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Del crecimiento al desarrollo sustentable
Roberto Lavagna, ministro de Economía de la Nación
En casi treinta de los sesenta años de la vida de Clarín; para ser más preciso,
en los últimos veintisiete años, desde 1975 hasta el derrumbe del 2001, mi
impresión es que la Argentina perdió completamente el rumbo estratégico. De
hecho, y quiero hablar solamente de las cuestiones económicas y sociales,
aunque, por supuesto, hay factores de otra naturaleza, de extrema importancia,
como es el tema de los derechos humanos, obviamente, pero concentrándonos
en las cuestiones económicas y sociales, nuestra sociedad se tambaleó entre
recetas y políticas de un sentido muchas veces completamente opuesto entre
sí, enfrentó una fenomenal volatilidad en términos de la evolución de su
economía y, por supuesto, las consecuencias más obvias y más centrales
fueron un muy bajo nivel de crecimiento y un claro desmejoramiento,
empeoramiento, en la distribución del ingreso. Esos veintisiete años fueron,
además, un período durante el cual, en mi opinión, la Argentina fue muy
propensa a las salidas fáciles, a las salidas alegres, a las soluciones mágicas, y,
por qué no decirlo, casi a la charlatanería, que termina siempre en profundas
decepciones. Pero no quiero decir esto y que esto quede simplemente como un
discurso más, como un conjunto de frases vacías, derivadas de cuestiones
ideológicas, sino que me gustaría mostrar algunos datos básicos para mostrar
lo que fue ese período. Primero, el tema de la volatilidad. Tienen ahí que en
veintisiete años, catorce veces el producto bruto argentino decayó, es decir,
tuvo tasas negativas de crecimiento, y, en definitiva, esos catorce episodios
significaron, en un cálculo muy simple, que el país perdió algo así como el
49% de su producto bruto, 49% contando a partir de la línea de cero. Eso
significa, al mismo tiempo, que el 80% de esos años estuvimos o en medio de
la crisis, los catorce años de decrecimiento, o lo que hace falta simplemente
para salir de la crisis y recuperar lo que se había perdido antes. Para tomar un
patrón de comparación, uno puede tomar el caso de nuestro socio estratégico,
el Brasil, que en ese período tuvo cuatro o cinco casos de ese tipo —tiene un
valor que está prácticamente sobre la línea— y la magnitud de las caídas fue
mucho menor y la pérdida del producto implicada fue del orden del 12%. Esto
es, objetivamente visto, el resultado de esa etapa de políticas muchas veces de
signo opuesto entre sí y, para mí, en muchos casos, de soluciones muy
mágicas y facilistas. Esto se puede ver también, lo del facilismo, en lo que
fueron distintos planes económicos. La línea verde es lo proyectado, la línea
colorada es lo que ocurrió en la realidad, y hay distintos planes. En el del
gobierno militar, 1970-1975, obviamente, la línea roja de lo real está muy por
debajo de lo que se había proyectado; el del gobierno constitucional de 19731977, igualmente muy por debajo, y ya más recientemente, en la década del
noventa y de la convertibilidad, siempre la misma actitud, la misma idea de
que hay que vender optimismo, hay que vender pronósticos de esta naturaleza,
que, si sólo fueran pronósticos, sería menos grave, pero no son sólo
pronósticos, porque el Estado asume responsabilidades en materia
presupuestaria sobre la base de la línea verde. Cuando la línea verde no se
produce, hay una de dos soluciones: o la emisión de dinero espurio o el
endeudamiento. Durante las décadas del setenta y del ochenta, hubo más
emisión de dinero espurio y, en definitiva, situaciones de muy alta inflación o
de hiperinflación; en la década del noventa, hubo un fenomenal crecimiento de
la deuda externa; no sólo externa, de la deuda del país. Esto no fue siempre
así; esto no es intrínseco de la sociedad argentina e inevitable. Uno puede
comparar un período similar, los casi treinta años anteriores, el período que va
de 1950 a 1974. Ahí hay cuatro episodios de producto negativo, es decir, de
caída del nivel de producción del país, y una pérdida acumulada del orden del
15%. Las denostadas épocas del cincuenta, del sesenta, por el peronismo y por
el desarrollismo después, por la supuesta inutilidad de los gobiernos radicales
de los años sesenta, terminan siendo claramente mejores que las de los últimos
años. No siempre fue así, como han sido los últimos treinta años, y esto es lo
que hay que cambiar. También hay que cambiar la actitud respecto de lo que
yo llamaba el facilismo. Ahora no tomo un ejemplo del pasado, sino uno más
reciente, de lo que ha sido la actitud que la conducción económica actual, y el
gobierno actual, han tenido en materia de pronósticos, de planes y demás.
