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Una mirada sobre la esfera de la
cultura en procesos de globalización
Ana Wortman
ENCUENTROS. Serie sobre desarrollo y cultura. VOLUMEN II Desarrollo, cultura y procesos de
globalización. Instituto de Estudios para el Desarrollo. Nodo Cartagena de Indias de la Red
Desarrollo y Cultura. Universidad Tecnológica de Bolívar. Maestría en Desarrollo y Cultura.
Colombia
Texto completo disponible en
http://www.desarrolloycultura.net/sites/default/files/Desarrollo,%20cultura%20y%20procesos%2
0de%20globalizaci%C3%B3n%20Vol.%20II_0.pdf
Síntesis
Desarrollo, cultura y procesos de globalización
En Pierre Bourdieu el concepto de campo proviene de la economía. El autor utiliza la
estructura de la dinámica económica para pensar la lógica específica de los campos que denomina
economía de las prácticas. Desde esta perspectiva la configuración del campo cultural supone la
existencia de un capital y de relaciones en lucha por la apropiación de ese capital. En ese sentido
Bourdieu se aproxima a Weber al pensar las relaciones sociales en términos de relaciones de
dominación. En efecto, las relaciones sociales que se establecen al interior del campo artístico e
intelectual, son relaciones de poder entre artistas, difusores y público que se dan en un mercado.
Para entender las relaciones entre estos actores del campo, es clave entender el concepto de
legitimidad cultural. A diferencia de otros campos, el campo cultural es el que más depende de la
imagen que los actores tienen entre sí y con relación a otros. La legitimidad se establece en torno
a una jerarquía de productores culturales, lo cual no se identifica con la legalidad sino con ciertas
normas internas que imponen el reconocimiento.
Para abordar la perspectiva de P. Bourdieu y en consecuencia pensar el denominado
campo intelectual y artístico en tiempos de globalización, pongamos a P.Bourdieu con sus propias
palabras: La historia de la vida intelectual y artística de las sociedades europeas puede ser
comprendida como la historia de las transformaciones de la función del sistema de producción de
los bienes simbólicos y de la estructura misma de esos bienes, que son correlativas de la
constitución progresiva de un campo intelectual y artístico, es decir de la autonomización
progresiva del sistema de las relaciones de producción, de circulación y consumo de bienes
simbólicos [...] en efecto, a medida que un campo intelectual y artístico tiende a constituirse,
definiéndose por oposición a todas las instancias que pueden pretender legislar en materia de
bienes simbólicos, las funciones objetivamente impartidas a los diferentes grupos de intelectuales
o de artistas en función de la posición que ocupan en ese sistema relativamente autónomo de
relaciones objetivas, tienden siempre más a devenir el principio unificador y generador de sus
tomas de posición [...]. (Bourdieu, 1971: 85) 19
1
El lugar, el espacio, la movilidad. Nuevas
aproximaciones
Si lo social no puede ser pensado en un espacio nacional acotado y delimitado por
fronteras estatales, tampoco lo cultural en un sentido antropológico. Este es el desafío que
proponen los análisis antropológicos a partir de una necesaria revisión de la categoría de lugar, la
identidad de las personas no se construye por el lugar donde se nace, aunque obviamente deje
marcas. En un contexto de intensas migraciones las personas construyen sus identidades
culturales a través de relatos de la industria cultural la cual produce resignificaciones
extraterritoriales. Esto además tiene consecuencias en las formas como se construye lo nacional
hoy, lo cual no asume el poder de dispositivo que asumía en el siglo XIX y XX en nuestros países, a
partir de instituciones estatales. Ortiz (1994) nos habla de una cultura internacional popular y de
una modernidad mundo muy visibles en la cultura juvenil ya hace más de cuatro décadas. Los
jóvenes en ese sentido ya no construyen sus identidades y relatan su vida a partir de discursos
nacionales. Se manifiesta en la cultura juvenil, musical, una subjetividad que traspasa sus vínculos
locales, aunque obviamente pueda resignificarse en sus propios contextos.
