Download Tema 4. Bizancio e Islam

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BIZANCIO Y EL ISLAM.
1. Marco espacial y temporal de ambas civilizaciones.
Los imperios bizantino e
islámico convivirán durante más
de 700 años en el espacio
mediterráneo y de oriente
próximo. Presentamos dos mapas
en los que se muestra la máxima
expansión bizantina en época de
Justiniano, con las pérdidas
posteriores y la máxima expansión
islámica en época abasí; puede
apreciarse cómo la expansión
omeya se realizó en gran medida
desde el siglo VII a expensas de
territorios de Bizancio. El marco
cronológico
bizantino
viene
determinado por una serie de
etapas de esplendor y de crisis
que podemos resumir en: 1.
Primera edad de oro coincidiendo
con el siglo VI y determinada por
la presencia de Justiniano. 2. Crisis de los s. VII y VIII con la irrupción islámica. 3.
Segunda edad de oro o renacimiento macedonio entre los siglos IX y XI. 4. Crisis
definitiva con el paréntesis de la Tercera edad de oro al recuperarse Constantinopla en
1261, entre los siglos XII y XV. 5. Caída de Constantinopla en poder de los turcos en
1453 y fin del Imperio. Para el marco cronológico islámico destacamos: 1. Califato
ortodoxo (632-661). 2. Califato omeya (661-750). 3. Califato abasí (750- 1258). 4.
Disgregación califal (1258 en adelante).
2. Bizancio.
En cuanto a la evolución histórica, el Imperio Romano de Oriente resistió la
presión de los germanos y perduró mil años hasta su destrucción en 1453 tomando el
nombre de Imperio Bizantino. Poco a poco retomó sus raíces griegas siendo el
helenismo y el cristianismo las bases de su cultura, cuya impronta veremos en el Islam,
la Europa feudal y Rusia, evangelizada por Bizancio. Durante el s. VI el emperador
Justiniano (518-565), intentó reconstruir el antiguo imperio romano ocupando sus
generales la Italia ostrogoda, el norte de África de los vándalos y las costas
meridionales de la Hispania visigoda, pero con la irrupción musulmana del s.VII se
perdieron las provincias más ricas (Egipto, Palestina y Siria) quedando el imperio
reducido a las zonas más pobres. El único centro económicamente importante era
Constantinopla y el Imperio se reorganizó de un modo militar en el que las provincias
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(Themas) eran gobernadas por generales que actuaban como señores feudales. Gracias a
esta militarización se detuvo el avance musulmán y se aplastó la amenaza de los
búlgaros que atacaban desde el Danubio; es la segunda etapa de esplendor entre los
siglos IX y XI. Sin embargo, no se pudo resistir la presión turca y aunque los ejércitos
de cruzados cristianos apoyaron, el Imperio volvió a reducirse de modo que desde la
segunda mitad del XIV se limitó a la capital y algunas zonas costeras del mar Egeo. En
1453 el sultán Mohamed II ocupó Constantinopla. Esta ciudad tenía una extraordinaria
situación estratégica, con un gran puerto natural, el Cuerno de Oro, y como Roma,
grandes avenidas y monumentos. Durante siglos monopolizó el comercio de la seda, las
especias y los esclavos y su moneda mantuvo durante siete siglos la misma cotización.
También era una ciudad industrial y sus sedas y objetos de metal eran apreciados en
todo el Mediterráneo y con casi un millón de habitantes, la ciudad mayor y más lujosa
del mundo conocido.
Hasta la invasión musulmana la organización económica era de base esclavista
tanto en el campo como en la ciudad. Egipto era el centro agrícola y Siria el centro
industrial con Alejandría y Antioquía como centros comercial y bancario. Con la
pérdida de estos territorios la economía se ruralizó fundamentándose en grandes
latifundios agrario-ganaderos, concentrándose la artesanía y el comercio en
Constantinopla y manteniéndose algunos puertos en el Egeo (Tesalónica y Éfeso).