¿Cómo hemos trabajado? Al revés. Hemos trabajado siendo muy prudentes en
los pronósticos, sabiendo las dificultades que existen, y hemos asumido
compromisos en función de la línea verde —compromisos presupuestarios—,
y la realidad ha sido marcadamente mejor. El resultado, por cierto, es que hay
superávit fiscal, hay una capacidad de desendeudamiento, hay una capacidad
de manejar las variables, e incluso la independencia de la política económica
del país, mucho mayor que si hubiéramos caído en la tentación del pronóstico
optimista que después no se cumple y que deja heridas fuertes en la sociedad.
Quizá la profundidad de la crisis que tuvo el país en el año 2001 —y ustedes
saben que ésta no es una frase que decimos sólo los argentinos; el otro día en
el senado americano alguien, el subsecretario de Asuntos Latinoamericanos,
rindiendo su examen antes de asumir funciones, no dudó un minuto en decir lo
mismo que se dice en el Fondo, que la crisis tuvo una profundidad y una
magnitud equivalentes a lo que fue la crisis de 1930 en Estados Unidos—,
quizás esa crisis, por esa profundidad tan excepcional, puede haber creado las
condiciones como para entrar en una etapa diferente. Digo “puede”, aunque no
es seguro. En todo caso, al día de hoy, llevamos cuarenta y tres meses, un
poco más de tres años y medio, de un proceso diferente, un proceso que
empezó en el segundo trimestre del año 2002, que se acentuó en alguno de sus
rasgos durante el 2004 y 2005, y que, en lo personal, creo que hoy constituye
un activo social, un activo de toda la sociedad argentina, y un punto de partida
para intentar, como decía antes, un cambio sustentable. Puede que así sea, el
futuro no está escrito, depende de lo que hagamos todos nosotros, depende de
lo que haga el gobierno, depende del comportamiento social en su conjunto y,
por qué no —ya que estamos en la casa de un medio de difusión importante—,
depende también —como ha dicho un filósofo francés que ha trabajado el
tema no hace mucho tiempo, Wolton— de la forma en que se comporta la
prensa, que tiene una responsabilidad social. En todo caso, en eso que yo
defino como un posible punto de partida para una situación diferente, vale la
pena repasar algunos datos. Éste es el estimador del nivel del equivalente al
producto. Hubo una expansión en esos cuarenta y tres meses del 31%. Éste es
el mismo indicador pero para el sector industrial, por encima del promedio:
53%. La producción de granos creció 13 millones de toneladas; la
construcción, empezando en un nivel muy bajo, ha duplicado su nivel de
actividad; actividades relativamente más nuevas, como el turismo, que en el
2001 en términos netos era negativo y que ha pasado a ser hoy un sector muy
activo, muy importante, muy positivo, en términos de muchas cosas: de
divisas, por supuesto, pero en particular de creación de puestos de trabajo de
una naturaleza muy distinta, de todos los niveles de aprendizaje y demás; las
exportaciones van camino a los 40.000 millones de dólares, el récord previo
fue de 34.000 y si uno va a mediados de la década del noventa encuentra
valores del orden de los 30.000 millones. Dicho sea de paso, para aquellos que
hablan del precio de la soja y demás, el índice de precios de exportación
argentina de estos dos años es inferior al del año 1996-97. Si alguien tiene
dudas, no tiene más que entrar en el INDEC y ver que esto es así. Algo muy
interesante, que tiene que ver con el tema de la soja, de los que explican todo
esto por la soja: resulta que si comparamos con el mejor año hacia atrás, el año
1998, hay 15.800 millones más de exportaciones; de ese 15.800 millones más
de exportaciones, el 48% son MOI, manufacturas de origen industrial, y el
23% son manufacturas de origen agropecuario. La soja viene al final de todos,
fíjense ustedes. Como verán, algunas de las cosas que a veces se dicen son un
poco superficiales. En cuanto al tema de la inversión, está hoy en un récord
histórico, lo cual no significa que estemos satisfechos o no de dónde está.
Hasta ahora el récord había sido el año 1999. Hoy estamos en 21%, medido
como debe medirse, precios corrientes tanto de la inversión como del
producto, y, lo hemos dicho muchas veces, creemos que hacen falta 2 puntos o
2 puntos y medio más si queremos pasar de un pronóstico de crecimiento del
orden del 3,5 o 4% a uno del orden del 5 o 5,5%. La tasa de desocupación bajó
14 puntos, desde un nivel de casi 24% a principios del año 2002, a un valor
que para el mes de septiembre de este año es de 10,3%. El promedio del
último trimestre era del 12%; el valor puntual de septiembre es de 10,3. Hay 6
millones de compatriotas menos ubicados por debajo de la línea de la pobreza
y más de 4 millones y medio de los que estaban por debajo de la línea de
indigencia, con un dato muy importante, que es la disminución en pobreza e
indigencia de los menores de 14 años, porque ahí es donde se juega el futuro.
