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Transcript
Siglo XXI:
Crisis de una civilización
¿Fin de la historia o
comienzo de nueva historia?
Para los indignados:
Aquellos millones y millones de jóvenes, hombres y mujeres, activistas políticos de
izquierda, pero sobre todo desempleados y excluidos sociales, que se resienten a vivir bajo
condiciones de opresión cada vez más indignantes; que hoy luchan contra la elite financiera
hegemónica con sus políticas especulativas, de guerra y represión, en las calles de miles de
ciudades en más de un centenar de países en todo el mundo y que reivindican simplemente
una sociedad justa e incluyente con la vida digna para todos los seres vivos en la tierra
incluyendo a la madre naturaleza.
Presentación:
En la última década, más que en otras anteriores del presente siglo, la noción ineludible de
que atravesamos una época de crisis, exacerba nuestra preocupación por el futuro de la
humanidad. Las protestas sociales surgidas en varios países alrededor del mundo, dan
cuenta de las reacciones más inmediatas frente a las condiciones de inestabilidad social. Sin
embargo, la memoria puede quedársenos corta al momento de vincular los sucesos de los
últimos tiempos, con el sistemático montaje que la humanidad ha realizado para
encontrarnos en las condiciones de “crisis” actuales.
Y cuando hablamos de crisis, no debemos circunscribirnos únicamente a una dimensión
económica. Esa es una de las tantas dimensiones de la crisis por la que atraviesa la
humanidad. El derroche en el consumo y el exceso de explotación de recursos nos ha
llevado también a un estado de crisis que pone en riesgo la supervivencia misma de la
humanidad. Esta situación lo perciben, con mayor intensidad, las poblaciones más
empobrecidas.
Los planteamientos aquí realizados por los destacados autores, nos estimulan a repensar
una vez más los modelos de desarrollo contemporáneo y a comprometernos a impulsar
estrategias que nos liberen de una condena al colapso de la sociedad y del planeta.
Para el IAEN, como Universidad De Postgrados Del Estado; constituye un importante
logro, apoyar esta publicación, en el afán de realizar un llamado de atención sobre las
decisiones pasadas que incidieron en las crisis actuales; de esta manera nos proponemos
contribuir, desde un análisis académico y prospectivo, al replanteamiento de las políticas
públicas de los nuevos Estados latinoamericanos, las mismas que deberán proyectarse a
consolidar posibilidades de cambio en los patrones que desencadenaron las condiciones de
crisis actuales; así como las posibilidades de adaptación y aprovechamiento de las
oportunidades surgidas.
Carlos Arcos Cabrera
Rector del Instituto de Altos Estudios Nacionales
Agradecimiento:
Agradecemos a todos los indignados, por haber sabido despertar la solidaridad
internacional para que ejerzamos como verdaderos ciudadanos; por haber sabido encender
la mecha de fuego para luchar por una vida digna; por haber sabido agitar el interior de los
mayores incluyendo nosotros; agradecimiento, porque sabrán canalizar la mecha que han
sabido encender para lograr el bien común; porque tras la luz de la mecha que han sabido
encender ven lo que tiene urgencia al cambio, cambio que han hecho aclamar en voz
unánime: ¡Ética ya!.
Inspirada en, carta de Mila para los indignados, publicada por
Francisco Ortiz, 20 de mayo del 2011
Prólogo:
La actual crisis internacional tiene múltiples interpretaciones. Para ciertos analistas, se trata
de una crisis financiera ocasionada por la burbuja inmobiliaria que provocó, el 2007 y
2008, el estallido de los créditos hipotecarios de alto riesgo, especialmente en Estados
Unidos y España. El aumento desmedido en el volumen de créditos hipotecarios de alto
riesgo y la venta de activos tóxicos que las entidades financieras norteamericanas realizaron
a los bancos europeos habrían sido las correas de transmisión para que la crisis financiera
se propagara rápidamente al sistema financiero de los países del norte. Todo lo anterior fue
posible gracias a la falta de regulación del sistema financiero internacional.
Y es que, como parte de su incesante “innovación empresarial” y con el fin de obtener más
ganancias la banca internacional ha venido creando nuevos productos y técnicas
financieras, como la “titularización” de ingresos futuros esperados, de créditos comerciales
o hipotecarios, de alquileres de activos fijos, etc. Estas nuevas técnicas e instrumentos
financieros no estuvieron registrados en el sistema de supervisión internacional, no pocos
economistas plantean la necesidad de establecer estrictas medidas de control y regulación a
la banca internacional, a fin de controlar sus excesos y evitar que sus intereses corporativos
se impongan por encima del interés de la sociedad global.
En el sistema financiero internacional está en crisis. El primer estallido de este siglo se
produje en Estados Unidos, con la gran crisis de la deuda y de los bienes inmobiliarios; en
esta ocasión, la situación fue doblegada gracias a que la Casa Blanca destinó 789 mil
millones de dólares para atender la debacle financiera de septiembre de 2008. La segunda
asonada se produjo cuando en 2010 la Unión Europea aprobó 750 mil millones de euros
(975 mil millones de dólares), con el fin de defender a los bancos que podrían ser afectados
por la crisis griega. Para controlar la tercera ola de la crisis, en octubre de 2011, los jefes de
Estado y de Gobierno de los 17 países de la eurozona, decidieron la condonación del 50%
de la deuda griega, la recapitalización de la banca europea y aumentar el Fondo Europeo de
Estabilidad Financiera a un millón de millones de euros. La pregunta ahora es si estas
medidas serán suficientes para doblegar la crisis de la deuda europea.
Sin duda, una nueva arquitectura financiera internacional permitiría establecer los
mecanismos regulatorios indispensables para controlar los desequilibrios de la economía
mundial. Sin embargo, aunque se requiere una urgente reforma del sistema financiero
internacional, este simple hecho no será suficiente para doblegar la actual crisis
internacional.
De allí que, según otros analistas, la Crisis no sólo tiene un carácter financiero, se trata de
una crisis sistemática que también ha contaminado los distintos poros de la economía
mundial. Y es que la crisis financiera surgida en Estados Unidos con la burbuja
inmobiliaria ha colocado al borde del abismo a la economía norteamericana,
desencadenando efectos nocivos en el sistema productivo, afectando el empleo e
induciendo la quiebra de varias empresas emblemáticas de la industria estadounidense,
como General Motors (con una deuda de 27 mil millones de dólares) y Chrysler.
En la reunión anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, acaecida
en septiembre de 2011, el Director de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)
afirmó que la crisis llevó el desempleo a un nivel histórico de 200 millones de personas en
el mundo. En Estados Unidos, la tasa de desempleo supera el 9% y, en España, llega al
21,5% de la población activa. Así, la crisis financiera de Estados Unidos y Europa amenaza
con una inminente recesión de la economía mundo y con la insolvencia financiera de los
Estados, en Europa y el Norte de América.
En agosto de 2011, Estados Unidos de América perdió la categoría de país más solvente del
mundo. Por primera vez en la historia, los bonos avalados por el Departamento del Tesoro
de Estados Unidos de América fueron degradados, lo que significa un revés sin precedentes
para la mayor economía del mundo.
Los mercados bursátiles mundiales se desplomaron a consecuencia de la rebaja de la
calificación crediticia de Estados Unidos hecha por la agencia Standard & Poors (S&P). A
pesar de que el presidente Barack Obama intentó calmar los mercados y defender la
economía estadounidense, las acciones en Estados Unidos cerraron con pérdidas profundas.
Wall Street sufrió su mayor caída en casi tres años porque los inversionistas masivamente
huyeron hacia la compra del oro, cuyo precio se encuentra cerca de los 1800 dólares la
onza.
Las proyecciones económicas actualizadas del FMI no contemplan una recesión global,
aunque sus autoridades reconocen que los riesgos han crecido. Christine Lagarde, Directora
Gerente del Fondo Monetario Internacional, en su discurso del 15 de septiembre de 2011,
sobre los Desafíos económicos globales y soluciones globales, reconoció que después de
tres años del colapso de Lehman Brothers, el panorama económico se ve gris y turbulento,
puesto que “el crecimiento mundial se está desacelerando, las tensiones financieras están
intensificándose, la crisis en la zona del euro se ha agudizado y los países avanzados en
particular se enfrentan a una recuperación anémica y accidentada, con niveles
inaceptablemente altos de desempleo”.1 Mientras muchas economías avanzadas se
enfrentan a vientos fríos en contra, Christine Lagarde advirtió que los mercados emergentes
soportan una ola de calor excesivo: presiones inflacionarias, fuerte crecimiento del crédito,
aumentos de los déficits en cuenta corriente. Por su parte, los países de bajo ingreso siguen
siendo muy vulnerables a los trastornos económicos en el resto del mundo, como la
volatilidad de los precios de las materias primas y sus elevados costos sociales.
1. Lagarde, Christine, Desafíos económicos globales y soluciones globales, discurso en el Centro Woodrow
Wilson. Washington DC. http://www.imf.org/external/spanish/np/ speeches/2011/091511s.htm
A tres años de la recesión desatada en 2008, tras haber recortado las tasas de interés a cerca
de cero y luego de haber inyectado masivas cantidades de dinero a la economía para
apuntalar su crecimiento, el Banco Central de Estados Unidos no tiene espacio de
maniobra, más aún cuando es difícil incrementar el gasto del gobierno, debido al enorme
déficit fiscal.
Mientras Europa está sumergida en una crisis de deuda que frena el crecimiento en ese
continente, diversos analistas no descartan la probabilidad de una nueva recesión en la
economía mundial. En Estados Unidos de América, a julio de 2011, el Producto Interno
Bruto (PIB) se expandió a un ritmo anual de uno por ciento, luego que los inventarios de
las empresas y las exportaciones fueron más débiles de lo previsto.
La crisis mundial ha convocado a miles y miles de personas a protestar contra el actual
orden global. Si bien la primavera árabe surgió por la demanda de la democratización de
sus países, no es menos cierto que las revueltas sociales se desencadenaron luego de que el
joven Mohamed Bou'aziz se prendió fuego en Túnez, al seguir desempleado luego de cinco
años de estudios universitarios.
Los indignados en España protestan contra el desempleo y el poder financiero; y el
movimiento Ocupa Wall Street protesta contra el poder financiero, el desempleo, y la
discriminación laboral, por la edad, el color de la piel, la identidad de género y la
orientación sexual.
Las protestas sociales han venido creciendo durante este año: el pasado 15 de octubre tuvo
lugar la primera convocatoria de movilización social global, donde personas de 951
ciudades, en 82 países, hicieron suya la protesta contra la crisis, el desempleo y el poder
financiero. Sin embargo, estas protestas no cuentan aún con un programa anti-crisis que
permita configurar una alternativa sistémica a la crisis actual.
A primera vista, la actual crisis financiera no es la primera, ni será la última, del actual
sistema mundo; sin embargo, si analizamos los vínculos estructurales existentes entre la
crisis económico-financiera internacional y la crisis energética y ecológica global, no hay
duda que la humanidad atraviesa por una crisis de civilización, y que las alternativas para la
humanidad aun no se vislumbran en el horizonte inmediato. La crisis, entonces, refleja
también una crisis de pensamiento.
El libro, Siglo XXI: crisis de una civilización, ¿fin de la historia o el comienzo de una
nueva historia?, escrito por Wim Dierckxsens, Antonio Jarquín y Paulo Campanario, todos
ellos integrantes del Observatorio Internacional de la Crisis, analizan exhaustivamente los
aspectos económicos y financieros de esta nueva fase de la crisis global; pero, además,
plantea el desafío de abordar el estudio de la crisis desde un enfoque mucho más profundo,
elaborando nuevos paradigmas de interpretación de la realidad, los mismos que nos
permiten comprender que, en la actualidad, la humanidad se debate frente a una profunda
Crisis de Civilización.
Luego de estudiar las perspectivas de la crisis mundial, el lector encontrará los retos y
amenazas de la humanidad ante un cambio civilizatorio, y, el lugar y rol estratégicos de
América Latina y el Caribe en este proceso.
Jorge Orbe León
Decano de la Escuela de Relaciones Internacionales José Peralta
INSTITUTO DE ALTOS ESTUDIOS NACIONALES
Introducción
La complejidad de la crisis actual
Con el presente trabajo, deseamos analizar distintos aspectos de la crisis y la depresión
mundial del siglo XXI, desde una perspectiva transdisciplinaria, y cómo percibimos tales
problemas al iniciarse la segunda década del mismo siglo. Profundizaremos en la crisis en
sus diferentes aspectos, es decir, tanto desde la perspectiva económica financiera cuánto
tomando en cuenta las crisis geopolítica, militar, energética, alimentaria, ecológica, ética y
social. Son múltiples las crisis simultáneas que hoy enfrenta la humanidad. Su complejidad
no permite una adecuada comprensión con un abordaje desde una única disciplina del
conocimiento ni, de hecho, con un enfoque interdisciplinario. Es preciso romper las
fronteras creadas artificialmente entre las diversas disciplinas. Pensamos que se requiere un
abordaje transdisciplinario y dialéctico que permita entender la interconexión, magnitud y
complejidad del problema. Buscamos respuestas que no se limiten a la crisis en su
dimensión económica, sino respuestas más integrales y emancipadoras desde la óptica de
los pueblos oprimidos en el Sur.
En nuestra opinión, a partir de marzo de 2009, contrario a lo que los grandes medios suelen
sostener, el mundo no se recuperó de la llamada crisis crediticia. A escasas alturas del año
2010 se vislumbró que la crisis más bien se estaba agudizando, proceso que tomará años y
tal vez toda esta década que iniciamos. Como es natural, dada la complejidad de los temas y
principalmente por su mirada hacia el futuro, no siempre es posible conseguir unanimidad
de criterios en equipo y habrá matices distintos y opiniones variadas, dado, sobre todo, lo
impredecible de las diversas situaciones futuras. No nos limitaremos a analizar el pasado
reciente y el estado actual de la crisis; procuraremos además señalar posibles tendencias
futuras difícilmente predecibles. Queremos indicar algunos peligros de la crisis más allá de
lo económico, pero, a la vez, las oportunidades que pueda brindar la crisis para los pueblos
oprimidos en general y los del Sur en particular. Hemos optado por un análisis más
prospectivo, para la toma de acción ante los escenarios posibles.
