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CAPÍTULO II LA SITUACIÓN POLÍTICA1 § 1. LA POCA EXTENSIÓN DE LA CRISTIANDAD Durante el período de la Reforma una pequeña porción del mundo pertenecía a la cristiandad, y de esa, sólo una parte fue aceptada ya real o nominalmente por el movimiento. Los cristianos que pertenecían a la Iglesia Griega permanecieron completamente fuera de su influencia. La cristiandad decreció mucho desde el siglo VII. Los sarracenos y sus sucesores en la soberanía musulmana asolaron y conquistaron a muchos pueblos que antes habían estado habitados por poblaciones cristianas y gobernados por cristianos. Palestina, Siria, el Asia Menor, Egipto y el norte de África siguiendo al oeste hacia el estrecho de Gibraltar, habían sido cristianos en un tiempo y se perdieron para la cristiandad desde los siglos VII y VIII. Los musulmanes que invadieron a Europa por el oeste, conquistaron la península ibérica, cruzaron los Pirineos e invadieron a Francia. Se les hizo frente y después de una batalla de tres días fueron derrotados en Tours (732) por los francos, bajo el mando de Carlos Martel, el abuelo de Carlomagno. Después de haberlos arrollado hasta pasar los Pirineos, la península ibérica fue escenario de una lucha entre musulmanes y cristianos que duró más de setecientos años, y España no llegó a ser enteramente cristiana hasta la última década del siglo XV. Si la ola de conquistas musulmanas fue pronto detenida en Occidente, en el Oriente siguió ascendiendo lenta pero firmemente. En el año 1338, Ochán, el sultán de los turcos otomanos, se apoderó de Gallípoli, la ciudad fortificada que guardaba la entrada oriental de los Dardanelos y de esa manera los musulmanes se establecieron en territorio europeo. Pocos años más tarde las tropas de su hijo Murad I se apoderaron de una porción de la península balcánica y separaron a Constantinopla del resto de la cristiandad. Cien años más tarde, cayó Constantinopla (1453); la 1 Historia del Mundo en la Edad Moderna (Universidad de Cambridge), volúmenes 1, I1I, VII, VIII, IX, Xl, XII Y XIV; LAVlSSE, Histoire de France depuis les Origines jusqu’ a la Réuolurion, IV, 1, 11. 17 población cristiana fue asesinada o tomada en cautiverio, la gran iglesia de la Santa Sabiduría (Santa Sofía) fue convertida en una mezquita musulmana y la ciudad llegó a ser la metrópoli del creciente imperio de los turcos otomanos. Serbia, Bosnia, Herzegovina (el ducado de Herzog, un duque), Grecia, el Peloponeso, Rumania, Valaquia y Moldavia fueron incorporados al Imperio Musulmán. Belgrado y la isla de Rodas, los dos baluartes de la cristiandad, habían caído. Alemania estaba amenazada por las invasiones turcas y durante años las campanas tañeron en centenares de parroquias alemanas llamando a las gentes a orar impetrando a Dios para que detuviera a los turcos. Fue recién en la heroica defensa de Viena del año 1529 cuando se atajó el avance victorioso de los musulmanes. Únicamente el Adriático separaba a Italia del Imperio Otomano, y la gran muralla montañosa con la franja de costa dálmata, que se encuentra en la falda, constituyó el baluarte entre la civilización y la barbarie. § 2. CONSOLIDACION POLITICA En la Europa occidental, y dentro de los límites aceptados directa o indirectamente por la Reforma, la característica política distintiva de la época que precedió al movimiento era la consolidación o la coalición. El feudalismo con sus libertades y su ilegalidad estaba desapareciendo, y las naciones compactas se estaban transformando en monarquías con tendencias hacia el absolutismo. Si se excluye al norte escandinavo, casi todo el campo de la vida europea occidental estaba abarcado por cinco naciones y en todas ellas se podía percibir que obraba el principio de la consolidación. En tres de ellas: Inglaterra, Francia y España, emergieron grandes reinos unidos; y si en dos de ellas, Alemania e Italia, la gente no se agrupaba alrededor de una dinastía, se veía el mismo principio de coalición en la formación de estados permanentes que tenían toda la apariencia de reinos modernos. Es importante para llenar nuestro propósito, echar un vistazo sobre cada una y demostrar cuál era el principio que operaba en ellas. § 3. INGLATERRA Cuando el conde de Richmond ascendió al trono de Inglaterra y la gobernó con "autoridad política" como Enrique VII, ya había empezado 18 distintivamente la historia moderna de Inglaterra. El feudalismo quedó vencido en el campo de batalla de Bosworth. Las visitaciones de la Muerte Negra, la gigantesca huelga de agricultores dirigidos por Wat Tyler y el sacerdote Ball, y la consecuente transformación de los siervos campesinos en gente libre que trabajaba a jornal, creó una Inglaterra nueva, preparada para los cambios que habían de tender el puente entre la historia medieval y la moderna. La costumbre inglesa de que los hijos menores de la nobleza fueran considerados plebeyos mientras los privilegios así como también las propiedades pasaban a los hijos mayores, favoreció la consolidación del pueblo. Esto evitó que las varias clases sociales de la población se esteriotiparan en castas como sucedió en Alemania, en Francia y en España. Contribuyó a crear una clase media siempre creciente que no quedó confinada dentro de las ciudades sino que penetró también los distritos rurales. Los hijos menores de la clase noble descendían a esta clase media y la transformación de los siervos en una clase que ganaba su jornal, fue propicia para que algunos de ellos se elevaran a esta clase media. Inglaterra fue el primer país que llegó tener nacionalidad consolidada. La primera parte del reinado de Enrique VII no estuvo exenta de atentados que, si hubieran triunfado, habrían arrojado nuevamente al país a la antigua condición de desintegración. Aunque el rey pretendió unir a las dos ramas rivales de York y Lancaster, los yorkistas no cejaron en provocar disturbios internos que recibían fervoroso apoyo desde el exterior. Irlanda era un baluarte yorkista, y Margarita, la duquesa madre de Borgoña y hermana de Eduardo IV, ejerció una influencia lo suficientemente poderosa en Flandes como para que esa tierra fuera un centro de intrigas yorkistas. Lamberto Simnel, un pretendiente que se decía ser el hijo o el sobrino de Eduardo IV (él variaba la razón que daba de sí mismo), apareció en Irlanda, y toda la