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La educación filosófica, una práctica para la libertad y la incompletitud Cecilia Piérola En lo que sigue se comentarán algunas cuestiones referentes al lugar de la filosofía en la educación, respecto a los jóvenes y niños, respecto al docente de filosofía y respecto a la institución escolar, donde todos ellos se encuentran. Partimos de asumir la existencia un estado de cosas opresivo, habitado tanto por los docentes, como por los aprendices. En este marco, la propuesta para el encuentro filosófico en un espacio educativo es construir ventanas hacia la libertad. Impulsar una práctica libertaria. Asumir que el hombre es libertad (siguiendo en parte a J.P. Sartre), y asumir al hombre como fin en sí mismo, desemboca en la urgencia del camino hacia esa libertad, restringidísima en este marco opresivo. También siguiendo a Sartre, puede afirmarse que tal libertad no se consigue sino mediante la revolución colectiva. Ciertamente, no hay recetas para tal revolución, pero se puede inferir que construirla requiere educar para poder pensarla, para poder soñarla. Construir una arena de posibilidades, conciencia de sí, de cada uno en el estado de cosas, y de su relación con los otros, es construir la perspectiva de la transformación. Allí la filosofía es, tal vez, el arte que más puede intervenir. En este sentido, la tarea filosófica es también una tarea política, militante e histórica. Puede resumirse en aportar a la generación de las condiciones de posibilidad para construir la revolución colectiva que libere al hombre. DOS MOVIMIENTOS Históricamente la filosofía ha sido reservada a los adultos, e inclusive con especial énfasis en los ancianos. No debe pensarse que fueron sólo los filósofos quienes han abonado esta idea. En general se cree que se trata de un saber muy elevado, con conceptos muy difíciles de comprender, muy alejados de nuestra vida concreta. De modo tal que los jóvenes, que aún no habrían llegado a la capacidad de abstracción que sería necesaria, no pueden practicarlo. También se encuentra difundida la idea de que el filósofo es un ser solitario, cuya única compañía sería su pensar y la filosofía que lo precedió. Se tiene la idea cartesiana de que el filosofar es una tarea que se realiza en soledad, de modo tal que en la escuela, en el aula colectiva, podría producirse un simple intercambio de opiniones, pero no una práctica filosófica. Sin embargo, la enseñanza de la filosofía podría entenderse como el intento de producir dos ejercicios: la desnaturalización de lo dado y la autorreflexión (individual y colectiva). En este sentido, en los encuentros de filosofía, se aprenden dos movimientos, que tal vez expresan un doble carácter de la práctica filosófica: la toma de distancia respecto de lo pensado y el ingreso profundo en lo pensado. Ciertamente, ni los efectos que se espera producir, ni los movimientos que se espera que se aprendan, son actividades con las que las subjetividades se topen habitualmente en nuestro mundo. Las condiciones dadas, más bien impiden el florecimiento de tales prácticas (más adelante se hará referencia al caso concreto de la institución escolar). El desafío es encontrar los medios de los que valerse para llevar a cabo esta práctica con los aprendices. Esto implica poder acercarles los problemas de modo que los sientan como propios, mostrarse desde el lugar del profesor como un filósofo, de manera de transmitir esa práctica también de forma ejemplificadora, y a la vez escapar a la charla desde el sentido común, hacerse carne de la propuesta hegeliana de “asumir el esfuerzo del concepto”. FILOSOFÍA: EL BOICOT EN EL CAMINO A LA ADULTEZ Alguna vez alguien ha dicho que la filosofía hace las preguntas de un niño que no se satisfacen con las respuestas de sus padres. Partimos del supuesto de que los niños y los adolescentes pueden pensar filosóficamente y hacer filosofía colectivamente1. Aunque, según el análisis de Ana Claudia Couló del pensamiento de Piaget, “lo que distingue a la adolescencia desde el punto de vista del desarrollo intelectual es el pasaje del pensamiento concreto al pensamiento formal (…). Desde los once o doce hasta su consolidación a los catorce o quince, las operaciones intelectuales pueden pasar del plano de la manipulación concreta al de las meras ideas, sin el apoyo de la