Los miembros del Observatorio Internacional de la Crisis, lo mismo que otros estudiosos
cercanos, alertamos por años, en numerosos escritos, libros y foros, acerca de lo que se ha
venido gestando en el mundo actual: una gran crisis mundial económica, social, política,
militar, energética, alimentaria, ecológica y hasta ética, sin precedentes, producto de la
conjugación de múltiples contradicciones durante décadas. Si bien nos encontramos en un
período bien crítico, contradictoriamente, es de igual modo una era de oportunidades para
construir un nuevo camino que permita asegurar la paz, la democracia, la libertad, la
justicia, la dignidad humana, la equidad en el progreso, la seguridad común y la vivencia de
los seres humanos en armonía con el planeta Tierra. Son objetivos y valores que no deben
estar sujetos a manipulación, renuncia o negociación, y que deben ser defendidos por
encima de partidos políticos, lazas, ideologías y religiones, hasta alcanzar un equilibrio
razonable entre los seres humanos entre sí y entre estos y la naturaleza.
Desde el surgimiento del capitalismo, ha habido crisis cíclicas o periódicas, de menor o
mayor intensidad, extensión o duración. Esta vez, sin embargo, se trata de una crisis nueva,
con características distintas, es una crisis más extensa, profunda, multidimensional y con
alcance global. Nos referimos, más que a otra crisis cíclica del capitalismo, a una
gran crisis estructural en el marco de una crisis de la civilización, con el potencial para
rediseñar eventualmente la geografía socioeconómica y la historia planetaria. Se trata del
encadenamiento de múltiples crisis, comenzando con la financiera y económica, con la que
convergen muchas otras. Todas estas crisis juntas operan hoy a la vez en un escenario
donde concurren otras, tan o más graves aún que la crisis económica misma. Entre ellas, la
ecológica, acentuada por el muy probable calentamiento global; la energética y la de los
recursos naturales; la agrícola y alimentaria, que amenaza a los pueblos más marginados de
esté planeta; la ética e ideológica, pues las ideas, la racionalidad y los principios morales
derivados de la misma racionalidad económica, que siempre dieron sostén al injusto
modelo de civilización actual, también entran en crisis.
La crisis económico financiera -como en adelante veremos- afecta la economía real en
todos los países y es, por ende, global. Se expresó, entre muchas otras cosas, en el
incremento descontrolado del endeudamiento privado y público, la volatilidad de las
monedas ya no solo en los países periféricos como sucedió en décadas pasadas, sino en el
epicentro de la actual crisis, el corazón del imperio: los Estados Unidos. Si se expresó
primero como una crisis crediticia e hipotecaria de la banca, rescatada con enormes deudas
asumidas por los Estados, ahora está presente la amenaza de una bancarrota de los propios
gobiernos en los países centrales. El incremento de la deuda pública no sirvió para reanimar
la economía. La inversión productiva en los EE. UU., por ejemplo, disminuyó un 24%
desde fines de 2007, lo que ha causado mayor desempleo y afectado los ingresos. Las
deudas sin capacidad de pago y la caída de los ingresos conllevan una contracción
generalizada en la demanda. La crisis en la economía real, en otras palabras, se ha hecho
evidente.
Los medios dominantes comunicaron, a partir de marzo de 2009, que se había logrado
superar la crisis bancaria que se anunció desde mediados de 2007. Para ello, hubo
necesidad de una inyección billonaria para salvar a los bancos principales. Tales bancos
eran demasiado grandes para dejarlos caer, fue el argumento. Lo que en realidad querían
decir es que la élite bancaria tenía demasiado poder político como para dejarla caer. Lo
cierto es que los Estados trataron de evitar el colapso de los bancos más grandes, que
fueron precisamente los mayores responsables de esta crisis. En este rescate, los bancos
centrales ocuparon el primer lugar, con la Reserva Federal de los EE. UU., epicentro de la
actual crisis, a la cabeza. Ya en los meses de septiembre y octubre de 2008, estas
operaciones de rescate llegaron a millones de millones de dólares (trillones) y continuaron
en 2009.
Pero los bancos y sus comportamientos irresponsables y fraudulentos han sido más bien
responsables de la crisis en la economía real. En efecto, en vez de ayudar a recuperarla,
volvieron a la economía de casino, con lo que provocaron todavía más daño en casi todos
los espacios económicos mundiales. Las intervenciones de salvamento de la gran banca, en
otras palabras, en vez de brindar una solución para la economía real, estimularon que se
continuara con más de lo mismo: la acumulación de capital ficticio a costa de capital real.
Con ello aumentó la volatilidad en el sistema económico mundial, y de ahí el creciente
acentuamiento actual de la incertidumbre económica, social y política. Porque, en lugar de
vislumbrarse una salida a la crisis, la perspectiva futura se ha oscurecido todavía más. De
esta forma, la supuesta recuperación pregonada por los medios dominantes hacia finales de
2009, e incluso en las prime- ' ras semanas de enero de 2010, se esfumó ya al final de ese
mes, cuando se vislumbró una profundización de las causas de fondo de la crisis.
La crisis alimentaria y de acceso a las principales necesidades básicas afecta hoy a la mitad
de la humanidad, al tiempo que una minoría siempre más pequeña, ubicada en los países
ricos -aunque también en las capas más acomodadas de los países periféricos-, muestra un
consumo caracterizado por el derroche y los excesos. Ante la escasez relativa de las fuentes
energéticas, ha comenzado una competencia entre agro-combustibles y alimentos, que a su
vez lleva a una batalla por el uso de la tierra. Lo anterior limita y encarece la producción de
alimentos. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura
(PAO) anunció, en 2009, la existencia de al menos 1.020 millones de personas viviendo
con hambre, 53 millones de las cuales viven en América Latina y el Caribe. En una
economía caracterizada por el derroche y los excesos en el ámbito del consumo, pero
asimismo por la forma de producción, el recurso del agua se torna más escaso. Por eso no
es ya únicamente un recurso que escasea; es además un recurso estratégico y motivo de
conflictos internacionales. Miles de millones de seres humanos viven en situación de
pobreza, a menudo con hambre y falta de agua, de modo particular en el llamado Tercer
Mundo, panorama que tiende a empeorar con la crisis.
Una de las características que más diferencian esta depresión de las anteriores es la crisis
energética y climática. El agotamiento de las reservas energéticas fósiles y no renovables,
de minerales y materias primas, es un hecho jamás antes percibido. Desde el año 2010, ha
sido anunciado el llamado Peak Oil. Se ha alcanzado, en otras palabras, el punto máximo de
la oferta petrolera sin llegar a satisfacer la demanda que crece sin cesar. Por consiguiente,
en adelante, la oferta de este recurso energético tenderá a disminuir, aunque la demanda
continúe aumentando. El incremento sistemático de su precio será la consecuencia lógica.
Con ello, probablemente se acentuará la lucha entre las grandes potencias por controlar y
acaparar las reservas energéticas fósiles, muchas de ellas ubicadas en los países periféricos
en general y así también en América Latina y el Caribe. Mientras, otras tecnologías y
recursos energéticos renovables están lejos de poder sustituir al petróleo. Pero no solo nos
encontramos en el Pico del Petróleo; igual ocurre con algunos minerales que también
llegaron a su pico máximo de extracción. Esta tendencia se enfatizará en las próximas
décadas. Luego, el propio paradigma del crecimiento sostenible, base fundamental de la
acumulación perpetua del capital, ha entrado en una crisis sin salida. Nos hallamos,
entonces, ante una crisis del propio sistema capitalista.
Otra cara de la crisis del siglo XXI es la gran inequidad en el uso de los recursos naturales.
Su uso actual no alcanza siquiera para atender el estilo occidental de vida de menos del
20% de la población mundial, concentrada en el Norte. Esta minoría consume más del 80%
de todos los recursos naturales del planeta. El impacto ecológico de esta minoría contribuye
de manera directa a la crisis climática. Por tanto, no son los pobres de la tierra y su llamada
población galopante quienes amenazan el planeta. Los pueblos periféricos tienen el
legítimo derecho de reivindicar la apropiación de sus propios recursos para garantizar su
sobrevivencia; sin embargo, las élites de los países centrales perciben tal reivindicación
como una amenaza. Así pues, si hipotéticamente la humanidad llegase a la barbarie y se
exterminara a los pueblos pobres sobre la faz de la tierra -como intentó Hitler con el pueblo
judío-, ello no resolvería la crisis ecológica, por cuanto no son estos pueblos los que acaban
con los recursos, sino que más bien suelen ser sus proveedores netos.
La crisis ecológica, el calentamiento global y el daño progresivo a los ecosistemas son
consecuencia de la sobreexplotación de los recursos naturales y de su uso irracional. Y si
bien todas las regiones del mundo sufren las consecuencias, estas afectan con mayor
intensidad a las zonas más deprimidas y a los sectores más empobrecidos. Las sequías, los
huracanes y las temperaturas extremas en extensas regiones del planeta, cada vez más
comunes en la primera década del presente siglo, son un anuncio de lo que seguirá en los
próximos años y décadas. En algo más de dos siglos de revolución industrial, el sistema
capitalista ha destruido mucho de lo que la naturaleza tardó millones de años en construir.
Esta destrucción, que se dio primero en el centro, se expandió a los países periféricos
dotados con las mayores reservas de recursos naturales ferozmente disputadas por las élites
de poder en los países dominantes. Llama la atención que la racionalización en el uso de los
recursos naturales en general y los energéticos en particular se da sobre todo en el ámbito
del consumo y no en el de la producción. Llama la atención asimismo que las bases
militares, los conflictos y las guerras tiendan a ampliarse en distintas zonas periféricas del
planeta, precisamente ahí donde se ubican los recursos naturales estratégicos.
Una crisis muy peculiar de este régimen de producción la constituye la crisis del capital
ficticio. El capital ficticio no es el capital mismo sino su representación o forma derivada de
él, bajo la forma de acciones, títulos de deuda pública y privada. En los últimos decenios,
este desarrollo se completó con segundas y terceras formas de derivados, sobre todo,
mediante el sistema de aseguramiento. Tal desarrollo permite intercambiar entre sí todas las
formas de capital ficticio. Dicho capital, por ende, posibilita que el capital se pueda transar
con mayor facilidad; con ello, aumenta la rapidez de su circulación, uno de los factores
principales del incremento de las ganancias ficticias. De acuerdo con Jorge Altamira, el
desarrollo del capital ficticio es la forma última del capital, cuando este ha perdido su forma
concreta con el trabajo y cuando el capitalista se ha transformado en un parásito absoluto,
que prospera por medio de la pura transacción de papeles (Altamira 2010).
Este capital ficticio produjo la ilusión de que el capital se había despojado de todas las
trabas para su desarrollo, vale decir que podía recrearse a sí mismo y crear los mercados
para esa reproducción con independencia de la clase trabajadora, o sea con independencia
de la creación de plusvalor, burlándose de esta única vía de creación de riqueza en el
capitalismo. Una manifestación de este capital ficticio fue el desarrollo del crédito
hipotecario y del consumo para compensar la tendencia a la caída de los ingresos
personales de los usuarios. La expresión más abstracta de este desarrollo es la circulación
de un dinero que no posee valor propio, y que da la impresión de ser una creación
científica, esto es “caprichosa”, de las autoridades de los bancos centrales.
La caracterización de la crisis queda más clara cuando se observa que el sistema financiero
(bancos, fondos, compañías de seguros) tiene un apalancamiento (proporción entre capital y
fondos propios, por un lado, respecto a inversiones y créditos, por el otro) de uno a treinta y
hasta sesenta. Esto significa que los bancos compraron bonos con un múltiplo enorme de
dinero ajeno, es decir, sin respaldo. Con el salvamento de los bancos, se repite el
mecanismo que detonó la bancarrota de que hablamos con los créditos hipotecarios y las
obligaciones de corporaciones, pero en esta oportunidad con un papel sin precedentes del
Estado. Este reemplazó a los deudores hipotecarios y corporativos de un año atrás, y
también a los proveedores de fondos de los bancos mediante la emisión monetaria de sus
bancos centrales.
Los bancos centrales inyectaron sumas varias veces billonarias (millones de millones de
dólares) por diversas vías, con vistas a evitar la quiebra generalizada de los bancos. Las
principales medidas que utilizaron fueron:




Las compras de los activos devaluados e invendibles de los bancos, a precios de
libros o a un precio artificial basado en modelos matemáticos.
La compra masiva de títulos públicos y de hipotecas, o de títulos garantizados por
hipotecas de propiedades desvalorizadas.
E1 otorgamiento de garantías a los bancos.
La reducción a casi cero de las tasas de interés de sus préstamos a los bancos
privados.
Casi ninguna de las deudas del pasado (hipotecarias, corporativas, créditos al consumo,
etc.) ha sido cancelada y el plus de la deuda fiscal ha originado una situación financiera
mundial varias veces más explosiva. En una palabra, el capital creyó que había superado la
ley del valor y que la economía podía funcionar sobre la base de precios sin relación con el
tiempo de trabajo social, necesario para la producción de las mercancías correspondientes y
sin relación con la capacidad de consumo final de las personas. La actual crisis consiste
precisamente en el estallido de tales contradicciones (Altamira 2010).
Para algunos autores, la crisis actual no indica el pinchazo del capital ficticio y, por
consiguiente, en lugar de una gran depresión histórica de la reproducción capitalista,
sostienen que la crisis despejará el terreno para una expansión mayor aún del capital en su
forma más abstracta. No obstante, afirma Altamira y nosotros con él,
...si se considera el antecedente de Gran Depresión del siglo pasado, esta
expectativa es ilusoria, pues el capital recuperó la tendencia a su forma más
abstracta de constitución social, solamente al cabo de sesenta años, luego de una
guerra mundial sin precedentes y revoluciones sociales colosales, y finalmente
como consecuencia de una reversión (Altamira 2010).
