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Qué modelo productivo le conviene a la Argentina Rodolfo Terragno, senador nacional, presidente de la Fundación Argentina Siglo 21 Muchas gracias. Permítanme adherirme primero a los sesenta años de Clarín, un diario que a través de estas seis décadas ha mostrado un compromiso permanente con la idea de desarrollo como objetivo nacional. Y celebrar también esto que Clarín ha llamado “Ciclo de debates abiertos a la sociedad” Esta idea de facilitar la formación de políticas de Estado, creo yo, es de un extraordinario valor, porque no hay desarrollo sin políticas de Estado continuadas a través del tiempo. Ni Clarín ni los panelistas entendemos por debate una confrontación, un duelo, sino todo lo contrario. Entendemos por debate la idea de que cada uno exponga su pensamiento y los demás escuchen. Yo lamento que el ministro de Economía va a escucharse a sí mismo y a nadie más, porque creo que hay cosas que debería oír. Yo le voy a hacer llegar un disco compacto y una versión impresa de esta exposición, y lo voy a invitar a que, siguiendo el ejemplo de Clarín, organicemos, en las condiciones que él juzgue oportunas, con las garantías que él considere oportunas, un verdadero debate en el cual él sea parte, porque, como pretendo probar en los próximos veinte minutos, yo creo que la Argentina no está avanzando hacia el desarrollo, sino hacia una nueva frustración. El modelo productivo que asegura el desarrollo en el menor tiempo posible es el que debemos construir y para eso debemos tener en cuenta, primero, que el mero crecimiento no es desarrollo. Un país es desarrollado cuando integra ese grupo de naciones con la mayor productividad, competitividad, poder adquisitivo y calidad de vida. ¿Qué distancia nos separa de ese grupo de naciones? Es una distancia enorme. Después vamos a ver cómo podemos hacer este análisis más optimista. Supongamos ahora que la Argentina crece un 8% sin parar durante treinta y un años, cosa que es imposible, y que Dinamarca se queda estancada durante treinta y un años —crece cero—, lo cual también es imposible. En el 2036 la Argentina tendría el mismo PBI per cápita que Dinamarca tiene hoy, no el que va a tener en el 2036. Podemos hacer este ejercicio con otros países: Noruega, Suiza, Estados Unidos, el Japón. Creciendo siempre al 8% y teniendo a todos los demás estancados, ¿cómo estaríamos para el Bicentenario, que es lo que hoy nos convoca? Estaríamos igual que Letonia hoy, con 5.450 dólares, y peor que Lituania, que tiene 5.704. En realidad, estamos mucho más lejos, porque, como señalábamos antes, es imposible crecer al 8% fijo, porque los demás países van a crecer, no se van a quedar estancados. Como ejemplo, cito que Letonia y Lituania, a los que utilicé para referirme al Bicentenario, crecieron 9,4 y 7,1% el año pasado. Por eso creo que el Bicentenario de Mayo está perdido. Si lo que nos proponemos es una estrategia de desarrollo económico, hay que pensar en el Bicentenario de la Independencia. Hay que poner la vista en el 2016 y, por supuesto, empezar desde hoy. Para eso hay que ponerse metas ambiciosas pero realistas. No tomar como referencia a Noruega, Suiza, Estados Unidos o Dinamarca, porque eso es imposible, sino a España, que es el país número veinte en el mundo, que no tiene ni la mitad del PBI por habitante que tiene Noruega, que tiene 40% del PBI per cápita. Y no vamos a tomar el PBI per cápita sino la paridad del poder adquisitivo, porque en paridad de poder adquisitivo estamos más cerca de los países desarrollados, por las razones que vamos a ver enseguida. No vamos a suponer una tasa fija del 8%, porque eso es imposible, sino una tasa variable, con promedios de entre el 5 y el 7%. Digo que es importante tomar el PPP, aunque es un concepto técnico complejo —que la revista The Economist ha popularizado con un ejemplo muy sencillo, que es el ejemplo del Big Mac—, porque el PBI per cápita no refleja las reales diferencias en estándares de vida. Por ejemplo, Noruega tiene un PBI per cápita que es 14 veces superior a la Argentina, pero los precios internos en Noruega son 3 veces superiores a la Argentina. En lo que ilustra The Economist, con los dólares que en Noruega se compra un Big Mac, en la Argentina se compran tres. De este modo, lo que nos separa de Noruega no es una diferencia de 14 veces, sino de 4 ó 5. ¿A cuánto tenemos que crecer para tener en el 2016 el PPP —no el PBI per cápita— que España tiene hoy, no el que va a tener en el 2016? Tenemos que crecer a 7% promedio, que es una cifra alta. Con otras tasas ya nos vamos más lejos: con el 6% nos vamos al 2017; con el 5% nos vamos al 2020. ¿De dónde partimos? ¿Cómo está la Argentina hoy? A mi juicio, no tiene estrategia