percepción”, lo cual justificaría la inclusión de asignaturas filosóficas a partir del cuarto año de la educación media, podríamos pensar en una actividad filosófica que no requiriese de tal pensamiento formal, y así incluir la posibilidad de la filosofía con preadolescentes y niños. Más aún, podríamos pensar en un hacer filosófico no exclusivo del pensamiento, en un hacer filosófico con el cuerpo pensante, o con el pensamiento corporal. ¿Qué es lo que hay en la adolescencia y en la infancia que puede ser condición de posibilidad para la reflexión filosófica, o al menos enriquecerla? Allí, en la infancia, hay incompletud. Los jóvenes parecieran no estar completos. Pero, ¿qué significa que no estén completos? Es habitual entender a los adolescentes como “futuros adultos”, seres que no son hoy, sino que serán en el futuro, “se harán adultos”. Sin embargo, tal vez sea más fértil pensar que el niño o el joven no es un adulto en pequeño, o un adulto en formación. Se podría pensar en un estado de incompletud sin establecer referencia a lo completo. Los niños y los jóvenes son seres, si bien influidos por la cultura circundante tanto como los adultos2, con características propias. La diferencia de un adolescente con el adulto no es cuantitativa, sino cualitativa: la diferencia no reside en el grado de desarrollo de ciertas capacidades, características, etc., sino en características distintas, en particularidades propias. Esto puede hacerse presente al tratar con ellos, con los adolescentes y las adolescentes. A veces, puede ser difícil relacionarse, porque el adulto intenta explicar “más” o “mejor” algunas cosas, para adaptarlas al “nivel” del adolescente-aprendiz. Sin embargo, esto fracasa, al menos en el hacer filosófico, ya que no se trata de una diferencia en el grado evolutivo entre el adulto y el joven, sino que se trata de una diferencia cualitativa: el adolescente vive un mundo distinto, en cierto sentido3. Sin embargo, se pone a las juventudes4 en las instituciones formadoras. Es decir, se considera que se las deben modelar para integrarlas al mundo adulto, para que abandonen ese estado de inacabamiento, y conquisten la entereza. ¿Cuál es el rol de la filosofía allí? La 1 Esto último, la posibilidad de hacer filosofía colectivamente, tal vez se pierda con el pasar de la vida, inclusive en aquellos que continúan estudios filosóficos, y muy especialmente en los ámbitos académicos formales, por ejemplo, en la Universidad de Buenos Aires. Allí puede distinguirse la propuesta filosófica individualista que impregna la “carrera” de cada estudiante. 2 Y tal vez más influidos, si se tiene en cuenta que son sujetos predilectos del mercado, que los ubica como consumidores fundamentales, al menos en las clases medias y altas. 3 Naturalmente, esto no quiere decir que sean ajenos al desenvolvimiento del cuerpo social en el cual están insertos. Sólo indica que el modo en que tal cuerpo social impacta sobre ellos y los atraviesa es diverso respecto del modo en que penetra en los adultos. 4 Se prefiere el uso del sustantivo “juventudes” más que “juventud” para hacer notar las observaciones de Margulis y Urresti: “(…) el concepto “juventud” parece ubicarnos en un marco clasificatorio preciso para enseguida confundirnos, incluirnos en la ambigüedad e imprecisión. (…) hacer aparecer como “lo mismo” una variedad intolerable”. A su vez, los mismos autores citan a Cecilia Braslavsky: “El mito de la juventud homogénea consiste en identificar a todos los jóvenes con algunos de ellos”. filosofía, disciplina inacabada, que según Ramos supone un desafío a las pautas de la normalidad, con su carácter refractario respecto de la realidad, tal como lo enuncia Horkheimer, de esa realidad en la que se pretende insertar a estos jóvenes, ¿qué puede hacer allí, en esa formación? No debe cederse al imperativo de que la filosofía, como todo lo que se pretende adquirir en la etapa formativa, sirva para la vida adulta. No debe cederse a responder que la filosofía “te va a servir cuando seas grande”. Una respuesta como la anterior le quita al propio acto de filosofar el sentido actual, el sentido inmanente. Pues su tarea es el boicot. Boicotear el acabamiento. Preservar la incompletud. Estimular esa característica que hace de la infancia un tiempo privilegiado para el filosofar. Tal puede ser la tarea de la filosofía