no tiene esta esperanza.
-Podrá corregir ciertos errores, tales como las enseñanzas de los espiritistas,
adventistas del séptimo día, testigos de Jehová y católicorromanos.
d. Relación entre la fe y la resurrección.
-La resurrección es parte de la fe del creyente. Su esperanza no es evidencia palpable
sino de fe.
-La certidumbre e la participación en la resurrección viene por una experiencia de fe en
Cristo.
e. Enseñanza general del pasaje sobre la resurrección.
-La resurrección final está basada en la resurrección de Cristo.
-La resurrección final corresponde a los primeros sucesos en el orden cronológico de
los actos que Dios tiene planeados para la consumación de la historia.
c.
-La resurrección final se llevará a cabo por la potencia de Dios (vv.36-38).
-La resurrección final producirá cuerpos incorruptibles, glorificados, sobrenaturales y
semejantes al del señor (vv.35.36).
-Aunque no todos serán resucitados porque no todos morirán, sí todos serán
transformados (v.51).
-La resurrección final marcará la culminación de la redención del creyente (vv.47-52).
-La resurrección final se llevará a cabo en un momento inesperado (v.52).
-La esperanza de la resurrección debe ser motivo de estímulo para el servicio cristiano
(v.58).
EL ARREGLO DEL SERMÓN.
A. La proposición. El corazón del sermón.
1. Definición.
La proposición es el tema expresado en una oración gramatical, clara y concisa, que
resume el contenido del mensaje y anuncia el curso a seguir o el propósito que se quiere
alcanzar. La proposición propone el desarrollo de un tema para alcanzar un fin específico.
Es, en otras palabras, el sermón en miniatura.
También podemos decir que; la proposición es una sencilla declaración del tema que el
predicador se propone considerar, desarrollar, demostrar o explicar en el discurso. En otras
palabras, es una afirmación de la principal lección espiritual o de la verdad intemporal del
sermón, traducida en un frase declarativa. Ejemplo, “el amor a Cristo debería hacer que nos
olvidáramos de nosotros mismos en el servicio a otros”.
2. La importancia de la proposición.
a. La proposición es la base de toda la estructura del sermón.
b. La proposición indica claramente a la congregación el curso del sermón.
3. Tipos de proposición.
a. La proposición persuasiva. En la persuasión se trata de cambiar o modificar la actitud (o
actitudes) o la creencia (o creencias) de una o más personas. Se usa cuando se quiere
llevar a una congregación de creyentes a hacer alguna clase de decisión en pro de la vida
32
cristiana como tal; por ejemplo, aumentar sus esfuerzos como mayordomos de los bienes
del Señor.
Hay tres clases de proposiciones persuasivas a saber:
(1). La proposición de deber. Se usa cuando el predicador desea persuadir al oyente que
debe hacer algo. Por ejemplo, “cada persona debe aceptar a Cristo como Salvador y
Señor de sus vidas”.
(2). La proposición de habilidad. Se usa cuando el predicador desea persuadir al oyente que
puede hacer algo. Ej. “Cada ser humano puede ser participe de la salvación”
(3) La proposición de valor. Se usa cuando el predicador desea persuadir al oyente que su
propuesta tiene más valor que cualquier otra. Ej.: “Vale la pena reconocer a Jesucristo
como Señor en el ahora que en el más allá”.
b. La proposición didáctica. Es aquella que tiene como fin enseñar o informar, cuando se
usa en la construcción del sermón debe llevar un empuje personal. Ej.: En el cap. 2 de su
epístola, Santiago desarrolla el concepto ético de la fe, Subrayando varios aspectos
negativos de la fe sin obras que le impiden al cristiano verdadero practicar una fe genuina.
4. Formas de obtener proposiciones.
a. Definiendo brevemente el asunto. Se trata de hacer en una oración la distinción entre el
asunto y otros asuntos relacionados. Ej.: ”Amor es darse a otra persona sin calcular el
costo”.
b. Por medio del propósito del sermón. El predicador formula su proposición por medio de la
oración que incluye la declaración general o específica de su sermón.
c. Resumiendo el tema y las divisiones del sermón.
5. La estructuración de la proposición del sermón debe ser variada.
a. La proposición declarativa. La estructuración preposicional más sencilla es la declarativa.
Ej.: “La oración trae muchos beneficios”.
b. La proposición interrogativa. En esta se formula la proposición en forma de pregunta o de
problema. Ej.: “¿Cuáles son los beneficios de la oración?”.
c. La proposición exclamatoria. En la que el tema se formula en forma de exclamación. Ej.:
“¡Pensad en los muchos beneficios que trae la oración!”.
B. Las siete interrogantes del sermón.
Las interrogantes son las herramientas que ayudan a establecer el puente entre el
propósito y el cuerpo del sermón. Cada proposición debe sugerir por lo menos una
interrogante. El predicador escoge la que este más de acuerdo con su propósito, esto es, si
la proposición sugiere más de una interrogante. La interrogante es, pues, una pregunta que
se hace como resultado de la proposición. Esta es una herramienta que no debe aparecer
en el bosquejo, pero no obstante, estar implícita.
Hay siete interrogantes que pueden ser útiles en la formulación de una pregunta. Su
uso sistemático contribuirá a la unidad, coherencia y promoción del paralelismo en el
sermón. Las interrogantes a utilizar serían:
1.
¿Quién? Introduce una secuencia de personas para ser enumeradas, identificadas o
incluidas en la aplicación de algún principio.
2.
¿Cuál? Introduce una secuencia de cosas, selecciones o alternativas.
3.
¿Qué? Introduce una secuencia de significados, definiciones o características.
4.
¿Por qué? Introduce una secuencia de razones u objeciones.
5.
¿Cuándo? Introduce una secuencia de tiempo, etapas y condiciones.
6.
¿Dónde? Introduce una secuencia de lugares, orígenes, fuentes y causas.
7. ¿Cómo? Introduce una secuencia de métodos y formas.
33
C. La palabra clave.
La palabra clave es aquella herramienta por medio de la cual se pueden caracterizar en
una sola palabra, las divisiones principales de un sermón. Casi siempre en un nombre
plural, una forma verbal o adjetivo en plural. La única excepción a esta regla se da cuando
se usa el vocablo “naturaleza” en una proposición didáctica.
La palabra clave puede ser parte de la proposición. Sin embargo, cuando la proposición
necesita una oración transicional que la conecte con el cuerpo del sermón, la palabra clave
debe ir incluida en dicha oración. Consideremos dos ejemplos:
-Cuando la palabra clave va incorporada ala proposición:
Proposición: El pasaje sugiere varias implicaciones en torno al nuevo nacimiento.
-Cuando la palabra clave no va incorporada a la proposición:
Proposición: Cada cristiano debe amar al prójimo.
Oración transicional: Cada cristiano debe amar al prójimo por tres razones evidentes
en el pasaje.
La palabra clave es una herramienta homilética de mayor valor práctico y estructural.
Uno de sus grandes valores es el hecho de que le da claridad y singularidad al mensaje.
Con una palabra clave cada división principal tiene una relación lógica que le da progresión
lógica al tema. Ello evita que el predicador se descarríe por el desierto del acto
comunicativo, y lo fuerza a mantener la coherencia entre los puntos principales.
La palabra clave ayuda a realizar las divisiones principales. Las divisiones principales
se caracterizan por la palabra clave. Ello facilita la memorización y la relación de las ideas
principales.
Hay una multitud sin límites de palabras claves. A continuación una lista breve que bien
podría ser aumentada con un buen diccionario de sinónimos:
Abusos
Actitudes
Acusaciones
Actualidades
Advertencias
Afirmaciones
Amenazas
Amonestaciones
Ángulos
Aplicaciones
Áreas
Argumentos
Aspiraciones
Asuntos
Atributos
Conclusiones
Condiciones
Consecuencias
Contrastes
Correcciones
Costumbres
Credenciales
Creencias
Criterios
Críticas
Cualidades
Calificaciones
Disciplinas
Doctrinas
Datos
Errores
Eventos
Evidencias
Exámenes
Exclamaciones
Exhortaciones
Éxitos
Experiencias
Expresiones
Fases
Factores
Faltas
Favores
Flaquezas
Fracasos
Impulsos
Incentivos
Incidentes
Inferencias
Inspiraciones
Instrucciones
Instrumentos
Interrogantes
Juicios
Justificaciones
Motivos
Necesidades
Niveles
Objeciones
Objetivos
Peculiaridades
Peligros
Pensamientos
Pérdidas
Posibilidades
Preguntas
Premisas
Prerrogativas
Principios
Probabilidades
Problemas
Procesos
Profecías
Promesas
Proposiciones
34
Barreras
Bendiciones
Beneficios
Cambios
Causas
Clases
Comienzos
Comparaciones
Compromisos
Conceptos
Demandas
Desafíos
Reflexiones
Testimonios
Marcas
Valores
Revelaciones
Temas
Debilidades
Decisiones
Defensas
Deficiencias
Definiciones
Ejemplos
Elementos
Especificaciones
Esperanzas
Estimados
Estipulaciones
Detalles
Regalos
Lecciones
Medios
Variedades
Secretos
Violaciones
Fuentes
Generalizacione
s
Gozos
Grados
Grupos
Hábitos
Hechos
Ideas
Implicaciones
Impresiones
Descubrimientos
Destinos
Remedios
Llamadas
Métodos
Reservaciones
Sorpresas
Virtudes
Obligaciones
Observaciones
Obstáculos
Ofertas
Opiniones
Oportunidades
Palabras
Oportunidades
Palabras
Pasos
Diferencias
Dificultades
Requisitos
Maldades
Misterios
Responsabilidad
es
Sugerencias
Vivencias
Provisiones
Pruebas
Puntos
Puntos de vistas
Razones
Realidades
Rechazos
Reclamaciones
Recompensas
Recuerdos
Recursos
Direcciones
Tendencias
Manifestaciones
Momentos
Resultados
Suposiciones
Etc.
D. La oración transicional.
La oración transicional es un puente retórico que vincula la proposición con las
divisiones principales del sermón. Tiene tres partes: La palabra clave, la interrogante
sermonaria o su subtítulo y la proposición. Las referencias bíblicas del sermón también
pueden ir incluidas en la oración transicional. Hay veces que es necesario incluir la oración
transicional, en la proposición, pero en otras no es necesario.
Ejemplos:
Proposición: La tentación puede ser resistida.
Interrogante: ¿Cómo?
Oración transicional: Como Cristo, podemos resistir la tentación llenando las siguientes
condiciones.
(interrogante) (proposición) (palabra clave)
Proposición: Cada creyente debe aceptar el amor de Dios.
Interrogante: ¿Por qué?
Oración transicional: Pos varias razones dadas en 1Co.13:1-8, cada personas debe aceptar
el amor de Dios.
(palabra clave)
(proposición)
Proposición, interrogante y oración transicional: La sicosis del gadareno es semejante a la
psicosis del hombre de hoy, en el sentido de que en ambas se notan las mismas
características.
E.
Las divisiones del sermón.
35
1. Definición. Las divisiones son las secciones de un sermón ordenado. Sea que se
indiquen en la predicación o no, un sermón apropiadamente planificado estará dividido en
partes concretas, contribuyendo cada componente a la unidad del sermón.
De la proposición y la interrogante que esta sugiere se desprenden las ideas
principales que van a ser desarrolladas en el sermón. Las divisiones principales deben ser,
por tanto, respuestas a las interrogantes que levanta la proposición. Ej.: Tomemos la
siguiente proposición:
-“Cada personas debe aceptar el amor de Dios”.
Es obvio que la interrogante lógica a esta proposición es “¿por qué?”. De la misma
manera surge la palabra “razones”, como palabra clave. Dicha palabra caracteriza por lo
menos las siguientes ideas principales:
I.
(Por qué) el amor de Dios es eterno.
II.
(Por qué) el amor de Dios es verdadero.
III.
(Por qué) el amor de Dios es vivencial.
Las divisiones deben tener una idea singular (única) que sea la elaboración del tema.
Esa idea es a la vez el núcleo de la proposición. En otras palabras, no debe haber repetición
de unas mismas ideas en las divisiones. Deben ser menos de dos y no más de cinco.
2. Principios para la preparación de las divisiones.
a. Las principales divisiones debieran surgir de la proposición, contribuyendo cada división
al desarrollo o elaboración de la proposición.
Así como la proposición es el corazón del sermón. Las divisiones son el desarrollo de la
proposición, su elaboración. Cada división tiene que estar derivada de la proposición,
servir como explicación de la idea contenida en ella, o ser, en alguna otra forma,
esencial para su desarrollo.
b. Las divisiones principales deberían ser totalmente distintas entre sí. Aunque cada división
principal debe ser sacada de la proposición, o continuar un desarrollo de la misma,
cada una tiene que ser enteramente distinta a las otras. Esto significa que no debe
haber repetición de ideas y contenidos entre las divisiones.
c. Las divisiones deberían disponerse en forma de progresión. En tanto que cada división
tiene que contribuir al desarrollo de la proposición, las divisiones deberían también ser
dispuestas de manera que indiquen progresión de pensamiento.
d. Cuando la proposición consiste en una afirmación que precise de validación o prueba.
Las divisiones principales deberían agotar o defender la manera adecuada la posición
tomada en la proposición por parte del predicador.
e. Cada división principal debería contener una sola idea básica. Al limitar cada división a
una sola idea es posible tratar cada división como una unidad en sí misma; así, todo lo
que se halla en aquella división girara alrededor de un concepto o idea básica.
f. Las divisiones deberían ser expresadas con claridad, estando cada división relacionada
de tal manera con las oraciones interrogativa y de transición, que exprese una idea
completa.
g.. Las divisiones deberían tener una estructura paralela. La estructura paralela es la
disposición del bosquejo en forma simétrica, parecida o similar, de manera que las
divisiones estén apropiadamente equilibradas y haciendo juego entre sí. Con esto, los
encabezamientos del sermón siguen una pauta uniforme.
3. El valor de las divisiones para el predicador.
a. Las divisiones promueven la claridad del pensamiento. El mensaje queda clarificado
cuando esta dispuesto en un orden apropiado.
36
b. Las divisiones promueven la unidad del pensamiento.
c. Las divisiones ayudan al predicador a tratar el tema de una manera adecuada.
d. Las divisiones posibilitan al predicador el recordar las partes principales del sermón.
4. El valor de las divisiones para la congregación.
a. Las divisiones clarifican los principales puntos del sermón. Es mucho más fácil para el
oyente un mensaje hablado cuando las ideas están organizadas y expresadas con
claridad, que cuando las ideas están desordenadas y sin relacionar entre sí.
b. Las divisiones ayudan a recordar los principales aspectos del sermón.
5. El anuncio de las divisiones.
Las divisiones deben anunciarse la mayoría de las veces. Ello es necesario para que
sean perceptibles a la congregación y no se le escapen.
Es también sumamente importante las variaciones de la manera de anunciar las
divisiones, porque la congregación tiende a acostumbrarse cuando sólo cuando se usa un
método. Una buena presentación evita cultivar la monotonía.
Hay varias formas de anunciar las divisiones. Ej.: Por ordinales (primero, segundo, etc.)
por la palabra clave (nuestro primer factor, nuestra amonestación primera, etc.), por
recapitulación de la proposición, etc.
6. Las transiciones de una división a otra división.
Así como la oración transicional es necesaria para formar una conexión suave entre la
proposición y el cuerpo del sermón, también se precisa de transiciones cuidadosamente
construidas cuando se pasa de una división principal del sermón a la siguiente. El oyente no
tiene ante él en forma escrita como ayuda para seguir el mensaje conforme este va siendo
pronunciado; el único medio que tiene para seguir el movimiento es una ayuda de este tipo
a este proceso
Es fácil que el oyente pierda el giro del discurso de vez en cuando, particularmente
cuando el predicador pasa de una división a otra. En este punto de transición, la mente del
oyente medio va al saga del predicador. La transición ofrece una pista a la congregación de
que el predicador está dispuesto a empezar la siguiente frase de un sermón. Por ello, una
transición eficaz debe poner en claro a los oyentes cada uno de los pasos en el progreso del
sermón. Debiera preparar las mentes para lo que va a seguir, e interesarles en ello.
Una transición debiera ser expresada de tal manera que permita el flujo fácil de las
ideas de un parte del sermón a la siguiente. Los cambios abruptos de línea de pensamiento
tienden a despistar o confundir a la congregación; una buena transición allana el camino
para la comunicación de sucesivas unidades de pensamiento.
Así una transición eficaz puede relacionar la división con la proposición o con la oración
principal de transición; puede crear un interés por parte del oyente en la siguiente unidad del
pensamiento; o puede apoyarse en la división principal anterior, indicando el movimiento
desde la última unidad de pensamiento a la siguiente. También una transición debiera
encadenar la última división principal con la conclusión del sermón.
Uno de los medios más eficaces de hacer transiciones es mediante el uso de la palabra
clave contenida en la oración principal de transición. Cuando la principal oración de
transición es expresada de una manera apropiada, contiene siempre una palabra clave que
es aplicable a cada división principal de su sermón. Debiera por ello, poder apoyarse en la
oración transicional principal con su palabra clave.
En algunas ocasiones, una transición exigirá un breve párrafo, pero bajo circunstancias
ordinarias se podrá expresar mediante una sola frase.
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El siguiente bosquejo provee un ejemplo del uso de transiciones en su sermón.
Título: “El mejor amigo”
Texto: Jn.111:1-6, 9-44.
Introducción.
a). Allí donde vamos nos encontramos con que la gente se halla solitaria, buscando un
amigo fiel y verdadero.
b). Proverbios 18:24, dice que “amigo hay más unido que un hermano”.
Proposición: Jesús es el mejor amigo que podamos tener.
Oración Interrogativa: ¿Qué características posee Jesús que le califiquen como el
mejor amigo que podamos tener?
Oración de transición: El pasaje que tenemos ante nosotros nos revela tres
características de Jesús que le califican como el mejor amigo que podamos tener.
I. Jesús es un amigo amante. vv. 3-5.
A. Que nos ama a cada uno de nosotros de manera individual.
(Desarrollo, explicación y aplicación)
B. Que, sin embargo, permite que nos alcance la aflicción.
(Desarrollo, explicación y aplicación)
Transición. ¡Que maravilloso tener un amigo amante como Jesús! Pero Él es más que
esto.
II. Jesús es un amigo que comprende. vv. 21-36.
A. Que comprende nuestros dolores más profundos. vv. 21-26, 32.
(Desarrollo, explicación y aplicación)
B. Que simpatiza con nosotros en nuestras penas más profundas. vv.33-36.
(Desarrollo, explicación y aplicación)
Transición. Jesús es un amigo amante y que nos comprende, pero todo ello sería muy
incompleto si estas fueran las únicas características que Jesús posee como amigo. Lo
que necesitamos es un amigo que no sólo sea amante y que nos comprenda, como
veremos en los versos 37.44.
III. Jesús es amigo poderoso vv. 37-44.
A. Que puede hacer cosas maravillosas.
(Desarrollo, explicación y aplicación)
B. Que hace sus milagros cuando cumplimos sus condiciones.
(Desarrollo, explicación y aplicación)
Transición. Hemos visto que Jesús posee verdaderamente las cualidades para ser el
mejor amigo que podamos tener, pero ahora afrontamos una cuestión importante; ¿es
Él nuestro mejor y único gran amigo?
38
Conclusión.
Debemos tener a Jesús como nuestro mejor amigo y para eso debemos aceptar la
amistad que el nos ofrece hoy.
F. La explicación del sermón. El desarrollo.
Las divisiones son normalmente el esqueleto del sermón, e indican las líneas que han de
ser seguidas en el sermón (en su presentación). El desarrollo (explicación) es la apropiada
elaboración de las ideas contenidas en las divisiones.
Es en este punto de la elaboración del sermón que el predicador tiene que llevar al
sermón todo su conocimiento y genio inventivo. Tiene que agrandar el bosquejo de manera
que resulte en un mensaje bien hecho y vital, y que cumpla el objetivo que tiene en mente.
A fin de conseguirlo tiene que introducir, seleccionar y disponer sus materiales, de manera
que desarrollen con eficacia cada una de las divisiones.
1. Cualidades de la explicación (desarrollo).
a. Unidad.
b. Proporción.
c. Progresión.
d. Brevedad.
e. Claridad.
f. Vitalidad.
g. Variedad.
2. Fuentes de material para el desarrollo.
a. La Biblia.
b. Comentarios bíblicos, diccionarios bíblicos, etc.
c. La experiencia.
d. La observación.
e. Imaginación.
3. Procesos involucrados en la explicación del texto.
a. El contexto.
La observación del contexto es, frecuentemente, una ayuda para el oyente, así como
para el predicador, para reconocer las limitaciones del significado de una palabra o
declaración, e impide la distorsión del sentido propio del texto.
b. Referencias cruzadas.
Esto es la inclusión de la correlación del texto con otros pasajes de Las Escrituras. El
predicador debiera hacer un frecuente uso de pasajes paralelos, comparando o contrastando
el texto que desea explicar con otras porciones de Las Escrituras.
c. Aplicaciones de las leyes del lenguaje.
La sana interpretación de Las Escrituras depende de la aplicación de las leyes del
lenguaje. Al llamar la atención a alguna disposición gramatical, a los matices o variaciones
sutiles en el significado de ciertas palabras en el original, a una figura del lenguaje,
aciertas formas de expresión.
d. Marco histórico y cultural.
El marco histórico y cultural del texto, y los datos geográficos mencionados en el
pasaje, pueden también tener una gran importancia en la dilucidación del significado del
texto en su encuadre histórico. El uso de un manual bíblico, atlas bíblico, diccionario, etc.
Será de gran ayuda para obtener información histórica y cultural.
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G. La aplicación.
1. Definición de la aplicación.
La aplicación es uno de los elementos más importantes del sermón. Mediante este
proceso, las demandas de la palabra de Dios, son proyectadas sobre la persona a fin de
que pueda responder de manera favorable al mensaje. Cuando se emplea apropiadamente,
la aplicación, muestra la relevancia de Las Escrituras en la vida diaria de la persona.
La aplicación es descrita como el proceso mediante el cual, el predicador trata de
persuadir a sus oyentes a que reaccione favorablemente ante la verdad divinamente
revelada.
Así la aplicación se define como el proceso mediante el cual se hace que la verdad se
aplique directa y personalmente a las personas, a fin de persuadirlas a que respondan
adecuadamente a él.
2. Principios para dar pertinencia a la verdad.
a. Relacionar el sermón con problemas y necesidades básicas de las personas.
b. Usar la imaginación de tal manera que devuelva a la vida escenas y personajes de la
Biblia.
c. Emplear ilustraciones que muestren como la verdad se puede aplicar alas vidas de las
personas de la congregación en el ambiente cotidiano.
d. Extraer del texto principios universales que sean aplicables en todo tiempo.
e. Cerciorarse de cada aplicación, este en consonancia a la verdad del pasaje.
f. Como regla general, hay que hacer la aplicación específica y definida.
g. Alentar a los oyentes con un motivo correcto.
h. Relacionar la verdad con los tiempos actuales.
3. El tiempo para hacer la aplicación.
El tiempo en que se hace la aplicación tiene que ser determinado por el contenido del
pasaje. Como regla general, la aplicación se hace en relación con cada verdad espiritual
que se considere. Esta muy unido a la aplicación e ilustración.
G. Las ilustraciones en el sermón.
Se ha dicho con frecuencia que la ilustración es al sermón lo que una ventana es a un
edificio. Así como la ventana da entrada a la luz al edificio, así una buena ilustración
clarifica, alumbra un sermón.