La inundación con valores ficticios de todos los mercados mundiales, principalmente desde
los EE. UU, es un grave problema global sin solución. A nivel global, la destrucción de
capital ficticio es inevitable. A nivel individual, con todo, es posible transformar ese capital
ficticio en capital real. Los capitales ficticios individuales buscan hacerse reales donde y
como sea, y esto tiende a reforzar la transferencia de riqueza real desde el Tercer Mundo, lo
mismo que desde las clases trabajadoras y medias de los países centrales. Así, esos
capitales pueden hacerse reales, por ejemplo, mediante la compra de extensiones inmensas
de tierras ubicadas en los países periféricos para la producción de agrocombustibles. Frente
a la escasez creciente de minerales, el colonialismo de nuevo estilo vuelve a adquirir y
ocupar territorios ricos en recursos naturales, incluso, con presencia militar. Los
trabajadores verán retrasarse su edad de retiro, no porque la esperanza de vida aumentó,
sino para hacer pagar a la clase trabajadora la deuda fiscal creada para salvar a los bancos.
Los trabajadores pagarán los platos rotos de la crisis, vía diferentes mecanismos. Y ante sus
protestas y acciones de rebelión, se incrementa la represión, hasta con presencia militar,
como se observa en Grecia, por ejemplo.
En medio de la crisis de la economía real, el comercio internacional muestra una fuerte
contracción. Las importaciones de los países centrales caen y cada vez hay más síntomas de
proteccionismo. Por ejemplo, entre julio de 2008 y junio de 2009, las importaciones
estadounidenses cayeron más del 30%. De cara a esta situación, para los países periféricos,
no queda otra opción que volcarse hacia dentro, como es el caso claro de China. Luego, no
es por mero voluntarismo que, en los países periféricos, se comienza a hablar del
decoupling o la desconexión de los países ricos para lograr salir adelante en medio de la
crisis internacional. En estos países, la economía especulativa y el capital ficticio han
impactado menos que en los centrales. En las últimas décadas, la economía real más bien se
ha concentrado relativamente en los países periféricos. Por tal motivo, el impacto de la
crisis en la economía real no se ha dado con toda su fuerza en las economías periféricas, y
de modo especial en los países emergentes, donde el crecimiento de dicha economía ha sido
elevado. Las economías emergentes, con China a la cabeza, cobran mayor conciencia de
que, por decenios, han estado subsidiando con su riqueza real la acumulación en los países
centrales (los EE. UU. sobre todo) y, ante la crisis en los centros de poder, reivindican un
papel de mayor peso político. De ahí la relevancia adquirida por el G20 con la crisis.
Desde el inicio de la época neoliberal, ha habido más bien un proceso de anexión de las
economías periféricas. Este proceso se ha realizado -entre otros- por medio de instrumentos
creados a partir de Bretton Woods, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario
Internacional, la Organización Mundial de Comercio, los tratados de libre comercio, la
deuda externa, las especulaciones contra monedas en el Sur y toda clase de operaciones
financieras y especulativas, además de las prácticas ya existentes de subvaloración de las
importaciones desde el Sur y sobrevaloración de las exportaciones desde el Norte. En
medio de la crisis, la caída del comercio internacional junto con un proteccionismo en
aumento, brindarán a los países periféricos la oportunidad y necesidad creciente de
sobrevivir por su propia cuenta. Con el tiempo y una profundización de la crisis, podría
incluso darse una crisis más o menos generalizada de las monedas fuertes en el mundo, lo
que complicaría sobremanera el comercio internacional. Esto aceleraría el proceso de
desconexión ya en marcha y brindaría oportunidades y necesidades históricas para buscar
alternativas más allá del régimen capitalista.
En medio de la crisis y de cara al incremento del desempleo, se da la migración de retorno
de los países centrales hacia los periféricos en general y hacia América Latina y el Caribe
en particular. La migración desde el Sur se vislumbraba como una oportunidad de salvarse
a nivel individual o familiar, en vista de las escasas oportunidades de trabajo en los países
de origen. Pero, en tiempos de crisis, la mano de obra relativamente sobra y suben las tasas
de desempleo. Los trabajadores migrantes, así como las mujeres y minorías étnicas, son
más desechables. Las élites en el poder procuran dividir a la clase trabajadora mediante el
fomento del racismo, el sexismo y la xenofobia, y esto puede llegar a extremos, al punto
que existen claras tendencias neofascistas a la vista. La migración de retorno, en un
contexto de xenofobia y gran inseguridad económica, acaba con el sueño americano en los
países latinoamericanos y caribeños, y obliga a pensar en construir un proyecto menos
individual, y por ende más político, en sus propios países. Lo anterior podría generar una
conciencia política alternativa, que brinde base ideológica a la desconexión. Algo por el
estilo ha acontecido ya en El Salvador, y bien podría darse en otros países al agudizarse la
crisis.
Los crecientes brotes de neofascismo al principio de la depresión, entonces, podrían dividir
aún más a las clases trabajadoras y medias del Norte, las cuales cuentan con una fuerte
presencia de migrantes del Sur.
Sin embargo, la profunda crisis que amenaza la sobrevivencia de grandes mayorías tanto en
el Norte como en el Sur, revelará que tal como ocurrió durante la Gran Depresión del siglo
XX, el sálvese quien pueda no salvará a nadie de la clase trabajadora. Si a esta crisis
agregamos las amenazas ecológicas y hasta el peligro de una gran guerra, podría darse una
alianza política de los trabajadores que trascienda las fronteras entre Norte y Sur. Es que, en
medio de semejante crisis de la civilización, el Bien Común se encuentra más lejos, pero es
más necesario que nunca. En tal coyuntura, la ética solidaria podría triunfar sobre la ética
del sálvese quien pueda. Luego, una conciencia solidaria y de ciudadanía mundial, por
encima de las divisiones entre culturas, fronteras, razas, generaciones, sexos, religiones,
idiomas y costumbres, se avizora en el horizonte como tabla de esperanza y salvación
frente a una profunda crisis de la civilización.
Sin embargo, no podemos cerrar los ojos ante las líneas divisorias que se acentúan en la
actualidad con las radicales posiciones xenofóbicas, racistas y excluyentes, fomentadas por
las élites en el poder, sobre todo, si bien no exclusivamente, en los países centrales. Esas
élites y los medios masivos dominantes promueven visiones fatalistas, que alientan la
aparición de extremismos fundamentalistas religiosos, enfrentamientos entre culturas y
otras divisiones entre los seres humanos. La tesis del sálvese quien pueda es funcional a
tales élites, pues son conscientes de las rebeliones populares latentes que amenazan la
estabilidad y la gobernabilidad. Para reprimirlas, están propiciando una mayor
militarización al interior de los países, así como un escenario amenazador en la política
internacional. Con lo anterior, esas élites en el poder buscan fomentar un totalitarismo a
escala planetaria e, incluso, amenazan con grandes conflictos militares.
En particular en el Sur, aumenta en efecto el cuestionamiento, la deslegitimación de
gobiernos y partidos políticos, la demanda de la construcción de espacios y procesos
democráticos participativos. Es una era de notoria incertidumbre a escala mundial; sin
embargo, los grandes proceros de desconexión y ruptura con la racionalidad vigente han
ocurrido justo en estas coyunturas internacionales. Estamos, pues, frente a una cultura
occidental en profunda crisis. Son tiempos de explotación descarada, enajenación y
desesperanza, pero, contradictoriamente, es a la vez una época de esperanza, ya que podría
darse un cambio esencial en las estructuras mismas del sistema y no apenas una reforma.
Aquí vuelve a ser de mucha actualidad la histórica tesis de barbarie o socialismo.
Hay una crisis política internacional con una feroz disputa por los espacios mundiales. Y la
guerra es el instrumento que las élites en el poder suelen utilizar para apropiarse de los
recursos naturales y, en particular, los energéticos como en Iraq y Afganistán, o para
resolver sus contradicciones geopolíticas. América Latina y el Caribe, patio trasero del
actual centro imperial, no se hallan al margen de esta estrategia geopolítica y podrían
eventualmente formar parte del escenario de una guerra mayor. Esto porque, ante las
eventualidades de una guerra más amplia, los recursos naturales y energéticos de la región
son estratégicos para los EE. UU. El golpe de Estado en Honduras, la presencia de la
Cuarta Flota estadounidense en aguas latinoamericanas y caribeñas y la decisión de instalar
bases militares en Colombia, justo a la par de Venezuela (segunda reserva de petróleo a
nivel mundial), son claro ejemplo de ello, como ya señalamos en nuestra publicación
anterior (DEI2009).
Crece el convencimiento de que existen límites al crecimiento económico. Con ello, el
desarrollo del capital (o de valor, en términos más abstractos) también llega a sus límites.
Surge la pregunta que todos se hacen: ¿Hay alguna solución para salvar el régimen
existente? Una eventual salida tendría que darse en el contexto de una economía
estacionaria. Sin crecimiento o proceso de valorización; no obstante, no hay capitalismo
posible. Estamos, por tanto, ante un período de transición en el cual la hegemonía, hoy en
manos del valor, tiende a ser sustituida por la hegemonía del valor de uso. Con ello,
pareciera que estamos ante una transición hacia otra civilización con otra cultura. Para su
establecimiento, sin embargo, es imprescindible una inversión de la lógica de
funcionamiento de las sociedades actuales, y por ende de los valores éticos, culturales e
ideológicos vigentes.
Una utopía todavía difícil de percibir hoy se vislumbra en el horizonte. Frente a la creciente
escasez de recursos y al limitarse las posibilidades de un proceso de valorización, la
transición se torna una necesidad histórica. Esto implica una regulación económica, ya sea
desde arriba o más bien desde abajo. En un período de transición es posible que se
desemboque en el centralismo del poder. Los valores de uso se definirían entonces para la
sociedad como un todo, en vez de ser producidos para satisfacer intereses minoritarios
(valores de uso individualizados).
Pero la misma transición en un contexto de desconexión abre espacios para reivindicar una
democracia más directa y participativa en la definición de las necesidades. Con ello se
modificaría el contenido de la producción, obviamente, sin los lujos exorbitantes y las
inutilidades de hoy. Durante el proceso de transición, el valor tendería a reducirse a un medio de cambio para generar valores de uso y perdería la oportunidad de ser una finalidad en
sí misma (Campanario 2009).
Bibliografía
ALTAMIRA, Jorge
2010 “Una piñata que no es sólo griega”. s/c: Observatorio Internacional de la Crisis.
Febrero.
DEPARTAMENTO ECUMÉNICO DE INVESTIGACIONES
2009 El mundo en la encrucijada de la Gran Depresión: Eurasia y América Latina
(edición bilingüe). San José: DEI.
CAMPANARIO, Paulo
2009 “Hegemonía del valor de uso social avanzado: clave para superar las sociedades
actuales”. s/c: Observatorio Internacional de la Crisis. Febrero.
Capítulo I
La Gran Depresión del siglo XXI: la función del trabajo improductivo y del capital
ficticio
Permítanme controlar el dinero de una nación y no me importará quién haga sus leyes.
Barón de Rothschild (banquero británico).
Los poderes del dinero practican la rapiña sobre la nación en tiempos de paz y conspiran
contra ella en tiempos de adversidad. Son más despóticos que la monarquía, más
insolentes que la autocracia y más egoístas que la burocracia. Denuncian como enemigos
públicos a aquellos que cuestionan sus métodos o dan luces sobre sus crímenes. Tengo dos
grandes enemigos: el Ejército del Sur frente a mí y a los banqueros a mis espaldas. De los
dos, los de atrás son mis más grandes adversarios.
Presidente Abraham Lincoln -1866- (fue asesinado).
Quienquiera que controle el volumen de dinero en cualquier país es el amo absoluto de la
industria y el comercio.
Presidente James A. Garfield -1881 - (fue asesinado).
Soy el hombre más infeliz. He llevado inconscientemente a la ruina a mi país. Una gran
nación industrial es controlada por un sistema de crédito. Nuestro sistema de crédito está
concentrado. El crecimiento de la nación, por tanto, y todas nuestras actividades están en
manos de unos pocos hombres. Nos hemos convertido en uno de los peor gobernados, uno
de los más completamente controlados y dominados gobiernos en el mundo civilizado. No
más, un gobierno por la libre opinión, no más un gobierno por la convicción y el voto de la
mayoría, pero sí un gobierno bajo la opinión y coacción de una pequeña élite dominante.
Presidente Woodrow Wilson (1856-1924).
La oficina del Presidente ha sido usada para fomentar un complot para destruir la libertad
de los americanos y antes que deje la Presidencia, debo Informar a los ciudadanos de este
estado de cosas.
Presidente John F. Kennedy (diez días antes de ser asesinado).
Llama la atención el que los presidentes estadounidenses asesinados, Lincoln, Garfield y
Kennedy, defendieron intereses contrarios a las élites financieras. En nuestro articulo
escrito al momento de ser elegido el actual presidente de EE. UU. Barack Obama
(Dierckxsens 2008), ya señalamos que él tendría pocas opciones de implementar su propia
política frente a la élite bancaria a menos que se arriesgara a mucho.
1. El trabajo improductivo como fuente de especulación
Para facilidad del lector no familiarizado con algunos términos aquí empleados, iniciamos
con la siguiente aclaración: los economistas teóricos clásicos defensores o críticos del
capitalismo, entre ellos David Ricardo, Adam Smith, Carlos Marx, Federico Engels y otros,
coinciden en que la fuente de la riqueza es el trabajo humano que transforma los recursos
que brinda la naturaleza, unidos a los instrumentos de trabajo y al conocimiento
principalmente tecnológico. El resultado son bienes que van al mercado donde son
demandados y comprados para satisfacer necesidades. Esto se conoce como trabajo
productivo, que se realiza en el llamado sector productivo o real de la economía. De aquí
surge un plusvalor o parte de la riqueza producida que, en el sistema capitalista, se acumula
y se convierte en capital, o sea, que este no es más que riqueza acumulada originada en el
sector productivo. Es importante saber que no toda la riqueza generada adquiere forma
material. Hay servicios productivos como la educación, el transporte, la distribución de
agua o energía eléctrica, las telecomunicaciones, los espectáculos, entre muchos otros. La
generación de estos servicios productivos (verbigracia el transporte o el espectáculo) no
puede realizarse sin su consumo simultáneo. Se trata de creación de riqueza real no
material. Sin la producción de riqueza real no puede haber crecimiento real y cualquier otro
llamado crecimiento es ficticio desde el punto de vista de su contenido.
