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Transcript
CAPÍTULO II
LA SITUACIÓN POLÍTICA1
§ 1. LA POCA EXTENSIÓN DE LA CRISTIANDAD
Durante el período de la Reforma una pequeña porción del mundo
pertenecía a la cristiandad, y de esa, sólo una parte fue aceptada ya real
o nominalmente por el movimiento. Los cristianos que pertenecían a la
Iglesia Griega permanecieron completamente fuera de su influencia.
La cristiandad decreció mucho desde el siglo VII. Los sarracenos y sus
sucesores en la soberanía musulmana asolaron y conquistaron a muchos
pueblos que antes habían estado habitados por poblaciones cristianas y
gobernados por cristianos. Palestina, Siria, el Asia Menor, Egipto y el
norte de África siguiendo al oeste hacia el estrecho de Gibraltar, habían
sido cristianos en un tiempo y se perdieron para la cristiandad desde los
siglos VII y VIII. Los musulmanes que invadieron a Europa por el oeste,
conquistaron la península ibérica, cruzaron los Pirineos e invadieron a
Francia. Se les hizo frente y después de una batalla de tres días fueron
derrotados en Tours (732) por los francos, bajo el mando de Carlos
Martel, el abuelo de Carlomagno. Después de haberlos arrollado hasta
pasar los Pirineos, la península ibérica fue escenario de una lucha entre
musulmanes y cristianos que duró más de setecientos años, y España no
llegó a ser enteramente cristiana hasta la última década del siglo XV.
Si la ola de conquistas musulmanas fue pronto detenida en Occidente, en
el Oriente siguió ascendiendo lenta pero firmemente. En el año 1338,
Ochán, el sultán de los turcos otomanos, se apoderó de Gallípoli, la
ciudad fortificada que guardaba la entrada oriental de los Dardanelos y
de esa manera los musulmanes se establecieron en territorio europeo.
Pocos años más tarde las tropas de su hijo Murad I se apoderaron de una
porción de la península balcánica y separaron a Constantinopla del resto
de la cristiandad. Cien años más tarde, cayó Constantinopla (1453); la
1
Historia del Mundo en la Edad Moderna (Universidad de Cambridge), volúmenes 1, I1I, VII, VIII, IX, Xl, XII
Y XIV; LAVlSSE, Histoire de France depuis les Origines jusqu’ a la Réuolurion, IV, 1, 11.
17
población cristiana fue asesinada o tomada en cautiverio, la gran iglesia
de la Santa Sabiduría (Santa Sofía) fue convertida en una mezquita
musulmana y la ciudad llegó a ser la metrópoli del creciente imperio de
los turcos otomanos. Serbia, Bosnia, Herzegovina (el ducado de Herzog,
un duque), Grecia, el Peloponeso, Rumania, Valaquia y Moldavia fueron
incorporados al Imperio Musulmán. Belgrado y la isla de Rodas, los dos
baluartes de la cristiandad, habían caído. Alemania estaba amenazada
por las invasiones turcas y durante años las campanas tañeron en
centenares de parroquias alemanas llamando a las gentes a orar
impetrando a Dios para que detuviera a los turcos. Fue recién en la
heroica defensa de Viena del año 1529 cuando se atajó el avance
victorioso de los musulmanes. Únicamente el Adriático separaba a Italia
del Imperio Otomano, y la gran muralla montañosa con la franja de costa
dálmata, que se encuentra en la falda, constituyó el baluarte entre la
civilización y la barbarie.
§ 2. CONSOLIDACION POLITICA
En la Europa occidental, y dentro de los límites aceptados directa o
indirectamente por la Reforma, la característica política distintiva de la
época que precedió al movimiento era la consolidación o la coalición. El
feudalismo con sus libertades y su ilegalidad estaba desapareciendo, y
las naciones compactas se estaban transformando en monarquías con
tendencias hacia el absolutismo. Si se excluye al norte escandinavo, casi
todo el campo de la vida europea occidental estaba abarcado por cinco
naciones y en todas ellas se podía percibir que obraba el principio de la
consolidación. En tres de ellas: Inglaterra, Francia y España, emergieron
grandes reinos unidos; y si en dos de ellas, Alemania e Italia, la gente no
se agrupaba alrededor de una dinastía, se veía el mismo principio de
coalición en la formación de estados permanentes que tenían toda la
apariencia de reinos modernos.
Es importante para llenar nuestro propósito, echar un vistazo sobre cada
una y demostrar cuál era el principio que operaba en ellas.
§ 3. INGLATERRA
Cuando el conde de Richmond ascendió al trono de Inglaterra y la
gobernó con "autoridad política" como Enrique VII, ya había empezado
18
distintivamente la historia moderna de Inglaterra. El feudalismo quedó
vencido en el campo de batalla de Bosworth. Las visitaciones de la
Muerte Negra, la gigantesca huelga de agricultores dirigidos por Wat
Tyler y el sacerdote Ball, y la consecuente transformación de los siervos
campesinos en gente libre que trabajaba a jornal, creó una Inglaterra
nueva, preparada para los cambios que habían de tender el puente entre
la historia medieval y la moderna. La costumbre inglesa de que los hijos
menores de la nobleza fueran considerados plebeyos mientras los
privilegios así como también las propiedades pasaban a los hijos
mayores, favoreció la consolidación del pueblo. Esto evitó que las varias
clases sociales de la población se esteriotiparan en castas como sucedió
en Alemania, en Francia y en España. Contribuyó a crear una clase media
siempre creciente que no quedó confinada dentro de las ciudades sino
que penetró también los distritos rurales. Los hijos menores de la clase
noble descendían a esta clase media y la transformación de los siervos en
una clase que ganaba su jornal, fue propicia para que algunos de ellos se
elevaran a esta clase media. Inglaterra fue el primer país que llegó tener
nacionalidad consolidada.
La primera parte del reinado de Enrique VII no estuvo exenta de
atentados que, si hubieran triunfado, habrían arrojado nuevamente al
país a la antigua condición de desintegración. Aunque el rey pretendió
unir a las dos ramas rivales de York y Lancaster, los yorkistas no cejaron
en provocar disturbios internos que recibían fervoroso apoyo desde el
exterior. Irlanda era un baluarte yorkista, y Margarita, la duquesa madre
de Borgoña y hermana de Eduardo IV, ejerció una influencia lo
suficientemente poderosa en Flandes como para que esa tierra fuera un
centro de intrigas yorkistas.