isla se reunió en torno a él y le siguió. Invadió a Inglaterra, su estandarte atrajo a muchos de los antiguos yorkistas; pero fue vencido en Stoke-on-Trent en el año 1487. Esta fue en realidad una rebelión formidable. La rebelión dirigida por Perkin Warbeck, un joven borgoñés de Tournai, aunque la apoyaron Margarita de Borgoña y Jacobo IV de Escocia, fue reprimida con más facilidad. En el año 1497 se sofocó una rebelión popular provocada por los impuestos excesivos y puede decirse que ya para el año 1500 las dificultades internas de Enrique 19 habían terminado. consolidada. Inglaterra entró en el siglo XVI como una nación La política exterior de Enrique VII era la alianza con España y la tentativa largamente acariciada de conseguir a Escocia por medios pacíficos, cuyas consecuencias fueron dos matrimonios que tuvieron gran trascendencia. El matrimonio de Margarita, la hija de Enrique, con Jacobo IV de Escocia fue motivo de que se unieran las dos coronas al cabo de tres generaciones; y el casamiento de Catalina, la tercera hija de Fernando e Isabel de España y el hijo de Enrique VII llegó a ser la ocasión, si no la causa, de la rebelión de Inglaterra contra Roma. Catalina casó con Arturo, príncipe de Gales, el 14 de noviembre de 1501. El príncipe Arturo murió el 14 de enero de 1502. Después de prolongadas negociaciones, dilatadas porque el Papa Pío III estaba mal dispuesto a conceder la dispensa, Catalina se comprometió con Enrique y el matrimonio tuvo lugar el año en que el príncipe Enrique ascendió al trono. Catalina y Enrique fueron coronados juntos en Westminster el 28 de junio de 1509. Inglaterra había prosperado durante el reinado del primer soberano Tudor. El incremento firme de la producción de lana y de la exportación de la misma son testimonio del hecho de que el período de guerras internas había terminado porque las ovejas muy pronto se extinguen cuando hordas incursionistas azotan los campos. El número creciente de capitalistas artesanos demuestra que el dinero había llegado a ser posesión de todas las clases de la comunidad. La aparición de las compañías de mercaderes aventureros pone de manifiesto que Inglaterra estaba cumpliendo su parte en el comercio mundial de la nueva era. Los eruditos ingleses, tales como Grocyn y Linacre (que fue preceptor, en Italia, del Papa León X y en Inglaterra del príncipe de Gales) habían imbuido los nuevos conocimientos en Italia, donde lo siguió Juan Colet, que absorbió el espíritu del Renacimiento de los humanistas italianos y el fervor del avivamiento religioso de la obra de Savonarola en Florencia. Cuando Enrique VIII, la esperanza de los reformadores y humanitas ingleses ascendió al trono en el año 1509, el país ya había emergido del medievalismo en casi todos sus aspectos. § 4. FRANCIA 20 Si Inglaterra entró al siglo XVI como el reino mejor consolidado de Europa en el sentido de que todas las clases de la sociedad se habían amalgamado con más firmeza que en ninguna otra parte, puede decirse de Francia que en ninguna otra parte, en esa misma época, la autoridad soberana central se hallaba establecida más firmemente. Muchos fueron los factores que produjeron este estado de cosas. La Guerra de los Cien Años con Inglaterra produjo en Francia lo que las guerras contra los moros produjeron en España. Creó el sentido de la nacionalidad, como también se hizo necesaria la creación de ejércitos nacionales y la recaudación de impuestos nacionales. Durante el fatigoso período de la anarquía bajo Carlos VI todas las instituciones locales y provinciales de Francia parecieron derrumbarse o poner de manifiesto su incapacidad para ayudar a la nación en su época de mayor necesidad. Lo único que fue capaz de mantener en los embates de la tormenta y en la violencia del tiempo fue la autoridad real y esto, a pesar de la incapacidad de quien la revestía. El reinado de Carlos VII demostró a las claras que Inglaterra no estaba destinada a continuar en posesión del territorio francés; y los reinados sucesivos pudieron ver a la autoridad central adquirir lentamente una solidez irresistible. Carlos VII por su política que cedía levemente ante la presión y por quedarse quieto siempre que le fuera posible -por su poca actividad, posiblemente magistra1-, Luis XI por sus artimañas turbulentas y sin escrúpulos, Ana de Beaujeu (su hija) por su claro discernimiento y rápida decisión, no sólo echaron los fundamentos sino que construyeron el sólido edificio de la monarquía absoluta en Francia. El poder real subyugó a los grandes nobles y sus feudatorías; dominó en gran parte a la Iglesia; consolidó las ciudades y las convirtió en puntales de su poder; y se convirtió en el señor directo de los paisanos. La obra de consolidación fue tan rápida como completa. Luis XI, en el año 1464, tres años después de su ascensión, se vio enfrentado por una formidable asociación de los grandes feudatarios de Francia, que se denominaba Liga del Bien Público. Carlos de Guyenne, hermano del rey, el conde de Charolais (conocido con el nombre de Carlos el Temerario, de Borgoña), el duque de Bretaña, las dos grandes familias de los Armañac, la mayor representada por el conde de Armañac y la menor por el duque de Nemours, Juan de Anjou, duque de Calabria y el duque de Barbón, todos se aliaron tomando las armas en contra del rey. A pesar de ello, ya en el año 1465 la Normandía había sido arrancada del duque de Guyena, 21 y la misma Guyena llegó a pertenecerle al rey en el año 1472; el duque de Nemours fue derrotado y muerto en el año 1476; el conde de Charolais que se había convertido en duque de Borgoña, fue depuesto, su poder desmenuzado y muerto por los campesinos confederados suizos, y casi todos sus feudos quedaron incorporados antes del año 1480; de esa manera, a la muerte del rey René (1480), las provincias de Anjou y Provenza quedaron anexadas a la corona de Francia. Los grandes feudatarios quedaron tan quebrantados que las tentativas de revuelta que tramaron durante los primeros años del reinado de Carlos VIII, fueron frustradas fácilmente por Ana de Beaujeu, que actuaba en lugar del joven rey. Los esfuerzos para dominar a la Iglesia datan desde los días del Concilio de Basilea, cuando el Papa Eugenio se encontraba en conflicto desesperado con la mayoría de los miembros del mismo. En el año 1438 una diputación del Concilio fue a