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Tiempos de responsabilidad
(para una sociología de la responsabilidad social)
Resumen
A pesar de la estimulante expectativa que pueden suscitar las prácticas de responsabilidad
social corporativa y de su ubicua presencia, resulta sorprendente que la sociología apenas se
haya ocupado de ellas. Muchos y variados pueden ser los motivos. Según mi apreciación, el
principal de todos ellos es la inadecuación de los fundamentos que asume la sociología a la
naturaleza de la responsabilidad corporativa. En primer lugar, por quedar restringidos a un
tiempo lineal, propio de la responsabilidad individual. Y en segundo lugar, por la atribución
rígida de roles a las instituciones que promueven.
Para analizar sistemáticamente las principales concepciones de la responsabilidad social en
general y emprender un tratamiento sociológico de la responsabilidad corporativa han de
establecerse como principios lógicos los fundamentos ontológicos sobre los que puede
concebirse la responsabilidad. La constatación de la insuficiencia de las propuestas que han
asumido un tiempo lineal aboca a entender la responsabilidad corporativa como una
continuación por otros medios de la política estatal, en una secuencia que transcurre en un
tiempo circular, en la que se alternan de manera coordinada el Estado y las empresas. De esta
manera se despeja el camino para el esclarecimiento de las prácticas de responsabilidad
concibiendo la corporación responsable como un momento retornable y no como una
distinción efímera.
La RSC como problema para la sociología
El reciente auge de la responsabilidad social corporativa a pasar de su enorme trascendencia,
no ha calado en algunos círculos académicos1 y ha pasado prácticamente desapercibido para la
sociología2. Esta última omisión es explicable por la insuficiencia de los axiomas asumidos por
los sociólogos actuales para abordar la complejidad de este posible y relevante objeto de
investigación.
Para incluir la noción de responsabilidad de una organización como objeto de estudio de la
sociología, ha de cuestionarse el lugar común de la noción kantiana de responsabilidad,
referida al individuo capaz de asumir conscientemente la contribución de sus acciones libres e
intencionadas a un bien moral absoluto. Implícitamente esta responsabilidad se propone como
universal porque se entiende como un proceso racional. Desde esta perspectiva, los agentes
solo pueden ser moralmente responsables si son íntimamente conscientes de las acciones que
consuman, desde su gestación hasta su resultado. Que los agentes individuales sean
considerados responsables por los demás miembros de un grupo solo es una posible extensión
de su conciencia, no un requisito para su responsabilidad. Dada la imposibilidad de que una
organización como tal sea una entidad consciente, al contrario de lo que sucede con los
individuos, la responsabilidad puede ser otorgada a las organizaciones públicamente, por su
entorno social, que juzga la consistencia de sus prácticas con el bien común. De esta manera la
responsabilidad se relativiza, porque deriva de circunstancias peculiares y porque está
sometida a perpetua revisión3. La individual y la colectiva son dos modalidades distintas de
responsabilidad, que exigen un tratamiento distinto. De hecho, pueden predicarse de un
mismo acto sin llegar a ser coincidentes. Un ejemplo ilustrativo que avala la diferencia entre la
responsabilidad social y la individual es el Edipo de Sófocles. Para el pueblo de Tebas Edipo
actuó como un héroe responsable por haber tenido el valor para vencer a la Esfinge; para el
propio Edipo su peripecia fue irresponsable por haber perpetrado incidentes imprudentes que
provocaron graves daños, como el asesinato de su padre o el incesto. Fuera de Tebas Edipo no
habría sido proclamado héroe, pero sí se habría sentido culpable.
Dado el carácter relativo e inestable del reconocimiento social de la responsabilidad de las
organizaciones o de los individuos, la primera dificultad para entenderlo aparece al intentar
inscribir su consumación en un tiempo lineal. La ampliamente consensuada noción kantiana de
responsabilidad sí supone un tiempo lineal para el que el futuro solo es la continuación del
1
Por ejemplo, el filósofo Gustavo Bueno ha declarado: “a partir de los ochenta comenzó a hablarse de la
responsabilidad social de la empresa, de la ética, de la formación, de la ecología...; he leído sesenta
libros sobre ello y son catecismos vacuos y repugnantes” (Bueno, 2007)
2
Lo ha apuntado explícitamente Antonio Calvo: “Podría resultar evidente que, si hablamos de lo social o
de responsabilidad ante la sociedad, la Sociología y sus académicos y profesionales deberían ser
partícipes del análisis, explicación y propuestas de intervención en materia de responsabilidad social
empresarial o corporativa. Sin embargo la realidad académica en España nos muestra, como hemos
visto, que la presencia de esta materia en los planes de estudio y en las principales publicaciones
científicas del área de Sociología es muy limitada” (Calvo, 2010)
3
Para una justificación de existencia de responsabilidad colectiva utilizando como argumento las
respuestas del entorno a las acciones de un grupo, ver el artículo de Deborah Tollefsen sobre la culpa
colectiva (Tollefsen, 2006).