Lamberto Simnel, un pretendiente que se decía ser el hijo o el sobrino de
Eduardo IV (él variaba la razón que daba de sí mismo), apareció en
Irlanda, y toda la isla se reunió en torno a él y le siguió. Invadió a
Inglaterra, su estandarte atrajo a muchos de los antiguos yorkistas; pero
fue vencido en Stoke-on-Trent en el año 1487. Esta fue en realidad una
rebelión formidable. La rebelión dirigida por Perkin Warbeck, un joven
borgoñés de Tournai, aunque la apoyaron Margarita de Borgoña y Jacobo
IV de Escocia, fue reprimida con más facilidad. En el año 1497 se sofocó
una rebelión popular provocada por los impuestos excesivos y puede
decirse que ya para el año 1500 las dificultades internas de Enrique
19
habían terminado.
consolidada.
Inglaterra entró en el siglo XVI como una nación
La política exterior de Enrique VII era la alianza con España y la
tentativa largamente acariciada de conseguir a Escocia por medios
pacíficos, cuyas consecuencias fueron dos matrimonios que tuvieron gran
trascendencia. El matrimonio de Margarita, la hija de Enrique, con
Jacobo IV de Escocia fue motivo de que se unieran las dos coronas al cabo
de tres generaciones; y el casamiento de Catalina, la tercera hija de
Fernando e Isabel de España y el hijo de Enrique VII llegó a ser la
ocasión, si no la causa, de la rebelión de Inglaterra contra Roma.
Catalina casó con Arturo, príncipe de Gales, el 14 de noviembre de 1501.
El príncipe Arturo murió el 14 de enero de 1502. Después de prolongadas
negociaciones, dilatadas porque el Papa Pío III estaba mal dispuesto a
conceder la dispensa, Catalina se comprometió con Enrique y el
matrimonio tuvo lugar el año en que el príncipe Enrique ascendió al
trono. Catalina y Enrique fueron coronados juntos en Westminster el 28
de junio de 1509.
Inglaterra había prosperado durante el reinado del primer soberano
Tudor. El incremento firme de la producción de lana y de la exportación
de la misma son testimonio del hecho de que el período de guerras
internas había terminado porque las ovejas muy pronto se extinguen
cuando hordas incursionistas azotan los campos. El número creciente de
capitalistas artesanos demuestra que el dinero había llegado a ser
posesión de todas las clases de la comunidad. La aparición de las
compañías de mercaderes aventureros pone de manifiesto que Inglaterra
estaba cumpliendo su parte en el comercio mundial de la nueva era. Los
eruditos ingleses, tales como Grocyn y Linacre (que fue preceptor, en
Italia, del Papa León X y en Inglaterra del príncipe de Gales) habían
imbuido los nuevos conocimientos en Italia, donde lo siguió Juan Colet,
que absorbió el espíritu del Renacimiento de los humanistas italianos y el
fervor del avivamiento religioso de la obra de Savonarola en Florencia.
Cuando Enrique VIII, la esperanza de los reformadores y humanitas
ingleses ascendió al trono en el año 1509, el país ya había emergido del
medievalismo en casi todos sus aspectos.
§ 4. FRANCIA
20
Si Inglaterra entró al siglo XVI como el reino mejor consolidado de
Europa en el sentido de que todas las clases de la sociedad se habían
amalgamado con más firmeza que en ninguna otra parte, puede decirse
de Francia que en ninguna otra parte, en esa misma época, la autoridad
soberana central se hallaba establecida más firmemente. Muchos fueron
los factores que produjeron este estado de cosas. La Guerra de los Cien
Años con Inglaterra produjo en Francia lo que las guerras contra los
moros produjeron en España. Creó el sentido de la nacionalidad, como
también se hizo necesaria la creación de ejércitos nacionales y la
recaudación de impuestos nacionales. Durante el fatigoso período de la
anarquía bajo Carlos VI todas las instituciones locales y provinciales de
Francia parecieron derrumbarse o poner de manifiesto su incapacidad
para ayudar a la nación en su época de mayor necesidad. Lo único que
fue capaz de mantener en los embates de la tormenta y en la violencia del
tiempo fue la autoridad real y esto, a pesar de la incapacidad de quien la
revestía. El reinado de Carlos VII demostró a las claras que Inglaterra no
estaba destinada a continuar en posesión del territorio francés; y los
reinados sucesivos pudieron ver a la autoridad central adquirir
lentamente una solidez irresistible. Carlos VII por su política que cedía
levemente ante la presión y por quedarse quieto siempre que le fuera
posible -por su poca actividad, posiblemente magistra1-, Luis XI por sus
artimañas turbulentas y sin escrúpulos, Ana de Beaujeu (su hija) por su
claro discernimiento y rápida decisión, no sólo echaron los fundamentos
sino que construyeron el sólido edificio de la monarquía absoluta en
Francia. El poder real subyugó a los grandes nobles y sus feudatorías;
dominó en gran parte a la Iglesia; consolidó las ciudades y las convirtió
en puntales de su poder; y se convirtió en el señor directo de los
paisanos.
La obra de consolidación fue tan rápida como completa. Luis XI, en el
año 1464, tres años después de su ascensión, se vio enfrentado por una
formidable asociación de los grandes feudatarios de Francia, que se
denominaba Liga del Bien Público. Carlos de Guyenne, hermano del rey, el
conde de Charolais (conocido con el nombre de Carlos el Temerario, de
Borgoña), el duque de Bretaña, las dos grandes familias de los Armañac,
la mayor representada por el conde de Armañac y la menor por el duque
de Nemours, Juan de Anjou, duque de Calabria y el duque de Barbón,
todos se aliaron tomando las armas en contra del rey. A pesar de ello, ya
en el año 1465 la Normandía había sido arrancada del duque de Guyena,
21
y la misma Guyena llegó a pertenecerle al rey en el año 1472; el duque de
Nemours fue derrotado y muerto en el año 1476; el conde de Charolais
que se había convertido en duque de Borgoña, fue depuesto, su poder
desmenuzado y muerto por los campesinos confederados suizos, y casi
todos sus feudos quedaron incorporados antes del año 1480; de esa
manera, a la muerte del rey René (1480), las provincias de Anjou y
Provenza quedaron anexadas a la corona de Francia. Los grandes
feudatarios quedaron tan quebrantados que las tentativas de revuelta
que tramaron durante los primeros años del reinado de Carlos VIII,
fueron frustradas fácilmente por Ana de Beaujeu, que actuaba en lugar
del joven rey.