Existe, por otro lado, el trabajo improductivo por su contenido. El carácter improductivo no
implica que se trate de trabajo innecesario o incluso nocivo. El seguro contra incendios o el
servicio de los bomberos son servicios improductivos necesarios y útiles para el conjunto
de una sociedad. Al quemarse un edificio o inmueble, se pierde riqueza. El seguro se
encarga de repartir esta riqueza perdida, y los bomberos procuran evitar un mayor daño. El
seguro contra incendios, lo mismo que los seguros contra robos, pérdidas, accidentes o
desastres naturales, son un trabajo útil que no crea riqueza nueva, sino reparte la riqueza
destruida por algún incidente. La póliza que se paga para ser compensado ante el eventual
suceso constituye la base de la redistribución de lo perdido. De esta forma, los seguros
permiten que la sociedad en su conjunto funcione mejor y prueba así de manera indirecta su
carácter productivo. El hecho de que las aseguradoras privadas funcionen con ganancia y
operen como capital las hace aparecer como productivas desde la óptica de la forma o
relación social dominante. Lo esencial para el capital es que la actividad dé ganancia, no
importa su contenido. Lo anterior hace que toda actividad que genera ganancia nos
aparezca en la sociedad como productiva. Lo anterior, sin embargo, no elimina el carácter
improductivo de tal actividad por su contenido, carácter que suele revelarse en tiempos de
crisis como hoy.
El mero acto formal de traspaso de posesión o propiedad no constituye un servicio
productivo por su contenido, ya que no crea riqueza, solo la traspasa de manos. Esta
actividad puede hacerse por cuenta propia o como empresa con ganancias, pero lo anterior
no quita que la actividad, desde la óptica de su contenido, sea improductiva. El trabajo de
los abogados, los corredores de bienes raíces, el comercio y la banca son ejemplos de
servicios improductivos que trabajan sobre la propia relación social vigente de la sociedad.
Un mismo edificio suele venderse más de una vez en un año en tiempos en que reina la
especulación. Lo anterior no acrecienta la riqueza creada. La actividad del corredor de
bienes raíces y del abogado que hace la escritura constituyen un trabajo improductivo desde
la óptica de su contenido. Si bien una empresa puede obtener ganancias al brindar estos
servicios, la actividad como tal no produce riqueza.
La lotería y los casinos redistribuyen, al azar, riqueza ya existente y son actividades
improductivas por su contenido. Igualmente lo son los casinos más grandes del mundo
actual: las bolsas de valores. La actividad en la especulación en general y en las bolsas de
valores en particular constituye un trabajo improductivo por su contenido, con
independencia de que sea útil o no para la sociedad en su conjunto. Lo anterior explica
también por qué, en términos de obtención de beneficios para una empresa dedicada a la
especulación, puede resultar ser el mejor negocio en épocas de bonanza y el mayor desastre
en tiempos de crisis.
Todo producto generado en un ciclo económico y utilizado improductivamente en el
siguiente, se transforma en un trabajo materializado que es consumido improductivamente.
De esta forma tenemos que el trabajo productivo en un ciclo económico se torna
improductivo en el siguiente, al consumir ese trabajo materializado de manera
improductiva. Es el caso, por ejemplo, de todos los edificios y equipos empleados en los
casinos o para el trabajo especulativo. Ahora, el carácter improductivo del consumo de un
producto determinado no siempre se revela ya en el ciclo económico siguiente. Así, en el
complejo industrial militar, puede haber varios años de producción antes que se concluya el
producto final que, en el mejor de los casos, nunca se usa. Es más, al ser utilizado más
bien suele destruir riqueza existente. Al no ser utilizados en el proceso de reproducción
material, los productos finales del complejo industrial militar no encadenan el proceso de
reproducción global a un nivel superior y, por el contrario, restan fuerza a ese proceso.
Dicho en otras palabras, al invertir un gobierno porcentualmente más en armamento, se
tendrá a mediano plazo una contracción en la economía. De ahí se deriva su carácter
improductivo.
En el complejo industrial militar, además de consumir improductivamente riqueza material,
al usar el producto final en conflictos, se extingue riqueza producida. Lo anterior no elimina
que el capital invertido en este sector pueda originar cuantiosas ganancias. Desde la óptica
de la forma, es decir, por los beneficios que genera, resulta ser un sector muy productivo.
Podemos llamarlo el subsector improductivo-destructivo o de capital destructivo.
Conocemos el impacto negativo del gasto en defensa sobre las posibilidades de mantener el
gasto en educación y salud. El primero opera en beneficio del capital, los otros benefician
más a la clase trabajadora. En la actualidad, y en particular en los EE. UU., se pretende
escapar a la presente crisis con ascendentes inversiones en el complejo industrial militar
para, de ese modo, mantener su hegemonía en riesgo. Tratan de mantenerla aunque sea bajo
la amenaza de guerra. E1 incremento en el gasto de defensa que conlleva es un gasto
improductivo e insostenible, que dañará aún más la ya deteriorada situación económica de
ese país.
2. El capital a interés como fuente del capital ficticio
Para entender el capital ficticio, es importante entender algunas funciones del préstamo en
dinero. Es un tema muy complejo e imposible de abordar a cabalidad aquí. Nos limitaremos
a algunas nociones que creemos necesarias. El dinero, en su forma más general, no es otra
cosa que un instrumento para facilitar el intercambio de bienes y servicios a través de
equivalentes socialmente establecidos. El dinero en su forma originaria (ya sea oro, plata,
cacao, entre otros.) es una mercancía que, como unidad de cuenta, sirve para expresar las
relaciones de intercambio de todas las demás mercancías. Hoy, el dinero adquiere forma de
papel e incluso digital. Las transacciones de todas las mercancías se realizan siempre a
cambio de dinero, pero esto no es necesario ni de hecho ocurre actualmente en la realidad.
Una mercancía se puede vender tanto al contado como a crédito. Y no solo existe crédito
para la compra y venta de mercancías, también se otorga crédito para realizar inversiones.
Estas inversiones pueden ser productivas o no.
Aquí nace la primera forma de capital ficticio y especulativo. El capital a interés adquiere
gran relevancia y dimensión en el desarrollo del sistema capitalista en su fase industrial, al
estar el crédito subordinado de manera directa a la lógica del capital industrial. Al
desarrollarse el sistema de crédito en esta etapa del capitalismo, el objetivo primordial es el
de financiar la producción. El capital productivo únicamente demandará dinero, si el interés
a pagar es menor que la tasa de beneficio que espera obtener con su inversión. En este
contexto, el capital a interés contribuye de modo indirecto a fomentar la riqueza real. Al
mismo tiempo que se apropia de una parte de la plusvalía generada en el sector productivo,
el capital a interés (la banca) aumenta la eficiencia de la producción del excedente, así
como la velocidad de reproducción del ciclo del capital.
Hay poseedores de dinero, como los bancos, que no se dedican a invertirlo en actividades
productivas; comercian con él. Lo prestan, no a cambio de otra mercancía, sino de ese
mismo dinero más un interés al cabo de un tiempo. Este dinero, entonces, es una mercancía
que se da y se recibe en préstamo y su precio es el tipo de interés que está regido por la
oferta y la demanda de ese dinero. Debemos aclarar que capital a interés, que financia la
producción o la circulación, es una cosa; y el capital ficticio es cosa totalmente distinta,
aunque este nace como consecuencia de la existencia del primero. Lo que hay que
considerar aquí es el hecho de que el capital a interés, por sí mismo, produce una ilusión
social y es justó a partir de ella que aparece el capital ficticio. En el capitalismo, la
existencia generalizada del capital a interés, cuyo significado aparente es el hecho de que
toda suma considerable de dinero genera una remuneración, produce la ilusión contraria,
vale decir, la de que toda remuneración regular debe tener como origen la existencia de un
capital. Dicho capital en sí no necesariamente tiene mayor significación para el
funcionamiento del sistema económico, y en tal caso puede ser llamado capital ilusorio
(Carcanholo y Sabadini s/a).
Sin embargo, cuando el derecho a tal remuneración está representando por un título que
puede ser comercializado, vendido a terceros, se convierte en capital ficticio. El título
comercializable es la representación legal de esa forma de capital. El ejemplo tal vez más
simple de la existencia de capital ficticio está constituido por una concesión pública, a
particulares, del derecho de utilización comercial de una frecuencia de radio o televisión,
cuando dicha concesión, realizada a cambio de favores políticos o de cualquier otro tipo,
puede ser vendida a terceros. Luego, el capital ficticio nace como consecuencia de la
existencia generalizada del capital a interés, si bien es el resultado de una ilusión social. Y
¿por qué debemos llamarlo capital ficticio? La razón, concluyen Carcanholo y Sabadini,
reside en el hecho de que, por detrás de él, no existe ninguna sustancia real y porque no
contribuye en nada a la producción o la circulación de riqueza, por lo menos en el sentido
de que no financia ni el capital productivo ni el comercial.
3. Capital especulativo, capital ficticio y la Gran Depresión
Las acciones de las empresas constituyen una forma de capital ficticio por el hecho de que
representan una riqueza contada dos veces: una, el valor del patrimonio de la empresa; otra,
el valor de las acciones mismas cuyo valor se mueve con frecuencia con independencia del
valor del patrimonio de las empresas. La prueba de que esto es verdad es qué ambos valores
pueden servir de garantía, por ejemplo, para créditos bancarios. Pueden ser contadas dos
veces, o tres, o más, gracias a la existencia de empresas Holdings. Una valoración
especulativa de las acciones constituye un incremento del volumen total del capital ficticio
existente en la economía. Pero ese incremento posee una característica distinta del valor
original: no significa una duplicación aparente de un valor real. En realidad, detrás de él no
existe ninguna sustancia real. Cuando el crédito es destinado al sector privado y se
formaliza por medio de un título negociable en el mercado, también debe ser considerado
capital ficticio. Esto porque aparentemente el valor se ha duplicado. Cuando el incremento
de la deuda pública ocurre en razón de gastos improductivos o gastos corrientes o aun de
transferencias, estamos frente a la creación de un nuevo capital ficticio, toda vez que por
detrás de ese incremento de la deuda no sobrevive nada sustancial (Cárcanholo y Sabadini
s/a).
Hoy, más que nunca, la economía ha perdido relación con el ámbito productivo. Existe una
enorme economía de papel, alimentada básicamente por la persistencia de los déficit
públicos y los mecanismos de innovación financiera, que no se corresponde con la situación
real de la economía. Masas siempre mayores de capitales especulativos y ficticios se
mueven de un lado hacia otro buscando en las inversiones financieras una rentabilidad que
no encuentran en el sector real de la economía, debido a la caída de la tasa de beneficio en
este. Podemos concluir que él sistema capitalista se ha ido convirtiendo en realidad en un
capitalismo ficticio, cuyas reglas de juego son radicalmente distintas y hasta antagónicas al
clásico capitalismo productivo, esto es el fundado en la generación y acumulación de
plusvalor.
Así pues, si como capital a interés el capital adquiere una forma mistificadora, como capital
ficticio asume un aspecto todavía más complejo y desmaterializado. En su momento de
gloria, en la era neoliberal, la verdadera economía parecía ser la financiera. Los centros
financieros de Nueva York y Londres podían reírse del capital productivo en el mundo,
cuando aparentemente la economía financiera se desarrollaba con independencia de la
dinámica de la producción. El capital ficticio, sin embargo, realiza ganancias ficticias que
solo pueden ser hechas reales a nivel individual, aunque jamás a nivel de su totalidad. Con
todo, mientras exista la fe de poder hacerlas reales continúa operando la burbuja
especulativa creada por el capital ficticio. Gracias al salvamento de los grandes bancos de
la crisis crediticia por parte de los gobiernos, el sector financiero pudo retornar a la
economía de casino. Pero, por eso misma, hoy se vislumbra la bancarrota de los propios
Estados, con lo que, tarde temprano, se vislumbrará también la imposibilidad de tornar
reales las ganancias ficticias. Estallará entonces la burbuja que pondrá límites a la
acumulación de capital ficticio, el cual actúa a la vez como un cáncer y un parásito en un
cuerpo humano vivo.
El capital ficticio o parasitario generado de manera masiva está circulando entremezclado
con el capital real. Según el Banco de Basilea (El banco central de todos los bancos
centrales), en el año 2009, circulaban en el mundo unos US$ 1.000 trillones de valores,
obligaciones y moneda, mientras el producto bruto mundial superaba apenas un poco los
US$ 50 trillones, o sea que, en la actualidad, por cada dólar con valor real circulan otros
veinte dólares que son capital ficticio y parasitario; constituyéndose en la más grande estafa
de la historia (Beinstein 2009). Estos valores, que Wall Street ha llamado productos
financieros derivados, bajo la forma de deudas, pagarés, obligaciones, empapelamiento,
etc., fueron causa de la crisis crediticia en EE. UU. y contaminaron todos los mercados
mundiales.
Tarde o temprano, la burbuja de capital ficticio exigirá la destrucción de tales productos,
vale decir, la eliminación de gran parte de la economía de papel mediante la anulación de
deudas por bancarrota. Las bancarrotas de empresas privadas en EE. UU. pasaron de 800
mil en 2007 a 1,4 millones en 2009, un aumento del 75%, y la situación empeorará en el
año 2010. Asimismo, según la Corporación Federal de Garantías de Depósitos (FDIC, por
sus siglas en inglés), en 2009, quebraron 140 bancos estadounidenses y otros 700 estaban
en peligro de hacerlo (Quinn 2010). La tremenda burbuja financiera, por tanto, está
estallando, y con ello la economía mundial está atravesando por una enorme inestabilidad e
inseguridad y entrando en depresión. Como consecuencia, la hegemonía de EE. UU. está a
la deriva. En efecto, es claro que una depresión mundial demandará un nuevo orden
económico internacional, y EE. UU. buscarán no perder la hegemonía en este. No obstante,
es dudoso que, sobre la debilitada base de su economía, pueda instalarse un nuevo orden
internacional bajo la hegemonía estadounidense.
