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Transcript
F. NIETZSCHE (texto comentado)
Texto.“La otra idiosincrasia de los filósofos no es menos peligrosa: consiste en confundir lo último y
lo primero. Ponen al comienzo, como comienzo, lo que viene al final- ¡por desgracia!, ¡pues no debería
ni siquiera venir!- los <<conceptos supremos>>, es decir, los conceptos más generales, los más vacíos,
el último humo de la realidad que se evapora. Esto es, una vez más, sólo expresión de su modo de
venerar: a lo superior no le es lícito provenir de lo inferior, no le es lícito provenir de nada…Moraleja:
todo lo que es de primer rango tiene que ser causa sui. El proceder de algo distinto es considerado
como una objeción, como algo que pone en entredicho el valor. Todos los valores supremos son de
primer rango, ninguno de los conceptos supremos, lo existente, lo incondicionado, lo bueno, lo
verdadero, lo perfecto- ninguno de ellos puede haber devenido, por consiguiente tiene que ser causa
sui. Mas ninguna de estas cosas puede ser tampoco desigual una de otra, no puede estar en
contradicción consigo misma…Con esto tienen los filósofos su estupendo concepto <<Dios>>…Lo
último, lo más tenue, lo más vacío es puesto como lo primero, como causa en sí, como ens
realissimum…¡Que la humanidad haya tenido que tomar en serio las dolencias cerebrales de unos
enfermos tejedores de telarañas! ¡Y lo ha pagado caro!...”
F. Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos, “La razón en la filosofía”, parágrafo 4
Comentario del texto
a) Explicación de las expresiones subrayadas en el texto
b) Identificación y explicación del contenido del texto
c) Justificación desde la posición filosófica del autor.
a) Explicación de las expresiones subrayadas en el texto.Conceptos supremos: Nietzsche se refiere con esta expresión a las “grandes palabras” de la
terminología habitual de la Historia de la Filosofía. Esta última no se ha ocupado
tradicionalmente de las cosas concretas, sino de conceptos más generales que abarcan
muchos casos particulares. Por ejemplo, bajo el concepto de “sustancia” se pretendía
expresar todo lo que es por sí mismo, desde una planta hasta un hombre, bajo el término
“ser” todo lo que existe, desde un objeto cualquiera hasta Dios. En este planteamiento de la
realidad, que requiere un proceso de abstracción, las diferencias individuales que
observamos con los sentidos quedan olvidadas o relegadas debido al carácter general y
abstracto del concepto que las engloba.
A este tipo de consideración abstracta de la realidad se opone Nietzsche, y propone
como alternativa un planteamiento en que el cambio y la pluralidad no queden relegados
como problemas de segundo orden o como obstáculos para la supuesta verdad y perfección
de los conceptos supremos, que, siendo los últimos, son colocados como los “primeros”, y
que, siendo falsos, son considerados como las verdades fundamentales.
Ens realissimum: esta expresión hace referencia al tipo de realidad que se le atribuye a Dios.
El término procede de la Filosofía Escolástica y significa literalmente “ente realísimo”, es
decir, ser que existe del modo más real posible. Para la filosofía cristiana, Dios es el único ser
perfecto y necesario, un ser que existe y que es imposible que no exista. En este sentido, es el
único ser absolutamente real, a quien corresponde propiamente la palabra “ser”. Los demás
seres son también reales, pero al ser contingentes (es decir, que existen pero podrían no
existir) son “menos reales” que Dios.
Nietzsche se refiere irónica y sarcásticamente al concepto de Dios como el
“estupendo concepto” que tienen los filósofos para derivar de él el resto de la realidad. En
opinión del autor, sin embargo, este no es más que un concepto vacío, puro “humo
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conceptual”, a través del cual se teje una concepción de la realidad y del ser humano
contraria a la vida y radicalmente falsa.
b)
Identificación y explicación del contenido del texto
Este fragmento pertenece a la obra de Nietzsche El crepúsculo de los ídolos, que lleva
el subtítulo Cómo se filosofa con el martillo. Dicho subtítulo muestra claramente la intención
crítica del autor. La obra se escribió en 1888, en la última etapa de lucidez de Nietzsche, que
fue la más prolífica y fecunda, y también el comienzo de su ocaso, puesto que meses más
tarde padeció una crisis en la que pierde la consciencia. Esta crisis le dejará sumido
prácticamente en el silencio hasta su muerte en 1900.
El texto presenta la temática referente a lo que Nietzsche denomina “la otra
idiosincrasia de los filósofos”, autores de los que se habla en tono despectivo en alusión a
toda la filosofía anterior al propio Nietzsche (con alguna excepción honrosa como lo fue el
pensamiento de Heráclito). Antes de abordar esta “otra idiosincrasia” Nietzsche se ha
referido a “la primera idiosincrasia”, expresión con la que Nietzsche pretende reprochar a los
filósofos su “falta absoluta de sentido histórico”.