La transformación política partió de la necesidad por parte de Justiniano de
unificar tierras en las que se hablaba latín y griego. Al ser el griego dominante cambió
el título latino de Imperator por el griego de Basileus. El poder del Emperador era
absoluto y se apoyaba en el ejército y una eficiente red de funcionarios; el título era
hereditario y la coronación la efectuaba el Patriarca de Constantinopla con lo que
poder político y religioso estaban muy unidos; había senadores, cónsules, pero de mero
valor nominal. Diferentes códigos (Corpus Iuris Civilis, y los de León III, Basilio I y
León el Sabio), completaron la tradición del derecho romano.
Mención aparte merece la Iglesia. Oriente había sido la parte más intensamente
cristianizada y su Iglesia era más culta que la de Occidente. Allí se reunieron los
primeros concilios, se crearon las primeras órdenes monásticas y desde allí partieron los
primeros impulsos evangelizadores (sobre visigodos o eslavos). Pero surgieron
problemas por disputas con la autoridad imperial (querellas iconoclastas 753-843) y
con la Iglesia occidental (Cisma de 1054).
Culturalmente, la Corte, las Universidades y los Monasterios fueron los lugares
en los que se fundió la tradición helenística y la
cristiana. El arte bizantino nos dejó en la Primera edad
de Oro la última gran obra de la arquitectura antigua,
Santa Sofía de Constantinopla, donde por primera vez
se sintetizaban las plantas rectangular y circular y se
asentaba el sistema de cúpula sobre pechinas, y la joya
del mosaico que es S. Vital de Rávena. En los sucesivos
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periodos de esplendor se desarrollan las tareas sobre marfil (tríptico Harbaville), se
perfecciona la técnica del mosaico y se abren talleres de iconos en los que se muestra un
mundo de figuras rígidas, hieráticas, con fondos dorados y sin perspectiva,
transmitiendo una visión trascendente del mundo y huyendo del realismo al que obligan
los conceptos representativos de espacio y tiempo.
3. El Islam.
En cuanto al origen y expansión del Islam, nace éste en Arabia donde los árabes
estaban organizados en tribus enfrentadas entre sí sin poder político unificador. La
mayoría eran pastores nómadas y sólo Medina y la Meca destacaban como ciudades con
floreciente comercio. Mahoma era un comerciante de La Meca que conocía el
monoteísmo judeocristiano. Se sintió llamado por Dios e inició la predicación de una
nueva religión, el Islam, que defendía la sumisión al único Dios, Alá. En La Meca los
comerciantes consideraron esta doctrina una amenaza para el orden social y el profeta se
trasladó en 622 (hégira) a Medina, fecha de comienzo del calendario musulmán. En
Medina reclutó un poderoso ejército y desde allí conquistó La Meca e inició la
expansión por Arabia. Tras su muerte en el año 632, los ejércitos se lanzaron a la
conquista para propagar la nueva religión mediante la yihad o guerra santa, creando un
gran imperio que atravesará múltiples vicisitudes durante la Edad Media. En los
primeros años fueron los pariente de Mahoma quienes llegaron al poder mediante
elección formando el califato ortodoxo (632-661), controlando la totalidad de Arabia y
enfrentándose al imperio bizantino. Al surgir la elección del cuarto califa, llamado Alí,
las luchas internas provocaron su asesinato recayendo el poder en la familia Omeya
(661-750). Con los Omeyas el título de califa se hizo hereditario, se trasladó la capital a
Damasco y se extendió mediante conquista el imperio desde Persia hasta la península
Ibérica. En el año 750, Abul-Abbas dirigió una rebelión que acabó con el periodo
Omeya iniciándose el califato Abasida con traslado de la capital a Bagdad. El imperio
se burocratizó pero fue imposible mantener unido tan vasto territorio con lo que tanto
por luchas internas como por deseos de independencia de las provincias más alejadas, se
inició un proceso de disgregación (califato andalusí, califato fatimí) hasta que el pueblo
oriental de los mongoles entró en Bagdad en 1258 acabando formalmente con el
califato. Desde entonces serán los turcos procedentes de Asia, el pueblo dominante del
islam en Oriente Medio, mientras que las dinastías mongolas y timúridas extenderán la
fe de Mahoma hasta la India.