presente, porque el criterio para juzgar las acciones es estable4. La responsabilidad colectiva,
por el contrario, transcurre en un tiempo circular, puesto que el propio resultado de las
acciones de los agentes responsables puede modificar los inestables criterios por los que son
socialmente evaluadas, por actualizar la percepción del bien común del entorno social
afectado en unas circunstancias necesariamente renovadas.
La segunda dificultad le surge al sociólogo cuando constata que los programas de RSC
pretenden ser actividades políticas porque asumen como finalidad mejoras públicas, aunque
se ejerzan desde organizaciones privadas. Esta ambigüedad del rol de la empresa desborda los
supuestos de la sociología, que si bien ha abordado como una problemática central la
influencia que la economía de mercado tiene en la política, ha restringido la política a una
competencia propia del Estado, pero la ha excluido como impropia de las obligaciones
atribuidas a la empresa capitalista. Superar estas dificultades permite delimitar el ámbito de
desenvolvimiento y el alcance de la RSC, entendiendo cuál es su compleja relación con la
política institucionalizada en el Estado.
4
Lo recoge explícitamente Ferrater Mora, citando al kantiano Weischiedel, en la definición de
responsabilidad que aporta en su diccionario de Filosofía: “El concepto general de responsabilidad se
determina, según Weischedel, por la suposición de una ‘duplicidad’ de la existencia con respecto al
futuro. En virtud de esta dimensión temporal –o, más exactamente, temporal-existencial-, la profunda
responsabilidad personal hinca sus raíces en ‘la libertad radical del hombre, la cual es fundamento
último de su responsabilidad” (Ferrater Mora, 1964).
Lógica y responsabilidad política
Para revisar sistemáticamente los axiomas desde los que se ha entendido la responsabilidad
política en general y la responsabilidad social en particular es necesario poner de manifiesto su
lógica implícita. La línea de trabajo que comienza Boole al reducir a algebra la metafísica
aristotélica aparece como una opción fértil pero insuficiente. Aunque ha posibilitado la lógica
binaria y por tanto la manipulación cibernética de la información recreando el mundo en un
espacio virtual, no se ha aplicado sistemáticamente al análisis del pensamiento científico por
carecer de un referente ontológico. Esta carencia puede subsanarse substituyendo el par de
nociones matemáticas “operación” y “variable” por los principios ontológicos “forma” y
“sentido”5.
La identificación por el sentido es indeterminada. Señala una presencia cuyas posibilidades
están en proceso de consumación. Puede tratarse como una distinción “A”, a la que se puede
atribuir un valor positivo 1, en tanto que afirma una objetividad sustancial a cuyas
posibilidades accidentales el observador no fija límite. Se concibe como una existencia de
duración variable, que por tanto se define necesariamente como temporal. La identificación
por la forma es determinada. Señala los límites en los que se consumarían las posibilidades de
una presencia. Puede tratarse como la negación de una distinción “(A)”, a la que se puede
atribuir un valor no positivo 0, en tanto que afirma una objetividad universal, cuyos límites
esenciales el observador ya ha fijado. Se concibe como una existencia inmutable, anterior a
cualquier sensación (Aristóteles (a), V.10). La notación a utilizar es semejante a la de los
gráficos alfa de Peirce, en tanto la forma (expresada como operador gráfico) niega el sentido
(expresado como variable) y remite explícitamente a Spencer Brown, al abordar como
horizonte último la recurrencia del par forma-sentido, como una operación posible que
permite superar los límites del pensamiento atrapado en el tiempo lineal6.