La “otra idiosincrasia” de los filósofos, en la que se centra el texto, pone de manifiesto
la desconfianza que la Filosofía ha mostrado respecto al testimonio que nos ofrecen los
sentidos, testimonio que muestra el torbellino cambiante del devenir y la rica pluralidad de
los seres. Frente a este panorama, la Filosofía ha acuñado, o “inventado” una serie de
“conceptos momia”, según los califica Nietzsche, con los que se mata y se diseca la vida, que
es esencialmente dinámica, corporal y temporal. La filosofía tradicional, según la metáfora de
Nietzsche, es una gran araña lenta que va tejiendo una intrincada tela de conceptos
mortíferos, alejados de la frescura y la vitalidad de lo existente. El texto se centra en el
carácter de dichos “conceptos-momia”, que son el mayor exponente de la metafísica
tradicional, a la que Nietzsche dirige sus críticas tanto en su aspecto ontológico como
epistemológico. Dichos “conceptos supremos” reflejan, a juicio del autor, la desconfianza y
resentimiento frente a la vida que son característicos del pensamiento de la cultura
occidental. Precisamente, el hecho de que los grandes conceptos hayan de ser causa sui, es
decir, que no puedan haber devenido o ser generados a partir de otra cosa, revela el temor y
resentimiento contra el devenir y el cambio que son propios de la vida.
La obra de Sócrates y Platón, que son los filósofos más odiados por Nietzsche,
constituye uno de los primeros pasos en este largo proceso de recelo ante la vida: ellos
inventaron, contra el mundo concreto del cuerpo y los sentidos, un “mundo de las ideas”
eterno, inmutable e inmaterial. Más adelante, el cristianismo (“platonismo para el pueblo”,
según lo califica Nietzsche) recogerá esta postura y se dedicará sistemáticamente a
desvalorizar la tierra en beneficio de un “mundo trascendente”.
La moral tradicional es otro aspecto central de la cultura occidental en la que
abundan los “conceptos supremos” (lo bueno, lo justo…). Dicha moral ha sido a juicio de
Nietzsche la obra maestra de la que él llama “metafísica del verdugo”, puesto que elimina
todo resto de auténtica vida. En dicha moral, los impulsos nobles y creadores del hombre
(poder, ambición, valor) han sido denigrados y sustituidos (inversión de los valores) por los
aspectos más débiles y enfermizos de la naturaleza humana (humildad, obediencia,
resignación…) que se han convertido en virtudes a seguir.
c) Justificación desde la posición filosófica del autor del texto
Desde su posición vitalista, Nietzsche considera que la vida concreta es la vida del
cuerpo y de los sentidos, siempre cambiante y ligada a la tierra. Su concepción trágica de la
existencia entiende al ser humano como afectado por la dinámica entre lo dionisíaco y lo
apolíneo, concepción ésta contraria al “hombre teórico” que propone la cultura occidental.
Esta vida (la única que tenemos y existe) no puede someterse a ninguna teoría o “verdad”
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metafísica, sino que consiste en lo que él denomina “voluntad de poder”, que no es otra
cosa que “voluntad de crear” sus propios valores, su propio camino ascendente.
Pero los filósofos la han sustituido por el “último humo de la realidad que se
evapora”: sus conceptos abstractos y generales, a salvo del tiempo y de la materia, no
son más que ficciones, fruto de una voluntad de poder que huye del mundo de la vida
por miedo a hacerse cargo del riesgo que representa vivir. La Filosofía ha construido así un
mundo (heredero del viejo “mundo de las ideas” platónico) que elimina lo dionisíaco y
contradice radicalmente al mundo vital de los sentidos. Para Nietzsche, todo lo que es real
proviene de otra cosa: la vida es continua generación y destrucción. Para los filósofos,
por el contrario, lo verdaderamente real debe ser causa sui, no puede provenir sino de sí
mismo. Según Nietzsche, todo lo que es real está en continua contradicción consigo
mismo. Para los filósofos, en cambio, la realidad debe ser idéntica a sí misma, “ser lo que es”,
como afirmaron en primer lugar los filósofos eléatas.
Esta manera de pensar, que a través de Platón ha penetrado profundamente en la
cultura occidental, constituye lo que él denomina “nihilismo pasivo”. La palabra
“nihilismo” significa literalmente “partidario de la nada” y eso es precisamente lo que han
hecho esos “verdugos de la vida”: convertir en nada todo lo que tocan. Y esa concepción
filosófica tradicional es la que Nietzsche denuncia con ácido fervor: el error de la actitud
filosófica, o su traición a la vida, se origina en una perspectiva que desprecia e infravalora el
testimonio de los sentidos. No es, para Nietzsche, sólo un problema teórico, es, sobre todo,
un problema evaluativo, valorativo: ante la incertidumbre y el desasosiego que produce el
flujo incesante de la vida, se la reduce y fija en conceptos estables, más verdaderos que la
realidad “aparente”, para pasar, acto seguido, a convertirlos en el mundo verdaderamente
real.
