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“Ser Judío es Recordar”
Izkor 5776. B´nei Israel, 2015
Rabino Darío Feiguin
En Agosto de 1979, hace 36 años, Yudi y yo fuimos de Israel de visita a la Argentina,
con el propósito de casarnos, rodeados de nuestros familiares y amigos.
En ese viaje, tuvimos el honor de participar de una serie de eventos y homenajes
alrededor de la visita de Elie Wiesel a Buenos Aires.
Elie Wiesel nació en 1928 en lo que entonces era Hungría. Se educó en una atmósfera
tradicional judía, y todavía siendo niño, fue arrancado por los Nazis del seno de su
hogar. Presenció todos los horrores de Birkenau, Auschwitz, Buna y Buchenwald.
Perdió allí, en los campos de exterminio, a sus padres y a su hermanita. Después de la
Segunda Guerra Mundial se estableció en París, trabajó como periodista, y comenzó a
escribir. Más tarde, en la década del 50, se trasladó a los Estados Unidos, donde
escribió varios libros y enseñó en varias Universidades, además de presidir la Comisión
para el estudio de la Shoá, convocada por el entonces Presidente Jimmy Carter.
Elie Wiesel no fue el primero en decir que ser judío es recordar, pero en mi vida, fue
uno de los que lo hicieron con mayor contundencia.
El 31 de Agosto de 1979, el Seminario Rabínico Latinoamericano organizó en su honor
una cena sabática. En esa cena, Ellie Wiesel, quien pasó por todo el horror
inimaginable, dijo que lo que caracteriza al judío, por sobre todas las cosas, es su
memoria.
Más adelante escribió: “Ser judío significó siempre vivir con memoria; es reproducir
gestos y sonidos transmitidos a través de generaciones cuyo producto final es uno
mismo. En la mañana de Shavuot allí estaba yo con Moisés recibiendo la Torá. En
vísperas de Tish’á beAv, sentado en el suelo, mi cabeza cubierta de cenizas, lloraba
junto a Rabí Iojanán Ben Zakai, por la destrucción de la ciudad que se había pensado
indestructible. Durante la semana de Januká corría a ayudar a los Makabim. En Purim;
¡Cómo me reía con Mordejai!, festejando su victoria sobre Hamán. Y semana tras
semana, mientras bendecíamos el día a través de una copa de vino durante la cena de
Shabat, acompañaba a los judíos que salían de Egipto. Sí, siempre estaba saliendo de
Egipto, liberándome de la esclavitud. Ser judío significaba crear vínculos, una red de
continuidad”. Hasta aquí Elie Wiesel.
Me pregunto qué pasaría si no recordáramos quiénes somos y de dónde venimos? Si
acaso el olvido no nos llevaría a deambular por la Vida a la deriva, sin sentido.
Vivir el Judaísmo es atravesar el Tiempo y compartir las vivencias del pasado como si
fueran vividas aquí y ahora.
No se trata de una actitud nostálgica que nos impide proyectar hacia el futuro y avanzar
hacia adelante.
Es como un ejercicio que se hace sencillo con la práctica periódica y constante.
Vivimos el Presente a la luz del pasado.
Tal vez éste sea el secreto de esa red de continuidad que no nos retiene allí donde
nunca más vamos a volver, sino que siempre nos suelta hacia nuevos desiertos de
Libertad, de decisiones, de búsquedas.
La memoria, la llevamos en nuestro ADN y en cada célula; en los gestos y los sonidos
transmitidos a través de las generaciones. Pero también en nuestra consciencia.
Así como la memoria colectiva nos permite volver a enfocarnos como judíos, la
memoria individual nos ordena hacerlo como personas.
Por eso en Iom Kipur, el día más sagrado del Calendario Judío, cuando nuestros
estómagos están vacíos y nos sentimos desnudos de soberbia; precisamente en este
día en el que nos buscamos a nosotros mismos, los encontramos a ellos: los que no
están más a nuestro lado, pero a quienes muchas veces sentimos adentro. Ellos son
parte de nuestras Vidas. Recordarlos es también recordar quiénes somos nosotros
mismos. Sólo así podremos buscar hacia dónde queremos continuar.