Los daños que dejan la pobreza y la indigencia cuando golpean a la niñez en
términos de su impacto futuro son muy grandes. Por supuesto que queda en
los dos rubros muchísimo por hacer, pero el cambio no es menor. Esto está
muy ligado al tema del empleo. Esos casi 14 puntos de caída de la
desocupación significa que se crearon en el sector privado de la economía
prácticamente 6 millones de puestos de trabajo nuevos. En cuanto al tema de
la distribución del ingreso, ahí tienen uno de los tantos indicadores que se
pueden usar, que es el coeficiente de Ginny. Por primera vez en muchos años
pareciera haber una tendencia claramente decreciente, es decir, de una
distribución mejor del ingreso. Eso puede verse de esa manera. La situación
fiscal es récord absoluto en cincuenta años; no sólo de la nación, sino también
de las provincias. Las tan denostadas provincias a las cuales, con una gran
injusticia, se las hacía responsables del déficit nunca representaron más, en el
peor momento, del 33%; el resto era déficit nacional, pero alguien mintió
abiertamente y tanto repitió la mentira que al final todo el mundo la daba por
una realidad. Hoy estamos en un superávit primario del orden de los 4 puntos
cuando se suma la nación y las provincias, que como mínimo es récord de
cincuenta años. En cuanto al tema de la deuda, no vamos a insistir demasiado
en lo que ha sido la reestructuración. En todo caso, hoy estamos en una deuda
bruta del 69% del PBI, que en términos netos —y cuando digo en términos
netos es restándole las reservas— está en el orden de el 51 o 52%. Sigue
siendo mucho. Personalmente creo, y el equipo económico comparte la idea,
que un país como la Argentina no puede permitirse más del 30% respecto de
su PBI en términos de deuda y, de ahí, la política de desendeudamiento. En
cuanto a las reservas internacionales, que estaban a principios del 2002 en un
poco menos que 9.000 millones, pasaron a 40.000 millones, de los que usamos
14.500 para disminuir la deuda, para hacer pagos netos a los organismos
financieros internacionales; básicamente, el Fondo; en poco menor medida, el
Banco Mundial, y en mucho menor medida, el Banco Interamericano de
Desarrollo. Pero, en definitiva el país fue capaz de acumular reservas desde
8.700, que fue el punto menor, a 40.000, haber usado ahora 14.500 para estos
pagos y tener disponibles unos 26.100 millones de dólares para redondear. Eso
es lo que yo llamaba el punto de partida posible para entrar en una etapa
distinta. El desafío que hay hacia delante por supuesto excede las cuestiones
estrictamente económicas. No va a haber una situación distinta si uno no
continúa afirmando la recuperación de la autoestima del país. Habíamos
perdido como sociedad totalmente la autoestima. En definitiva, va a depender
del comportamiento de la sociedad en su conjunto, de una sociedad que decide
que quiere ser protagonista de su futuro y no simplemente un observador
abúlico; una sociedad que sea capaz de rechazar los extremismos ideológicos,
de derecha y de izquierda, y que igualmente sea capaz de rechazar el
facilismo, que muchas veces se disfraza de pragmatismo sin ideología, pero
que no es, en definitiva, más que facilismo. En lo estrictamente económico, el
crecimiento como un proceso continuo, sustentable, no como algo meramente
circunstancial, en una economía de mercado, en una economía capitalista
como es la nuestra, tiene una serie de requisitos que tal vez valga la pena
recordar. Primero, desde ya, un esquema macroeconómico consistente, que
para la realidad argentina actual tiene como componentes fundamentales el
superávit fiscal, la reducción de la deuda, un papel distinto del que ha tenido
en el pasado el ahorro nacional, y tipos de cambio que sean acordes a las
productividades relativas de la economía argentina. En segundo lugar, reglas
de juego claras con respecto a la propiedad privada, a los contratos, lo que por
cierto se perdió en medio del colapso y que está todavía en proceso de
recomposición. También, una articulación fuerte entre el sector privado y el
sector estatal. Uno ve temas como la definición en materia de infraestructura o
las negociaciones económicas, financieras y comerciales internacionales,
donde la articulación que uno pueda generar entre el sector público y el
privado es absolutamente central. Además, la decisión de no encerrarse, de
estar dispuestos a reconocer que hay un mundo global, un mundo con el cual
uno tiene que interactuar, y buscar una inserción inteligente. Una inserción
inteligente tendría muchos componentes que no es el caso discutir, pero se me
ocurren dos: mucho cuidado con la integración financiera, la integración
financiera hecha fuera de la secuencia adecuada, empezando casi la
interrelación con el mundo por la apertura financiera, suele ser una fuente de
muy buenos negocios para los sectores financieros locales o del mundo, pero
suele ser una fuente generadora potencial de graves desajustes en la economía
del país, o en lo económico comercial —y dejo de lado las economías muy
pequeñas que son con estructuras casi monoproductoras, que pueden tomar
decisiones muy distintas de lo que voy a decir—, la apertura comercial es una
apertura que hay que hacerla simultáneamente con lo que hacen los
principales socios comerciales, los reales o los potenciales, que el país tiene.