Para el gobierno del territorio utilizará el Califa (máxima autoridad política y
religiosa) el auxilio de consejeros (visires), gobernadores para las provincias (walíes),
intérpretes de la ley coránica (ulemas) y administradores de justicia (cadíes). Estos altos
funcionarios formarán la cúspide de la pirámide social. La economía fue heredera de la
tradición comercial antigua pues el imperio islámico controló las rutas que unían
Oriente y Occidente enlazando India con España y África con Constantinopla. El dinar
de oro, cotizado en todo el mundo, mantuvo el valor de este comercio. En sus grandes
ciudades (El Cairo, Alejandría, Damasco, Córdoba) floreció la artesanía textil, del metal
y del curtido de la piel, mientras que desarrollaban técnicas de regadío avanzadas en
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zonas rurales (pozos, canales, norias, molinos). Este florecimiento económico basado en
el equilibrio campo-ciudad y entre agricultura artesanía y comercio, se correspondía con
una sociedad en la que predominaban los hombres libres. Convivían musulmanes,
judíos y cristianos de distintas etnias (bereberes, árabes, eslavos). La división social se
estableció según criterios económicos: la aristocracia de gobernantes y grandes
propietarios detentadores del poder político y económico, eran mayoritariamente árabes;
el grupo de notables integrado por comerciantes, artesanos con taller o propietarios
medios de tierra, no intervenía en la vida política; la mayoría de la población
(vendedores ambulantes, artesanos, campesinos), sin propiedades y en situación
precaria.
Culturalmente la civilización islámica fue muy brillante, y en gran medida,
deriva de la religión. El Corán, más allá de las cinco obligaciones recogidas (profesión
de fe, oración cinco veces al día, peregrinación a la Meca, ayuno durante el mes de
Ramadán y limosna) y defensa de la religión a través de la yihad, determinará buena
parte del entramado cultural (desarrollo de mezquitas, del urbanismo islámico, de los
valores sociales, etc.). Además de adoptar y transmitir las innovaciones de otros
pueblos, fueron grandes astrónomos, matemáticos y médicos. Crearon importantes
bibliotecas y desarrollaron la poesía y la música. Pero si algo hay de la civilización
islámica que la hace inconfundible, es el arte. Destacó por su capacidad de fundir los
rasgos artísticos de los pueblos conquistados dotándoles de originalidad gracias a la
decoración. Ante la prohibición de representación de imágenes, destacaron en
arquitectura. Dentro de la construcción religiosa crearon diversas tipologías de mezquita
(de naves como la de Córdoba, de patio con iwanes como la de Isfahan, centralizadas
como la Azul de Constantinopla, mezquitas-medersa, etc) en las que aparecen columnas
reaprovechadas de edificios clásicos y helenísticos, arcos de medio punto y herradura,
techumbres planas de madera con algunos espacios cupulados, grandes cúpulas, etc.
Dentro de las construcciones civiles destaca el palacio, que recogerá toda la tradición
antigua desde Cnossos a Jorsabad y a Split para culminar
en obras sublimes como la Alhambra de Granada; aquí se
organiza el espacio con unidades yuxtapuestas en torno a
dos patios que señalan la separación entre lo privado y lo
público y mientras el aspecto externo es austero (como el
buen musulmán) el interior es rico gracias a los efectos
decorativos de la luz tamizada incidiendo sobre paredes
decoradas con motivos de lacería, ataurique y
epigráficos. El modelo de mezquita más extendido es el
de naves o hipóstilo y Córdoba es un ejemplo
excepcional: un patio con los tres elementos básicos
(fuente, minarete y galería porticada) permite el acceso a
una sala de oración con naves separadas por doble
soporte con arcos de herradura de entibo y de medio punto superior; tres espacios de
maxura con bóveda califal y habitación-mihrab alojada en el doble muro de quibla.
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