de desarrollo, no tiene metas ni plazos ni tasas adecuadas, y el crecimiento de este período, 2002-2005, es un crecimiento engañoso. Primero, porque hubo un rebote después de cuatro años de depresión, y si no hay nuevos impulsos, después de la desaceleración, se va a producir un amesetamiento y vamos a entrar posiblemente en una tasa baja; ya lo pronostica el Ministerio de Economía. El gran impulso lo dio la devaluación, con todo lo traumática que fue, por la forma y la oportunidad en que se dio, pero si hubiera seguido el 1 a 1, que hasta último momento defendieron con uñas y dientes el presidente de la Rúa y el gobernador Kirchner, no habríamos tenido ni alza de las exportaciones, ni sustitución de importaciones, ni crecimiento industrial, ni aumento del empleo, ni superávit fiscal, ni ninguna de estas cosas. Éstos son efectos transitorios, a menos que se mantenga la paridad real o que haya aumentos de la productividad que compensen su deterioro. Es decir, la paridad real es el valor del dólar descontada la inflación. El rebote, la devaluación, coincidió con la apreciación de los commodities. América latina tuvo que sufrir durante muchos años precios bajos de las materias primas que la hundieron y ahora tiene precios altos. Ahora toda la región está creciendo, no sólo la Argentina. Crecen también los países que no tuvieron devaluación y crecen también los países que importan petróleo a pesar de esta trepada del precio internacional a 60 dólares. El año pasado, según las estadísticas del Banco Mundial —tomo Banco Mundial para que sea metodológicamente homogéneo—, Venezuela creció 15,3 y ahí sí hubo impacto del petróleo; Uruguay creció más que la Argentina, 11,6, y Uruguay importa el ciento por ciento del petróleo que consume; la Argentina creció 8; Ecuador creció 5 —también país petrolero—; Chile creció 4,9 —importa el 90% del petróleo que consume—, y el conjunto de la región, incluidos los países dependientes del petróleo importado, creció 3,3. Según Moreno, el presidente del BID, toda la región ha crecido durante estos tres años. Han sido tres años consecutivos de crecimiento económico, lo que no tenía precedentes desde hacía mucho, y la economía mundial indica que vamos a crecer todavía un par de años más. Entonces, todo este crecimiento que ha generado cierta euforia hay que tomarlo con pinzas, porque hay que evitar que la historia se repita. Con la convertibilidad se gastó el dinero de las privatizaciones, y ahora se está gastando el dinero del petróleo y de la soja. Ésta es la escena permanente: aparece el sol, disfrutamos de esa placidez, hay una enorme euforia, hasta que llega el tsunami. Cuando llega el tsunami todo el mundo corre desesperadamente, y después viene la destrucción, y no sólo la destrucción, sino las recriminaciones recíprocas y los errores de diagnóstico. Creo que la Argentina de hoy es un país sin visión de futuro y eso lo demuestra la tasa de crecimiento que fija —después de este período de desaceleración, 7,3; 4; 3,5— como horizonte el gobierno, que es 3%. Con esa tasa del 3% tendríamos el actual PPP de España en un cuarto de siglo, en el 2029. Es decir que no estamos planeando ni siquiera para nuestros nietos. ¿Cómo habría que hacer para crecer al ritmo necesario? Para explicarlo de la manera más rápida, creo que la inversión tiene que ir al 25 o 30% del producto, hace falta un plan de productividad y un monitoreo de la evolución de la productividad —después podemos explicar esto más en detalle—; una política industrial que ayude a las locomotoras del crecimiento, no necesariamente a las industrias tradicionales o más demandantes; un enorme esfuerzo en ciencia y tecnología, en investigación y desarrollo en gran escala; una sociedad posindustrial, creación de tecno-ciudades que pongan juntos a científicos, técnicos, laboratorios y fábricas; una educación —coincido con lo que señalaba Luis— donde haya un salto en la calidad de la enseñanza y una elevación de la exigencia en todos los niveles; en las exportaciones hace falta una trading company, como la del Japón o Corea; nuevas ventajas competitivas en áreas industriales y posindustriales, especialmente en aquéllas de salarios altos; en trabajo, un reentrenamiento de la fuerza laboral, un genuino seguro de desempleo para quienes queden desfasados por el cambio de modos de producción; las Pymes integradas a cadenas de valor, porque la mayoría de ellas no pueden por sí solas alcanzar los estándares de productividad y competitividad necesarios; la seguridad jurídica en un sentido amplio, incluyendo en la seguridad jurídica la formalización de la economía, el fin del trabajo en negro, además de un sistema tributario estable luego de su adecuación; la integración Mercosur debe ser la base de la unión sudamericana a través de la convergencia macroeconómica, y eso, una nueva escala del mercado interno para tener la suficiente envergadura para acometer el mercado internacional y un sistema bioceánico Atlántico-Pacífico. Aquí viene el falso consenso. Cuando uno enumera estas cosas, sobre todo si las enumera rápidamente, va a surgir mucha gente que va a decir: “Pero todos estamos de acuerdo en eso. ¿Quién está en contra de la producción? ¿Quién está en contra de la inversión? ¿Quién está en contra de la tecnología? ¿Quién está en contra de las exportaciones?”