Los esfuerzos para dominar a la Iglesia datan desde los días del Concilio
de Basilea, cuando el Papa Eugenio se encontraba en conflicto
desesperado con la mayoría de los miembros del mismo. En el año 1438
una diputación del Concilio fue a entrevistarse con el rey presentándole
los planes conciliares para la reforma. Carlos VII convocó una asamblea
del clero francés a reunirse en Bourges. Él mismo asistió con sus nobles
principales; y asistieron también los miembros del Concilio y los
delegados papa1es. Allí fue donde se presentó y aprobó la célebre
Pragmática Sanción de Bourges.
Esta Pragmática Sanción contenía la mayor parte de los planes
conciliares tan acariciados por la reforma. Establecía la supremacía
eclesiástica de los concilios sobre los papas. Requería la convocatoria de
un concilio cada diez años. Declaró que la elección de los más altos
eclesiásticos debía hacerse por los capítulos y los conventos. Denegó la
pretensión papal al derecho general de las reservas de los beneficios y
limitó los casos en que aquella podía consentirse. Abolió el derecho
papal de actuar como Ordinario e insistió en que no había de apelarse a
Roma en las causas eclesiásticas sin haber antes agotado todos los demás
grados de jurisdicción. Declarándose abolidas las anatas haciendo una
pequeña reserva a favor del papa existente. También trató de proveer a
las iglesias con un ministerio educado. Todas estas declaraciones
llevaban a cabo únicamente las propuestas del Concilio de Basilea, pero
ejercieron un influjo importante sobre la posición del clero francés en
sus relaciones con el rey. La Pragmática Sanción aunque fue proclamada
por una asamblea del clero francés, era sin embargo, una ordenanza real
y por lo tanto concedía al rey derechos indefinidos sobre la Iglesia
22
francesa. El derecho a elegir obispos y abates quedó en manos de los
capítulos y conventos pero el rey y los nobles tenían el permiso expreso
de presentar y recomendar sus candidatos y de allí muy fácilmente podía
llegarse a obligar la elección de los recomendados. Inevitablemente esto
tenía que resultar en el derecho indefinido de patronato por parte del rey
y de los nobles en los beneficios de Francia, y la Iglesia francesa casi no
pudo evitar el asumir la apariencia de una iglesia nacional controlada
por el rey como cabeza del estado. La abolición de la Pragmática Sanción
siempre sirvió de carnada para que el rey de Francia bamboleara ante los
ojos del papa; y la promesa de ceñirse a la Pragmática Sanción siempre
fue el cebo para asegurar el apoyo del clero y de los Parlaments de
Francia.
En el año 1516 Francisco I y León X convinieron un concordato cuyo
efecto práctico fue proporcionar al rey el derecho de llenar casi todas las
vacantes de los altos beneficios de Francia, mientras los papas recibían
las anatas. Los resultados no fueron beneficiosos para la Iglesia, porque
dejó al clero presa de las exacciones papales y lo obligó a que, para
obtener ascensos, se sometiera al rey y a la corte; pero tuvo el efecto de
atraer al monarca del lado del papado para el momento en que llegó la
Reforma.
Apenas puede decirse que Francia fuera una nación consolidada. Por el
hecho de que todos los hijos jóvenes retenían el status y privilegios de
los nobles, la nobleza se hallaba separada de las clases media y baja.
Antiguamente los nobles no pagaban su contribución sobre los impuestos
recolectados para fines guerreros, alegando que ellos prestaban servicio
personal y el tal privilegio de tenerse por exentos de impuestos fue
retenido mucho tiempo después que hubo desaparecido la milicia feudal.
En Francia la nobleza llegó a constituirse en una casta, pobre y numerosa
en muchos casos y demasiado orgullosa como para rebajarse a ingresar
en alguna de las profesiones o dedicarse al comercio.
Luis XI hizo todo cuanto pudo para estimular el trabajo, e introdujo en
Francia la industria del gusano de seda. Pero como todo el peso de los
impuestos gravitaba sobre los distritos rurales, las clases medias se
refugiaron en las ciudades, y los paisanos entre los derechos que tenían
que pagar a sus señores y los impuestos para el rey, se hallaron en una
posición oprimida. Sus quejas fueron presentadas a los Estados
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Generales, que se reunieron con motivo de la ascensión de Carlos VIII, en
una solicitud, aunque con pocas esperanzas de verlas aminoradas.
"Durante los últimos treinta y cuatro años", decían, "las tropas han
estado atravesando toda la Francia y viviendo de la gente pobre. Cuando
el pobre, después de vender el saco que lleva sobre sus espaldas y de
trabajar rudamente, ha conseguido pagar su taille y espera que lo poco
que le queda le sirva para vivir el resto del año, llegan nuevas tropas a su
choza y lo consumen todo. Multitudes han muerto de hambre en
Normandía. Por falta de ganados, los hombres y las mujeres tienen que
tirar ellos mismos de los carros; y otros, temiendo que si los ven durante
el día los tomarán presos por no haber satisfecho su taille, se ven
obligados a trabajar de noche. El rey debería tener misericordia de su
gente pobre y eximirlos del pago de dichas tailles y demás gabelas". Esto
ocurrió en 1483, antes de que las guerras italianas hubiesen aumentado
aún más las cargas que tenían que ser pagadas por las clases más pobres
de la comunidad.
Los nuevos conocimientos comenzaron a infiltrarse en Francia en una
época comparativamente temprana. En 1458 un italiano de origen griego
fue nombrado para enseñar griego en la Universidad de París. Pero esta
universidad por mucho tiempo había sido el centro del estudio
escolástico medieval, de modo que recién durante las campañas italianas
de Carlos VIII -quien estuvo en Italia cuando el Renacimiento se
encontraba en todo su apogeo-, puede decirse que Francia acogió el
movimiento humanista. En 1587 se estableció una imprenta griega en
París; un grupo de franceses humanistas comenzaron el estudio de los
autores de la antigüedad clásica y los nuevos conocimientos
gradualmente desplazaron a las viejas disciplinas escolásticas.
Probablemente los humanistas franceses fueron los primeros en
especializarse en el estudio de la ley romana y ganar reputación como
juristas eminentes. Francisco -a igual que Enrique VIII de Inglaterra-, al
ascender al trono fue aclamado como rey humanista. Tal era la condición
de Francia al despuntar el siglo XVI.
