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1. LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS
Son aquellos que vivieron antes de Sócrates, es decir, antes de
mediados del s. V a. C. Casi todos proceden de la periferia del
mundo griego (Asia Menor y de la Magna Grecia, es decir, de Sicilia
y del Sur de Italia.
El principal problema que plantean los presocráticos es el arjé.
Arjé, en griego significa “origen”, “principio”. Estos filósofos
trataban de investigar el principio fundamental o el primer principio
de la realidad. Vienen a decir, “de la nada no puede surgir nada”, de
ahí que tenga que existir una realidad primera, que haya existido
siempre, de donde procedan todas las cosas y a la cual todas ellas
retornen un vez concluido su ciclo vital. Esta realidad es la que
denominan los presocráticos, el arjé.
Las respuestas en torno al arjé la intentaron dar las distintas
escuelas o grupos de filósofos.
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DIFERENTES OPINIONES SOBRE EL ARJÉ:
Milesios: Tales, Anaxímenes y Anaximandro. Según estos
autores el arjé de las cosas residía en una realidad de tipo físico.
Entre ellos hay diferencias. Según Tales, el principio de todas las
cosas es el agua; para Anaxímenes, el aire y, para Anaximandro,
el apéiron, que es lo indeterminado o lo ilimitado.
Pitágoras y el pitagorismo: Pitágoras era de Samos, una isla del
mar Egeo, pero se establece en Crotona, ciudad del Sur de Italia.
Fundó su escuela dedicada a la astronomía, la filosofía, las
matemáticas y la música. Para los pitagóricos, el arjé de todas las
cosas eran los números.
Los eléatas: Su actividad la llevan a cabo en Elea, una ciudad
italiana que estaba cerca de la actual Nápoles. Esta escuela se
sitúa a finales del S. VI a. C. y sus principales figuras fueron
Parménides, Zenón y Jenófanes. La realidad es el ser, lo que es,
lo único que plenamente es. Según Parménides, existen dos vías
para conocer la realidad: la vía de la opinión (doxa) y la vía de la
verdad (epistéme).
La vía de la opinión o doxa nos conduce a lo cambiante, a las
apariencias, a la falsa realidad.
La vía de la verdad o epistéme conduce a lo que siempre es, a lo
permanente, a lo verdadero, es decir, a la auténtica realidad, que
consiste en el ser. En este sentido, Parménides insistirá en que el
ser es uno, inmutable y, por tanto, inengendrado e imperecedero.
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 Heráclito de Éfeso: Éfeso, como Mileto, se encontraba en las
costas de Asia Menor y, en esta ciudad, nació Heráclito, coetáneo
de Parménides. Ahora bien, mientras que Parménides pasa por el
filósofo del ser y la quietud, Heráclito es el filósofo del
movimiento, del devenir. Según él, no solo existe el movimiento,
sino que todo es movimiento, ya que todo se encuentra sometido a
constante y perpetuo cambio. A este respecto, afirma que “nadie
puede bañarse en el mismo río”, porque el agua nunca es la
misma. Todo se hace y deshace continuamente, ya que nada hay
permanente e inmutable.
 Pluralistas: Los filósofos pluralistas son: Empédocles,
Anaxágoras y Demócrito. Son pluralistas porque a la hora de
establecer el arjé de las cosas, en vez de recurrir a un solo
elemento, recurrieron a varios. Para ellos existen unas realidad
primitivas, inmutables, inengendradas e imperecederas que se
combinan de diferentes formas y maneras entre sí dando lugar al
resto de las realidades de nuestro mundo. Anaxágoras llama a
estas realidades “homeomerías”, existiendo un número
indeterminado de ellas. Empédocles las llama “elementos”, que
reduce a cuatro: fuego, aire, agua y tierra. Demócrito emplea el
término “átomos”, que serían partículas de materia que ya no se
pueden cortar o reducir más, pues en griego átomo significa sin
corte, que no se puede cortar ni partir.