También, políticas muy fuertes en materia de productividad, de innovación de
tecnología. Yo hablaba de 2 puntos o 2 puntos y medio más de inversión por
encima del nivel pico que hoy tenemos, pero eso también es variable. Eso
depende mucho de la productividad, es decir que no hay una relación fija entre
inversión y crecimiento; en el medio hay otra variable central que es la
productividad. Una distribución del ingreso que [...]
[…] requiere de recursos humanos formados desde la escuela preprimaria
hasta la universidad, con una importancia capital en lo que son las
universidades y las escuelas técnicas, y con una importancia no menos capital
en los temas de alfabetización digital, en los cuales estamos trabajando, entre
otras cosas, con el muy exitoso programa de distribución de computadoras y
de acceso a la red. Me parece que en los últimos años la Argentina debería
haber aprendido —deberíamos haber aprendido— dos lecciones muy claras.
Primero, la relación entre los programas macroeconómicos y las reglas del
juego, los contratos y las reglas del respeto a la propiedad. No hay ninguna
ley, no hay ninguna ley, que sea capaz de garantizar las reglas del juego si hay
un programa macroeconómico errado. Indefectiblemente, el programa
macroeconómico errado conduce a una crisis, mayor o menor —en el caso
nuestro fue fenomenalmente importante—, que barre con todas las leyes —la
del déficit cero, la de la intangibilidad de las reservas, la de la intangibilidad
de los depósitos—, toda la parafernalia noventista que fue barrida en el
momento en que se produjo el colapso. Pero, cuidado, que lo inverso también
es cierto. El mejor programa económico termina indefectiblemente en un
fracaso si no tiene un componente muy claro respecto de los contratos, de la
propiedad, de las reglas de funcionamiento de la sociedad. Son dos conceptos
que van indisolublemente ligados. Creo que ésa es la primera lección que yo
sacaría. La segunda es la relación entre la apertura comercial y el programa
macroeconómico. Una apertura comercial —y ahora incluso dejo la
financiera, de la cual hablé antes— hecha en el marco de un programa
macroeconómico errado —por ejemplo, un programa macroeconómico con
atraso cambiario— termina conduciendo al déficit comercial, al déficit de
cuenta corriente, genera desarticulación productiva, genera —como generó—
un fenomenal desempleo y termina generando también un fenomenal
endeudamiento externo. Pero, como en el caso anterior, lo inverso también es
cierto. Un programa macroeconómico cerrado, que no incluya cierto grado de
una apertura dinámica, inteligente, que evite la inserción comercial, termina
afectando la calidad de la inversión, la innovación, la productividad y, en
última instancia, termina afectando el crecimiento. En gran síntesis, yo diría,
para después poder pasar al diálogo con ustedes, que el desafío es consolidar
el esquema en materia de inversión y de empleo, y, simultáneamente,
continuar restaurando los efectos sociales de las políticas pasadas y de la
crisis, trabajando mucho en materia de creación de empleo, en términos de
distribución de ingresos, y, sobre todo, volver a recomponer el esquema de
movilidad social ascendente. Fíjense adónde habremos llegado que antes,
cuando a uno le hablaban de movilidad social, uno no tenía que decir nada
más; se supone que sólo había un sentido, ascendente. En la Argentina hoy
hay que aclarar porque, la verdad, durante muchos años, como lo demuestran
los datos que están allí, llegó a haber movilidad social descendente. En todo
caso, en estos tres años y medio, el promedio de expansión de la producción es
superior al 8% y las variables macro están alineadas como para continuar este
proceso. La situación fiscal es de superávit; el tipo de cambio es competitivo;
las exportaciones están en nivel récord; la inversión está en el máximo en más
de una década; la inflación está dentro de las metas; la deuda está
reestructurada; las tasas de interés en pesos son las de menor nivel en muchas
décadas; el crédito privado, empezando desde muy bajo, está creciendo; las
reservas están en crecimiento. Uno podría agregar las variables de tipo social,
el empleo, y demás. Están dadas las condiciones como para ir adelante. En
otros planes, al tercer año, a veces antes, había alguna de las variables
centrales ya totalmente desalineadas y a partir de ahí se empezaba con claros
parches. Para tomar los últimos, los más conocidos, el Austral no llegó al
tercer año: problemas de orden fiscal, problemas del manejo de deuda,
etcétera. La década del noventa, a partir de 1994, de antes de fines de 1994, y
de antes del Tequila, en consecuencia, ya tenía incorporado un atraso
cambiario muy fuerte y desajustes fiscales que no hicieron más que agravarse
a partir de la reforma previsional de mediados de 1994. A partir de ahí, la
deuda. La solución fue la deuda y la recesión. Hubo recesión en 1995 y en los
cuatro años previos a la crisis. En el año 2002, cuando estábamos en medio de
la peor crisis, cuando todos los pronósticos —y no necesariamente errados—
decían que íbamos camino a la hiperinflación, a la profundización en términos
de la caída de la producción, al aumento del desempleo y, obviamente, de la
pobreza, el equipo económico pensó, dijo y actuó en términos de que la
normalización era posible. Hoy hay muchos que dicen que parte de todo esto
tiene que ver con la devaluación, como si la devaluación fuera adquirida,
como si las devaluaciones en la Argentina, o en parte del sudeste asiático, o en
parte de América latina, no hubieran sido comidas después por procesos
inflacionarios o hiperinflacionarios, los mismos que pronosticaban. Lo
importante no era la devaluación; lo importante era la forma en que se
procesaba la devaluación. Y, claramente, si hubiera habido un proceso
hiperinflacionario, hoy no estaríamos hablando de lo que estamos hablando.