Pero el mismo significado de la palabra “ilustrar” es clarificar por medio de uno o varios
ejemplos. Así, una ilustración es una forma de arrojar luz sobre un sermón, mediante el uso
de un ejemplo. Es una imagen verbal de una escena, o una descripción de un individuo o un
incidente, utilizado para iluminar el contenido de un discurso, de manera que facilite a los
oyentes las asimilaciones de las verdades proclamadas por el predicador.
Una ilustración puede asumir varias formas. Puede consistir en una parábola, una
analogía, una historia (incluyendo una anécdota o fábula), un relato de una experiencia
personal, un acontecimiento histórico o un incidente biográfico, también puede ser inventado
o ser sacado de la propia imaginación.
1. El propósito de las ilustraciones.
a. Clarificar el tema, aplicar la proposición o hacer más inteligibles las ideas expuestas en las
divisiones.
b. Darle vida a la verdad.
c. Reforzar argumentos.
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d. Ser un instrumento de convicción.
e. Persuadir indirecta o directamente.
f. Ayudar a retener lo expuesto. Muy probablemente la congregación promedio recuerda las
ilustraciones más que ninguna otra cosa. Si las ilustraciones se ajustan a la verdad que
ilustran, ayudaran al oyente a retener esa verdad en su memoria.
g. Darle al sermón un toque humorista, que sirva para relajar las tensiones.
h. Atraer la atención de los niños y jóvenes (de todos).
2. Principios a observar en el uso de las ilustraciones.
a. Usar ilustraciones adecuadas.
Si no conducen a una mejor comprensión del punto que sé esta tratando, así la misma
ilustración no es evidente, sería mejor omitirlas. De otra forma, la ilustración tendera a
apartar la atención de la congregación del pensamiento central del sermón.
b. Cerciorarse de que las ilustraciones sean claras.
Como hemos aprendido, el significado básico de la palabra “ilustrar”, es hacer claro o
evidente. Una historia o incidente que se cuenta en el sermón, el propósito de ayudar a la
asimilación de alguna verdad, fracasa en su propósito si no explica o clarifica.
c. Usar ilustraciones creíbles.
Las ilustraciones fantasiosas sólo sirven para desacreditar al predicador y para sugerir a la
congregación que el predicador esta dispuesto a exagerar o que es lo suficientemente
cándido como para creerse lo que es indigno de credibilidad. Si una ilustración a de ser
adecuada para su utilización tiene que ser cierta y sonar a cierta.
d. Exponer adecuadamente los hechos de la ilustración.
Una ilustración que valga la pena contar, vale la pena que sea bien contada.
e. Usar las ilustraciones que sean razonablemente breves.
Como regla general, una ilustración no debe ser tan destacad como para que robe al
mensaje su importancia.
f. Ser selectivos al elegir las ilustraciones.
No se debería hacer un uso indiscriminado de las ilustraciones en los sermones. Lo
extravagante, de mal gusto y lo grotesco no tiene lugar en la predicación. Se debe
tener cuidado, no sólo en cuanto al carácter de las ilustraciones, sino también en
cuanto a la calidad que se emplee de ellas en un sermón determinado.
3. Clases de ilustraciones.
a. La historia: Es una narración relacionada con alguna experiencia.
b. Anécdota: Es una historia humorística o será, la mayoría de las veces con personajes
reales. Debe ser breve, aguda e interesante.
c. Lecciones objetivas: Consisten del uso de un objeto visible, tal como un lápiz, una
moneda, un vaso de agua, etc., que representan la verdad.
d. Dramática: Son las que representan en forma de drama la lección o verdad que se trata
de enseñar.
e. Alegoría: Son comparaciones respaldadas, o metáforas prolongadas por medio de las
cuales una cosa es prestada tras la imagen de otra.
f. Lenguaje figurado: Metáfora, símil, hipérbole, etc.
g. Poemas: Usar con cuidado, ya que su uso se puede exagerar. De usarse sólo la parte
del poema que ilustra el punto en cuestión.
h. Analogías: Presentan puntos de relación o semejanzas entre dos o más atributos.
Circunstancias o efectos.
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i. Citas: Las citas directas, especialmente cuando son de fuentes conocidas, llaman la
atención.
4. ¿Dónde buscar buenas ilustraciones?
Biografías, el arte, el deporte, experiencias personales, la Biblia, la historia, la imaginación,
la literatura en general, la naturaleza, la obra misionera, observación personal, periódicos,
revistas, radio, televisión, viajes, etc. Cada ilustración que encuentre trate de coleccionarla
ya que la puede usar en cualquier momento.
G. La conclusión del sermón.
1. La conclusión. Es la parte del sermón que desenlaza su contenido y hace su unidad
claramente visible. Puede tener uno o más de los siguientes propósitos.
a. Resumir las ideas principales y refrescar la mente del auditorio al respecto.
b. Imprimir la verdad expresada y expuesta, con un impacto final, en la memoria del oyente.
c. Traerlo todo a un foco ardiente de encuentro personal con la vida del oyente.
d. Entregar los asuntos vitales y eternos del evangelio a la decisión del oyente,
persuadiéndolo a que se decida por Jesucristo.
e. Sugerir un camino de acción, o sea: medios y formas de aplicar la verdad expuesta a la
vida del oyente.
f. Indicar un contraste dichoso y favorable con una verdad rígida y severa. Por ejemplo: si
uno ha predicado sobre el pecado, el juicio o el castigo eterno y desea contrastarlo
con algo favorable, podría hacerlo mediante una apelación a la justicia, la fe o el cielo.
2. El deber ser de la conclusión. Esta debe ser breve, clara, llena de frescura, variedad y
vigor, practicable y de gran naturalidad personal, positiva y persuasiva. La conclusión debe
escribirse en forma de bosquejo, debe ser memorizadas y caracterizadas por puntos
paralelos. Cada conclusión debe tener una oración de apertura, la cual deberá ser la
proposición a la inversa. Ejemplo:
a. Proposición: Hay remedio en el Señor Jesús para la persona con una conciencia
culpable.
Conclusión : No importa cuan culpable se sienta tu conciencia, recuerda que hay remedio
en el Señor Jesús para la persona con una conciencia culpable.
b. Proposición: La cruz tiene un mensaje, tanto para la reconciliación como para los que no
reconciliados.
Conclusión : Hay algo intensamente personal acerca de la cruz.
3. Clases de conclusiones.
a. Conclusión por resumen. Se puede hacer de cuatro maneras:
-Por resumen formal de las divisiones principales del sermón sin cambio alguno de su
terminología.
-Por un resumen parafraseado de los puntos principales.
-Por un resumen epigramático en el cual se reducen las divisiones principales a
palabras singulares. Por ejemplo: pare, mire, escuche.
-Por un resumen de las aplicaciones.
b. Conclusión por aplicación. Se sugiere medios y formas de aceptar el evangelio o se hace
un enfoque especial en la vida personal del oyente. Esta clase de conclusión se usa
cuando todo el cuerpo es una exposición y no tiene relación.
c. Conclusión de motivación. Reapela a altos incentivos, relacionando el mensaje e
intereses o valores personales.
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Conclusión por contrastes. Pensamientos inspiradores, llenos de esperanza y
confortación, se contrastan con verdades severas.
e. Conclusión por anticipación. Se prevén objeciones que el oyente puede hacer con
respecto al evangelio y se les da una respuesta a cada una. Esta clase de conclusión
se presta para caricaturas orales.
f. Conclusión por combinación de dos o más de las clases de conclusiones arriba
mencionadas. Por ejemplo: se resumen los puntos principales, se aplican por medio de
contraste y se anticipan las posibles objeciones.
4. En la conclusión se pueden usar los siguientes instrumentos.
-Alguna promesa.
-Declaraciones sorprendentes.
-Preguntas retóricas.
-Proverbios.
-Un himno o un poema.
-Una declaración más del texto.
-Una parábola o anécdota.
5. La conclusión debe concluir.
Al terminar el predicador debe coincidir con su destino. Muchos predicadores cometen el
error de seguir hablando después de haber terminado su sermón. Esta por demás decir que
si el sermón no produce resultados por el poder del Espíritu Santo manifiesto en él, aquellos
que se logren al final de la predicación con métodos de “alta presión” serán superficiales y
resultarán en precisiones vacías.
Preparación diligente, oración humilde y presentación poderosa con responsabilidad del
predicador. Sólo Dios puede otorgar la regeneración esencial para entrar en el Reino de
Dios.
d.
H. La introducción del sermón.
La introducción como el título, es por lo general, una de las últimas secciones en ser
preparadas. La razón de ello es que el predicador puede pensar mejor una introducción
apropiada al mensaje, y que pueda suscitar y mantener el interés de los oyentes, una vez
hayan sido redactado el cuerpo del sermón y su conclusión.
1. Características de la introducción.
La introducción es la parte del sermón que establece contacto con la congregación. Por lo
tanto, debe tener las siguientes características:
a. Interesar al oyente en el texto y/o el tema que a de ser discutido. Para ello se deberá
enfatizar su importancia y clarificar términos pertinentes.
b. Remover prejuicios contra el predicador o el tema. Es decir, la introducción es el medio
para el establecimiento de empatía con la congregación.
c. Ayudar a traer calma al auditorio.
d. Eliminar la ignorancia de los oyentes en torno al tema. Es decir, la introducción debe
dar una respuesta general a la interrogante: ¿Sobre que ha de hablar el predicador?
e. Debe comenzar con lo natural, lo familiar o conocido y moverse suavemente a lo
desconocido, o a lo espiritual.
f. Introducir el pasaje bíblico correlacionándolo con la temática de la introducción y
resumiendo brevemente su contenido.
43
g. La introducción debe moverse hacia la proposición. Como ya se ha dicho, la
proposición, como el corazón estructural del sermón, debe ser anunciada explícita o
implícitamente durante la introducción.
h. En fin debe ser breve, amistosa, franca y sincera, clara y aprobable, modesta, interesante,
sencilla, llena de tacto, unificante, variada y con el auditorio como foco.
2. Principios para la preparación de la introducción.
a. Debiera ser generalmente breve.
b. Debiera ser interesante.
c. Debiera conducir a la idea dominante o punto principal del mensaje.
d. Debiera ser expresada en el bosquejo con unas pocas oraciones o frases, estando
cada idea sucesiva en una línea distinta.
3. Clases de introducciones.
a. Aquellas que hacen referencia a la ocasión.
b. Las que hacen referencia al asunto.
c. Hay otras que comienzan con una pregunta retórica y proceden a contestarla.
d. Las que usan una declaración llamativa como punto de partida.
e. Hay introducciones que giran en torno a una anécdota humorística.
f. Una buena cita puede servir también como punto de partida.
g. Quizás una de las más comunes, popular y eficaz es la introducción que gira alrededor
de una buena ilustración, real o hipotética.
4. ¿Cómo preparar una introducción?
Una de las manera más fáciles, es la selección de una palabra o idea de la proposición
para definirla, clarificarla o ampliarla. Dicha palabra o idea será el corazón de la introducción.
Toda introducción debe tener una oración de apertura a la cual se llama “la oración
de acercamiento”. Dicha oración deberá hallar al auditorio en donde este se encuentra en
pensamiento y vida. La oración de acercamiento resumirá el pensamiento del sermón hasta
la proposición.
Como ejemplo consideraremos la siguiente introducción de un sermón llamado: “Un
carcelero desesperado”, y basado en Hechos 16:25-34.
(Oración de acercamiento): Entre los diversos problemas agudos que confronta la
sociedad moderna, uno de los más crónicos es el suicidio.
(Desarrollo del acercamiento):
1.
Este es un problema que no se puede esperar resolver con desarrollo socioeconómico y tecnológico. El número de suicidios aumenta a medida que
avanza el desarrollo tecnológico del mundo y en aquellos países de un nivel
económico alto es donde se da la mayoría de los suicidios.
2.
El suicido es un intento violento por acabar con la vida en un instante.
(Introducción del pasaje):
Era esta la situación en que se halló el carcelero de Filipos, al ser despertado por un gran
terremoto que sacudió los cimientos de la cárcel e hizo que se abrieran las puertas y se
soltaran las cadenas de todos los presos.
1. La situación puso al carcelero en estado de desesperación, porque allí había dos
prisioneros peligrosos:
-Las autoridades le habían confiado el cuidado de Pablo y Silas, después de haberlos
azotados por alborotar al pueblo con enseñanzas religiosas extrañas.
-Los magistrados le habían ordenado explícitamente guardarlos con seguridad.
44
-El, interpretando las instrucciones estrictamente, los había metido en el calabozo
de adentro.
2. Al ver, pues, las puertas de la cárcel abiertas, el carcelero, desesperado por lo que
parecía haber sido un fracaso profesional opta por el suicidio.
-Pero al sacar la espada para matarse, Pablo clamando a gran voz, le dice: “No te
hagas ningún daño, pues todos estamos aquí”.
-El carcelero, profundamente conmovido por aquellas palabras, se precipita adentro,
y temblando se postra de rodillas y les pregunta a Pablo y Silas: “¿Señores,
que debo hacer para ser salvo?
(Proposición):
En esta ocasión nos proponemos analizar la pregunta de aquel carcelero desesperado
que a través de los años ha sido y será la pregunta clave del hombre: “¿Qué debo hacer
para ser salvo?”.
(Oración de transición):
Notemos los aspectos de la misma a través del análisis del pasaje de Hechos 16:25-34.
(Palabra Clave)
I.
(Primera división del sermón).
I. El título del sermón.
1. La función del título.
El título del sermón es el anuncio del tema en forma llamativa y sugestiva. Debe
indicar el contenido del sermón en una forma breve y popular. El título no necesita ser
idéntico al tema en cuanto a su fraseología, aunque puede ser suficientemente interesante
para desempeñar el papel del título. No debe ser muy largo; cinco o seis palabras no más. El
predicador ni debe ni necesita anunciar el título de su sermón en la presentación el mismo.
Si es cuestión de dar a conocer el tema, este se dará a conocer en la introducción y
específicamente en la proposición.
2. Principios para la preparación de títulos de sermones.
a. El título debería ser pertinente al texto o al mensaje.
b. El título debería ser interesante.
c. El título debería estar en armonía con la dignidad del púlpito.
d. El título debería ser breve.
e. El título debería ser breve.
f. El título debería establecer en forma de afirmación, interrogación o exclamación.
g. El título puede darse en ocasiones en forma de un sujeto compuesto. Ej.: “El discipulado:
su reto y su costo”.
h. El título puede consistir en una breve cita de un texto de las Escrituras. Ej.: “Prepárate
para venir al encuentro con tu Dios”.
La elaboración del sermón exige un bosquejo final.
-Título: El compromiso cristiano que necesitamos hoy.
-Base Bíblica: 2 Ti. 2:1-13.
45
-Introducción:
(Oración de acercamiento).
Como nunca hoy la sociedad necesita de hombres y mujeres comprometidos(as).
(Desarrollo de acercamiento).
A. Si los matrimonios estuvieran comprometidos como parejas no tendríamos tantas
separaciones.
B. Si los estudiantes estuvieran comprometidos con sus estudios no tendríamos tantos
fracasos a fines de año.
(Introducción del pasaje).
Pablo escribe a Timoteo, un joven pastor que está pasando por una crisis personal en su
ministerio, que lo está llevando abandonar su ministerio (2 Ti.1:6-8).
(Proposición).
La obra de Dios sólo puede desarrollarse en la medida que existan cristianos
comprometidos en la misión de Dios.
(Interrogante del sermón).
¿Cómo vamos a tener cristianos comprometidos?
(Oración de transición).
El apóstol Pablo da consejos al joven pastor Timoteo para que asuma su compromiso
como cristiano en la obra de Dios.
(Divisiones principales del sermón).
I. (Primer consejo). El cristiano comprometido se esfuerza en la gracia de Dios (2Ti.2:1-2).
-Explicación: Pablo aconseja a Timoteo a “esforzarse en la gracia”. Timoteo había recibido
su ministerio por gracia, pero era responsable de su desarrollo.
-Aplicación: Nosotros también hemos recibido por gracia dones, talentos y ministerios que
debemos desarrollar y esforzarnos en ello.
-Ilustración: la parábola de los talentos (Mt.25:14-20), nos enseña que debemos trabajar lo
que hemos recibido de Dios. Así todo cristiano que se compromete en la obra de Dios, la
gracia de Dios sobreabundará en él.
Oración de transición…
II. (Segundo consejo). El cristiano comprometido se esmera por la obra de Dios (2Ti.2:3-7).
-Explicación: Pablo aconseja a Timoteo que un cristiano comprometido debe estar dispuesto
a esmerarse, siguiendo las ilustraciones que él comenta.
-Ilustración: -Se debe esmerar como soldado (no es fácil sufrir y obedecer).
-Se debe esmerar como atleta (se debe sacrificar cada día).
-Se debe esmerar como labrador (se debe desarrollar la paciencia).
-Aplicación: El cristiano comprometido vive una vida de sufrimiento, obediencia, sacrificio y
paciencia, tal cual lo esperaba Pablo de Timoteo. Esto es lo que espera Dios de cada uno de
nosotros.
Oración de transición…
46
III. (Tercer consejo). El cristiano comprometido reconoce a Jesús como su Señor (2Ti.2:810).
-Explicación: Pablo aconseja a Timoteo que recuerde a Jesús. El Jesús que fue hombre,
quién también se comprometió en la obra de Dios, pero hoy es el Señor, es decir, el dueño
de todo lo que hoy existe, especialmente de la vida del cristiano.
-Aplicación: En la obra de Dios, el cristiano debe reconocer que el único Señor es Jesús y
nosotros asumimos el papel de un siervo (esclavo).
-Ilustración: El ejemplo del cristiano comprometido lo dio Jesús (Jn.13:13-17).
Oración de transición...
IV. (Cuarto consejo). El cristiano comprometido cree las promesas de Dios (2Ti.2:11-13).
-Explicación:Pablo aconseja a Timoteo, que el Dios al cual sirve ha hecho preciosas
promesas, que nos alentarán a una vida de más compromiso con Él y su obra,
especialmente debido a su fidelidad.
-Aplicación: Hoy cuando pareciera que no hay motivos para el compromiso, el cristiano tiene
las promesas de fidelidad de Dios.
-Ilustración: Una promesa de amor puede vencer toda dificultad debido a la fidelidad.
Oración de transición…
Conclusión:
(Oración de apertura).
-Cuanta necesidad tiene la iglesia de cristianos comprometidos.
(Resumen).
-Debemos hacer nuestros los consejos de Pablo que da Timoteo:
-Esforzarnos en la gracia.
-Esmerarnos en la obra de Dios.
-Reconocer a Jesús como nuestro Señor.
-Creer en las promesas de Dios.
(Ilustración).
-Sólo el compromiso de los países aliados en la II Guerra Mundial, los llevó al triunfo ante
las potencias del Eje.
(Llamamiento).
-El compromiso del cristiano con Dios y su obra, nos llevará a tener una vida de victoria.
Victoria que hoy no tenemos debido a nuestra falta de compromiso.
(Invitación).
-Hermanos hoy Dios nos invita a arrepentirnos de nuestro pecado de pereza, de falta de
compromiso y asumir que debemos ser cristianos comprometidos con Él y su obra. Los
invito a orar, pedir perdón y rogar a Dios que nos ayude a ser cristianos de verdad
comprometidos con Él y su obra.
(Oración:…)
47
Ejemplos de sermones según los propósitos de la predicación:
1. Sermón: evangelístico.
Título: “Perdido y hallado”
Base Bíblica: Lucas 15: 11-24.
Introducción:
A. En la feria internacional de Santiago (FISA), a fin de ayudar a los padres que habían
extraviado a sus hijos, las autoridades establecieron un departamento de “niños
perdidos encontrados).
B. Lucas 15 es el “Departamento de Perdidos y Hallados” de la Biblia. Aquí Jesús nos
habla de tres cosas que se perdieron y se volvieron a encontrar: Una oveja, una
moneda y un hijo.
C. La historia del hijo que se perdió y fue vuelto a encontrar, ilustra la historia de un
pecador arrepentido que estaba “perdido” y ha sido “hallado”.
Proposición: El Señor recibe gozoso al pecador arrepentido.
Interrogación sermonaria: ¿Cómo surge esta verdad en la historia del hijo pródigo
que fue “perdido y hallado”?
Oración de transición: Esta verdad surge en la cuádruple historia de un pecador
arrepentido, que presenta la historia del hijo pródigo.
Divisiones principales del sermón:
I.
La culpa del pecador (vv.11-13).
A.
En su voluntariedad (vv.11-12).
B.
En su vergüenza (v.13).
II.
La miseria del pecador (vv.14-16).
A.
En el hambre de su alma (v.14).
B.
En sus vanos esfuerzos por aplacar su hambre (vv.15-16).
III.
El arrepentimiento del pecador (vv.17-20 a).
A.
Con la conciencia de su pecaminosidad (vv.17-19).
B.
En su retorno a Dios (v. 20 a).
IV.
La restauración del pecador (vv.20b-24).
A.
En la bienvenida que le da Dios (vv.20b-21).
B.
En el fervor que Dios le otorga (vv.22-24).
Conclusión:
-Oración de apertura: Había otro muchacho perdido: el hijo mayor.
-Ilustración: Estaba en el campo cuando su hermano volvió al hogar. Cuando su
padre le invitó a que participara en la fiesta que estaba celebrándose en la casa por el
retorno de su hermano, rehusó. Afirmó que había vivido justamente toda su vida y que
él era más merecedor de recompensas que el hijo pródigo. El hijo mayor estaba
perdido y totalmente carente de arrepentimiento. El pródigo volvió al hogar por cuanto
se arrepintió de su pecado. Por otra parte, el hijo mayor, por lo atañe a la narración,
nunca se reconcilió con su padre.
48
-Aplicación: Los dos hijos son tipos de dos clases de personas. El primero, del
pecador que va a Dios reconociendo abiertamente su necesidad de perdón; el otro es
el que pretende tener tal justicia propia, que se considera como no necesitado de
arrepentimiento.
-Llamamiento: ¿Te has encontrado tú, como el hijo pródigo, admitiendo tu culpa y
descubriendo la plenitud de Su perdón? ¿O eres acaso como el hijo mayor, demasiado
bueno para necesitar el perdón de Dios?. El Salvador Dijo: “Al que a Mí viene, no le
hecho fuera.” ¿No quieres venir a Él ahora mismo?
-Oración:…..
2. Sermón: Dar aliento.
Título: “El callejón sin salida”.
Base Bíblica: Éxodo 14:1-14.
Introducción:
A. ¿Cuántas veces nos hemos encontrado sin respuestas y soluciones a los
problemas que nos agobian? A esta situación le podríamos dar el nombre de “El
callejón sin salida”
B. “El callejón sin salida” nos lleva a la desesperanza y vernos atrapados en la
inmediatez, perdiendo la perspectiva y la posibilidad de soluciones.
C. “El callejón sin salida”, no es ajena a los hijos de Dios, la Biblia nos muestra
constantemente esta experiencia de la vida.
Proposición: El cristiano frente a la encrucijada de “El callejón sin salida”, debe
reconocer siempre que Dios esta obrando en nuestra realidad y dispuesto a
intervenir a nuestro favor.
Interrogación sermonaria: ¿Cómo obra e interviene Dios en la circunstancia de “El
callejón sin salida”.
Oración de transición: El pasaje de Éxodo 14:1-14, nos muestra las maneras en que
Dios obra e interviene en la circunstancia de ”El callejón sin salida”. (Palabra
Clave)
Divisiones principales del sermón:
I.
