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TEMA 5: LA BAJA EDAD MEDIA. CRISIS DE LOS SIGLOS XIV y XV.
5.1. Los reinos cristianos en la Baja Edad Media: organización política e instituciones en
el reino de Castilla y en la Corona de Aragón.
A partir del s. XIII y de manera generalizada en la Baja Edad Media (ss. XIV y XV) los
reinos peninsulares experimentarán una serie de cambios significativos en sus instituciones.
En líneas generales constatamos una permanente disputa entre los distintos estamentos
(nobleza y clero fundamentalmente) y los reyes para mantener o aumentar su cuota de poder.
Para el marco concreto de Castilla será el monarca el que salga fortalecido de dicha disputa a
pesar de las continuas sublevaciones por parte de la nobleza. Concretamente Alfonso XI
impondrá una línea más autoritaria que intentará continuar su hijo y sucesor Pedro I. Este
monarca recibió una serie de apoyos que suscitaron el recelo de parte de la nobleza y el
episcopado, hasta el punto de contraponer a su hermanastro Enrique de Trastámara (Enrique
II) y desatar una contienda civil entre 1366-69. La victoria de Enrique supuso el ascenso de
una nueva dinastía que sabrá premiar a sus aliados (“mercedes enriqueñas”) y centralizar la
Administración. No obstante, a pesar del intento Trastámara por consolidar una nobleza al
servicio de la corona, esta intentará nuevamente hacerse con el control del Estado en el s. XV,
especialmente durante el reinado de Enrique IV. Una nueva guerra civil sacude Castilla entre
1464-74, si bien el poder monárquico castellano se consolidó y centralizó gracias a una serie
de medidas como: la profesionalización de la corte, institucionalizándose para este fin la
Cancillería y el Consejo Real; las reformas en la administración de justicia, dirigidas desde
instituciones como la Audiencia o Chancillería Real de los Trastámara; las modificaciones en la
hacienda, haciendo más eficaz la recaudación a partir de la creación de las contadurías e
introduciéndose nuevos impuestos como la alcabala y el creciente intervencionismo regio en los
concejos a través de las figuras de los regidores y los corregidores. Podríamos concluir, en
definitiva, que la figura del rey se burocratiza, pues pierde su condición de simple jefe
guerrero anterior al s. XIII para convertirse en una especie de “primus inter pares”.
Por lo que respecta a la Corona de Aragón, el monarca se encontrará con una durísima
oposición para afianzar su posición y tendrá que recurrir al pactismo, sistema de gobierno en
el que los reyes dependían en gran medida de las Cortes para gobernar y de los pactos que
acordaban los distintos estamentos con la corona. Este pactismo estuvo además claramente
condicionado en el seno de la Corona de Aragón por la diversidad de reinos que englobaba
(Aragón, Cataluña y Valencia) y por su política exterior orientada hacia el Mediterráneo, la
cual contó con importantes problemas de financiación. Podemos referirnos así a diferentes
momentos en los que los distintos reinos y su nobleza correspondiente intentarán hacer valer
sus intereses a partir de la creación de distintas instituciones (ej. Justicia Mayor de Aragón y
Diputación Aragonesa; Generalitat en Cataluña y Valencia). Las permanentes disputas,
materializadas incluso en una guerra civil entre 1462-72, provocarán que la Corona de Aragón
que Juan II deje a su hijo Fernando en 1479 no sea sino una confederación gobernada por
aristocracias rurales y urbanas aquejada de graves problemas internos.
Finalmente cabría destacar que ambos reinos no fueron ajenos a otra serie de
novedades en materia institucional, como la convocatoria de Cortes de modo habitual a partir
del siglo XIII (en Aragón unas para cada reino y otras generales) y la progresiva unificación
de las leyes, que para el marco castellano se concretará en época de Alfonso XI en el
Ordenamiento de Alcalá (1348), mientras que para el caso aragonés se impulsa a partir del
reinado de Jaime I con los “Fueros” en Aragón, los “Usatges” en Cataluña y los “Furs” en
Valencia.