Nosotros les dijimos que creíamos que era posible estabilizar y normalizar la
situación y se hizo. No lo hizo el gobierno. Lo hizo, en todo caso, la sociedad
en su conjunto, la sociedad que interpretó, creyó, aceptó, se resignó, no sé qué,
pero dio lugar a que se pudieran empezar a ordenar algunas cosas y se
normalizara la situación. En el año 2003 les dije que, en nuestra opinión, la
recuperación no era un veranito. ¿Se acuerdan? Meses después, cuando era
claro que no era un veranito, les dije que no era una meseta. Supongo que
también se acuerdan los periodistas que escriben. Más tarde, sobre finales de
año, les dije que no era un rebote; no era simplemente un rebote, era bastante
más que eso. Creo que las cosas así resultaron. No sólo se recuperaron los
niveles pasados de producción, sino que hoy todas las variables están por
encima, con cambios estructurales muy importantes. Hoy el sector productor
de bienes transables —la industria, el agro, los servicios transables— tienen
15.000 millones de dólares más de peso dentro del PBI que lo que tenían en el
máximo año de la década del noventa, que fue 1998. En el año 2004, me
permití decirles que era posible evitar el aislamiento internacional, que aun
con una reestructuración de la deuda, que no era posible evitar —no quedaba
más remedio que hacerla; en nuestra impresión era absolutamente
inmanejable—, aun con una reestructuración muy fuerte, sin precedentes,
como la que hizo la Argentina, los mercados, si trabajábamos técnicamente, si
éramos firmes, si poníamos mucha claridad en lo que hacíamos y decíamos,
iban a terminar aceptándolo. Dije que dejáramos que hablaran los mercados, si
éramos capitalistas. Los mercados hablaron y aceptaron una reestructuración
en un porcentaje que supera incluso lo que son las cláusulas de acción
colectiva, que requieren un 75% de aceptación. En el 2005, les puedo decir
que creo firmemente —y espero no equivocarme—, sin apartarme de la
realidad y de ser muy realista, que estamos en un punto de partida para
escribir una etapa distinta, que la consolidación es posible. Estamos en el
cuarto año de expansión y yo creo que por el alineamiento que tienen las
variables el país puede, sin exagerar, aspirar a llegar al Bicentenario, que está
ahí, a cinco años, sin interrupciones en el proceso de crecimiento —es
fundamental no volver a tener ningún período de decrecimiento, de tasas
negativas—, continuar reabsorbiendo desempleo, continuar mejorando la
distribución del ingreso y, obviamente, mejorando las condiciones en la lucha
contra la pobreza y la indigencia, y, sobre todo, trabajando también muy
fuertemente en favor de un factor que me parece fundamental, que es la
educación. Alguien podrá decir que no es fácil. Por supuesto. Desde ya que no
es fácil. Por eso dije “puede”; no aseguré. Depende de todos nosotros, de los
argentinos; depende, sobre todo, para ser muy franco y muy crudo, de los
argentinos que se rompen el lomo trabajando y que necesitan del papel que sea
capaz de jugar su Estado, el Estado argentino, papel que no hace falta ni para
mover la cosechadora, ni la mezcladora, ni el torno, ni la computadora; un
papel que hace falta para que se fijen orientaciones a la sociedad, para que se
ayude en el medio de una sociedad democrática a fijar orientaciones. Un papel
del Estado que por la negativa implica que el Estado no sea un obstáculo, que
no sea una barrera, por sus mecanismos burocráticos y demás, y que por la
positiva, cumpla el papel de ser orientador, impulsor, fijador de prioridades,
árbitro de conflictos, proveedor de seguridad, proveedor de mecanismos de
relacionamiento con el mundo. Peligros hay siempre. Esto está claro. Antes de
terminar, quiero ser muy crudo en esto. En el caso argentino, visto la
experiencia pasada, hay dos grandes riesgos: el de un conservadurismo rancio
y mohoso, que copia recetas, y las copia mal, las copia a destiempo, y el de un
progresismo de salón o de tribuna, que, a veces, con el estilo de los ludistas
ingleses que destruían máquinas para parar la modernidad, quieren destruir el
sistema porque no saben como jugar en él. Desde nuestro punto de vista, el
futuro argentino se construye en torno a cuatro ejes centrales: la educación, la
ciencia y la tecnología, la inversión y la productividad, la revalorización del
ahorro nacional y de la inversión extranjera como complemento del ahorro
nacional, y una distribución más equitativa del ingreso. Muchas gracias.