“El callejón sin salida” es el lugar al que en ocasiones nos conduce Dios (vv.1-4
a).
A.
Por un mandato específico (vv.1-2).
B.
Para sus propios propósitos (vv.3-4 a).
II.
“El callejón sin salidas” es el lugar en el que Dios nos prueba (vv.4b-9).
A.
En el camino de la obediencia (v.4b.).
B.
Permitiendo que nos alcancen circunstancias abrumadoras (vv.5-9).
III.
“El callejón sin salida” es el lugar en el que en ocasiones le fallamos al Señor
(vv.10-12).
A.
Por nuestra incredulidad (v.10).
B.
Por nuestras quejas (vv.11-12).
IV. “El callejón sin salida” es el lugar donde Dios actúa en nuestro favor (vv.13-14).
A. En el momento adecuado (v.13).
B. Asumiendo el control (v.14).
Conclusión:
49
-Oración de apertura: “El callejón sin salida” no ha estado ajeno en nuestras
circunstancias.
-Ilustración: “El callejón sin salida” fue una lección que Dios dio a Israel para que
este reconociera a su Dios como el Dios Soberano y Salvador en todo tipo de
circunstancias.
-Aplicación: Circunstancias de las que nosotros no hemos estado ajenos, ¿a dónde
nos ha llevado “El callejón sin salida”?: -Al lugar que nos ha conducido Dios,
¿por qué Dios ha hecho esto?
-Al lugar de la prueba de Dios, ¿por qué Dios ha tenido que probarnos?
-Al lugar de donde le hemos fallado a Dios, ¿qué razones nos ha dado Dios para
recibir esta respuesta de parte de nosotros?
-Al lugar en donde Dios actuará en nuestro favor, ¿por qué no pensar que Dios ha
estado obrando e interviniendo para ver su favor hacia nosotros?.
-Llamamiento: Para nadie en bueno encontrarse en “El callejón sin salida”, si esta es
tu situación no olvides que nuestro Dios es soberano y; por tanto, Él siempre
esta obrando en tus circunstancias y desea intervenir a tu favor. Dios te invita a
confiar plenamente en Él, aún en medio de “El callejón sin salida”.
-Oración:….
3. Sermón: Consagración.
Título: “Principios de la proyección misionera eficaz”.
Base Bíblica: Hechos 13:1-5.
Introducción:
A. Nunca en la historia de la Iglesia ha habido una mayor oportunidad para el evangelio.
B. Mucha parte del mundo está abierta para nosotros y, como veremos, la iglesia, en la
actualidad, no tiene por qué fracasar en el cumplimiento de la responsabilidad
que Dios le ha dado.
Preposición: Los principios divinos para la proyección misionera garantizan el éxito:
Interrogación sermonaria: ¿Cuáles son estos principios?
Oración de transición: Hechos 13:1-5 revela cuatro principios eficaces para la proyección:
(Palabra Clave)
Divisiones principales del sermón:
I.
En la iglesia tiene que haber personas de calidad y disposición (v.1).
A.
Personas que estén en comunión activa en la iglesia (v.1).
B.
Personas que estén equipados espiritualmente (v.1).
-Oración de transición…
II.
En la iglesia tiene que haber un llamamiento del Espíritu Santo (v.2).
A.
Personas que han sido llamadas por una elección específica (v.2).
B.
Personas que han sido llamadas a un ministerio específico (v.2).
-Oración de transición…
III.
A.
En la iglesia se deben identificarse con los misioneros (v.3).
Tienen que orar por ellos (3).
50
B.
Tienen que comisionarle (3).
C.
Tienen que aceptar la responsabilidad de enviarles (v.3).
-Oración de transición…
IV.
En la iglesia se espera que los enviados laboren de manera diligente (vv. 4-5).
A.
Tienen que obedecer la guía del Espíritu Santo (v.4).
B.
Tienen que predicar la Palabra de Dios (v.5).
C.
Tienen que trabajar en mutua cooperación (v.5).
-Oración de transición…
Conclusión:
-Oración de apertura: Estos principios no son complejos, y son los que Dios ha
decidido usar.
-Ilustración: La iglesia del NT usó estos principios y sus resultados son más que
notorios.
-Aplicación: Nuestra respuesta a Cristo demanda que asumamos nuestro lugar al
poner estos principios en acción.
Cada uno de nosotros tiene que preguntarse a sí mismo:
-“¿Estoy capacitado?”.
-“¿Estoy dando oído a la voz del Espíritu Santo?”.
-“¿Me estoy identificando verdaderamente con los que han salido a la misión?”.
-“¿Estoy dispuesto a gastarme y a ser usado de la manera en que el Espíritu De Dios
pueda dirigirme?”
-Llamamiento: Dios está esperando oír nuestra respuesta.
4. Sermón: Ético y Moral.
Título: “Una vida sin muro”
Base Bíblica: Efesios 2:11-22.
Introducción:
A. El hombre es cada vez menos humano, ha roto las relaciones fundamentales,
levantado muros de separación, que demuestran su falta de humanidad
(reconciliación).
B. La sociedad de hoy es una sociedad tremendamente dividida, recordemos el
Muro de Berlín, el “apartheid” en Sudáfrica, los “intocables” de la India,
“Norte-Sur”, “ricos y pobres”, “racismo”, “marginación”, etc.
C. Cuando más se habla de reconciliación en nuestro medio, más afloran
nuestros muros, nuestras separaciones.
Proposición: La iglesia, la nueva humanidad en Cristo, es llamada a mostrar que es
posible vivir “sin muros” gracias a la obra de Cristo de reconciliación
(2Co.5:17-19).
Interrogación sermonaria: ¿Cómo la iglesia mostrará esta posibilidad para la
humanidad?
Oración de transición: Efesios 2:11-22, nos muestra las maneras que nos llevarán a
ser la nueva humanidad reconciliada y reconciliadora. (Palabra Clave)
51
Divisiones principales del sermón:
I.
En Cristo se logra y vive la reconciliación con Dios (vv. 11-13).
A.
La humanidad se encontraba separada de Dios y de sí misma (vv.11-12).
B.
La humanidad se reconcilia con Dios sólo a través de Cristo (v.13).
-Oración de transición…
II.
En Cristo se logra y vive la reconciliación con el prójimo (vv.14-18).
A.
La iglesia se reencuentra asimisma cuando viene a Cristo (vv. 14-16).
B.
La iglesia debe reconocer en la cruz la destrucción de los muros (vv.17-18).
-Oración de transición…
III.
En Cristo se logra y vive la reconciliación consigo mismo (vv. 19-22).
A.
El hombre encuentra su justo lugar en la nueva humanidad (vv.10-20).
B.
El hombre encuentra su libertad en la nueva humanidad (vv.21-22).
-Oración de transición…
Conclusión:
-Oración de apertura: La iglesia es la nueva humanidad en Cristo donde los muros de
separación no existen.
-Ilustración: La iglesia de Efeso era el reflejo de una humanidad con muros, pero que
ahora en Cristo habían superado este problema, Pablo da gracias por la riqueza del
amor en medio de ellos (Ef.1:15-16).
-Aplicación: La iglesia de hoy debe mostrar esta nueva realidad en Cristo, porque
hemos sido reconciliados con:
-Dios.
-El prójimo.
-Consigo mismo.
-“¿Hemos abandonado nuestros muros?”.
-“¿Qué tipo de humanidad estamos mostrando al mundo: la antigua o la nueva, la
dividida o la reconciliada?”.
-Llamamiento: El mundo clama por la eliminación de los muros y las divisiones, sólo
nosotros (la iglesia) podemos mostrar que esto es posible, gracias a lo que Dios ha
hecho en Cristo. Somos responsables de mostrar al mundo la reconciliación que Dios
ha traído en Cristo.
-Oración:…
5. Sermón: Devocional.
Título: “La adoración que nos lleva a Dios”
Base Bíblica: Isaías 6: 1-13.
Introducción:
A. “A Dios se llega por cierto pasillo…que se llama adoración”
B. La adoración se ha definido como:”La celebración dramática de Dios en su
dignidad suprema, de manera que su “dignidad” se convierta en la norma e
inspiración del vivir humano”.
Proposición: Sólo una adoración correcta nos lleva a experimentar la grandeza de
Dios y la miseria del hombre; que nos permitirá ser aptos para servir y ser
usados por Dios.
52
Interrogante sermonaria: ¿Por qué sólo una adoración correcta nos llevará a este
tipo de experiencia?
Oración de transición: Isaías 6:1-13 nos muestra los principios de una adoración
correcta y las consecuencias de ello.
(Palabra Clave)
Principales divisiones del sermón.
I.
La adoración nos debe llevar a experimentar la grandeza de Dios (vv.1-4).
“Adoramos a Dios porque Dios existe para ser adorado”
A.
Dios establece la forma de ser adorado (v. 1a).
B.
Dios muestra su verdadera naturaleza en la adoración (vv.1b-4).
II.
La adoración nos debe llevar a experimentar la distancia de Dios (vv.5-7).
“¡Acompáñenos en la adoración! ¡Así se sentirá mejor!” (Decía cierta invitación
a un culto de iglesia).
A.
El encuentro con Dios nos muestra la verdadera condición del hombre (v.5).
B.
El encuentro con Dios nos permitirá recibir la gracia de Dios (vv.6-7).
III.
La adoración nos debe llevar a experimentar el llamado de Dios (v. 8).
“La adoración tiene un ritmo en dos tiempos: Dios habla y nosotros
respondemos”.
A.
Dios nos lleva a su presencia para escuchar su voz (v. 8a).
B.
Dios nos lleva a su presencia para obedecer su voz (.9b).
IV.
La adoración nos debe llevar a experimentar el servicio a Dios (vv.9-13).
“La luz de su presencia nos permite ver la vida de una manera nueva”.
A.
El adorador debe responder a las demandas del Dios que ha presenciado (vv.910).
B.
El adorador debe ser fiel en la misión del Dios que ha presenciado (vv.11-13).
Conclusión:
-Oración de apertura: “A Dios se llega por cierto pasillo…que es la adoración”.
-Ilustración: Isaías experimentó en la adoración la grandeza de su Dios y su propia
miseria, pero fue esto lo que le permitió ser un adorador (en espíritu y en verdad), que
lo llevó a escuchar y obedecer la voz de Dios, recibiendo la bendición de participar de
la misión de Dios.
-Aplicación: La verdadera adoración tiene este objetivo, conocer a Dios y en la medida
que le conocemos, podemos ser parte de su obra. Estos principios nos hablan a
nosotros y debieran llevarnos
a revisar nuestra vivencia de adoración: ¿Experimentamos la grandeza de Dios en nuestros tiempos de adoración?
-¿Experimentamos nuestra miseria en nuestros tiempos de adoración?
-¿Experimentamos la voz de Dios en nuestros tiempos de adoración?
-¿Experimentamos la demanda de la misión de Dios en nuestros tiempos de
adoración?
-Llamamiento: Que nuestra adoración nos permita experimentar al Dios de poder,
grandeza, gloria, santidad y gracia, para ser transformados en sus verdaderos
adoradores, que actúan de acuerdo al Dios que adoran.
-Oración:…
6. Sermón: Doctrinal.
Título: “La naturaleza de la resurrección”.
53
Base Bíblica: 1 Corintios 15: 35-54.
Introducción:
A. La resurrección ha sido en puesta en “tela de juicio” por la falsa doctrina de la
“reencarnación”.
B. La resurrección es una de la doctrina fundamental de la fe cristiana,
probadas por Cristo en su personal resurrección.
C. La resurrección es la piedra de toque de la fe cristiana, Pablo dijo: “…y si
Cristo no resucitó, vuestra fe es vana;…” (1 Co.15:17).
Proposición: La resurrección en su contenido doctrinal debe ser conocido por la
iglesia, para no caer en el error de la reencarnación u otras falsas enseñanzas
acerca de la vida después de la muerte.
Interrogante sermonaria: ¿Qué nos enseña la Palabra de Dios en cuanto a la
resurrección?
Oración de transición: El apóstol Pablo escribe a una iglesia confundida ante la vida
futura, a través de ciertos planteamientos acerca de la resurrección, en 1
Co.15:35-54.
(Palabra Clave)
Principales divisiones del sermón:
I.
La resurrección nos permitirá experimentar el poder de Dios (vv. 35-38).
A.
Dios manifestará su poder en resurrección (vv.35-38).
B.
Dios manifestará su poder en la resurrección de todo ser humano (vv. 35-38).
II.
A.
B.
La resurrección nos permitirá tener un nuevo cuerpo (vv. 39-49).
Un nuevo cuerpo con características bien definidas (vv. 39-46).
Un nuevo cuerpo en semejanza al de Señor resucitado (vv.47-49).
III.
A.
B.
La resurrección nos permitirá la entrada a la fase futura (vv.50-54).
No todos experimentarán la muerte, pero si la transformación (vv.50-52).
No todos experimentarán la entrada al Reino de Dios, pero si eternidad (vv.5354).
Conclusión:
-Oración de apertura: Cristo es nuestra evidencia acerca de la realidad de la
resurrección.
-Ilustración: En San Lucas 24: 36-49, nos muestra la evidencia de la resurrección y el
modo de operar de esta en la persona de nuestro Señor Jesús.
-Aplicación: La resurrección es la doctrina cristiana acerca de la vida después de la
muerte y está en contraste directo con la falsa enseñanza de la reencarnación:
-Experimentaremos el poder Dios en nosotros.
-Experimentaremos un nuevo cuerpo, sin las limitaciones del actual.
-Experimentaremos la eternidad en el Reino de Dios.
-Llamamiento: No permitamos que las falsas enseñanzas acerca de la vida futura,
desvirtúen nuestra enseñanza tan clara e ilustrada en la Palabrada Dios acerca de la
resurrección.
-Oración:…
54
III. LA PREDICACIÓN Y EL PREDICADOR.
A. Predicando de “corazón a corazón”.
(Contenido tomado de Jay E. Adams, “Predicar al corazón”. Unas palabras de corazón
a corazón con los predicadores de todo el mundo.)
Introducción.
Durante muchos años, los expertos en homilética han exhortado a los predicadores a
“predicar al corazón”. ¿De qué están hablando? ¿Lo sabe usted? ¿Lo saben ellos? ¿Es
bíblico este concepto? Y si lo es, ¿cómo se hace? Con frecuencia, estas preguntas y otras
similares quedan sin respuestas, y el predicador típico sigue haciendo lo que siempre ha
hecho, resignado a suponer que “nunca será un gran predicador; nunca será capaz de
predicar al corazón”.
¿Es eso cierto? ¿Pertenece la capacidad para predicar al corazón solamente a los
extraordinariamente dotados? ¿O será más bien que la predicación al corazón es una
habilidad desarrollada que hace grandes a los predicadores? Todo esto ha sido presentado
de una forma tan vaga y difusa, que cualquiera que no esté familiarizado con él
encontraría difícil o imposible obedecer la indicación.
La culpa de la confusión acerca de lo que significa “predicar al corazón” no es
solamente de los homiletas, mientras que los predicadores quedan exonerados. Los
expertos en homilética deberían explicarse con claridad. Ahora bien, si no lo hacen, los
predicadores tienen la responsabilidad de golpearles la puerta hasta que lo hagan. Por
tanto, nadie está libre de culpa. Ha existido una conspiración de ignorancia en la cual se han
dicho palabras y frases una y otra vez, como si el que habla y los que escuchan supieran
perfectamente bien de que están hablando, cuando en realidad no es así.
Nuestra intención es demostrar que la predicación al corazón es bíblica, y por tanto
necesaria, y que cualquier hombre que tenga los dones y el corazón de un predicador
puede aprender con toda claridad cómo hacerlo. De hecho, queremos ir más lejos aún:
aprenderemos a como hacerlo.
El primer sermón cristiano, predicado el día de Pentecostés por el apóstol Pedro, fue
predicado al corazón. Lucas dice:
“Al oír esto, se compungieron de corazón y dijeron a
Pedro y a los otros apóstoles:
-Hermanos, ¿qué haremos? (Hch.2:37).
La respuesta de esa multitud fue fruto de una predicación eficaz, llena del poder del
Espíritu Santo. Sin embargo,
la predicación que penetra hasta el corazón puede producir también la respuesta contraria:
“Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus
corazones y crujían los dientes contra él”
(Hch.7:54).
Cuando predicó Pedro, un gran número de oyentes se arrepintieron y creyeron el
Evangelio, cuando predicó Esteban, sus oyentes lo mataron. Sin embargo, ambos estaban
llenos del Espíritu Santo y predicaron al corazón. Esta respuesta doble y opuesta pone
algo en claro desde el principio: aunque la predicación al corazón es un efecto deseable
55
producido por el poder del Espíritu Santo, la naturaleza exacta de ese efecto en el
oyente puede variar mucho, y no se puede predecir de antemano.
En cualquiera de los casos, la predicación bíblica en el poder del Espíritu golpea
directamente al corazón. Exige una respuesta. Ningún oyente puede permanecer apático:
tiene que reaccionar. Por consiguiente, hablar de predicar al corazón es hablar de una
predicación que produce una respuesta definida, una predicación que produce palabras y
acciones por parte del oyente.
Piense en esto: ¡Una predicación que provoca acción! ¡Una predicación que obtiene
resultados! ¡Una predicación que sacude de tal manera al oyente, que tiene que reaccionar!
Eso es lo que necesitamos hoy.
¿Habrá alguien que no querría predicar u oír predicar de esta forma? ¿Habrá alguien
que haya oído predicar de esta forma muchas veces? ¿Por qué es virtualmente desconocida
esta manera de predicar? También necesitamos investigar esto, y decidir qué quiere Dios
que hagamos al respecto.
1. ¿Qué es el corazón?
Tener una idea clara de lo que la Biblia quiere decir al hablar del corazón es
fundamental para todo lo demás que vamos a estudiar en estos apuntes. En realidad, el
extendido descuido en el uso de esa palabra es responsable de la confusión y la vaguedad
que rodea las exhortaciones para que se predique al corazón.
Usted nos objetará: “¡Pero si todo el mundo sabe lo que es el corazón! No sé por qué
se arma tanto alboroto con esto. Por supuesto que no se tomarán toda una sección para
definir algo tan obvio, ¿no es cierto?”. No, no es cierto. Eso es exactamente lo que anda mal.
Todo el mundo piensa que comprende este término, pero son muy pocos los que lo
comprenden realmente. Pregúntese: “¿Cuál es el significado exacto de la palabra corazón
en las Escritura?” ¿Puede dar una definición precisa? “Bueno…quizá no sea exacta, pero
de todos modos sé lo que significa”
¿Lo sabe?
Vamos a probar un poco su comprensión de esto. ¿De acuerdo? ¿Qué le parece la
expresión tan repetida: “Lo que necesitamos es conocer más con el corazón, y no
solamente con la cabeza”? ¿Qué le parece? La idea de corazón que presenta, ¿es
aceptable tal como se usa la palabra en la Biblia, o no?
“Bueno, supongo que sí, pero no estoy muy seguro; de todas maneras, yo sé qué es lo
que significa esa expresión”
¿Qué?
“Significa que no basta con limitarse a conocer una verdad; que es necesario que esa
verdad quede fuertemente impresa en uno. Tiene que afectar también las emociones”.
Probablemente usted tiene razón en cuanto a la forma en que se usa esa frase, pero
lo cierto es que sugiere una interpretación incorrecta del sentido bíblico de la palabra
corazón. Si se usa para referirse a los sentimientos o las emociones, como opuestos al
pensamiento o intelecto, ese uso no concuerda con las Escrituras. Nunca en la Biblia se
pone la palabra corazón por encima y en forma contraria de la cabeza o de los procesos
intelectuales. Esta idea acerca del corazón es moderna y occidental, y llegó a la Biblia
desde el exterior. Nuca se podría llegar a esa idea a partir de la Biblia misma. En realidad,
es una idea grecoromana acerca del corazón, más que de la Biblia. Todas nuestras ideas
56
románticas se pueden atribuir a orígenes occidentales; entre ellas, nuestra idea del
corazón como sentimiento. No se puede encontrar este concepto en las Escrituras.
En lugar de esto, veamos qué se hace contrastar con la palabra corazón en la Biblia.
En mateo 15:8, por ejemplo, leemos que el pueblo honra a Dios “de labios…mas su corazón
está lejos” de Él. Este tipo de contraste aparece constantemente en las Escrituras. Se
encuentra lo mismo en el conocido pasaje de Romanos 10 en el que se nos dice que no
basta con confesar a Cristo con la boca, sino que quien hace profesión de fe también debe
creer en su corazón. Note el contraste: corazón-labios, corazón-boca. En el importante
pasaje de 1 Samuel 16:7 se nos asegura que “el hombre mira lo que está delante de sus
ojos, pero Jehová (en cambio) mira el corazón”. Vemos sencillamente que en todos estos
pasajes clave hay un contraste entre el corazón como algo interno, y los labios, la boca y lo
que está ante los ojos como algo externo. Este es el verdadero contraste bíblico, y no un
contraste entre intelecto y emoción.
¿Quiénes son este hombre interno y el externo? En 1Pedro 3:4, el interno es llamado
“el del corazón”. La persona interna es la que sólo el Señor conoce, está escondida de
nosotros, que sólo miramos al hombre exterior. Esta es una de las grandes razones por las
que nunca debemos juzgar las intenciones de un hombre: simplemente sus acciones y sus
palabras (es decir, aquellos factores que son accesibles para nosotros).
El hombre exterior es la persona manifiesta, aquella con la que estamos
familiarizados; el hombre interior es la persona que sólo Dios y en parte ella misma
conocen. Este hombre no está compuesto por sus sentimientos. En la Biblia, la idea de los
sentimientos se expresa por palabras que denotan vísceras; leemos, por ejemplo, que habla
de “entrañas de compasión”. Se ve claramente que el corazón incluye a todo el hombre
interior, tanto el intelecto como las emociones. En el Salmo 14 hay un buen uso del sentido
intelectual, cuando se nos comenta que “dice el necio en su corazón: No hay Dios”
(Sal.14:1). Dicho sea de paso, ¡es necio porque le hace caso a otro! Vemos aquí al necio
metido en un proceso intelectual: convencerse a sí mismo acerca de una creencia falsa.
Así sigue sucediendo en toda la Biblia. En numerosos pasajes se habla de personas que
razonan, planean, comprenden, piensan, dudan, perciben, cometen errores, se fijan
propósitos e intenciones y cosas semejantes en su corazón. Una de las formas de
expresar que una persona carece de cordura, es decir (traduciendo literalmente) que “carece
de corazón” (vea Proverbios 9:4, 16). Por tanto, queda aclarado que en la Biblia, la palabra
corazón no identifica las emociones.
Después de desechar esta falsa interpretación, estamos preparados para preguntar
qué significa la palabra corazón, en referencia al hombre interior. Comprende varias ideas
unidas. Corazón significa cordura, como acabamos de ver, pero también significa
conciencia (Hebreos 10:22; 1Juan 3:9-21). Es el ”tesoro” (Lucas 6¨45) de donde fluyen las
acciones y las palabras de las personas. Poniendo estos y otros conceptos del corazón
juntos, llegamos a la conclusión de que el corazón es la vida interior que la persona lleva
ante Dios y ante sí misma. Es la fuente de la vida exterior (Mateo 15:19) y expresa con
mayor certeza cómo es realmente una persona, que cuanto ésta hace o dice externamente.
Por eso Dios “conoce el corazón”. Es decir, que hacer algo “desde el corazón” es hacerlo
con autenticidad. Hacerlo “con todo el corazón” es hacerlo con unidad de propósito, en
lugar de hacerlo con unidad de propósito, en lugar de hacerlo con un corazón “doble” o
dividido.