Contrario a lo que aconteció en los países centrales, en los países periféricos, se
incrementó, en términos relativos, la generación de riqueza real y productiva. Esto porque,
al ser las ganancias en los primeros, en promedio, más altas en el sector financiero y
especulativo, durante décadas, las inversiones se desplazaron del sector creador de riqueza
y de la economía real al sector improductivo y parasitario. Últimamente, en los mercados
del Primer Mundo, se intercambiaba riqueza real por capital ficticio. Semejante operación
representa un subsidio permanente y creciente en riqueza real, desde las sociedades
periféricas hacia las naciones ricas del planeta, lo qué explica el progresivo carácter
parasitario de las segundas. Por lo anterior, la crisis afecta menos a los países periféricos
que a los centros de poder. Es en este contexto que surgen más voces desde el Sur que
demandan un cambio en las cuotas de poder (verbigracia, entre los países emergentes como
el BRIC), mientras otras naciones luchan a favor del decoupling o desconexión del sistema
dominante. En medio de la crisis, el comercio internacional se contrae, lo que da base
objetiva para tal desconexión.
En América Latina y el Caribe en particular, países como Venezuela, Ecuador o Bolivia se
inclinan hacia una mayor desconexión en el entendido de que pueden sobrevivir mejor sin
subsidiar y cargar con el derroche de los países ricos. Estos, en cambio, entienden que, en
las actuales condiciones, no pueden lograrlo sin aquel subsidio permanente desde los países
periféricos, y mucho menos sin sus recursos naturales. Por eso, frente a la amenaza del
colapso del capital ficticio, las fuerzas reaccionarias entre las élites, con EE. UU. a la
cabeza, se radicalizan con vistas a prolongar el actual statu quo político aunque sea por la
vía militar. También en la región hay fuerzas alineadas con esta posición, como México,
Colombia o Perú, por ejemplo. Luego, los escenarios de guerra se vuelven más concretos a
escala mundial, incluso con amenazas concretas para América Latina y el Caribe. La guerra
podría ser un instrumento para mantener la hegemonía política; con todo, no brinda todavía
una solución para salir de la crisis. La gran pregunta sigue siendo cómo reconectar la
inversión de manera rentable con la economía real.
Más adelante veremos que es dudoso que Occidente consiga retornar al ámbito productivo
sobre la base de una tasa de ganancia en alzada. Lo anterior sitúa en una crisis sin aparente
salida al propio capitalismo, al menos en Occidente, con lo que surgen las expectativas de
un cambio de civilización, al menos a no muy largo plazo. En el corto plazo, sin embargo,
se vislumbra el intento del capital hegemónico de un proceso de dominación a nivel
mundial, incluso con un crecimiento negativo. Esto inauguraría ya una era poscapitalista, es
decir, una era sin acumulación de capital, aun cuando fuese autoritaria en su primera fase
de transición. Sobre esta base y en medio de una mayor desconexión, emergen las
posibilidades de lanzar proyectos endógenos con esfuerzos más democráticos y
participativos, proceso que, de cierta forma, se perfila ya en Bolivia. La coexistencia con el
capitalismo dificulta un proceso de autodeterminación y de democratización participativa
más radical, si bien un eventual colapso del sistema monetario internacional provocaría la
desconexión obligada, profunda y global. En el próximo capítulo, examinaremos los riesgos
del colapso del sistema monetario internacional.
Bibliografía
BEINSTEIN, Jorge
2009 “En la ruta de la decadencia: hacia una crisis prolongada de la civilización burguesa”.
En Observatorio Internacional de la Crisis. En La gran depresión del siglo XXI:
causas, carácter, perspectivas. San José: DEI, pp. 134.
CARCANHOLO, Reinaldo A. y SABATINI, Mauricio de S.
s/a
Capital ficticio y ganancias ficticias, s/c: Observatorio Internacional de la
Crisis.
DIERCKXSENS, Wim
2008 “La Gran Depresión del siglo XXI inaugura “la administración Obama””, en Pasos
[San José, DEI] Nro. 139. Septiembre-octubre, pp, 10-17.
QUINN, James
2010 “Recession, depression or systematic breakdown”. En línea:
www.financialsense.com. Fecha de la visita: 04/03/2010.
Capítulo II
La nueva fase de la crisis mundial: la amenaza de bancarrota de Estados
1. “Recuperación” de la economía ficticia, no así de la economía real
La crisis inmobiliaria de 2008 fue el resultado de años de acumulación de capital ficticio.
Comenzó en los EE.UU. por la concesión de préstamos a hogares endeudados para devenir
propietarios de sus alojamientos. Los bancos comerciales y las instituciones especializadas
en el financiamiento inmobiliario acordaron créditos con hipotecas que transformaron en
títulos para la creación de nuevos productos derivados que vendieron en el mercado
financiero. Al hacer esto, atenuaban los riesgos de defecto de pago, inflaban la capacidad
de préstamo de los hogares, adoptaban los créditos y orientaban de modo artificial los
precios inmobiliarios hacia el alza. Entre finales de 2004 y principios de 2006, se
concedieron de manera creciente prestamos a familias pobres, que solo disponían de
pequeñas rentas y no tenían plazos favorables de reembolsos (subprime), en forma de
contratos que previeron un tiempo de resistencia a las tasas de interés muy bajas (del 1% al
2%) al principio y brutalmente altas después de dos años (casi siempre a mas de 15%)
(Herrera y Nakatani s/a).
Los productos derivados afectados eran mucho más aceptados y atractivos para mercados
financieros de los que ciertas instituciones financieras (compañías de seguros) se servían
para crear otros instrumentos compuestos, los cuales eran mercantilizados en aras de
asegurar a la vez una refinanciación y participación de los intereses. La crisis estallo
cuando una masa crítica de deudores empezó a enfrentar serias dificultades para reembolsar
sus préstamos, en razón de la subida de las tasas de interés determinadas por la Reserva
Federal para financiar los enormes gastos relacionados con las guerras de Iraq y Afganistán.
El sistema monetario y financiero presentaba profundas paradojas. Una de ellas era la
ilusión de que es posible encontrar solución siguiendo la gestión neoliberal de la crisis de la
expansión del capital. No obstante, una burbuja estalló solo para formar otra aún más
peligrosa, afirman Herrera y Nakatani, y esto es precisamente lo que hoy se revela cada vez
con mayor claridad.
Al mantener los bancos centrales con las tasas de interés cercanas a cero y habiendo
recibido fuertes sumas de rescate gubernamental en 2008 y 2009, el capital financiero no
tuvo temor alguno de invertir en activos de mayor riesgo. Las inversiones alcanzaron una
variedad que fue desde la compra especulativa de oro, hasta apartamentos en Dubai o
Pekín. Los contratos a futuro en los commoditíes (el precio del petróleo, por ejemplo, subió
un 132% desde febrero de 2009) y las opciones existentes en torno a las tasas de interés han
estado otra vez de moda. El comercio con productos derivados continúa siendo la actividad
preferida del gran capital especulativo. A pesar de sus resultados desastrosos durante la
crisis recién pasada, la especulación con productos derivados se mantiene aun legal y sin
mayor regulación. A raíz de lo anterior, una nueva burbuja de capital ficticio se ha
desarrollado, y ahora con mayor velocidad. Este renovado desarrollo parasitario del capital
ficticio, con soñadas ganancias ficticias, sigue siendo el mayor negocio. Con un nuevo
colapso financiero, las pérdidas adquirirían dimensiones de varias veces la economía
estadounidense (Foroohar 2009).
A pesar de todos los fondos de rescate inyectados, las economías reales del llamado Grupo
de los Siete (G7) no se han recuperado. La tasa de crecimiento durante el año 2009 ha sido
negativa en los países centrales (Japón. -5,4%; Gran Bretaña, -4,5%; Zona del Euro, -3,8%;
EE. UU, -2,5%). En tiempos difíciles, las cifras oficiales siempre tienden a ser ajustadas
hacia abajo después de un tiempo; esto para mantener el panorama más positivo posible.
Así por ejemplo, si tomamos los datos reales, vemos que los EE. UU. estaban en recesión
desde 2001, alcanzando en 2009 una tasa negativa de crecimiento real del 6%. Estos
resultados contrastan con las tasas de crecimiento positivas en ciertas economías
emergentes, como China, 8,2%; India, 5,5%, o Indonesia, 4,2%. En América Latina y el
Caribe, los países más anexados a la economía estadounidense sufrieron una fuerte recesión
(verbigracia México, -7,1%). En países emergentes como Brasil (donde el capital especulativo y el productivo se combinan) no hubo recesión, aunque tampoco crecimiento (The
Economist 2010).
Grafico 1
La recuperación en modo alguno ha sido el resultado de la inversión privada en nuevos
trabajos en la economía real. Si bien las corporaciones transnacionales han vuelto a generar
ganancias; las mismas han sido primordialmente el resultado de recortes en los costos de
producción, esto es, gracias a despidos de trabajadores -incrementando así el desempleo-,
no por la expansión del mercado a partir de una demanda ampliada. Al igual que con las
cifras infladas de crecimiento económico, las cifras oficiales de desempleo muestran un
fuerte subregistro al eliminar de las estadísticas al 50% de la población activa sin derecho a
un seguro de desempleo. El desempleo real en los EE. UU. alcanzó, hacia fines de 2009, el
22% y podría alcanzar, en años venideros, el 35%, como puede verse en el Gráfico 2.
Según Egon von Greyez (s/a), es aproximadamente el nivel de desempleo al que se llegó
durante la Gran Depresión. El autor espera, para la próxima crisis, niveles de desempleo
aún más altos. Analizando la cuestión en una perspectiva histórica, se observa que, en los
años cincuenta y sesenta, hubo un alza fuerte en la creación de empleo (productivo),
acompañado de un aumento considerable en el Producto Interno Bruto (PIB). Desde los
años ochenta, en cambio; se produjo un descenso pronunciado en la creación de empleos,
hasta llegar a cero en el último decenio, y que hizo caer el PIB a niveles negativos, como se
observa en el Gráfico 3.
Sin embargo, aun cuando las economías centrales están en recesión, el capital ficticio ha
retomado fuerza. Desde los mínimos de marzo de 2009, la bolsa de valores estadounidense
recuperó, en apenas 7 meses, el 66% de lo que había perdido en la crisis crediticia, afirma
Rana Foroohar (2009). Esta recuperación es, en lo fundamental, resultado de los billonarios
paquetes de rescate financiados con dinero sin respaldo. Pero, en términos reales, vale decir
en términos de la capacidad adquisitiva (que se calcula mejor en términos de precio en oro),
la bolsa de valores ha caído desde el año 2000 como se aprecia en el Gráfico 4.
Ahora bien, el salvamento de los mayores especuladores provoco al mismo tiempo,
gigantescas deudas gubernamentales. Por eso, útilmente se habla más de una segunda caída,
aunque con el optimismo no muy fundamentado de una posterior recuperación definitiva.
No obstante, no vemos muy probable ese así llamado patrón W, que hasta el presidente
Barack Obama ha anunciado, pues, al verse cortada la posibilidad concreta y lucrativa de
una reinversión en el ámbito productivo, la tendencia más probable sería a una nueva caída
sin recuperación posterior, o sea, el así llamado patrón L. Andrew Gavin Marshall estima
más grandes que pequeñas las probabilidades de este último patrón (Marshall 2009). El
caso de Japón podrá ilustrarnos este patrón L.
Lo que pasó en Japón hace dos décadas está por pasar en los países centrales en su conjunto
y en los EE. UU. en particular. En diciembre de 1989, la bolsa de valores de Japón alcanzó
su máximo histórico de 38.916 puntos. Actualmente, el Nikkci 225 está alrededor de
10.500, es decir, en un nivel casi cuatro veces más bajo que 20 años atrás. Los precios de
las propiedades urbanas están a un tercio de lo que estuvieron en 1989, y ciertas torres de
apartamentos en Tokio se venden hoy a precios 10 veces más bajos que entonces. En el
tercer cuatrimestre de 2009, el PIB de Japón alcanzó, en términos nominales, una cifra por
debajo del nivel alcanzado en 1992. Con lo anterior; se refuerza la impresión de que no
hubo una sola década perdida, sino ya dos, y sin señales de recuperación frente a la
amenaza de una nueva Gran Depresión a escala mundial (The Economist 2010).
En medio de una nueva depresión, aumenta la conciencia, y ya no dijo entre los ecologistas
y los economistas más críticos, de que el mito de un crecimiento sostenido y supuestamente
infinito a nivel global no es sino un sueño que ahora está acabando con rapidez1. Lo
anterior no significa que no habrá crecimiento económico en ningún lado. En nuestra
opinión, será sobre todo en los países del Norte, al haberse abandonado, en términos
relativos, la inversión en el ámbito productivo, en donde será difícil una recuperación de las
tasas de crecimiento.
Grafico 2
Grafico 3
Gráfico 4
La bolsa de Nueva York (Standard and Poor 500) en precios del oro y la cotización en oro de Bonos del Tesoro
a diez años plazo
En efecto, al verse relativamente apartado de la economía real y productiva, un retorno al
crecimiento sostenido será en particular difícil en los países centrales. Y existen más
razones para esto, como el hecho de que la innovación tecnológica dejó de ser la principal
ventaja competitiva; hoy, dicha ventaja la constituyen de manera especial los bajos salarios.
Y es que, al haberse acortado la vida media de la tecnología desde los años cincuenta del
siglo pasado, la renovación tecnológica se ha tornado más costosa de lo que su uso puede
ahorrar en mano de obra. Con ello, no hay mayores perspectivas de recuperación de la
acumulación de capital productivo en los países centrales2.
2. La amenaza de bancarrota de los propios Estados3
¿Cómo se anuncia la próxima etapa de la crisis? En los comienzos del año 2010, varios
gobiernos de los países más industrializados están viendo cómo evitar la bancarrota. En el
segundo decenio del siglo XXI, podemos esperar otra ola de quiebras financieras. Ante un
alza de las tasas de interés, resulta inevitable una nueva ola de quiebras de propiedades
inmobiliarias, aunque ahora sobre todo comerciales. Después de una caída en la
construcción comercial del 16% durante el año 2009, The Economist espera otra fuerte
caída en 2010 en los EE. UU. Los más afectados serían grandes hoteles, centros
comerciales, edificios de oficinas y de apartamentos. Se espera que, en razón de ello, .más
de un millar de bancos estadounidenses quebrarán en 2010 (The Economist s/a).
1. De hecho, la visión de que el crecimiento económico no puede ser infinito la expresó John , Stuart Mili ya
en 1857. Véase Petar Tom Jones y Vicky Meyere (2009).
2. Véase, para su explicación en detalle: Wim Dierckxsens (2007). La transición hacia elposca-' pkalismo:
el socialismo del siglo XXI. San José: DEI-Ruth Casa Edltoral (3a. ed.).
