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MACROTENDENCIAS EN LA SOCIEDAD GLOBAL
Efectos en el desarrollo humano y en las organizaciones sociales
Documento-base para la conferencia presentada por
Julio SILVA-COLMENARES. *
en el VI Encuentro Internacional de Economía Solidaria
Tema Perspectivas y alternativas de la
economía solidaria en el contexto global
Nieva, viernes 10 de septiembre de 2004
CONTENIDO
INTRODUCCIÓN
1 - DE UNA ÉPOCA DE CAMBIOS A UN CAMBIO DE ÉPOCA
2 - GRANDES CAMBIOS EN EL PROCESO DE TRABAJO Y EN LA ORGANIZACIÓN Y GESTIÓN
EMPRESARIAL
2.1 - Del trabajo manual a la robotización
2.2 - El nuevo mundo del trabajo
2.3 - Una profunda reorganización empresarial
3 - LA GLOBALIZACIÓN Y EL PROCESO DE HUMANIZACIÓN EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO.
3.1 – La globalización: Un proceso de siglos, acelerado por la revolución científico-técnica
3.2 – Transformaciones en la producción y el difícil avance hacia una economía mundial
3.3 – La globalización: Una contradictoria realidad integral
4 - CAPITAL HUMANO: CREATIVIDAD E INNOVACION
5 - DESARROLLO SOCIAL CON TALENTO HUMANO
6 – EL MERCADO NECESARIO Y EL ESTADO INDISPENSABLE
INTRODUCCIÓN
Soy un convencido de que todas las formas de organización empresarial que se constituyan
con fundamento en el trabajo y no en el capital, sin que importe el modelo jurídico escogido y
su tamaño, serán las predominantes en el futuro, pues el trabajo humano es el factor
productivo, por excelencia. Los medios, objetos y resultados del proceso de producción, sea
de bienes o de servicios, son mera riqueza inanimada; somos los seres humanos la
verdadera riqueza de una sociedad, pues somos los únicos seres vivos capaces de soñar y
crear. Por tanto, hay que modificar la concepción neoclásica de que existen tres factores de
la producción, en supuesta igualdad de condiciones, en donde la tierra y el capital pecuniario
y físico no sólo se pretenden equiparar con el trabajo humano, sino que a veces se les
considera más importantes; sin desconocer esa importancia, es el trabajo humano la fuerza
de empuje y de transformación. Hoy, apalancado por el más prodigioso acervo de la
sociedad humana: el conocimiento.
Como lo anterior se ha discutido menos, queremos centrar el énfasis de esta presentación no
tanto en la economía solidaria, en si, cuanto en los grandes cambios que en nuestra opinión
ocurren en el mundo del trabajo y en la organización empresarial, para de ahí si derivar cómo
pueden afectar las perspectivas y alternativas de la economía solidaria, pero desde la visión
más amplia de lo que viene llamándose el «sector social». Denominación que todavía no
parece apropiada, pues en realidad corresponde a la producción y distribución de bienes y
servicios sociales que pueden ser generados en distintos sectores de la clasificación que se
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VI Encuentro Internacional de Economía Solidaria
Julio Silva-Colmenares Macrotendencias en la sociedad global: Efectos en el desarrollo humano y en las organizaciones sociales.
utiliza en el sistema de cuentas nacionales. En términos generales podría decirse que es el
conjunto de empresas, de muy distinta naturaleza jurídica, que tienen como finalidad, según
algunas teorías, aumentar el valor, valorizar, al capital humano o, diciéndolo con expresión
que nos gusta más, engrandecer, dignificar al ser humano, facilitarle las condiciones
para la realización de la libertad y la búsqueda de la felicidad. Por eso, también nos
proponemos «echar una mirada» sobre el efecto que producen tales cambios en la sociedad,
teniendo como punto de referencia la concepción integral del desarrollo humano.
Parecería que el paradigma es buscar la identidad en la diversidad. La sociedad humana, por
su propia naturaleza, debe ser global, pero cada ser humano es un individuo irrepetible. O
diciéndolo de otra manera, lo esencial de la civilización humana es la tendencia hacia la
«mundialización», con una afirmación de la individualidad. Sin duda, el paso hacia un
modo de producción y de vida más universal afecta de diversas maneras y con muy distinto
contenido y significado a todas las regiones y países del mundo, incluida Colombia, lo cual
constituye un reto fundamental.
1. DE UNA ÉPOCA DE CAMBIOS A UN CAMBIO DE ÉPOCA
Cada vez más personas se convencen en todo el mundo que los grandes cambios políticos,
tecnológicos, económicos y sociales ocurridos en los últimos lustros han sido de tal
transcendencia y envergadura que no es un simple juego de palabras decir que no estamos
en una época de cambios sino en un «cambio de época». Cambio que supone introducir
una nueva concepción sobre el hombre y el proceso de humanización. Y sólo quienes
quieren mantenerse anclados en el pasado y no ven este cambio, insisten en «construir»
sociedades que no son «viables», ya que la propia dialéctica de la vida así lo demostró.
Pero se equivocan también quienes hablan del «fin de la historia» y de la «muerte del
Estado». Pues como dice Peter Drucker en su libro «La Sociedad Postcapitalista» (así no se
esté de acuerdo con esta denominación), "La nueva sociedad, que ya está aquí (...) No será
una sociedad anticapitalista. No será ni siquiera no-capitalista. (...) el centro de gravedad de
la sociedad postcapitalista --su estructura, su dinámica social y económica, sus clases
sociales y sus problemas-- son distintos de los que dominaron durante los últimos 250 años y
definieron las cuestiones en torno a las cuales cristalizaron los partidos políticos, los grupos
sociales, los sistemas de valores de la sociedad, los compromisos personales y políticos".
Como de una época de cambios se ha pasado a un «cambio de época», también hoy
ocurren modificaciones esenciales en las ciencias sociales y humanas, las que son motivo de
investigación en muy diferentes centros científicos. Puede recordarse que luego de haberse
trasladado a principios del siglo 20 el interés de la Economía (Economics) hacia la actividad
económica, hoy se busca recuperar como centro de esta preocupación al ser humano,
volviendo a la Economía Política (Political Economy) de los siglos 18 y 19, pero en las
perspectivas de la sociedad globalizada del conocimiento. En este «cambio de época» la
ciencia económica tiene una finalidad que es más difícil de alcanzar y no siempre se puede
medir en términos aritméticos: la felicidad de las personas en condiciones de libertad, o
sea su realización en el marco de lo que podría llamarse una nueva ética social. Ética
social que más allá de normas y deberes tiene valores y responsabilidades por el bien de
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todos, y que debe basarse en principios fundamentales como la equidad, el respeto a los
demás, la creatividad, la productividad y la solidaridad. Búsqueda de la felicidad que no
sólo se encuentra en civilizaciones desaparecidas, sino también en los mismos cimientos de
la sociedad moderna. Esa idea, “the pursuit of happiness”, inspirada por Jefferson, es pilar de
la Declaración de Independencia de los Estados Unidos en 1776. Pero ese milenario anhelo
debe realizarse ahora en la aldea mundial en construcción.
2. GRANDES CAMBIOS EN EL PROCESO DE TRABAJO Y EN LA ORGANIZACIÓN Y
GESTIÓN EMPRESARIAL
2.1 - Del trabajo manual a la robotización
Para ubicar los cambios que ocurren en el proceso de trabajo, vale la pena recordar la
comparación que hace Alvin Toffler en el capítulo primero de su libro «El shock del Futuro».
