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TEMA I. LA FILOSOFIA Y LOS FILOSOFOS
Guión
1. La filosofía y los filósofos
1. La filosofía como actividad humana
a) La filosofía es una tarea humana no un
producto
b) La filosofía como actividad histórica y el
relativismo
2. Oralidad y escritura
a) La filosofía como diálogo
b) La filosofía es antes un diálogo oral que escrito
3. El origen del filosofar: admiración, duda, angustia y
perplejidad
a) La admiración
b) La duda
c) La angustia
d) La perplejidad
4. La filosofía, la libertad y la excelencia
a) Filosofía y libertad
b) Filosofía y liberación
5. Vivir en la verdad: la filosofía como estilo de vida
a) La vida como cuidado de sí
b) Vivir en la verdad
c) Vida y verdad
Textos para comentario
Platón, Carta VII en Diálogos, vol. VII, Gredos, Madrid
1992, , pp. 486-8.
Sartre, J. P., El existencialismo es un humanismo,
Ediciones del 80, Buenos Aires 1985, pp. 17-9.
Jaspers, K., Iniciación al método filosófico, Espasa-Calpe,
Madrid 1983, pp. 174-6.
TEMA 1. LA FILOSOFIA Y LOS FILOSOFOS
A diferencia de otros saberes, la filosofía tiene que autodefinirse. Como la filosofía es el intento de vivir según
la verdad, cada filósofo se juega en ella su propia existencia. Pero aunque las filosofías que los distintos
filósofos hacen sean diferentes, hay cierta unidad: la de
la tradición, el diálogo y la discusión.
La filosofía se distingue de la mayoría de los saberes y de las actividades humanas en que tiene que dar razón de sí e interpretarse a ella misma. Los
químicos no suelen preguntarse qué es la química. Y cuando lo hacen, lo
resuelven de manera distinta a la que emplean para llegar a nuevos productos.
Los filósofos, sin embargo, tienen como primera tarea definir qué entienden por
"filosofía". Como la biología no es ningún animal y el derecho penal no es
ningún delito, no son disciplinas reflexivas, no se tienen a sí mismas por objeto.
Pero, en cambio, la filosofía ha de autocomprenderse y, por tanto, cada filósofo
sustenta una concepción propia y distinta de la filosofía. Es más, lo que cada
filósofo entiende por filosofía está íntimamente relacionado con su propia
existencia como filósofo. Porque la filosofía es la vida de los filósofos.
En la mayoría de las profesiones, a la gente no le va la vida en su desempeño. Lo normal es que un albañil no se juege la vida al levantar un tabique.
Tampoco un contable arriesga su ser al cerrar un balance. Pero la filosofía se
parece más al automovilismo: quien conduce se juega la vida al conducir. El
filósofo también se la juega al defender una concepción de la filosofía. Como la
filosofía es el intento de vivir según la verdad, cada filósofo pone sobre el tapete
su propia existencia. Como varía tanto como la vida humana, la filosofía tiene
estilos distintos y es histórica: no ha sido siempre igual.
Sin embargo, aunque existen muchas diferencias, hay cierta unidad: la
que prestan la tradición y el diálogo. Es decir, aunque todos los filósofos no
dicen lo mismo, ni comparten los mismos planteamientos, participan de la
misma conversación. Como llevan discutiendo entre sí veinticinco siglos, han
conseguido aclarar durante ese larguísimo diálogo bastantes asuntos. Se han
ido poniendo de acuerdo en muchas cosas y, cuando no lo están, saben por qué
discrepan. Y han aprendido también una cosa fundamental: a respetar los
puntos de vista diferentes y a no querer imponerse por la fuerza. Esgrimen sus
argumentos confiando en la fuerza de la razón y en el atractivo de la verdad.
1. La filosofía como actividad humana
a) La filosofía es una tarea humana no un producto
La filosofía no es una realidad natural. Es la actividad de
los filósofos y no sólo su producto. Como la filosofía es
la discusión a través de la que se intenta descubrir la
verdad examinando críticamente todas las opiniones, en
filosofía no basta repetir lo que otros han pensado, sino
que, para entenderlo, hay que pensarlo de nuevo. Por
eso, la filosofía es una insustituible y actual tarea
personal. El quehacer filosófico no es sólo una tarea exclusivamente humana. Es también la actividad que mejor muestra el ser inacabado del hombre.
La filosofía no es una “cosa”, una de esas realidades naturales de
nuestro entorno físico. No es algo que está ya ahí para que lo admiremos o lo
investiguemos como estaban las estrellas antes de que los astrónomos se
pusieran a observarlas. La filosofía no es anterior a los filósofos: la hacen ellos.
Mejor: la filosofía es el estar haciendo lo que los filósofos hacen. Es una actividad y
no un producto. Es más un hacer que lo hecho. La mayoría de las actividades
humanas produce un resultado. Sin embargo, hay casos en los que la actividad
de producir es más que lo que se produce. Por ejemplo, la pesca es más que los
peces. Los peces no son lo único que pretende quien va de pesca. A quien le
gusta pescar, le gusta coger peces, pero no le basta con los peces: quiere pescar
peces y no comprarlos en una pescadería. La filosofía, como la pesca, es una
actividad y no sólo un producto.
La filosofía es una conversación en la que se intenta descubrir la verdad
examinando todas las opiniones, explorando las diferentes perspectivas y
buscando alcanzar cada vez mayor rigor y exactitud. En una conversación, se
dicen cosas, se realizan afirmaciones concretas. Pero la actividad de discutir
sobre las opiniones propias y las ajenas usando como argumento la razón, el
estar discutiendo, es siempre más que lo que se ha dicho: un diálogo no es sólo
un amontonamiento de frases; una discusión no es sólo un conjunto inconexo
de afirmaciones. El hablar no es lo dicho, sino el decir lo dicho o, si acaso, volver
a decir lo que ya antes se afirmó. De la misma manera, la filosofía no es nunca
sólo lo que otros han afirmado filosóficamente sino —en todo caso— volver a
pensarlo, recorrer de nuevo el camino que les llevó a sus posiciones.
