Download El fundamento último del rechazo al aborto

Document related concepts
no text concepts found
Transcript
EL FUNDAMENTO ULTIMO DEL RECHAZO AL ABORTO
(Artículo inédito)
Por Gabriel J. Zanotti
Buenos Aires, Junio de 1997.
1. El fundamento último ontológico
Alguien puede estar en contra del aborto (voluntario) por muchos motivos. Entre los más
complejos, podríamos enumerar a los religiosos, filosóficos y científicos. No vemos ningún
problema en que cada cual ponga acento en motivos diferentes, y menos aún en el diálogo
entre las diversas perspectivas. El problema es que a veces los motivos se mezclan, esto es, se
con-funden, produciendo, precisamente, confusión, tanto en el emisor como en el destinatario
del mensaje antiabortista.
Últimamente se observa la tendencia a argumentar en contra del aborto a partir del código
genético. El argumento parece en principio irrefutable. Desde el primer momento de la
concepción está presente la totalidad de la carga cromosómica humana y, por ende, la persona
humana es tal desde el inicio de su concepción. Todo ello, con sus consecuencias éticas
obvias: no puede ser eliminado, ni se puede experimentar con él, ni puede ser congelado, etc.
Ahora bien, los antiabortistas que así argumentan, colocando esta tesis como lo primero y
principal, no advierten, en nuestra opinión, que se colocan en una posición débil.
En primer lugar, la teoría del código genético es una teoría científico-positiva. Luego, por más
corroborada que esté hasta el momento, su certeza depende de todo un marco hipotético que,
cuanto más alto y profundo, más incierto. La biología depende allí de ciertas teorías atómicas
que, en poco tiempo o en mucho, pueden cambiar, corregirse, perfeccionarse, etc. ¿Qué
pasaría dentro de un siglo si la teoría del código genético es, con suerte, lo que son hoy las
teorías gravitatorias de Newton frente a la relatividad einsteniana?
Las hipótesis, en ese sentido, explican las “apariencias sensibles”1 de los fenómenos
observados, y, en ese sentido, son el antecedente de un razonamiento de la forma “si p,
entonces q, es así que q, luego p”. Pero eso, desde el punto de vista de la lógica más
elemental, es una contingencia. La afirmación del consecuente (q) no implica necesariamente
la afirmación del antecedente (p), que en este caso es la hipótesis.
Por lo tanto, por más corroborada que esté una hipótesis científica, carece de una certeza
lógicamente derivada de la lógica interna del método hipotético-deductivo.
Ahora bien, la teoría del código genético es una hipótesis científica.
Luego, carece de una certeza lógicamente derivada del método utilizado.
Luego, pasar de esa carencia de certeza a la certeza de que la persona es tal desde el primer
momento de la concepción, es un error epistemológico, una extrapolación metodológica.
1
Ver Sto. Tomás, Suma Teológica, I, Q. 32, a. 1 ad 2.
1
En segundo lugar, que algo sea o no una persona es una cuestión ontológica. La biología no
puede inferir desde sus premisas si algo es persona o no lo es. Pasar de la biología a la
ontología es también una extrapolación.
En última instancia, quien argumente en contra del aborto colocando como premisa fundante
al código genético, está trasladando el margen de incertidumbre propia de la ciencia positiva a
la posición moral que quiere defender, en la cual no se pretende incertidumbre.
En nuestra opinión, el fundamento último de que la persona es tal desde el primer momento
de la concepción es ontológico, no científico-positivo. El desarrollo de una persona es
accidental, no esencial, a lo que la persona es.
A su vez, las potencias propias de la persona, esto es, inteligencia y voluntad, no tienen por
qué estar siempre ejercidas ni estar totalmente desarrolladas. Pues toda potencia es tal en acto
1ro., y cuando se ejerce pasa al acto 2do. Un niño de dos días tiene en ese sentido la potencia
en acto 1ro. de caminar aunque no la ejerza en acto 2do.