Específicamente nos proponemos problematizar el concepto de campo artístico e
intelectual desarrollado por Bourdieu para reflexionar en torno a la esfera del arte, la cual en un
sentido estaría vinculada con la identificación de modernidad cultural con creciente autonomía y
diferenciación de la cultura con respecto a otras esferas. Desde Scott Lash (1997) podríamos
comprender el concepto de campo intelectual y artístico en el marco de la creciente
racionalización de Occidente. Si bien esta categoría de análisis se ha revelado de suma utilidad
para comprender cierto espacio social en el cual se establecen relaciones de asociación y de lucha
entre productores culturales, difusores y público por la apropiación del capital cultural, de un
saber y unas prácticas en disputa, observamos que la misma necesita una revisión a la luz de los
llamados procesos de globalización (Mato, 2001).
Si para dar cuenta de lo social, ponemos el foco en el sistema de relaciones sociales de un
ámbito determinado, es evidente que el sistema de relaciones entre intelectuales /artistas
/mediaciones/ instituciones y público se ha modificado en esta década.
Dadas la gran cantidad de alusiones que en particular en los últimos tiempos han surgido
del término cultura, derivadas de luchas al interior de las disciplinas sobre las cuales no vamos a
entrar aquí, nos interesa señalar que en nuestro caso estamos haciendo referencia a todos
aquellos productos que socialmente se consideran arte, en todas sus jerarquías, y se someten a
distintas reglas de legitimación en un espacio determinado. A partir de la existencia del arte
moderno, post vanguardias, ya no se habla más de bellas artes más allá de que reconozcamos las
jerarquías. Nos apoyamos en nuestras reflexiones en Raymond Williams (1980) y Pierre Bourdieu.
Asimismo el artículo de Néstor García Canclini “El consumo cultural, una categoría para pensar”
nos ayuda a reflexionar en esta perspectiva.
Seguramente esta preocupación podría ser objetada por un estructuralista a ultranza o un
ortodoxo de la propuesta de Bourdieu, ya que el sociólogo francés no construye categorías
vinculadas a cierta empiria, sino que busca invariantes para pensar lo real. Sin embargo,
sostenemos que esta revisión se impone a partir de la coincidencia, aún en distintas perspectivas,
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de la necesidad de hablar de un nuevo momento de la modernidad. La transformación de la
representación del espacio en la dinámica social actual, a partir del acrecentamiento de la
circulación como síntoma de época, nos lleva a interrogarnos acerca de sus alcances para
interpretar la lógica cultural actual.1Los aportes citados nos brindan elementos para una
redefinición y ampliación de estos conceptos a la luz de los nuevos procesos de globalización
contemporáneos y del modo como los actores sociales, en este caso los involucrados en la
dinámica del llamado campo artístico e intelectual, están atravesados por una nueva conciencia de
la globalización que incide en las formas de construcción de lógicas, estrategias, saberes y
prácticas.
Viejos y nuevos procesos de globalización
A medida que el espacio mundo se fue ampliando como consecuencia del
acrecentamiento de los intercambios económicos y del desarrollo científico, los sujetos de la
modernidad están vinculados más diversamente a distintos territorios. Podríamos afirmar que con
la modernidad cambia esencialmente la percepción de lo que es el mundo. Los sujetos comienzan
a pensarse en espacios más vastos, de ahí que se impone la idea de universalidad, en particular en
el mundo occidental. Sin embargo, es a partir del desarrollo sin precedentes de las
comunicaciones y de lo que Castells (1996) da en llamar sociedad de la información o Lash y Urry
(1998) economías de signos y espacios -aunque más referido a los procesos del Primer Mundo-,
donde estos conceptos se modifican sin retorno. El aporte del sociólogo catalán es importante en
ese sentido porque nos hace pensar la sociedad y la política, los conflictos socioculturales y los
movimientos sociales en otros términos, con una mirada que recoge el impacto transformador
que supone la irradiación de la informática al conjunto de la población y a las formas de expresión
de los procesos y conflictos sociales. Esta nueva lógica que impone un nuevo signo de época de los
procesos contemporáneos no implica un desconocimiento de la manera como el desarrollo
tecnológico acompaña la conformación de sociedades crecientemente desiguales, sino las
implicancias de la información como motor de procesos sociales. Por otra parte, Castells no deja
de señalar la emergencia de nuevas contradicciones a partir de esta tecnología crecientemente
renovada. A pesar de cierto dejo celebratorio que se manifiesta en la producción inglesa sobre las
consecuencias en términos de acentuación de procesos modernos en la sociedad a partir de las
posibilidades que generan las nuevas tecnologías en los procesos productivos, se reconoce que la
creciente individuación de lo social no alcanza a todos positivamente sino que por el contrario
agudiza la desigualdad social (Lash y Urry, 1998). En ese sentido el aporte de las ciencias sociales
latinoamericanas como los trabajos de Hopenhayn (1999) contribuyen a pensar la relación
comunicación, cultura y sociedad en el marco de este nuevo capitalismo.