Las distintas nociones de responsabilidad inscritas en un tiempo lineal se corresponden con un
par de términos, indicativos de una secuencia de la que el primero es la sociedad antecedente
y el segundo el gobierno del Estado consecuente. La combinación más simple de dos términos
es una disyunción lógica por la que se afirma que A tiene sentido o B tiene sentido. Se expresa
“AB” afirmándose como válidos los pares A=1 B=0 “10”, A=1 B=1 “11” y A=0 B=1 “01”. O dicho
más parsimónicamente, negándose la validez del par A=0 B=0 “00”. El resto de combinaciones
pueden entenderse bien como una disyunción que admite distintos valores para cada uno de
sus términos, por ejemplo (A)B afirmaría 01, 00 y 11, negando 10; bien como la negación de
una disyunción, por ejemplo ((A)B) afirmaría 01.
Los géneros de responsabilidad política del gobierno se definen en relación a dos ejes (ver
Figura 1). El primero se refiere al modo en el que mantiene la responsabilidad a lo largo del
tiempo. Opone una responsabilidad fija, asumida como deber permanente, y una
5
Al contraponer “forma” y “sentido” se radicaliza la distinción de Frege entre significación y sentido
(Frege, 1998) renunciando a una referencia externa del signo, toda vez que se asume que no hay un
significado externo sino que cualquier significado se constituye en el enunciado.
6
Spencer Brown propuso la noción de forma como elemento único del pensamiento y del cálculo de
inferencias, pero tuvo que oponerla al concepto de vacío (Spencer-Brown, 1969, p. 4). Al admitir Estados
indeterminados, que podrían adquirir forma o sumirse en el vacío, estaba admitiendo también el
sentido como complemento necesario de la forma.
responsabilidad variable, asumida como una función, cuyo resultado depende de una situación
cambiante. La responsabilidad fija se expresa como la réplica diferenciada del término
antecedente por el término consecuente, por lo que los dos términos del par se identifican del
mismo modo, dos formas o dos sentidos. La responsabilidad variable se expresa como la
integración del término consecuente con el término antecedente, por lo que los dos términos
del par se identifican de distinto modo, un sentido y una forma. El segundo eje se refiere a la
eficacia atribuida al gobierno. Opone una responsabilidad en la que se exige al gobierno una
eficacia causal trascendente de la sociedad más allá del presente, que se inserte en el pasado o
en el futuro, y una responsabilidad inmanente en la que el gobierno se mantiene clausurado
en el presente como consecuencia de una causa anterior. La responsabilidad trascendente se
expresa como un par de términos sin una identificación común. La responsabilidad inmanente
se expresa como un par de términos sometidos a una forma común.
Figura 1.
Géneros de responsabilidad del gobierno desde el supuesto de un tiempo lineal
Fija
1
Trascendente
3
Deber propio
(pasado)
2
Inmanente
Variable
Función histórica
(futuro)
4
Deber delegado
(presente, actualización
del pasado)
Función contingente
(presente, control del
futuro)
Utilizando esta notación pueden sistematizarse los géneros desde un origen simple a un
desarrollo complejo siguiendo cuatro momentos:
1. Deber propio
En la concepción originaria se le asigna al gobierno el deber de mantener el orden
social por observadores externos que apelan a la racionalidad. El gobierno cuenta con
una legitimidad natural por continuar un Estado soberano que han ido construyendo
sucesivas generaciones.
2. Deber delegado
En una concepción más desarrollada, la soberanía se desplaza hacia la sociedad, que
otorga legitimidad al Estado al constituirlo racionalmente. Cada uno de los actos del
gobierno responde a un mandato originario que se actualiza en el presente.
3. Función histórica
La irrupción del pensamiento sociológico, heredero de Hegel, al concebir la historia
como un proceso racional, entiende que la responsabilidad del gobierno ha de venir
dictada por la historia. La responsabilidad política se inscribe entonces en un tiempo
discontinuo, apocalíptico, que ha de ser interpretado como propiciatorio de una nueva
era en la que la sociedad rompe con su pasado.
4. Función contingente
Finalmente, la responsabilidad del gobierno se entiende como reflexión ante las
contingencias del futuro provocadas por la praxis globalizada, que provoca una
redefinición reiterada de las propias condiciones de desempeño del gobierno.
Figura 2.
Sistematización de las concepciones de la responsabilidad política bajo el supuesto de un
tiempo lineal
Dentro de cada una de estas tipologías de responsabilidad, han de distinguirse, a su vez, dos
modalidades. Una fuerte, en la que se ubica al gobierno en una posición central de la que
depende la totalidad de la sociedad, como un atributo de la sociedad identificada por una
forma. Otra débil, en la que se ubica al gobierno en una posición periférica de la que depende
solo una parte de la sociedad. El gobierno limita a la sociedad identificada por un sentido.