entrevistarse con el rey presentándole los planes conciliares para la reforma. Carlos VII convocó una asamblea del clero francés a reunirse en Bourges. Él mismo asistió con sus nobles principales; y asistieron también los miembros del Concilio y los delegados papa1es. Allí fue donde se presentó y aprobó la célebre Pragmática Sanción de Bourges. Esta Pragmática Sanción contenía la mayor parte de los planes conciliares tan acariciados por la reforma. Establecía la supremacía eclesiástica de los concilios sobre los papas. Requería la convocatoria de un concilio cada diez años. Declaró que la elección de los más altos eclesiásticos debía hacerse por los capítulos y los conventos. Denegó la pretensión papal al derecho general de las reservas de los beneficios y limitó los casos en que aquella podía consentirse. Abolió el derecho papal de actuar como Ordinario e insistió en que no había de apelarse a Roma en las causas eclesiásticas sin haber antes agotado todos los demás grados de jurisdicción. Declarándose abolidas las anatas haciendo una pequeña reserva a favor del papa existente. También trató de proveer a las iglesias con un ministerio educado. Todas estas declaraciones llevaban a cabo únicamente las propuestas del Concilio de Basilea, pero ejercieron un influjo importante sobre la posición del clero francés en sus relaciones con el rey. La Pragmática Sanción aunque fue proclamada por una asamblea del clero francés, era sin embargo, una ordenanza real y por lo tanto concedía al rey derechos indefinidos sobre la Iglesia 22 francesa. El derecho a elegir obispos y abates quedó en manos de los capítulos y conventos pero el rey y los nobles tenían el permiso expreso de presentar y recomendar sus candidatos y de allí muy fácilmente podía llegarse a obligar la elección de los recomendados. Inevitablemente esto tenía que resultar en el derecho indefinido de patronato por parte del rey y de los nobles en los beneficios de Francia, y la Iglesia francesa casi no pudo evitar el asumir la apariencia de una iglesia nacional controlada por el rey como cabeza del estado. La abolición de la Pragmática Sanción siempre sirvió de carnada para que el rey de Francia bamboleara ante los ojos del papa; y la promesa de ceñirse a la Pragmática Sanción siempre fue el cebo para asegurar el apoyo del clero y de los Parlaments de Francia. En el año 1516 Francisco I y León X convinieron un concordato cuyo efecto práctico fue proporcionar al rey el derecho de llenar casi todas las vacantes de los altos beneficios de Francia, mientras los papas recibían las anatas. Los resultados no fueron beneficiosos para la Iglesia, porque dejó al clero presa de las exacciones papales y lo obligó a que, para obtener ascensos, se sometiera al rey y a la corte; pero tuvo el efecto de atraer al monarca del lado del papado para el momento en que llegó la Reforma. Apenas puede decirse que Francia fuera una nación consolidada. Por el hecho de que todos los hijos jóvenes retenían el status y privilegios de los nobles, la nobleza se hallaba separada de las clases media y baja. Antiguamente los nobles no pagaban su contribución sobre los impuestos recolectados para fines guerreros, alegando que ellos prestaban servicio personal y el tal privilegio de tenerse por exentos de impuestos fue retenido mucho tiempo después que hubo desaparecido la milicia feudal. En Francia la nobleza llegó a constituirse en una casta, pobre y numerosa en muchos casos y demasiado orgullosa como para rebajarse a ingresar en alguna de las profesiones o dedicarse al comercio. Luis XI hizo todo cuanto pudo para estimular el trabajo, e introdujo en Francia la industria del gusano de seda. Pero como todo el peso de los impuestos gravitaba sobre los distritos rurales, las clases medias se refugiaron en las ciudades, y los paisanos entre los derechos que tenían que pagar a sus señores y los impuestos para el rey, se hallaron en una posición oprimida. Sus quejas fueron presentadas a los Estados 23 Generales, que se reunieron con motivo de la ascensión de Carlos VIII, en una solicitud, aunque con pocas esperanzas de verlas aminoradas. "Durante los últimos treinta y cuatro años", decían, "las tropas han estado atravesando toda la Francia y viviendo de la gente pobre. Cuando el pobre, después de vender el saco que lleva sobre sus espaldas y de trabajar rudamente, ha conseguido pagar su taille y espera que lo poco que le queda le sirva para vivir el resto del año, llegan nuevas tropas a su choza y lo consumen todo. Multitudes han muerto de hambre en Normandía. Por falta de ganados, los hombres y las mujeres tienen que tirar ellos mismos de los carros; y otros, temiendo que si los ven durante el día los tomarán presos por no haber satisfecho su taille, se ven obligados a trabajar de noche. El rey debería tener misericordia de su gente pobre y eximirlos del pago de dichas tailles y demás gabelas". Esto ocurrió en 1483, antes de que las guerras italianas hubiesen aumentado aún más las cargas que tenían que ser pagadas por las clases más pobres de la comunidad. Los nuevos conocimientos comenzaron a infiltrarse en Francia en una época comparativamente temprana. En 1458 un italiano de origen griego fue nombrado para enseñar griego en la Universidad de París. Pero esta universidad por mucho tiempo había sido el centro del estudio escolástico medieval, de modo que recién durante las campañas italianas de Carlos VIII -quien estuvo en Italia cuando el Renacimiento se encontraba en todo su apogeo-, puede decirse que Francia acogió el movimiento humanista. En 1587 se estableció una imprenta griega en París; un grupo de franceses humanistas comenzaron el estudio de los autores de la antigüedad clásica y los nuevos conocimientos gradualmente desplazaron a las viejas disciplinas escolásticas. Probablemente los humanistas franceses fueron los primeros en especializarse en el estudio de la ley romana y ganar reputación como juristas eminentes. Francisco -a igual que Enrique VIII de Inglaterra-, al ascender al trono fue aclamado como rey humanista. Tal era la condición de Francia al despuntar el siglo XVI. § 5. ESPAÑA Por siglos España había estado bajo la dominación mahometana. Los musulmanes habían asolado casi todo el territorio y a través de sus más fértiles provincias los campesinos cristianos vivían bajo el gobierno de 24 una fe extranjera. Al