2. LOS SOFISTAS
Con los sofistas se inicia una nueva época en la filosofía griega. A partir
de ahora, los filósofos, pasan de las “cuestiones físicas” (conocimiento
del cosmos), a las cuestiones éticas, sociales y políticas.
Un dato a reseñar es la relación que tiene el surgimiento de los
sofistas con el resultado de las guerras médicas. Estas guerras duraron
medio siglo y consistieron en tres conflictos consecutivos, en los que los
griegos, dirigidos por Atenas, se enfrentaron al Imperio persa…
La democracia y los sofistas
En el s. VI a. de C., los griegos poseían un régimen que permitía la
participación política de gran número de ciudadanos. Tras las guerras
médicas el derecho de participación se extendió a la totalidad de los
ciudadanos libres. Esto sucede porque la nobleza ateniense tuvo que
recurrir a las clases populares para resistir al asedio persa, de ahí que las
clases populares reclamaran ser reconocidas. Poco después sube al
poder Pericles, estableciéndose la democracia (demos, pueblo y cratos,
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poder) o gobierno del pueblo. La democracia es la que propicia la
aparición de los sofistas, es decir, pensadores especializados en el arte
de la retórica y la dialéctica…
La mayor parte de lo sofistas procedían de la periferia, pero
desempeñaron su actividad filosófica en la polis de Atenas. De esta
forma, con la democracia, el gobierno de Atenas descansaba en las
asambleas públicas, donde podían intervenir la totalidad de los
ciudadanos. Por eso cobra gran importancia la oratoria política y los
debates públicos, de ahí que los sofistas enseñaran la habilidad
dialéctica.
Los sofistas más que enseñar a defender la verdad, enseñaban a
desenvolverse en la vida política, a “hacer que las razones más débiles
parecieran fuertes o las fuertes débiles de acuerdo con nuestros
intereses”. Los sofistas eran muy buscados por aquellos que querían
triunfar en la vida pública y en las tareas políticas.
3. SÓCRATES
Sócrates (470-399) nació, vivió y murió en Atenas, ciudad de la que
solo salió en tres ocasiones. Las noticias sobre su vida y su acción son
bastantes contradictorias.
Según Platón, Sócrates fue dechado de virtud, honradez y
moralidad, que en aras de la verdad se impuso al relativismo y al
escepticismo de los sofistas. Para otros, como para el comediógrafo
Aristófanes fue un sofista más. Fue acusado de corromper a la juventud
y de introducir nuevos dioses, de ahí que fuera condenado a muerte por
un tribunal popular. Sócrates aceptó la condena y, tras tomar la cicuta,
murió mientras charlaba con sus discípulos.
Sócrates con su actitud y pensamiento ejerció una enorme influencia
en su tiempo y se convirtió casi desde el mismo momento de su muerte
en un símbolo, dejando tras de sí un amplio número de discípulos,
escuelas y seguidores.
A. LAS APORTACIONES SOCRÁTICAS
El método del diálogo: Sócrates defendió el carácter innato del
conocimiento. Los humanos poseemos ciertas ideas innatas de las
que no somos conscientes. El conocimiento, para él, consiste en
sacar a la luz esas ideas, o sea, hacerlas conscientes.
Sócrates, era hijo de un escultor y una comadrona, y para él,
su oficio coincidía con el de sus progenitores. Como sus padres, él
tampoco enseñaba nada, sino que se limitaba a ayudar a sus
discípulos a encontrar las verdades que previamente se hallaban en sí
mismos, en el interior de su alma. Por tanto, conocer consistía en
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hacer consciente los contenidos o las ideas que, previamente, se
encontraban en el interior de cada uno de modo inconsciente.
Conocer consistía en recordar o lo que es lo mismo, en
reminiscencia o anamnesia.