Comienza diciendo que durante los "últimos 300 años, la sociedad occidental se ha visto
azotada por la furiosa tormenta del cambio". Y más adelante observa que "si los últimos
50.000 años de existencia del hombre se dividiesen en generaciones de unos sesenta y dos
años, habrían transcurrido, aproximadamente, 800 generaciones. Y, de estas 800, más de
650 habrían tenido las cavernas por escenario".
"Sólo durante los últimos sesenta lapsos de vida --continúa Toffler-- ha sido posible, gracias a
la escritura, comunicar de unos lapsos a otros. Sólo durante los últimos seis lapsos de vida
han podido las masas leer textos impresos. Sólo durante los últimos cuatro ha sido posible
medir el tiempo con precisión. Sólo durante los dos últimos se ha utilizado el motor eléctrico.
Y la inmensa mayoría de los artículos materiales que utilizamos en la vida cotidiana adulta
ha sido inventada dentro de la generación actual, que es la que hace el número 800". Y el
mismo Toffler recuerda que el planificador y filósofo francés Jean Fourastie dijo que "nada
será menos industrial que la civilización nacida de la revolución industrial" [Toffler Alvin. El
"shock" del futuro. Plaza & Janes, Barcelona, 1984. pp. 23 y ss].
Palabras que la historia reciente comprueba de manera fehaciente. En el mundo de hoy cada
vez menos personas, en términos relativos e incluso absolutos, se dedican a producir bienes
agrícolas e industriales, mientras crece a gran ritmo la proporción de personas que trabajan
en las nuevas actividades de servicios. Basta mencionar que por cada persona que produce
alimentos en el campo o bienes durables como automóviles o utensilios domésticos, existen
decenas o quizá centenas de personas que participan en la larga cadena de distribución en
supermercados y restaurantes o en la amplia diversidad de servicios que se ofrecen para
mantener en funcionamiento el transporte automotriz y los enseres domésticos, cada vez
más complejos pero de mayor utilidad.
Lo anterior no significa que el trabajo esté desapareciendo o que los trabajadores
pierdan importancia. Lo que está cambiando con gran velocidad son el objeto y los medios
de trabajo y el modo de trabajar. Siempre será necesario recordar que el trabajo, entendido
como la apropiación de la naturaleza por el hombre para satisfacer sus necesidades, jugó un
papel determinante en la transformación de homínidos a seres pensantes. Capacidad de
pensamiento que también ha crecido a medida que el hombre busca o desarrolla en la
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naturaleza nuevas fuentes de recursos para satisfacer viejas o nuevas necesidades. En
conclusión podría decirse que el hombre, creador de ideas, realiza estas ideas por medio de
recursos al convertirse en trabajador.
La conversión del trabajo en la condición «sine qua non» del hombre aceleró el proceso de
socialización del propio hombre y facilitó la consolidación del concepto de humanidad, que es
bastante reciente. Luego, junto a la humanidad, fue surgiendo el concepto moderno de
ciencia, entendida como conocimiento sobre el desarrollo de la naturaleza, la sociedad y el
pensamiento. La conjunción de hombre, trabajo y ciencia da hoy como resultado una gama
muy compleja de formas y expresiones materiales, sociales y espirituales que caracterizan lo
que en términos generales se llama «modo de vida». Modo de vida que cada vez tiende a ser
más homogéneo y universal. Por eso puede decirse que se avanza hacia una cultura de
producción y consumo mundial, globalizada. Pero si puede homogeneizarse con qué
vivir, cada vez será más una decisión individual cómo vivir y para qué vivir, lo que supone
bastante heterogeneidad.
A su vez, también avanza el proceso simultáneo y complementario de humanización,
esto es, de realización de los valores supremos del hombre por medio de la satisfacción de
sus necesidades materiales, sociales y espirituales, teniendo cada vez un mayor peso lo
espiritual y social. Por eso hoy se habla de un nuevo Renacimiento o del nacimiento de una
nueva espiritualidad. Hoy se está viviendo una creciente «humanización» de la ciencia y
«cientifización» del humanismo. Humanización del saber que se asienta en la necesidad de
«unir» la nueva tecnología con el hombre, la sociedad y la naturaleza, esto es, en la
necesidad de desarrollar un nuevo tipo de ciencia, con una investigación cuyos objetivos y
resultados aplicables no estén desvinculados de los valores, de sus bases sociales y éticas,
es decir, que tenga dimensión humana.
Todo el análisis anterior y lo ocurrido durante este siglo obliga a que ahora se coloque con
mayor fuerza en el centro de todas las ciencias --incluidas las humanas y sociales, que
tienden a desestimarla-- la máxima planteada por Protágoras hace más de 24 siglos en el
sentido de que «el hombre es la medida de todas las cosas», aunque hoy hay que decir «el
ser humano» para dar cabida al género femenino, poco importante en la Grecia antigua.
Pero hoy las ciencias deben dar un paso más y con base en el acervo acumulado definir la
medida del propio ser humano, de lo que vale y significa como ser social que se realiza a
través de un nivel histórico determinado en la satisfacción de sus necesidades materiales,
sociales y espirituales, como individuo. Medida que tiene que estar en función de la
humanización de las relaciones sociales.
Pero no es volver al mismo ser humano de hace 24 siglos sino al correspondiente a la
generación siguiente a la 800 de que habla Toffler. Aunque parece no existir una razón
explicativa sólida, creemos que en la humanización de la ciencia juega un papel esencial el
paso que vivimos hoy de la «era de la electrónica y la informática» a la «era de la biología»,
que se apoya en todos los desarrollos válidos de la revolución industrial de antaño y la
revolución científico-técnica de hogaño. Expresión de tal simbiosis o intervinculación es el
campo de los nuevos materiales, en donde a veces son «borrosos» los límites entre lo
orgánico y lo inorgánico.
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Estamos, pues, en vísperas de una biologización de la producción, que se extenderá a su
quimización, su cibernetización, etc. La etapa biológica de la revolución científico-técnica
significa la reorientación de la ciencia hacia el hombre, al tiempo que la naturaleza del
hombre tendrá que adaptarse cada vez más a las nuevas condiciones engendradas por el
propio progreso científico-técnico. Simbiosis que podrá producir cambios y cosas nunca
imaginados por el hombre, sobre todo cuando al mismo tiempo se pasa de la
automatización a la robotización. Todas estas transformaciones obligarán al hombre del
futuro a tener mejor memoria histórica, mayor integridad moral y más armonía cultural.
El desarrollo vertiginoso del conocimiento científico durante el siglo 20 borró con rapidez la
delimitación entre las ciencias, al tiempo que los retos que se plantean ante la ciencia
adquieren cada día mayor envergadura y complejidad. El progreso de la ciencia y de la
técnica conduce al nacimiento de una multitud de ciencias y disciplinas nuevas,
entroncándose ramas del saber que antes permanecían aisladas. Así, por ejemplo, nació la
bioquímica, cuyo objetivo esencial es la biosíntesis, es decir, la producción artificial de seres
vivos, o la biotecnología, dedicada a reorientar la vida con la mano del hombre, incluida la
manipulación genética, entendida no en sentido peyorativo sino de acción manual.