. Y el gobierno va a decir: “Eso es exactamente lo que estamos haciendo nosotros”. No es cierto. Creo que hay que someter algunos aspectos de la política económica a la prueba del ácido. Cuando uno deja caer ácido nítrico sobre falso oro, el falso oro cambia de color; cuando uno lo deja caer sobre el oro, el oro permanece inalterable. Hay que aplicarle la prueba del ácido a la política tributaria, a la política presupuestaria y a la política cambiaria. En impuestos, lo que tenemos es un sistema que conspira contra la inversión, la producción y el consumo. De cada 100 pesos que recauda el Estado, 37 se los quita a los consumidores, por el hecho de consumir. Sólo por IVA les saca 29; 22 los toma de las ganancias de particulares y empresas, sin distinguir ganancias distribuidas y ganancias reinvertidas; 11 se lo cobra a los exportadores por el solo hecho de exportar, y 8 los obtiene castigando a quienes operan con cheques. Realmente, esto no es un sistema tributario. Es una red de peajes. El Estado tiene casillas en los comercios, casillas en los bancos, casillas en los puertos, y le cobra al que pasa. En el mediano plazo, la consecuencia de todo esto es que estimula la recesión; después, para resolver los problemas de recesión, entramos en todos los mecanismos de ajuste mediante disminución de la inversión pública, abaratamiento del dólar, etcétera, y ese ciclo, que a veces se interrumpe por causas coyunturales, ha signado la evolución de la economía argentina durante muchos años. Hace poco hubo una nota muy interesante de Ismael Bermúdez en Clarín sobre esto, sobre el sistema impositivo. Decía que todo el mundo está de acuerdo en que hay que cambiarlo, pero han pasado décadas y nadie lo hizo. El propio presidente Kirchner en su programa electoral incluía hacer los impuestos más progresivos, bajar el IVA... Como señala el columnista de Clarín, ha pasado más de medio período y no se ha hecho nada. El presupuesto no tiene la inversión necesaria para sustentar el desarrollo. Hay una baja inversión pública, derivada de lo anterior, de un mal sistema tributario, que cobra peaje pero no tiene capacidad para percibir lo que debería percibir. Entonces, tenemos que el gasto público —entendiendo gasto más inversión— de los países desarrollados es de 36,8 del producto; el de los países en transición, de 32,3; del promedio de 111 países que toma la ONU para calcular esto, 29,2; de los países en desarrollo, o sea, subdesarrollados, con el eufemismo internacional, 24,1; y la Argentina solamente, 22,2. Un aspecto clave es qué se va a hacer para sustentar la tasa de crecimiento, la inversión en materia de energía. Las inversiones previstas en el presupuesto son de 2.500 millones; las necesarias, según un estudio muy meticuloso que ha hecho la Fundación Crear, son de 33.223 millones en veinte años si se va a crecer al 3%, y de 52.993 millones si se va crecer a 5%. Estamos muy, muy lejos de esos niveles de inversión. Además, tenemos una baja productividad. Éste es un concepto muy importante y muy poco comprendido a veces fuera de las ciencias económicas. Porque con la misma cantidad de factores — dinero, trabajo, tierra, materias primas, tecnología— se puede producir o mucho más o mucho menos. El Estado no tiene planes para incentivar la productividad general ni la productividad del sector público. Hay un índice muy importante, que lo hizo McKinsey, tomando la productividad argentina con referencia a la productividad norteamericana. Fíjense que entre 1990 y 2001, a pesar de las privatizaciones, a pesar de la inversión extranjera, a pesar de las transformaciones que hubo en el Estado, prácticamente la productividad argentina no cambió: pasó de 29 a 32%. Eso significa que con la misma cantidad de factores Estados Unidos produce tres veces más que la Argentina. Ése es un índice que hay que tener con respecto a todos los países del mundo. Otra clave de la productividad es la inversión en ciencia y tecnología. Acá, toda la literatura oficial nos va a hablar de la sociedad del conocimiento y de las leyes de promoción de la nanotecnología, de la biotecnología, de la industria del software, pero hay que ver cuáles