3. Nota de la Editora: El estudio presentado es anterior al 2010.
Nos hacemos la pregunta siguiente: ¿hasta dónde los gobiernos centrales, incluyendo el
estadounidense, van a poder financiar nuevos paquetes de rescate cuando hoy ya se
encuentran ante una situación de incapacidad de pago debido a los cuantiosos y ascendentes
intereses por pagar a sus, acreedores? A pesar de la euforia bursátil, celebrada en programas
de los medios dominantes como CNN, una cantidad cada vez mayor de analistas esperan
pronto un nuevo colapso financiero, todavía más dramático que el anterior.
La idea de que el gobierno de un país altamente desarrollado podría ir a la bancarrota, esto
implica que tendría que informar a sus acreedores que su país carece de capacidad para
pagar sus obligaciones, era hasta hace poco algo inimaginable. Hoy no solo es considerado
posible, sino que constituye una real amenaza, afirma Robert J. Samuelson (2009). La
cuestión es tan poco familiar, agrega el autor, que el pasado proporciona escasas claves
para predecir el futuro. La amenaza no es una cuestión meramente económica, es cada vez
más un asunto psicológico, afirma Samuelson. Para enfrentar la crisis actual, el
endeudamiento oficial crece sin control en los países más desarrollados. En efecto, la deuda
gubernamental bruta de los países centrales alcanzó en 2010 el 106% del PIB, es decir, un
30% más que antes de la crisis de fines de 2008. ¿Hasta cuándo perdurará la fe en la
capacidad de pago de los centros de poder? (Beoddoes s/a). En marzo de 2010, había ya 19
países del Primer Mundo en bancarrota o casi en bancarrota, y muchos otros seguirán
cuando el dominó esté en plena marcha (Chapman s/a a).
Todo político sabe que la tendencia de un déficit fiscal ascendente al ritmo actual es
insostenible. En una recesión, los planes gubernamentales de reactivación económica no
podrían prolongarse por mucho tiempo sin incrementar el déficit público hasta niveles
insostenibles. Y en caso de una recesión prolongada, el elevado déficit fiscal y la
acumulación de deuda pública conducirían a la quiebra. ¿Qué puede hacer un gobierno para
evitar esta situación crítica? Para contener el déficit gubernamental, habría que recortar el
gasto y/o subir los impuestos. Ambas medidas, como hoy se observa en Grecia, además de
impopulares, tienden a contraer la demanda global, con lo que acentúan la recesión.
Durante el año 2010 y de cara a la amenaza de una recesión prolongada, los gobiernos de
los países centrales tendrán que elegir entonces entre tres opciones difíciles: la inflación, la
intensificación de la presión fiscal o la cesación de pagos. Con ello, afirma el informe
GEAB4, de hecho estamos asistiendo al peligro de un hundimiento de Occidente.
De crecer el déficit fiscal sin mayores controles durante 2010, los gobiernos centrales
correrían el riesgo de tener que adoptar esas tres opciones juntas. La posibilidad de que los
Estados pudieran evitarlas se resumiría en dos esperanzas: la continuación del consumo o el
reinicio de la inversión privada. Con todo, tanto respecto al consumo civil cuanto a la
inversión civil, las expectativas son muy negativas. Por un lado, en todas parles el
consumidor se encuentra sometido a fuertes presiones para ahorrar, rembolsar sus deudas y
rechazar (voluntariamente o no) el modelo de consumo occidental de los últimos treinta
años. En lo que se refiere a la demanda externa, asistimos a una completa saturación, pues
al estancarse la demanda interna, ahora todo el mundo busca exportar. En semejante
coyuntura, se trata de reducir las importaciones con lo que, de hecho, se fomenta el
proteccionismo que adquiere ahora dimensiones más nítidas. Al generalizarse el
proteccionismo, se contraerá la demanda global a nivel internacional y las expectativas de
ventas, fuera y dentro de los países, se tornarán siempre más negativas. Esto motivaría a las
empresas a invertir todavía menos, tendencia acentuada por las restricciones bancarias en
materia de crédito. El círculo vicioso de la recesión, por tanto, se vislumbra cada vez con
mayor claridad.
Gráfico 5
La deuda (gubernamental en tal y privada) como porcentaje del PIB, países escogidos
Fuente: GEAB N° 40.
Sin una u otra de estas dos dinámicas en la inversión o la demanda, los Estados no tendrán
más alternativa que subir de forma drástica los impuestos para enfrentar su déficit público,
o dejar correr la inflación para disminuir el peso de su deuda, o bien declararse en cesación
de pagos. Ya tuvimos el caso de Islandia con una deuda de casi el 600% de su PIB.
Recientemente, Dubái (Unión de Emiratos Árabes) declaró cesación de pagos y es probable
que tome aquellas tres decisiones de manera con junta. Ahora Grecia, con una deuda total
equivalente al 200% de su PIB, es noticia candente y la pregunta es: ¿cuál país sigue? De
acuerdo con el informe GEAB, esta suerte le podría tocar en un futuro cercano no solo a
economías relativamente modestas como Grecia y mañana a España (con una deuda total
superior al 200% de su PIB), Portugal o Irlanda, sino también a países del G7 como el
4. Nro. 39 (noviembre 2009). Global Europe Anticipation Budellin (GEAB) es un análisis asequible y
regular, instrumento de apoyo para decisiones. Está dirigido a quienes, por su labor (asesores...),
requieren un cierto entendimiento de las actuales y futuras tendencias mundiales vistas desde un
punto de vista europeo.
Reino Unido (con una deuda total del 250% de su PIB) o Japón y, aunque no lo creamos,
incluso a la mayor potencia mundial: los EE. UU., con un récord de deuda de más del
300% de su PIB (véase el Gráfico 5).
Privados de crédito interno y externo, los países que cesan de pagar sus deudas
históricamente han pasado por profundas recesiones, con grandes devaluaciones e
hiperinflación, ante la incapacidad de reactivar su economía. En el plano político, esto
resulta muy costoso, y su expresión la observamos en este momento en Grecia. Ciertos
países centrales, y en primer lugar los EE. UU., no queriendo enfrentar ninguna de estas
dos opciones, podrían optar por el no pago completo o parcial de su deuda y dejar a sus
acreedores en el aire, simplemente al poder hacerlo mediante el recurso de una amenaza de
guerra. Una eventual gran guerra, entonces, se tornaría una amenaza más concreta
conforme los EE. UU. se hallaran más cerca de una situación de cesación de pagos, que
podría producirse a partir de la primavera boreal de 2010.
3. La amenaza de bancarrotas en la Eurozona
Desde la quiebra de Dubái, se observa una aceleración en el proceso de bancarrotas en la
Zona del Euro, aunque de hecho ya estaba en camino. La suspensión de pagos de Islandia,
con una deuda seis veces más grande que su PIB, inauguró la crisis en la Unión Europea
(UE). La cesación de pagos de Grecia sucedió al poco tiempo y su salvamento efectivo por
parte de la UE es muy incierto. Mañana le podría tocar una situación de cesación de pagos
a España o Portugal, con lo que la crisis se podría ampliar con rapidez. Buscando evitar un
creciente desempleo y una explosiva crisis interna, los gobiernos en bancarrota, como
Grecia, podrían verse presionados a volver a optar por una moneda propia para poder
devaluarla frente al euro y, de esa forma, hacerse más competitivos. Aun cuando es poco
probable que tal cosa suceda, una vez que un proceso de esta naturaleza se pone en marcha,
los efectos en cadena se producen invariablemente. Economías muy abiertas vinculadas
con la Zona del Euro, como las de los países bálticos, caerían con probabilidad sin mayor
ruido. Tragedias más grandes cabrían observar en el caso de Europa Oriental, ya que el
impacto para la Zona del Euro sería mayor si, por ejemplo, Hungría, Polonia o la
República Checa entrasen en bancarrota.
Los bancos de Europa Occidental, y no en último lugar Suiza y Austria, han comprado
numerosos bancos de Europa Oriental. Las devaluaciones en estas repúblicas han
complicado su capacidad de pago de los préstamos otorgados en euros y francos suizos.
Sus monedas locales, en efecto, han caído entre un 40% y un 60%, por lo que sus deudas
con la banca suiza en francos suizos se tornan impagables. Al poder pagar apenas un 20%
o un 30% de sus deudas, la banca suiza, por su parte, entrará en serios problemas (Willie
s/u). La Banca Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés), con sede en Basilea,
señala que la morosidad de los clientes de la banca austríaca alcanza el 75% del PIB de
Austria. Las deudas morosas de los Estados bálticos con Suecia son menos cuantiosas, no
obstante igualan el 23% del PIB de ese país. Las deudas de Polonia, Rusia y Rumania con
la banca holandesa, por su parte, llegan 16% del PIB de esa nación (Dorsch s/a). Pero el
problema de la crisis no es nada más europeo. Así como la crisis de las hipotecas cruzó de
pronto el Atlántico, debido a la compra de bonos garantizados por esas hipotecas por parte
de bancos europeos (Société Genérale, Deutsche Bank,etc.), ahora, según The Economist,
...los 10 mayores bancos de los Estados Unidos corren grandes riesgos al tener una
exposición total en deuda de Irlanda, Portugal, España y Grecia por la suma de US$
176.000 millones.
En la Eurozona, existe un pacto de estabilización, que demanda que el déficit anual de una
nación no sobrepase el 3% de su respectivo PIB. La realidad, sin embargo, ha sido
totalmente otra. Países como Alemania u Holanda no se han apartado tanto de la normativa.
En Italia, en cambio, ya en febrero de 2009, la deuda oficial acumulada sobrepasaba el
110%, vale decir, algo muy parecido a la situación en Grecia (The Economist 2009). La UE
podrá enfrentarse a problemas todavía mayores con eventuales bancarrotas de economías
como Italia y el Reino Unido. Se considera incluso que Francia, con un fuerte déficit
público, lo mismo que en su balanza comercial, no se encuentra fuera de peligro. Aunque
los EE. UU. ya no reciba préstamos del exterior, esa nación puede aumentar la oferta de
dinero para dar soporte a la banca en crisis, siendo la única nación que puede pagar de ese
modo sus obligaciones externas. La Zona del Euro, en cambio, no dispone de este
amortiguador. La estructura aquí demanda que cada Estado miembro financie su propio
rescate, no mediante la impresión de billetes por parte del Banco Central Europeo (BCE).
Hoy hay voces que claman por crear un Fondo Monetario Europeo (FME) para rescatar,
bajo duros condicionamientos, a los países de la Eurozona en problemas. Ello implicaría
que los países con finanzas más sanas rescatarían a las naciones en bancarrota por mala
praxis.
Cabe preguntar, como hiciera Ambrose Evans-Pichard (The Telegraph 2009), si Berlín
estará de acuerdo en rescatar a economías menores cono Irlanda o Grecia al entrar en
bancarrota, o incluso si rescataría a Italia en el caso de cesación de pagos. Axel Merk
(2009) percibe el eventual peligro de que más de un país abandone la Zona del Euro para
poder devaluar su moneda. Si bien su pronóstico no es el más probable en el corto plazo,
este autor espera una Eurozona dividida en tres: la del Sur, la del Este y la del Nordeste. La
división del euro en varias monedas le parece una amenaza nada abstracta. De presentarse
tal situación, el euro nórdico sería, en términos de Jim Willic (s/a), una especie de marco
alemán de nuevo estilo compartido por aquellos países de Europa noroccidental que
mantienen una balanza comercial positiva, como Bélgica, Holanda, Noruega, Suecia y
Dinamarca. En opinión del autor, sería un regalo a esta nación si Francia entrara al euro
nórdico. Ante la eventual aparición de un euro nórdico, el dólar mostraría, según Willie, su
debilidad.
Hacia finales de 2009 y principios de 2010, el dólar se fortaleció, al menos en apariencia,
frente al euro. Eso se dio al presentarse más inmediatos los problemas de Europa y debido a
la especulación que ello conlleva. Existen fuerzas especulativas en torno a la incapacidad
de pago del gobierno griego. ¿Cómo especulan? Haciendo subir el precio de los productos
de seguro, en este caso los CDS, credit default swaps. La subida de estos productos
financieros, que se supone debe cubrir los riesgos de pago de los Estados, ocasiona una baja
de la confianza de los operadores. EL escenario es simple: si los CDS suben, el riesgo de no
pago se considera más alto, automáticamente suben los tipos de interés de los nuevos
préstamos tomados por el Estado griego -de momento-, provocando un incremento de sus
déficit, lo que a su vez se traduce en un aumento de su deuda (Benics s/a).
La espiral descendente se pone así en marcha. Los mercados financieros exigen una política
de austeridad aún más drástica. Las agencias de notación -que todos los gobiernos han
puesto en entredicho- continúan su trabajo degradando la notación de Grecia, así como de
los demás países del sur de Europa. Los tipos de interés en alza en una parle de la eurozona
amenazan, sin embargo, la totalidad de la zona. Lógicamente, el BCE debería responder a
esta crisis aumentando sus tipos de interés. Pero si lo hiciera, esto podría tener un efecto
negativo sobre el crecimiento de Alemania, que probablemente no lo aceptaría. Como
tampoco quiere pagar por los países más pobres, podría, en última instancia, amenazar con
salir de la Zona Euro para protegerse.
En la cumbre europea del 11 de febrero de 2010, Angela Merkel ha propuesto un escenario
alternativo: la creación de instrumentos de presión contra los países laxistas, esto es
reforzar su dominación política. En tal caso, sería posible que el país presionado se saliese
de la Eurozona. Por ende, si la integración de esta no se ve amenazada por un lado, lo
resulta por el otro. De acuerdo con Nicolás Benics, la crisis del euro muestra toda la lógica
destructiva de la construcción europea. Para el autor, es hora de construir un programa de
izquierdas que incluya la lucha contra la crisis sistémica, haciendo propuestas para salir de
la lógica de la valoración del capital con vistas a la defensa y ampliación de los derechos
colectivos. La respuesta popular de Islandia podría ser un paso en esta dirección.