El hipócrita es aquel a quien le interesa más ser “visto de los hombres” que ser visto
por Dios, finge con su exhibición externa ser algo que no es interiormente. Es posible pecar
57
en el corazón sin cometer delito exterior alguno (Mateo 5:28). Sólo una persona en la
historia de la humanidad ha tenido una total sincronización entre el corazón y su apariencia
externa en todos los momentos: Jesucristo. El resto de nosotros, que somos pecadores,
presentamos numerosas faltas de correspondencia entre la vida interior y la exterior.
La palabra corazón se ha convertido en moneda devaluada dentro de nuestra cultura.
Con demasiada frecuencia, los predicadores meten el concepto moderno occidental del
corazón como compromiso emocional en las Escrituras, y de esta forma equivocan y
tuercen lo que el Espíritu Santo inspiró a los escritores de la Biblia para que dijeran. Es hora
ya de restaurar el verdadero contenido bíblico de la palabra, de forma que podamos sacar
provecho de la comprensión de los numerosos pasajes en los que aparece.
Si en la Biblia el corazón del hombre es su vida interior, de la que fluye lo demás, ¿qué
importancia tiene predicar al corazón? A la luz de este significado, podemos afirmar que la
predicación que llega al corazón afecta genuinamente a la persona. La sacude en la fuente
misma de toda su vida (Proverbios 4:23). La Palabra predicada la atraviesa donde
realmente importa. Esto no significa necesariamente que se convierta, o en el caso de un
creyente, que se arrepienta de su pecado, pero sí significa que el sermón ha llegado
verdaderamente a donde debía llegar. Ese es el motivo de que, sea favorable o adversa la
respuesta, la predicación que atraviesa el corazón es una predicación que obliga a
responder. No podría ser de otra forma, puesto que, como vimos, el corazón es la fuente de
toda respuesta. También debemos decir que la predicación que penetra o atraviesa hasta
llegar al corazón, desencadena una respuesta genuina tanto si es la fe, como si es la furia.
La predicación que llega al corazón no deja apático al oyente.
En cambio, la predicación que no va al corazón del hombre no tiene un efecto
genuino. Aunque el oyente manifiesta gratitud por la ayuda que ha recibido, las palabras
de sus labios no surgen de una convicción sentida en el corazón. Con el tiempo, sus
palabras y acciones reflejarán el verdadero estado de su corazón. “Por sus frutos los
conoceréis”. Cuando el hombre interior es afectado realmente por la Palabra para el bien,
esto lo llevará a un cambio positivo y duradero en su conducta externa. El hombre exterior
y el interior entrarán en una identificación mayor, por medio de patrones discernibles de
crecimiento.
Por tanto, usted puede ver lo deseable que es predicar al corazón. De hecho, la
Biblia nos podría apoyar fuertemente en la afirmación de que, a menos que la predicación
penetre profundamente, de forma que afecta la vida interior, no es una verdadera
predicación. La verdadera predicación bíblica cambia a las personas. Lo hizo en los tiempos
de la Biblia, y no hay razón para que no lo haga hoy. Nosotros poseemos el mismo Espíritu
Santo y la misma Palabra por los cuales y a partir de los cuales se predicaba entonces. La
única diferencia es que entonces se predicaba al corazón, y nosotros no lo hacemos con
mucha frecuencia. Necesitamos descubrir las causas de esta deficiencia en la predicación
actual, y aplicar la cura bíblica.
2. Dos tipos de corazón.
Cuando se predica la palabra de Dios, ésta recibe dos tipos de respuesta: algunos
corazones se “endurecen”, y otros se transforman. ¿Cuál es la razón de esta diferencia, y
qué significa para el que predica la Palabra?
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En primer lugar, observe que la Biblia misma distingue ambas respuestas en muchos
lugares, En los dos versículos del libro de Los Hechos que se mencionan en la introducción,
vemos ambas reacciones en total contraste. Aunque tanto Pedro como Esteban predicaron
en el poder del Espíritu Santo, y las palabras de ambos penetraron hasta el corazón de sus
oyentes, las reacciones ante su predicación fueron exactamente opuestas: la predicación de
Pedro tuvo por resultado numerosas conversiones, mientras que la de Esteban enfureció a
sus oyentes y le costó la vida. Lucas describe a Esteban como un “varón lleno de fe y del
Espíritu Santo” (Hch.6:5; 6:3, 10, 15; 7:55-56). Esto aclara que no se podía culpar su actitud
ni su predicación por la reacción negativa. Aunque la predicación al corazón logra
resultados invariablemente
-fríos o calientes, nunca tibios- no hay forma de predecir de antemano cuáles serán esos
resultados.
Observemos más de cerca Hch. 2:37 y 7:54, que se citaron en la introducción. En
Hch.2:37, la multitud fue “compungida de corazón” por el sermón de Pedro, y en Hch. 7:54,
el resultado de la predicación de Esteban fue que los miembros del sanedrín “se
enfurecieron en sus corazones”. Además, ambos sermones provocaron la actuación de
quienes lo oyeron: en la primera circunstancia, los oyentes preguntaron: “¿Qué haremos?”;
en la segunda, “crujían los dientes”, y tomaron piedras para matar a Esteban.
Como ya hemos señalado, la diferencia en las consecuencias no partió de los
predicadores, ni del tipo de sermón que predicaron, o la forma en que predicaron; ambos lo
hicieron bajo la aprobación total y poder del Espíritu Santo, quien jugó expresamente un
papel prominente en ambos acontecimientos. No: sólo hay un factor causante de la
diferencia: el corazón de los que oían la Palabra.
Ambos grupos oyeron la Palabra. Ambos la tomaron en consideración. En la primera
circunstancia, se dice del mensaje de Pedro que “compungió” los corazones. La palabra
“compungió” traduce una forma del verbo katanusso, termino griego que también puede
traducir como “golpeara o aguijonear violentamente, apuñalar”. Se ve claramente que la
palabra habla de un fuerte golpe o una poderosa sacudida en la vida interior. En el segundo
caso, se usa una palabra diferente para describir el efecto de la predicación de Esteban en
los fariseos. Es una forma del verbo diaprío, que significa “aserrar, cortar penetrando”,
además de “perforar”. Nuevamente, esta poderosa palabra describe un acto en el que se
ha penetrado más allá de todas las barreras puestas al oído. Tanto en la predicación de
Pedro como en la de Esteban, fueron alcanzados los corazones, pero sólo en la primera
fueron transformados. En la segunda, aunque fueron totalmente afectados, permanecieron
sin cambio alguno y respondieron negativamente a la Palabra. Por consiguiente, aunque la
predicación al corazón siempre llega hasta él -hasta el hombre interior- y produce una
sacudida en él, un corazón recibe la Palabra de Dios y permite que lo transforme para el
bien, mientras que otro la oye, la rechaza y se vuelve contra el que la predica.
La Biblia afirma continuamente que hay dos clases de corazones. En Ezequiel 36:26
se nos habla de un “corazón de piedra” y un “corazón de carne”.El mensaje de Pedro fue
recibido por este último, el de Esteban, por el primero. El corazón de carne es cálido y tiene
vida, reacciona positivamente a la Palabra de Dios. En cambio, el de piedra está muerto y no
reacciona positivamente ante ella. Vemos la diferencia una y otra vez. Por ejemplo, en
Hebreos 6, pasaje que presenta dificultades para algunos, puesto que habla de cristianos
profesos que caen de nuevo (v.6), la respuesta al problema está en que, con el tiempo, los
que han dejado endurecer su corazón como la piedra, lo manifestarán; igual sucederá con
aquellos cuyo corazón ha seguido siendo de carne; los primeros caerán de nuevo, los
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segundos no. El pasaje no enseña que vayan a caer todos los que tienen un buen
corazón, sino sólo aquellos que han dejado endurecer su corazón como piedra. Se ve eso
claro en los versículos 7 al 9, en los que se hace referencia a los dos tipos de corazones
bajo la figura de los dos tipos de suelo. Ambos reciben la misma lluvia -esto es, ambos han
estado al mismo tipo de influencias, entre ellas la predicación de la Palabra de Dios (vea el
v. 6)- pero los resultados producidos en cada tipo de suelo son diferentes. Uno de ellos
produce frutos; el otro, maleza. Se ve claramente que las reacciones distintas ante las
influencias divinas no se deben a diferencia alguna en la predicación (la lluvia es la
misma), sino a diferencias de los corazones de los que la reciben o escuchan. En un caso,
la Palabra se une a la fe, mientras que en el otro no (vea Hebreos 4:2). De manera que,
la razón por la cual la respuesta al sermón de Pedro fue la fe, y la respuesta al de Esteban
fue la furia, es que la lluvia de Dios cayó sobre dos tipos de suelo.
Hay muchos otros ejemplos en las Escrituras. Pablo, por ejemplo, dijo mucho acerca de
los tipos de corazón en 1 Corintios 2. En el verso 14, afirma: “Pero el hombre natural no
percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locuras, y no las puede
entender, porque se han de discernir espiritualmente”. Aquí llama “hombre natural” al que
tiene el corazón de piedra. Es la persona a la que no le ha sucedido nunca nada
sobrenatural. Vino a este mundo “muerto en sus delitos y pecados”, con una naturaleza
corrompida y culpable ante Dios, y desde entonces nada ha cambiado el panorama. La
persona natural está en tinieblas, porque ha heredado de Adán una naturaleza que está
muerta para Dios y para las enseñanzas de su Espíritu. No tiene corazón para Dios, ni para
las cosas de Dios. La persona espiritual, mencionada también en este pasaje, es la que
tiene el corazón de carne. Le ha sucedido algo sobrenatural: su viejo corazón ha sido
reemplazado, y el Espíritu de Dios habita ahora en su vida interior, capacitándola para
comprender la Palabra de Dios, y responder positivamente a ella cuando es predicada.
El lugar donde usted se halla ahora sentado está lleno de cosas que ver y que oír,
muchas de las cuales usted aparta selectivamente de su pensamiento. De igual manera,
la persona natural, aunque esté rodeada de una amplia exhibición de la gloria divina, se
cubre los ojos y los oídos ante las muchas evidencias acerca de la bondad de Dios. De
hecho, hasta es posible que manifieste hostilidad cada vez que le son mencionadas
(especialmente si le llegan al corazón). Como lo expresa Isaías, tiene un corazón que ha
sido engrosado (Isaías 6:10); que no puede “entender” (Hechos 28:27); es un corazón
cubierto con un velo (2 Corintios 3:15); no va a responder favorablemente a la Palabra de
Dios hasta que le sea quitada su ceguera, para que lo alumbre la luz de la verdad de Dios
acerca de Cristo (2 Corintios 4:4-6).
Pablo dijo claramente que las cosas de Dios son preparadas y reveladas (1 Corintios
2:10) a “los que le aman”. El corazón natural, aún de piedra, no tiene amor por Dios. Ese
amor debe ser “derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” cuando es “dado”
(Romanos 5:5). De hecho, como dice también Pablo en otro lugar, “nadie puede llamar a
Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12:3). Al dársenos el Espíritu,
recibimos ese nuevo corazón que debemos conservar.
Puesto que la predicación al corazón es asunto de predicar para dos tipos de
corazones, es necesario comprender esa distinción. No necesitamos saber con cuál tipo de
corazón nos estamos enfrentando. Cuando Pedro y Esteban predicaron, ninguno de ellos
supo a qué tipo de corazones estaba predicando. Dios no nos da el derecho ni la capacidad
para mirar dentro del corazón de los demás seres humanos; se reserva ese privilegio para sí
mismo. Nuestra tarea es predicar con eficiencia la Palabra de Dios, de manera que penetre
60
en el corazón de los hombres; Dios es quien abre esos corazones a la Palabra predicada
según ellos lo van dejando actuar. Mientras tanto, están cerrados a la verdad divina hasta
que Él los abre. Se dice de Lidia que “el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese
atenta a lo que Pablo decía” (Hechos 16:14). Es Él quien da el “nuevo corazón” de “carne”
y quita el “corazón de piedra” (Ezequiel 36:26). Además, y según el pasaje de Ezequiel, esto
sucede solamente cuando Dios pone su Espíritu en un hombre. La regeneración es obra de
Dios; el predicador no regenera a nadie. Es Dios mismo quien les “da vida” a los que
estaban “muerto en sus delitos y pecados” (Efesios 2). Esa vida, ese nuevo corazón,
capacita a la persona para comprender y creer el mensaje cuando llega al corazón. Este es
el suelo sobre el que se siembra la semilla; si es buen suelo, produce fruto; si no lo es, no
habrá cosecha alguna.
3. Predicar al corazón.
¿Cómo se predica al corazón? Aquí pretendemos estudiar bíblicamente esto. Sin
embargo, toda respuesta debe comenzar con la observación de que para predicar al
corazón es necesario predicar desde el corazón.
¿Qué se quiere decir con esto? Sencillamente lo siguiente: el que predica la Palabra
de Dios debe ser auténtico. Sus creencias y deseos internos deben corresponder con las
palabras que diga. Otra manera de decir lo mismo es afirmar que necesita estar lleno del
Espíritu Santo. El Espíritu Santo llena a quienes son auténticos y les da poder para
predicar con eficiencia. La poderosa sacudida causada por los sermones de Pedro y
Esteban sólo se puede explicar de una forma: afirmando que el Espíritu Santo estaba
obrando mientras ellos predicaban.
Observe lo que escribe Lucas acerca de Esteban: “Pero no podían resistir a la
sabiduría y al Espíritu con que hablaba” (Hch.6:10). Un comentarista afirma acerca de este
pasaje: “No podían resistir la sabiduría que el Espíritu le daba a él…Por tanto, los enemigos
del Evangelio fueron desalentados y derrotados, porque lucharon contra el Espíritu de Dios,
que hablaba por boca de Esteban. Puesto que Cristo les ha prometido el mismo Espíritu a
todos sus siervos, lo único que tenemos que hacer es defender fielmente la verdad, desear
que El nos dé palabras y sabiduría, y estaremos suficientemente preparados para hablar…”
Esteban era un hombre en el que obraba el Espíritu; los hombres de este tipo predican al
corazón, porque predican desde su propio corazón. Ese corazón es un corazón donde
domina el Espíritu.
¿Qué significa para la persona estar llena del Espíritu? La idea de dominio es la
preponderante en esta expresión. Cuando la Biblia habla de estar lleno de asombro, de
temor, de celos, o de gozo, también la idea preponderante es la de algo que domina a la
persona. Alguien que está lleno de temor es alguien dominado por el temor: todo cuanto
hace o dice en ese estado está teñido de temor. Su voz, sus acciones, sus decisiones; todo
está bajo la influencia de esta emoción dominante. Lo mismo podemos decir de alguien
que está “lleno” de celos, de gozo o de asombro.
El importante pasaje en que se nos ordena ser llenos del Espíritu (Efesios 5:18)
presenta un informativo contraste entre el Espíritu y el vino. El vino domina a la persona
ebria de tal forma que todo lo que hace se halla bajo su influencia; de igual manera, dice
Pablo, la influencia del Espíritu Santo debe dominar por completo nuestra vida.
¿Cómo llena, domina o ejerce una influencia tan total el Espíritu? No piense que ser
lleno del Espíritu es algo así como bombear gasolina dentro del tanque de un automóvil.
Más bien nos serviría la imagen de una iglesia. Cuando la iglesia está “llena”, no quedan
61
asientos vacíos. Cuando una persona ebria está llena de vino, todas las partes de su
vida quedan afectadas por él, y todas las zonas de su persona se hallan bajo su influjo.
Destruye su vida hogareña, su vida social, su vida física, su vida económica. Por eso Pablo
escribe: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución” (la palabra “disolución” es
asotía, “estado de irrecuperable, más allá de toda recuperación”). Pablo alerta contra la
ruina total, porque no hay nada que escape a la influencia del vino; éste destruye toda la
vida del borracho; no queda intacto nada que se pueda salvar de su influencia. De igual
manera, cuando una persona está llena del Espíritu Santo, todos los aspectos de su vida
se hallan bajo la influencia de éste; no queda nada intacto. Eso no significa que la persona
llena del Espíritu Santo sea perfecta, pero sí quiere decir que el Espíritu Santo obra en la
totalidad de su vida. Los predicadores que predican al corazón son hombres que predican
bajo el influjo del Espíritu.
Los predicadores cuya vida está llena del Espíritu Santo, son auténticos; no son
hipócritas que pierden poder en su predicación porque albergan pecado en ciertos
aspectos de su vida. Puesto que ellos también han estado enfrentándose al pecado en todos
los aspectos de su vida, comprenden los problemas de aquellos a quienes les predican.
Predican con convicción, porque no hay aspectos de la vida del que teman hablar, de tal
forma que sus palabras se vuelvan contra ellos como un bumerán. Ya han reconocido que
necesitan del Espíritu Santo para tener una transformación total, y le están pidiendo que la
realice. Puesto que no están escondiendo nada, pueden predicar con toda tranquilidad.
Además, puesto que han experimentado en algo la poda del Espíritu Santo en todos los
aspectos de la vida, pueden hacer blanco en los problemas de los que escuchan, de una
forma que no se puede aprender en los libros de texto. Eso forma parte de la diferencia
entre su predicación y la de otros.
Si se insiste en algo en el libro de los Hechos, es en el poder de la iglesia al predicar,
y este poder procedía de la plenitud del Espíritu Santo. No hay otra forma de explicar el
rápido crecimiento de la iglesia. Los tiempos han cambiado, y con ellos la predicación. Sin
embargo, nuestro Dios no ha cambado. Ni Él, ni las necesidades de los hombres han
cambiado con el paso del tiempo; el pecado y la salvación, el arrepentimiento y la
santificación siguen iguales. Lo que ha cambiado es que los predicadores de hoy creen que
no necesitan estar llenos del Espíritu Santo, tienen una visión distorsionada de lo que esa
plenitud es, o no creen que sea posible. Es hora de que comencemos a examinar de
nuevo las enseñanzas bíblicas acerca del tema. Quizá entonces comencemos a
experimentar poder en nuestra vida y predicación.
Esta plenitud del Espíritu Santo es una obra continua en la que el Espíritu Santo va
controlando cada vez más los aspectos de nuestra vida, uno a uno. Es la santificación (el
proceso de echar fuera el pecado para reemplazarlo con la justicia) del hombre entero. Es
cuestión de pedirle al Espíritu Santo que obre en cada uno de los aspectos de la vida, de
estar dispuesto a ser cambiado por Él en lo que sea. Esto es lo que Pablo podía en
oración para los tesalonicenses: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo
vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro
Señor Jesucristo” (1Ts.5.23).
Los primeros adoradores del día de Pentecostés, así como los que se convirtieron en
esa ocasión, estaban genuinamente llenos del Espíritu: “Y perseveraban unánimes cada
día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de
corazón”. Eran auténticos. No fueron solamente los apóstoles y los líderes los que fueron
llenos del Espíritu Santo, sino todos los que se hallaban presentes cuando el Espíritu
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Santo se derramó (Hch.2:4). Más tarde, cuando la iglesia necesitó hombres capacitados
para convertirse en diáconos, fue necesario buscar hombres, “de buen testimonio, llenos del
Espíritu Santo y de sabiduría” (Hch.6:3). Al parecer, ya en esos momentos no todos los
creyentes manifestaban un dominio total por parte del Espíritu como les había sucedido a
todos en Pentecostés (Hch.2:4), y por tanto, hubo necesidad de discriminar entre los que
manifestaban la plenitud del Espíritu Santo en su vida, y aquellos que no.
Parecería que el derramamiento original del Espíritu Santo en Pentecostés fue un
dominio inmediato y total del Espíritu Santo que descendió sobre los ciento veinte en
aquella importante ocasión, pero la plenitud del Espíritu Santo no se mantendría en la
persona de forma automática. Se os ordena ser llenos del Espíritu Santo (Ef.5:18), lo que
indica que nosotros jugamos un papel en todo este proceso, y el verbo usado en ese
versículo manifiesta que la plenitud no es un suceso que tiene lugar de una vez por todas,
sino que debe ser alimentado por la relación personal con Cristo. Esa es la razón por la que,
aún tan pronto como en Hechos 6, se pudiera decir que se debían seleccionar los
diáconos entre los que estaban llenos del Espíritu Santo (lo que indica que no todos
estaban llenos del Espíritu Santo).
Es trágico que hoy en día no se pueda decir esto de todos los predicadores de las
iglesias evangélicas; no se puede decir que estén llenos del Espíritu Santo. Este es el
primer problema -un corazón dominado por Espíritu Santo- si queremos predicarles al
corazón a los demás. Ahora bien, predicar desde un corazón así significa que día tras día,
en nuestro interior, necesitamos experimentar la obra santificadora del Espíritu Santo en
todos los aspectos de nuestra vida. Por consiguiente, los predicadores que no hablan al
corazón de los demás con poder deben comenzar por examinar su propio corazón, para
asegurarse de que las palabras que Pedro y Juan le dirigieron a Simón no son aplicables a
ellos también: “No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto
delante de Dios” (Hch.8:21). Dicho claramente, no todos los que quieren predicar están
capacitados para hacerlo; la Palabra debe ser proclamada solamente por aquellos
cuyo corazón sea recto delante de Dios. La predicación es una cuestión de corazón a
corazón. Cuando el corazón de una persona es recto ante Dios, y es alguien según el
corazón de Dios, podrá predicar de corazón a corazón. Los hombres que sean así
predicarán como los del libro de los Hechos.
4. Osadía de corazón.
Hasta el momento hemos descubierto que la condición previa para predicar así es un
corazón que sea recto ante Dios. El poder en la predicación es índice del hecho que el
predicador está lleno del Espíritu Santo. Sólo aquellos cuyo corazón es recto ante Dios
tienen parte en la proclamación de la Palabra de Dios. Por tanto, quienes predican al
corazón de los demás son los que han experimentado el penetrante poder de la espada
del Espíritu Santo, que ha penetrado en su propio corazón. Predican lo que hay en un
corazón que ha sido señoreado e influido por el Espíritu de Dios. Son predicadores cuyo
propio corazón está ardiente en el Señor.
¿Qué le hace esto a un predicador? Le da osadía para predicar.
Si hay una característica típica de la predicación moderna, es su manera obsequiosa
e insípida de decir la verdad. A diferencia de los primeros predicadores, los reformadores y
los grandes predicadores de todos los tiempos, muchos predicadores modernos que creen
en la Biblia parecen temerosos de decir las cosas como son. Sin embargo, la expresión
moderna “decir las cosas como son” indica que por lo general la gente prefiere escuchar la
verdad tal cual es, aunque no sea totalmente agradable lo que oiga. Tal parece que en los
63
círculos cristianos en especial hay una reserva falsamente piadosa o una complicación
extrema en la cual los oyentes, supersensibles, se horrorizan por cualquier cosa que se
diga francamente al predicar. Por tanto, hay algo que anda mal en la predicación de hoy, y
en muchos de los que han crecido oyéndola, que debe corregirse. Básicamente es un estar
dispuestos a hacer concesiones -aun con la verdad de Dios- que brota de una falta de
osadía.
No se esta alabando la rusticidad o la crudeza. Con frecuencia se supone que estas
innecesarias características son sinónimas de la osadía. No hay nada rústico o crudo en la
predicación del libro de los Hechos. La predicación que hallamos allí es directa, clara,
explícita, fuerte y, dicho en una palabra, osada. En realidad, el único aspecto de la
predicación de la iglesia neotestamentaria es su valentía. Veamos lo que dice Lucas al
respecto y después la misma predicación. La declaración clásica sobre el tema aparece en
el capítulo cuarto de Hechos. En ese texto, los apóstoles y los hermanos oran:
“Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a
tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra”
(Hch.4:29).