En el pasado, la ciencia y la técnica se desarrollaban de manera simultánea pero sin
encontrarse sus cauces. Hoy, entre ciencia y técnica se da una estrecha vinculación; por ser
su fuente motriz, el progreso de la primera motiva el de la segunda. Más aún, mediante la
técnica, la ciencia se incorpora cada vez más a la producción, pasa a ser una fuerza
productiva directa de la sociedad. Como es natural, la aceleración del conocimiento y del
desarrollo científico no sólo afecta la vida de los hombres en cuanto crea nuevos
problemas, sino que también ha favorecido el desarrollo de nuevos bienes y servicios
para atender las crecientes necesidades materiales, sociales y espirituales. El catálogo
de bienes y servicios de que dispone el hombre hoy era inconcebible sólo hace unos
decenios y se considera que más de la mitad de los bienes que tendrá a su servicio en los
primeros decenios del siglo 21 aún no se han inventado y algunos ni siquiera concebido.
Pero no toda la población del globo terráqueo tiene acceso a los últimos aportes de la ciencia
y la técnica. Hoy, no menos del 70% de la población vive como hace siglos, según el nivel de
sus medios de trabajo y de uso familiar; 25%, ubicado en sociedades desarrolladas, son los
«seres humanos del presente», y sólo el 2 ó 3% de la humanidad, los habitantes de las
grandes metrópolis, son los «seres humanos del porvenir», es decir los que viven como
millones de individuos lo harán mañana. Como dice Toffler, "Son los baqueanos de la
humanidad, los primerísimos ciudadanos de la sociedad post-industrial mundial parida hoy en
el dolor".
A medida que transcurre este proceso de aceleración histórica, de multiplicación de los
logros científicos y su utilización práctica, crece también, como es obvio, el papel de la
ciencia en la vida del hombre y de la sociedad. Al mismo tiempo, la internacionalización de la
vida económica, política y social ha hecho surgir problemas de carácter planetario, esto es,
que de una u otra forma afectan la vida de toda la humanidad y su solución es
responsabilidad de todos los hombres. Estos problemas globales de la humanidad pueden
organizarse en tres grandes grupos, intervinculados; el primero, tiene relación con las
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preocupaciones sociales fundamentales del desarrollo de la humanidad (por ejemplo,
mantener la paz, elevar el bien-estar de la sociedad, superar el hambre y la pobreza); el
segundo, con el sistema de relaciones entre el hombre y el medio ambiente (podría
mencionarse la disponibilidad de energía y materias primas, la racionalización en el usufructo
de la naturaleza y la prevención de la degradación de la biosfera); y el tercero, con el sistema
de vínculos entre el hombre y la sociedad (como serían los problemas del progreso científicotécnico, la salud, la cultura y el futuro de nuestra civilización).
2.2 - El nuevo mundo del trabajo
La revista estadounidense Business Week publicó en octubre de 1994 un informe especial
con el atractivo título de «Repensando el trabajo» [Rethinking work] o «El nuevo mundo del
trabajo» [The new world of work] y una sugestiva interrogación como encabezado: "La
economía está cambiando. Los empleos están cambiando. La fuerza de trabajo está
cambiando. ¿Estamos preparados?". Y en verdad es sorprendente lo que se espera cambie
el mundo del trabajo en las primeras décadas del siglo 21.
Según el Departamento de Trabajo de Estados Unidos, se considera que los grupos
ocupacionales que tendrán un mayor incremento en la participación en el total del empleo
entre principios de la década de los noventa del siglo pasado y mediados de la primera
década del siglo 21 serán los profesionales, los técnicos y el personal de gerencia, con tasas
que oscilarán entre el 12% y el 3%; como se observa a simple vista, el mayor incremento
está ocurriendo en ocupaciones que requieren el manejo de conocimientos
transdisciplinarios y habilidades complejas y que son, por consiguiente, las mejor
remuneradas. En cambio, disminuirá en forma pronunciada la participación de los
trabajadores del campo y los bosques, de operarios y obreros, de artesanos, del personal
administrativo y de la gente en ventas y mercadeo, en porcentajes que oscilarán entre el 14%
y el 6%, siendo estas las ocupaciones que menos conocimientos y habilidades especiales
demandan y, por ende, tienen los salarios más bajos. Entre los grupos de bajos salarios y
conocimientos el único que se espera aumente es el de los trabajadores del servicio, con un
incremento de más del 9%. Todo muestra que se producirá un cambio sustancial en el
perfil de la fuerza de trabajo estadounidense, con un rápido abandono de las actividades
«sucias» y «pesadas» y la sustitución por un trabajo más «limpio» y «pensante».
De otro lado, en la mayoría de las actividades tradicionales las empresas están
disminuyendo la ocupación. Puede decirse que, en términos generales, en la industria no se
han creado empleos nuevos en los últimos lustros --y su empleo, en términos relativos, ha
disminuido en el mismo lapso--, a pesar de que el volumen de los artículos industriales
producidos se ha multiplicado por varias veces. El incremento en la producción lo ha
aportado la elevación de la productividad. Algunos datos bastan para comprobar lo
anterior; según la Organización Internacional del Trabajo -OIT-, en los llamados países
«industrializados» la ocupación en la industria disminuyó del 37% del total del empleo en
1965 al 26% a principios de la década de los 90 y en la agricultura del 22% al 7%, mientras
en los servicios ascendió del 41% al 67%. En países como Estados Unidos esta transición
ha sido más profunda y acelerada.
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Incluso en los países en desarrollo ya comenzó esta transición, pues la ocupación en la
agricultura cayó del 72% en 1965 al 61% al comienzo de los noventa y en la industria sólo se
elevó del 11% al 14%, mientras en los servicios creció del 17% al 25%. Si se toma a
Colombia como ejemplo, según datos generales del Dpto. Nacional de Estadística -DANE- al
finalizar el siglo 20 más del 55%, esto es, cerca de 9,5 millones de personas de una
población ocupada total de 16,3 millones, se encontraba en los servicios, incluido el
transporte, y el restante 45% en la producción de bienes, pero en estas actividades casi uno
de cada cuatro trabajadores realiza tareas de servicios a la producción, como son los
empleados administrativos y de ventas y mercadeo.
Pero no sólo cambia el perfil de lo que todavía se llama fuerza de trabajo --pero que cada vez
es menos «fuerza»--, sino también las propias modalidades de vinculación laboral y el
ingreso que se deriva de ella. En las ocupaciones de «punta» tiende a dársele más
fortaleza, más poder de decisión a las personas [lo que se conoce como «empowerment»],
junto con la compensación de una mayor remuneración, pero al costo de una mayor
movilidad y, es probable, de una disminución del ingreso real. Un cuarto de los
estadounidenses empleados hoy lo están por contratos temporales, de tiempo parcial o por
labor específica; de éstos, cerca del 20% está en tiempo parcial y un 2% por contratos
específicos; además, ya llega al 8% la población por cuenta propia o «auto-empleadora». Y
en un país como Colombia la situación es peor; se considera que no menos de uno de cada
tres trabajadores activos labora sin protección legal ni seguridad social, al tiempo que el
desempleo crece, sin que haya un seguro de desempleo.
Como decía el semanario alemán Der Spiegel en 1995 (traducción publicada por la revista
colombiana Summa), la "próxima transformación radical económica y técnica va a acabar con
millones de empleos, eso es seguro, y va a crear muchos empleos nuevos, esa es la
esperanza. Pero las nuevas posibilidades no van a surgir necesariamente en el mismo lugar
ni para las mismas personas". Allí mismo se dice que en "la investigación y el desarrollo, en
la organización y en la aplicación del derecho, en la educación y la asesoría están los
empleos del futuro (...)".