Mirando el vaso medio vacío, lloramos sus ausencias.
Especialmente en momentos de crisis y de prueba, es cuando más nos hacen falta.
¡Cuánto necesitamos sus consejos, sus abrazos, su contención!
Nuestros padres y abuelos. Nuestros hermanos y hermanas. Nuestros Maestros.
Nuestros hijos. ¡Cuánta falta nos hacen!
Mirando el vaso medio lleno, agradecemos por haber sido parte de nuestras Vidas, y
por habernos tocado por su magia. Una inmensa montaña de amor brota y surge sin
control desde algún misterioso lugar del Alma, para besarlos en algún misterioso lugar
del cosmos.
Y desde ese lugar, el amor se llena de agradecimiento. Ya no hay culpas por lo que
pudimos haber hecho y no hicimos, o por lo que pudimos haber hecho mejor. Ya no
hay reclamos por lo que ellos pudieron haber hecho diferente. Nuestra fuerza, que es
cada vez menor, no está en esta hora de Izkor para seguir preguntando “por qué”.
¿Quiénes somos para creer entender el Misterio de la Vida y de la Muerte?
Nuestra poca energía, está en estos momentos para recordar, para agradecer, para
amar.
Cerramos los ojos, y los llamamos: ¡Mami! ¡Papi! ¡Mi amor! Y así, con los ojos
cerrados, los vemos en sus luchas y también en sus momentos de mayor esplendor y
vitalidad.
Recordamos los aromas de comidas, y los olores y perfumes de nuestra niñez y
Juventud. No se perdieron. Ahí están, acompañando las imágenes de sus rostros y
sonrisas.
Escuchamos las palabras, los consejos, las melodías de sus bocas y de sus almas, y
hasta percibimos la sensación de su piel, sus abrazos, sus manos protectoras.
Todos nuestros sentidos agudizados por el hambre y la emoción, los recuerdan y los
traen en esta hora de Izkor. Atravesamos el tiempo y el espacio; y estamos otra vez “en
casa”, y su cercanía nos es tan natural y tan esencial.
Y cuando se acabe el Izkor… y cuando termine este Iom Kipur… los vamos a dejar ir
nuevamente hacia el Misterio del Más Allá, porque nuestro compromiso con ellos, con
nosotros mismos y con quienes nos suceden, no está anclado en el pasado, sino en
arriesgarnos a seguir avanzando hacia nuestro propio destino, incierto, inseguro, lleno
de temores e interrogantes, pero en Libertad.
Nuestras lágrimas lubrican el alma, y D’s mismo penetra en medio del Silencio y el
vacío.
Nuestros corazones quebrados y sensibilizados dejan que la misma Shejiná nos
permita reconocernos frágiles, amorosos, humanos.
Tal vez, porque sabemos que aún en su ausencia, están al lado nuestro, y no nos van
a dejar caer.
El Midrash dice que hay tres etapas en el duelo:
La primera es la de las lágrimas. La segunda es la del silencio. La tercera, cuando ya
se acabaron las lágrimas, y el silencio generó una tensión que corta el aire, es la de la
canción.
Los judíos, después de llorar y callar, cantamos.
D’s, que nuestras Vidas tengan lágrimas y emoción. Que rompa las corazas de la
sospecha y desconfianza. Que nos hagan más sensibles.
Que nuestra Existencia tenga silencio y Paz. Que no sea sólo ruido y corridas. Que
encontremos sentido en lo que hacemos.
Pero por sobre todas las cosas, recuperemos la canción, las ganas de vivir, de creer,
de soñar.
Que el recuerdo de nuestros seres queridos que no están más en este Mundo, nos
empuje hacia una Vida de Bien y de Amor.
Antes del Kadish, dentro de algunos minutos, vamos a intercalar el Salmo 23. Sus
últimas palabras, son nuestra más sentida plegaria, por ellos, y por nosotros. Quiera
D’s que así sea.
Dice el Salmo: “Aj tov vajésed irdefúni kol ieméi jaiái, veshavtí bevéit Adonai leorej
iamim”
“Ciertamente el bien y el amor me acompañarán todos los días de mi Vida”
Residiré en la casa de Adonai, por siempre jamás”.