Preguntas del Público:
Agradecemos nuevamente al ministro y a nuestros tres panelistas, que
cedieron la parte de las preguntas. Tenemos algunas preguntas, que pueden
formularse por escrito. Ministro, usted planteaba el tema de la inflación dentro
de las metas. Sin embargo, la primera pregunta es cómo se piensa enfrentar la
inflación.
Lavagna: La inflación, en primer lugar, está dentro de las metas. Acá importa
que les explique por qué el Ministerio de Economía, a través del presupuesto,
sostuvo estas metas. Sencillamente, porque lo habitual en la experiencia
internacional es que en los primeros dieciocho o como máximo veinticuatro
meses posteriores a una devaluación importante se producen distintos ajustes
de precios relativos, transables y no transables, intrasectores, que tienen que
ver con los efectos de la devaluación, que absorben, que comen, que erosionan
parte del efecto de la devaluación. En el caso argentino esto ocurrió en los
primeros veinticuatro meses, o treinta y pico de meses, en una proporción
mucho menor que lo que han sido muchas experiencias argentinas en esta
materia, pero también que la de México, la del Brasil y la del sudeste asiático.
Uno podría discutir cuáles son las razones. Probablemente, la profundidad de
la crisis demoró el proceso de reordenamiento de los precios relativos, pero en
algún momento ese reordenamiento iba a llegar y está llegando. Nosotros
pensamos que esto iba a ir ocurriendo este año y que va a ocurrir el año que
viene, y por eso tanto el año pasado como éste hemos planteado un
presupuesto y una meta inflacionaria en torno del 10 u 11%. ¿Cuál es el
desafío? Que esto no exceda eso. Es el mismo desafío que tiene cualquier país
en esta circunstancia. Algunos lo tienen en el mes dieciocho o en el
veinticuatro como mucho; nosotros lo estamos teniendo en el mes treinta y
pico. Se enfrenta sin hemiplejías intelectuales. No se enfrenta sólo subiendo
las tasas de interés, haciendo política monetaria, o inflation target. Se enfrenta
con todos los instrumentos que hay, que son política fiscal, en este caso en un
papel absolutamente central, política monetaria y política de ingresos. En
general, algunos de nuestros interlocutores en el campo financiero
internacional este último capítulo de los libros no lo leyeron, o a lo mejor se
educaron en los últimos veinte años, donde fueron eliminados de los libros,
pero la política de ingresos es una política válida. ¿Qué entra dentro de la
política de ingresos? Desde políticas de defensa de la competencia, que son
uno de los instrumentos que hoy pueden existir, hasta cosas más tradicionales,
como acuerdos sectoriales, acuerdos más cupulares al famoso estilo de la
Moncloa, que no resuelven el problema por sí mismos, ni remotamente, pero
que son instrumentos que, articulados con política fiscal y monetaria, pueden
ayudar a cumplir efectivamente el papel antiinflacionario. Como ustedes
saben, yo hice algunas declaraciones hace una semana en materia fiscal,
ratificando plenamente la política de superávit e incluso estableciendo que en
los próximos seis meses, tal como hicimos en el 2004, íbamos a colocar en
una cuenta separada, indisponible, cuyos fines son más bien de tipo anticíclico
o de ayudar al alineamiento de alguna variable que pueda desalinearse, todos
los excedentes de recaudación que pudieran producirse. En los últimos dos
años ha habido excedentes. En el año 2004 llegamos a acumular el equivalente
a 1.200 millones de dólares, que fueron usados, en buena medida, a lo largo
del año 2005 a pesar de no haber tenido acuerdo con el Fondo. Ese mismo
procedimiento vamos a seguir usando.
Pregunta: ¿Qué pasa con las tarifas? Porque existe la sensación de que hay
cierto retraso en la actualización de algunas tarifas de servicios públicos que
viene de la negociación de todos los contratos.
Lavagna: Cuando haya algo que decir, se lo vamos a informar.
Pregunta: ¿Qué sectores industriales se verían más afectados con un posible
ingreso de la Argentina en el ALCA?