Esta tipificación de la responsabilidad social, estructurada como combinación exhaustiva de
alternativas lógicas, aporta una panorámica sistemática que debería incluir cualquiera de las
concepciones racionales que puedan proponerse sobre este asunto. Si se completa
adecuadamente, constituye per se un planteamiento holístico para el que cada una de las
concepciones tipificadas será relativamente válida, por lo que obligaría a una redefinición
compleja de la responsabilidad social.
Deber propio: la continuidad desde el pasado
Los principales filósofos clásicos buscaron por distintas vías el modo de asegurar la
sostenibilidad del Estado constituido proponiendo criterios estables desde los que juzgar la
responsabilidad del gobierno. Tanto Platón como Aristóteles trataron de delinear unas pautas
virtuosas para el gobierno que pudiesen preservar la ciudad-Estado de la tiranía y de la
debilidad tras el decepcionante cuestionamiento sufrido por el ideal de Pericles por la derrota
de Atenas en la guerra del Peloponeso. Pero lo hicieron de distinto modo: proponiendo una
forma para el gobierno, Platón, y proponiendo un sentido, Aristóteles. Ambos tratan de
advertir de los peligros de la tiranía como separación entre los intereses del Estado y los de la
sociedad. La contrapartida de la tiranía ha sido descrita por Clastres muchos años después
como rechazo de la sociedad a la tutela del Estado (Clastres, 1978).
Para Platón la comunidad política ha de adquirir una forma. Debería estructurarse en un
Estado ideal según una jerarquía semejante a la del pensamiento. De esta manera las
actividades económicas se ordenarían con justicia por un gobierno aristocrático sabio y
austero, sometido a una constitución intemporal. Del mismo modo que lo sensible remite a la
idea, que lo da forma, los productores remiten al gobierno y a los guardianes, que delimitan e
imponen el lugar que le corresponde a cada uno en una república armoniosa. En contraste con
este diseño Platón describe también la degeneración de la república aristocrática en una
secuencia de cuatro fases en un tiempo imaginado de degeneración, que discurre cuando el
deseo se impone al saber racional. La primera es la timocracia, que es el gobierno de los que
desean honores. La segunda, la oligarquía, que es el gobierno de los codiciosos que desean
riquezas. La tercera, la democracia, que es el gobierno de los ociosos que desean la libertad de
seguir siéndolo. La cuarta, que es la más abominable, la tiranía, que es el gobierno que impone
el deseo exacerbado del gobernante (Platón, Libro VIII).
Aristóteles libera a la comunidad política de la forma en la que la había sumido Platón y la
otorga un sentido. De acuerdo a Sabine, lo que escribe Aristóteles "no es un libro acerca del
Estado ideal, sino un libro acerca de los ideales del Estado" (Sabine, 1945, p. 82). La
consecución de la virtud y la felicidad de los ciudadanos es la finalidad por la que la polis
adquiere sentido, puesto que la felicidad es para Aristóteles una praxis, no un estado. De ahí
que entienda la constitución como el modo de vida del Estado (Aristóteles (b), Libro 5.IX), no
como su estructura. En ningún caso la polis se puede someter a una forma universal, porque
depende de la voluntad de las familias: "El Estado no es más que una asociación en la que las
familias reunidas por barrios deben encontrar todo el desenvolvimiento y todas las
comodidades de la existencia; es decir, una vida virtuosa y feliz" (Aristóteles (b), Libro 3.V).
Aristóteles considera que hay tres modos de gobierno que promueven el bien común,
monarquía, aristocracia y democracia.
Deber delegado: la actualización del pasado
Las naciones modernas se constituyen bajo el patrón de un Estado de derecho que asumía
todo el poder político, aboliendo cualquier privilegio de la nobleza. La sociedad se erigió en el
depositario de la soberanía, pero no en su agente. Los pensadores imaginaron un insostenible
estado de naturaleza original que abocaba a un gran pacto, por el que se constituía un Estado
encargado de garantizar la convivencia y la protección de los ciudadanos. Precisamente el
cumplimiento de ese pacto constituyente se erigió en el deber por el que se juzgaba la
responsabilidad del gobierno. Este planteamiento genérico admitía diversas concreciones.