En octubre de 2008, en plena crisis financiera internacional, Icesave, un banco privado
islandés en línea, filial del banco Landsbankinn, quebró y numerosos clientes ingleses y
holandeses perdieron sus inversiones especulativas. Los gobiernos británico y neerlandés
reembolsaron a sus nacionales y reclamaron a su vez al gobierno islandés el reembolso del
monto pagado de unos 3.900 millones de euros, aproximadamente, la mitad del PIB
nacional islandés. El 30 de diciembre cíe 2009, el parlamento de Islandia aprobó por un
escaso margen de votos un acuerdo gubernamental con Gran Bretaña y Holanda para
reembolsar la suma en cuestión, con las consiguientes implicaciones fiscales para el pueblo
islandés. De inmediato, se suscitaron protestas populares, y una petición contra la ley fue
firmada por un quinto de la población. Entonces, el presidente de Islandia, Olafur Ragnar
Grimsson, decidió no promulgar la ley, es decir, vetarla y convocar a un referéndum
popular sobre la misma. El resultado, con un 62,7% de participación, fue de 93,2% a favor
de no pagar la deuda. De seguro se iniciarán otras negociaciones entre los gobiernos, pero
esta vez el islandés estará respaldado por el pronunciamiento casi unánime de su pueblo, un
precedente muy interesante para las luchas sociales en otras naciones5.
4. La amenaza de una bancarrota de los EE. UU.
Los trillones de dólares inyectados por el gobierno estadounidense, con el fin de evitar una
implosión de su sistema financiero han beneficiado en lo fundamental a este sector. Los
grandes bancos que recibieron estos fondos no los prestaron para reactivar la economía real.
Lo que hicieron, en primer lugar, fue mejorar sus balanzas para poder pagar a sus directivos
gratificaciones sin precedentes. Con el consentimiento fraudulento del gobierno, no
ajustaron los valores ficticios a los reales, o sea, todo fue preparado para que la
especulación bancaria continuase. Así, los cuatro mayores bancos han colocado trillones de
dólares en productos derivados (Von Greyerz s/a). Llegará el momento en que este capital
ficticio, sin relación alguna con el capital real, ya no encontrará expectativa alguna para
hacerse real excepto su operación parasitaria o su evaporación con quiebras en cadena. Las
transferencias-subsidios en valores reales desde el Tercer Mundo ni de lejos serían
suficientes para valorizar el dólar, y estos países tendrían entonces que Velar por su propia
sobrevivencia y crear mecanismos integradores que les permitan defenderse de la enorme
volatilidad producida por las monedas, los mercados y el capital ficticio especulativo que
llega del Norte. La libre entrada y salida de capital de los países del Sur se vería, pues,
progresivamente limitada, un paso necesario en el proceso de desconexión de las políticas
de globalización neoliberal.
Los pequeños bancos estadounidenses, en cambio, se encuentran en una situación trágica y
su bancarrota es más inmediata. A estos bancos sí los dejan quebrar, ya que son como
sardinas para los peces grandes. Tres cuartas partes de los préstamos hipotecarios de los
bancos más pequeños (el 90% de los bancos en los EE. UU.) son en bienes raíces
comerciales (centros comerciales, edificios de oficinas, hoteles y edificios de
apartamentos). Dichos bancos están quebrando porque la capacidad de pago de los
préstamos hipotecarios otorgados se deteriora a velocidad ascendente. Los valores de las
propiedades comerciales han bajado entre un 35% y 50%, pero los bancos no están
realizando los ajustes pertinentes; además, la tasa de desocupación de tales propiedades
aumenta sin cesar. Por todo eso, en 2009, quebraron 140 bancos y su precio de remate
estuvo muy por debajo del precio en libros. Al 5 de marzo de 2010, según la Corporación
Federal de Garantías de Depósitos (FDIC), se registraron 26 bancos quebrados y 702 con
problemas de pago.
Por otra parte, muchos Estados del país se encuentran sumamente endeudados y en
situación de bancarrota, lo que no deja de poner en peligro incluso la unión estadounidense.
Esta amenaza ya la señalamos en nuestro libro de 2009: La gran depresión del siglo XXI
(Observatorio Internacional de la Crisis 2009), al hallar cierto paralelo con la
desarticulación de la Unión Soviética en los años noventa.
5. Véase www.agenpress.info, 10/03/2010.
Solamente por el hecho de que el dólar es la principal moneda de reserva y la moneda de
pago internacional por excelencia, el gobierno de los EE. UU. pudo conseguir crédito casi
sin límite hasta fines del año 2008. Un primer revés lo recibió el dólar en 1999 con la
introducción del euro. Las reservas internacionales en dólares bajaron de manera notoria,
aun cuando siguen manteniendo una posición fuerte como se observa en el Gráfico 6. Al
disminuir dichas reservas, también se encogió el crédito, pero como los EE. UU. gozaban
de amplio crédito internacional pudieron consumir mucho más que su PIB, aumentando su
deuda externa. Llegó el momento en que esa deuda era tan elevada -como la actual-, que los
países acreedores dudaron de la capacidad de pago de sus obligaciones. A partir de ese
momento, los países emergentes poseedores de gran cantidad de bonos (obligaciones de
pago a largo plazo) del Tesoro, como China, ya no muestran mayor interesen la compra de
tales bonos, como se puede apreciar en el primer gráfico abajo.
Grafico 6
Porcentaje de reservas Internacionales en dólares (1995-2008)
% of Forelgn Reserves In Dollars
Fuente: www.expectedreturns.net
Como los extranjeros dejaron de comprar bonos en 2009, la Reserva Federal ha comprado
más de la mitad de los bonos emitidos por el Tesoro del Estado y con esa garantía, se
emiten dólares carentes de todo respaldo. Con esta práctica, y con préstamos de más corto
plazo, los EE. UU. lograron un crédito por casi US$ 1,5 billones en 2009. Lo cierto es que
la participación de China en la posesión de obligaciones estadounidenses se ha reducido del
12% al 10% en un año, lo que se aprecia en el tercer gráfico abajo. Esto conducirá a una
baja del precio del dólar y reducirá aún más la posibilidad de que los EE. UU. obtengan
financiamiento externo para su déficit. Como respuesta, la Reserva Federal imprimirá más
dinero sin respaldo y de ese modo se entrará en un círculo vicioso siempre más profundo.
Lo anterior llevará a una constante depreciación del dólar en términos de poder adquisitivo,
esto es la baja del valor intrínseco del dólar.
Gráfico 7
Porcentaje de nueva deuda externa de los EE. UU. financiada por China;
nuevas deudas adquiridas por el gobierno; y porcentaje de la deuda total
estadounidense financiada por China
En tan solo los últimos 10 años, el dólar bajó un 79% frente al oro. Por eso, en los
próximos años, la Reserva Federal hará lo que su presidente Bernanke siempre ha afirmado:
imprimir montos ilimitados de dólares sin respaldo (quantitative easing en inglés), lo que
implicará que el valor intrínseco del dólar llegará a prácticamente cero. Con ello la moneda
internacional se reducirá a la categoría de papel higiénico (Von Greyerz s/a). El problema
con el papel dinero cuando no está respaldado, por ejemplo en un patrón como el oro, es
que los gobiernos pueden crear cantidades ilimitadas, pero no sin consecuencias funestas
para su economía. Lo anterior ya ha implicado la destrucción de monedas en la historia del
capitalismo, y en la actualidad lo estamos presenciando de nuevo.
Grafico 8
Declinación de la cotización del dólar frente al oro
Fuente: Egon von Greyeiz, “Gold is going up- paper money is going down”.
En los últimos dos años, la Reserva Federal y el Tesoro inyectaron trillones de dólares sin
respaldo en el sistema financiero estadounidense. En 2010 y en el futuro, este proceso de
monetización será todavía peor y generará como tendencia una inflación masiva, como lo
vimos en Argentina hace menos de una década o como lo conoció la República de Weimar
en los años treinta del siglo pasado. La pregunta que muchos se hacen es cuándo el Tesoro
de los EE. UU. entrará en una situación de cesación de pagos, con la consecuente fuerte
devaluación del dólar. Para analistas críticos, como Bob Chapman (s/a b), la pregunta no es
si es posible la bancarrota de los EE. UU. con la consecuente devaluación del dólar, sino
cuándo se dará.
5. El poder de la Reserva Federal de los EE. UU.
El Banco Central es una institución de la más destructiva hostilidad que existe contra las
formas y principios de nuestra Constitución...
Presidente Thomas Jefferson.
Veamos a continuación, para los lectores menos familiarizados con el tema, el alcance de
los poderes de los banqueros a través de la Reserva Federal (Banco Central) de los EE. UU.
Para ello, revisemos un poco de historia. El Congreso instituyó el Primer Banco de los
EE.UU. en 1791. Al crearse, el Gobierno tenía el 20% del capital y el restante 80% sería
privado. Hubo denuncias de conspiración para que el banco quedara en manos de
extranjeros, a la cabeza del Banco de Inglaterra. Surgieron muchos bancos privados creados
desde el Estado y al poco tiempo había más papel moneda circulante que oro y plata de
respaldo. Por eso, en 1816 se tuvo que crear el segundo Banco de los EE. UU, donde el Gobierno mantuvo apenas el 20%. En 1836, hubo una burbuja especulativa en los precios de la
tierra vinculada a las importaciones de plata mexicana, y en 1837 el estampido ocurrió.
Esto atrajo a los banqueros Rothschild de Inglaterra, quienes enviaron un representante
(August Belmont) que terminó como consejero del presidente Andrew Jackson (quien
consideraba anticonstitucionales y antidemocráticos a los bancos).
El libro Los Rothschild: los gobernantes financieros de las naciones detalla una reunión
secreta en Londres, en 1857, en la cual el sindicato internacional de banqueros decidió
impulsar una guerra civil para forzar la creación de un banco central privado en los EE.UU.
La guerra civil estadounidense empezó en abril de 1861, cuatro años después de la junta de
los Rothschild en Londres, y dejó más de 1 millón de muertos, un 3% de la población del
país. Más tarde, en 1907, se imputó a los Rothschild otra tentativa de forzar la creación del
banco central privado. Según la teoría conspiradora, el banquero estadounidense J. P.
Morgan era entonces el agente encargado de precipitar una crisis bancaria e inducir el
pánico acerca de la integridad de los bancos establecidos por el Estado. De nuevo emergió
la presión para crear el banco central.
Esta tentativa de crear la Reserva Federal (FED) se ocultó al público y los banqueros
seleccionaron al senador Nelson Aldrich, abuelo de Nelson y David Rockefeller, para
introducir en la cámara y el senado la ley de creación preparada por ellos. Como el
presidente William H. Taft manifestó que vetaría la ley, los banqueros entonces apoyaron la
campaña de Woodrow Wilson, quien la aceptó al llegar a la Casa Blanca. Aun así, en vista
de que la idea de que los banqueros tuviesen el mando de la FED hallaba oposición dentro
del Partido Demócrata, para lograr su aprobación los banqueros tuvieron que conceder que
el Presidente nombrara a los funcionarios de la FED.
La FED fue legalmente fundada en 1913 con 203.053 acciones. De ellas, 70 mil (35%)
quedaron en poder de cuatro bancos de los Rockefeller:
1. National City Bank, 30 mil acciones
2. Chase National (actualmente Chase Manhattan de David Rockefeller), 6.000
acciones
3. The National Bank of Commerce (hoy Morgan Guaranty Trust), 21 mil acciones
4. Morgans' First National Bank, 15 mil acciones
Las restantes 133.053 acciones (65%) pertenecieron a un número mayor de banqueros,
sobre todo extranjeros, entre ellos: Rothschild Bank of London and Berlín; Lazard Brothers
Bank of París; Israel Moses Sieff Banks of Italy; Warburg Bank of Hamburg, Germany and
Amsterdam; Kuhn Loeb Bank of New York; Lehman Brothers Bank of New York; y
Goldman Sachs Bank of New York.
Por consiguiente, la FED de los EE. UU. -a diferencia de otros- es un banco central
mayoritariamente privado, manejado por banqueros privados, con la potestad de crear de la
nada moneda, bonos y otros valores sin ningún respaldo. Es la mayor fábrica de dinero sin
respaldo del mundo en manos de banqueros privados estadounidenses y europeos. Desde su
fundación, y aún antes, los banqueros han sido determinantes en el destino económico,
político y militar de los EE. UU., y a través de este país, del resto del mundo. Son el más
grande consorcio de la tierra y actúan como un supragobierno detrás de la cortina. Lo
primordial son los negocios y las ganancias al precio que sea.
Se dice que el 4 de junio de 1963, el presidente John F. Kennedy firmó la orden ejecutiva
nro. 11.110 quitando a la FED el poder de prestar dinero al gobierno cobrando intereses.
Con ello, Kennedy regresó al gobierno (Departamento del Tesoro) el poder constitucional
de crear y emitir el dinero sin pasar por el Banco Federal de Reserva, controlado por los
banqueros privados, interfiriendo de esta forma en su negocio. El Departamento del Tesoro
recibió entonces la autoridad para emitir certificados de plata respaldados en plata física, o
moneda dólar de plata estándar del Tesoro. Se imprimieron más de 4 billones en
denominaciones de US$ 2, US$ 5, US$ 10 y US$ 20. Además, Kennedy hacía esfuerzos
para retirar las tropas de Vietnam (Robert McNamara), tocando con ello también los
intereses del complejo militar industrial. El presidente Kennedy fue asesinado poco
después, el 22 de noviembre de 1963. Las notas respaldadas en plata fueron sacadas de
circulación y continuó la guerra en Vietnam (Griffin s/a).
El jefe de la FED, Ben Bernanke, alertó en febrero de 2010 al Congreso respecto a que la
crisis de deuda de Grecia se podría extender muy pronto a los EE. UU. Expresó que los
recientes acontecimientos en Europa, donde países como Grecia y otras naciones con
grandes e insostenibles déficit, como los EE. UU, tienen problemas para vender más deuda
a inversionistas, muestran que este país es vulnerable a una súbita reversión de fortunas que
obligaría a los ciudadanos a pagar impuestos y más altos intereses sobre las deudas. “No es
algo para dentro de diez años. Está ya afectando los mercados”, dijo al Comité de Finanzas
del Congreso. “Hoy mismo podríamos estar encarando más altos intereses”6.
6. ¿Hasta cuándo durará el reinado del dólar?