El versículo 31 indica que la oración fue respondida y que “hablaban con denuedo la
Palabra de Dios”. Aún antes de este momento, Lucas hace notar que ya había en la
predicación neotestamentaria una valentía que asombraba a quienes escuchaban:
“Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y
sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se
maravillaban; y les reconocían que habían estado
con Jesús” (Hch.4:13).
Por tanto, la valentía era considerada un requisito previo para predicar, y cuando era
vista, se tomaba en cuenta de manera favorable. Esto sigue siendo cierto hoy, como en los
tiempos neotestamentarios: la valentía es esencial para predicar al corazón, y la prédica
valiente causa una sacudida en los que la escuchan.
Dice también el texto que, cuando vieron la valentía de Pedro y Juan, reconocieron
que “habían estado con Jesús”. ¡Por la forma en que algunos cristianos escrupulosos de
hoy miran espantados cualquier tipo de valentía en la predicación, se pensaría más bien
que el predicador osado ha estado con el diablo! Sin embargo, la mayoría de las personas
reconocen a un predicador verdaderamente valiente como un hombre poco corriente, se
interesan en él, y con frecuencia también les interesa lo que dice. Una de las razones por
las que gran parte de la predicación contemporánea no sólo es incapaz de llegar al
corazón, sino es también tan poco interesante, es porque resulta tímida y débil. La
predicación valiente nunca es aburrida.
¿Qué es osadía? La palabra griega parresía significa libertad al hablar, franqueza,
disposición a ser sincero; es hablar con llaneza y sin dejarse limitar por el temor. El
predicador osado es el que no tiene temor de decir la verdad, aun cuando duela. Muchos
ministerios de hoy están limitados sencillamente por temor a los hombres. “¿Se ofenderá
la señora González si predico esto?” Este pensamiento y muchos similares pasan por la
mente de demasiados predicadores, cuando lo que se deberían estar preguntando es:
“¿Qué va a pensar Dios de mí si no enseño su verdad?”.
Es demasiado poco lo que se enseña acerca del juicio, el infierno, y las demás
doctrinas que se hallan en el lado oscuro del espectro bíblico. Es demasiado poco lo que se
condena al pecado. Es muy poca la disciplina en la iglesia, y escaso el enfrentamiento con
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el error, aunque esté afectando seriamente a los miembros de la iglesia. Hay temor a las
controversias.
En algunos círculos el temor a las controversias es tan grande que los predicadores,
y sus congregaciones detrás de ellos, son capaces de hacer las paces a cualquier precio
de la verdad…la verdad de Dios. La idea general es que la paz es todo lo que importa. La
paz es un ideal bíblico (Ro.12:18 declara esto: “Si es posible, en cuanto dependa de
vosotros, estad en paz con todos los hombres”), pero también lo es la pureza. Nunca se
deberá comprar la paz de la iglesia al precio de su pureza. Es un precio demasiado caro.
¿Por qué pensamos que vamos a poder llevarnos bien en este mundo, o para el caso es
lo mismo, en esa iglesia, sin conflictos ni controversia? Jesús no pudo. Pablo tampoco.
Ninguno de los predicadores de la era apostólica, que sirvieron fielmente al Señor
Jesucristo, escapó de la controversia. ¿Quiénes somos nosotros para escapar de ella,
cuando ellos no pudieron? El relato del avance de la iglesia a lo largo del mundo
mediterráneo, desde Jerusalén hasta Roma, es un relato de controversias. Cuando se
predica osadamente el Evangelio, tiene que surgir la controversia. La mayoría de las
epístolas nacieron para contrarrestar el error doctrinal y el pecado en la vida. Hay
controversias en ellas. La vida de Pablo fue una vida de controversias. La tradición nos dice
que todos los apóstoles, menos Juan, que fue exiliado por su fe, sufrieron una muerte
violenta.
¿Qué es esta supersensibilidad que se encuentra con tanta frecuencia dentro de
cierto tipo de evangélicos de hoy? Los niños crecen alimentándose de televisión y
espectáculos que presentan no sólo conflictos, sino también violencia y crudeza. ¿Quién en
nuestra época es tan alérgico a la franqueza, que la predicación abierta de la Palabra de
Dios lo vaya a destronar de horror? La predicación insípida es la que aleja a la gente de
Cristo y de la iglesia, y no la valiente. Nos parece que el problema de los evangélicos
supersensibles no es en realidad el que parece -ofender a quienes predicamos- sino, con
gran frecuencia, una simple falta de valentía. Esa falta de valentía se reduce a un simple
temor a los hombres: Temor a las consecuencias que traiga consigo el decir las cosas
como son.
Los predicadores son soldados en una batalla por Cristo, le dijo Pablo a Timoteo. Como
soldados fieles, que pelean la buena batalla, tienen que asaltar los muros de pensamientos
que los hombres levantan contra el Evangelio, y hacer cautivos para Cristo. También son
pastores. Como buenos pastores, deben alejar a los lobos del rebaño y rescatar a las
ovejas que anden vagando por lugares peligrosos. Un buen pastor no lleva solamente un
cayado, sino también una vara (un garrote para espantar a las fieras) y una honda
(¿recuerde la de David?). La imagen del pastor/predicador no es la de un hombre vestido de
suaves ropas que nunca se mancha las manos; es la imagen del laborioso agricultor en su
lucha contra las malezas, el soldado que pelea con el enemigo, el pastor que protege las
ovejas: siempre una imagen de conflicto. Si un ministro del Evangelio tiene miedo de
“pelear la buena batalla”, no está “guardando la fe”. Es decir que, para realizar fielmente
sus deberes, necesita ser valiente.
Lucas nos dice que la osadía caracterizaba la predicación de los apóstoles y de otros
predicadores neotestamentarios. Veamos rápidamente parte de su predicación. Cuando los
tres mil se sintieron compungidos en el corazón, ¿qué tipo de predicación los hizo sentirse
así? En primer lugar, vemos que era una predicación que no había vacilado en contradecir
las ideas que habían expresado. Algunos dijeron que los ciento veinte, que estaban
hablando en lenguas desconocidas, estaban ebrios. Sin embargo, cuando Pedro se puso
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de pie para predicar, las primeras palabras que salieron de su boca contradijeron esta
absurda acusación: “Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es
la hora tercera del día” (Hch.2:15). Habrá predicadores temerosos y bien intencionados que
le dirán que contradecir abiertamente a la audiencia es una pobre táctica en la
predicación, ¡especialmente al principio de un sermón! Pedro no había leído a los
expertos; se limitó a confiar en el Espíritu Santo, y comenzó a decir la verdad. Para ganar
amigos e influir en las personas se supone que hay que comenzar por conseguir un
acuerdo con ellas. Sin embargo, Pedro estaba más interesado en la verdad que en
manipular a la gente con técnicas de venta.
No sólo comenzó mal según los expertos, sino que fue demasiado franco cuando
comentó la conducta de su congregación. Al fin y al cabo, Pedro, no es educado decir
cosas como “a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de
Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” (Hch.2:23. Eso suena
como una acusación directa, si no es un ataque al auditorio. Pedro, así nunca llegarás a
nada. Pero Pedro no ha terminado
aún. Escuche
la conclusión: “Sepa, pues,
ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis,
Dios le ha hecho Señor y Cristo.” ¡Ahora sí que la hiciste buena, Pedro! En el preciso
momento en que parecía que habías logrado sacar tu sermón del fuego, después de
semejante descuido al comenzar, lo arruinas todo añadiendo ese golpe final; “a quien
vosotros crucificasteis”. Y ya que estoy en esto, déjame decirte otra cosa, Pedro. Nunca
vas a llegar a nada usando la segunda persona del plural para predicar: es demasiado
personal. Posiblemente hubieras salido con bien de haber dicho cuanto dijiste -aun esas
acusaciones demasiado francas- en tercera persona, de una forma más abstracta.
¿Cree Ud. que Pedro atendió a razones? No; de nuevo lo encontramos en Hechos 3,
blandiendo otra vez la segunda persona y acosando a sus oyentes con palabras como
éstas:”A quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato…” (Hch.3:13b); “Mas
vosotros negasteis al santo y al justo, y pedisteis que se os diese a un homicida”
(Hch.3:14); “Y matasteis al autor de la vida…” (Hch.3:15 a). ¡Pedro, ese tipo de predicación
ciertamente no te va a ganar el premio al mejor sermón!
Cuando lo volvemos a oír en Hechos 4, vemos que Pedro nunca se da por satisfecho;
nunca aprende. Ahí está de nuevo, como siempre, usando la segunda persona y
diciéndoles a todos con sus típicas y duras formas cómo han pecado: “Sea notorio a todos
vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien
vosotros crucificasteis…” (Hch.4:10).
Nos parece que es inútil tratar de hacer entender a Pedro; y mejor ni mencionar a
Esteban con su agresividad: “¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos!
Vosotros resistís siempre
al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también
vosotros…Mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien
vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores…” (Hch.7:51-52). No, Esteban es
también un caso perdido.
Así que intentémoslo con Pablo; es un hombre muy instruido. ¿Podemos esperar una
manera más refinada de hacer las cosas en él? No estamos seguros de que vayamos a
llegar muy lejos con él tampoco. Miremos como comienza su predicación: “…Había hablado
valerosamente en el nombre de Jesús…y entraba y salía, y hablaba denodadamente en el
nombre del Señor” (Hch.9:27-29). ¡Ya hemos visto antes cómo es esa osadía! Quizá se
comporte mejor en su primer viaje misionero; pero no, óigalo en Pafos, el primer lugar
donde escuchamos sus palabras: “¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del
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diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del
Señor?” (Hch.13:10). Pablo, así no vas a llegar a nada. Esa forma de hablar te va a meter
en toda clase de problemas; ¡si hasta puede ser que te echen a la prisión, o te golpeen, o
hasta te apedreen!
No vamos a seguir. Hacerlo sólo sería multiplicar lo que ya se es evidente. Los
predicadores de la era apostólica eran claros, personales y directos, carecían de temor. En
ocasiones, su osadía rayaba en la dureza. Hoy en día necesitamos recordar esto. No se
puede negar el hecho de que, en líneas generales, la suave predicación del presente es
muy distinta; hasta se la podría llamar antiséptica por comparación. De igual manera, los
resultados son bien diferentes. La razón de estas diferencias es que los predicadores de
hoy carecen de osadía en el corazón.
Como hemos visto, la iglesia neotestamentaria oró pidiendo osadía, y el Espíritu Santo
produjo esta osadía en su medio (Hch.4:29-31). Es la misma forma en que los predicadores
de hoy deben adquirir su osadía. ¿Cuándo le ha pedido usted a Dios que lo haga un
predicador osado? ¿Cuándo le ha pedido “todo el denuedo necesario para hablar su
Palabra”? ¿Tiene temor de pedirlo, o lo que teme son las consecuencias de que lo pida? ¡Al
fin y al cabo, es posible que Dios oiga y responda su oración! Entonces, ¿a dónde iría usted
a parar? ¡Exactamente: se estaría metiendo en muchos problemas, como Pedro, Pablo y
Esteban! Eso no sería nada bueno, ¿cierto? Sin embargo, observe el interesante dilema que
se ha bosquejado: usted tiene miedo de orar pidiendo osadía, porque es posible que la
reciba, y teme lo que sucedía como consecuencia. ¿No ve la falacia que hay en esa forma
de razonar? Sus temores se terminarían si usted se volviera osado; en realidad, usted teme
esas consecuencias, sólo porque ahora teme las consecuencias de lo que haga. Las
cosas cambiarían cuando Dios responsa su oración.
¿Le responderá Dios? Sí. Como lo señalan bien claro las Escrituras, Pedro no fue
siempre osado. Como un buen padre, Dios no le va a dar una serpiente o un escorpión si
usted le pide un pez o un huevo. Hasta razona con usted acerca de esto: “¿Qué padre de
vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si pescado, en lugar de pescado, le
dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros
hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”
(Lc.11:11-13). El Espíritu Santo produce una santa osadía; ¿está dispuesto a pedírsela?
Esta osadía no le va llegar en la forma de una sensación especial que usted
reconocerá inmediatamente que le sea dada. Sin embargo; cuando dé un paso adelante
en fe y obediencia, una y otra vez para hablar con franqueza y sinceridad, con llaneza y
claridad, descubrirá que el temor a los demás tendrá cada vez menos influjo en lo que
usted diga. Ore, hable y aprenda.
5. Predicando desde el corazón de Dios.
No sólo hemos estado pensando en lo que significa predicar al corazón, sino también
en la forma en que se hace. Hasta el momento, hemos descubierto que el mismo
predicador debe cultivar la clase correcta de corazón, a fin de poder predicar con osadía
en el poder del Espíritu Santo. Ahora bien, ¿qué predica?
Predica un mensaje que nace en el corazón de Dios. La terminología “corazón de
Dios” podrá perturbarnos al principio. En la Biblia, Dios mismo no vacila en hablar de su
corazón. Por ejemplo, a David le llama “varón conforme a su corazón” (1 S.13.14), con lo
que quería decir que estaba en sintonía con sus propios pensamientos e intereses. En
Jeremías aparece una y otra vez la idea del corazón de Dios (Jr.3:15; 7:31; 19:5; 23:20;
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30:24; 32:35, 41), con frecuencia al hablar de alguna idea que nunca había pasado por el
corazón de Dios (en estos textos, el significado de la palabra “corazón” como
“pensamientos” o “mente” es muy claro). Jeremías habla especialmente de los tiempos en
que Dios dice que Él proporcionará “pastores según su corazón, que nos apacienten
con ciencia y con inteligencia” (Jr.3:15). Este pasaje es importante para nosotros.
Los predicadores que Dios usa son hombres conforme a su corazón. Es decir,
hombres que comprenden los propósitos y caminos de Dios, están en armonía con ellos y
se sienten ansiosos de hablarles de ellos a los demás. Los intereses que tienen fueron
previamente intereses de Dios. Estos pastores alimentan el rebaño de Dios con aquello
que Él quiere que tengan: “ciencia e inteligencia”. ¿Dónde las encuentran? En su Palabra.
Por tanto, los hombres que predican al corazón son hombres que conocen la Palabra de
Dios, que la aceptan personalmente y son moldeados por ella, y que, como consecuencia,
están capacitados para alimentar a los demás con esa Palabra nutritiva y dadora de vida.
Es decir, que el predicador debe ser capaz de comprender la Palabra de Dios y alimentar
a los demás con ella.
El predicador que esté lleno del Espíritu Santo, también estará lleno del mensaje del
Espíritu Santo. No predica lo que él quiere, sino lo que el Espíritu Santo ha indicado que
se escriba. La Biblia es, de una forma muy especial, el Libro del Espíritu Santo. El fue quien
inspiró a sus escritores, capacitándolos para escribirla sin errores (2 P.1:21); cuando se
citan las Escrituras, se nos dice con frecuencia como en Hebreos 3:7: “El Espíritu dice…”
Los profetas enviados por Dios comenzaban con frecuencia sus escritos con
palabras similares a las siguientes: “Profecía de la palabra de Jehová contra Israel, por
medio de Malaquías” (Malaquías 1:1). ¿Qué significan esas palabras? La palabra hebrea
traducida “profecía” en realidad significa “peso, algo que es llevado”. Debido a que la
Palabra de Dios era algo tan pesado de llevar para un hombre, que debía transmitírsela a
sus conciudadanos, era el término utilizado para hablar del mensaje profético, y con el
tiempo llegó a significar “un oráculo de Dios (especialmente si era amenazador)”.
El término nunca perdió su significado original de una carga que se debe llevar, y es
este hecho exactamente el que necesitamos comprender para poder llegar a una
apreciación plena de lo que significa predicar al corazón. Algunas veces hablamos de
“entregar” un mensaje. Esa terminología moderna se ajusta muy bien a la noción bíblica de
cargar con el mensaje. El predicador que comprende plenamente lo que debe decirles a
los que lo escuchan, con toda su gravedad e importancia por ser Palabra de Dios, va al
púlpito bajo el peso de una carga. Tiene una carga en su corazón, y hasta que no haya
entregado con exactitud y fidelidad ese mensaje a sus oyentes, no puede decir en verdad
que lo ha “entregado”. Debido al peso de la responsabilidad que significa llevarles la
Palabra de Dios a otros, los que la entregan con fidelidad son al mismo tiempo liberados de
ella. Sólo entonces se levanta de su corazón el peso de la responsabilidad. Los hombres
no llegan a predicar al corazón cuando ellos mismos no sienten ese peso personalmente.
Pablo experimentaba esta carga. Es eso lo que nos dice cuando se llama a sí mismo
“deudor” (Ro.1:14) y cuando exclama: “¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1
Co.9:16b). Algo similar podemos discernir en las palabras de Pedro y Juan: “No podemos
dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hch.4:20).
¿Cuál es el mensaje de Dios que el predicador de hoy debe entregar? Consta de dos
elementos: el evangelio y las consecuencias del evangelio en la vida de quienes han
creído en él. El evangelio nos da la noticia de la muerte sacrificial, penal y sustituta de Cristo
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por los pecadores y su resurrección corporal de entre los muertos. Las consecuencias
del Evangelio son todas esas enseñanzas que Cristo les “ordenó” a sus discípulos “que
observaran” (Mt.28:20). Por tanto, el doble peso que recae sobre el predicador consiste en
proclamar un mensaje de evangelización y santificación.
La fuente de los mensajes que llegan al corazón es la Biblia. “La fe” viene por oír la
Palabra (Ro.10:17). Los profetas y apóstoles tuvieron revelación directa de Dios; hoy en día
tenemos esa misma revelación en forma escrita. La idea de una Palabra de Dios escrita no
es reciente; es bíblica. La Biblia se llama a sí misma “la Palabra de Dios”, a pesar de lo que
dice en contra la teología liberal. Por tanto, si los predicadores desean, no sólo predicar al
corazón, sino predicar en una forma que agrade a Dios, entonces deben predicar
“conforme a su corazón”. Para hacer esto, necesitan aprender cuáles son sus
pensamientos y sus intenciones (corazón) y sintonizar con ellos su propia vida. Deben
aprender de la Biblia todo lo que es necesario para predicar (2 Ti.3:16). En realidad, sólo
hay una forma de predicar a los corazones, y es predicar desde el corazón de Dios; pero
Dios ha revelado su corazón sólo en su Palabra escrita.
No vamos a explicar cuál es la mejor forma de interpretar la Biblia, pero
rescatamos la necesidad de una predicación télica. El telos es el propósito de una
predicación. Con frecuencia los predicadores usan las Escrituras para cumplir con sus
propios propósitos, más que con los que el Espíritu Santo les dio. De esta manera, pierden
el poder para predicar al corazón. El centro del interés para los predicadores télicos se halla
en el descubrimiento de las intenciones del Espíritu Santo en un pasaje determinado, y en
apropiarse de esas intenciones. Se aseguran de estar usando el texto el texto acerca del
cual predican con la misma intención o intenciones con los que fue dado. Batallan con un
pasaje hasta que llegan a saber por medio de ese pasaje, y hacen de ello también la
intención de su sermón. Esa es la forma de descubrir y predicar el corazón de Dios. Sólo
alguien que conozca su corazón puede convertirse en un pastor que sea conforme a él, y
alimentar a su rebaño con ciencia e inteligencia.
Tan importante como las ilustraciones y los ejemplos tiene que ser el presentar la
verdad bíblica de forma clara, memorable y personal. Las ilustraciones y los ejemplos nunca
deberán reemplazar la Palabra de Dios en la predicación. Los predicadores que escogen
un tema y van ensartando ilustraciones como si fueran cuentas a lo largo de él, yerran
grandemente; en vez de esto, necesitan aprender a predicar desde los pensamientos y la
mente de Dios. Pablo pregunta: “¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el
espíritu del hombre que está en él?” Después indica: “Así tampoco, nadie conoció las cosas
de Dios, sino de Espíritu de Dios” (1 Co.2:11). Observa también acerca de las Escrituras:
“Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña,
aun lo profundo de Dios” (v.10). Debido a que el Espíritu revela las Escrituras, y al
creyente, Pablo puede declarar: “Más nosotros tenemos la mente de Cristo” (v.16).
Por tanto, que trágico es que los hombres que suben al púlpito se pongan a parlotear
acerca de las ideas de otros hombres, a compartir sus propias opiniones, y a alimentar a
las ovejas de Dios con dietas compuestas de cualquier otra cosa. Al mismo tiempo, la
comida que Dios proporciona se descuida casi por completo. Predicador(a): usted sólo va a
predicar al corazón cuando predique desde el corazón de Dios. Va a predicar desde el
corazón de Dios sólo cuando sepa lo que hay en él. Y va a saber lo que hay en él sólo
cuando conozca su palabra. Es necesario, por tanto, que se dedique a un profundo estudio
de esa palabra, para que se pueda convertir realmente en un “obrero que no tiene de qué
avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Ti.2:15) en su predicación.
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6. La predicación que redarguye el corazón.
No toda la predicación lleva en sí la convicción de pecado. Hay predicación que es
primordialmente informativa, predicación que le lleva aliento y ayuda al que la escucha, y
predicación que eleva el corazón hacia Dios en medio de un himno de alabanza. No
obstante, también es necesario estudiar el tipo de predicación que produce convicción de
pecado.
Hemos visto que predicar al corazón es realizar un tipo de predicación en el que está
íntimamente comprometido el Espíritu Santo. Puesto que esto es así, tenemos que pensar
en la convicción. Jesús nos dijo: “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de
justicia y de juicio” (Jn. 16:8). Ya que tenemos que predicar el Evangelio al mundo, y la
misión del Espíritu Santo es convencer al mundo de pecado, los penetrantes mensajes
como el que predicó Pedro son mensajes que convencen de pecado. Sin embargo, como
ya hemos visto, el otro aspecto de la predicación de la iglesia es cuando se predica
dentro de ella; ¿incluye éste también un mensaje que convenza de pecado? Sí. Hay tantos
pasajes como queramos citar, pero volvamos la atención sólo hacia los siguientes:
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir,
para instruir en justicia” (2 Ti.3:16). En cuanto a predicar “la Palabra”, Timoteo recibe la
orden de hacerlo “a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda
paciencia y doctrina” (2 Ti.4:2).
Necesitamos examinar el término traducido “redargüir”, y mirar después con algún
detenimiento los versículos que se acaban de mencionar. Antes de hacerlo, señalaremos
una vez más, como lo hace Pablo al escribirle a Timoteo, que los oyentes son
“redargüidos” cuando se predica la Palabra. Las Escrituras inspiradas por Dios son el medio
que usa el Espíritu Santo para hacerle sentir convicción al oyente, porque son la fuente de
su mensaje. Los predicadores no deberían depender de las arengas, del uso de historias
sentimentales y cosas semejantes, para producir convicción. Más bien necesitan depender
de una fiel proclamación de las verdades bíblicas; ésta será la que haga el trabajo. El
Espíritu Santo usa la Palabra, cuando es predicada con fidelidad, para convencer de
pecado.