5.2. Los reinos cristianos en la baja edad media: crisis demográfica, económica y
política.
Frente a una Alta Edad Media (ss. XI-XIII) caracterizada por el crecimiento
demográfico y económico de los reinos cristianos, se suele presentar la Baja Edad Media (ss.
XIV-XV) como dos centurias de crisis, aunque actualmente numerosos historiadores prefieren
hablar fundamentalmente de cambios en lugar de decadencia. No obstante, es evidente que
percibimos una serie de factores que explicarían por qué los contemporáneos de esos siglos
hablaron de ocaso del mundo occidental:
-En materia demográfica constatamos desde mediados del s. XIV un descenso demográfico
vinculado a la mortalidad catastrófica: hambrunas, especialmente notables en Castilla y
Aragón; epidemias como la peste negra que se extiende sobre todo desde 1348 y continuas
guerras civiles y manifestaciones de violencia feudal. Estos factores explicarían descensos
poblaciones tan notables como los de Navarra (180.000 habitantes en 1300; 100.000
habitantes a finales s. XV) o Castilla (3.000.000 habitantes en 1300; 2.500.000 habitantes en
1400).
-En materia económica se observa el incremento de los “despoblados” en áreas rurales al
norte del Sistema Central y del Ebro que necesariamente se tradujo en un descenso de la
producción agraria y en un incremento en los precios de los alimentos en las ciudades. Persiste
además la progresiva emigración a las urbes, debido a que estas ofrecían una mayor
protección, mayor libertad frente a la opresión señorial y en general un mejor abastecimiento.
Asimismo, cabe destacar en materia ganadera el decisivo desarrollo que experimenta la
trashumancia, perfectamente organizada en Castilla a partir del s. XIII a través del Honrado
Concejo de la Mesta. Constatamos además un importante aumento del artesanado urbano y una
creciente adaptación de la producción hacia el comercio de larga distancia, orientado hacia el
Mediterráneo en el caso de Aragón y hacia el Atlántico en el de Castilla, donde se impulsan
también ferias de calado como las de Medina del Campo. La transformación económica
experimentada tendrá una serie de consecuencias sociales entre las que podemos significar el
aumento del poder de los señorial y de los concejos, al que los campesinos contestarán con
movimientos de signo antiseñorial (“irmandiños” en Galicia, “remensas” en Cataluña) o
anticoncejil (“Biga” y “Busca” en Barcelona). También asistimos en esta época a una crisis de
legitimidad de la Iglesia y al incremento de la persecución de las minorías religiosas,
destacando especialmente el auge del anstisemitismo a finales del s. XIV.
-En materia política asistiremos a importantes cambios institucionales, percibiéndose una
cruenta disputa entre los estamentos privilegiados (nobleza y clero) frente a los monarcas a
fin de mantener o aumentar su cuota de poder. El rey pasa a partir del s. XIII de mero jefe
guerrero a convertirse en un “primus inter pares” que irá consolidando su figura, sobre todo
en Castilla, mientras que en Aragón tendrá que recurrir al pactismo para afianzar su poder.
5.3. Los reinos cristianos en la baja edad media: la expansión de la Corona de Aragón en
el Mediterráneo.
A lo largo de la Baja Edad Media (ss. XIV y XV), el conjunto de conflictos internos que
padecieron tanto la Corona de Castilla como la de Aragón no impidieron que ambos reinos
mostrasen un enorme interés económico y político por las rutas comerciales del Atlántico y
del Mediterráneo, respectivamente.
Para el caso concreto de Aragón que nos ocupa, constatamos el desarrollo de una
política militar expansiva muy onerosa y que le granjearía enemigos dentro y fuera del reino.