Hobbes justificaba la capacidad coercitiva del Estado aduciendo que era necesaria para el
cumplimiento de la voluntad general. En línea con Maquiavelo creía que el gobierno cumplía
una responsabilidad política distinta de la responsabilidad moral de los ciudadanos. No estaba
sometida a una ética guiada por el respeto y el apoyo al prójimo sino por los resultados de su
acción. En Hobbes el pacto es consecuencia de una decisión racional coordinada de los
individuos, que prefieren crear un poderoso Leviatán protector antes que estar expuestos a la
lucha de todos contra todos.
En Rousseau el pacto no es un acto único, sino que va actualizándose para afrontar
adversidades imprevistas. En ambos casos el pacto habilita decisiones que han de imponerse a
cualquier resistencia porque defienden el interés general. No obstante en Rousseau el apoyo al
poder soberano es compatible con la confianza en la capacidad de acción libre de los
ciudadanos.
Función histórica: la ocupación del futuro
El pensamiento sociológico clásico trata de prefigurar una fase histórica radicalmente nueva,
que complete el logro moderno del Estado de derecho. Esta fase sobrevenida y la sociedad del
presente a la que cualifica pueden entenderse como un par de términos de signo opuesto. La
peripecia trágica de un destino en el que había de afrontarse un futuro rompedor, que en
Grecia le correspondía al héroe, se extiende con la sociología a todo el entramado del Estado.
La sociología comienza con el optimismo decimonónico de Comte y Marx. El revolucionario
programa político de ambos pasaba por tomar el Estado bajo la tutela del conocimiento social
para utilizarlo como instrumento para el advenimiento de una nueva era en la que realmente
pudiesen desarrollarse todas las capacidades humanas. Comte creía que el Estado surgido de
la Revolución Francesa condenaba a la sociedad al caos. Reprochaba que estaba fomentando
la crítica racional, que él calificaba como metafísica. Confiaba en que la implantación de un
gobierno de sabios sociólogos pudiera garantizar un orden duradero de la sociedad, adecuado
al espíritu científico. Marx acusaba al Estado de favorecer los intereses de los propietarios de
los medios de producción. Esperaba que la dictadura del proletariado alumbrase una sociedad
justa y libre.
Al optimismo decimonónico le siguió el pesimismo de principios del siglo XX, que tuvo sus
figuras más destacadas en Weber y Durkheim. Para ellos el Estado ya había adquirido una
forma que no favorecía el ejercicio de la libertad y que parecía difícilmente alterable. Weber
advirtió que el entramado burocrático del Estado se había convertido en una “jaula dorada”,
de funcionamiento mecánico, completamente desligado del sustrato cultural de la nación.
Durkheim mostraba la otra cara de la misma moneda. Lamentaba que el gobierno del Estado
no encontrase las debidas resistencias en normas morales compartidas, como creencias
religiosas y tradiciones, puesto que el avance de la división del trabajo las estaba disolviendo.
A juicio de Durkheim, en la democracia de su tiempo el egoísmo había sustituido al “espíritu
colectivo”.
Función contingente: la dinamización del futuro
La sociología contemporánea aborda la problemática de la disolución de la soberanía de los
Estados nacionales en un mundo globalizado. El gran relato del tiempo de la Historia de
Occidente que recorrieron los clásicos de la sociología se disuelve en pequeños relatos que se
combinan en un crisol inabarcable7. Coexisten visiones optimistas y pesimistas. Los optimistas
se sienten reconfortados al comprobar que algunas de las funciones que habían sido asumidas
por el Estado son ahora ejercidas con mayor eficacia por la sociedad civil. Los pesimistas
aducen que el propio Estado puede desvirtuarse hasta llegar a ser incapaz de ejercer sus
competencias políticas.
La sociología contemporánea de carácter pesimista contrapone una primera modernidad en la
que se consolida el orden político a una segunda en la que se debilita y en la que se hace
necesaria la intervención reflexiva de la sociología en el cambio social. Se entiende cómo
políticamente responsable el establecimiento de una forma que incluya a Estado y sociedad.
Bauman opone una modernidad sólida en la que se consolidan instituciones políticas
sometidas a controles estables a una modernidad líquida en la que las instituciones políticas se
vuelven inestables por estar sometidas a poderes extraterritoriales que escapan a su control.