Estudiemos ahora el término traducido como “redargüir” o “convencer”. Hay versiones
que dicen “reprender” o “reprobar”. Esas traducciones son demasiado débiles. El Espíritu
Santo no se limita a levantar cargo, sino que los justifica plenamente. El término elenjo
procede de los tribunales de justicia. No significa solamente levantar cargos, sino también
proseguir el caso contra el acusado, a fin de que salga convicto del delito del que se le
acusa. El que logra que salga convicto demuestra que el otro es culpable. El Espíritu Santo
es nuestro abogado defensor (parákletos, abogado de la defensa). Nos defiende contra
Satanás, el acusador de los hermanos. Invoca la sangre de Cristo ante el trono del juicio de
Dios. Sin embargo, no es sólo nuestro abogado defensor, nuestro consejero ante la ley;
también es el abogado acusador que presenta los cargos contra nosotros, que debemos
salir convictos. Por consiguiente, el término significa probar los cargos hechos contra la
persona.
Eso es lo que Jesús pensaba cuando dijo que el Espíritu Santo convencería “al
mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Jn.16:8). El Espíritu Santo ha venido a presentar
sus cargos, y cuando termina de hacerlo, los hombres quedan al descubierto tal como son.
El penetra a través de toda la neblina y la confusión para traer convicción, por medio de su
Palabra, de que son correctos los cargos que Él formuló.
70
Jesús explica cuáles son los cargos del Espíritu contra el mundo. Toma cada uno
de los tres elementos de la acusación y se extiende en ellos. Dice:
“De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia,
por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de
juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido
ya juzgado”. (Jn.16:9-11).
¿Qué quiso decir con estas explicaciones?
El Espíritu Santo convencerá al mundo (en los escritos de Juan, la palabra mundo es
usada frecuentemente para referirse tanto a gentiles como a judíos, en contraste a su uso
referente a los judíos solamente). Sus actividades tendrán un alcance universal. Un
comentarista dice lo siguiente acerca de este pasaje. “¿Cómo puede suceder que la voz
que procede de la boca de un hombre (al predicar) penetre en los corazones, eche raíces
en ellos y al final rinda fruto, cambiando los corazones de piedra en corazones de carne,
y renovando a los hombres, si no es porque el Espíritu de Cristo le da vida?” Hendriksen lo
comenta diciendo que el Espíritu vino a “poner públicamente al descubierto la culpa del
mundo y llamarlo al arrepentimiento”.
Su causa contra el mundo comprende tres cosas: pecado, justicia y juicio. Demuestra
la validez de esta causa, afirmando la existencia del pecado en el mundo, que se evidencia
con claridad en su falta de fe; demostrando la justicia de Cristo, que queda ampliamente
probada en su resurrección y ascensión, y declarando el destronamiento del diablo, que
está inequívocamente implícito en su juicio de la cruz. Esta causa no tiene vuelta de hoja; el
mundo no tiene defensa ante ella. Constituye el mensaje bíblico del evangelio: Cristo vino a
morir por los pecadores, resucitó de entre los muertos y derrotó al maligno.
Ahora bien, el Espíritu convence de pecado también a la iglesia. La santificación es un
proceso en el cual se halla comprendida esta convicción con frecuencia. Ese proceso es
presentado en 2Ti.3:16. En este texto hay cuatro elementos destacados: Las Escrituras
son útiles para (1) enseñar, (2) redargüir, (3) corregir e (4) instruir disciplinadamente en la
justicia. Es decir, que el predicador usa la Biblia (v.17) para enseñar las normas de Dios,
para demostrarnos que no hemos sabido estar a la altura de ellas, para decirnos cómo
salimos de los problemas en que nos metemos nosotros mismos por causa de nuestros
pecados y para ayudarnos a evitar el caer de nuevo en los mismos pecados en el futuro.
La convicción viene de la enseñanza de las verdades de Dios acerca de las exigencias
que Él tiene respecto de los creyentes y acerca del desagrado que le causa al salvador que
murió por ellos el que no vivan de acuerdo con esas exigencias.
Cuando Pablo escribió: “que prediques la Palabra; que instes a tiempo y fuera de
tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”, estaba diciendo
prácticamente lo mismo. Estamos totalmente seguros de que en algunos púlpitos de hoy
es demasiado escasa la predicación que redarguye y reprende. En otros, hay bastante
reprensión, pero hay poca paciencia o ninguna con la gente, y con frecuencia, muy poca
enseñanza concreta acerca de los cambios que Dios exige, y cómo hacerlos. Es muy
probable que el verbo traducido “exhorta” estaría mejor traducido por la palabra “asiste,
ayuda” (el verbo parakaleo tiene ese sentido más general en la mayoría de los pasajes, y se
refiere a cuando se hace o dice cuanto sea necesario para ayudar a otra persona realizar
algo). Ciertamente, algunos predicadores cometen la falta de no reprender, y muchos otros
cometen la falta de no ayudar a sus oyentes a realizar los cambios necesarios, después
de haberlos reprendidos.
71
Por tanto, creyentes y no creyentes por igual necesitan experimentar el penetrante
poder de la Palabra, que corta hasta llegar al corazón. El escritor de Hebreos habló de este
poder de la Palabra. He aquí lo que dijo:
“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más
cortante que toda espada de dos filos; y penetra
hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los
tuétanos, y discierne los pensamientos y las
intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que
no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas
las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de
aquel a quien tenemos que dar cuenta”. (He.4:1213).
Bajo la figura de la espada, hay una descripción del poder de la Biblia para penetrar
hasta los lugares más recónditos del corazón. No hay nada en la vida de un hombre, que
las Escrituras no puedan tocar; no hay lugar alguno que pueda escapar de su impulso
escudriñador. Las Escrituras son totalmente capaces de redargüir de cualquier pecado que
sea. La Biblia nos despoja de todas nuestras defensas y abre nuestro interior ante los ojos
de Dios, dejándonos totalmente vulnerables, como guerreros caídos. Deja abiertos y
expuestos el alma y el espíritu (no los divide, como algunos interpretan erróneamente);
revela tanto los pensamientos como los anhelos del corazón. No hay nadie capaz de
permanecer en pie ante ella, declarando su inocencia. La Palabra redarguye, el Espíritu usa
su palabra escrita en la predicación para atravesar a los hombres hasta llegarles al
corazón.
Ahora bien, nunca habrá convicción e pecado a menos que se use la Palabra, y se la
use correctamente. Esto significa que se la debe usar valiente y adecuadamente como la
usó Pablo cuando les recordó a los ancianos de Efeso:
“Y como nada que fuese útil he rehuido de
anunciaros y enseñaros…Porque no he rehuido
anunciaros
todo el consejo de Dios”
(Hch.20:20,27).
Con frecuencia, los predicadores manifiestan tendencia a “retener” precisamente
aquello que podría beneficiar a la congregación, por miedo de meterse en problemas. La
consecuencia es que no proclaman todo el consejo de Dios. Las verdades duras son
pasadas por alto o suavizadas. Las doctrinas impopulares, si acaso se llegan a predicar, se
sirven en dosis tan pequeñas o en una forma tan diluida, que a penas se las puede
describir como ese tipo de “sana doctrina” ( esto es, que promueve la sanidad) que Pablo
presentó como exigencia a los predicadores cuando les escribió a Timoteo. No obstante, la
tendencia de los predicadores a ser cautelosos es peligrosa. Pablo dijo: “Por tanto, yo os
protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos, porque no he rehuido
todo el consejo de Dios” (Hch.20:26-27). De aquí se deduce claramente que quienes han
rehuido no están limpios. No es de extrañarse que Santiago advirtiera: “hermanos míos, no
os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación”
(Santiago 3.1).
Predicador(a), ¿Predica usted la palabra con el fin de causar convicción? ¿La predica
con toda la fuerza y el poder inherente a ella? ¿Predica toda la palabra, o sólo aquellas
72
partes que le parecen fáciles de aceptar para sus oyentes? ¿Tiene usted la sangre de
alguien sobre su cabeza?
7. Una forma adaptada al corazón.
Hemos visto lo necesario que es predicar osadamente todo el consejo de Dios en el
poder del Espíritu Santo con el fin de producir convicción. Anteriormente se comenzó a
mencionar: la forma. Aquellos que sí tienen el cuidado de proclamar con numerosas
maneras, sobre todo debido al uso de una forma pobre. Ahora veremos este tema:
En colosenses 4:3-4, Pablo escribió:
“Orando también al mismo tiempo por nosotros, para
que el Señor nos abra puerta para la palabra, a fin
de dar a conocer el misterio de Cristo, por el cual
también estoy preso, para que lo manifieste como
debo hablar”.
“Para que lo manifieste como debo hablar”: estas palabras tienen que ver con la
forma.
Algunas veces, los que quisieran ser “más piadosos que Pablo” tratan de decirnos que
la forma carece de importancia. Mientras se proclame la verdad, ¿qué más tenemos que
hacer? Es la Palabra de Dios, dicen, y no nuestra elocuencia, la que hace el trabajo. Hay
verdad y error al mismo tiempo en esas afirmaciones.
Por supuesto que no es nuestra elocuencia la que cambia a las personas: Pablo lo
advirtió en 1Co.2.1-5. Ahora bien, aquí en Colosenses Pablo está tan profundamente
preocupado por la claridad (problema de forma), que le ruega a la iglesia de Colosas que
ore por este asunto. ¿Se contradice Pablo a sí mismo, denunciando en un lugar a quienes
se centran en la forma, y en otro haciendo resaltar su importancia? No; no hay
contradicción. No es la elocuencia lo que preocupaba a Pablo. Él les había dicho a los
corintios que no quería que su fe descansara en otra cosa que en el poder del Espíritu; no
quería que fueran arrastrados a alguna profesión falsa de fe basada en la brillante retórica
de los hombres. Son la elocuencia estudiada, los trucos de retórica y cosas similares los
que deben ser eliminados. Sin embargo, esto no significa que se debe evitar toda
preocupación por la forma. Pablo no tenía interés en convertirse en un Demóstenes, sino
que su objetivo era predicar en una forma que fuera adecuada al mensaje. Observe que
su preocupación es la claridad. Como ya se dijo, éste es un problema de forma. El
comentario que hace es que el predicador tiene la obligación de hablar claro (“como debo
hablar”). El deseo de hablar claro y el de ser elocuente son dos cosas totalmente
diferentes.
La única meta de Pablo era evitar todo lo que pudiera obscurecer la verdad de Dios, y
hacer cuanto pudiera para presentarla con la mayor claridad posible. No hay contradicción
entre esos deseos y el no estar dispuesto a hacer que la fe de sus oyentes dependiera de
otras cosas que no fueran el evangelio de Cristo. De hecho, las dos preocupaciones se
siguen la una a la otra: si hay algo que obscurezca el evangelio, no es posible que la gente
lo comprenda y lo crea. Predicador(a), eso significa que usted no debe tratar de
convertirse en un Demóstenes y atraer la atención hacia sus poderes retóricos, sino que
debe hacer cuanto sea necesario para estar seguro de que proclama con claridad la
palabra que alimenta y redarguye. Su objetivo no debe ser el aplauso de los hombres,
sino alcanzar su corazón.
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La claridad es el requisito previo relacionado con la forma que es esencial para
predicar al corazón. Qué triste es que los predicadores no trabajen más en este asunto de la
claridad. Cuán importante debe ser para que el mismo apóstol Pablo haya estado tan
preocupado por él, que haya pedido oración. ¿Le ha pedido alguna vez a su congregación
que oren para que predique con claridad? ¿Les ha pedido alguna vez siquiera que oren
por su predicación?
La terminología usada puede se oscura. No se pueden abandonar las grandes
palabras teológicas de la Biblia, pero tampoco ellas deben ser predicadas sin una
definición clara. No se quiere que usted tenga que explicar siempre “La justificación es…”
con una definición formal. No; con frecuencia, después de usar la palabra, usted puede
incluir una definición dentro de la misma oración: “Si usted cree, Dios lo justificará; lo
declarará justo y lo considerará perfecto ante sus ojos”.
No obstante, hay muchos términos que se podrían reservar para una enseñanza en
una atmósfera más explícitamente doctrinal. No hay necesidad de usar en el púlpito
palabras como “escatología” y “soteriología”. A pesar de esto, algunos hombres, quizá
creyendo que los van a considerar eruditos usan constantemente un lenguaje que, más que
facilitar la presentación del mensaje, la obstaculiza. Otros, que quizá estén obrando con
rectitud, simplemente llevan consigo el lenguaje de los seminarios y de los comentarios al
púlpito. Esto es también un error.
Hay a veces quienes cultivan un “estilo de predicación” obscurecedor, repleto de
palabras desconocidas o arcaicas. Es como aquella inscripción que decía: “Rehuid las
voces obnubilatorias”. Obviamente, aunque el mensaje sea “Huya de las palabras oscuras”,
los términos usados nos vendrían bien para alertarnos contra el uso de palabrería arcaica o
desusada. Este “estilo de predicación” parece deleitarse en esta clase de vocabulario.
Quizá usted se dé cuenta de que tiene necesidad de pasar un tiempo estudiando las
palabras que usted mismo usa, con el fin de descubrir si es culpable de oscurecer la
verdad cuando predica. Gran parte del NT fue escrita por hombres sencillos que utilizaron
el lenguaje que se hablaba por las calles en esos tiempos. Pablo, un hombre muy
instruido, halló necesario trabajar para no permitir que los hábitos adquiridos con sus
conocimientos interfirieran con la claridad al predicar. Usted va a tener que hacer lo mismo.
Por supuesto, hay muchos predicadores cuya gramática es incorrecta y cuya sintaxis
es deficiente. Nunca han aprendido hablar de forma clara y con exactitud. Al mismo tiempo
que habla de la claridad, la Biblia no exalta en forma alguna el descuido. De hecho, la
gramática incorrecta y la sintaxis descuidada tienen en sí misma la tendencia a ser oscuras.
El comentario posterior de la gente es: “¿Quiso decir esto… o aquello?” La claridad es
cuestión de sencillez, más que de adornos; consiste en la llaneza al hablar, más que el
uso correcto de la gramática, en especial de la sintaxis, más que en el descuido.
¿Cuán eficaz es su estilo al predicar? Si tiene defectos en una o más de estas
formas, es posible que su estilo se esté interponiendo en el camino del mensaje, e
impidiendo que penetre en el corazón de sus oyentes. Va a importar poco cuánta
preparación usted haya hecho para conseguirle la mejor comida a su rebaño; no va a
cambiar mucho las cosas el que usted presente con valentía su mensaje o no; si lo que
usted quiere decir no está claro, todo cuanto haga podría ser en vano. La claridad es la
clave. Pablo tenía razón; así era como él tenía la obligación de hablar. Predicador(a), así
es también como usted debe hablar.
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Conclusión.
Se espera que usted se anime a tener esperanza de predicar con poder y al corazón,
sino también a obrar de acuerdo con esa esperanza.
¿Esta dispuesto a escuchar la convicción de su corazón? ¿Esta dispuesto a obrar
conforme a esa convicción? ¡Que el Dios de toda gracia le dé gracia en abundancia
mientras lo capacita para que trabaje en el esfuerzo de convertirse en un predicador que
lleve la Palabra al corazón del hombre! ¡De corazón a corazón!
B. La importancia de la persona del predicador.
Orlando Costas dice al respecto, que la predicación es un acto multidimensional. De
ahí que necesite entenderse no sólo en su sentido retórico, es decir, como un discurso
basado en la teología cristiana, sino también en su sentido sicológico: como la expresión de
conceptos, actitudes y sentimientos a través de una personalidad.
La importancia de la persona del predicador para la predicación se desprende del
hecho de que ésta, como acto comunicativo, está inseparablemente vinculada con la
personalidad humana. Como dice Felipe Brooks: la predicación es “la comunicación de la
verdad por un hombre a los hombres. Tiene dos elementos indispensables: la verdad y la
personalidad”.
La personalidad es de suma importancia para la predicación porque determina en gran
parte la manera cómo ésta ha de ser percibida por la congregación. La predicación,
entendida como la comunicación del evangelio por medio de la personalidad, depende no
sólo de las palabras del predicador, sino también de la forma como usa y expresa dichas
palabras. Puesto de otra manera, el cómo de la predicación es tan importante como el qué.
La manera como se transmite un mensaje indica de por sí la esencia de ese mensaje. La
personalidad refleja a veces más sobre el contenido del mensaje que el sermón. Ej. “…el
predicador…puede hablar del amor de Dios con ira en su voz, y si es así, comunicará
enojo. Puede hablar del perdón de Dios de tal manera que deje a su congregación
sintiéndose más culpable o revelando la culpa del mismo predicador. Puede hablar de la fe
y comunicar su propia ansiedad. Puede hablar ‘con lenguas humanas y angélicas’, pero…”
El predicador, necesita, por tanto, preocuparse por lo que va a decir y por la manera
cómo lo ha de decir; de lo contrario puede que predique una cosa y comunique otra. Pero
esto no es sino otra manera de decir que el predicador necesita prestar mucha atención a
aquellos factores personales que determinan en gran parte su capacidad para predicar
eficazmente. Su persona, pues, no podrá ser considerada como un cero a la izquierda, por
así decirlo. Antes bien, será tan importante como el sermón. De ahí la importancia de
considerar al predicador en su relación con Dios, su yo, la Escritura, y su mundo, ya que
son éstos los elementos que en gran parte determinarán su éxito o fracaso.
1. El predicador y Dios.
Se ha dicho que la predicación es un anuncio de la obra salvadora de Cristo. Predicar
es, pues, anunciar, proclamar. Pero la predicación no es solamente un anuncio; es también
un testimonio. Por consiguiente, predicar es tanto proclamar como testificar.
De la experiencia de los apóstoles y profetas podemos deducir el requisito básico e
indispensable para el ejercicio de la predicación cristiana. Aquel que desea predicar el
evangelio de Jesucristo necesita haberlo experimentado. De no ser así, su personalidad (su
vida y sus gestos) contradirán lo que anuncia, porque la eficacia de cualquier anuncio
depende de la convicción con que se hace. Es necesario, por tanto, que el que anuncia las
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buenas nuevas haya experimentado en su propia vida la potencia del evangelio que se
hace manifiesto en todo aquel que cree en la obra de Dios en Cristo (Jn.3:11; 1 Jn. 1:3, etc.).
Por otra parte, la predicación es también un servicio que el predicador rinde a la causa
de Cristo. Por consiguiente, tiene el carácter de ofrenda de alabanza y gratitud (1Co.4:1).
Ahora bien, toda ofrenda que se presenta a Dios a requiere una actitud de reverencia y
consagración de parte del que la da. Ello implica que la predicación requiere una actitud de
reverencia, sumisión, dedicación y confesión de parte del predicador hacia Dios. El
predicador deberá, pues, dar su prédica con temor y temblor, con gratitud y confesión, con
alabanza y devoción, sabiendo que por encima de la elocuencia del sermón; su eficacia
dependerá de la medida en que Dios en su gracia multiplique esa ofrenda. Sólo con esta
clase de actitud podrá Dios aceptar el servicio de la predicación como ofrenda de olor
suave.
La predicación no sólo es un testimonio de la obra salvadora de Dios en Cristo y un
servicio que rinde el predicador a la causa del evangelio, sino también un gesto de
obediencia al mandamiento del Señor. El predicador no predica por su propia voluntad, sino
porque Cristo le ha enviado a predicar. Ese sentido hace hincapié sobre el hecho de que
tanto la encomienda como la eficacia de esa misión se desprenden del poder de
Jesucristo. La predicación no sólo recibe del Señor la autoridad, sino también el poder para
alcanzar su propósito, que es la salvación total de los hombres.
Lo dicho acentúa la importancia de una íntima comunión entre el predicador y su Dios
(Jn.15:16). ¿Qué significa vivir en íntima comunión con Dios?
Primero, vivir consciente de la presencia de Dios en el mundo y en nuestra vida
personal.
Segundo, obedecerle y hacer su voluntad como ha sido revelada en la Escritura. El
predicador debe estar dispuesto no sólo a oír lo que Dios dice, o anunciarlo, sino también
a practicarlo. Es cuestión de actitud.
Tercero, quiere decir vivir una vida transparente a través de la cual se refleja cada día
más la realidad de Jesucristo. El predicador debe ser imitador de Dios Hombre: Jesucristo,
la suprema revelación de Dios.
2. El predicador y su yo.
Puesto que la predicación es la comunicación de la verdad divina a través de la
personalidad humana, el predicador no sólo deberá conocer a Dios. Deberá también
conocerse a sí mismo.
El predicador debe tener un alto sentido de seguridad vocacional. Debe tener
resuelto el problema de identidad vocacional. Si se siente inseguro o avergonzado de su
vocación como predicador, su predicación lo reflejará. El predicador debe sentirse seguro,
orgulloso y realizado en su vocación; de lo contrario, su mensaje carecerá de vitalidad y
convicción.
De igual manera, deberá caracterizarse por un alto sentido de madurez emocional.
La madure emocional tiene que ver con el desarrollo de cierto grado de autonomía y
seguridad personal; implica la habilidad para mantener el equilibrio emocional y mental en
momentos de tensión.
La inmadurez emocional produce una atmósfera comunicativa hostil y defensiva. Ello
obstaculiza la eficacia comunicativa de la predicación. Por lo mismo, el predicador deberá
tener mucho cuidado de no tomar el púlpito como válvula de escape emocional. Para evitar
lo ante dicho, el predicador deberá vivir en un continuo proceso de autoanálisis.
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La sinceridad con uno mismo deberá ser uno de los puntos cardinales no sólo de la
ética personal de cada predicador, sino de la ética de la vocación ministerial. Cuando un
predicador no es sincero consigo mismo, no lo es tampoco con Dios. La sinceridad con
uno mismo se desprende de la sinceridad para con Dios. Esta la razón por la cual la oración
debe desempeñar un papel importante en la vida privada de todo predicador. Además de
ser un medio indispensable para la relación con Dios y para la expresión de su poder en el
acto mismo de la predicación, puede servir como un medio eficaz de liberación emocional.
3. El predicador y la Escritura.
La Biblia es la fuente por excelencia de la predicación. Por tanto, debe desempeñar un
papel importante en la vida del predicador. Si en algún aspecto de su vida ha de ser
estudioso y consecuente es en la lectura y el estudio de este libro. Su lectura sistemática
generará ideas en abundancia para la preparación de sermones. Esta será la principal
fuente de lo que Crane ha llamado el “semillero homilético”, o sea, el conjunto de
anotaciones que hace un predicador sobre ideas para futuros sermones.
Todo predicador debe procurar ser un buen exegeta bíblico. Debe vivir con una
constante preocupación por conocer la mente de Dios a través de la revelación bíblica.
4. El predicador y su mundo.
El predicador debe afanarse por estudiar la naturaleza humana, porque es con ésta
que el evangelio trata directamente. Por tanto, debe ser un “psicólogo práctico y
académico”. Es decir, debe leer libros sobre la conducta del hombre, un observador agudo
del comportamiento diario de la gente en general y de su congregación en particular. Así
toda posible fuente que le entregue información acerca de esto debe ser estudiada por
él.
Por otra parte, el predicador debe conocer el mundo en que vive, porque el
comportamiento humano es en parte determinado por el ambiente. Este le da al hombre su
herramienta comunicativa: la cultura. La cultura es el conjunto de distintivos de un pueblo:
su modo de pensar, sus costumbres, sus creaciones y su cosmovisión.
Todo predicador necesita tener en cuenta la cultura de sus oyentes si es que ha de
comunicarse eficazmente. Es interesante notar que los predicadores bíblicos se
enfrentaron al mundo con una reflexión profunda sobre la cultura de su tiempo. Los casos
clásicos son los de Pablo y Juan (Hch. 17; Jn. 1).
Lo dicho nos plantea, pues, la necesidad que tiene cada predicador de estudiar la
sociología y la antropología cultural. Estas dos disciplinas le ayudarán a conocer el
ambiente cultural y analizar las diversas estructuras, políticas, económicas y sociales, donde
se encuentran ubicados los hombres.