Como es la actividad del filósofo, y no sólo su producto, la filosofía no
está en los libros o exclusivamente en lo que alguien dijo. No es una "cosa", ni
algo que ya está hecho de una vez por todas, algo que hay que aprender de los
libros. La filosofía no es lo que los filósofos pensaron, afirmaron o publicaron,
sino la actividad de pensar; algo que para existir debe estar siempre
rehaciéndose, repensándose. No se contiene en las cosas del pasado dadas ya
para siempre. La filosofía es una peculiar, insustituible tarea personal. Por eso,
el filósofo Jaspers decía
que "el pensamiento propio filosófico está
inseparablemente ligado al hombre que lo piensa. Desligado de él, en cuanto
mero enunciado objetivo, ya no es verdadero en igual sentido. Traído al mundo
requiere ser reproducido desde otro nuevo origen personal".
La filosofía no es sólo una actividad: es la actividad más propiamente
humana. No sólo porque de hecho, ni los dioses ni los animales piensen y, por
tanto, la filosofía sea una actividad exclusiva de los seres humanos. La filosofía
es característicamente humana porque muestra la naturaleza, el modo de ser, del
hombre. Cuentan que cuando alguien llamó a Pitágoras "sabio" (sofós),
respondió afirmando que era sólo un amante de la sabiduría (filo-sofos). Como la
filosofía es búsqueda, deseo y amor de una sabiduría que todavía no se posee,
como es anhelo por algo más que lo que ya se tiene, es signo de la realidad
misma del hombre, un ser que todavía no es todo lo que puede ser, que tiene
algo por hacer. La filosofía es la actividad más propiamente humana, el modo
de saber más adecuado al ser humano, porque él es único en saber que no lo
sabe todo, que su saber es limitado. Los dioses lo saben todo; los animales no,
pero no se dan cuenta. Cuando Sócrates dijo que "sólo sé que no sé nada" no
estaba definiendo exclusivamente la filosofía, estaba describiendo el modo
humano de ser.
b) La filosofía como actividad histórica y el relativismo
La filosofía no es una realidad eterna e inmutable sino
una actividad histórica. Los filósofos no han entendido
la filosofía siempre igual. Sin embargo la historicidad de
la filosofía no implica que valga todo (relativismo).
Decir que la filosofía es lo que los filósofos hacen y no unas frases
contenidas en unos libros ya escritos que hay que limitarse a aprender, que no
es una realidad natural dotada de unas propiedades fijas e inmutables que la
definan para siempre, no supone afirmar que todo dé igual o que todas las
opiniones valen lo mismo (relativismo). Como tampoco es relativismo afirmar
que la medicina es lo que hacen los médicos. Porque, por mucho que los
enfermos hayan estado siempre ahí, los médicos han entendido la medicina y se
han visto a sí mismos de diferentes modos: la medicina que practicaba
Esculapio es diferente de la actual. La medicina ha ido avanzando y, aunque los
medidos tienen también estilos distintos, hay médicos mejores y peores. Como
los médicos han ido definiendo qué es la medicina según avanzaban sus
conocimientos, mejoraban sus prácticas, iban poniéndose de acuerdo y lograban
descubrir cosas, hay una historia de la medicina que es similar a la historia de la
filosofía: no es sólo la narración de lo que los médicos han descubierto, sino la
historia de cómo se ha formado la medicina, es decir, la crónica de las prácticas
médicas, el modo en que los médicos entendían la medicina. Del mismo modo,
la historia de la filosofía no es sólo la narración de las respuestas que los
filósofos han ido defendiendo a lo largo del tiempo; es más bien la historia de
los problemas y, sobre todo, la historia de la filosofía misma, la historia de lo
que los diferentes filósofos han entendido por "filosofía", el proceso por el que
ha llegado a ser cómo hoy la conocemos, la narración del modo en que se ha ido
definiendo. Pero mantener que la filosofía es la actividad de los filósofos —y no
algo eterno e inmutable dado de una vez por todas— no es firmar un cheque en
blanco a la estupidez. Es sostener que las opiniones valen lo que vale su verdad;
que ésta se prueba en la criba o el tamiz de la discusión racional; y que uno de
los temas habituales en el diálogo de los filósofos es cómo ha de entenderse la
filosofía.
2. Oralidad y escritura
a) La filosofía como diálogo
La filosofía es un diálogo en que se intentan probar ante
los demás las propias opiniones. Por eso, es una tarea
común e intersubjetiva (hecha entre muchos). La imagen
de la filosofía no es un pensador solitario sino un corro
de gente discutiendo los avatares de la vida social y
política.
Como la verdad
es verdad para todos, el
acuerdo intersubjetivo es síntoma o signo de que nos
acercamos a la verdad.
La filosofía es un diálogo. Consiste en intentar probar ante los demás las
propias ideas, un procurar convencerles de que no son meras "opiniones
subjetivas" sino que responden a razones objetivas. Es decir: que son verdad. Y
precisamente porque lo son podemos someterlas a discusión; eso sí, siempre
que tengamos buenos argumentos para defenderlas. No todas nuestras
creencias o gustos pueden sacarse a la luz de la discusión pública, porque los
seres humanos creemos muchas cosas (y actuamos en consecuencia) que no
podemos probar. Suele ser difícil demostrar en una discusión racional quién es
el mejor futbolista o por qué tenemos los gustos que tenemos. Pero, si sometemos una opinión al debate, debemos respetar sus reglas. En una partida de
mus, no es obligatorio aceptar todos los embites, pero no cabe hacer trampa.
Como es un diálogo, la filosofía es primordialmente una tarea común,
intersubjetiva, y, además, oral. Quienes fundaron la filosofía no la entendieron
originalmente como una reflexión solitaria, como el esfuerzo aislado de un
individuo encerrado a solas en su despacho. Para ellos, hacer filosofía no era
producir sistemas de pensamiento objetivados en libros, ni siquiera dar clases.
No entendieron la reflexión filosófica como parece sugerir El pensador de Rodin.
