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TUYO Y MÍO Por fin tuve el valor de leer aquella carta, la que me dejó después de marcharse a aquel infierno llamado “mundo”, donde la gente se mataba por los suyos y del que sabía que él nunca volvería. Junté todas mis fuerzas, me armé de valor y mientras mi mente entraba en un gran vacío y mis ojos se llenaban de lágrimas, fue en ese momento en el que mientras mis manos temblaban, abrí aquel antiguo sobre, que había guardado durante días. El papel se rompía mientras yo sollozaba, recordaba todos los momentos a su lado y solo quería saber el porqué de aquel infierno. Todo me recordaba a él, pero sabía que algún día todos esos pensamientos morirían. El corazón me latía fuerte pero delicadamente saqué aquella rugosa hoja que todavía contenía el dulce olor de sus manos, y mientras pensaba en él, la abrí. Al leer la primera palabra, no pude aguantar más y me derrumbé. Sólo podía recordar su dulce voz susurrándome al oído “Te Amo”. Volví a empezar a leer la carta y decía: Amor mío, te escribo esta carta porque aunque intente pensar lo contrario, sólo pienso en que moriré en esta dura batalla. Quería decirte que todos los momentos que he pasado a tu lado han sido los mejores y que no necesito a nadie más que a ti, porque a tu lado todo es perfecto. Aquel 18 de Julio te prometí amor eterno y mientras clavaba mis pupilas sobre las tuyas, te besé. Me hubiera gustado hacer realidad la promesa de estar contigo para siempre, pero esta cruel guerra sólo quiere hacernos sufrir. Me gustaría poder volar para irme de este infierno. Tú eres la persona que me alegra todas las mañanas y me hace sacar una sonrisa, porque sé que estás a mi lado... Solté la carta y empecé a llorar, como nunca antes había llorado. Comencé a recordar los últimos momentos que pasé con él; ese 1 de enero en el que me dijo el primer “Te Amo” y me pidió formar parte de mi vida, nuestra primera cita bajo la lluvia dándonos nuestro primer beso, el primer 14 de febrero juntos, el día en el que me regaló un bonito medallón con una foto nuestra, y como no, nuestro 18 de julio. En ese momento no se me pudo venir a la cabeza otra cosa más que el día en el que mi querido esposo con melena rubia y ojos acaramelados Edward, se marchó y me dejó sola en este complicado mundo. Recuerdo que me miró con sus preciosos ojos y mientras derramaba una pequeña lágrima por su sonrojada mejilla, me cogió y me dijo: “Eres mi vida entera, te amo y aunque esta guerra nos separe, nunca podrá separar nuestros corazones”. Yo sólo pensaba en llorar, pero él, marcó sus suaves labios frente a los míos e hizo que su pequeña boca rozara mis bonitos labios carnosos que no paraban de temblar, comenzó a besarme y al cabo de segundos nos miramos y nos abrazamos, siendo aquel nuestro último abrazo, mientras que yo le entregaba aquel medallón con nuestra foto. Él no quería que yo sufriera más, cogió su impecable uniforme que guardaba en el armario, metió el resto de sus enseres en su maleta y se dirigió con el resto de sus compañeros hacia ese vuelo que les llevaría al más grande de los infiernos, donde él nunca soñó que podría estar y dejando atrás a su amada, a su familia y la vida que siempre quiso tener. Mientras se alejaba sabía que dejaba tras de él un trozo de su corazón, pero mientras miraba a su esposa, él se hizo fuerte y prometió que tendría que volver y dar todo su amor a la persona que más le necesitaba. Recuerdo cuando recibí la carta del ejército, sólo con ver aquel sobre, supe que algo iba mal. Mientras mi corazón latía a cien por hora, leí la carta: Buenos días señora, le comunicamos que su marido Edward Williams ha fallecido. Se encontraba mirando un medallón, cuando de repente una bala le atravesó el corazón. Mientras apretaba el medallón, cayó al suelo y no volvió a despertar. Nuestro más sincero pésame. Ejército Nacional. Dentro del sobre se encontraba el bonito medallón, con brillantes gotas de sangre, sólo quería morirme y despertarme de aquella gran pesadilla. Pasó un tiempo, pero llegó mi primer aniversario sin él, sin la persona que me hacía reír, que me apoyaba en todo momento, ese hombre tan cariñoso que cuando estaba mal me abrazaba y me decía “Yo siempre estaré a tu lado”, pero todo eso tuvo que terminar. Era tarde, el ocaso se apoderaba de mi alma, decidí que toda mi vida tendría que terminar, no podía seguir así, siempre llorando, recordándole, era mucho tiempo sin salir de casa y yo no podía continuar. Tomé una suave pluma y una lámina y comencé a escribir: Son ya tres meses sin él, no le puedo olvidar, siento que el mundo se derrumba ante mis pies y no quiero continuar. He reflexionado ante lo que debo hacer, mi mente dice que no lo haga, pero mi corazón piensa lo contrario. He vivido los mejores años junto a él, pero es hora de que me marche de este injusto mundo. En ese momento sonó el teléfono, lo cogí y era del hospital. Sonaba una voz aguda que me dijo: “Le pedimos que pase por la consulta, tenemos que hablar con usted, es importante”. Yo la dije que no era un buen momento, que estaba en una situación complicada, pero ella insistió aunque fuera en escucharla y comenzó a decir: “Nos gustaría informarla de que después de observar sus pruebas, hemos comprobado que está embaraza de tres meses, enhorabuena y cuando pueda pásese por aquí”. Colgué y me quedé embobada mirando a la pared, con una sonrisa de oreja a oreja. Agarré la suave hoja, y la aplasté mientras la tiraba al fondo de la habitación. Pensé: “Yo no puedo dejar esta vida, hay una pequeña persona que me necesita y como le hubiera gustado a mi esposo tengo que cuidar y hablar siempre de su padre. Será mi pequeño Edward”. Alba Casero López. 1ºB ESO