comenzar el siglo X los únicos principados cristianos independientes eran pequeños estados situados a lo largo de la costa meridional del golfo de Vizcaya y las cuestas que se hallan al sudoeste de los Pirineos. Los jefes godos y vándalos poco a poco recuperaron los distritos septentrionales, mientras los moros retenían las provincias más fértiles del sur. Al finalizar el siglo XV las condiciones políticas del país reflejaban esta reconquista gradual, que dio como resultado el que los principios cristianos volvieran a surgir. Isabel que en 1469 se casó con Fernando, el heredero de Aragón, en 1474 sucedió a su hermano Enrique en la soberanía de Castilla. En aquel entonces España estaba dividida en cinco principados separados: Castilla, con León, que contenía el 62%; Aragón, con Valencia y Cataluña, que contenía el 15 % ; Portugal, que contenía el 20 %; Navarra que contenía el 1% y Granada, el único estado musulmán restante, que contenía el 2 % de toda la superficie del país. Castilla acrecentó sus territorios debido a las victorias casi continuadas contra los moros, anexiones que fueron conseguidas de varios modos. Si habían sido adquiridas por medio de lo que se llamaba una guerra nacional, las tierras conquistadas pasaban a ser posesión del rey y podían ser retenidas por él o cedidas a sus señores espirituales y temporales bajo diversas condiciones. En algunos casos tales cesiones constituían a sus poseedores casi en príncipes independientes. Por otra parte, los territorios podían ser arrebatados de las manos extranjeras por aventureros privados y en tales casos quedaban en posesión de los conquistadores, quienes formaban municipalidades que tenían el derecho de escoger y de cambiar sus autoridades, y en realidad constituían comunidades independientes. También había tierras asoladas, como es natural en un período de continuas guerras. Estas tierras llegaban a ser propiedad de quienes se establecían en ellas. Y por último estaban los peligrosos territorios fronterizos, poseídos por los reyes o grandes señores quienes, por prudencia, los poblaban con campesinos, a quienes se les podía inducir a ocupar tan peligrosa posición concediéndoles fueros que garantizaban prácticamente su independencia. Bajo tales condiciones la autoridad central no podía ser fuerte. Contribuía a debilitarla aún más el hecho de que los grandes feudatarios pretendían tener sobre sus tierras, el gobierno administrativo civil y militar, que equivalía casi al de un monarca. Abundaban las órdenes religiosas militares que poseían inmensas riquezas. Sus Grandes Maestros, en 25 virtud de su oficio, eran comandantes militares independientes que poseían grandes prebendas para dispensar a sus seguidores en la forma de ricas comendadorías. El poder que ostentaban echaba sombra al del soberano. Los grandes eclesiásticos, que en virtud de sus territorios eran poderosos señores feudales, a semejanza de sus colegas laicos, reclamaron los derechos de la administración civil y militar y, como estaban personalmente protegidos por la santidad indefinible del carácter sacerdotal, eran aún más turbulentos. Una anarquía casi completa había prevalecido durante los reinados de los dos reyes débiles que precedieron a Isabel en el trono de Castilla, y las tierras reales –que mantenían y protegían especta1mente al soberano-, habían sido enajenadas al prodigar regalos a los grandes nobles. Tal era la situación que tuvo que afrontar la joven reina cuando se hizo cargo de su heredad. Y tal estado de cosas se agravó por una rebelión que estalló a favor de Juana, la hija ilegítima de Enrique IV. La rebelión fue aplastada exitosamente. Entonces la reina y su consorte, quien todavía no estaba en posesión del trono de Aragón, trataron de prestar seguridad a sus tierras. Porque la anarquía prevaleciente había producido sus consecuencias naturales. El país estaba infestado por hordas de brigantes y la vida humana no estaba a salvo fuera de las murallas de las ciudades. Isabel instituyó -o más bien reavivó-, la Santa Hermandad, que era una fuerza de caballería formada por elementos de todo el país; cada grupo de cien casas tenía que proveer un jinete. Era un ejército de policía montada. Tenía sus propios jueces que dictaban sentencia contra los criminales en el mismo escenario de sus fecharías; aquellos que resultaban convictos eran castigados por las tropas de acuerdo a las sentencias recaídas. El propósito declarado era poner fin a todos los crímenes violentos cometidos fuera de las ciudades, y echar mano a los criminales que hubieran escapado a la justicia urbana. Estos jueces reemplazaron la autoridad judicial de los nobles, quienes protestaron en vano sobre el particular. La Hermanad cumplió su trabajo con mucha eficiencia, y las ciudades, a igual que la gente común, apreciaron los esfuerzos de la monarquía al proporcionarles seguridad para su vida y propiedades. Los soberanos después atacaron las posiciones de los nobles, porque sus feudos mutuos se constituían en enemigos fáciles para los gobernantes que habían demostrado tener la suficiente fuerza como para gobernarlos. Los dominios reales, que habían sido enajenados o transferidos en 26 reinados anteriores, fueron restituidos al soberano y muchos de los privilegios de que más abusaba la nobleza, fueron cercenados. Uno tras otro, los grandes mayorazgos de las órdenes de los Cruzados fueron centralizándose en la persona del monarca con el beneplácito del papa que concedía la investidura. La Iglesia fue despojada de una parte de sus riquezas superfluas y los poderes civiles de los altos dignatarios quedaron abolidos o cercenados. Finalmente puede decirse que el clero español quedó tan subordinado al soberano como el de Francia. A la pacificación y consolidación de Castilla siguió la conquista de Granada. La Santa Hermandad hizo las veces de ejército permanente, las riñas internas entre los moros sirvieron de auxilio a los cristianos, y después de una larga lucha (1481-1492) la ciudad de Granada fue tomada y el reinado de los moros en la península llegó a su fin. Toda España, salvo Portugal y Navarra (que fueron tomados por Fernando en 1512), quedó así unida bajo el reinado de Fernando e Isabel, los reyes católicos como se les llegó a llamar, y la unidad civil acrecentó el anhelo de la uniformidad religiosa. Los judíos en España eran numerosos