Para ellos, pensar no era algo que se haga encerrado en uno mismo, encantado
en las propias abstracciones. La filosofía no consistía en "hacer teorías" sino en
discutir sobre las cosas que estaban pasando. La filosofía acontecía siempre en
el seno de una discusión oral sobre un tema de actualidad, ocurría como
continuación de un diálogo en que se analizaba lo que estaba ocurriendo. Su
imagen no es un cavilador solitario, sino un grupo de gente tratando de aclarar
qué está pasando, cómo hay que interpretar lo que está sucediendo: son las
incidencias de la vida urbana, en sus dimensiones políticas, religiosas o
estéticas, las que conducen a filosofar.
Como la filosofía nace en un diálogo, pretende tener validez intersubjetiva y mantiene que algo es verdad para todos. Afirmar que algo es verdad
significa estar dispuesto a defender que no sólo es algo que a mí me parece, sino
que también debería parecértelo a ti. De manera que el primer criterio de verdad
no es la coherencia interna de las propias ideas, ni siquiera una adecuación de
los propios pensamientos a unos hechos externos. Aunque el acuerdo no es de
manera automática la verdad; que algo sea verdadero significa que podría
llegar a ser reconocido por todos. Como la verdad
es verdad para todos,
ponernos de acuerdo es síntoma o signo de que nos acercamos a la verdad.
¡Claro que alguna vez puede suceder que uno acierte y todos los demás se
equivoquen! Pero es excepcional. De la misma manera que puede ocurrir que
cada moneda concreta sea falsa, aunque es imposible que todas las monedas lo
sean. No se pueden hacer monedas falsas de quince pesetas: sólo puede haber
monedas falsas porque existen las auténticas.
b) La filosofía es antes un diálogo oral que escrito
Al principio la filosofía era hablada. Se discutía sobre lo
que estaba pasando. Su carácter oral influye mucho
sobre su contenido. Sólo posteriormente la filosofía se
ha puesto por escrito. Ha ido perdiendo su carácter social
y público para irse convertiendo en una reflexión privada. Sin embargo, la filosofía no debería dejar de ser
una discusión pública.
Como en muchas otras ocasiones, el primer modo de diálogo fue oral y
no escrito. De forma semejante a cómo la poesía se recitaba y las leyendas se
contaban, de filosofía se hablaba; y al igual que el carácter oral o escrito de la
poesía o la narración hace cambiar mucho su forma y su contenido, el soporte
oral o escrito influye notablemente sobre el contenido de la filosofía. Como en
otras actividades, el vehículo escrito fue poco a poco sustituyendo al medio
oral. Ya Platón introdujo la escritura, aunque fuera todavía como narración
escrita de una conversación memorable. También los "textos" de Aristóteles, por
su parte, son apuntes de unas clases orales. Pero incluso esos géneros literarios,
el diálogo y la lección, se convirtieron siglos más tarde en ficticios. No es tan
extraño: también en los parlamentos al principio sólo se hablaba, después, al
comenzar a levantar acta, se empezó a poner por escrito lo que se había dicho, y
se ha terminado por leer unos discursos escritos de antemano. A su vez,
también la lectura ha ido sufriendo variaciones, pues durante muchos siglos
sólo se sabía leer en voz alta. Al leer en voz alta, no se solía leer a solas, con lo
que la lectura era una actividad más pública que hoy, que es privada. También
leer era antes un acto social.
A medida en que la filosofía pasaba de un soporte oral a uno escrito, sus
propiedades de saber intersubjetivo (verdadero para todos) y dialógico fueron
perdiendo fuerza, empezando a hacerse popular la figura del filósofo como un
ser aislado, individualista y encerrado en sí mismo y en sus propias
abstracciones. Pasaba así a verse al filósofo como alguien que elabora teorías
como una araña fabrica telas, de manera que la filosofía tenía cada vez menos
importancia social. Dejó de ser una discusión en el ámbito público para
convertirse en una reflexión privada.
La filosofía hablada, lo que alguien mantiene en el seno de una discusión, es algo mucho más vivo, más próximo a la realidad, y más cercano que
lo que se sostiene por escrito. Lo que está escrito lo puede leer alguien que no
estaba presente y eso le da a los textos un aire de eternidad, de absoluto, de fijo
y permanente que no tienen las intervenciones orales. La filosofía, como casi
todas las cosas humanas, ha pasado casi inevitablemente de un soporte oral a
uno escrito, pero no debería perder por eso las características que tenía cuando
nació. Le va en ello su propia vida.
3. El origen del filosofar: admiración, duda, angustia y perplejidad
La filosofía es el esfuerzo por aclararse en el mundo.
Puede distinguirse de otros modos de saber por su comienzo, por la situación subjetiva desde la que se empieza a pensar. Los distintos filósofos han dado diferentes interpretaciones del comienzo de la filosofía de
acuerdo con sus concepciones del filosofar. Las cuatro
más importantes son las que colocan el principio del filosofar en la admiración, la duda, la angustia y la perplejidad.
La filosofía es el esfuerzo por saber, por aclararse con los sucesos de la
propia vida, con las incidencias de la vida pública y con el mundo en general.
Whitehead la caracterizó bien al afirmar que la filosofía era la respuesta a la
pregunta "¿qué pasa con todo esto?". Además de la filosofía, hay otros modos
de saber (las ciencias, las artes, las humanidades, la religión), pero hay que
hacer un esfuerzo por distinguirla de ellos. Un primer modo de hacerlo es ver
su origen, la situación humana desde la que suele desencadenarse la reflexión
filosófica.
Los primeros filósofos consideraron que la admiración y la sorpresa
fueron posibles gracias a que había hombres que tenía tiempo libre, y que esto
desencadenó el filosofar. A partir de la filosofía moderna, su origen se ha
situado también en otras actitudes humanas diferentes: la duda, la angustia y la
perplejidad. Dependiendo de cada concepción de la filosofía existe una
interpretación distinta sobre su origen, y al revés. Como la filosofía es la
actividad de los filósofos, habrá muchas formas distintas de filosofía.
a) La admiración
Para los griegos, la filosofía nace del tiempo libre y de la
admiración con lo que se entiende a sí misma como una
contemplación de la realidad. El tiempo libre, la
interrupción de los deberes, permite pararse a pensar
liberándose de los propios intereses. Cuando no se tiene
nada que hacer, cuando no se está ocupado en el trajín,
cuando no se está dominado por sus intereses, puede
despertarse la admiración y dispararse la reflexión. El
ocio y la admiración permiten una actitud contemplativa
que no manipula lo real y que libera de todos los
intereses
personales.