§ 5. ESPAÑA
Por siglos España había estado bajo la dominación mahometana. Los
musulmanes habían asolado casi todo el territorio y a través de sus más
fértiles provincias los campesinos cristianos vivían bajo el gobierno de
24
una fe extranjera. Al comenzar el siglo X los únicos principados
cristianos independientes eran pequeños estados situados a lo largo de la
costa meridional del golfo de Vizcaya y las cuestas que se hallan al
sudoeste de los Pirineos. Los jefes godos y vándalos poco a poco
recuperaron los distritos septentrionales, mientras los moros retenían
las provincias más fértiles del sur. Al finalizar el siglo XV las condiciones
políticas del país reflejaban esta reconquista gradual, que dio como
resultado el que los principios cristianos volvieran a surgir. Isabel que
en 1469 se casó con Fernando, el heredero de Aragón, en 1474 sucedió a
su hermano Enrique en la soberanía de Castilla. En aquel entonces
España estaba dividida en cinco principados separados: Castilla, con
León, que contenía el 62%; Aragón, con Valencia y Cataluña, que
contenía el 15 % ; Portugal, que contenía el 20 %; Navarra que contenía
el 1% y Granada, el único estado musulmán restante, que contenía el 2 %
de toda la superficie del país.
Castilla acrecentó sus territorios debido a las victorias casi continuadas
contra los moros, anexiones que fueron conseguidas de varios modos. Si
habían sido adquiridas por medio de lo que se llamaba una guerra
nacional, las tierras conquistadas pasaban a ser posesión del rey y
podían ser retenidas por él o cedidas a sus señores espirituales y
temporales bajo diversas condiciones. En algunos casos tales cesiones
constituían a sus poseedores casi en príncipes independientes. Por otra
parte, los territorios podían ser arrebatados de las manos extranjeras
por aventureros privados y en tales casos quedaban en posesión de los
conquistadores, quienes formaban municipalidades que tenían el derecho
de escoger y de cambiar sus autoridades, y en realidad constituían
comunidades independientes. También había tierras asoladas, como es
natural en un período de continuas guerras. Estas tierras llegaban a ser
propiedad de quienes se establecían en ellas. Y por último estaban los
peligrosos territorios fronterizos, poseídos por los reyes o grandes
señores quienes, por prudencia, los poblaban con campesinos, a quienes
se les podía inducir a ocupar tan peligrosa posición concediéndoles
fueros que garantizaban prácticamente su independencia. Bajo tales
condiciones la autoridad central no podía ser fuerte. Contribuía a
debilitarla aún más el hecho de que los grandes feudatarios pretendían
tener sobre sus tierras, el gobierno administrativo civil y militar, que
equivalía casi al de un monarca. Abundaban las órdenes religiosas
militares que poseían inmensas riquezas. Sus Grandes Maestros, en
25
virtud de su oficio, eran comandantes militares independientes que
poseían grandes prebendas para dispensar a sus seguidores en la forma
de ricas comendadorías. El poder que ostentaban echaba sombra al del
soberano. Los grandes eclesiásticos, que en virtud de sus territorios eran
poderosos señores feudales, a semejanza de sus colegas laicos,
reclamaron los derechos de la administración civil y militar y, como
estaban personalmente protegidos por la santidad indefinible del
carácter sacerdotal, eran aún más turbulentos. Una anarquía casi
completa había prevalecido durante los reinados de los dos reyes débiles
que precedieron a Isabel en el trono de Castilla, y las tierras reales –que
mantenían y protegían especta1mente al soberano-, habían sido
enajenadas al prodigar regalos a los grandes nobles. Tal era la situación
que tuvo que afrontar la joven reina cuando se hizo cargo de su heredad.
Y tal estado de cosas se agravó por una rebelión que estalló a favor de
Juana, la hija ilegítima de Enrique IV.
La rebelión fue aplastada
exitosamente. Entonces la reina y su consorte, quien todavía no estaba en
posesión del trono de Aragón, trataron de prestar seguridad a sus tierras.
Porque la anarquía prevaleciente había producido sus consecuencias
naturales. El país estaba infestado por hordas de brigantes y la vida
humana no estaba a salvo fuera de las murallas de las ciudades. Isabel
instituyó -o más bien reavivó-, la Santa Hermandad, que era una fuerza
de caballería formada por elementos de todo el país; cada grupo de cien
casas tenía que proveer un jinete. Era un ejército de policía montada.
Tenía sus propios jueces que dictaban sentencia contra los criminales en
el mismo escenario de sus fecharías; aquellos que resultaban convictos
eran castigados por las tropas de acuerdo a las sentencias recaídas. El
propósito declarado era poner fin a todos los crímenes violentos
cometidos fuera de las ciudades, y echar mano a los criminales que
hubieran escapado a la justicia urbana. Estos jueces reemplazaron la
autoridad judicial de los nobles, quienes protestaron en vano sobre el
particular. La Hermanad cumplió su trabajo con mucha eficiencia, y las
ciudades, a igual que la gente común, apreciaron los esfuerzos de la
monarquía al proporcionarles seguridad para su vida y propiedades.
Los soberanos después atacaron las posiciones de los nobles, porque sus
feudos mutuos se constituían en enemigos fáciles para los gobernantes
que habían demostrado tener la suficiente fuerza como para gobernarlos.
Los dominios reales, que habían sido enajenados o transferidos en
26
reinados anteriores, fueron restituidos al soberano y muchos de los
privilegios de que más abusaba la nobleza, fueron cercenados.
Uno tras otro, los grandes mayorazgos de las órdenes de los Cruzados
fueron centralizándose en la persona del monarca con el beneplácito del
papa que concedía la investidura. La Iglesia fue despojada de una parte
de sus riquezas superfluas y los poderes civiles de los altos dignatarios
quedaron abolidos o cercenados. Finalmente puede decirse que el clero
español quedó tan subordinado al soberano como el de Francia.