Aboga por compartir espacios en los que sea posible traducir lo público a lo privado,
manteniendo valores universales (Bauman, 2001). Beck, por su parte contrapone una primera
modernidad en la que la acción política aporta seguridad a una segunda modernidad en la que
la autoridad política está perpetuamente cuestionada por el riesgo de catástrofes sociales.
Prevenir catástrofes queda fuera de la responsabilidad del gobernó. Solo queda establecer
normas desde la “experiencia negativa” para restaurar las condiciones de vida locales desde
una perspectiva cosmopolita (Beck, 2006, p. 315).
En un mundo en el que la economía de mercado se ha impuesto, Fukuyama destaca la
confianza como factor de cohesión social por fomentar las iniciativas de voluntariado.
Defiende que es necesaria para cumplir la función moral que Durkheim había atribuido a las
periclitadas creencias colectivas. Esta reducción del Estado para dar paso a unas relaciones
sociales más espontáneas le parece a Fukuyama argumento suficiente para proclamar el fin de
la Historia. Castells aplaude la emergencia de las redes informáticas de comunicación como
una posibilidad para adaptar las relaciones sociales a circunstancias cambiantes. Que las redes
escapen al control de los Estados no supone ningún problema, porque su eficacia depende de
la creatividad controlada que propicia el intercambio de información, más allá de los rígidos e
ineficaces protocolos burocráticos que Weber había imputado al Estado. También para Castells
con esta novedad se abre una nueva etapa en la historia de la humanidad, mucho más
productiva que la anterior.
7
Ante este panorama, autores de inspiración marxista como Jameson han llegado a afirmar el fin de la
temporalidad (Jameson, 2003).
Pluralistas. El tiempo sublimado
En paralelo a la teoría política que ha delimitado ámbitos singulares para el ejercicio del
gobierno, se ha consolidado una tradición pluralista que ha reconocido la diversidad de formas
y sentidos que pueden converger en la atribución de responsabilidad al gobierno. En todas sus
versiones se concibe una instancia sublimada que escapa al devenir temporal y que sirve como
soporte del Estado o de la sociedad. En el origen de esta tradición se sitúa el ius naturalismo,
que justifica simultáneamente el carácter divino de la monarquía y la autocracia derivada de la
afirmación de un derecho natural. Llegando a doctrinas más consolidadas, escolásticos y
modernos afrontan la problemática del imperio desbordando el ámbito de la polis. No
buscaron alternativas de gobierno, sino establecer límites al poder del emperador sin poner en
cuestión la legitimidad de su figura. Una sucesión de formas envuelve la identidad del gobierno
para evitar sus posibles excesos. A día de hoy el influjo de esta tradición puede rastrearse en
neofuncionalistas y neoliberales, que por distintas vías someten al gobierno a los múltiples
dictados de la sociedad. Pero eluden aportar criterios positivos para evaluar la responsabilidad
del gobierno. Se trata por lo tanto de nociones sublimadas de la política que advierten de la
insuficiencia de la responsabilidad política concebida en un tiempo lineal sin establecer
objetivo alguno para la acción de gobierno.
Santo Tomás establece la forma terrenal del orden divino como contenido de la forma del
orden político, explicitada en la ley orientada al bien común. Es cierto que el carácter divino de
la autoridad política justifica el deber de obediencia. Pero el gobierno también debe contar
con la capacidad de los hombres para gobernarse a sí mismos por la razón. “La semejanza del
gobierno divino se da en el hombre, no sólo en cuanto que cada hombre es regido por su
razón, sino también en cuanto que la sociedad es regida por la razón de un solo hombre, que
es el principal oficio del rey” (Santo Tomás, en Widow, 1997). Lejos de justificar el poder
absoluto del monarca que exige la sumisión incondicional, la escolástica señala los posibles
abusos del tirano, llegando el padre Mariana a considerar lícito su asesinato. Por esta vía se
defendía la libertad del hombre, como criatura creada por Dios a su imagen y semejanza.
Los modernos escindieron la razón de la fe. Apartando el dogma como justificación de la
autoridad, establecieron la razón como referencia formal. Para el pensamiento moderno todo
orden constituido era susceptible de crítica racional y de renovación porque era independiente
de la potestad de la iglesia. Desde Ockham, que vivió poco después de Santo Tomás, hasta
Kant, la libertad para ejercer la crítica contra los abusos de la autoridad se erigió en requisito
fundamental el funcionamiento del Estado. Los modernos se opusieron a cualquier intento
autoritario de imponer una obligación sin que fuese posible someterla al debate crítico.