Si bien existe la tendencia a disminuir la jornada formal de trabajo --en Europa se habla de
36 horas semanales--, lo cierto es que en la práctica hoy se debe laborar más horas a la
semana para ganar, en términos de valor constante, lo mismo que hace 20 años; según
cálculos de economistas de la Universidad de Harvard es necesario trabajar en promedio
cuatro semanas más al año --casi un mes-- para asegurar un ingreso similar al de hace 20
años. Al mismo tiempo, hay que tener en cuenta que tales cambios no dejan de generar
tensiones y frustraciones, que están afectando a los individuos en su vida personal, familiar y
laboral, transformándose también las pautas de comportamiento y los criterios sobre
muchos aspectos de la vida.
No obstante, hay que tener en consideración una paradoja que debe investigarse con
detenimiento. Aunque los salarios individuales han disminuido en términos de valor constante
en muchos países en los últimos lustros, la «canasta familiar» o conjunto de bienes y
servicios que consumen las familias ha aumentado en el mismo tiempo, lo que significa una
mejoría en las condiciones de vida; no sólo se ha elevado la expectativa de vida y el nivel de
educación, sino que a simple vista el catálogo de utensilios y servicios de que disponen y
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pueden adquirir los hogares también es mayor en casi todos los países del mundo que hace
algunos lustros.
Varios aspectos, en procesos simultáneos, pueden ayudar a explicar esta paradoja. Así por,
ejemplo, si en los últimos 50 años casi se ha triplicado la población mundial, en igual lapso el
PIB mundial se ha sextuplicado y, por consiguiente, el PIB per cápita se ha triplicado; esto
significa que hoy se habla de un «nivel de pobreza» sobre un ingreso familiar bastante más
alto y, por ende, con capacidad de comprar más bienes y servicios que antes. En adición a lo
anterior, la progresiva incorporación de la mujer y de hijos solteros al mercado laboral
remunerado, debe haber incrementado el ingreso familiar disponible. De otro lado, la
productividad industrial se ha elevado más de 40 veces en el último siglo, lo que ha hecho
que en muchas ramas hayan disminuido en términos constantes los precios de los bienes y
servicios; así, por ejemplo, la mayoría de los bienes que incorporan tecnología electrónica y
de telecomunicaciones son hoy más baratos que hace algunos años. Lo difícil todavía es
precisar cuanto puede aportar cada uno de estos procesos a la explicación de la paradoja.
2.3 - Una profunda reorganización empresarial
Ya casi nadie duda que la década de los 90 coincidió quizá con las más profundas y
vertiginosas transformaciones ocurridas durante el siglo 20 en la estructura, el
funcionamiento y la cultura interna de las empresas. Transformaciones que en buena parte
son estimuladas por la revolución científico-técnica en marcha y los cambios en el papel del
trabajo en el proceso de producción y la distribución de bienes y servicios, como en forma
sucinta se vio en párrafos anteriores. Sin pretender dar respuesta a todas las preguntas
pendientes sobre un tema tan complejo, algunas de las transformaciones más importantes o
evidentes pueden resumirse así para facilitar la comprensión del fenómeno.

La industria manufacturera, nacida en el siglo 19 y que sustituyó a la milenaria actividad
agropecuaria como principal ocupación de los hombres, en menos de un siglo comenzó a
ser sustituida por las empresas de servicios. Esa misma industria, que revolucionó al
mundo, fue devorada, en un proceso dialéctico, por su propio desarrollo y de sus entrañas
«nacieron» las «criaturas» que la están reemplazando: la informática, las comunicaciones
y el servicio a las personas y los bienes. Esto mismo explica el declive del movimiento
obrero y su expresión organizativa en los sindicatos.

En el curso del siglo 20 se pasó de la mecanización a la automatización y a la
robotización computarizada en la producción industrial, con una similar introducción
acelerada de la computación en los servicios. Así mismo, de la producción de bienes
materiales se pasa a la producción de servicios para las personas y los bienes y de
artículos muy diferenciados y con alto valor agregado en ciencia y tecnología.

De las gigantescas empresas de la primera parte del siglo 20, en donde se quería hacer
de todo --de lo que es buen ejemplo la industria automotriz--, se pasa al
«fraccionamiento» y al «eslabonamiento» en la producción y la distribución; proceso
similar ocurre en los medios de comunicación, una de las actividades económicas de
mayor desarrollo en los últimos lustros. La moderna tecnología y el nuevo tipo de
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trabajador que está «creándose», el «obrero» de alta calificación de la sociedad
cibernética, que nada tiene que ver con el proletariado de principios del siglo 20, dificulta
organizar el trabajo en forma centralizada y burocrática.
Otros cambios no menos importantes en las empresas y los mercados son, entre muchos,
los siguientes:

En la organización fabril se pasa de la línea de montaje a la producción flexible para
satisfacer con oportunidad las necesidades de los consumidores; la siderúrgica US Steel
de Estados Unidos produce más de 900 variedades de acero; en las oficinas se sustituye
el manejo de papeles y de datos por el uso de información condensada en computadores
para producir estadísticas como herramienta esencial de la gerencia.

Al lado del empresario individual y la empresa local han surgido las empresas
transnacionales y mundiales, poseídas por gigantescos propietarios colectivos; de los
mercados locales se está pasando a los mercados regionales y mundiales. Crece el papel
de la pequeña y mediana empresa, en especial bajo formas asociativas más solidarias, y
de un nuevo tipo de empresario, más comprometido con el desarrollo sostenible y el
cambio social. Al mismo tiempo, en casi todo el mundo se desarrollan nuevas
oportunidades por el retiro de muchas entidades estatales de actividades en donde el
empresario privado puede ofrecer más eficiencia económica sin sacrificar la eficacia
social.

Y como anotación final, recordemos que el viejo «taylorismo» es sustituido por las
novísimas concepciones de la calidad total, la planeación y dirección estratégicas, el
mejoramiento continuo, la reingeniería y otras de casi diaria aparición. En la estructura
organizacional se pasa de los esquemas verticales y jerarquizados a la «pirámide
invertida» y a la gerencia democrática o participativa de hoy.
3. LA GLOBALIZACIÓN Y EL PROCESO DE HUMANIZACIÓN EN LA SOCIEDAD DEL
CONOCIMIENTO.
3.1 – La globalización: Un proceso de siglos, acelerado por la revolución científico-técnica
Visto los cambios anteriores, hay que entender la globalización como el tránsito progresivo
pero cada vez más acelerado hacia una sociedad mundial que integra, en contradicción
dialéctica, lo local, lo nacional y lo internacional, y que está determinado por el desarrollo e
introducción de la revolución científico-técnica a la producción, distribución y
consumo, ya sea de bienes o de servicios. En tan contradictorio proceso es evidente el
avance hacia un mundo cada vez más homogéneo en lo material pero más heterogéneo
en lo espiritual. La producción y el consumo se uniforman pero los grupos humanos se
diversifican.
Puede decirse que este proceso viene en marcha desde finales del siglo 15, cuando los
grandes descubrimientos geográficos posibilitaron el tránsito de los mercados locales a los
nacionales y mundiales, con el consiguiente paso de las ciudades-Estado al Estado-
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nación, y se aceleró con el Renacimiento, cuando las concepciones humanistas
sustituyeron a las teológicas en el fundamento del pensamiento. La expansión y
profundización del desarrollo capitalista desde el siglo 16 impulsaron el proceso de
«mundialización». Como ya lo señalaba el Manifiesto Comunista, publicado en 1848, “La
gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de
América. (...) Las antiguas industrias (...) son suplantadas por nuevas industrias, (...) que ya
no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas
regiones del mundo (...) En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se
bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal
de las naciones”. Pero no podemos confundir la globalización con el avance hacia un
mercado mundial, que en muchos bienes y servicios de difícil movilización no dejará de ser
un mercado local, pues tampoco puede identificarse un medio, el mercado, con una finalidad,
la búsqueda de una sociedad global.