A la pacificación y consolidación de Castilla siguió la conquista de
Granada. La Santa Hermandad hizo las veces de ejército permanente, las
riñas internas entre los moros sirvieron de auxilio a los cristianos, y
después de una larga lucha (1481-1492) la ciudad de Granada fue tomada
y el reinado de los moros en la península llegó a su fin. Toda España,
salvo Portugal y Navarra (que fueron tomados por Fernando en 1512),
quedó así unida bajo el reinado de Fernando e Isabel, los reyes católicos
como se les llegó a llamar, y la unidad civil acrecentó el anhelo de la
uniformidad religiosa. Los judíos en España eran numerosos ricos e
influyentes. Se habían entremezclado, por matrimonio, con muchas
familias nobles casi controlaban por completo las finanzas del país. Se
resolvió compelerlos a volverse cristianos aun por la fuerza si necesario
fuera. En el año 1478 se obtuvo del Papa Sixto IV una bula estableciendo
la Inquisición en España, con la declaración de que los inquisidores
deberían ser nombrados por el soberano. De esta manera el Santo Oficio
llegó a ser instrumento para establecer el despotismo civil, tanto como
medio para reprimir la herejía. Llenó su cometido con una severidad
despiadada hasta entonces desconocida. Hasta el mismo Sixto y algunos
de sus sucesores movidos por las reiteradas quejas intentó poner freno a
tan salvaje energía; pero la Inquisición era un instrumento demasiado
útil en manos de un soberano despótico y los papas se vieron obligados a
permitir que continuara y a rechazar toda apelación que llegara a Roma
en contra de sus sentencias. Fue establecida para luchar contra los
súbditos moros de los reyes católicos, a pesar de los términos de la
capitulación de Granada que proveían el libre ejercicio de la libertad civil
y religiosa. El resultado fue que, a pesar de la ferocidad de las
rebeliones, todos los moros, salvo pequeños grupos de familias que
gozaban de la especial protección de la corona, llegaron a ser
nominalmente cristianos antes de 1502, aunque casi pasó un siglo antes
27
de que la Inquisición hubiera desarraigado por completo las últimas
huellas de la fe musulmana de la península ibérica.
La muerte de Isabel, ocurrida en 1504, coincide con una formidable
rebelión en contra de este procedimiento de represión y consolidación.
Las severidades de la Inquisición, la insistencia de Fernando en gobernar
personalmente las tierras de su difunta esposa consorte, y muchas causas
locales fueron motivo de las conspiraciones y revueltas difundidas por
todo el país en contra de su reinado. Los años transcurridos entre 1504
1522 comprenden un período de revoluciones y de anarquía que terminó
cuando Carlos V, nieto de Fernando e Isabel, venciendo toda resistencia,
inauguró un reinado de despotismo personal que caracterizó durante
mucho tiempo al reino de España. Las dificultades españolas tuvieron
algo que ver en la imposibilidad que tuvo Carlos para ejecutar en
Alemania, como era su deseo, el bando decretado contra Martín Lutero en
Worms.
§ 6. ALEMANIA E ITALIA
Alemania e Italia, en los comienzos del siglo XVI, casi no habían
progresado en el camino de la unidad y consolidación nacional. El
proceso de consolidación nacional que era una característica de la época,
se manifestó en estos países por medio de la creación más bien de
principados compactos que en un movimiento nacional grande y efectivo
bajo un solo poder soberano. Es algo muy común en la historia decir que
la razón principal de ella fue la presencia dentro de estos dos países, del
papa y del emperador, las dos potencias gemelas del primitivo ideal
medieval de
gobierno dual, eclesiástico civil a un mismo tiempo.
Maquiavelo expresó la idea común en su estilo claro y vigoroso. El dice
que los italianos deben a Roma el estar divididos en fracciones y no
unidos como España y Francia. Explica que el papa, que pretendía la
jurisdicción temporal tanto como la espiritual, aunque no era lo
suficientemente fuerte para gobernar a toda Italia por sí mismo, era lo
suficientemente poderoso como para evitar que otra dinastía italiana
ocupara su lugar. Siempre que constataba que un gobernante italiano
acrecentaba su poder como para tener un futuro ante sí, invitaba a algún
potentado extranjero a aliarse con él, convirtiendo a Italia en presa de
continuas invasiones. El señorío que el papa ejercía en la penumbra era
suficiente, según la opinión de Maquiavelo, para evitar cualquier señorío
28
efectivo bajo una dinastía nativa dentro de la península italiana. En
Alemania existía una impotencia similar. El rey alemán era el
emperador, la cabeza medieval del Santo Imperio Romano, el "rey de los
romanos". Puede tenerse una idea de lo que fundamenta el pensamiento
y su expresión cuando se lee la inscripción que se halla al pie del retrato
que Alberto Durero hizo de Maximiliano: "Imperator Caesar Divus
Maximilianus Pius Felix Augustus", tal como si hubiera sido Trajano o
Constantino. Esta frase nos remonta a la época en que las tribus teutonas
barrieron las posesiones romanas de la Europa occidental y tomaron
posesión de ellas. Eran bárbaros con una reverencia inalterable por la
civilización más amplia del gran imperio que habían conquistado.
Penetraron dentro del caparazón del gran imperio y trataron de asimilar
su jurisprudencia y su religión. De allí que sucediera que en los
comienzos de la Edad Media, como lo dice Freeman, "las dos grandes
potencias de la Europa occidental eran la Iglesia y el Imperio, y el centro
de cada una, por lo menos en la imaginación, era Roma. Las dos
continuaron mientras se establecían las naciones alemanas y las dos, en
cierto modo, absorbieron nuevos poderes del cambio de las cosas. Los
hombres se convencieron más que nunca de que Roma era el centro legal
y natural del mundo. Porque se sostenía que por derecho divino había
dos vicarios de Dios sobre la tierra: el emperador romano, su vicario en
las cosas temporales y el obispo romano, su vicario en las cosas
espirituales. Esta creencia no era un obstáculo para la existencia de
ninguno de estos estados separados, para los principados ni para las
iglesias nacionales. Pero se sostenía que, el emperador romano, era el
Señor del Mundo, era por derecho la cabeza de todos los estados
temporales, y que el obispo romano, era la cabeza de todas las iglesias".