Precisamente
porque
no
se
interviene, se atiende sólo a lo que pasa, al discurrir de
las cosas y a las cosas mismas. La meta del filosofar es la
verdad, que se entiende como la adecuación entre
nuestro pensamiento y la realidad.
Los griegos creían que la filosofía nace del ocio y la admiración; de
modo que para ellos la filosofía debía entenderse a sí misma como una contemplación de lo real que los griegos denominaban "theorein", es decir, teorizar.
Pero "teorizar" no significaba elucubrar o montar teorías, sino simplemente
adoptar una actitud contemplativa tratando exclusivamente de comprender. Y,
si se pregunta "¿de entender qué?", la respuesta es "todo": todo lo que pasa y
todo lo que hay, porque para los griegos pasan las cosas que pasan porque las
cosas son como son. Son las cosas, lo que hay, las que explican lo que pasa. La
filosofía se nos muestra, por tanto, como el esfuerzo por ver claro, por entender
la totalidad de lo real, y su meta es la verdad.
Al filósofo sólo le interesa conocer la verdad, ver la realidad, saber qué
es lo que de verdad hay, qué es lo realmente real, o qué hace que lo real sea real.
¿Por qué es real lo real? Por tanto, lo que el filósofo tiene que hacer es
simplemente mirar, contemplar, cuidándose mucho de intervenir o de
manipular; debe olvidarse de todas las cuestiones personales, de todas sus
preocupaciones e intereses, para estar atento a las cosas mismas. Mirar a lo que
cada realidad es de suyo, con independencia de nuestras conveniencias. Sólo
será "objetivo" si niega todo interés personal y subjetivo. Por eso, los griegos
eligieron la lechuza como símbolo de la filosofía: un pájaro todo-ojos que puede
detenerse inmóvil a contemplar a la luz crepuscular; nada parece escaparse a su
mirada atenta. No hace nada: sólo sigue con la mirada.
Para los griegos, el ocio (no tener nada que hacer), era la condición para
que naciera la contemplación filosófica. Cuando uno no tiene nada que hacer,
cuando no está ocupado en el trajín, cuando no está dominado por sus
intereses, puede pararse a pensar. Sólo al suspender sus ocupaciones, cuando lo
único que le salva de la pereza es mirar, puede sorprenderse. Mientras estamos
ocupados en nuestros asuntos, volcados en nuestros quehaceres o cumpliendo
nuestras tareas, nada puede sorprendernos o maravillarnos.
Los antiguos descubrieron así que el ocio no es mera ausencia de trabajo
ni pura pereza. El ocio puede convertirse en la fuente de la actividad más
intensa de la que el ser humano es capaz: pensar. Admirarse significa cortar con
todo, quedarse atónito. Nos asombramos porque las cosas no son como
creíamos, porque sucede lo que no sospechábamos, porque "nos rompen el
saque". Justo cuando no nos va nada personal, cuando no se tienen intereses
que defender, puede que algo nos asombre y que adoptemos una actitud
contemplativa. Entonces nos fijamos en las cosas sin tenernos en cuenta a
nosotros mismos. La admiración implica no sólo un distanciarse de lo admirado, un extrañarse de ello, sino que supone también una actitud activa. Hay
en el admirarse un ser llamado desde fuera, un ser atraído, un ser sacado de sí.
Lo que se admira arrastra. "La pasión específica del filósofo -afirmaba ya
Platón- es la admiración, pues no es otro el principio de la filosofía".
Precisamente porque no se interviene, se atiende sólo a lo que pasa, al discurrir
de las cosas y a las cosas mismas. Entonces puede iniciarse la reflexión. ¿Por
qué pasa lo que pasa? ¿Qué son las cosas? ¿Qué es lo real? ¿En qué consiste la
realidad? ¿Por qué hay realidad?
En la interpretación de los griegos, el ocio y la admiración cancelan todo
interés subjetivo y puede atenderse únicamente al ser de las cosas tal como son
en sí mismas. Por eso, al margen de nuestros prejuicios y conveniencias, la reflexión filosófica se autocomprende como contemplación de la realidad, como
búsqueda de la verdad. A su vez, la verdad se entiende como la adecuación
entre nuestro pensamiento y la realidad. La verdad consiste en dejar que las
cosas sean como son, en no manipular limitándose a ver. Por una parte, nuestro
pensamiento es verdadero en la medida en que las cosas son como las
pensamos; por otra, la verdad es el acontecimiento por el que el ser de las cosas
se hace claro a nuestro pensamiento. O sea, el destello de las cosas que nos
permite verlas.
b) La duda
Para Descartes, representante del mundo moderno, la filosofía no nace de una admiración serena. Las crisis y
convulsiones que experimentó la sociedad de su tiempo
rompen las convicciones antes pacíficas. El mundo se
tambalea y el hombre no puede encontrar un apoyo
fuera de sí. Al pensar desde la experiencia de la crisis,
Descartes sitúa en la duda el comienzo del filosofar. Por
eso, le interesa más la certeza que la verdad y su filosofía se centra en el conocimiento más que en el ser.
Posteriormente, a lo largo de la filosofía moderna, se han dado otras
interpretaciones del origen del filosofar que se plasman en concepciones diferentes de la filosofía, en estilos distintos. El planteamiento griego no es el
único posible. En Descartes, por ejemplo, la filosofía no tiene ya la serenidad del
Partenón, no nace de una admiración que provoca una reflexión que pretende
atenerse sólo a la verdad. El mundo en el que Descartes vive es mucho más
complejo que el griego, todo es mucho más complicado, y Descartes, como el
hombre moderno, carece de la serenidad griega. La situación vital que empuja a
Descartes a filosofar no es la admiración tranquila y reposada, es la duda. No se
pone a pensar desde un suelo firme de convicciones pacíficas. Lo hace porque
se le abre el suelo bajo los pies y se derrumban sus creencias. Descartes no mira
un mundo asentado en la rotundidad de la Acrópolis de Atenas: asiste a una
crisis en la que no es fácil encontrar tierra firme, un punto de apoyo, algo a que
agarrarse. El mundo de los hombres, la vida humana no reposa sobre un ser o
una naturaleza que actúen como fundamento inconmovible. El mundo se
tambalea y el hombre no puede encontrar un apoyo fuera de sí.