El predicador debe ser también un estudioso del pensamiento humano, porque es en
éste donde puede ver reflejada la naturaleza del mundo donde vive.
La predicación es, pues, un acto personal. Se da a través de una personalidad y va
dirigida a personas. Ello quiere decir que no basta solamente preparar buenos sermones.
Hay que prestar atención a la verdad que va ser expuesta, ya la manera de presentarla y
percibirla.
C. El predicador y su estilo.
El estilo era el punzón utilizado por los antiguos romanos para escribir en tablas
enceradas. Era por consiguiente, un utensilio usado para expresar el pensamiento. De ahí
que el término tenga también la acepción de “manera de expresar el pensamiento por
medio de la palabra hablada o escrita, por lo que respecta a la elección de vocablos y de
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giros, que dan al lenguaje carácter de gravedad o de llaneza o lo hacen especialmente
adecuado para ciertos fines”
Así las cualidades estilísticas que deben distinguir la predicación, serían.
1. Dignidad.
No debe confundirse esta característica con la afectación. La naturalidad debiera ser
consustancial con el predicador. Cualquier amaneramiento le sería impropio. Un porte
excesivamente grave, un tono de voz solemne en demasía, una expresión del rostro
artificialmente mística deben proscribirse del púlpito. Pero tampoco se puede perder de vista
el carácter sagrado del lugar y el momento en que se proclama la Palabra de Dios.
La naturalidad y la sencillez nunca deben degenerar en vulgaridad. Un estilo abierto a
la chabacanería no es precisamente el más adecuado a la naturaleza de la predicación.
2. Claridad.
Este requisito es indefectible. Un sermón que no sea entendido por los oyentes es un
fracaso absoluto, cualquiera que sea el valor de su contenido o de su ropaje retórico. El
predicador no está al servicio de la sintaxis, de la elocuencia o de la estética; está al
servicio de su Señor, quien le llama a comunicar su palabra a quienes les escuchan. Pero
tal comunicación es imposible si el mensaje resulta incomprensible.
Ningún esfuerzo debiera parecer jamás excesivo para lograr la claridad. Con objeto
de que tal esfuerzo no se malogre, el predicador debe prestar atención no sólo a la
totalidad del sermón, sino a cada una de sus partes. Ello implica:
a. Claridad en el tema y su desarrollo.
b. Claridad en las palabras.
c. Claridad en la construcción de frases y períodos.
3. Vigor.
Esta característica debe empezar a manifestarse ya en el pensamiento. No habrá
estilo vigoroso si no hay pensamiento vigoroso. Esta verdad no puede ser olvidada. De lo
contrario, es posible que más de una vez nos veamos compelidos a imitar cierto predicador
que al margen de una línea del bosquejo de su sermón escribió: “Punto flojo. Levantar el
tono de voz y golpear con el puño el púlpito”.
La fuerza de expresión no radica tanto en la intensidad de la voz como en la
riqueza de las ideas, en la selección de las palabras para expresarlas y en la habilidad
con que se usan los diversos recursos de la oratoria.
4. Fervor.
Un predicador puede dominar las más depuradas técnicas del estilo y, sin embargo,
carecer de ardor en su discurso. Este efecto suele tener efectos negativos en el auditorio.
Es poco frecuente que un sermón entusiasme a quienes lo escuchan si no ha
entusiasmado al propio predicador.
El ardor en la predicación no puede ser artificial o resultado de una técnica, sino ha
de ser consecuencia del fuego de su contenido. La mente, los sentimientos y el ser entero
del predicador han de estar dominados por la grandiosidad de los pensamientos que la
Palabra de Dios le ha sugerido. Si los pensamientos son pobres y fríos, será inútil tratar de
compensar la pobreza de voz, el incremento de la velocidad o la gesticulación aparatosa.
El fervor que ha de distinguir a toda predicación ha de ser auténtico. Cuando hay
autenticidad en el ardor, éste se manifestará con naturalidad de diferentes formas, según el
temperamento y el estilo de cada predicador.
5. Osadía.
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Frecuentemente los pensamientos, derivados de la Palabra, que el predicador ha de
exponer ante su auditorio, resultan hirientes. Ponen al descubierto los prejuicios, las
debilidades, las inconsistencias, la rebeldía, el egocentrismo, la incredulidad, el pecado del
ser humano. Y si la predicación cumple su finalidad, ese descubrimiento no tendrá un
carácter demasiado general. Despertará la conciencia de los oyentes como si el mensaje
fuese dirigido a cada uno de ellos individualmente.
No siempre las reacciones provocadas por una predicación fiel son positivas,
concordes con la voluntad de Dios. Pueden ser abiertamente negativas, de disgusto y
hasta de resentimiento. Tal tipo de reacción se da incluso entre creyentes. Mientras la
predicación se mantiene en el terreno de las generalidades, no hay problemas; pero
cuando denuncia formas concretas de comportamiento anticristiano, una de dos, o mueve al
arrepentimiento y al cambio de conducta o suscita la antipatía propia del endurecimiento. El
siervo de Dios no puede contemporizar. Si por un lado ha de tener una gran comprensión
de la naturaleza humana y una compasión profunda, por otro ha de mantenerse fiel a la
Palabra de Dios que debe proclamar. Y esto exige valor.
D. Los factores del acto de la predicación.
Llegado el momento de predicar su sermón, el predicador se halla ante una
experiencia trascendental. Ha concluido el estudio, la meditación, el trabajo homilético, la
oración a solas, y ahora se encuentra frente a un auditorio al que debe comunicar el
mensaje hallado en la Palabra de Dios. El predicador arrostra en ese tiempo una
responsabilidad sin igual. Ha de hablar a los hombres en nombre de Dios. Ha de ser fiel a la
verdad revelada.
Para hacer frente adecuadamente a esa situación no basta una preparación
concienzuda. No es suficiente que el predicador sepa qué va a decir y, más o menos, cómo
lo va a decir. Hay factores propios de la predicación en sí que deben tenerse en cuenta para
que ésta resulte eficaz. Algunos de esos factores son externos; otros, internos. Pero unos y
otros deben contribuir a que se establezca una comunicación fructífera entre el predicador
y la congregación, ya que sin tal comunicación el sermón pierde su finalidad.
1. Factores externos de la predicación.
a. El porte del predicador.
El atuendo y el comportamiento en el púlpito pueden venir en parte determinados
por las costumbres de cada lugar. Pero hay unos principios generales de aplicación
universal.
Todo predicador debe presentarse ante sus oyentes con la máxima pulcritud, lo que
no implica ni lujos ni ostentación. Una persona puede ser pobre y al mismo tiempo sobrio en
su forma de presentación.
El aspecto del predicador ha de estar en consonancia con la dignidad sencilla que
corresponde al evangelio.
b. La voz.
Subestimar este factor es renunciar a uno de los recursos más efectivos que el
predicador tiene a su disposición.
Algunos aspectos de la voz, tales como el tono, el timbre y la potencia, son ajenos a
la voluntad del predicador. Vienen determinados por factores congénitos. Pero hay otros
que pueden ser controlados y ventajosamente usados por él.
En primer lugar, la voz debe ser siempre audible.
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En segundo lugar, la dicción debe ser clara.
En tercer lugar, es indispensable para una elocución feliz es la variación del tono de la
voz. La monotonía es casi insoportable.
En cuarto lugar, la variación en el volumen de la voz. No todos los pensamientos han
de expresarse con la misma fuerza.
En quinto lugar, la necesidad de variación en la velocidad del discurso. Un sermón
pronunciado con lentitud desde el principio hasta el fin aburriría y cansaría; el mismo u otro
sermón, a velocidad acelerada, agotaría.
Generalmente, el máximo efecto se logra combinando la variación del tono e
intensidad de la voz con la de la velocidad del discurso. La combinación suele presentar un
cierto paralelismo. La elevación del tono lleva aparejada la de la intensidad fonética y un
incremento de la velocidad; al descenso del tono, acompaña una disminución de la fuerza
de la voz y de la velocidad.
c. Postura y gesticulación.
Los componentes de una congregación son influenciados no sólo por lo que oyen,
sino también por lo que ven. De ahí que el predicador deba cuidar, además de su porte, su
posición en el púlpito y sus movimientos.
Como regla general, ha de eliminarse tanto lo extravagante o irreverente como las
poses y los ademanes inspirados por una dignidad mal entendida. Una posición vertical, sin
rigidez, es la más apropiada. Cualquier tipo de postura forzada es de efectos negativos. No
es ninguna ayuda para los oyentes de mediana sensibilidad estética, y no favorece en
absoluto la inspiración fácil del predicador, factor indispensable para el buen dominio de la
voz.
En cuanto a los gestos, nadie se atrevería a discutir su importancia. Si se combinan
atinadamente con las palabras, incrementan la efectividad expresiva del sermón. Pero no
son pocos los predicadores que fracasan en la gesticulación. Una veces, porque
permanecen inmóviles como si tuviesen las manos y los brazos paralizados; otras, porque
los mueven de modo artificial y a destiempo o en contradicción con lo expresado por los
labios.
Los gestos han de ser espontáneos, no amanerados, y siempre deben concordar con
las palabras. De lo contrario, es mejor suprimirlos. Sigue siendo insuperable el consejo
dado por Shakespeare a los actores que habían de representar Hamlet: “Adecuad la
acción a la palabra y la palabra a la acción”.
d. La mirada.
Este factor insignificante en apariencia, merece la mayor atención. Los ojos tienen una
fuerza de expresión superior a la de cualquier otro órgano o miembro del cuerpo. No puede
negarse que hay ojos que hablan. Y de esta clase son normalmente los del predicador. Su
mirada refleja el fuego de sus convicciones y de sus sentimientos y penetra poderosamente
en el ánimo de su auditorio. Así la mirada se convierte en uno de los medios más
estimables para lograr una comunicación auténtica.
Deplorable e incomprensiblemente, muchos oradores desperdician este precioso
recurso. Miran a todas partes menos a sus oyentes, como si temiesen el intercambio de
miradas, siempre enriquecedor. Pero aun quienes miran a la congregación pueden cometer
un error, el de fijar sus ojos en un solo sector, en unas pocas personas, casi constantemente
las mismas. El predicador ha de cubrir con su mirada la totalidad de sus oyentes. Por
supuesto, no irá fijándose en ellos uno por uno. Una atención excesiva no puede centrarla
en ninguno, ya que ello le sería causa de distracción. Pero hay una mirada amplia, difícil
80
de explicar, que facilita una comunicación recíproca e íntima entre el que habla y el
conjunto del auditorio. El predicador que practica esa mirada pronto detecta el efecto que
están produciendo sus palabras. Y si su mensaje es sustancioso, el resultado es casi
siempre inspirador.
e. La naturalidad.
Mencionamos esta virtud como elemento que debe ceñir todos los que acabamos
de considerar. El porte, la voz, la gesticulación, todo ha de ser regido por la sencillez.
En el púlpito, el predicador no puede dejar de ser quien es. No puede aparecer como si
se hubiese transformado en otra persona. La dignidad de su misión no le impone la
obligación de adoptar una apariencia impropia de su idiosincrasia.
Sobre todo, ha de huir de la afectación. Ha de desterrar hasta el más leve asomo de
pedantería. ¡Fuera de su estilo el abarrocamiento! ¡Fuera de su voz la entonación tribunicia!
¡Fuera de sus ademanes los aspavientos histriónicos! ¡Que, desde el principio hasta el fin,
sus sermones estén dominados por un lema: “naturalidad, naturalidad, naturalidad”!
2. Factores internos de la predicación.
Tanto o más influyente que los factores externos son los relativos a la disposición
interior del predicador en el momento de pronunciar su sermón. De su calidad depende
que la predicación sea una experiencia inefable o que no pase de ser la simple recitación
de un discurso. Si la actitud espiritual de quien predica es pobre, ni la riqueza de sus ideas,
ni la elegancia o el vigor del estilo ni todas las técnicas de la oratoria podrán evitar que el
sermón resulte mecánico y poco impresionante.
El mundo interno del predicador es en gran parte indescriptible, pero nos permitimos
destacar los elementos que no pueden faltar en su talante espiritual a la hora de subir al
púlpito.
a. Humildad.
Esta cualidad, ha de caracterizar al siervo de Cristo en todas las esferas de su
ministerio. Pero debe intensificarse en el acto de la predicación.
El púlpito es un lugar propicio al incremento del orgullo, especialmente si el predicador
posee gran formación y dotes de orador. La abundancia de sus conocimientos, la solidez
de su preparación, la fuerza de su estilo, la fascinación que ejerce sobre su auditorio, le
convierten en una figura admirable y, generalmente, admirada. En ningún otro momento
será más fuerte la tentación al engreimiento que a la hora de predicar. Pero, asimismo, en
ningún otro instante será más detestable el pecado de la vanagloria. El predicador es
llamado no a exhibir su erudición, sino a glorificar a su Señor.
Por otro lado, quien sucumbe en el púlpito al asalto de su propia vanidad, pone de
manifiesto dos graves defectos. Ha perdido de vista su incapacidad total para lograr los
fines que se persiguen en la predicación, fines que sólo se alcanzan por la acción del
Espíritu Santo. Y subestima la perceptividad de sus oyentes, los cuales reaccionarán
negativamente tan pronto como detecten en el predicador el menor asomo de jactancia.
Si pensamos en lo sagrado del ministerio de la predicación y en sus santas exigencias,
sólo podremos abrir nuestros labios con un sentimiento de “debilidad y con mucho temor y
temblor” (1 Co.2:3). Y sólo entonces, sobre la base de nuestra conciencia de debilidad,
actuará el poder de Dios (2 Co.12:9).
b. Sensibilidad.
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Mientras predica, el predicador está actuando en una esfera sublime, casi misteriosa,
en la que convergen fuerzas
espirituales diversas. El predicador ha de tener
suficientemente desarrollada su capacidad de percepción espiritual para discernir esas
fuerzas y obrar en consecuencia.
En algunos momentos será consciente de la acción del Espíritu Santo, quien le
sugiere nuevas ideas, aviva sus emociones, lo eleva en alas de una convicción firmísima y
le infunde un poder realmente sobrenatural. Por demás es decir que en tal caso debe el
predicador ceder plenamente al impulso del Espíritu aunque ello implique hacer caso omiso
de sus notas.
Es este fenómeno el que en muchas ocasiones convierte al predicador en “predicado”,
en oyente que escucha lo que el Espíritu de Dios le dice. El autor ha tenido a menudo esta
bendita experiencia y puede atestiguar que aun si su predicación no hubiese hecho bien a
nadie más, al menos para él ha sido de suma bendición.
En otros momentos, sentirá el predicador de modo especial la influencia del auditorio.
En la expresión de sus rostros verá reflejado el efecto del mensaje. Podrá discernir si los
oyentes escuchan con interés o estoicamente, si reaccionan o si permanecen
indiferentes, si aprueban o desaprueban. Ello le ayudará a corregir el curso del sermón y
darles la eficacia necesaria. Y cuando en el auditorio observe una actitud receptiva, su
propio espíritu y la predicación se inflamarán con fuego más vivo.
Es, pues, indispensable, que a lo largo de todo el sermón mantenga el orador
extendidas dos antenas; una que le permita recibir las ondas de Dios y otra que le haga
posible detectar los sentimientos de la congregación.
c. Entrega.
Este término puede parecer un tanto peregrino en el terreno de la predicación. ¿Quién
se entrega y a qué o a quién? El predicador con alguna experiencia sabe bien cuál es la
respuesta. Es él mismo quien se rinde a la fuerza del mensaje bajo la dirección del Espíritu
Santo en un sentido infinitamente superior al de cualquier otra persona, sea cual sea esa
actividad.
El desarrollo del sermón en el púlpito ejerce -o debe ejercer- una influencia enorme
sobre el predicador y demanda de él la aportación plena de su capacidad intelectual,
anímica, espiritual e incluso física. La satisfacción de tal demanda lleva aparejado un
consumo enorme de energía mental y psíquica. Este desgaste es común a todo orador.
d. Confianza.
No todos los predicadores encuentran en el púlpito una incitación al engreimiento.
Muchos experimentan en él una sensación de desfallecimiento que puede ser producida por
las diversas causas.
Algunas veces el desaliento es debido a una preparación insuficiente, un estado de
debilidad física o mental, o a la conciencia de debilidad inherente a cualquier hombre ante
una tarea incomparablemente grandiosa. Llevar la persuasión a las mentes, despertar las
emociones y mover la voluntad de los oyentes para que se rindan a la Palabra de Dios es
algo que excede a la capacidad del hombre más dotado, máxime teniendo en cuenta la
resistencia del corazón humano al mensaje divino. Pero estos sentimientos no reflejan toda
la realidad. Aunque muchas veces los resultados tengan mucho de negativo y la experiencia
del predicador se asemeje a la de los antiguos profetas de Israel, en la predicación del
evangelio intervienen fuerzas maravillosas.
Una de estas es la inherencia del evangelio mismo, “poder de Dios para la salvación
de todo el que cree” (Ro.1:16). La Palabra de Dios no deja de ser viva (He.4:12). Es la
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palabra de la cual ha dicho Dios: “No tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que
me plugo y haya cumplido aquello a que la envíe” (Is.55:11).
Al poder de la Palabra se une el del Espíritu Santo. El da testimonio de Cristo
(Jn.15:26), convence al mundo de pecado (Jn.16:8) y obra de modo que las palabras de los
testigos de Cristo den fruto (Hch.2:40-41; 8:29-39; Ro.15:19; 1 Co.2:4; 1 Ts.2:5).
No importa que en algunas épocas de la historia de la iglesia o en algunos períodos
de la vida de un predicador los resultados sean escasos, tal vez imperceptibles. El Espíritu
Santo, por medio de la palabra no cesa de obrar.
Con su mirada puesta en Dios, apoyado en sus promesas, el predicador debe
comunicar a su congregación el mensaje que llena su interior. Lo hará con la tensión y la
entrega; pero también con paz de espíritu, encomendando el evangelio al Señor. Mientras
predica, todo predicador del evangelio debiera tener ante sí el texto de Isaías 30:15: “En
quietud y en confianza será vuestra fortaleza”.
El siervo(a) de Jesucristo que cumple fielmente, en todas sus partes, el ministerio de la
predicación, está ocupándose en la más gloriosa de las actividades humanas. En ella vivirá
muchas de las experiencias más inspiradoras de su vida. De ella fluirán raudales de
bendición cuyo volumen y alcance sólo la eternidad revelará plenamente.
IV. LA PREDICACIÓN Y LA IGLESIA.
A. La importancia de la iglesia para la predicación.
Costas dice, que la importancia de la iglesia (congregación) se desprende del carácter
existencial de esta. La predicación se concentra, en la situación concreta del diario vivir.
Frente a esta realidad, el predicador(a) necesita estar consciente de la situación existencial
en que se encuentra cada miembrote su congregación. Porque el éxito de su misión, como
heraldo de un mensaje profundamente existencial, dependerá de la medida en que lo pueda
hacer vigente y pertinente a los problemas e intereses de aquellos a quienes les predica.
Pero para ello necesita conocerlo genuinamente.
Por otra parte, el hecho de que la predicación cristiana sea de por sí un esfuerzo
comunicativo hace imprescindible el papel de la congregación para el efecto final de la
predicación. Porque toda comunicación tiene que tener como foco al receptor; de lo
contrario yerra el blanco. Ello se debe al hecho de que la comunicación eficaz está
condicionada por lo menos por dos fenómenos sociales: los marcos de referencia de cada
miembro de la congregación y los grupos a los cuales pertenecen.
Se entiende por marco de referencia la colección de experiencias y significados, el
concepto de valores relativos a nuestro propio yo y a los grupos a que pertenecemos. Estos
grupos tienen normas y creencias que afectan decisivamente nuestra conducta, moldean
nuestras actitudes y desempeñan papeles determinantes en las decisiones que tomamos.
1. Los marcos de referencias.
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Los marcos de referencia de una congregación determinan el significado que éstos
le dan a los símbolos lingüísticos empleados en un sermón. Determinan si los significados
son denotativos o connotativos, superficiales o latentes.
El significado denotativo es el emotivo o evaluativo. Varía notablemente entre las
personas y con el tiempo hasta puede variar con respecto a un solo individuo. Por ejemplo,
una hoz y un matillo tienen una connotación diferente tanto para un comunista como para
un no comunista. Sin embargo, pueden tener una misma denotación si usan un mismo
diccionario o estudiaron en una misma escuela.
Es superficial aquel significado inmediato que se le da a una expresión común, tal
como “buenos días”. Cuando uno usa esta expresión no se refiere al cielo azul o al sol
resplandeciente, sino que está indicando su relación social con el receptor. En efecto le
está diciendo: “seguimos siendo amigos” o “me alegro verte”. En cambio, el significado
latente se deriva del contexto de la relación del comunicador con el receptor. Sólo se puede
captar en el transcurso de la comunicación.
Los marcos de referencia determinan también el grado de influencia que puede
ejercer el predicador y su mensaje sobre la congregación.
Si son extremos y relativamente completos (o sea: si son experiencias, significados y
conceptos de valores dominantes), toda nueva información que sea contraria a los mismos
producirá muy pocos cambios dignos de atención. En estos casos los marcos de
referencias obstruyen el paso a la nueva información. Por otra lado, toda nueva información
que no sea contraria es aceptada y redunda en el reforzamiento de las experiencias,
significados y valores de la congregación.
Cuando los marcos de referencia son superficiales e incompletos toda nueva
información contraria a estos aumentarán el nivel de incertidumbre. Ello no quiere decir que
la nueva información resultará en el abandono de de actitudes, etc. Pero sí oscurecerá el
papel que desempeñarán en decisiones futuras.
Si los marcos de referencia son superficiales y permanecen incompletos, toda
información nueva que no sea contraria a los mismos hará menguar su nivel de
incertidumbre. Dicha información, entonces, ayuda a completar los marcos de referencia
de los miembros de esa congregación de tal manera que pasa a ocupar un lugar decisivo
en futuras decisiones.
Los marcos de referencia se construyen como resultado del contacto de un
individuo con un grupo determinado y de su participación en el mismo. El conocimiento de
los grupos de referencia de los integrantes de la congregación le permite al predicador
predecir con más exactitud el efecto probable de su sermón.
2. Los grupos de referencia.
Los grupos de regencia ejercen una doble función. En primer lugar, al establecer
normas de comportamiento ayudan a determinar la conducta de sus miembros. En
segundo lugar, funcionan como norma para hacer decisiones sobre los mensajes que se
reciben. Es decir, sirven de referencia comparativa para las decisiones que un individuo es
llamado a tomar por los mensajes persuasivos que recibe. Es así como las decisiones que
tomamos en público en respuesta a cualquier comunicación las tomamos usando como
referencia los grupos a los que pertenecemos.
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Los grupos de referencia se pueden clasificar por sus miembros. Hay grupos de
miembros fijos y grupos a los cuales el individuo no pertenece pero que le sirven como
medida, norma o referencia comparativa en los juicios de valores que hace.
Hay en cada uno de nosotros tanto una jerarquía de grupos como de valores. Algunos
ejercen más influencia que otros. Esa influencia varía muchas veces de acuerdo con la
decisión que tenemos que hacer. Si es una decisión ético-profesional, invocamos la
asociación profesional a la que pertenecemos; si moral, a la familia, la iglesia, la
comunidad, etc. Lo dicho no sólo acentúa el papel decisivo que desempeña la
congregación con sus marcos y grupos de referencia, sino que mete de lleno en la
problemática que le plantea a la predicación la composición sicosocial de la congregación.