Esta idea era una piadosa fantasía y nunca se expresó de hecho, actual y
plenamente. Ninguna nación oriental ni iglesia jamás estuvo de acuerdo
con ella; y el señorío temporal de los emperadores nunca fue reconocido
completamente ni aún en el occidente. No obstante, prevalecía en la
mente de los hombres con toda la fuerza de un ideal. A medida que las
naciones de Europa fueron creándose, la autoridad suprema del
emperador fue quedando cada vez más y más en la penumbra; pero las
dos supremacías podían evitar la consolidación nacional tanto de
Alemania como de Italia donde moraban los que las poseían. Todo esto
es, como ya se ha dicho, algo muy conocido en la historia y, como todo lo
muy conocido, contiene una gran cantidad de verdad. Sin embargo, puede
dudarse de que la idea medieval fuera la única responsable de la
29
desintegración tanto de Alemania como de Italia en el siglo XVI. Un
estudio meticuloso de las condiciones existentes en ambos países nos
hace ver que hubo muchas causales que operaron además de la idea
medieval: las condiciones geográficas, las sociales y las históricas.
Cualesquiera hayan sido las causas, la desintegración de estos dos países
estaba en notable contraste con la consolidación de las otras tres
naciones.
§ 7. ITALIA
Al finalizar el siglo XV, Italia contenía un gran número de pequeños
principados y cinco estados que podrían ser llamados las grandes
potencias de Italia: Venecia, Milán y Florencia al norte, Nápoles al sur y
los Estados de la Iglesia en el centro. Se mantenía la paz por un
equilibrio de poderes, delicado y sumamente artificial. Venecia era una
república comercial, gobernada por una oligarquía de nobles. La ciudad
edificada en los lagos fue fundada por los espantados fugitivos que huían
ante los hunos de Atila, de modo que en aquella época era más que
milenaria. Poseía grandes territorios de una buena parte de Italia, y las
colonias que se extendían a lo largo de la costa oriental del Adriático y
entre las islas griegas. De todos los estados italianos era el que recibía
mayores entradas, aunque también era el que soportaba los más
abultados desembolsos. El segundo en riquezas era Milán, con una
entrada anual de más de 700.000 ducados. Al finalizar el siglo era
posesión de la familia Sforza cuyo fundador era hijo de pobres labradores
y llegó a ser jefe de un formidable ejército de mercenarios. Maximiliano
lo reclamó como feudo del imperio y los reyes de Francia lo consideraron
herencia de los duques de Orleans. La disputa por esta herencia fue una
de causas por las cuales Carlos VIII invadió a Italia. Florencia, una de las
ciudades más cultas de Italia, era, como Venecia, una república
comercial; pero era una república democrática donde una familia, los
Medici, había usurpado un poder casi despótico mientras preservaban las
apariencias exteriores de un gobierno republicano.
Nápoles era la porción de Italia donde el sistema feudal de la Edad Media
tuvo más duración. El antiguo reino de las dos Sicilias (Nápoles y Sicilia)
quedó dividido desde el año 1458, y Sicilia quedó políticamente separada
de la parte principal del país. La isla pertenecía al rey de Aragón,
mientras que lo principal del país estaba gobernado por el hijo ilegítimo
30
de Alfonso de Aragón, llamado Ferrante o Ferrantino, que demostró ser
un gobernante despótico y dominador. Aplastó a sus barones feudales
semi-independientes, colocó las ciudades bajo su férula despótica y pudo
legar a su hijo Alfonso un reino compacto en el año 1494.
Sin embargo, la característica que mejor ilustra la condición política de
Italia y a tendencia general de la época hacia la coalición, fue el
desarrollo de los Estados de la Iglesia. Los dominios que estaban bajo el
poder temporal directo del papa, habían sido los más desorganizados de
toda Italia. Los barones vasallos habían sido turbulentamente
independientes y los papas tenían muy poco poder aun dentro de la
misma ciudad de Roma. La incapacidad de los papas para dominar a sus
vasallos llegó a su etapa más humillante en días de Inocencio VIII. Sus
sucesores, A1ejandro VI (Rodrigo Borgia, 1492-1503), Julio II (Cardenal
della Rovere, 1503-1513 y León X (Juan de Médicis, 1513-1521),
procuraron crear, y consiguieron formar en parte, un poderoso dominio
central: los Estados de la Iglesia. La época turbulenta de las invasiones
francesas y el estado continuo de guerra entre los estados más poderosos
de Italia, les proveyó la ocasión. Continuaron su política con una astucia
que barría todas las obligaciones morales y de un modo tan inhumano
que no se detuvieron ante las más horrendas carnicerías. El papado
aparecía en sus manos únicamente como poder temporal y los políticos
contemporáneos lo trataban como tal. Era uno de los estados políticos de
Italia y los papas se distinguían de los otros gobernantes
contemporáneos italianos únicamente por el hecho de que su posición
espiritual les permitía ejercer su influencia en toda Europa, cosa que los
demás no podían pretender, y su carácter sagrado los colocaba por
encima de las obligaciones ordinarias de la moralidad en el asunto de
mantener las promesas solemnes y las obligaciones de los tratados que
obligaban por medio de los juramentos más sagrados. En cierto sentido,
su propósito era patriótico, Eran príncipes italianos que tenían por
objeto crear una poderosa potencia central que pudiera mantener la
independencia de Italia en contra del extranjero; y parcialmente,
llegaron a tener éxito en ello cualquiera que sea el juicio que se
pronuncie acerca de los medios que emplearon para obtener su fin. Pero
la conducta del príncipe italiano colocó a la Cabeza de la Iglesia al
margen de las influencias intelectuales, artísticas y religiosas (el
avivamiento producido por Savonaro1a en Florencia), que operaban en
Italia a favor de la regeneración de la sociedad europea. Los papas del
31
Renacimiento establecieron el ejemplo, seguido con demasiada fidelidad
por casi todos los príncipes de la época, de creer que los motivos
políticos eran mucho más poderosos que cualquier motivo moral o
re1igioso.
§ 8. ALEMANIA
En los días de la Reforma, Alemania, o el Imperio como se la llamaba,
incluía los Países Bajos al noroeste y una buena parte de lo que ahora
conocemos como tierra de Austria y Hungría por el este. Su condición
era muy extraña. Por una parte había surgido un fuerte sentimiento
popular de unidad en toda la porción de habla alemana, y por otra, el
país estaba partido en secciones y fragmentos dividido de un modo
mucho más desesperante que la misma Italia.
Nominalmente el Imperio estaba gobernado por un señor supremo con
una gran asamblea feudal, la Dieta, que le respondía.
El Imperio era electivo aunque durante generaciones los gobernantes
escogidos siempre fueron las cabezas de la casa Habsburgo y desde el año
1356 la elección había estado en manos de siete príncipes electores: tres
del Elba y cuatro del Rin. Por e1lado del Elba estaban: el rey de Bohemia,
el elector de Sajonia y el elector de Brandeburgo; y por el Rin, el conde
palatino del Rin y los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia.