ricos e influyentes. Se habían entremezclado, por matrimonio, con muchas familias nobles casi controlaban por completo las finanzas del país. Se resolvió compelerlos a volverse cristianos aun por la fuerza si necesario fuera. En el año 1478 se obtuvo del Papa Sixto IV una bula estableciendo la Inquisición en España, con la declaración de que los inquisidores deberían ser nombrados por el soberano. De esta manera el Santo Oficio llegó a ser instrumento para establecer el despotismo civil, tanto como medio para reprimir la herejía. Llenó su cometido con una severidad despiadada hasta entonces desconocida. Hasta el mismo Sixto y algunos de sus sucesores movidos por las reiteradas quejas intentó poner freno a tan salvaje energía; pero la Inquisición era un instrumento demasiado útil en manos de un soberano despótico y los papas se vieron obligados a permitir que continuara y a rechazar toda apelación que llegara a Roma en contra de sus sentencias. Fue establecida para luchar contra los súbditos moros de los reyes católicos, a pesar de los términos de la capitulación de Granada que proveían el libre ejercicio de la libertad civil y religiosa. El resultado fue que, a pesar de la ferocidad de las rebeliones, todos los moros, salvo pequeños grupos de familias que gozaban de la especial protección de la corona, llegaron a ser nominalmente cristianos antes de 1502, aunque casi pasó un siglo antes 27 de que la Inquisición hubiera desarraigado por completo las últimas huellas de la fe musulmana de la península ibérica. La muerte de Isabel, ocurrida en 1504, coincide con una formidable rebelión en contra de este procedimiento de represión y consolidación. Las severidades de la Inquisición, la insistencia de Fernando en gobernar personalmente las tierras de su difunta esposa consorte, y muchas causas locales fueron motivo de las conspiraciones y revueltas difundidas por todo el país en contra de su reinado. Los años transcurridos entre 1504 1522 comprenden un período de revoluciones y de anarquía que terminó cuando Carlos V, nieto de Fernando e Isabel, venciendo toda resistencia, inauguró un reinado de despotismo personal que caracterizó durante mucho tiempo al reino de España. Las dificultades españolas tuvieron algo que ver en la imposibilidad que tuvo Carlos para ejecutar en Alemania, como era su deseo, el bando decretado contra Martín Lutero en Worms. § 6. ALEMANIA E ITALIA Alemania e Italia, en los comienzos del siglo XVI, casi no habían progresado en el camino de la unidad y consolidación nacional. El proceso de consolidación nacional que era una característica de la época, se manifestó en estos países por medio de la creación más bien de principados compactos que en un movimiento nacional grande y efectivo bajo un solo poder soberano. Es algo muy común en la historia decir que la razón principal de ella fue la presencia dentro de estos dos países, del papa y del emperador, las dos potencias gemelas del primitivo ideal medieval de gobierno dual, eclesiástico civil a un mismo tiempo. Maquiavelo expresó la idea común en su estilo claro y vigoroso. El dice que los italianos deben a Roma el estar divididos en fracciones y no unidos como España y Francia. Explica que el papa, que pretendía la jurisdicción temporal tanto como la espiritual, aunque no era lo suficientemente fuerte para gobernar a toda Italia por sí mismo, era lo suficientemente poderoso como para evitar que otra dinastía italiana ocupara su lugar. Siempre que constataba que un gobernante italiano acrecentaba su poder como para tener un futuro ante sí, invitaba a algún potentado extranjero a aliarse con él, convirtiendo a Italia en presa de continuas invasiones. El señorío que el papa ejercía en la penumbra era suficiente, según la opinión de Maquiavelo, para evitar cualquier señorío 28 efectivo bajo una dinastía nativa dentro de la península italiana. En Alemania existía una impotencia similar. El rey alemán era el emperador, la cabeza medieval del Santo Imperio Romano, el "rey de los romanos". Puede tenerse una idea de lo que fundamenta el pensamiento y su expresión cuando se lee la inscripción que se halla al pie del retrato que Alberto Durero hizo de Maximiliano: "Imperator Caesar Divus Maximilianus Pius Felix Augustus", tal como si hubiera sido Trajano o Constantino. Esta frase nos remonta a la época en que las tribus teutonas barrieron las posesiones romanas de la Europa occidental y tomaron posesión de ellas. Eran bárbaros con una reverencia inalterable por la civilización más amplia del gran imperio que habían conquistado. Penetraron dentro del caparazón del gran imperio y trataron de asimilar su jurisprudencia y su religión. De allí que sucediera que en los comienzos de la Edad Media, como lo dice Freeman, "las dos grandes potencias de la Europa occidental eran la Iglesia y el Imperio, y el centro de cada una, por lo menos en la imaginación, era Roma. Las dos continuaron mientras se establecían las naciones alemanas y las dos, en cierto modo, absorbieron nuevos poderes del cambio de las cosas. Los hombres se convencieron más que nunca de que Roma era el centro legal y natural del mundo. Porque se sostenía que por derecho divino había dos vicarios de Dios sobre la tierra: el emperador romano, su vicario en las cosas temporales y el obispo romano, su vicario en las cosas espirituales. Esta creencia no era un obstáculo para la existencia de ninguno de estos estados separados, para los principados ni para las iglesias nacionales. Pero se sostenía que, el emperador romano, era el Señor del Mundo, era por derecho la cabeza de todos los estados temporales, y que el obispo romano, era la cabeza de todas las iglesias". Esta idea era una piadosa fantasía y nunca se expresó de hecho, actual y plenamente. Ninguna nación oriental ni iglesia jamás estuvo de acuerdo con ella; y el señorío temporal de los emperadores nunca fue reconocido completamente ni aún en el occidente. No obstante, prevalecía en la mente de los hombres con toda la fuerza de un ideal. A medida que las naciones de Europa fueron creándose, la autoridad suprema del emperador fue quedando cada vez más y más en la penumbra; pero las dos supremacías podían evitar la consolidación nacional tanto de Alemania como de Italia donde moraban los que las poseían. Todo esto es, como ya se ha dicho, algo muy conocido en la historia