En concreto se basó en un próspero comercio a larga distancia con Italia, el norte de África y
Oriente (puertos de Siria y Egipto) que tuvo en la ciudad de Barcelona a su principal impulsora
desde el s. XIII. Para facilitar los intercambios se generalizaron el uso de algunas novedades
mercantiles como la letra de cambio, las compañías comerciales, los tribunales con
competencias exclusivamente marítimas y comerciales (consulados) y el crecimiento de las
lonjas de contratación, entre otras. Los comerciantes catalanes importaban
fundamentalmente productos orientales como sedas, especias y tejidos de lujo, mientras que
exportaban hierro, telas, paños y otros artículos artesanales. Entre los principales pasos de la
expansión aragonesa podemos destacar:
-La conquista de Valencia y Baleares por Jaime I en la primera mitad del s. XIII.
-La conquista de Sicilia por Pedro III (1282).
-La progresiva influencia sobre el norte de África, convirtiendo en reinos tributarios de
Aragón enclaves como Tremecén, Bugía y Túnez.
-La conquista de Cerdeña por Jaime II (1323-24).
-La expedición de los almogávares (mercenarios catalano-aragoneses veteranos de las guerras
de Sicilia) en Oriente, llegando a controlar los ducados de Atenas (1311) y Neopatria (1318)
hasta finales del s. XIV.
-La conquista de Nápoles por Alfonso V (1442) en el marco de la guerra contra Génova.
5.4. Los reinos cristianos en la baja edad media: las rutas atlánticas (castellanos y
portugueses). Las islas Canarias.
A lo largo de la Baja Edad Media (ss. XIV y XV), el conjunto de conflictos internos que
padecieron tanto la Corona de Castilla como la de Aragón no impidieron que ambos reinos
mostrasen un enorme interés económico y político por las rutas comerciales del Atlántico y
del Mediterráneo, respectivamente. El interés castellano por la ruta atlántica se explica
fundamentalmente a partir de motivos de carácter económico. Por un lado, interesaba la vía
hacia el Atlántico Norte como vía para la exportación (lana castellana, hierro vizcaíno) y la
importación (manufacturas de lujo) de productos. Por otro lado la ruta sur, en torno al eje
Sevilla-Cádiz, controlada por los genoveses, permitía el acceso a los productos africanos (oro,
marfil, esclavos), a las telas italianas y a las especias orientales. La unión entre ambas rutas se
producía a través de una densa red de ferias entre las que destacaban las de Medina del
Campo.
Con el fin de proteger la ruta atlántica del sur, Castilla se alió con Portugal y Aragón
con la intención de controlar el Estrecho de Gibraltar, marco en el que Castilla logró notables
avances: Tarifa (1292), Algeciras (1344), Gibraltar (1462) y sobre todo la victoria del Salado
sobre los benimerines (1340), que supuso la neutralización del control norteafricano en este
enclave estratégico. Precisamente en esta ruta atlántica meridional, Portugal se convirtió en
el principal rival de Castilla. Concretamente durante el reinado de Juan I, su hijo, Enrique el
Navegante, promovió expediciones que permitieron a Portugal, entonces aliada de Gran
Bretaña, ocupar Ceuta (1415) y Tánger (1471). Además, los portugueses colonizaron Madeira
(1418) y las Azores (1432) y se lanzaron a explorar la costa occidental africana, inicialmente
en busca de oro y posteriormente con el fin de encontrar una ruta atlántica hacia las Indias y
sus codiciadas especias. En esta última empresa cabría destacar la llegada al cabo de Buena
Esperanza por Bartolomeu Dias en 1488.
Finalmente esta rivalidad castellano-portuguesa se localizó en las islas Canarias,
archipiélago habitado hasta entonces por los aborígenes guanches y que interesó inicialmente
como base marítima de operaciones y aprovisionamiento. Entre 1402-28 Enrique III de
Castilla promovió expediciones encabezadas por Jean de Béthencourt que permitieron
controlar Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera y El Hierro, mientras que el resto de las islas
tendrán que esperar hasta finales del siglo XV. Pronto se instalaron en ellas colonos andaluces,
empresarios genoveses, misioneros y traficantes de esclavos. La empresa colonizadora fue
prácticamente privada hasta la época de los Reyes Católicos y la rivalidad entre Castilla y
Portugal se extendió hasta 1479, fecha en la que el Tratado de Alcaçovas reconocía la
soberanía castellana sobre las islas.