Este Imperio, que nominalmente era uno, y completamente impregnado
de los más fuertes sentimientos de unidad, estaba desesperadamente
dividido, y --porque era lo peculiar de la situación--, todos los e1ementos
que podrían haber contribuido a un gobierno que en países como Francia
e Inglaterra apoyaban al poder central, operaban en contra de la unión.
Examinando el mapa de Alemania de la época de la Reforma se ve una
multiplicidad de principados eclesiásticos seculares separados, tanto más
sorprendente porgue la mayor parte de ellos parecían compuestos
parcelas separadas unas de otras. Casi cada uno de los príncipes tenía
necesidad de cruzar el territorio de otro para visitar las porciones
diseminadas e sus dominios. También ha de recordarse que las divisiones
que pueden representarse en un mapa expresan sólo débilmente el
estado real de cosas. Los territorios de las ciudades imperiales -porque
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las tierras fuera de los muros estaban gobernadas por los padres civiles-,
eran en su mayor parte demasiado pequeños para figurar en los mapas y
por la misma razón los pequeños principados de las hordas de nobles
libres tampoco pueden verse. Por lo cual debemos imaginar todas las
repúblicas medievales y esos reinos infinitesimales acampados en los
territorios de los grandes príncipes y quitándoles aún el poquito de
unidad que los mapas demuestran.
Los mayores estados feudales: el electorado y ducado de Sajonia.
Brandeburgo, Bavaria, el Palatinado, Hesse y muchos otros, celebraban
asambleas de sus propios estados -concilios de nobles y abogados
subordinados-, tenían sus propias cortes supremas de justicia, de las que
no se podía apelar su propio sistema fiscal, sus propias finanzas y
moneda y fiscalizaban casi todo lo relacionado con su propio clero y sus
relaciones con las potencias fuera de Alemania. Obstaculizados como
estaban sus príncipes por los grandes
eclesiásticos, afrontando
continuamente la oposición de las ciudades repúblicas y el desafío de los
nobles libres, sin embargo, eran verdaderos reyes y se aprovecharon de
las tendencias centralizadoras de la época. Eran los únicos que en
Alemania representaban al gobierno central establecido y atrajeron hacia
sí mismos las unidades menores que estaban fuera de sus límites y a su
alrededor.
Pero a pesar de todas estas divisiones profundamente arraigadas en el
pasado, el sentimiento de una Alemania unida estaba penetrando en
todas las clases sociales, desde los príncipes hasta los campesinos, y no
faltaron los proyectos para convertir el sentimiento en realidad. Las
primeras tentativas prácticas tuvieron comienzo con la unión de los
eclesiásticos germanos en Constanza y el proyecto de una iglesia nacional
alemana; y este sueño de unión eclesiástica trajo como secuela la
aspiración hacia una unidad política.
Los medios prácticos propuestos para crear la unidad nacional alemana
sobre tierras que se extendían desde el estrecho de Dover hasta el
Vístula, y desde el Báltico hasta el Adriático, fueron la proclamación de
una Paz Pública universal, prohibiendo las guerras intestinas entre los
alemanes, estableciendo una corte suprema de justicia para resolver las
querellas dentro del Imperio; una moneda común y una unión aduanera
común. Para poder unirlos a todos más firmemente se necesitaba un
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concilio común o cuerpo gubernamental que, dirigido por el emperador,
determinara la política interior y exterior del Imperio. Las únicas
autoridades que podrían crear una unidad gubernamental de esta clase,
eran, por una parte el emperador y por la otra los grandes príncipes y
era necesario que ambos fueran uno en confianza mutua y en intención.
Pero eso fue justamente 10 que nunca sucedió; y durante todo el reinado
de Maximiliano y en los primeros años de Carlos descubrimos que
existían dos conceptos acerca de lo que debería ser el gobierno central: el
uno oligárquico, y el otro autocrático. Los príncipes estaban resueltos a
mantener su independencia y sus planes de unidad siempre implicaron
una oligarquía gobernante que ponía serias restricciones a la autoridad
del emperador; mientras que los emperadores que jamás se someterían
al contralor de una oligarquía de príncipes alemanes y que descubrieron
que éstos nunca podrían llevar a cabo sus proyectos de unidad
autocrática, por lo menos pudieron hacer fracasar cualquier otro.
Se ha acusado a los príncipes alemanes de preferir la seguridad y el
engrandecimiento de sus posesiones dinásticas a la unidad del Imperio,
pero puede a1egarse que al hacerlo seguían únicamente el ejemplo
establecido por su emperador. Federico III, Maximiliano y Carlos V
invariablemente abandonaron los intereses imperiales cuando éstos
chocaban con el bienestar de las posesiones de familia de la casa de
Habsburgo. Cuando Maximiliano heredó las tierras imperiales de
Borgoña, un feudo del Imperio, por haberse casado con María, la
heredera de Carlos el Temerario, utilizó la heredad como si hubiera sido
una parte de los estados familiares de su casa. La casa de Habsburgo
absorbió al Tirol cuando la Liga Suabia evitó que Bavaria se apoderara de
él (1487). La misma suerte le cupo al ducado de Austria cuando Viena fue
reconquistada, y a Hungría y a Bohemia; y cuando Carlos V se apoderó de
Würtemberg por haber proscrito al duque Ulrico, ésta también fue
separada del Imperio y absorbida por las posesiones familiares de los
Habsburgos. Efectivamente hubo una política común perseguida por tres
emperadores sucesivos de despojar al Imperio a fin de aumentar las
posesiones familiares de la casa a la que pertenecían.