Opusieron la razón pública (Kant) o la ley natural a los abusos de la autoridad constituida para
justificar la legitimidad de la resistencia de los súbditos.
Locke fijó la garantía de la libertad individual como principal responsabilidad del gobierno. A
diferencia de Hobbes y en línea con Rousseau, supuso un estado natural armonioso pero
inseguro. Creía que sin una protección adecuada los derechos naturales derivados de la ley
natural, previos a la convivencia social, no podían disfrutarse plenamente. El pacto que
legitimaba el Estado no implicaba para Locke la cesión de parte de los derechos individuales, ni
permitía una moral política distinta que la moral ciudadana. Simplemente era la condición
necesaria para que los individuos pudiesen vivir en libertad preservando el sentido que tenían
sus vidas cuando estaban aislados los unos de los otros. Más que imponer sus decisiones el
gobernó había de mediar en los conflictos introduciendo el sentido de la justicia en la
convivencia civil.
El neoliberalismo, desde Popper hasta Nozick, ha desplazado al Estado del centro de la vida
política y lo ha sustituido por el individuo. La recuperación de esta tradición demuestra la
necesidad de una mayor complejidad en la identificación de los procesos de atribución de
responsabilidad al gobierno, que tendrá que completarse con el entendimiento de los
procesos efectivos de gobierno.
Conclusiones
Las nociones de responsabilidad que asumen como axioma alguna modalidad de tiempo lineal
aportan definiciones parciales que en algunos extremos pueden resultar aparentemente
contradictorias. Su revisión sistemática revela la necesidad de integrarlas en una nueva
definición conjunta que las preserve y ordene. Agotadas las combinaciones que permite el
supuesto de un tiempo lineal, cabría pensar que una sublimación atemporal de la
responsabilidad podría ser una opción válida. Pero al disolver por esta vía la distinción entre el
Estado y la sociedad, se llega al establecimiento de algunos límites mediante el
establecimiento de sucesivas negaciones formales más que a una identificación positiva de la
responsabilidad social.
La solución pasa por asumir el axioma de un tiempo circular en el que el par sociedad-Estado
no se asimile a las condiciones de antecedente y consecuente, sino que se reitere en una
secuencia recurrente. En cada nuevo episodio de esta secuencia se genera una responsabilidad
política renovada que puede asumirse alternativamente por la sociedad o por el Estado. En
términos de Spencer-Brown esta nueva figura se corresponde con una expresión del tipo
((((A)B)A)B)… que afirma cualquier valor de A y B. Se trata de una reiteración de la concepción
de responsabilidad social como habilitación de oportunidades, en la en una intervención
política el Estado posibilita una intervención política de la sociedad en un bucle continuo en el
que queda abierta la posibilidad de forma y sentido tanto para sociedad como para Estado. En
términos de Nietzsche la figura se corresponde con la vocación del eterno retorno, que aspira
a repetir cada acción porque asume una responsabilidad plena y definitiva. El kantiano “obra
como si te rigieras por una norma universal”, propio de la responsabilidad individual, se
sustituye ahora por el “obra como si quisieras obrar de nuevo”. Se afirma así la absoluta
primacia del presente, liberado de la servidumbre del pasado y de la del futuro. Asumido el
eterno retorno, advirtió Nietzsche, “no se debe justificar, en absoluto, el presente en virtud del
futuro, o el pasado en virtud del presente” (En Jaspers, 1963, p. 369).
Por abordarse desde una perspectiva radical, la ampliación del campo de investigación de la
sociología hacia la RSC, si culmina con éxito, aportaría un doble beneficio. Para la sociología
prefiguraría un nuevo paradigma que relega la sociología actual, anclada en las aporías de la
postmodernidad, a mera propedeútica de la sociología pertinente en el momento histórico
presente. Para la RSC justificaría su propósito fundamental como adecuado y orientaría su
práctica esclareciendo la realidad social en la que trata de incidir. La prueba más concluyente
de la reinterpretación de los planteamientos sociológicos a la que obliga la RSC se aporta en
esta ponencia al demostrar la insuficiencia de los supuestos temporales que asumen las
corrientes sociológicas dominantes.
Referencias bibliográficas
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