y, como todo lo muy conocido, contiene una gran cantidad de verdad. Sin embargo, puede dudarse de que la idea medieval fuera la única responsable de la 29 desintegración tanto de Alemania como de Italia en el siglo XVI. Un estudio meticuloso de las condiciones existentes en ambos países nos hace ver que hubo muchas causales que operaron además de la idea medieval: las condiciones geográficas, las sociales y las históricas. Cualesquiera hayan sido las causas, la desintegración de estos dos países estaba en notable contraste con la consolidación de las otras tres naciones. § 7. ITALIA Al finalizar el siglo XV, Italia contenía un gran número de pequeños principados y cinco estados que podrían ser llamados las grandes potencias de Italia: Venecia, Milán y Florencia al norte, Nápoles al sur y los Estados de la Iglesia en el centro. Se mantenía la paz por un equilibrio de poderes, delicado y sumamente artificial. Venecia era una república comercial, gobernada por una oligarquía de nobles. La ciudad edificada en los lagos fue fundada por los espantados fugitivos que huían ante los hunos de Atila, de modo que en aquella época era más que milenaria. Poseía grandes territorios de una buena parte de Italia, y las colonias que se extendían a lo largo de la costa oriental del Adriático y entre las islas griegas. De todos los estados italianos era el que recibía mayores entradas, aunque también era el que soportaba los más abultados desembolsos. El segundo en riquezas era Milán, con una entrada anual de más de 700.000 ducados. Al finalizar el siglo era posesión de la familia Sforza cuyo fundador era hijo de pobres labradores y llegó a ser jefe de un formidable ejército de mercenarios. Maximiliano lo reclamó como feudo del imperio y los reyes de Francia lo consideraron herencia de los duques de Orleans. La disputa por esta herencia fue una de causas por las cuales Carlos VIII invadió a Italia. Florencia, una de las ciudades más cultas de Italia, era, como Venecia, una república comercial; pero era una república democrática donde una familia, los Medici, había usurpado un poder casi despótico mientras preservaban las apariencias exteriores de un gobierno republicano. Nápoles era la porción de Italia donde el sistema feudal de la Edad Media tuvo más duración. El antiguo reino de las dos Sicilias (Nápoles y Sicilia) quedó dividido desde el año 1458, y Sicilia quedó políticamente separada de la parte principal del país. La isla pertenecía al rey de Aragón, mientras que lo principal del país estaba gobernado por el hijo ilegítimo 30 de Alfonso de Aragón, llamado Ferrante o Ferrantino, que demostró ser un gobernante despótico y dominador. Aplastó a sus barones feudales semi-independientes, colocó las ciudades bajo su férula despótica y pudo legar a su hijo Alfonso un reino compacto en el año 1494. Sin embargo, la característica que mejor ilustra la condición política de Italia y a tendencia general de la época hacia la coalición, fue el desarrollo de los Estados de la Iglesia. Los dominios que estaban bajo el poder temporal directo del papa, habían sido los más desorganizados de toda Italia. Los barones vasallos habían sido turbulentamente independientes y los papas tenían muy poco poder aun dentro de la misma ciudad de Roma. La incapacidad de los papas para dominar a sus vasallos llegó a su etapa más humillante en días de Inocencio VIII. Sus sucesores, A1ejandro VI (Rodrigo Borgia, 1492-1503), Julio II (Cardenal della Rovere, 1503-1513 y León X (Juan de Médicis, 1513-1521), procuraron crear, y consiguieron formar en parte, un poderoso dominio central: los Estados de la Iglesia. La época turbulenta de las invasiones francesas y el estado continuo de guerra entre los estados más poderosos de Italia, les proveyó la ocasión. Continuaron su política con una astucia que barría todas las obligaciones morales y de un modo tan inhumano que no se detuvieron ante las más horrendas carnicerías. El papado aparecía en sus manos únicamente como poder temporal y los políticos contemporáneos lo trataban como tal. Era uno de los estados políticos de Italia y los papas se distinguían de los otros gobernantes contemporáneos italianos únicamente por el hecho de que su posición espiritual les permitía ejercer su influencia en toda Europa, cosa que los demás no podían pretender, y su carácter sagrado los colocaba por encima de las obligaciones ordinarias de la moralidad en el asunto de mantener las promesas solemnes y las obligaciones de los tratados que obligaban por medio de los juramentos más sagrados. En cierto sentido, su propósito era patriótico, Eran príncipes italianos que tenían por objeto crear una poderosa potencia central que pudiera mantener la independencia de Italia en contra del extranjero; y parcialmente, llegaron a tener éxito en ello cualquiera que sea el juicio que se pronuncie acerca de los medios que emplearon para obtener su fin. Pero la conducta del príncipe italiano colocó a la Cabeza de la Iglesia al margen de las influencias intelectuales, artísticas y religiosas (el avivamiento producido por Savonaro1a en Florencia), que operaban en Italia a favor de la regeneración de la sociedad europea. Los papas del 31 Renacimiento establecieron el ejemplo, seguido con demasiada fidelidad por casi todos los príncipes de la época, de creer que los motivos políticos eran mucho más poderosos que cualquier motivo moral o re1igioso. § 8. ALEMANIA En los días de la Reforma, Alemania, o el Imperio como se la llamaba, incluía los Países Bajos al noroeste y una buena parte de lo que ahora conocemos como tierra de Austria y Hungría por el este. Su condición era muy extraña. Por una parte había surgido un fuerte sentimiento popular de unidad en toda la porción de habla alemana, y por otra, el país estaba partido en secciones y fragmentos dividido de un modo mucho más desesperante que la misma Italia. Nominalmente el Imperio estaba gobernado por un señor supremo con una gran asamblea feudal, la Dieta, que le respondía. El Imperio era electivo aunque durante generaciones los gobernantes escogidos siempre fueron las cabezas de la casa Habsburgo y desde el año 1356 la elección había estado en manos de siete príncipes electores: tres del Elba y cuatro del Rin. Por e1lado del Elba estaban: el rey de Bohemia, el elector de Sajonia y el elector de Brandeburgo; y por el Rin, el conde