La última tentativa para proporcionar unidad constitucional al imperio
alemán, fue hecha en la Dieta de Worms (1521), la dieta ante la cual tuvo
que comparecer Lutero. Allí el Emperador Carlos V acordó aceptar un
Reichsregiment, que en todos los puntos esenciales -aunque
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diferenciándose en algunos detalles-, era el mismo que su abuelo
Maximiliano había propuesto a la Dieta de 1495. El Concilio Central
estaba compuesto por un presidente y cuatro miembros nombrados por el
emperador; seis electores (de entre los que se excluía al rey de Bohemia),
que podían asistir personalmente o enviar diputaciones; y diez miembros
nombrados por el resto de los estados. Las ciudades no estaban
representadas. Este Reichsregiment debía gobernar todas las tierras
alemanas incluyendo a Austria y los Países Bajos pero excluyendo a
Bohemia. Suiza, que hasta entonces nominalmente había pertenecido al
Imperio, se retiró formalmente y dejó de formar parte de Alemania. El
gobierno central necesitaba fondos para llevar adelante su obra y
especialmente para proveer un ejército que ejecutara sus decisiones; y se
discutieron varios proyectos para recolectar fondos en las primeras
reuniones. Por fin se llegó a la decisión de recaudar los fondos necesarios
imponiendo un impuesto del cuatro por ciento a todas las importaciones
y exportaciones, y de establecer aduanas en todas las fronteras. El
resultado práctico de esta medida fue colocar todo el peso del impuesto
sobre las clases mercantiles o, dicho en otras palabras hacer que las
ciudades que no estaban representadas en el Reichsregiment pagaran la
totalidad del gobierno central. Este Reichsregiment tenía el simple
propósito de ser una Junta consultiva sin poder ejercer control definido
mientras el emperador estuviera en Alemania. Cuando él estaba ausente
del país gozaba con independencia del poder de gobernar. Pero todas las
decisiones importantes debían ser confirmadas por el emperador
ausente, quien por su parte, se comprometía a no formar ligas
extranjeras que comprometieran a Alemania sin consentimiento del
Concilio.
Tan pronto como el Reichsregiment hubo establecido su proyecto de
impuestos, las ciudades, sobre las que se proponía cargar todo el peso de
los fondos necesarios, se opusieron, como es natural. Por medio de sus
representantes se reunieron en Speyer (1523), y enviaron delegados a
Valladolid, en España, donde a la sazón se encontraba Carlos para
protestar en contra del proyectado impuesto. Estaban apoyados por los
grandes capitalistas alemanes. El emperador los recibió afablemente y
prometió tomar el gobierno en sus propias manos. De esta manera, la
acción unida del emperador y de las ciudades frustraron la última
tentativa hacia la unidad gubernamental de Alemania. No cabe duda que
la reforma de Lutero contribuyó seriamente a la desintegración de
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Alemania, pero debe recordarse que un movimiento no puede llegar a ser
nacional donde no existe una nación, y que la nacionalidad alemana
había sido destrozada sin esperanza de compostura en el preciso
momento en que era más necesario unificar y moderar los grandes
impulsos religiosos que palpitaban en el corazón de sus ciudadanos.
Maximiliano fue elegido rey de los romanos en el año 1486 y ascendió al
trono imperial a la muerte de su padre, Federico III, en el año 1493,
Poseía una personalidad atractiva, -hombre lleno de entusiasmo a quien
nunca le faltaban las ideas; pero singularmente falto de capacidad
práctica y paciencia para llevarlas a cabo. Casi podría decirse que era el
tipo de la Alemania sobre la cual debía gobernar. No había hombre que
anhelara más profundamente el ideal de una Alemania unida; ningún
hombre contribuyó más para perpetuar las divisiones más reales de esa
tierra.
Fue el patrono de la ciencia y del arte alemanes y se conquistó el aplauso
de los humanistas alemanes; no hubo gobernante más celebrado que él
en las canciones contemporáneas. Protegió y apoyó a las ciudades
alemanas; alentó sus industrias y propició su cultura. En casi todo lo
ideal se mantuvo a favor de la unidad nacional alemana. Se colocó a la
cabeza de las fuerzas intelectuales y artísticas que difundieron la idea de
una Alemania unida para los alemanes. Y por otra parte, su única política
práctica persistente y en la que casi uniformemente tuvo éxito, fue la de
unificar y consolidar las posesiones familiares de la casa de Habsburgo.
En esta política fue el cabecilla de los que dividieron a Alemania en un
agregado de principados separados e independientes. Los más grandes
príncipes alemanes siguieron su ejemplo e hicieron lo posible para
transformarse en gobernantes civilizados de estados modernos.
Maximiliano murió casi inesperadamente el 12 de enero de 1519 y los
partidarios de Francisco, de Francia, y del joven Carlos, rey de España y
nieto de Maximiliano intrigaron durante cinco meses. El partido francés
creía que se había asegurado por medio del soborno, la mayoría de los
electores; y cuando este rumor cundió empezó a manifestarse un
sentimiento popular a favor de Carlos debido a su ascendencia alemana.
Naturalmente esta simpatía fue más persistente en las provincias del
Rin. Los delegados papales no podían conseguir que los boteros del Rin
les alquilaran las chalupas para emprender el viaje porque se creía que el
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papa favorecía al rey francés. Las ciudades imperiales acusaron a
Francisco de fomentar la guerra intestina en Alemania y demostraron
aversión a su candidatura. Hasta los mismos landsknechten vociferaban
pidiendo el nieto de su "padre" Maximiliano. Los ojos de toda Alemania
se volvieron con ansiedad hacia la ciudad venerable de Francfort-delMeno donde según la antigua costumbre, los electores solían reunirse
para elegir el gobernante del Santo Imperio Romano. El 28 de junio de
1519 sonó la campana de alarma de la ciudad dando la señal y los
electores se reunieron vestidos con sus ropajes de estado, escarlata, en la
pequeña capilla oscura de San Bartolomé, donde siempre solía reunirse el
cónclave. Las manifestaciones del sentir popular habían surtido su
efecto. Carlos fue unánimemente elegido y toda Alemania se regocijó, --los buenos ciudadanos de Francfort declararon que si los electores
hubieran escogido a Francisco habrían estado "jugando con la muerte".
El anhelo de un gobernante alemán, fue una ola de efervescencia nacional
que dio como resultado la elección unánime; y nunca pueblo alguno
estuvo más equivocado y finalmente desilusionado. Carlos era heredero
de la casa de Habsburgo, nieto de Maximiliano y por sus venas circulaba
en pleno la sangre alemana; pero era él no era alemán. Maximiliano fue
el último de los verdaderos alemanes.
La historia escasamente puede mostrar otro ejemplo en que la sangre
materna haya cambiado tan completamente el carácter de una raza.
Carlos era el hijo de su madre y sus características españolas fueron
manifestándose con más potencia a medida que los años avanzaban.
Cuando abdicó se retiró a terminar sus días en un convento español. Era
el español, y no el alemán, el que se enfrentó con Lutero en Worms.
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