All analizar la globalización y la revolución científico-técnica como procesos simultáneos y
complementarios, interesa tener en cuenta que esta interrelación es un acontecimiento diario,
casi doméstico, con una velocidad de cambio imprevista hace un par de lustros. En esta
relación dialéctica se encuentra buena parte de la explicación de lo que ocurre en la sociedad
actual, marcada por la incertidumbre y el desequilibrio permanente, con mucho optimismo en
algunos aspectos y gran pesimismo en otros. La fase actual de la revolución científicotécnica es una fuerza progresista, de empuje en el proceso de apropiación y transformación
de la naturaleza, en toda su integralidad, para satisfacer las necesidades materiales, sociales
y espirituales de los seres humanos. Hoy, la incorporación acelerada de la informática y la
telecomunicación en todos los ámbitos de la vida ha «roto» concepciones espaciotemporales milenarias. Como se dice ahora, el tiempo es más corto y el espacio más
pequeño; a esos dos fenómenos se les llama «aceleración de la historia» y «aldea
mundial».
Esa aceleración es evidente al observar que el 90% de todos los inventos en la historia de la
humanidad se produjeron en la segunda parte del siglo 20. Hoy puede decirse que la
sociedad que existía en 1975 ya no existe a principios de la primera década del siglo 21 y
que la sociedad se renueva cada vez con mayor velocidad. Como el conocimiento se vuelve
obsoleto, las personas también deben aprender a «desaprender». El conocimiento, y la
mejor expresión del desarrollo humano, la creatividad, serán los fundamentos de un nuevo
Renacimiento en el siglo 21.
3.2 – Transformaciones en la producción y el difícil avance hacia una economía mundial
Desde el surgimiento del capitalismo hasta hace un par de lustros, para elevar la
productividad y tener una mayor disponibilidad de bienes para hacer masivo el consumo se
estandarizó la producción, para lo cual se avanzó de la mecanización a la automatización y
a la robotización y de los talleres a las grandes empresas. Hoy, la nueva etapa de la
revolución científico-técnica lleva con gran velocidad a la «desestandarización», esto es, al
desarrollo de productos y servicios personalizados en la compleja y turbulenta aldea
global que se construye y reconstruye día a día, en procesos con alto valor agregado en
ciencia y tecnología y en unidades productoras cada vez más pequeñas. Antaño se
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estandarizó para llegar al ser social y hogaño se desestandariza para llegar al individuo y
poder unir en el futuro al ser social con el individuo.
Y sobre la globalización avanza la «terciarización» que corresponde a lo que ha venido
llamándose el paso hacia la sociedad post-industrial; un par de cifras pueden ejemplificar
el cambio de escenario; a finales del siglo 19 el trabajo humano era un 95% manual y 5%
intelectual; el 70% de la actividad económica provenía del sector primario (producción
agropecuaria y minera), el 20% del secundario (transformación industrial) y el 10% del
sector terciario (servicios a las personas y a las cosas). A finales del siglo 20 el trabajo
humano ya era 95% intelectual y 5% manual. El 70% de la actividad económica se realiza
hoy en el sector terciario, el 20% en el secundario y el 10% en el primario. Cambios tan
sustanciales en el papel del trabajo en el proceso de producción y en la estructura de las
actividades económicas es motivo de estudio desde muy distintas perspectivas científicas.
Este vertiginoso proceso de «terciarización» de la actividad económica se confunde, a veces,
con des-industrialización, olvidando que la productividad industrial ha crecido más de 40
veces en 100 años, mientras la población lo hizo en sólo tres veces. Por tanto, a medida
que hay menos fábricas y menos trabajadores industriales, es mayor el volumen de la
producción industrial. Producción creciente que cada vez consume menos materias
primas. Durante la segunda parte del siglo 20 la producción industrial estadounidense se
triplicó en valores reales, pero el peso total no aumentó. Se sustituyó masa y esfuerzo por
conocimiento y los inventarios tienden a eliminarse.
Por consiguiente, la abundante disponibilidad de productos industriales cada vez más
complejos y un creciente catálogo de necesidades sociales y espirituales (educación,
salud y recreación, entre otras) estimuló el rápido crecimiento del sector de los servicios,
cuyo objeto de trabajo es atender cosas y personas, para mejorar y mantener la vida útil de
las primeras y elevar la dignidad de las segundas. La sociedad post-industrial no significa
sociedad con menos productos industriales que antes, sino más bien más industrializada,
pues hasta las empresas de servicios ha llegado la revolución científico-técnica. Tan
sustancial modificación en el contenido material de la producción plantea retos a distintas
ciencias, al tiempo que nuevas concepciones sobre el trabajo humano explican el renovado
interés por la teoría del valor-trabajo, ya planteada en la época griega y que desde Adam
Smith y Carlos Marx adquirió nuevo relieve.
A su vez, la «terciarización» impulsa la globalización, pues la producción de servicios
está, por su propia naturaleza, menos atada a lo geográfico que la producción de bienes.
Muchos servicios están evolucionando con gran rapidez de organizaciones con oficinas en
distintas partes y presencia real geográfica, hacia entidades en donde desaparecen las
oficinas y la presencia es virtual, pues la comunicación es inmediata y permanente.
También la «terciarización» lleva a disminuir la producción material, ya que en la
mayoría de las actividades de servicio no existe transferencia de propiedad o de bienes, sino,
cuando mucho, usufructo o disfrute, pues el mismo bien sirve para la producción de muchas
unidades de servicio. Como hace más de un siglo lo dijera Carlos Marx, lo que caracteriza a
los servicios no es el consumo directo de bienes sino de la propia actividad humana. Aunque
todavía es válida la teoría de los retornos decrecientes para áreas tradicionales de la
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producción, en las nuevas actividades de tecnología compleja aparece el concepto de los
retornos crecientes.
En la búsqueda de un modo de producción y de vida más universal, característica de los
últimos decenios, estamos pasando de la estandarización en la producción para hacer
masivo el consumo sobre la base de elevar la productividad y disminuir los costos (precios)
relativos, a la desestandarización para ofrecer al consumo bienes y servicios más
personalizados. También en la provisión de bienes y servicios esenciales para el desarrollo
social fue necesario recurrir a la estandarización para ampliar la cobertura. Así, por ejemplo,
para lograr que la educación y la salud llegaran al mayor número posible de personas, fue
indispensable la estandarización; el hecho de que todos los niños, o la inmensa mayoría,
deban estudiar las mismas asignaturas, con la misma intensidad horaria y durante el mismo
número de años, es un proceso de estandarización, que tiene más en cuenta al ser social
que al individuo; igual ocurre en los servicios de salud, en donde a la inmensa mayoría de las
personas se les atiende con estándares de tiempo, de uso de ayudas y de otros insumos y
recursos físicos; en ambos casos la insatisfacción personal es alta, aunque el progreso social
alcanzado en el último siglo ha sido muy bueno, en términos generales.
Hoy, en el mercado de los bienes y servicios sociales también se busca una
«personalización» en los «productos» ofrecidos. Así, en educación existe la preocupación
porque el currículo se ajuste a las necesidades de cada estudiante, y que a medida que se
avanza en el proceso educativo mayor sea esa «personalización». Se espera que las
carreras universitarias sean en el futuro muy flexibles, con poca presencialidad pero mayor
comunicación estudiante-profesor, a través de medios con telemática e informática;
tendremos centros educativos abiertos, con funcionamiento de 24 horas al día, 365 días al
año. Similares situaciones de rediseño de procesos y productos vamos a encontrar en el
sistema de salud, la atención de niños, discapacitados y ancianos, y otros. Es decir,
estandarizamos para llegar al ser social y ahora desentandarizamos para llegar al
individuo y poder unir en el futuro al ser social con el individuo. Este será uno de los
temas básicos de discusión en los próximos años.
