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La cocina
filosofica de
Crêpe
Suzette
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Ingredientes:
Mantequilla
Azúcar
Zumo de naranja
Licor de naranja
Ocio
Admiración
Modo de preparación:
Se rellenan las crepas con la mantequilla Suzette,
se flamean con el licor de naranja despidiendo una
enorme flama que cause gran admiración.
Las crepas Suzette consisten en
una fina tortilla rellena con beurre
Suzette (mantequilla Suzette): una
mezcla de mantequilla, azúcar, zumo
de mandarina o naranja y triple
sec (o licor de naranja). El éxito
de este platillo se debe no tanto
a su sabor, sino al asombro que
produce el flameado. Recuerdo
bien la primera vez que vi cómo
preparaban crepas Suzette, la
emoción que me causó aquella
enorme flama, el calor que se
sentí, y mi admiración por el chef
que llevó a cabo la faena.
Cuentan que dicho postre fue
inventado por el chef Henry Charpentier, y que el famoso flameado
surgió a raíz de un accidente: un
poco de licor cayó en la sartén y
creó una enorme flama que dejó
maravillados a los comensales. Si
lo que más disfrutamos de este
platillo es la admiración que nos
causa, cabe preguntarnos: ¿qué
es la admiración?
La palabra admiración deriva del
latín admiratĭo, ōnis, y se refiere
al acto de causar sorpresa a la
vista o consideración de algo
extraordinario o inesperado. La
admiración es el efecto que se
suscita, que surge. No comprendemos la admiración como algo
que siempre ha estado ahí, sino
como algo abrupto, súbito, que
apareció a partir de la percepción de lo desconocido. Es una
experiencia repentina.
Cuando hay admiración, necesariamente hay conocimiento. Nos
asombra algo que desconocíamos
o que re-conocemos repentinamente. Nos gusta por la sorpresa
y porque, como bien señala Aristóteles, “todos los hombres tienen
el deseo de saber”. Este apetito
encuentra placer en una primera
fase: las percepciones que nos
ofrecen los sentidos externos (el
gusto, el tacto, el olfato, el oído,
pero principalmente, la visión). No
sólo para el trabajo, sino también
para andar de ociosos preferimos
el sentido de la vista. He ahí el
éxito de la televisión.
Antiguamente, cuando no existía
la televisión, el cine ni ningún
entretenimiento visual de tipo
tecnológico, los hombres solían
admirarse con las cosas simples
de la naturaleza: los árboles, las
estrellas, el mar, los insectos, las
estaciones del año, el fuego, la
lluvia y el atardecer.
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Muchos han dicho que el ocio es el padre de todos los vicios, no
obstante, la filosofía nació cuando el hombre se encontraba en reposo.
El ser humano sólo es capaz de reflexionar en los momentos de calma.
Al volverse sedentario, tuvo tiempo para descansar; fue capaz de
reflexionar sobre la realidad existente y dio paso a la filosofía.
El individuo que se dedica a la admiración y a la contemplación es
diferente del hombre activo porque, en lugar de producir, gusta de
abstraerse para crear algo totalmente inútil y ocioso. El placer que le
brindan las percepciones y el conocimiento inmediato dista de cualquier valor pragmático. Siente agrado por el conocimiento y disfruta
de la percepción independientemente de su utilidad.
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El arte y la filosofía comienzan donde termina el interés por el provecho,
y se engrandecen con el gusto por la cosa misma. La fascinación y el
interés por la verdad son el auténtico motor del artista y el filósofo.
Dicho encanto sólo es posible en un estado de ocio y, en muchas
ocasiones, de soledad. La actividad nos aliena de nuestros pensamientos;
el reposo nos ofrece dos cosas: la preocupación y la reflexión.
Cuando el hombre inteligente se enfrenta al ocio, es capaz de reflexionar
y crear. Aristóteles asumió que las artes y la filosofía no nacieron de
los momentos de actividad, cuando el hombre cosechaba o forraba
zapatos, sino de los momentos de calma que le daban tiempo para
admirarse.
La cocina y la filosofía comparten la admiración y la calma que llevan
a la reflexión. No hay nada más placentero que admirarse con un
cielo estrellado, una obra literaria o un cuadro… y qué mejor que
hacerlo mientras se disfruta de un maravilloso postre. Bien decía Sor
Juana: “Si Aristóteles hubiera sabido cocinar, muchos y mejores libros
habría escrito”.
Patricia Garza Peraza