Luego, dadas estas premisas, la persona humana es tal desde el primer momento de su
concepción, porque el momento de su desarrollo es accidental a su esencia, y sus potencias
específicas como persona se encuentran en acto 1ro, si bien no siempre en acto 2do.
Por supuesto, las premisas aludidas pueden no aceptarse, si no se acepta el contexto filosófico
que las sostiene, pero la diferencia con la teoría del código genético es que, de ser aceptadas,
no dependen del testeo empírico ni están sometidas a eventuales cambios de paradigma, como
sí lo están las teorías científico-positivas. Presentan, en ese sentido, una certeza proporcional a
la conclusión moral a la que se quiere llegar. En ese sentido, el fundamento último del rechazo
al aborto es ontológico.
Esto no implica que la filosofía, en este aspecto ontológico, no pueda y/o deba dialogar con la
ciencia. Al contrario, el diálogo siempre es fructífero, siempre que no haya extrapolación. La
extrapolación no es diálogo, sino invasión de territorios epistemológicos.
Por ello, una vez expresado el fundamento último (y primero en el orden del ser) el diálogo
con la ciencia actual implica recordar que la biología contemporánea parece aportar
conclusiones que en nada lo contradicen.
2. La argumentación dentro de la Iglesia
Santo Tomás no pensaba que la persona humana era tal desde el primer momento de la
concepción. Las distinciones ontológicas entre sustancia, accidente, esencia, potencia en acto
1ro. y acto 2do. estaban plenamente afirmadas por él; empero, afirmaba, tomando la teoría de
la “animación retardada” de Aristóteles, que la persona humana era creada tal por Dios
después de la transformación sucesiva de forma vegetativa a sensitiva en el desarrollo del feto.
En nuestra opinión, cometía un error, pues su misma tesis de la unidad sustancial lo debería
haber llevado a otra conclusión. Empero, igual estaba en contra del aborto afirmando que
aquello que estaba en potencia de ser persona no debía ser eliminado.
Hasta 1974, la Iglesia no se pronunció, a favor de la tesis de la animación retardada; ni
tampoco en contra; ni tampoco a favor ni en contra de la animación desde el primer momento
2
de la concepción. Tanto una como otra posición, y mucho más las hipótesis biológicas, “eran”
opinables para el Magisterio. Este último utilizaba una argumentación que lo colocaba por
encima de esos debates y, como una verdad de razón necesaria para la Fe, era afirmada con el
peso de la autoridad magisterial. Esa argumentación es muy simple y similar a la parte final de
la posición de Sto. Tomás. Consiste en afirmar que, independientemente del momento de la
concepción, lo que presumiblemente es una persona no debe ser matado, pues la “duda a
favor” no autoriza éticamente el matar sino al contrario (como, según el clásico ejemplo,
quien está cazando y tiene la impresión de que lo que se mueve puede llegar a ser una persona
y no un ciervo, no debe disparar).
La “Declaración sobre el aborto” de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe2 del
18/11/74 era clara y distinta en este punto. Se apoya, por cierto, en la teoría del código
genético, pero tiene conciencia de sus limitaciones y pone las cosas en su punto: “Por lo
demás, no es incumbencia de las ciencias biológicas dar un juicio decisivo acerca de
cuestiones propiamente filosóficas y morales, como lo son la del momento en que se
constituye la persona humana y la legitimidad del aborto. Ahora bien, desde el punto de vista
moral, esto es cierto: aunque hubiese duda sobre si el fruto de la concepción humana es ya una
persona, es objetivamente un pecado grave el atreverse a afrontar el riesgo de un homicidio.
‘Es ya un hombre aquel que está en camino de serlo’”3.
Ahora bien, en el documento “Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y la
dignidad de la procreación”4, del 22/2/87, de la misma Congregación, la argumentación parece
inclinarse a favor de que la vida humana es tal desde el primer momento de la concepción
sobre la base de la biología actual. La distinción entre los niveles científico, filosófico y
teológico se presupone, pero por razones apologéticas -obvias en un documento de esta clasela argumentación los presenta muy juntos: “...Por lo tanto, el fruto de la generación humana
desde el primer momento de su existencia, es decir, desde la constitución del cigoto, exige el
respeto incondicionado que es moralmente debido al ser humano en su totalidad corporal y
espiritual. El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su
concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se el deben reconocer los derechos de
la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida”5.