Lavagna: Estos últimos días ha habido muchas cosas sobre esto, a raíz de la
reunión de Mar del Plata. Si son 28 o 29 que aceptan y 5 que no aceptan;
entonces, 28 o 29 parecen mucho más grande que 5. Hagamos un análisis de
los que aceptan. Los que aceptan son algunas economías grandes, como
México y el Canadá, que ya están integradas con Estados Unidos, que bien o
mal ya sacaron los beneficios o pagaron los costos. Desde mi punto de vista,
es simplificar decir que tal país ganó o perdió. Seguramente, el norte de
México ganó y el sur habrá perdido. La agricultura mexicana está pidiendo a
los gritos protección porque le llegó el momento de la verdad después del
período de transición. En todo caso, las economías grandes ya estaban y no
tienen nada que decir. Después están las economías que son básicamente
monoproductoras, que no tienen industria que defender, que no tienen
servicios, que son sumamente pequeñas, que les abren una ventanita en el
mercado de Estados Unidos, que es tan enorme, que ya ni siquiera lo pueden
abastecer. Ni de ese monoproducto tienen capacidad de abastecerlo y hacen
bien en integrarse al proceso. Ésos son como 18 países, todas las islas del
Caribe y todo Centroamérica. Después vienen los países que tienen un
programa antidroga: Colombia, el Perú, Bolivia, que tienen accesos ya
concedidos al mercado americano como parte de un proceso de lucha contra la
droga. En una cuarta categoría está, por ejemplo, Chile, que no tiene
agricultura, o la que tiene está protegida o subsidiada, igual que la de Estados
Unidos o la Unión Europea. En consecuencia, no tiene ningún interés en pedir
nada o en dar una batalla por la agricultura. Después venimos nosotros.
Nosotros somos el Brasil, la Argentina, Uruguay y el Paraguay, donde los
intereses centrales son materia agrícola y de agronegocios. Si hay algo en eso,
hay que entrar. Si no hay nada, no. Dejo las cuestiones de forma porque cada
uno puede tener sus propias opiniones y voy a la cuestión de sustancia. ¿Cuál
fue el resultado de la reunión de Mar del Plata? No es una negativa, ni mucho
menos, al ALCA. Establecimos una fórmula, que incluso pedimos que la lleve
adelante el presidente de Colombia, que está a favor del ALCA, de analizar la
situación después de Hong Kong. Ahí vamos a saber si Estados Unidos va a
poner algo en materia agrícola. A lo mejor lo pone, pero como la Unión
Europea no lo pone, lo retira, que es lo mismo que no ponerlo. Si en la ronda
de Hong Kong hay algo en materia agrícola, es muy posible que tenga mucho
sentido volver a sentarse a discutir las cuestiones continentales, donde uno
puede intentar obtener un Hong Kong plus. Pero eso lo vamos a ver. Las
noticias de las últimas horas no son demasiado optimistas sobre Hong Kong.
Si no hay Hong Kong, tampoco va a haber ninguna oferta sustantiva en
aquello que a nosotros nos interesa. Por eso algunos entran y otros no, y
probablemente ambos grupos seamos absolutamente racionales. No hay una
medida única para un conjunto de 34 o 35 países que son tan disímiles
estructuralmente o que ya están, respecto de su relación con el mercado más
grande, en una situación tan diferente.
Pregunta: ¿Qué falta para las grandes inversiones de las grandes empresas?
¿Qué medidas económicas se planea implementar para fomentar el
crecimiento y la inversión?
Lavagna: El tema de la inversión es absolutamente central. De hecho, la lucha
en serio estructural contra la inflación se da por la vía de un aumento de la
oferta que, por supuesto, datos de productividad mediante, depende de la
inversión. Éste es un punto de discordia con el Fondo, porque ellos reclaman
reformas impositivas. El problema es que las reformas impositivas que ellos
reclaman son las que ellos quieren, no las que nosotros hacemos. Nosotros
hemos hecho reformas impositivas, básicamente de bajar impuestos, ligados a
la inversión, el régimen de amortización acelerada, el régimen de devolución
del impuesto al valor agregado sobre los bienes de capital y, ahora, en el
Congreso, ya a punto de obtener el dictamen de comisión para que sea tratado
este año, nada más y nada menos que la exención total y absoluta del impuesto
a las ganancias para las empresas PyME —85 a 90% del total de las empresas
del país en número, 45 a 50% en términos de PBI—, exención total y absoluta
a las PyME que reinviertan las utilidades. Todo eso es una política impositiva
de rebaja de impuestos, distinta de la que otros piden, pero es rebaja de
impuestos, e incluso la vamos a seguir por este camino y no por el que algunos
sectores piden.
Pregunta: ¿Por qué si hay superávit fiscal la Argentina sigue emitiendo deuda
en bonos?
Lavagna: La Argentina emite bonos en términos brutos. Para que se entienda,
cada vez que emitimos 100 pesos o dólares, cancelamos 120. Siempre
cancelamos más de lo que emitimos. Lo que emitimos sirve únicamente para
ampliar los plazos, para evitar la acumulación de los vencimientos y para ir
corriendo una parte de los vencimientos, porque otra parte, esos 20
adicionales, son disminución neta de deuda, y esta política va a seguir con
respecto a las deudas de orden local, las deudas en bonos para los privados o
las deudas con los organismos multilaterales, en la medida en que seamos
capaces de seguir haciendo bien las cosas y teniendo un superávit fiscal del
tipo del que estamos hablando. La emisión es siempre emisión bruta. En
términos netos, siempre hay disminución de deuda. Si ustedes se tomaran el
trabajo —que no tienen por qué hacerlo— de ver los comunicados que hace el
Ministerio de Economía después de cada emisión, siempre destaca que esta
emisión se hace en del marco de la política de disminución neta de la deuda.
