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Dios no es una estrella fugaz en el espacio En el itinerario que nos propone la Iglesia en esta Cuaresma, al celebrar el 2do domingo de la cuaresma nos trae el texto de la Transfiguración (San Marcos 9,2-10). Ya se nos anticipa el sentido real de la invitación que se nos hace con insistencia en este tiempo a vivir más de cara a Dios. Siempre que vivimos de cara a Dios en nosotros algo cambia, algo se Transfigura. Jesús se transfiguró en el monte Tabor, que se encuentra en la Baja Galilea a 588 metros sobre el nivel del mar. Nuestros cambios concretos también deben tener sus propios escenarios, partiendo de realidades concretas. Es muy importante ir reconociendo en nuestra propia vida aquellas realidades que necesitamos dejar que Dios transforme. Situaciones concretas ante el Dios Verdadero que se nos ha revelado en las Sagradas Escrituras. Dios no es el policía malo que balea al pecador. Dios es el padre que siempre está del lado del pecador. Dios no es una estrella fugaz en el espacio, es una presencia permanente en el corazón de la vida. Muchas cosas no se transforman sencillamente porque hemos confundido a Dios con nuestro vacío espiritual y nuestra necesidad de llenarlo y es ahí donde corremos el riesgo de contentarnos con el colorido y las frases vacías de una religiosidad que no toca el corazón. La Cuaresma es tiempo de muchas cosas: conversión, fe, austeridad, etc. Hoy la Palabra nos invita a cambiar nuestra imagen de Dios y a purificarla. Pedro, Santiago y Juan conocían a un Jesús que hacía milagros, anunciaba el reino, predicaba la conversión y el tiempo nuevo, recorría los caminos de Palestina y discutía con los fariseos; pero un día en la montaña conocieron a un Jesús radiante y transfigurado, una nueva imagen de Jesús se les reveló. Jesús, fundido en Dios, resplandeció, se transformó, había entrado en la nube del amor de Dios. Sólo el amor verdadero tiene el poder de TRANSFORMAR. Sólo el amor verdadero nos permite ver al Dios verdadero y transformar las falsas imágenes de Dios. Sólo el amor verdadero de Dios nos permite reconocernos a nosotros mismos como hijos de Dios. Sólo entrando en el amor de Dios, descubre uno que ser cristiano es más que ser buena gente que no necesita ir a la Iglesia, es ser personas que necesitamos entrar en la única relación que nos cambia, nos transfigura y nos salva, la relación con Jesús. En lo alto de la montaña, antes de llegar a Jerusalén, Jesús se manifestó en su gloria y fue declarado oficialmente, como ya lo había sido el día de su bautismo, Hijo de Dios. “Escuchadlo” imperativo que sale de la nube a través de los tiempos y nos invita a todos los hijos adoptivos a escuchar con el corazón a Jesús. Si nuestras vidas viajaran por avenidas menos atascadas de tanto ruido y afán humano, seguro que tendríamos más experiencia de la cima, del Tabor, con Jesús. Tenemos muchos bautizados y pocos cristianos de verdad porque vivimos en la experiencia de la llanura, de la superficie, de pequeñas obras buenas y rezos distraídos. ¿No será que el problema de la inmensa mayoría de los católicos es que atados a la ley, a la letra más pequeña e insignificante, no vemos el rostro glorioso de Jesús y no escuchamos al Hijo de Dios? Nos contentamos con otros rostros y otras voces. Recuerden: Dios no es una estrella fugaz en el espacio, Él es concreto, en lo concreto. ¿Lo reconocemos? Pbro. César Buitrago