Como Descartes piensa impulsado por la duda, su filosofía se le presenta a él mismo no como una contemplación de la realidad, sino como una
búsqueda de certeza. Su tema no es ya qué sea lo realmente real, lo que las
cosas son de suyo, al margen de nuestras conveniencias. Quiere averiguar cómo
podemos estar seguros de lo que creemos saber, cómo cabe distinguir entre el
saber verdadero y el que sólo lo parece. Su preocupación comienza a centrarse
en lo que después se ha llamado "teoría del conocimiento". Para él, lo urgente
no es averiguar qué es el ser, sino cómo estar seguros de que no nos
equivocamos. Como le interesa más la certeza que la verdad y prefiere saber
menos con tal de estar seguro de que no es víctima del engaño, entiende la
filosofía como un sistema. Y el sistema está hecho para inmunizarnos del error.
c) La angustia
Para los existencialistas de los siglos XIX y XX, el comienzo del filosofar viene dado por la angustia. Lo problemático ahora no el el mundo, sino la subjetividad
misma. No está asegurado que lleguemos a ser un yo,
sino que ésa es la tarea. Pero llegar a ser yo es algo que
sólo depende de mí. La angustia, el sentimiento de vértigo que se experimenta ante la propia libertad, es el
nuevo punto de partida de la filosofía, cuyo tema ya no
es ni el ser ni el conocimiento sino la propia existencia.
Después, otros autores han tomado la angustia como origen del filosofar. Son los llamados "existencialistas", cuyo fundador fue el danés
Kierkegaard. Su situación subjetiva, el lugar desde el que filosofan, no es ya ni
la admiración ni la duda, sino el vértigo ante la propia libertad. A las alturas del
siglo XIX, los hombres comienzan a pensar no sólo que la vida humana no tiene
un soporte o fundamento en la naturaleza; si fuera así aún podría depender de
sí misma. Sin embargo, empiezan a poner en duda también ese punto fijo
interior en cada hombre, "el yo", que Descartes había creído descubrir y desde el
que pretendía reconstruirlo todo. La cuestión ahora no estriba sólo en la crisis
del mundo exterior. Ante el desmoronamiento del mundo en que vivimos, si
intentamos refugiarnos en nosotros mismos, podemos caer en la cuenta de qué
no sabemos ni dónde nos estamos refugiando ni cuál es nuestro refugio. Para
guarecerse en el propio yo, primero hay que tenerlo; y lo problemático es llegar
a tenerlo. Cuando se nos dice: "sé tú mismo" o "conócete a ti mismo", ¿está tan
claro qué es lo que tenemos que ser o qué es lo que tenemos que conocer?
"El yo", "el propio yo", no es una fortaleza tan inexpugnable como se
creía. No es la guarida segura. Porque ser libre significa estar en las propias
manos, que cada uno será lo que quiera ser, que soy yo quien debe decidir quién
soy. Nadie puede responder por mí a la pregunta que interroga por quién soy.
Me quedo a solas. Pero si sólo yo puedo responder a la pregunta por mí mismo,
entonces lo que está en juego es la propia identidad. Como somos libres, el yo
no es el refugio inexpugnable al que volver, sino la tarea a lograr. Lo que me
juego en la vida no es simplemente algo mío; soy yo el objeto de la apuesta. Ser
yo mismo es lo que hay que conseguir, no algo asegurado por otros de antemano.
El sentimiento de vértigo que se experimenta ante la propia libertad se
llama "angustia". Es un nuevo punto de partida de la filosofía. De este modo, la
filosofía se autocomprende de manera diferente. Ya no es una contemplación
serena del ser ni una búsqueda de certeza: es el intento de llegar a ser un yo, de
encontrar el contenido de la propia identidad. Se trata de alcanzar algún tipo de
criterio desde el que decidir quién se quiere ser y qué vida se quiere llevar. La
cuestión, el problema acuciante, no es la verdad, ni la certeza, sino la propia
existencia. La filosofía no aparece ya como una teoría sobre la realidad, ni como
una teoría del conocimiento: es algo muy similar a la religión, un saber de
salvación, el saber que puede salvarnos.
d) La perplejidad
Muy recientemente, se ha intentado sustituir los planteamientos que parten del yo por los que atienden al tú y
al él. El nuevo punto de partida de la filosofía es la filosofía misma, la perplejidad que nos causa su historia y
sus textos tradicionales. Como la filosofía nace de la
perplejidad, la filosofía se autocomprende a sí misma
como el intento de aclararse con nuestros mismos pensamientos filosóficos. Como lo que interesa es aclararse,
la filosofía se convierte en la actividad terapéutica de disolución de los problemas filosóficos al mostrar en qué
nos habíamos equivocado al plantearlos.
En los últimos años, se ha ido abriendo paso la convicción de que, pese
a su atractivo, hay algo mal planteado en la interpretación existencialista de la
filosofía: la propia identidad no puede fijarse desde dentro. Nadie, a solas
consigo mismo, puede aclarar quién es. La primera persona no tiene punto de
apoyo: "el yo" se desvanece y queda sin contenido. En consecuencia, desde
muchos ambientes y tradiciones diferentes, se han empezado a subrayar los
puntos de vista de la segunda y de la tercera persona. Ningún yo puede fijar su
propia identidad o sea, nadie puede responder a la pregunta por quién es
mediante una reflexión individualista. Lo que llamamos "un yo" sólo se constituye en el diálogo con otros "yoes". Como no hay "yo", sin "tú" y "él", se ha roto
la hegemonía de la perspectiva de la primera persona, del punto de vista del yo.