Pregunta: Una pregunta infaltable. ¿Van a tener otra oportunidad los que no
entraron en el canje?
Lavagna: No. Hoy veía en algunos de los diarios qué bien que le va a ir a
Buenos Aires. Me parece estupendo que le vaya bien. ¿Por qué creen que le va
a ir bien? Porque algunos de estos señores, los mismos actores, se han
enterado de que es mejor ser racionales, entrar, y que no se les repita lo que ya
les pasó con la deuda argentina, donde hicieron una fuerte oposición política.
¿Quiénes hicieron la oposición política, sobre todo? Representantes de los
bancos italianos. ¿Ustedes leyeron las noticias sobre la colisión entre las
autoridades del Banco Central italiano y los bancos? Ésos fueron los que
hicieron la oposición. Fíjense contra qué luchamos. Contra una banda bien
integrada que nos hizo jugar el papel de malos de la película cuando la
racionalidad económica estaba ahí, cuando hoy los bonos argentinos post
default se están valorizando, porque están viendo que la Argentina está
cumpliendo muy firmemente todo lo que había comprometido en el proceso
de reestructuración y porque, incluso, esa variable nueva que la Argentina
introdujo y que hoy muchos economistas recomiendan y los mismos
organismos internacionales comienzan a recomendar, que es un cupón ligado
al crecimiento, ha cobrado un valor interesante, no sólo porque el país crece,
sino porque creen que las perspectivas de crecimiento son incluso mejores que
las que nosotros pusimos en el presupuesto para hacer prudentes.
Pregunta: ¿Piensa retrotraer el impuesto a las ganancias para los trabajadores
al momento previo al impuestazo Machinea?
Lavagna: No.
Pregunta: ¿El tipo de cambio real bajará?
Lavagna: El tipo de cambio argentino es un tipo de cambio flotante. Es una
flotación sucia, pero es flotante. Creo que quedó claro de lo que dije en el
discurso que uno en economía no maneja todas las variables a su gusto.
Vamos a hacer todo lo que haga falta —lo ha dicho el presidente Kirchner, lo
he dicho yo en diversas oportunidades—, vamos a trabajar con todos los
instrumentos que uno tiene al alcance para asegurar que el país tenga un tipo
de cambio claramente competitivo.
Pregunta: ¿Hay que imaginar un 2006 con o sin acuerdo con el Fondo?
Lavagna: No es imprescindible. Sería más fácil. La verdad es ésa. Un acuerdo
razonable, que reconozca que la Argentina ha salido sola, sin ninguna ayuda,
sino al revés. En medio de la peor crisis pagamos 14.500 millones de dólares.
No hay ninguno de los grandes deudores del Fondo que haya sido capaz de
hacer lo que hizo la Argentina. De los que hoy son deudores —algunos en
Eurasia, otros por acá, en América latina—, ninguno fue capaz de cancelar
deuda como lo hizo la Argentina. Ninguna ayuda, ninguna ayuda, y, sin
embargo, la sociedad argentina salió. De que sería mucho más fácil con un
acuerdo razonable no hay ninguna duda. Por eso, ponemos recursos humanos,
tiempo, esfuerzo, en tratar de lograr un acuerdo. Esto es así. Nosotros estamos
listos para empezar la negociación cuando sea —el Fondo ya lo sabe y yo hice
también declaraciones muy claras—, siempre y cuando no interfieran en el
corazón de la política económica. Si piden un tipo de cambio de 2,20 o 2,30 o
2,40 o 2,50, no. Si piden que en lugar de rebajar los impuestos a la inversión,
rebajemos las retenciones, no. Hay cosas que hacen al corazón del programa
económico que no vamos a conceder. No es imprescindible, pero sería más
fácil, de manera tal que vamos a poner todo el esfuerzo en lograrlo. Si no se
logra, tendremos que seguir trabajando solos como sociedad, como hemos
trabajado hasta ahora.
Pregunta: ¿Cómo ve económicamente el Mercosur para el 2010 y cuál sería la
relación con el ALCA?
Lavagna: Estaba en la pregunta de antes. Si tanto en Hong Kong como en una
posterior discusión continental, el sector de agricultura, de agronegocios
tienen una apertura en serio, uno puede definir un futuro distinto del que va a
resultar si no la hay. Está muy condicionado a eso. En lo que hace al
Mercosur, está muy por debajo de su potencialidad —se los dice alguien a
quien le tocó empezar el proceso en 1986—, pero habiendo dejado un saldo
positivo. Mucho menos de lo que podría haber sido, pero positivo. Sigue
siendo un factor estratégico no excluyente pero central de la política
económica, comercial e internacional argentina.