en esa formación: la de-formación. UNA PROPUESTA PARA LA ENSEÑANZA FILOSÓFICA EN LA ESCUELA SECUNDARIA Lo hasta aquí dicho, parece encaminado a concluir en la propuesta de enseñar a pensar. Sin embargo, no parece confiable esta propuestas de enseñar a pensar. Como dice Cecilia Caputo5, “(…) no hay métodos para enseñar a pensar, por lo tanto, de lo que se trata es de invitar a pensar”. Se podríamos pensar que hay cierta identidad entre la transmisión de productos del pensamiento y la transmisión de habilidades para el buen pensar, identidad justamente fundada en el supuesto de la transmisión como tarea del docente. A su vez, en la actualidad de los “centros de producción” de la filosofía en nuestro país, es posible ver la escasez de creatividad que caracteriza la actividad, que termina consistiendo, muchas veces, en la fabricación en serie de papers. Así, lejos de abrirse una brecha entre la reproducción educativa y la producción filosófica, ambas líneas pueden encontrarse en la serialización. De esta manera, podemos afirmar que la línea divisoria, la dicotomía real, no se traza entre la docencia y la investigación, o entre los objetivos cognoscitivos y los objetivos procedimentales. Si hubiera alguna línea, dividiría la creatividad de la serialización, ambas características encontrables en la producción académica, en la docencia, en los conocimientos a trabajar y en los modos de pensar. La propuesta, en cambio, debe consistir en la invitación a lo no idéntico, a los diversos modos de recibir la invitación a pensar. Esto, para Caputo, implica asumir dos supuestos y dos preguntas: “1. supone las ganas de compartir algo con los invitados, de estar juntos, y no solamente de brindar un servicio. 2. se supone que la invitación puede ser aceptada a desgano o eludida o, también, rechazada. 3. cabe preguntarse por lo que implica ser un buen anfitrión. 4. hay que preguntarse qué es pensar cuando se invita a hacerlo y no se enseña”. El primero de los supuestos nos propone dos cosas, por un lado experimentar el placer, las ganas de invitar a pensar, y por otro lado, negar la lógica de mercado que imprime a la educación el aspecto de servicio útil a consumir. El segundo, nos alerta frente a la posibilidad de la frustración, del desinterés, pero también nos advierte que el docente puede no tener en sus manos la herramienta para hacer que la invitación sea inevitablemente aceptada. Sin embargo, la pregunta que ocupa el tercer lugar, también nos permite pensar que se pueden generar ciertas condiciones para hacer tentadora la invitación. INSTITUCIONALIZACIÓN 5 Caputo C., “Algunas consideraciones acerca de la filosofía como invitación a pensar”, en Teoría y práctica en filosofía con niños y jóvenes, Buenos Aires, Ediciones Novedades Educativas, 2006, pp. 33-38. ¿Es posible todo esto en el marco de la institución escolar? Se debe tener presente que el objetivo de la educación formal, de la escuela que conocemos, es homogeneizar, “crear nación”. Así, lo que el sistema busca es, lejos de fomentar la diversidad, igualar la cultura. Esto se percibe claramente en el adoctrinamiento alrededor de la lengua (p.e. la enseñanza del castellano en detrimento de las lenguas originarias que hablan muchos de nuestros alumnos), de las pautas sociales (p.e. la instrucción en los honores a la simbología patriótica), y así en cada una de las áreas. En estas últimas décadas este objetivo está sufriendo cambios importantes, pero estimamos que aún sigue siendo lo central de la educación formal. A su vez, la escuela es una arena de relaciones de poder (y luchas por tales poderes) sobre la que nos movemos adultos y jóvenes. No es sólo una caja de resonancia, un mero reflejo, de lo que sucede en la sociedad, que se encontraría fuera de ella. La escuela es la sociedad misma, y no una representación de ella. Pero como tal cuenta con sus propias redes de poderes entrecruzados: “Entre cada punto del cuerpo social, entre un hombre y una mujer, en una familia, entre un maestro y su alumno, entre el que sabe y el que no sabe, pasan relaciones de poder que no son la proyección pura y simple del gran poder del soberano sobre los individuos; son más bien el suelo movedizo y concreto sobre el que ese poder se incardina, las condiciones de posibilidad de su funcionamiento. La familia, incluso hasta nuestros días, no es el simple