Al mismo tiempo, se habla del paso a la sociedad del conocimiento. En los países más
desarrollados son las actividades basadas en el conocimiento las que crecen a mayor ritmo y
ya representan el 50% o más del PIB. En las industrias nuevas, como biotecnología,
informática, microelectrónica y robótica, entre otras, aspectos que fueron ventajas
comparativas durante varios siglos, como poseer abundantes recursos naturales y mano de
obra barata, ya no son tan determinantes, y hoy se habla de la necesidad de construir día a
día no tanto ventajas competitivas cuanto capacidades productivas competitivas basadas en
la «valorización» del «capital humano».
A pesar de las transformaciones que ocurren en el modo de producción y en las relaciones
sociales, en muchos bienes y servicios de difícil movilización no es fácil que los mercados
dejen de ser locales, al tiempo que tampoco puede identificarse un medio, el mercado, con
una finalidad, la búsqueda de una sociedad global. Y para agravar la confusión que
deben enfrentar los investigadores, muchos analistas establecen una sinonimia entre
globalización y libre movilización de personas, mercancías y dinero, que en el caso de
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los intangibles y el dinero hoy se hace más invisible y veloz con las transferencias
electrónicas. Tal sinonimia no existe y la globalización siempre será un proceso más
complejo.
Lo anterior no niega que en muchos aspectos, como en las relaciones económicas
internacionales, ocurran cambios transcendentales. Ya a mediados de los 90 el mercado de
capitales movía en un día un monto equivalente al total mundial de las reservas monetarias.
El flujo de capital dinerario representa 60 veces el comercio mundial de mercancías, no
obstante que éste crece al doble que el consumo interno en cada país, pues el arancel
promedio ha disminuido diez veces en los últimos lustros, del 50% al 5%. Si bien la
ampliación y aceleración del comercio mundial puede generar oportunidades para los
países orientados hacia la exportación, para muchos otros que han tenido economías
cerradas, muy protegidas durante décadas, puede acarrear dificultades y amenazas con
altos costos económicos y sociales. Pero los cuantiosos flujos de capital dinero mencionados
«vuelan como golondrinas» ante los menores cambios internos negativos, generando
presiones inflacionarias, inestabilidad en las tasas de cambio, declinación en la
competitividad exportadora y, en lo fundamental, inequidad para sectores muy amplios de la
población.
De otro lado, se pide a los países menos desarrollados que en el acceso al mercado de los
países más desarrollados se atengan a reglas de comercio justo, cuando aquellos países
deben someterse a normas comerciales definidas de manera unilateral y a una competencia
injusta en sus propios mercados con productos que reciben altos subsidios. Es el
proteccionismo y el nacionalismo extremo de los países desarrollados lo que más perjudica
la expansión de las exportaciones de los países menos desarrollados. Estos podrían obtener
ventajas competitivas de la globalización si saben y pueden insertarse con inteligencia en la
internacionalizada economía de hoy. Pero todo indica que una verdadera liberalización del
comercio mundial beneficiaría más a los países pobres que a los ricos, en donde muchos
obtienen grandes ventajas del proteccionismo disfrazado que practican. En consecuencia, la
protección de los países desarrollados a sus productores perjudica a los consumidores en su
mercado interno y dificulta el crecimiento de los países pobres, incidencia que debe
estudiarse con profundidad.
3.3 – La globalización: Una contradictoria realidad integral
Como se ha visto en las páginas anteriores, la globalización no puede reducirse a cambios
económicos, pues afecta todas las facetas de la vida humana, sin excepción alguna, y su
contenido incluye, además de aspectos técnicos, también culturales y políticos, o sea es una
compleja realidad social integral, en el sentido más amplio del término. En su análisis se
impone no sólo la multidisciplinariedad sino el enfoque más moderno de la
transdisciplinariedad. En el ámbito político, sin duda el avance hacia la «aldea mundial»
significa una profundización y ampliación de la libertad humana y de cambios significativos
en las relaciones entre los ciudadanos y el Estado. Ahora, el Estado-nación cede el paso en
lo fundamental de la vida cotidiana a gobiernos locales fuertes, no en el sentido militarista,
sino en el servicio a los ciudadanos-clientes, y se observa el surgimiento de Mega-Estados o
Supra-Estados, que tienen cada vez menos funciones pero más esenciales para la
sobrevivencia de la humanidad.
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También ciertas reformulaciones que ocurren en las ciencias sociales y humanas, en el
ámbito de estudio de la sociedad y el pensamiento, consolidan el fundamento humanístico
de la globalización. Hoy se dice que el «capital» más importante de cualquier sociedad
o empresa es el ser humano, si bien es un capital que no puede valorizarse en términos
monetarios. Como dijimos al principio de estas notas, es necesario que se entienda mejor
que el ser humano no es un factor más de la producción sino el factor, por excelencia, de
la producción, y lo que hace conmensurable a bienes y servicios muy distintos. Si bien
los factores inanimados ayudan a dar forma al producto del trabajo, el significado y el
contenido del trabajo está sólo en los mismos hombres y mujeres. Esta idea, que
parece muy moderna, pues corresponde a concepciones novísimas que recuperan al ser
humano como centro de toda empresa u organización, en realidad tiene su fundamento en la
teoría del valor-trabajo, ya expuesta en los siglos 18 y 19 por Smith, Ricardo y Marx, entre los
clásicos de la Economía Política.
Por consiguiente, la globalización, como todo cambio en la sociedad y en la vida material,
tiene aspectos tanto positivos (favorables) como negativos (desfavorables). Nada es blanco
o negro, bueno o malo, de manera absoluta. Uno de sus principales resultados negativos
o desfavorables puede ser que sus efectos en el mejoramiento de las condiciones de vida y
de trabajo (calidad de vida) no se distribuyen con equidad, lo que no quiere decir con
igualitarismo. No obstante, el hecho de que los resultados sociales no sean los ideales no
puede llevar a negar el avance científico-tecnológico.
En la sociedad actual son evidentes situaciones críticas, en donde entra en contradicción lo
anterior, lo ya conocido, con lo nuevo, en proceso de conocimiento, o se encuentran
resultados sorprendentes, difíciles de entender a simple vista. El problema no es que la
«torta» de la economía mundial crezca, sino que está mal repartida, con una alteración
dramática en la distribución de la riqueza y el ingreso, por lo que los problemas de pobreza e
inequidad se han agravado, con la consiguiente marginación de países en el ámbito mundial
y de grupos de personas dentro de los países. Sin duda, la sociedad actual tiene
desigualdades más profundas y amplias que las explicables por el natural desarrollo
desigual de las personas y los grupos humanos. Existe una preocupante expansión de la
«enfermedad social» de la pobreza, al tiempo que también crece la población que muestra
el «síndrome» más crítico: la miseria. Algunos analistas hablan de una «mundialización» de
la pobreza. Mientras tanto, la riqueza, que también es un «producto social», se concentra
en menos manos, en términos relativos. Situación que tiende a agravarse, antes que a
mejorar, como permitiría suponer el avance científico-técnico y la consiguiente elevación
de la productividad, en el cambio de época que vivimos. Es decir, se tienen ya las
condiciones científicas, técnicas y económicas para eliminar la pobreza; sólo falta la decisión
política de hacerlo.