B. El problema de la congregación.
La congregación es un grupo grande y complejo que aunque se distingue por su
interacción, se encuentra, no obstante, limitada por la diversidad de sus componentes.
Cada uno es un mundo aparte, por así decirlo. Tienen distintos marcos de referencia y
pertenecen a redes de grupos y asociaciones complejas y diferentes. Varían en su
trasfondo cultural e intelectual, en su posición social y económica. Por lo tanto, cada uno
percibe las cosas a su manera y tiene problemas distintos. Esta situación compleja le
impide al predicador un conocimiento profundo de la congregación. De ahí su
comunicación tenga un carácter tentativo, aproximado y casi adivinado.
El problema no está no tanto en la complejidad del proceso comunicativo del proceso
mismo como en las limitaciones que la predicación (como usualmente se practica) le
impone a la congregación. Es decir, la congregación se ve cohibida de responder a ese
mensaje complejo abierta y espontáneamente. De ahí que el predicador no tenga la
menor idea de si ha logrado comunicar su mensaje o no.
Ante la importancia decisiva de la congregación en la predicación surge, pues, un
gran dilema: ¿cómo lograr un encuentro de significados de modo que el predicador pueda
penetrar con su mensaje hasta lo más recóndito de su congregación y cumplir así con su
propósito y responsabilidad?
C. La necesidad de un encuentro de significado entre el predicador y la congregación.
Se ha definido la comunicación como “un intercambio por el cual se da y se recibe
información y significado entre individuo y entre grupos”. Ello implica que uno de los
objetivos primordiales de la comunicación es producir en el receptor una respuesta al
mensaje transmitido. Así es vital para la comunicación un encuentro de significados entre
comunicador y receptor; de lo contrario, éste responderá a un mensaje que el otro no ha
tenido la menor intención de enviar. Se dice que para este encuentro es necesario que el
comunicador tenga una actitud responsiva “a las normas, a los moldes de la experiencia y a
la comprensión que las personas aportan a una determinada situación” comunicativa.
Se ve necesario entonces que entre el predicador y la congregación exista un genuino
intercambio de respuestas. Un intercambio de respuestas inteligibles aumentaría el éxito
comunicativo de la predicación, por cuanto eliminaría muchas de las barreras que
normalmente obstaculizan el proceso comunicativo. Crearía un ambiente de libertad donde
la congregación, sin cohibiciones psicológicas o sociales, estaría capacitada para tomar
decisiones frente a las demandas que presenta la predicación a todo ser humano.
Para alcanzar este fin, veremos tres acercamientos en la comprensión de esta
problemática:
1. La congregación y sus grupos.
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Se dice que haciendo un uso positivo de los grupos de referencia y partiendo de el
hecho de que no todos los receptores de un mensaje hacen sus juicios sobre la
persuasión en base a los grupos que usan como referencia, se afirma que
el
comportamiento de muchos revela que aunque no todas las respuestas que dan a un
mensaje particular son afectadas por sus grupos de referencia, muchos sí lo son. De aquí,
se sugiere cuatro pasos que el comunicador persuasivo podrá tomar para hacer uso eficaz
de los grupos de referencia de su auditorio. Cada paso se puede aplicar al problema de la
congregación, y podría contribuir positivamente a la ardua tarea de lograr un encuentro de
significados entre predicador y congregación.
Primer paso. Este paso tiene que ver con la asociación de un grupo dado con el
mensaje. Cuando el comunicador tiene información sobre los grupos de referencia del
receptor, puede aludir en su mensaje a uno de esos grupos. Al enfocar el mensaje en uno
de los grupos de referencia del receptor, el comunicador aumenta su credibilidad, y por
consiguiente, la probabilidad de que el receptor reciba el mensaje favorablemente. Ej. Si le
toca predicar en la universidad, lo más probable es que exista un escaso interés a la
predicación que tiene un mensaje “muy de iglesia”, pero si su contenido tienen que ver con
el mundo de las ideas y como existe cierta superioridad del evangelio frente a estas, lo más
probable que comience a tener cierto eco en su auditorio.
Segundo paso. Al preparar su mensaje el comunicador deberá tener presente el hecho
que los grupos tienen diferentes valores como grupos de referencia. Los grupos de
referencia cambian con frecuencia. Hay, sin embargo, algunos que tienen más influencia que
otro. De ahí que grupos como la iglesia local, la denominación eclesiástica, las asociaciones
ocupacionales, los vecinos y los amigos íntimos, aunque cambian, no obstante, sirven de
referencia más frecuentemente que otro tipo de grupos.
Tercer paso. Hay que tener presente que los grupos de miembros fijos establecen casi
siempre ciertas normas de conducta y creencia para sus miembros. El comunicador eficaz
usará esas
normas para aumentar la probabilidad de que el receptor responda
inteligiblemente al mensaje transmitido.
Cuarto paso. El ambiente físico puede aumentar o disminuir la probabilidad de que se
prefiera aun grupo de referencia en vez de otro. El comunicador puede controlar bastante
la selección de un grupo de referencia dado haciendo uso eficaz del panorama físico que
rodea a la situación comunicativa. En otras palabras, la creación de un ambiente alusivo al
mensaje puede aumentar la probabilidad de su receptividad. Así se puede crear un
ambiente tal que permita al receptor relacionar uno de sus grupos de referencia favorable al
menaje que está escuchando.
2. La congregación, sus necesidades y su contexto socio-cultural.
Otra forma de acercarnos al problema de la congregación es a través de las necesidades y
el contexto socio-cultural de la congregación. Se ha resumida el problema de la
congregación en dos preguntas claves: (1) ¿Cómo puede el predicador penetrar en la
compleja mentalidad contemporánea? (2). ¿Cómo se puede transmitir el corazón vital del
mensaje cristiano al hombre contemporáneo en la situación concreta de su diario vivir? Se
ha respondido que la única forma en que el sermón puede llegar a la congregación es
centralizándose en las necesidades de la misma y tomando en serio su contexto social e
intelectual. Se agrega que la función del predicador es penetrar profundamente en lamente
de sus oyentes, tomando en serio sus necesidades y sus marcos de referencia (o los
sentidos que le dan a los símbolos), creando un encuentro dinámico entre Cristo y la cultura
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contemporánea y retando al oyente a corregir algún axioma falso (propuesta) hecho
evidente por la luz del evangelio.
Podemos agregar en relación a lo anterior:
-El predicador debe entender los diversos sentidos queso congregación le da a los
símbolos, y que busque símbolos verbales y no verbales que transmitan el significado del
evangelio.
-El predicador necesita involucrar ala congregación en una experiencia dialogal
genuina.
-El predicador debe ser un fiel oyente de las inquietudes de sus contemporáneos y un
observador agudo de los problemas de su mundo y esto mismo determinará su programa
de lecturas.
Debemos agregar que la predicación que se concibe como puro acto comunicativo y
abandona su carácter autoritativo, fracasa en su intento de comunicar. Pero la predicación
que enfatiza su carácter autoritativo a expensas de las leyes básicas de la comunicación,
pierde su autoridad y se convierte en autoritaria. Se hace, pues, necesario que el predicador
combine su sentido de autoridad de la predicación con la técnica de la comunicación.
Además la predicación no debe preocuparse solamente por el contenido bíblico, sino
también por el efecto de su proclama; por traer a los hombres a un encuentro personal, cara
a cara, con Dios.
Por último, en este apartado, debemos decir, que el encuentro entre el mensaje y la
mentalidad de la congregación se realiza en forma más realista cuando la idea dinámica del
mensaje pone a la congregación en un estado de tensión respecto a sus valores y
actitudes. El punto de contacto entre el predicador y congregación se descubre
generalmente en un punto de conflicto. El predicador contemporáneo debe presentar el
evangelio al hombre de hoy desde la propia perspectiva de éste, usando los símbolos
peculiares de él y poniendo en tensión las actitudes y axiomas familiares de este hombre
moderno.
Para lograr esto se sugiere lo siguiente:
-Se sugiere que el predicador limite el asunto de su mensaje a un aspecto del
evangelio relacionado con alguna necesidad que pueda llenar, o con alguna idea contraria
que facilite el diálogo.
-Se sugiere que el predicador plantee un reto a los axiomas de la sabiduría del
hombre común. Estos son los principios valorativos de una cultura que muchas veces se
expresan en forma de proverbios y adagios. El pensamiento humano es muchas veces
determinado por convicciones internas que no son analizadas conscientemente pero son
expresadas en axiomas de sabiduría contemporánea proverbial.
- Se sugiere que el predicador debe descubrir personalmente las presuposiciones de
sus contemporáneos. Esto es necesario porque los axiomas no son estáticos. El tiempo
cambia, los pueblos adquieren nuevos axiomas y las áreas geográficas difieren entre sí.
-Se sugiere que el predicador descubra principios que le ayudan a tratar con puntos
controversiales. Ej.
“Hable siempre desde un punto de vista religioso (espiritual)”.
“Seleccione un texto”.
“Ubíquese siempre en el lugar de la oposición”.
“Sea afirmativo; elogie mucho más de lo que reprocha”.
“Diga la verdad con amor”.
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“No de opiniones si no puede documentarlas. No dé opiniones en áreas en que no
tiene conocimientos técnicos”.
“Preste atención al tiempo” (No sólo la duración del sermón, sino la época del año,
etc.).
También es muy importante la representación que se forja el predicador de su
congregación. La actitud o actitudes que haya asumido el predicador en torno a su
congregación serán determinantes en el producto final de su predicación. Si la imagen que
tiene de dicha congregación es la de un grupo de ignorantes, su mensaje probablemente
tendrá una orientación paternalista y pedante, y su congregación responderá de acuerdo
con esa configuración. Si, por otra parte, tiene una actitud respetuosa, simpática y de
identificación con la congregación, lo más probable es que ésta le responda de la misma
manera.
3. La congregación, el predicador y los canales de comunicación.
Nuestra preocupación por la congregación debe ir más allá de los grupos de referencia
que afectan sus decisiones y de su contexto socio-intelectual, o sea, de los marcos de
referencia que influyen sobre su comportamiento. Debe también abocarse a los canales de
comunicación que ésta suele escoger.
Al hablar de “canales de comunicación” nos referimos en un sentido psicológico,
“como los sentidos a través de los cuales un decodificador-receptor puede percibir un
mensaje que ha sido codificado y transmitido por una fuente encodificadora”. Sea asocia en
concepto de canal con las habilidades sensoriales del hombre. Estas le capacitan para
concebir, codificar, enviar, recibir y descifrar mensajes. Los cinco sentidos del hombre son,
pues, usados tanto para estructurar y enviar un mensaje como para recibirlo e interpretarlo.
Así la comunicación eficaz depende en parte, de la clase de canal que seleccionemos
para el envío de nuestros mensajes. Ello se debe al hecho de que algunos canales pueden
ejercer ciertas funciones más eficazmente que otros. Por ejemplo, el uso de dos canales
produce normalmente más resultados que el empleo de uno solo. El receptor podrá
descifrar con más exactitud el mensaje si lo puede oír y ver queso sólo lo oye o lo ve. Por
otra parte, puede que un canal dado no funcione en el receptor. Asimismo, ciertos
comunicadores pueden expresarse mejor por ciertos canales específicos que otros. Pueden
expresarse mejor por el habla que por la escritura, o pueden comunicarse mejor
demostrando un objeto que hablando o escribiendo de él.
Hay ciertas preguntas claves que deberán guiar al comunicador (en nuestro caso al
predicador) en la selección de aquello canales que usará en su comunicación (o
predicación). Dichas interrogantes serán hechas desde el punto de vista de los cuatro
componentes del acto comunicativo.
a. Desde el punto de vista del mensaje.
¿Qué clase de material sermonario debería transmitirse oralmente? Esto es, en forma
discursiva.
¿Qué clase de material sermonario debería transmitirse visiblemente, por medio de la
lectura por la congregación de un artículo, libro o pasaje bíblico?
¿Qué clase de material sermonario debería transmitirse visiblemente, pero en forma no
verbal, por medio de cuadros, etc.?
¿Qué clase de material sermonario debería transmitirse corporalmente, por el tacto, o
sea, por la participación corporal y existencial de la congregación, o por el examen o la
manipulación de la misma de ciertos objetos pertinentes?
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b. Desde el punto de vista de la congregación.
¿Podrá la congregación captar y descifrar en mensaje más eficazmente por el oído, la
vista o el tacto?
¿Podrá responder más auténticamente si se crea un ambiente imaginario donde se
seleccionan simultáneamente varios sentidos? Es decir, donde la congregación puede ver,
tocar y gustar algo imaginariamente.
c. Desde el punto de vista del predicador.
¿Se expresa mejor cuando habla, escribe o demuestra algo?
d. Desde el punto de vista de la ocasión.
¿Cuáles canales serían propicios para esta ocasión?
D. La dinámica de la ocasión.
1. La predicación como una interacción dinámica entre predicación, sermón y congregación.
En cada predicación existe una interacción dinámica entre factores de poder que le dan
fuerza especial al sermón y a las respuestas del predicador y la congregación. Factores
como posición socio-económica del predicador y de los miembros de la congregación,
prestigio académico o cualidades de liderazgo afectan el efecto de un mensaje, y, por
consiguiente, el papel que desempeñan el predicador y la congregación y las respuestas
de ambos frente a esa situación.
Por ejemplo, un sermón dado por un destacado y famoso predicador ante una gran
concurrencia produce mayor efecto por su prestigio que un sermón predicado por un
desconocido. El prestigio del primero afecta sin lugar a dudas las reacciones de la
congregación.
Otro ejemplo. La presencia de personas de cierto prestigio social, económico, político,
académico o religioso, puede afectar al predicador y ejercer una tremenda influencia sobre el
resultado final del sermón.
La interacción dinámica de cual se habla alcanza también las relaciones entre
predicador-congregación. En el transcurso de la predicación redesarrolla una serie de
relaciones entre el predicador y la congregación que afectan de una manera el resultado del
mensaje. Estas relaciones siguen con frecuencia un patrón determinado. Pueden seguir un
patrón de certidumbre-incertidumbre, acuerdo-desacuerdo, gusto-disgusto, etc. El predicador
capaz estará alerta a los reflejos de su congregación para descubrir esos patrones, de modo
que pueda modificar su mensaje de acuerdo con las relaciones que se van desarrollando.
Lo dicho da por sentada la importancia de estudiar a la congregación en la dinámica
de la ocasión comunicativa.
2. La predicación como una interacción dinámica entre predicador-sermón-congregación y
su ambiente.
La predicación, además de involucrar al predicador, su mensaje y su congregación,
se da en un contexto que forma parte de ese intercambio dinámico que se mencionaba.
Uno de los aspectos más importantes de ese contexto es el culto. La predicación
desempeña un triple papel en el culto cristiano: (1) lo unifica; (2) hace contemporánea la
victoria que celebra; (3) provee el tema. Pero cómo afecta el culto a la predicación.
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Desde el punto de vista teológico, el culto afecta a la predicación en el sentido de
que la transforma de un encuentro humano entre predicador y congregación a un encuentro
divino entre Dio, predicador y congregación. El culto le da forma dialogal a la predicación;
la hace parte del diálogo de la adoración. Ello tiene una doble inferencia. En primer lugar,
indica que la adoración no es un acontecimiento cualquiera, una mera reunión humana, sino
un aconteciendo que se da como resultado de la obra de Dios en Cristo. Es, por tanto, un
diálogo entre Dios y el hombre, pero un diálogo no sólo verbal sino de relación, de estímulo y
respuesta, dádiva y recibimiento, confesión y perdón, llamamiento y comisión. En la
adoración, la predicación contribuye a ese diálogo junto con los otros elementos de culto: las
oraciones, los himnos, la lectura de la Palabra, los sacramentos, y la ofrenda. Y he aquí la
segunda inferencia de la forma dialógica que el culto le da a la predicación: el hecho de
quitarle toda noción de superficialidad y hacerla acoplarse ala dinámica del culto y
desempeñar su papel en conjunto con los otros elementos cultuales. De eso desprende
que el sermón no puede darse el lujo de no estar relacionado con la música, la lectura de la
Palabra, las oraciones, etc. El predicador debe tener presente la totalidad del culto al
organizarlo y presentarlo de tal forma que resulte un todo armonioso con el sermón, lo que
lo antecede y lo que lo sucede.
Desde el punto de vista psico-social la predicación es también afectada por el culto.
Como todo acontecimiento temporal, el culto se da en un ambiente no cerrado. Es un
proceso y como tal se caracteriza por “una interacción continua de un número infinito de
variables con cambios concomitantes con los valores que toman dichas variables”. Se
entiende por variable “cualquier fenómeno que pueda asumir más de un valor” Ello implica
que casi todos los fenómenos pueden ser considerados como variables, ya que la situación
de interés puede ser construida en tal forma que le permita al fenómeno tener más de un
valor singular. En un culto, por tanto, puede darse una cantidad infinita de variables. Cada
una de estas variables adquiere diferentes valores, es decir: hay variables que hacen más
efecto que otras, y sus valores están en un continuo proceso de cambio. Porque están
siendo afectados constantemente por factores asociados con el acto comunicativo, tales
como el uso de ciertas palabras, algunos movimientos corporales, etc.
Esta situación tan dinámica impide que el culto sea un sistema cerrado. Un sistema
cerrado es aquel cuyas fronteras son conocidas y en el cual se puede prevenir la intrusión
de variables relevantes. Pero el culto, por su naturaleza, no puede ser un sistema cerrado.
Además, el hecho de que involucre a seres síquicos impide un aislamiento absoluto de todas
las variables. Porque no hay manera de meterse en cada miembro de una congregación y
aislar de cada variable en potencia dentro de él.
El culto forma, estructura y canaliza la interrelación entre predicador, congregación y
sermón.
Otro factor integrante del contexto en que se da la predicación es la época o temporada
(eclesiástica o civil). Por un lado lo afecta en cuanto a la selección del tema. Ej., sería un
obsoleto que un predicador escogiera predicar
sobre la Reforma el domingo de
Resurrección. Por otra parte, la época puede afectar la manera como una congregación
dada reciba el mensaje.
3. La predicación como una interacción dinámica entre predicador, sermón, congregación,
ambiente y Dios.
El diagrama ilustra el hecho de que la predicación se da en medio de la actividad de
Dios. Esa actividad gira en torno a una situación dada en la cual sucede ese intercambio
dinámico que se ha mencionado entre predicador, congregación y sermón. Ahora bien, el
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hecho de que ese intercambio que se da en esa situación sea saturado por la presencia
de de Dios revela que así como la ocasión unifica el intercambio entre predicador,
congregación y sermón, así también Dios actúa como factor unificante de la ocasión
comunicativa.
En la predicación, el predicador no actúa como un empresario que presenta a una
estrella, sino como instrumento y siervo de Dios; uno por medio de quien Dios está
actuando. Y si Dios está actuando en él, quiere decir que
es soberano sobre él, sobre sus palabras, sus desbarajustes, en fin, sobre todo lo que dice
y hace. De modo que Dios toma a ese predicador tal como es y lo transforma en
instrumento de su Palabra.
ACTIVIDAD DE DIOS
Sermón
ocasión
Predicador
Congregación
De igual manera, el sermón no es un mero discurso religioso, un mensaje comunicativo
cualquiera, ni una mera codificación de concepciones temporales y humanas. Antes bien, es
un mensaje divino y eterno en el cual el Espíritu de Dios habla como0 miembro y
representante de la iglesia. Dios hace trascender el sermón a todas las limitaciones
lingüísticas, estructurales y socio-culturales de tal manera que éste pueda cumplir su
cometido y encarnarse en la vida de los que lo escuchan.
Por otra parte, la congregación no es un mero auditorio, sino una asamblea de
hombres y mujeres a quienes Dios por su gracia ha convocado para oír el mensaje de su
amor. Sus limitaciones son sobrepasadas por la soberana actividad del Espíritu de Dios
quien afecta sus reacciones convirtiéndolas, de acuerdo con su voluntad, en respuestas
favorables al mensaje predicado.
Lo dicho hace claro el hecho de que si bien es cierto que la predicación como situación
temporal se encuentra agobiada por múltiples barreras de tipo psicológico, social, cultural,
lingüístico, etc., que desde el punto de vista de la teología se desprenden de la realidad del
pecado en la vida humana, fenómeno que ha quebrado decisivamente las posibilidades
comunicativas entre los hombres, es aún más cierto que la gracia de Dios es capaz de
actuar por encima de esas barreras. Dios por medio de su Espíritu Santo puede, por tanto,
salvar el acto de la predicación de ser una simple tentativa. Y de hecho, lo hace de acuerdo
con su soberana voluntad.
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Sólo el Espíritu Santo puede hacer un sermón vigente y pertinente
a la
congregación. Y por supuesto que él usa las habilidades del predicador cuando éstas son
consagradas a Él. Es, pues, el Espíritu Santo el único que puede causar comprensión,
aceptación, internación y traducción existencial de un sermón. Es así como el Espíritu Santo
salva el acto de la predicación de las limitaciones del proceso comunicativo y de la
tentatividad de todo acto comunicativo.
La dinámica de la ocasión o la situación en que se efectúa el acto de la predicación
revela cuán compleja y dificultosa es ésta, cuántas limitaciones tiene y cuán tentativos son
sus resultados, aunque todo esto sea vencido por la presencia testificante del Espíritu
Santo. Surge, sin embargo, una pregunta importante: Si el Espíritu Santo es soberano y si
vence las dificultades del acto comunicativo, ¿para qué entonces preocuparse tanto por
buscar y usar herramientas comunicativas? Si el Espíritu Santo ha de actuar, ¿por qué
afanarnos por comunicar bien?
Tenemos que decir, que la respuesta a las interrogantes, no descansa en una
alternativa, entre lo uno y lo otro, sino en una reconciliación de ambos.
El hecho de que la predicación involucra la comunicación de la verdad de un ser
humano a otros. El hecho de que, en la comunicación de esta verdad, el predicador necesita
pasar por la misma experiencia por la que pasa cualquier ser humano que desea
transmitir a otro un concepto, sentimiento o actitud. A la vez, el hecho de que en la
predicación se
usen los mismos símbolos lingüísticos que se usan en cualquier situación comunicativa,
hace no sólo necesario sino imprescindible que el predicador use todas las herramientas
necesarias para una comunicación corriente eficaz.
Por otra parte, la predicación es dinamizada por la presencia del Espíritu Santo.
Siendo, pues, un acto testificante del Espíritu santo, el predicador necesitará tener presente
que no es por ejército, ni con espada, mas por el Espíritu Santo de Dios. Deberá, por tanto,
entregar sus esfuerzos al Espíritu Santo y confiar en su poder para finalizar y efectuar la
comunicación de la Palabra de Dios. Esa entrega deberá hacerse antes, durante y después
del acto de la predicación. Antes, en el sentido de que todo predicador eficaz arranca de un
contacto con Dios; de lo contrario no puede pretender ser su heraldo. Durante la predicación,
en el sentido de que toda su entrega debe ser saturada por una súplica interna e intensa.
El predicador debe orar durante la entrega de su sermón que el Espíritu interne el mensaje
en el corazón de los oyentes. Y después, en el sentido de que deberá entregar su esfuerzo
al cuidado del Espíritu para que él continúe actuando.
La predicación del evangelio puede ser y será eficaz si el predicador vive en contacto
con Dios, con la iglesia y con su mundo; si se satura de la Escritura, elabora un mensaje
bíblico con una buena estructura lógica y lo entrega en forma persuasiva, saturado del poder
del Espíritu Santo.