Afortunadamente, ese “por tanto” con la que el párrafo se inicia tiene esta aclaración
epistemológica inmediatamente previa: “Ciertamente ningún dato experimental es por sí
suficiente para reconocer un alma espiritual; sin embargo, los conocimientos científicos sobre
el embrión humano ofrecen una indicación preciosa para discernir racionalmente una
presencia personal desde este primer surgir de la vida humana: cómo un individuo humano no
podría ser una persona humana? El Magisterio no se ha comprometido expresamente con una
afirmación de naturaleza filosófica, pero repite de modo constante la condena moral de
cualquier tipo de aborto procurado. Esta enseñanza permanece inmutada y es inmutable”6
Ocho anos más tarde, en la importante encíclica de Juan Pablo II Evangelium vitae, del
25/3/957, el modo de argumentar parece ir por caminos similares, citando, incluso, al
documento de 1987: “...Aunque la presencia de un alma espiritual no puede deducirse de la
2
3
4
5
6
7
Paulinas, Buenos Aires, 1983.
Op. Cit., p. 22.
Ver L’Osservatore Romano, del 15/3/89.
Op. Cit., cap. 1, 1.
Idem.
Ver L’Osservatore Romano, del 31/3/95.
3
observación de ningún dato experimental, las mismas conclusiones de la ciencia sobre el
embrión humano ofrecen ‘una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia
personal desde este primer surgir de la vida humana...’”8
Pero esta vez, desde un punto de vista hermenéutico, la aclaración epistemológica es más clara
y, además, posterior al texto recién citado: “Por lo demás, está en juego algo tan importante
que, desde el punto de vista de la obligación moral, bastaría la sola probabilidad de
encontrarse ante una persona para justificar la más rotunda prohibición de cualquier
intervención destinada a eliminar un embrión humano. Precisamente por esto, más allá de los
debates científicos y de las mismas afirmaciones filosóficas en las que el Magisterio no se ha
comprometido expresamente, la Iglesia siempre ha enseñado, y sigue enseñando, que al fruto
de la generación humana, desde el primer momento de su existencia, se ha de garantizar el
respeto incondicional que moralmente se el debe al ser humano en su totalidad y unidad
corporal y espiritual...”9.
Como vemos, a pesar de que los documentos eclesiales dan fuerza, unos más, otros menos, a
ciertos argumentos científicos y filosóficos, cuando bajan todo el peso de su autoridad
magisterial la fuerza argumentativa se concentra en un argumento moral que, en sí, es de
razón, pero a la vez próximo a la Fe por estar afirmado con la autoridad la Magisterio en
materias que le son propias y que no son, por ende, una cuestión libre entre teólogos.
3. Conclusiones finales
De todo lo afirmado, pueden inferirse los siguientes puntos:
1) La fundamentación última del rechazo al aborto procurado no consiste en una hipótesis
científica.
2) En nuestra opinión, la fundamentación última del rechazo al aborto es, per se, que la
persona humana es tal desde el primer momento de la concepción, estando esto último
fundamentado en una ontología no sometida a testeo empírico.
3) Per accidens, esto es, aunque se dude de la afirmación anterior, la sola duda de si el
embrión es humano o no justifica el rechazo al aborto procurado directamente.
4) El Magisterio pontificio ha basado su rechazo al aborto sobre todo en esta última
argumentación, principalmente cuando su autoridad magisterial está en juego.
5) En este último caso -cuando la autoridad magisterial está en juego- es prudente que el
Magisterio distinga cada vez más con mayor claridad el argumento moral principal de otros
que, con relación a la Fe, sean opinables.
8
9
Op. Cit., cap. III, Nro. 60.
Idem. La bastardilla es nuestra.
4