son los números. La inversión prioritaria en ciencia y técnica según el presupuesto es 0,06 del producto, y hay que medirla además en valores absolutos, porque la investigación requiere equipos, instrumental, drogas, reactivos que deben importarse y hay que pagarlos en dólares. Y para eso hay 100 millones de dólares. El dólar, por último, está sometido a un progresivo ataque. El presidente dijo en la asamblea “Mantendremos un cambio realista, pro producción y pro empleo”. En Dubai lo que se planteó es una disminución del dólar real a 1,40. Esto no estaría mal si estuviese vinculado a un incremento de productividad, porque tampoco se puede mantener un dólar real artificialmente porque eso produce inflación y no da más competitividad. Pero a eso hay que agregarle el sistema de cambios múltiples derivado de las retenciones. Tenemos seis tipos de dólares distintos según qué es lo que se exporte. Desde un dólar de 2,98 a uno de 1,64 que, medidos en términos reales, es decir, descontada la inflación, van de 1,75 a 1,21. Y se da la paradoja de que estamos subsidiando a los productores norteamericanos y europeos. Porque nos quejamos de los subsidios que ponen ellos, decimos que no vamos a hacer el ALCA mientras Estados Unidos no saque los subsidios, y nosotros les cobramos a los productores argentinos por el hecho de exportar a Estados Unidos o Europa, con lo cual estamos, en definitiva, subsidiando a la producción extranjera. Todo esto se defiende con argumentos que son insostenibles. Por un lado, se dice que es mantener un equilibrio entre los distintos sectores de la producción y esto es falso. Hay algo que es muy claro: el dólar financiero no tiene retenciones, además de no tener impuestos, porque no hay capital gains, no hay impuesto a las ganancias de capital en la Argentina. Es decir que la especulación no paga impuestos y no tiene retenciones; la producción sí. Pero se dice que el problema es que las grandes petroleras, si no, harían ganancias obscenas. Las grandes petroleras son las que tienen refinerías y el 50% de la nafta se exporta y la retención efectiva que tiene es solamente el 4,76%. Es mentira que esto esté dirigido a esto. Hay que evitar que los precios internacionales se trasladen a la canasta familiar. También es falso, porque la mayor retención recae sobre la soja, que no forma parte de la dieta argentina. El otro día escuchaba a Grinspun que decía “qué lindo es ver un campo de soja y comer otra cosa”. El bife, la carne, paga 4,76%. A veces se lo amenaza con tocarlo para manejar precios internos. Ésa es la realidad. Las retenciones están hechas con un criterio fiscalista, puramente fiscalista, y con un sesgo antiexportador. No hay ningún esfuerzo por aumentar la competitividad. Un país es competitivo cuando produce, con igual o mayor calidad que sus competidores, a igual o menor costo que los competidores, bienes o servicios con fuerte demanda en el mercado mundial. No hay un esfuerzo en ese sentido. Veamos lo que es la tabla de la competitividad en el mundo. Finlandia va primera en el mundo; Suecia, tercera; Dinamarca, cuarta; Islandia, quinta; Noruega, novena. En América latina, el país mejor situado es Chile, que es 23 en el mundo; después vienen México, Uruguay, El Salvador, Colombia, Costa Rica, y después de todos ellos la Argentina, que es 72 en el mundo. El dólar, por supuesto, no es el único factor. La falta de competitividad es el resultado de todas las políticas ausentes en la Argentina. Como síntesis, creo que tenemos tasas de crecimiento muy bajas, que no conducen al desarrollo; inversión prevista insuficiente; un sistema tributario que atenta contra la inversión, la producción y el consumo; no hay metas ni monitoreo de la productividad; el estímulo a la ciencia y la tecnología es puramente retórico; el dólar se usa para resolver problemas fiscales o regular precios internos, no para asegurar la competitividad, y yo no conozco un solo ejemplo de un país que se haya desarrollado de esta manera. La Argentina puede crecer a altas tasas, desarrollar su productividad y competitividad, crear empleo a gran escala, elevar el estándar de vida de su gente, y ser para el Bicentenario de la Independencia una de las naciones en desarrollo más pujantes y con una excelente perspectiva para la calidad de vida de su gente, pero no con la actual política económica. Muchas gracias. Gracias, doctor Terragno. Ahora invitamos al doctor Arriazu, que va a hablar sobre los cambios en la estructura de la economía mundial: desafío del ahorro y la inversión. El doctor Arriazu tiene uno de los libros más medulares de la economía argentina, Lecciones de la crisis argentina, muy recomendable, sobre las bases de un programa de esquema de desarrollo sustentable.