Y la sustitución de los planteamientos mono-lógicos por los dia-lógicos ha
abierto paso a otra interpretación del origen del filosofar.
Tal como muchos filósofos entienden hoy la filosofía, su origen no es ni
la admiración, ni la duda ni la angustia. Es más bien la perplejidad, el
"mosqueo" que supone percibir que algo va mal. La inquietud que va unida al
darse cuenta de que las cosas no cuadran. En muchas ocasiones, esa perplejidad
o desasosiego nace de la misma lectura de las obras filosóficas. Cuando se ha
leído sólo un libro de filosofía no suele pasar nada. Pero si se ha dedicado el
suficiente tiempo a estudiar muchos, es fácil experimentar la sensación de que
hay algo raro, de que los libros no casan perfectamente. Es decir, cabe quedarse
perplejos ante la propia filosofía. Lo que ahora asombra no es el ser de las cosas
y lo que angustia no es la tarea de llegar a ser un yo. Lo que "mosquea" es, por
una parte, el hecho de que los hombres nos hayamos dedicado a filosofar y, por
otra, la filosofía que hemos hecho. Al leer y estudiar detenidamente las obras
filosóficas del pasado, uno se queda perplejo. Aparece la sospecha de que hay
algún error, de que nos hemos equivocado o, más sencillamente, de que nos
hemos hecho un lío.
Si el comienzo es la perplejidad, la filosofía se entiende a sí misma como
el intento de aclararse con nuestros mismos pensamientos. No se trata tanto de
contestar a las preguntas "filosóficas" o de resolver los problemas característicos
de la filosofía. Lo que interesa es aclararse. Disolver los problemas al mostrar en
qué nos habíamos equivocado al plantearlos. La filosofía se convierte así en una
terapia, en el único tratamiento posible contra las enfermedades filosóficas. "La
filosofía, escribió Wittgenstein en pleno siglo XX, deshace los nudos que hemos
ido haciendo estúpidamente en nuestro pensamiento; pero, para lograrlo, debe
ejecutar unos movimientos que son tan complicados como los nudos. Aunque el
resultado de la filosofía es simple, sus métodos para alcanzarlo no pueden
serlo".
4. La filosofía, la libertad y la excelencia
a) Filosofía y libertad
Para los griegos, la filosofía es la actividad propia de los
hombres libres, de quienes no están dominados por sus
intereses privados. Ser libre significaba tener una opinión en los debates de la vida pública. La filosofía es libertad porque es la actividad que se mantiene al margen
de cualquier conveniencia: la radical libertad que permite atender sólo a lo real. Como la filosofía es una discusión libre, sólo cabe filosofía en la polis, o sea, en un
régimen democrático, participativo y libre.
Desde su aparición en Grecia, los filósofos han mantenido que la reflexión filosófica, es el ejercicio máximo de la libertad, la mayor libertad que un
hombre puede tomarse: preguntar por el "qué" y el "por qué". Desde entonces,
aunque de diversas formas, los filósofos han subrayado que la filosofía es
libertad, y que sólo quien se para a pensar puede llegar a ser libre.
En sus fundadores griegos, la filosofía era la actividad libre por excelencia porque su comienzo era el ocio. Discutir y conversar constituían la
dedicación exclusiva de los ciudadanos libres o, sea, de quienes estaban liberados del trabajo y de la necesidad de obtener medios de subsistencia. Pero no
se trataba de que sólo quienes eran libres y no esclavos gozaran del ocio suficiente para intervenir en los debates públicos. ¡Como si bastara con dar tiempo
libre a los esclavos para que se convirtieran en filósofos! La cuestión radicaba en
que la reflexión filosófica era, para ellos, la actividad libre, porque ser libre
significaba tener una opinión en los debates de la vida política, participar de la
vida pública. Y ésta empezaba donde acababan los intereses privados. Para
intervenir en los debates políticos hace falta no estar dominado por las propias
conveniencias, no estar atado por lo que uno necesita o por sí mismo. Hay que
estar liberado de todo eso. Ya se ha visto que son el ocio y la admiración, o sea,
el olvido de todo lo personal, lo que permite la mirada y la reflexión filosófica.
La filosofía es el máximo ejercicio de la libertad precisamente porque es la
actividad que se mantiene al margen de cualquier conveniencia: la radical libertad que permite atender sólo a lo real.
Para un griego, la libertad no es la capacidad de hacer lo que viene en
gana. La libertad tampoco queda garantizada porque el poder público no se
entrometa en la vida privada. Por el contrario, sólo hay libertad cuando se
puede tomar parte en la discusión pública, saltar a la arena política, cuando se
tiene algo que decir; y sólo puede intervenir en los asuntos comunes quien pase
por encima de sus intereses privados. Como la filosofía es una discusión libre,
sólo cabe filosofía en la polis, o sea, en el régimen democrático, participativo y
libre: si no hay libertad ni se puede opinar ni cabe discutir las opiniones de los
demás. Y, por eso, la filosofía también se apoya en la libertad: lo propio de quienes son ciudadanos libres es discutir sin coacción.
Como la filosofía es la actividad libre, determina la excelencia humana.
Filosofar, reflexionar críticamente sobre las cosas, examinar todas las opiniones
para establecer la verdad de algo que no es ya una mera opinión, es lo mejor
que el hombre puede hacer. Todas las demás conductas se ordenan a esta
aspiración. Es la que mejor realiza la naturaleza humana.
b) Filosofía y liberación
Para la Ilustración, sin embargo, la filosofía no es la actividad de los hombres que ya son libres, sino que es la
filosofía la que libera. La reflexión crítica emancipa al
hombre al liberarlo de la servidumbre de los prejuicios y
de las costumbres. Desde entonces, muchos filósofos
han asumido un compromiso político, aunque otros han
insistido más en la libertad personal.