El método adecuado para llevar a cabo esta tarea radicaba en
un procedimiento inductivo en virtud del cual, mediante el diálogo
(preguntas y respuestas) se iba avanzando en el proceso
cognoscitivo. Se pasaba, poco a poco, de la pluralidad a la unidad,
de los conocimientos aparentes, las creencias ingenuas y los
prejuicios cotidianos al conocimiento exacto y preciso, y de las
sensaciones singulares y concretas al concepto universal.
De este modo, mediante el concepto universal, se consigue
conocer la esencia universal, común a todas las cosas de la misma
especie, consiguiendo conocer aquella que hace las cosas sean lo que
son. Por ejemplo, si se examinan muchas cosas más o menos bellas,
se podrá llegar a la esencia de la belleza; si analizamos varios
comportamientos más o menos justos, a la esencia de la justicia,
etc…
Existen dos momentos en este proceso metódico:
- La refutación o momento negativo.
- La mayéutica o momento positivo.
 La refutación: consiste en hacer ver a los interlocutores que los
conocimientos que ellos tenían por ciertos e indudables no son
tales. Sócrates salía a las plazas de Atenas y allí preguntaba a
distintos representantes de distintos gremios (artista, maestro,
general…) sobre lo que creían saber y a través de ciertas
preguntas realizadas con precisión les hacía tomar conciencia de
su ignorancia…, y les hacía ver que lo que tenían por verdadero,
no lo era en realidad. Mediante la refutación ponía en evidencia
las creencias que hasta ese momento parecían inamovibles y de
las que nadie podía dudar, poniendo en evidencia a sus
interlocutores, demostrando que sólo tenían ideas falsas o
problemáticas, conduciéndoles a una situación aporética, es decir,
insuperable.
 La mayéutica: Cuando el interlocutor se encontraba en una
situación sin salida, comenzaba el segundo momento, el de la
mayéutica. A través de este procedimiento, una vez eliminadas las
falsas opiniones, los propios interlocutores, continuando con el
diálogo, podían encontrar en sí mismos la verdad universal, es
decir, la auténtica verdad.
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EL INTELECTUALISMO MORAL
Consiste en identificar el bien con el saber y el mal con la
ignorancia, el bueno con el sabio y el ignorante con el malo.
A Sócrates le interesaban por encima de todas la verdades y
conocimientos universales, los morales, mediante los cuales se
podían ordenar las conductas y averiguar las obligaciones y
derechos. Se trataba de conocer, sobre todo, qué era el bien, la virtud
y la justicia, con miras a ser buenos, virtuosos y justos.
Aunque nos parezca paradójico, según Sócrates, “nadie hace el
mal queriendo”. El bien y la virtud morales proporcionan la
auténtica felicidad. Por tanto nadie obrará moralmente mal de forma
intencionada, porque nadie quiere ser infeliz o desgraciado
(intelectualismo moral).
El intelectualismo moral defendería que es suficiente saber qué
es la virtud, para ser virtuoso. Por tanto, quien obra mal es porque no
sabe. Desde esta posición socrática habría que eliminar los castigos y
las cárceles, ya que los malvados no serían culpables del mal que
hacen. En vez de castigarlos, habría que educarlos o enseñarlos.
Con la mirada del presente sería muy difícil justificar esta
posición (genocidios o el holocausto nazi). Desde los que fueron
verdugos en el nazismo, por ejemplo, la historia nos ha enseñado que
no les faltaba sabiduría, sino que aplicaban su “saber” con el objetivo
de hacer el mayor daño posible… Pensemos, además, en las
numerosas personas sabias y buenas que, lejos de ser felices, son
bastantes desgraciadas.
En resumen, una cosa es “conocer” lo que debemos hacer y
otra, bien distinta, el “hacerlo”. Y es que los humanos, junto a las
facultades intelectivas, tenemos pasiones, egoísmos, tendencias
instintivas que pueden desviarnos del camino moral correcto.
Sócrates tenía razón en que debemos saber en qué consiste el
bien, pues para obrar correctamente y de un modo moralmente
adecuado hemos de esforzarnos previamente en saber lo que
debemos hacer, con acierto y rigor.
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