Esta actitud nihilista negativa es representada por la Metafísica Occidental a la
que Nietzsche dirige todas sus críticas. La metafísica incluye una Ontología y una
Epistemología. La Ontología tradicional, -que Nietzsche destruye en cuatro tesis-, afirma
que el “mundo trascendente” es el “mundo verdadero” y califica de falso y “aparente” el
“mundo de los sentidos”, que es el único mundo real. Desde la Epistemología o teoría del
conocimiento, los conceptos se introducen en el lenguaje por medio de la Gramática (que
es la Razón introducida en el lenguaje) y se inventa una idea de la Verdad que es la
expresión del resentimiento y el temor ante las contradicciones y el flujo incesante de la
vida. Esta Metafísica haya su herramienta más afilada en la Moral tradicional que introduce
además los conceptos de culpa y de pecado, mediante una inversión de la identificación
aristocrática de los valores (bueno= fuerte, valeroso, etc) y acaba imponiendo la moral de los
esclavos (bueno= débil, humilde, pobre de espíritu…).
La máxima expresión de esta tarea de aniquilación de la vida la constituye el
concepto de Dios. El hombre, temeroso de sus propias fuerzas creadoras, ha puesto en
Dios todo lo grande (aunque “momificado”) y se ha quedado con lo más pequeño y
miserable. Dios reúne, para Nietzsche, todas las características opuestas a la vida: es
inmutable, perfecto, eterno, incondicionado, verdadero..., es decir, todo lo contrario de la
vida real. Contra todo ello, Nietzsche anuncia solemnemente la “muerte de Dios” como el
acontecimiento que abre las puertas a una “nueva aurora” para la humanidad. Es
importante advertir que, cuando Nietzsche habla de Dios, no se refiere solamente al
Dios cristiano, sino a todos aquellos valores absolutos que hacen olvidar al hombre que la
vida es una pura creación suya, y que no ha de someterse a valores que no sean los que ella
misma va generando. Por ello también debe rechazarse la “idolatría” de la ciencia y el
progreso, nuevos ídolos con los que, en tiempos de Nietzsche, se sigue cometiendo el
mismo pecado contra la vida: no amarla en todas sus contradicciones y en su
inocente devenir. La “muerte de Dios” (que Nietzsche sitúa en la época ilustrada) encontró
un sustituto en la Razón, y posteriormente en la Ciencia, de ahí que no se experimentaran el
cataclismo, la orfandad y la desesperación que cabía esperar ante esta gran pérdida.
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Ahora bien, para que el ser humano recupere su libertad y el devenir recupere su
inocencia, Dios deber morir verdaderamente. Esto significa dar paso al “nihilismo activo”
que Nietzsche propone como la oportunidad que tiene el hombre de crear desde esa nada sus
propios valores en clara y fiel manifestación de la “voluntad de poder”. Ello requiere que el
hombre occidental sea superado mediante una evolución representada en tres
transformaciones (camello, león, niño) correspondientes al tránsito desde el nihilismo
pasivo al nihilismo activo.
El niño, que juega con la rueda del devenir, representa al Superhombre, que es
como llama Nietzsche a ese hombre que se decide a ser el creador y legislador de su propia
vida. Sólo así podrá recuperar las dimensiones vitales y creativas que había perdido. En esta
aurora del Superhombre, -simbolizado por el protagonista de Así habló Zaratustra,- emerge
una nueva idea de la Verdad: lo verdadero es lo que aumenta “el sentimiento de fuerza”, el
amor a la vida. Los conceptos deben dejar paso a las metáforas, y las teorías deben dejar
paso a los Simulacros (ficciones favorables a la vida), de los cuales la propia Voluntad de
Poder es un ejemplo.
La aurora del Superhombre implica un ateísmo radical que sustituye el monoteísmo
occidental por el politeísmo de los dioses festivos que representan nuestros nuevos valores
(transmutación de los valores, inversión de la inversión). La sabiduría trágica que representa
el pesimismo ante la vida (Sileno) dará paso al optimismo vital que dice ¡Sí! a la vida y que
concibe la eternidad como el deseo de volver a vivir la misma vida nuestra una y otra vez. El
tiempo y la historia quedan así libres de culpa en la idea del Eterno Retorno, simulacro que
expresa el amor incondicional a la vida y el afán de volverla a vivir indefinidamente tal como
es.
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