Después, aunque con tonos distintos, se ha venido insistiendo siempre
en la relación entre filosofía y libertad. A partir de la Ilustración del siglo XVIII,
por ejemplo, suele mantenerse no tanto que la filosofía es la actividad propia de
los hombres que ya son libres sino que es la filosofía misma la que libera. Es la
reflexión crítica, la puesta en discusión de todas las ideas y de todas las tradiciones, la que emancipa al hombre. La filosofía libera de los prejuicios y de la
servidumbre de las costumbres. Desde aquí, la filosofía ha solido adoptar
conscientemente un compromiso político. Un filósofo no es un pensador
aislado, encerrado en una torre de marfil. Tiene una clara función en el orden
social: preguntar por lo que todos dan por obvio, cuestionar lo que todos dan
por sentado. En suma preguntar una y otra vez por la verdad y la justicia de lo
que los demás aceptan simplemente porque les interesa. Señalar, de vez en
cuando, que el Rey está desnudo. Remover los prejuicios y disolver las falsas
seguridades.
En otros planteamientos filosóficos, como los existencialistas, por
ejemplo, se ha subrayado más la relación de la filosofía con la libertad personal
que con la libertad política. Si ser libre es ser dueño de sí, protagonizar
realmente la propia existencia, el filósofo es quien realmente se libera, quien
vive desde sí y no desde los demás, al proyectar su vida según la verdad que le
ha sido posible alcanzar.
5. Vivir en la verdad: la filosofía como estilo de vida
a) La vida como cuidado de sí
A diferencia de los animales, que sólo viven, el hombre
desarrolla una conducta frente a su propia vida, sabe que
vive. Tiene que actuar sobre sí y decidir qué quiere hacer
con su vida. Como quiera o no, el hombre tiene que
hacer algo consigo mismo, aunque sea dejarse llevar,
cada hombre es artífice de su propia existencia y la vida
humana es cuidado de sí. Todo hombre teje una
interpretación de quién es, de qué significa ser un ser
humano, de cómo actúan los seres humanos y de qué
vida deben llevar.
La filosofía es, pues, la actividad del filósofo. Su vida. La expresión
"biografía intelectual" no es una simple metáfora. La filosofía es mucho más una
forma de vivir que algo contenido en los libros; es el modo humano de encarar la
propia vida, de enfrentarse a la propia existencia. Porque eso es lo que
distingue a los seres humanos del resto de los animales: que no sólo viven sino
que saben que viven. Los animales se limitan a vivir, a desempeñar unas
conductas características de los seres vivos. Realizan unos comportamientos.
Pero el ser humano no sólo vive una vida o lleva a cabo una conducta, sino que
sabe que lo está haciendo. A diferencia de los demás animales, tiene
autoconciencia, puede reflexionar sobre sí y sobre su vida.
Reflexionar sobre sí y sobre la propia vida quiere decir ser capaz de
verse a uno mismo desde fuera, verse con los ojos con los que los demás le ven
y, por tanto, desarrollar una conducta que tiene como objeto a uno mismo o a la
propia vida y no algo meramente exterior. Comer tiene como objeto una
realidad exterior, pero el objeto de adelgazar es uno mismo. El hombre no sólo
ejecuta conductas o acciones, desarrolla comportamientos cuyo objeto es él
mismo o su forma de actuar. Los hombres de todos los pueblos, por ejemplo,
cuidan su aspecto externo. Se visten de una manera o de otra, se tatúan, se
pintan o, simplemente, se peinan. Algo que no hacen los animales. Pero
peinarse o vestirse implica dos cosas. En primer lugar, supone, por una parte,
imaginarse cómo le verán a uno, o sea, calcular la imagen que uno da, y, por
otra, modificarse a uno mismo hasta adecuarse a la imagen que quiere ofrecer.
Pero, en segundo lugar, implica además algo más profundo: no se trata sólo de
cómo los demás le van a ver uno. La cuestión es cómo quiere verse uno a sí
mismo. O sea: quién y cómo quiere ser cada uno. Por eso, a veces no se sabe qué
ropa ponerse.
La vida humana se distingue de la de los animales en que es reflexiva.
Más que poder ponerse frente a sí mismo, el hombre no tiene más remedio que
hacerlo. El hombre tiene que actuar sobre sí y decidir de qué va, qué quiere
hacer con su vida. Los animales no pueden quedar perplejos ante sí mismos, no
pueden preguntarse por el sentido de su vida; y es que no la ven como una
totalidad, como un tiempo limitado a su disposición. Más: no disponen de su
vida, se limitan a vivirla. No son sus propietarios sino sus administradores. Sólo
el hombre puede experimentar extrañeza y asombro ante sí mismo, puede
prever su muerte futura y, por consiguiente, caer en la cuenta de que puede
hacer algo consigo mismo. Por eso, siempre se ha dicho que cada hombre es
artífice de su propia existencia, que cada uno es la obra de arte de sí mismo, o
que labramos hasta cierto punto nuestra vida y nuestro modo de ser, nuestro
carácter. La reflexividad específicamente humana no es, por tanto, algo
solamente teórico: es práctico. Como quiera o no, el hombre tiene que hacer
algo consigo mismo, aunque sea dejarse llevar: la vida humana es cuidado de sí.
Cuando el ser humano se da cuenta de que tiene que cuidar de sí, de que tiene
que forjar su propia identidad, suele aparecer un ideal del cultivo de la propia
interioridad y de la propia personalidad.
b) Vivir en la verdad
Todo hombre necesita tener una idea, una imagen, de sí
para poder vivir. El ser humano tiene que interpretar su
existencia. Pero lo que distingue a los filósofos de los
demás hombres es su pretensión de verdad, porque están dispuestos a discutir, a someter a crítica racional sus
ideas, imágenes e interpretaciones. Pretenden vivir conforme a la verdad que conocen. La filosofía se convierte
así en un modo de vivir, en un estilo de vida: el de quien
vive meditando en torno a las cosas de la vida. La
filosofía es el tipo de vida que nace del esfuerzo por
mantener la lucidez y distinguir lo verdadero de lo aparente.
Al advertir que seremos lo que queramos ser, puede entenderse qué significa que la filosofía no es algo distinto de la vida humana sino uno de sus
momentos: su instante reflexivo. Todo ser humano necesita pararse a pensar.