reflejo, el prolongamiento del poder del Estado; no es la representante del Estado respecto de los niños, del mismo modo que el macho no es el representante del Estado para la mujer. Para que el Estado funcione como funciona es necesario que haya del hombre a la mujer o del adulto al niño relaciones de dominación bien específicas que tienen su configuración propia y su relativa autonomía.”6 A pesar de este diagnóstico, es posible y deseable llevar la filosofía a las escuelas. Allí dónde se busca homogeneizar, encontramos a diario heterogeneidad. Nuestros estudiantes piensan y actúan distinto, provienen de familias con valores diversos, y muchas veces son parte de comunidades culturales variopintas. Este contexto de diversidad estimula la aparición de la filosofía, porque permite pensar otras posibilidades que no habíamos tenido en cuenta por estar imbuídos acríticamente en nuestros propios supuestos. Escuchamos a nuestros compañeros y vemos que piensan distinto, que estructuran la realidad de otros modos, que utilizan conceptos diferentes a los nuestros y que de este encuentro pueden surgir nuevas ideas y preguntas. Además, así como en la institución encontramos relaciones de dominio y estructuras a veces opresivas, también encontramos grietas entre esos ladrillos. En tales grietas germinará la filosofía si nos disponemos a alentarla. El docente que reflexiona sobre su práctica, el joven que se asombra de lo que lo rodea, entre otros elementos que encontramos a diario, irrumpen en el orden establecido favoreciendo la llegada de la actitud filosófica. TENSIONES Así, la tarea docente con los inacabados jóvenes se desarrolla, principalmente, en instituciones. Ya se puede sospechar, a partir de lo dicho anteriormente sobre el sujeto que aprende filosofía, y sobre la propia filosofía, que el espacio institucional parece ser un corsé que puede no quedarle cómodo a la práctica filosófica colectiva. Sin embargo, también puede pensarse que sin las tensiones resultantes de tal incomodidad, la actividad pretendidamente disruptiva del docente de filosofía, perdería 6 Foucault, M., “Las relaciones de poder penetran en los cuerpos”, en Microfísica del poder, Madrid, Ed. La Piqueta, 1992, p. 197. El subrayado es nuestro. sentido. Es que, ¿qué podría ponerse en cuestión? ¿Cómo hacer filosofía en la comodidad? ¿No es necesaria la in-quietud y la in-comodidad para producir filosofía? TENSIÓN NÚMERO DEFORMADORA 1: EL PROFESOR COMO ADULTO FORMADO Y LA FILOSOFÍA COMO Tal como se dijo anteriormente, en la escuela se trata de formar seres que aún están inacabados, para completarlos. Esto supone que los formadores son seres completos, completamente capacitados y formados para encarar esa tarea. Se establece una relación el formador y el sujeto no formado, donde el docente debería ser el formado. Sin embargo, tal como lo afirma Cerletti, “(…) la formación de profesores deberá ser un proceso permanente que no finaliza cuando se otorga un título habilitante, sino que se extiende desde los estudios de grado hasta el perfeccionamiento en servicio”. Este es el sentido más básico en el que puede afirmarse que el docente se modifica en su práctica. Es evidente que el docente aprende a serlo en el propio desarrollo de su actividad. Y más aún, ese aprendizaje no es acumulativo casi nunca, no es un simple “aprender de la experiencia”, sino que se trata, las más de las veces, de aprender en cada contexto, aprender con cada grupo cómo hacer que allí circule la filosofía. Y el próximo grupo será distinto. Y lo aprendido en el anterior de algún modo aportará en la dinámica de este nuevo grupo, pero habrá que modificar lo aprendido, y aprender cosas nuevas, que no necesariamente se acumulan a lo ya aprendido. Sin embargo, hay otro sentido tal vez más interesante para el profesor de filosofía, en que puede decirse que éste se modifica. Es el sentido según el cual el docente piensa a la par de sus estudiantes. Sin posiciones demagógicas acerca del pensamiento filosófico de los jóvenes, puede afirmarse que el buen profesor de filosofía es aquel que, de tan inacabado, debe repensar cada problema que aparece en su grupo de clase. Cuando el profesor lee el escrito de un aprendiz y reflexiona a partir de allí, aunque sea para hacerle una devolución enriquecedora, el docente se modifica. Cuando el cuerpo del docente siente