Y la situación en América Latina y el Caribe es aún más crítica. Si el subcontinente tuviera la
distribución del ingreso que corresponde a su nivel de desarrollo económico, la incidencia de
la pobreza sería la mitad de la observada en la realidad, pero no ocurre así, pues los rangos
de desigualdad son mayores a otras regiones; en Europa Oriental el ingreso percápita es
similar al registrado en nuestros países, pero la pobreza sólo afecta al 7% de la población. Y
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dentro de América Latina y el Caribe, Colombia muestra una de las mayores concentraciones
del ingreso y una alta incidencia de la pobreza.
Pero se equivocan quienes piensan que tan profundas transformaciones pueden detenerse
discutiendo si debe o no haber globalización, cuando lo que debe discutirse es cómo llevarla
a cabo y cuáles son las mejores vías para insertar un país en este proceso. Esto es lo que
ha hecho que el análisis de Marx sobre las características del desarrollo capitalista recobre
vigencia y se haya puesto a la orden del día la búsqueda de un nuevo modo de desarrollo
con mayor contenido humanístico, lo que a su vez plantea un reto adicional para las
ciencias sociales y humanas.
Como la globalización subyace en el proceso de humanización, entendido como la
ascendente aspiración de los seres humanos por satisfacer sus necesidades materiales,
sociales y espirituales, con creciente libertad y felicidad, sólo transformando el proceso de
humanización, y no volviendo al pasado, es como pueden corregirse los resultados
desfavorables. Hay que combatir la globalización de la especulación financiera y la
«mercadocracia» salvaje y dar prioridad a la globalización de la solidaridad social y del
internacionalismo humanitario. Es decir, a la globalización hay que incorporarle mayor
equidad, o sea solidaridad social eficaz y sostenible. Hay que humanizar la globalización.
4. CAPITAL HUMANO: CREATIVIDAD E INNOVACION
Aunque puede parecer una repetición innecesaria, hemos de insistir que la concepción
clásica sobre los factores de la producción igualaba al ser humano con factores inanimados,
como la tierra y otros bienes físicos (maquinaria, equipo, etc.), cuando somos la única forma
de vida conocida que tiene capacidad de creación e innovación, o sea somos los seres
pensantes por antonomasia. Si bien los factores inanimados ayudan a dar forma al
producto del trabajo, el contenido del trabajo está sólo en los hombres y las mujeres.
La capacidad creativa e innovadora del hombre es de tal magnitud que la productividad
industrial creció más de 40 veces en los últimos 100 años, permitiéndonos pasar de jornadas
de trabajo a finales del siglo 19 de más de doce horas diarias, siete días a la semana, sin
vacaciones, a las jornadas de hoy, con cinco días a la semana, menos de ocho horas diarias
y vacaciones anuales. El correlativo mejoramiento de las condiciones de vida ha permitido
pasar de expectativas de vida de menos de 40 años hace también más un siglo a casi 80
años en la actualidad. Es decir, cada vez el ser humano dedica una menor proporción de su
vida al trabajo y dispone, por consiguiente, de más tiempo para si mismo. La próxima
transformación conceptual consistirá en que el ser humano entienda que el trabajo debe
estar a su servicio y no el ser humano al servicio del trabajo, para que el ser humano
pueda realizarse, pueda ser libre y feliz.
Creatividad que se manifiesta en formas muy diversas. Desde la capacidad de García
Márquez de convertir la realidad cotidiana y sencilla de Aracataca y sus inmediaciones en el
mundo mágico de Macondo, hasta las sofisticadas concepciones de la informática y la
telemática, pero que cada vez son más fáciles en su aplicación. La creatividad debe
orientarse a buscar soluciones, por la vía de caminos nuevos e inéditos, para problemas
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viejos de la humanidad. La respuesta a la milenaria utopía del ser humano de volar sólo pudo
encontrarse cuando a raíz de la revolución industrial fue posible diseñar y construir una
máquina voladora.
Todos los seres humanos tienen capacidad creativa y sólo se necesita estimular su
desarrollo. Al lado de la creatividad tenemos la innovación, que por simplificación podemos
definir como la capacidad para hacer algo de mejor manera, o de manera más fácil, o como
hacerlo con base en recursos que antes no se utilizaban. Durante miles de años el hombre
se movilizó a la velocidad de su lenta locomoción y cuando logró domesticar algunos
animales para montarlos, a la velocidad de éstos, que durante siglos no excedieron los 60 ó
70 kilómetros por hora, aunque sujetos a una pronta extenuación; con el desarrollo de
vehículos de transporte, primero con la fuerza del vapor y luego con el motor de combustión,
esta velocidad pudo triplicarse o cuadruplicarse en menos de un siglo; ahora, comenzando
los viajes espaciales, la velocidad podrá multiplicarse por decenas o centenas de veces, en
muy corto tiempo. Es evidente un gigantesco proceso acumulativo de la capacidad
innovadora del ser humano para solucionar sus necesidades.
5 - DESARROLLO SOCIAL CON TALENTO HUMANO
Y cuando relacionamos toda la compleja y cambiante situación anterior con el desarrollo
social, hemos de saber que es indispensable aplicar la capacidad creativa e innovadora de
los seres humanos en las instituciones que proveen bienes y servicios esenciales a nivel
local, esto es, que están más cerca de la vida cotidiana de las personas. En este caso, si
cambiamos el concepto de recurso humano por el de talento humano, se destaca no sólo la
importancia de la creatividad y la innovación, per se, sino el hecho de que deben utilizarse
para tomar decisiones inteligentes en búsqueda de solución para los problemas sociales.
Estos cambios deben relacionarse con las transformaciones en curso en el proceso de
trabajo, incluido el papel del ser humano, al tiempo que las organizaciones se ven obligadas
a ser más flexibles. Estamos en una sociedad cambiante; hoy todo se está repensando,
rediseñando, reacomodando. Los seres humanos tendremos que ir asumiendo algo que
todavía parece insólito: los últimos siglos fueron de relativa tranquilidad si comparamos con
la complejidad e incertidumbre que se avizora para el futuro.
En el concepto de desarrollo social se combina la dialéctica de lo social y lo individual, pues
lo entendemos como un proceso de «focalización» en el engrandecimiento del individuo,
para avanzar hacia estadios superiores de la felicidad y la libertad. En el caso de individuos
que no puedan garantizarse por si mismos el acceso a ciertos bienes y servicios sociales
esenciales, ya que en el proceso de desarrollo han sido excluidos del acceso a esas
conquistas de la humanidad, la sociedad, ya sea a través del Estado o de otras instituciones,
debe comprometerse a su posterior inclusión, o sea a compensarles o subsidiarles, en forma
parcial o total, los correspondientes precios de mercado. Como es comprensible, la sociedad
más equitativa será aquella que logre eliminar los sistemas de compensación social, pues
todos los individuos, como seres sociales, pueden disponer de una ocupación estable y
remunerativa, que les permita autogarantizarse el acceso a los bienes esenciales que en
cada momento histórico el progreso ha puesto al servicio de los seres humanos.
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6 – EL MERCADO NECESARIO Y EL ESTADO INDISPENSABLE
Si bien algunos teóricos y analistas todavía plantean que mercado y Estado son excluyentes,
día a día la reflexión filosófica y socio-política comprueba más --sustentada con frecuencia en
la experiencia de muchos países-- que tal disyuntiva es atractiva pero falsa. Lo que se ve
hoy en todos los países es la búsqueda y construcción de un nuevo mercado junto al
nuevo Estado, como megatendencias de la sociedad contemporánea.