Una mirada sobre la esfera de la cultura en procesos de globalización Hans-Dieter Evers
(1997) en un análisis sobre el significado cultural de la globalización de los mercados aporta en la
dirección que estamos desarrollando. Así, esta forma de globalización está vinculada con la
1
Nos apoyamos en la elaboración de este artículo en aportes de los llamados estudios culturales (García Canclini, 1995,
2000, 2007; Mato, 2002 y 2005), en la sociología de la globalización (Bauman, 2001; Sassen 2007 y Sennett, 2007), en la
sociología y en la economía (Lash y Urry, 1998) y en investigaciones recientes sobre las industrias culturales en el marco
de procesos de integración regional (Yúdice 1999, 2003)
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emergencia de una nueva formación social y un nuevo actor social, esto es, el auge de un estrato
transnacional de directores de empresas multinacionales, consultores y expertos internacionales
que la socióloga londinense Leslie Sklair (2003) denomina clase transnacional. En su libro
Sociología del sistema global, la autora se propone redefinir los conceptos clásicos de la sociología
en virtud de los nuevos procesos del capitalismo actual. En ese sentido, ya no podríamos hablar de
ideología, y menos aún de ideología de las clases dominantes, ya que las relaciones de dominación
y de reproducción del sistema capitalista se han transformado sustancialmente en el marco de los
procesos de globalización. En este contexto la autora desarrolla el concepto de ideología cultural
del consumismo para dar cuenta del comportamiento que caracteriza a las masas empobrecidas
en el marco del nuevo capitalismo y el impacto que tiene la publicidad en la vida cotidiana de las
personas como una nueva manifestación de la ideología capitalista.
Como señala Bauman (2001: 83), la creación permanente de necesidades a través de la
publicidad ocupa hoy el lugar de la regulación normativa de la sociedad moderna ya que
reemplaza el adoctrinamiento ideológico y la seducción sustituye a la coacción y al mantenimiento
del orden. Podemos decir que el grueso de la población es integrada en la sociedad en el papel de
consumidores, ya no de productores, parafraseando a Bauman. La cuestión que revela estas
nuevas formas de la ideología es que las clases en el marco de los procesos de globalización
contemporáneos no son nacionales como fueron pensadas a partir de la teoría marxista. Así,
nuestra autora propone el término de clase capitalista trasnacional para pensar las nuevas formas
de dominación y por lo tanto de quienes son los sujetos emergentes que la componen. Para Sklair
la clase capitalista trasnacional no está formada por capitalistas en el sentido marxista tradicional.
La propiedad o el control directo de los medios de producción ya no es el criterio exclusivo que
sirve a los intereses del capital, particularmente no a los intereses globales del capital. Entonces, la
burguesía administrativa internacional incluye la elite empresarial, los gerentes de sociedades, los
funcionarios de mayor rango, líderes políticos, profesionales universitarios (Sklair, 2003: 93).
En consecuencia, esta clase es global en tres sentidos. Sus miembros tienden a tener
perspectivas globales y no locales en una variedad de cuestiones, suelen ser personas
provenientes de muchos países y cada vez más comienzan a pensarse como ciudadanos del
mundo tendiendo a compartir estilos de vida similares. También Sassen (2007) hace referencia a
una nueva dinámica de la estructura de clases que, teniendo en cuenta nuestra preocupación,
incide en los nuevos lugares que asume la cultura. Sassen la denomina elite global, cuyo lugar de
poder se define más por el control de los medios de producción que por la propiedad dada las
nuevas formas de acumulación del capitalismo de la postorganización (Lash y Urry, 1998). Quienes
invierten y trabajan en lugares gerenciales de las industrias culturales forman parte de esta nueva
clase global. Digo a partir de la teoría marxista, ya que es ampliamente sabido que Marx no
desarrolló explícitamente una teoría marxista de las clases, sí, en todo caso, analizó
profundamente la dinámica de la burguesía y su relación dialéctica con el proletariado, pero poco
dice de la pequeña burguesía y de otras fracciones posteriormente analizadas en la complejización
de la sociedad capitalista actual.