que no está seguro sobre qué piensa acerca del tema que se está debatiendo en la clase, e indaga en sus alumnos para buscar un intento de respuesta, o una nueva pregunta, el profesor ha quebrado su formación. Así, la tensión adulto formado - filósofo aparece en el aula de la institución con fuerza fértil y disruptiva. TENSIÓN NÚMERO 2: EDUCAR PARA EL TRABAJO Y EDUCAR INMANENTEMENTE. FUTURO Y PRESENTE La educación, sea esta del tipo que sea, siempre nace en el seno de una determinada organización de la vida social. Y como tal, siempre va a ser coherente con tal configuración. Afirma Cerletti: “Desde la política oficial en educación se está contribuyendo a instalar un discurso sobre el sentido de ‘educar para el mundo del trabajo’ que es coherente con las políticas generales de gobierno”. Así, en el seno de relaciones sociales de producción capitalistas, no debería resultar asombroso que exista tal coherencia. A propósito de tal coherencia, cabría hacer dos observaciones. En primer lugar, “educar para el trabajo” podría no ser sinónimo de “educar para el empleo”. El trabajo es una actividad humana mucho más antigua que el capitalismo, mientras que el empleo (y la consiguiente extracción de plusvalor) es la forma que el trabajo toma en la configuración capitalista. En segundo lugar, tal vez más cercanamente a las conclusiones que extrae Cerletti de tal coherencia, es dudoso que la tarea de la filosofía pueda tener algo que ver con educar para el trabajo o para el empleo. Si bien la configuración de la escuela media existe en función de tal formación, como se dijo antes, la filosofía debería ser opuesta a tal fin. De hecho, parece que lo interesante de la actividad filosófica es ella misma, y no alguna trascendencia producto de ella. Sin embargo, allí están las instituciones que intentan formar, los jóvenes inacabados, y los docentes de filosofía. Allí, en la configuración capitalista. ¿Qué hacer en este marco? Una posibilidad sería irse a El Bolsón a fundar una comunidad autónoma7 y evitar (si esto fuese posible) los indeseados efectos del capitalismo sobre la práctica filosófica disruptiva. Pero, ¿qué podría transformarse así? Se podría contestar que a los propios individuos que se aíslan. Bien, es aceptable y valioso. ¿Y el resto? Si se considera un estado de cosas opresivo, debería admitirse la necesidad de actuar sobre tal estado de cosas. Lo que resta, entonces, es aceptar la tensión de hacer filosofía por el mero hecho de practicarla, aquí, ahora, con estos aprendices, a pesar de la pretensión de formación para el futuro. TENSIÓN NÚMERO ASALARIADO 3: EL DOCENTE COMO INTELECTUAL Y EL DOCENTE COMO Dice Giroux: “(…) el hecho de ver a los profesores como intelectuales nos capacita para empezar a repensar y reformar las tradiciones y condiciones que hasta ahora han impedido que los profesores asuman todo su potencial como académicos y profesionales activos y reflexivos”. Pero, ¿qué es un intelectual? Evidentemente, no se pretenderá aquí responder esta pregunta que grandes debates produce entre… los intelectuales. A su vez, Giroux también acepta la existencia de “(…) una división del trabajo en la que los profesores tienen escasa influencia sobre las condiciones ideológicas y económicas de su trabajo”. Se podría pensar que la relación de los profesores con tales condiciones es similar a la de los obreros con los medios de producción y el ordenamiento del trabajo en la fábrica. Entonces, puede verse al profesor como un asalariado, como un trabajador. Tal vez el hecho de que el profesor (y muy especialmente el profesor de filosofía) se vea a sí mismo como intelectual es una tradición que ha impedido que asuma su potencial como transformador activo de las propias condiciones de su trabajo, al contrario de la primera afirmación de Giroux. Es más, podría establecerse un paralelo con la historia reciente de la actividad de los científicos: de pensadores libres e independientes han pasado a ser, a partir del proyecto Manhattan para la construcción de la bomba atómica, trabajadores asalariados de empresas que producen en serie. Así, la tensión del profesor de filosofía entre sentirse un intelectual y saberse un asalariado8, puede desenvolverse en la cuestión filosófico-sociológica acerca del rol del intelectual en las sociedades en las que desarrollan su actividad. Intelectual es una categoría que le cuadra tanto a Alejandro Rozitchner como a Néstor Kohan; tanto a Richard Rorty como a Alain Badiou. Y sin embargo, cada uno defiende intereses bien distintos, aunque tales intereses de disfracen de posiciones “meramente” filosóficas, alejadas de cualquier defensa de intereses de clase. Como dice Alain Badiou, “[el renacimiento del intelectual de izquierda] solamente puede concretarse siguiendo la divisoria: o radicalismo político de un nuevo tipo o adhesión reaccionaria. No hay punto medio”9. 