palatino del Rin y los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia. Este Imperio, que nominalmente era uno, y completamente impregnado de los más fuertes sentimientos de unidad, estaba desesperadamente dividido, y --porque era lo peculiar de la situación--, todos los e1ementos que podrían haber contribuido a un gobierno que en países como Francia e Inglaterra apoyaban al poder central, operaban en contra de la unión. Examinando el mapa de Alemania de la época de la Reforma se ve una multiplicidad de principados eclesiásticos seculares separados, tanto más sorprendente porgue la mayor parte de ellos parecían compuestos parcelas separadas unas de otras. Casi cada uno de los príncipes tenía necesidad de cruzar el territorio de otro para visitar las porciones diseminadas e sus dominios. También ha de recordarse que las divisiones que pueden representarse en un mapa expresan sólo débilmente el estado real de cosas. Los territorios de las ciudades imperiales -porque 32 las tierras fuera de los muros estaban gobernadas por los padres civiles-, eran en su mayor parte demasiado pequeños para figurar en los mapas y por la misma razón los pequeños principados de las hordas de nobles libres tampoco pueden verse. Por lo cual debemos imaginar todas las repúblicas medievales y esos reinos infinitesimales acampados en los territorios de los grandes príncipes y quitándoles aún el poquito de unidad que los mapas demuestran. Los mayores estados feudales: el electorado y ducado de Sajonia. Brandeburgo, Bavaria, el Palatinado, Hesse y muchos otros, celebraban asambleas de sus propios estados -concilios de nobles y abogados subordinados-, tenían sus propias cortes supremas de justicia, de las que no se podía apelar su propio sistema fiscal, sus propias finanzas y moneda y fiscalizaban casi todo lo relacionado con su propio clero y sus relaciones con las potencias fuera de Alemania. Obstaculizados como estaban sus príncipes por los grandes eclesiásticos, afrontando continuamente la oposición de las ciudades repúblicas y el desafío de los nobles libres, sin embargo, eran verdaderos reyes y se aprovecharon de las tendencias centralizadoras de la época. Eran los únicos que en Alemania representaban al gobierno central establecido y atrajeron hacia sí mismos las unidades menores que estaban fuera de sus límites y a su alrededor. Pero a pesar de todas estas divisiones profundamente arraigadas en el pasado, el sentimiento de una Alemania unida estaba penetrando en todas las clases sociales, desde los príncipes hasta los campesinos, y no faltaron los proyectos para convertir el sentimiento en realidad. Las primeras tentativas prácticas tuvieron comienzo con la unión de los eclesiásticos germanos en Constanza y el proyecto de una iglesia nacional alemana; y este sueño de unión eclesiástica trajo como secuela la aspiración hacia una unidad política. Los medios prácticos propuestos para crear la unidad nacional alemana sobre tierras que se extendían desde el estrecho de Dover hasta el Vístula, y desde el Báltico hasta el Adriático, fueron la proclamación de una Paz Pública universal, prohibiendo las guerras intestinas entre los alemanes, estableciendo una corte suprema de justicia para resolver las querellas dentro del Imperio; una moneda común y una unión aduanera común. Para poder unirlos a todos más firmemente se necesitaba un 33 concilio común o cuerpo gubernamental que, dirigido por el emperador, determinara la política interior y exterior del Imperio. Las únicas autoridades que podrían crear una unidad gubernamental de esta clase, eran, por una parte el emperador y por la otra los grandes príncipes y era necesario que ambos fueran uno en confianza mutua y en intención. Pero eso fue justamente 10 que nunca sucedió; y durante todo el reinado de Maximiliano y en los primeros años de Carlos descubrimos que existían dos conceptos acerca de lo que debería ser el gobierno central: el uno oligárquico, y el otro autocrático. Los príncipes estaban resueltos a mantener su independencia y sus planes de unidad siempre implicaron una oligarquía gobernante que ponía serias restricciones a la autoridad del emperador; mientras que los emperadores que jamás se someterían al contralor de una oligarquía de príncipes alemanes y que descubrieron que éstos nunca podrían llevar a cabo sus proyectos de unidad autocrática, por lo menos pudieron hacer fracasar cualquier otro. Se ha acusado a los príncipes alemanes de preferir la seguridad y el engrandecimiento de sus posesiones dinásticas a la unidad del Imperio, pero puede a1egarse que al hacerlo seguían únicamente el ejemplo establecido por su emperador. Federico III, Maximiliano y Carlos V invariablemente abandonaron los intereses imperiales cuando éstos chocaban con el bienestar de las posesiones de familia de la casa de Habsburgo. Cuando Maximiliano heredó las tierras imperiales de Borgoña, un feudo del Imperio, por haberse casado con María, la heredera de Carlos el Temerario, utilizó la heredad como si hubiera sido una parte de los estados familiares de su casa. La casa de Habsburgo absorbió al Tirol cuando la Liga Suabia evitó que Bavaria se apoderara de él (1487). La misma suerte le cupo al ducado de Austria cuando Viena fue reconquistada, y a Hungría y a Bohemia; y cuando Carlos V se apoderó de Würtemberg por haber proscrito al duque Ulrico, ésta también fue separada del Imperio y absorbida por las posesiones familiares de los Habsburgos. Efectivamente hubo una política común perseguida por tres emperadores sucesivos de despojar al Imperio a fin de aumentar las posesiones familiares de la casa a la que pertenecían. La última tentativa para proporcionar unidad constitucional al imperio alemán, fue hecha en la Dieta de Worms (1521), la dieta ante la cual tuvo que comparecer Lutero. Allí el Emperador Carlos V acordó aceptar un Reichsregiment, que en todos los puntos esenciales -aunque 34 diferenciándose en algunos detalles-, era el mismo que su abuelo Maximiliano había propuesto a la Dieta de 1495. El Concilio Central estaba compuesto por un presidente y cuatro miembros nombrados por el emperador; seis electores (de entre los que se excluía al rey de Bohemia), que podían asistir personalmente o enviar diputaciones; y diez miembros nombrados por el resto de los estados. Las ciudades no estaban representadas. Este