Mato (2001) propone recuperar la noción de actor social en un clima de época atravesado
por el imaginario de la globalización y la emergencia de nuevas prácticas en el marco de institución
trasnacionales que suponen la presencia de una sociedad civil global y de nuevos horizontes
temporales y espaciales. A partir de las prácticas de los actores sociales en juego, en sus nuevos
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ámbitos finitos de sentido se pueden comprender nuevos procesos socioculturales y redefinir en
consecuencia conceptos tradicionales de las ciencias sociales. Ante estos nuevos análisis, la noción
de campo cultural como inicialmente fue desarrollada también resultaría insuficiente para pensar
la dinámica de producción y consumo cultural en las sociedades contemporáneas, tanto
desarrolladas como subdesarrolladas. En un contexto de creciente expansión de la industria
cultural en la producción, difusión y públicos de los productos artísticos, fuertemente
mercantilizados, se impone una nueva mirada sobre estos conceptos. Bourdieu (1971) desarrolla
el concepto de campo intelectual y campo artístico con relación a la modernidad y como expresión
central de esta.
También Habermas (1990) desde otra perspectiva conceptual otorga especial importancia
a la emergencia de la esfera artística como expresión de la modernidad a partir de la aparición del
juicio autónomo, del experto, cuyo fundamento es la razón misma.
Una mirada sobre la esfera de la cultura en procesos de globalización y un concepto clave
de la conformación del campo cultural entonces es el de autonomización creciente, aunque
también habla de relatividad. Es en este punto donde debemos poner nuestra atención. Es
evidente que una palabra muy recurrente en la conceptualización de Bourdieu es la de autonomía.
¿Podemos hablar de autonomía al referirnos al funcionamiento de la industria cultural actual? ¿Si
se resignifica el concepto de campo cultural, pierde validez o debemos pensarlo en espacios más
vastos y de mayor alcance?
Un señalamiento sugerente que realiza Andreas Huyssen (2002: 56), tanto a la mirada de
Adorno como a la de Habermas, es que esta reivindicación moderna que se hace de la emergencia
de la autonomía de la esfera cultural se sostiene en el marco del crecimiento de la economía
capitalista y de los mercados de la cultura, esto es, del arte como mercancía. Si la modernidad es
la marca de origen del campo cultural y el más emblemático, la posmodernidad debe hacernos
repensar este concepto.
Si hay un rasgo significativo de la llamada globalización es la ampliación y diversificación
de los mercados, lo que obviamente debe incidir en las formas de producción, distribución,
circulación y consumo de los bienes simbólicos. Según Jameson (1996) y luego Lash (1997), el
capitalismo posfordista se caracteriza por difuminar la dimensión cultural al conjunto de la
sociedad. Ya todo es cultural. El dominio estético comienza a colonizar las esferas teórica y
político-moral (Lash, 1997: 29). La economía es cultural, la política es cultural, etc.
Esta diseminación de lo cultural al resto de la sociedad hace que Lash denomine a la
posmodernidad como un nuevo régimen de significación, que se caracterizaría por la
desdiferenciación de esferas en los términos que habían sido planteados por Weber y Habermas.
Si entonces el campo cultural ya no está diferenciado del resto de los campos, como lo
estaba en la modernidad, esto supone una reformulación de las relaciones de dominación en la
llamada sociedad de la información. ¿Cómo afectaría al análisis de las relaciones sociales en
términos de campo, y específicamente del campo cultural, la creciente desdiferenciación de
esferas que plantea Lash? Si con la desdiferenciación de esferas lo cultural no está circunscripto a
una esfera específica, implica que los bienes simbólicos no son producidos exclusivamente por los
intelectuales y los artistas, entendidos estos en sentido clásico. Bienes simbólicos, intelectuales y
artistas son atravesados por lo que Giddens ha denominado nuevas coordenadas de espacio y
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tiempo. Con el desarrollo de la informática y en particular con la difusión del diseño a todos los
planos de la vida social, teniendo en cuenta la emergencia de lo que se da en llamar trabajadores
simbólicos, se produce una diseminación de estos bienes por fuera del campo. Estamos hablando
de diseñadores gráficos, diseñadores de páginas web, diseñadores de objetos, publicistas,
productores, periodistas, comunicadores, curadores, etc. La presencia de estos nuevos
trabajadores, los profesionales del “design”, como los denomina Featherstone (1990), otorga un
plus a los objetos en general y a los productos ya simbólicos en particular, los cuales inciden en la
perspectiva que los intelectuales y artistas tienen de su pertenencia interna y legitimidad cultural,
resignificando y ampliando el concepto de campo intelectual y artístico. Es decir, que las normas
de legitimación de bienes simbólicos, artistas e intelectuales no se definen exclusivamente al
interior del campo, sino que hay una interpenetración de otros campos en la esfera cultural, como
una colonización de lo cultural más allá de la esfera misma.