7 Naturalmente, la referencia a tal aislamiento pretende versar también sobre los diversos grupos que buscan escapar de la participación transformadora en las instituciones, por considerar que nada se puede hacer allí. 8 Por lo demás, mal pago casi siempre, y con varios de los problemas que puede tener cualquier asalariado. 9 Badiou, Alain, “El intelectual de izquierda desaparecerá”, Revista Ñ, Número 204, 25 de agosto de 2007, pp. 36-37. Vale hacer notar la desafortunada elección del título de la entrevista por parte de Le Monde y Clarín (responsables de la entrevista a Badiou). La frase de Badiou que le da título a la nota es “Estamos a punto de asistir -algo a lo cual aspiro- a la muerte del intelectual de izquierda que se hundirá junto con toda la izquierda, Tal vez, si el profesor de filosofía que se siente un intelectual, a la vez adquiriera conciencia de su condición de clase, podría convertirse en un verdadero intelectual transformativo de la realidad que lo circunda. TENSIÓN NÚMERO FILOSÓFICO 4: LA TAREA CLASIFICATORIA DE LA ACADEMIA Y EL DES-ORDEN Dice Ramos: “La filosofía supone un desafío a las pautas de la normalidad. (…) con Foucault hemos aprendido que la normalidad es, fundamentalmente, un criterio. (…) un criterio que sirve para definir y clasificar las más diversas políticas de sometimiento, una vez emancipados los individuos del poder pastoral de la Iglesia y de los poderes centralizados del estado”. Se podría decir que en el marco de los cambios acaecidos en la institución escolar en las últimas décadas, la escuela que pretendía homogeneizar para crear nación ha entrado en crisis, en algunos aspectos. Sin embargo, entre otras cosas que no ha perdido esa escuela decimonónica, se encuentra el afán clasificatorio. Todo en la escuela se clasifica: los estudiantes, los saberes, los docentes, las tareas, etc.10 Naturalmente, no es este un vicio que haya nacido por generación espontánea en la escuela. El afán clasificatorio está instalado en el sistema capitalista, y éste y sus instituciones no pueden desprenderse de tal afán. Este rasgo es uno de los que no perdió la escuela posmoderna. Sin embargo, el accionar de la filosofía disruptiva debería atentar contra tal afán. La filosofía está allí, inserta incómodamente en la institución que enseña las clasificaciones, lista para desordenar, para desclasificar y mezclar las categorías y las cosas. Una vez más, si no hubiese tal búsqueda de la clasificación no habría qué desordenar. De modo que hay que buscar allí, por muy difícil que resulte, la disrupción que puede producir la filosofía como práctica. EPPUR SI MUOVE Así, a pesar de este diagnóstico, o tal vez gracias a este diagnóstico, es deseable llevar la filosofía a la escuela. Allí hay heterogeneidad, hay presente absoluto, hay reflexión, hay diversidad. Todo esto es un caldo de cultivo de la filosofía, en el marco de las tensiones que se producen con la tarea clasificatoria, ordenadora y homogeneizadora de la institución. Tales tensiones agrietan la pared. Entre los ladrillos de ella debemos regar para hacer florecer la filosofía. En la quietud, algo se mueve. Es el boicot al orden establecido. Cecilia Piérola 400 golpes, Filosofía, UBA para luego renacer de sus cenizas como el Fénix” (el subrayado es nuestro). Parece ser que tal renacimiento no le resultaría agradable a los monopolios mediáticos. 10 Inclusive en las más progresistas capacitaciones que se ven hoy en día a raíz de la nueva Ley de Educación Sexual, se vislumbra un esfuerzo importante por comprender la existencia de más de dos géneros, y consiguientemente, por clasificar y enumerar todas las demás identidades de género que no son ni varón ni mujer: travesti, transexual, intersexual, etc. ¿Podríamos aceptar que no hay sólo dos géneros sin necesitar clasificar y categorizar cada uno de ellos?