Reichsregiment debía gobernar todas las tierras alemanas incluyendo a Austria y los Países Bajos pero excluyendo a Bohemia. Suiza, que hasta entonces nominalmente había pertenecido al Imperio, se retiró formalmente y dejó de formar parte de Alemania. El gobierno central necesitaba fondos para llevar adelante su obra y especialmente para proveer un ejército que ejecutara sus decisiones; y se discutieron varios proyectos para recolectar fondos en las primeras reuniones. Por fin se llegó a la decisión de recaudar los fondos necesarios imponiendo un impuesto del cuatro por ciento a todas las importaciones y exportaciones, y de establecer aduanas en todas las fronteras. El resultado práctico de esta medida fue colocar todo el peso del impuesto sobre las clases mercantiles o, dicho en otras palabras hacer que las ciudades que no estaban representadas en el Reichsregiment pagaran la totalidad del gobierno central. Este Reichsregiment tenía el simple propósito de ser una Junta consultiva sin poder ejercer control definido mientras el emperador estuviera en Alemania. Cuando él estaba ausente del país gozaba con independencia del poder de gobernar. Pero todas las decisiones importantes debían ser confirmadas por el emperador ausente, quien por su parte, se comprometía a no formar ligas extranjeras que comprometieran a Alemania sin consentimiento del Concilio. Tan pronto como el Reichsregiment hubo establecido su proyecto de impuestos, las ciudades, sobre las que se proponía cargar todo el peso de los fondos necesarios, se opusieron, como es natural. Por medio de sus representantes se reunieron en Speyer (1523), y enviaron delegados a Valladolid, en España, donde a la sazón se encontraba Carlos para protestar en contra del proyectado impuesto. Estaban apoyados por los grandes capitalistas alemanes. El emperador los recibió afablemente y prometió tomar el gobierno en sus propias manos. De esta manera, la acción unida del emperador y de las ciudades frustraron la última tentativa hacia la unidad gubernamental de Alemania. No cabe duda que la reforma de Lutero contribuyó seriamente a la desintegración de 35 Alemania, pero debe recordarse que un movimiento no puede llegar a ser nacional donde no existe una nación, y que la nacionalidad alemana había sido destrozada sin esperanza de compostura en el preciso momento en que era más necesario unificar y moderar los grandes impulsos religiosos que palpitaban en el corazón de sus ciudadanos. Maximiliano fue elegido rey de los romanos en el año 1486 y ascendió al trono imperial a la muerte de su padre, Federico III, en el año 1493, Poseía una personalidad atractiva, -hombre lleno de entusiasmo a quien nunca le faltaban las ideas; pero singularmente falto de capacidad práctica y paciencia para llevarlas a cabo. Casi podría decirse que era el tipo de la Alemania sobre la cual debía gobernar. No había hombre que anhelara más profundamente el ideal de una Alemania unida; ningún hombre contribuyó más para perpetuar las divisiones más reales de esa tierra. Fue el patrono de la ciencia y del arte alemanes y se conquistó el aplauso de los humanistas alemanes; no hubo gobernante más celebrado que él en las canciones contemporáneas. Protegió y apoyó a las ciudades alemanas; alentó sus industrias y propició su cultura. En casi todo lo ideal se mantuvo a favor de la unidad nacional alemana. Se colocó a la cabeza de las fuerzas intelectuales y artísticas que difundieron la idea de una Alemania unida para los alemanes. Y por otra parte, su única política práctica persistente y en la que casi uniformemente tuvo éxito, fue la de unificar y consolidar las posesiones familiares de la casa de Habsburgo. En esta política fue el cabecilla de los que dividieron a Alemania en un agregado de principados separados e independientes. Los más grandes príncipes alemanes siguieron su ejemplo e hicieron lo posible para transformarse en gobernantes civilizados de estados modernos. Maximiliano murió casi inesperadamente el 12 de enero de 1519 y los partidarios de Francisco, de Francia, y del joven Carlos, rey de España y nieto de Maximiliano intrigaron durante cinco meses. El partido francés creía que se había asegurado por medio del soborno, la mayoría de los electores; y cuando este rumor cundió empezó a manifestarse un sentimiento popular a favor de Carlos debido a su ascendencia alemana. Naturalmente esta simpatía fue más persistente en las provincias del Rin. Los delegados papales no podían conseguir que los boteros del Rin les alquilaran las chalupas para emprender el viaje porque se creía que el 36 papa favorecía al rey francés. Las ciudades imperiales acusaron a Francisco de fomentar la guerra intestina en Alemania y demostraron aversión a su candidatura. Hasta los mismos landsknechten vociferaban pidiendo el nieto de su "padre" Maximiliano. Los ojos de toda Alemania se volvieron con ansiedad hacia la ciudad venerable de Francfort-delMeno donde según la antigua costumbre, los electores solían reunirse para elegir el gobernante del Santo Imperio Romano. El 28 de junio de 1519 sonó la campana de alarma de la ciudad dando la señal y los electores se reunieron vestidos con sus ropajes de estado, escarlata, en la pequeña capilla oscura de San Bartolomé, donde siempre solía reunirse el cónclave. Las manifestaciones del sentir popular habían surtido su efecto. Carlos fue unánimemente elegido y toda Alemania se regocijó, --los buenos ciudadanos de Francfort declararon que si los electores hubieran escogido a Francisco habrían estado "jugando con la muerte". El anhelo de un gobernante alemán, fue una ola de efervescencia nacional que dio como resultado la elección unánime; y nunca pueblo alguno estuvo más equivocado y finalmente desilusionado. Carlos era heredero de la casa de Habsburgo, nieto de Maximiliano y por sus venas circulaba en pleno la sangre alemana; pero era él no era alemán. Maximiliano fue el último de los verdaderos alemanes. La historia escasamente puede mostrar otro ejemplo en que la sangre materna haya cambiado tan completamente el carácter de una raza. Carlos era el hijo de su madre y sus características españolas fueron manifestándose con más potencia a medida que los años avanzaban. Cuando abdicó se retiró a terminar sus días en un convento español. Era el español, y no el alemán, el que se enfrentó con Lutero en Worms. 37