La experiencia de los llamados tigres asiáticos enseña que hay que tener el mercado que
sea necesario y el Estado que sea indispensable. Sin la drástica reforma agraria que se
llevó a cabo en la mayoría de esos países para aumentar la producción agropecuaria y
elevar la productividad en el campo, pero también sin la fuerte presencia y acción del Estado
en el enriquecimiento del capital humano, la protección y financiación de la industria
naciente y el apoyo pecuniario a las exportaciones, no serían posibles las tasas de
crecimiento y la mejoría de las condiciones de vida que hacen de tales procesos un milagro
económico y social, quizá más efectivo que el renacimiento europeo de los años 50 y 60.
Pero el éxito de un país no puede medirse por las tasas de crecimiento económico ni por el
volumen y catálogo de las importaciones y exportaciones. La nación más exitosa en el largo
plazo será aquella capaz de construir una sociedad justa, equitativa y humanizada, que
utiliza de la mejor manera posible el fruto del trabajo, sin que ello signifique una sociedad que
busca el fracasado igualitarismo y que no reconoce que el ahínco de los productores debe
ser compensado en forma satisfactoria.
Para compartir mejor los resultados del esfuerzo social y evitar que las fuerzas del mercado
sean utilizadas en beneficio de los más fuertes, con detrimento de los débiles o peor
ubicados, es indispensable la presencia y la acción del Estado, como árbitro de una
competencia regulada. De otro lado, más que aprender del proceso de industrialización
asiática, con su orientación hacia las exportaciones, quizá su mejor enseñanza es cómo
elevar la rentabilidad social del gasto en bienes y servicios esenciales, como agua potable,
salud, saneamiento ambiental, educación y similares. Ese es su mayor éxito y principal
aporte a lo que hoy se conoce como la estrategia política del crecimiento compartido.
Por consiguiente, es válido hablar de un nuevo tipo de mercado, que se apoya en formas
desarrolladas por el capitalismo --corrigiendo algunas de sus peores deformaciones--, lo que
podría ser la concepción de un «nuevo mercado». Así mismo, debemos apoyarnos en
formas más desarrolladas de la democracia, hasta encontrar el camino más expedito para la
participación efectiva de los ciudadanos en la orientación y gestión de los asuntos públicos. Y
en este punto no podemos olvidar el reto que nos planteó el final del siglo 20: entre la
«mercadocracia» del capitalismo --con la adoración de fuerzas que destruyen al propio
hombre-- y la «mercadofobia» del socialismo burocratizado --que estaba sacrificando al
individuo en aras de la sociedad, al ciudadano en aras del Estado y al hombre en aras del
colectivo--, hemos de encontrar el mercado que haga efectiva la democratización en la
producción y la distribución de la riqueza y la democracia que permita la efectiva
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competencia de todas las organizaciones sociales en procura de la dirección política. O sea,
encontrar la competencia democrática y la democracia competitiva.
Lo anterior no significa que se vea al mercado capitalista, a la libre competencia capitalista
como el nuevo demiurgo de la vida económica y social, y al típico Estado burgués como la
forma ideal de la superestructura política. La polémica se centra ahora en dos ideas
fundamentales. De un lado, cómo avanzar hacia un mercado democrático, esto es, que la
menor desproporción entre producción y consumo, y entre valores y precios, sea resultado
de un mayor desarrollo de las fuerzas productivas y de una mejor correspondencia en las
relaciones sociales de producción. De otro lado, cómo lograr una democracia competitiva,
esto es, de mayor participación de los ciudadanos en la orientación y gestión de los asuntos
públicos, para lo cual es indispensable la sana emulación en la búsqueda por la dirección del
Estado, en sus distintos niveles de gobierno, ya sea bajo la forma de partidos políticos o de
otras manifestaciones que materialicen el derecho a disentir y a presentar diferentes
opciones.
En esta búsqueda --que desde el punto de visto teórico entrelaza lo nuevo con lo viejo, lo
general con lo particular, el conocimiento propio con el acervo universal-- hay que trabajar
sobre la idea muy actual del mundo íntegro, ya que ello implica de alguna manera la
convergencia en la organización económica y política y en la valoración del hombre, como
medida de todas las cosas.
Si la ampliación del mercado ha avanzado de manera simultánea con la socialización de la
producción --que no tiene nada que ver con la expropiación de propietarios sino con el
contenido del proceso de producción--, es inevitable pensar que ese proceso socializado de
producción requiere un mercado más amplio y desarrollado que el tradicional del mundo
capitalista, bastante deformado por ser escenario de la pugna por el reparto del excedente
económico. Pero hay que decir que no estamos pensando en el mercado como la finalidad
de esa sociedad más justa --no importa como se llame--, ya que nunca podrá ser más, junto
con la democracia, que medios para realizar el fin de la sociedad: la realización de los
hombres en una escala de valores histórico-concreta.
Con este propósito, es necesario que quienes participan en el proceso integral de producción
asuman la «conciencia de dueño colectivo», ya que la concentración de la producción, la
tecnificación del proceso de trabajo y las necesidades de la acumulación hacen imposible
que cada persona se apropie de manera individual del producto de su esfuerzo. Esto
significa elevar a un plano muy superior al actual la responsabilidad de cada ciudadano en lo
económico, lo social y lo político y llevar las formas de propiedad a niveles cualitativos casi
insospechados hoy, lo que es inconcebible en el «capitalismo salvaje». Sólo de esta manera
podrá evitarse que las mercancías reinen sobre los hombres, eliminando la correlativa
«cosificación» de los hombres, o alienación.
En la transformación del contenido del nuevo mercado hay que buscar la síntesis entre la
planificación estatal que regula el proceso económico, de un lado, y el espacio que se debe
garantizar para las relaciones mutuas entre los productores de mercancías y los oferentes de
los servicios y entre éstos y los consumidores directos, del otro lado. Como pensamos
muchos investigadores, la planificación debe centrarse en el objetivo de lograr un uso
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racional de los recursos, en el marco de un crecimiento sostenible, mientras el mercado
tiene como tarea fundamental orientar a los productores y consumidores en el
cambiante mundo del consumo. En esta búsqueda se encontrarán caminos impensados,
que mucho ayudarán a quienes aún tienen pendiente el tránsito hacia una sociedad más
justa y libre.
Todo lo anterior nos lleva a decir, por último, que los viejos paradigmas se derrumban y ya no
es posible ver el futuro como una simple proyección matemática del pasado, y el presente es
fugaz e inestable. Ya no es suficiente interpretar la realidad de hoy e imaginarse la vida de
mañana sólo con conocimientos elaborados sobre el pasado. Hoy se impone la audacia
teórica --lo que hemos llamado el pragmatismo dialéctico--, la reingeniería de empresas y
procesos, la redefinición del mercado, la reinvención del gobierno, el rediseño del Estado, la
rehumanización de los hombres y la reformulación de las cosas. O sea, hay que rehacer
todo.
* Vicepresidente de la Academia Colombiana de Ciencias Económicas; miembro del consejo directivo de la
Sociedad Colombiana de Economistas; PhD en economía (summa cum laude) de la Escuela Superior de
Economía de Berlín y doctor en ciencias económicas de la Universidad de Rostock (Alemania); profesorinvestigador y director del Observatorio sobre desarrollo humano en Colombia de la Universidad Autónoma de
Colombia; autor de 10 libros, 14 folletos y más de 200 ensayos y artículos científicos publicados en Colombia y
el exterior; coautor en 18 libros.
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