Por su parte Yúdice (2003) toma de Toby Miller un concepto que nos parece muy
apropiado para pensar estas transformaciones producidas en el marco del capitalismo posfordista
que es el de división internacional del trabajo intelectual: “En la era posfordista, la cultura, a
semejanza de las ropas que usamos, puede ser diseñada en un país, procesada en otros,
comercializada en varios lugares y consumida globalmente” De esta manera la noción de campo
cultural atraviesa diversos espacios y pone en relación algunos de estos profundamente
desiguales, estableciendo nuevas relaciones de dominación. Asimismo, el tema de la creación
cultural, analizado por Williams y por Bourdieu, se resignifica en este nuevo horizonte temporal.
En efecto, la creación cultural si bien se pensó como producto de la inspiración individual o el
genio del artista, significaciones propias del individualismo moderno, las ciencias sociales
contribuyeron a pensar que en realidad la creación se produce en el marco de determinadas
relaciones sociales en un espacio cultural, histórico y social determinado. La creación cultural hoy
debe ser pensada en una sociedad mundo ya que la proliferación de signos y de estímulos visuales
provocada por Internet, y la circulación intensiva de personas, genera intercambios continuos que
impugnan las visiones nacionales y locales de producción cultural. Esto ocurre también en la
relación entre artistas e intermediarios culturales como publicistas, empresas trasnacionales,
críticos, curadores. Ya las nuevas generaciones gestionan su producto en términos globales. Si bien
no ha desaparecido el ámbito nacional en la definición del lugar simbólico, la legitimidad cultural
no se produce localmente: aparecen de forma creciente los festivales, las exposiciones
internacionales, las coproducciones. Ser un artista móvil o un intelectual móvil genera un plus de
legitimidad cultural no otorgado solo por las titulaciones y las instituciones locales.
En ese sentido el campo cultural está atravesado por las características que sociólogos
como Bauman utilizan para hacer un diagnóstico de la sociedad actual. La estratificación se
produce entre sujetos móviles y sujetos localizados, cuyo ámbito finito de sentido, como diría
Schutz, se reduce a su estrecha territorialidad, sin conciencia de globalización.
Esta estratificación de la sociedad global, enunciada por Bauman, atraviesa la lógica de los
campos. Quizás incluso se produce una movilidad mayor en una minoría de artistas provenientes
de países subdesarrollados que captan la lógica de la globalización y del discurso multicultural
dominante en vastas instituciones internacionales que aquellos generados en los países
desarrollados, cuyo espacio mundo es más reducido.
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Por otra parte, como señala García Canclini (2000) con relación a las formas de la
globalización, el caso de los artistas nos lleva a hablar de globalizaciones tangenciales ya que no
todos los artistas son atravesados por estos procesos de globalización. También la conformación
de los públicos se está transformando. Si bien en el marco del dominio de la industria cultural, y
fundamentalmente de las distribuidoras trasnacionales que determinan las formas de la creación
cultural y se rigen por el éxito de la producción cultural, están orientadas al gran público siguiendo el análisis de Bourdieu en “Mercado de bienes simbólicos” (2003)-, las nuevas
tecnologías no necesariamente siempre limitan la autonomía de productores culturales.
Como señala García Canclini, “La aplicación de formatos industriales y criterios
transnacionales de competencia a las artes visuales y la literatura está modificando su producción
y valoración, aunque la mayor parte de las obras artísticas siga expresando tradiciones nacionales
y circule sólo dentro del propio país (2000: 15).
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