Siempre suceden cosas que no se entienden, que sorprenden, que sumen en la
duda o en la perplejidad. Siempre ocurre lo que no debería ocurrir, lo que no
estaba previsto, lo que no encaja. Y cuando eso sucede, cada vez que el hombre
no se aclara con lo que pasa, se descubre a sí mismo reflexionando, tratando de
reordenar el puzzle, de interpretar las cosas y los acontecimientos. Bajo este
punto de vista, todo hombre es un filósofo, todo hombre teje una interpretación
de quién es, de qué significa ser un ser humano, de cómo actúan los seres humanos y de qué vida deben llevar. Pero lo que distingue en sentido propio a los
filósofos de los demás hombres es su pretensión de verdad: su interpretación no
es una interpretación más. Los filósofos se diferencian de los demás en que
están dispuestos a discutir, a someter a crítica racional sus interpretaciones.
Pretenden vivir conforme a la verdad que han llegado a conocer, proyectar su
existencia según lo que conocen.
La filosofía se convierte así en un modo muy peculiar del cuidado de sí,
o del trabajo paciente sobre sí mismo. Porque la cuestión no es ahora sólo que
todo hombre necesite una imagen de sí a la que conformarse, un modelo
respecto del que labrar su personalidad y su existencia. El asunto es que se
puede pretender que ese modelo o esa imagen sea verdad. Quizá no todo dé
igual. ¡Claro que cada uno forja su existencia como quiere! Pero ese no es el
problema. El problema es que se puede discutir sobre esos modelos y arquetipos, que cabe someterlos a crítica racional, que es posible empeñarse en
averiguar hasta qué punto son verdad.
La filosofía no nace cuando el hombre teje historias, narraciones o
fábulas sobre sí mismo. Esto lo lleva haciendo haciendo desde que el hombre es
hombre. La filosofía nace cuando se pone a examinarlas para ver si resisten la
crítica, si al mirarlas desde otro punto de vista resultan menos convincentes, si
son verdaderas o sólo nos parecen verosímiles porque estamos demasiado
acostumbrados a ellas. Y entonces, la filosofía se convierte en un modo de vivir,
en un estilo de vida: el de quien vive meditando en torno a las cosas de la vida.
La filosofía es así el tipo de vida que nace del esfuerzo por mantener la lucidez,
por ver claro, por distinguir lo verdadero de lo aparente; el estilo de quien no
está dispuesto a dejarse engañar ni por los demás ni por sí mismo, del que
distingue entre la verdad y lo que le gustaría o apetecería que fuera verdad.
c) La vida y la verdad
La filosofía es un modo de vivir, pero es algo más: el estilo de vida en que la existencia se subordina a la verdad. Al hombre no le basta con el sentido, necesita también de la verdad que está fuera de él. La muerte de
Sócrates plantea un problema a sus sucesores: ¿es verdad
que se puede subordinar la vida a la verdad?
Considerada como la vida misma del filósofo, como un estilo o una
forma de vida, la filosofía se declina como ética. Pero, incluso vista así, es algo
más que ética. Es un modo de vivir, pero también algo más. Porque si la
filosofía es, frente a otras formas de vida posibles, el intento de existir desde la
verdad que se conoce, al final es más importante la verdad que la vida. La existencia se subordina a la verdad, y no al revés. En la vida del filósofo, la vida se
pone de puntillas y se supera a sí misma, precisamente porque lo que pretende
y busca, la verdad, está fuera de ella misma.
A veces, se afirma que el hombre es un animal de sentido, que ante todo
y sobre todo se alimenta de sentido. Lo que el hombre necesita es que las cosas,
sus acciones, su vida entera, tengan sentido. Pero, en el fondo, con el sentido no
basta: lo que el hombre quiere es la verdad. Nadie se conforma con un sentido
que al final resulte falso, que se base en el engaño y en el error. No se trata de
actuar como si las cosas tuvieran sentido, como si la existencia humana tuviera un
significado. La cuestión es saber si lo tienen o no. Por eso, la gente prefiere la
verdad amarga al más dulce de los engaños; prefiere saber que le engañan, por
doloroso que pueda resultar, a seguir sin enterarse, por apacible que la
ignorancia pueda parecer.
Como la filosofía es la orientación de toda la vida hacia una verdad que
se busca, hay un último peligro. Cabe que a uno le guste tanto buscar la verdad
que no quiera encontrarla. Hay diferencia entre un filósofo y quien
simplemente lo imita, entre un amante de la sabiduría y la ridícula figura del
"eterno buscador de la verdad", del "hombre problemático", el "perpetuo
inconformista". Quien no quiere encontrar no busca, hace como si buscara, imita,
adopta sólo la pose del filósofo. Vivir desde la lucidez no es actuar para un
público invisible.
Al fundar la filosofía como un estilo de vida, los griegos apostaron tan
fuerte que pusieron en un brete a sus sucesores. Sócrates estaba tan seguro de
que podía vivirse sólo desde la verdad y cara a la verdad que dio su vida por la
verdad. Dio el mejor argumento retórico para probar su interpretación: se dejó
matar para demostrar que era posible subordinar la vida entera a la verdad, que
era posible la vida del filósofo. Pero dejarse matar por algo no prueba que ese
algo sea verdad. También hay mártires de causas y cruzadas falsas y sinsentido.
Quizá Sócrates se engañó tanto que dio su vida por un espejismo: la vida como
búsqueda de una verdad más importante que la propia vida. La muerte de
Sócrates convierte en verosímil su vida, pero no prueba su verdad. Quizá los
griegos se dejaron engañar. Quizá los cimientos de la Acrópolis desde la que
miraban el mundo como desde arriba no son tan inconmovibles como creían;
quizás debajo de sus mármoles hay demasiadas tumbas. Y no queda más
remedio que ponerse a escarbar.
Pero se equivocara o no, y de eso llevan los filósofos discutiendo
veinticinco siglos, dejó su tesis clara: cabe subordinar la vida a la verdad. Y
colocó a quienes le siguieron ante una pregunta: ¿es verdad que se puede? Lo
demás son componendas.