A pesar de que el precio del oro en dólares se quintuplicó en la década pasada, dicho precio
podría dispararse de nuevo a partir de 2010. La razón es clara: la impresión de dólares se
acelerará al aumentar el déficit del gobierno de los EE. UU. Y en una coyuntura de
amenaza de bancarrotas, el oro aparecerá finalmente como el único puerto seguro. El riesgo
de bancarrotas en los países centrales es cada vez menos una amenaza abstracta y podría
estar en el orden del día. La caída de las principales monedas como el dólar, el euro, la libra
esterlina, el franco suizo, etc., en modo alguno es una abstracción teórica. Conforme crezca
la amenaza, habrá una mayor demanda de oro.
Los bancos centrales de China, India, Rusia, Japón, Brasil, Corea del Sur, entre otros, cuyas
economías están más ancladas en las inversiones productivas, ya no depositan su confianza
en el dólar y hoy son compradores netos de oro. Los fondos de pensiones, que necesitan
colocar sus aportes en inversiones seguras, ante la inseguridad monetaria, se verían
obligados a invertir más en oro como única reserva segura. La confianza en los certificados
de oro ha bajado, pues hay más de estos certificados que oro; la producción de oro, además,
muestra una tendencia descendente a lo largo de los años. La última auditoría de existencias
reales de oro almacenado en Fort Knox en los EE. UU, que son el respaldo del dólar, fue en
1953. No existen datos auditados posteriores, ni certeza por lo tanto de su existencia. En
resumidas cuentas el dólar, que durante muchos decenios funcionara como puerto seguro,
parece haber llegado al final de la era que funcionaba como moneda de reserva principal y
de cambio internacional.
Formulado esto de otra manera, la pregunta es: ¿hasta cuándo a un país (los EE. UU.) en
situación objetiva de bancarrota, el mundo le seguirá permitiendo usar dinero creado de la
nada al imprimir dólares sin respaldo, para pagar productos y servicios generados con el
6. Véase, Global Research, 27/02/2010, y Washington's Blog, 26/02/2010, citando el Washington Times.
sudor de trabajadores de países exportadores, en particular los del Tercer Mundo? En
esencia, dólares cada vez más devaluados son exportados a países como China, por
ejemplo, que entregan productos y servicios reales. Solo por el hecho de que el dólar es
moneda de pago internacional y moneda de reserva, esta situación ha perdurado tanto
tiempo. No obstante, el gigantesco déficit comercial estadounidense en particular y
occidental en su conjunto, junto con el superávit en Oriente, amenazan el actual orden
monetario internacional. Es apenas cuestión de tiempo para que deudor y acreedor lleguen a
la inevitable conclusión de que la deuda del Imperio nunca será pagada. Al no querer seguir
dando crédito a los EE. UU, como es el caso actual de China entre otros países, la
impresión de dólares sin respaldo no tendría límites. Sin embargo, cuando los acreedores se
harten de recibir esos papeles sin valor, la hegemonía estadounidense dependerá de modo
creciente de su posición de fuerza militar. Con ello, una gran guerra dejaría de ser una
opción exclusivamente teórica (Chapman s/a c).
La riqueza real del mundo se ha venido mudando. En los mercados del Primer Mundo, se
intercambian papeles sin valor surgidos del sector especulativo financiero por riqueza
originada en el Sur, en el sector de la economía real. A lo anterior, hay que agregar que hoy
los países del G7 son los mayores deudores mundiales y las economías emergentes, sus
acreedores. Por eso, la aparición del grupo BRIC (Brasil, Rusia, India y China) es visto
como una amenaza. Como la bancarrota de los países centrales se ha vuelto igualmente una
amenaza real, el poder político tiende a desplazarse o compartirse. Esto se observa ya, por
ejemplo, en el liderazgo ganado por el Grupo de los Veinte (G20) a costa del G7 (Andros
s/a). Frente a esta realidad, surgen entonces el chantaje y la amenaza militar para impedir
los cambios, y desde luego la posibilidad de un gran y sumamente peligroso conflicto
militar, por cuanto los arsenales de las grandes potencias están repletos de armas
convencionales y de destrucción masiva. Los EE. UU., en particular, no parecen dispuestos
a renunciar a su control unipolar del mundo y pretenden mantenerlo aunque sea, en última
instancia, a sangre y fuego.
No es una abstracción teórica que tarde o temprano presenciaremos la weimarización de los
bonos del Tesoro estadounidense y del dólar. La implicación sería la bancarrota de la
mayor potencia mundial. Para evitar este colapso, en la actualidad se desarrolla todo un
frente diplomático a través del G20 para salvar la hegemonía de los EE. UU. Se plantea lo
mismo que Keynes allá en los años treinta de cara a la Gran Depresión del siglo XX: la
coordinación de la política económica mundial por medio de un Banco Central
Supranacional y una moneda única que no sería el dólar. Keynes abogó también por el paso
de una economía de casino a una economía basada en la inversión productiva, evitando así
la fuga de capital hacia el ámbito especulativo e improductivo (Liem 1998). Nos
preguntamos, sin embargo, ¿qué poder político controlaría los movimientos del capital a
nivel mundial? ¿Sería acaso el Fondo Monetario Internacional refundado? En la UE se
habla ya del Fondo Monetario Europeo. Cada quien parece tratar de salvarse a su manera.
¿Hará falta que colapse el sistema monetario para una verdadera regulación mundial? El
mundo entero entraría en shock si el euro colapsara, ni qué decir si colapsara el dólar. Esto,
sin embargo, según Jim Willie (s/a), podría suceder en un plazo no tan lejano.
A partir de este año 2010, la confianza en el dólar estará bajo creciente presión. A partir de
aquí podemos preguntarnos en qué moneda con fiar, si es que todavía se puede confiar en
alguna. Nos encontramos, en otras palabras, en una fase donde la crisis no se profundiza
únicamente en la economía financiera o en la real, sino incluso en los mercados monetarios
que constituyen la sangre de toda actividad económica de mercado. Una crisis monetaria
más o menos generalizada es, pues, un escenario posible, lo que significaría una crisis de
confianza general en la economía de mercado y la desintegración caótica de esta. O sea,
estamos ante una crisis del sistema capitalista como tal. La eventual desintegración del
sistema monetario representaría la máxima expresión de la desconexión. En tal coyuntura,
los mercados locales y regionales, más que oportunidad, se tornarían en necesidad urgente.
Proyectos que hoy luchan contra viento y marea por esa desconexión, como la Alianza
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) o el Banco del Sur, recibirían
entonces bastante viento en popa. Nuevas monedas de pago internacional están ya
surgiendo, como el sucre en América Latina y el Caribe, y la creación de monedas locales
será, asimismo, además de posibilidad, necesidad urgente en todas partes. Por tanto, en
medio de la inseguridad económica que implicaría una crisis del sistema monetario
internacional, las oportunidades emancipadoras en general y las del Sur en particular
tendrían un horizonte más despejado.
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Capítulo III
La economía de guerra ante la Gran Depresión del siglo XXI: keynesianismo militar y
complejo industrial militar
En los últimos nueve años, la producción industrial civil en los EE. UU. declinó en un 19%.
Tomó en torno a cuatro años que el sector manufacturero se repusiese y alcanzara de nuevo
los niveles mostrados antes de la recesión de 2001. No obstante, estas ganancias se
esfumaron por completo con la actual recesión. Al tiempo que la economía civil se contraía,
el complejo industrial militar, en cambio, creció un 67% desde su nivel logrado en 1999
(véase el Gráfico 1). El gasto de defensa significa que el Gobierno genera una demanda
artificial de productos bélicos al contraerse la economía civil en el ámbito de bienes y
equipo o los llamados bienes de capital. En el corto plazo, esta inversión puede indicar una
demanda global sostenida, pero a mediano plazo resta dinámica a la economía con una
pérdida de ritmo en el crecimiento, sobre todo si ello no sucede con impuestos previamente
recaudados, sino incrementando la deuda pública (Washingtons Blog s/a).
El presupuesto militar estadounidense anunciado para el año 2010 es de US$ 680 000
millones y, para 2011, llegará al billón. En realidad, afirma el experto en la materia Rick
Rozoff(s/a), esto representa la mitad de los gastos militares efectivos. Con ello, ese gasto
alcanzará el 9% del producto interno bruto (PIB) de los EE. UU., el presupuesto más
elevado desde 1945, último año de la Segunda Guerra Mundial, tanto en términos
nominales como reales. El presupuesto militar oficial estadounidense representa casi el
50% del gasto militar mundial y es seis veces mayor que el de China, que ocupa el segundo
lugar, y diez veces mayor que el de Rusia, que hoy ha de conformarse con un modesto
quinto lugar después de Francia y Gran Bretaña (The Economist s/a)
Si bien hay argumentos económicos para sostener la acumulación de capital en el sector de
bienes y equipo o bienes de capital, esto no podría explicarse sin argumentos de orden
geopolítico. Los EE. UU. se están preparando para eventualmente desencadenar una gran
guerra, con vistas a mantener su posición hegemónica en el mundo. Una consecuencia es
que así se fuerza a los demás países a entrar en la lógica de una nueva carrera armamentista.
Hasta países latinoamericanos, como Brasil y Venezuela, han entrado en dicha lógica y lo
hacen como compradores netos, en especial en el caso venezolano. Los resultados serán
negativos para las economías de las naciones que adquieren este gasto improductivo.
Ejemplo no muy lejano de una economía civil deteriorada por un abultado gasto militar fue
el caso de Nicaragua en los años ochenta del siglo pasado. Con guerra o sin guerra, el
armamentismo actual implicará un deterioro de la economía civil, dado el abultado
consumo improductivo de riqueza en nuevos armamentos. Con una eventual gran guerra,
esta vez los EE. UU. asumirían la mayor parte de su gasto improductivo al no poder
transferirlo a terceras naciones.
Grafico 1
Aumento porcentual del gasto militar en países seleccionados
Source: SIPRI Military Expehditure Datábase. Accessed February 2009
Luego de darse eventualmente la aventura, los EE. UU. perderían de manera definitiva su
hegemonía, y con ello la caída de otro imperio estaría a la vista. En palabras de Napoleón,
solo hay una cosa más desastrosa que ganar una guerra: perderla. Es una lección válida hoy
para la élite estadounidense.
El economista británico John Maynard Keynes (1883-1946), considerado el fundador de la
macroeconomía moderna, es el padre de la teoría del capitalismo regulado, surgida a partir
de la gran crisis de 1929 y los años treinta. La escuela keynesiana planteó que, para
proteger, conservar y desarrollar el sistema vigente, el Estado debía intervenir de modo
constante y activo en la vida económica para asegurar altas tasas de ganancia a los capitales
más grandes y a los monopolios, arguyendo que la inversión de estos mantendría el empleo
y el crecimiento ascendente. Con la misma lógica, se proponía elevar los impuestos y
aumentar la productividad del trabajo, impulsar políticas fiscales y monetarias estrictas, y
estimular la demanda efectiva a través del consumo y la inversión en el sector público, que
incluye al militar. Esto elevaría las ganancias del gran capital y, por ende, la estabilidad del
sistema como tal. De lo último brotó lo que se ha llamado el keynesianismo militar.
Hoy, de nuevo, se hace referencia al keynesianismo militar como una de las recetas
principales para enfrentar la crisis actual de la misma forma que, supuestamente, sirvió
como salida de la crisis de los años treinta y que desembocó en la Segunda Guerra Mundial.
Para defender el keynesianismo militar, muchos se refieren a la crisis de 1929 en los
EE.UU. y a su situación económica durante la Segunda Guerra. Es cierto que esta
representó para ese país su definitiva hegemonía mundial; sin embargo, existen algunas
diferencias entre el escenario de aquel entonces y la situación estadounidense actual. En
efecto, durante gran parte de la Segunda Guerra, los EE. UU. se enriquecieron por ser el
taller mundial de armas y productos civiles para las potencias en conflicto. Por eso, no les
interesaría inmiscuirse en el conflicto sino hacia el final del mismo, para así emerger como
potencia triunfante en la guerra y líder indiscutible de la economía mundial. Su territorio
además no sufrió, como Eurasia, los efectos destructivos de la guerra.
De hecho no fue sino hasta los años cincuenta que se estabilizaron los mercados después de
la Gran Depresión. Pero, en ese momento, el endeudamiento estadounidense total ya era el
doble de su ingreso total, brecha que solo creció desde entonces. El siguiente gráfico
muestra el progresivo gap de los últimos cincuenta años entre la deuda total y los ingresos
totales de los EE. UU. La Guerra Fría brindó luego un escenario favorable para seguir
vendiendo armas a los aliados, tanto del Norte como del Sur. Europa destruida, el Plan
Marshall en operación, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en
desarrollo, así fue arrastrada al posible escenario y teatro de operaciones de una guerra
nuclear limitada. Los permanentes conflictos en Oriente Medio aumentaron la demanda
efectiva de armas, con un simultáneo reciclaje de petrodólares hacia los EE. UU. Luego,
siempre con el pretexto de la Guerra Fría, más de 2.000 conflictos militares de baja
intensidad en el Tercer Mundo, con participación directa o indirecta estadounidense,
aseguraron una constante demanda de armamentos. El daño en vidas humanas superó los 20
millones de personas, y los daños a los ecosistemas y economías de los países víctimas son
aún incuantificables. Vietnam y Nicaragua son un ejemplo. Este último país, en la guerra de
los años ochenta con los EE. UU., sufrió un daño equivalente a 84 años de su PIB (Medipaz
2004). A la Guerra Fría la han seguido la guerra contra el narcotráfico y después la guerra
contra el terrorismo. En fin, la guerra permanente parece ser parte del capitalismo.
Grafico 2
Deuda total estadounidense (federal, empresarial, financiero, hogares) frente al PIB
(1957-2008)
La Segunda Guerra Mundial habrá consolidado la hegemonía estadounidense en el mundo,
igual que las élites podrían pensar en conservarla en medio de la crisis actual, pero, si en
ese entonces dejó una gran deuda, más voluminosa todavía sería la deuda con una gran
guerra en estos tiempos. Ya en los años cincuenta, el general David Eisenhower alertó
acerca de que el complejo militar industrial podría salirse de control, y hoy ciertamente se
encuentra fuera de control. La medicina tóxica del pasado usada por los presidentes
Franklin Roosevelt y Harry Truman es la misma de ahora, solo que hoy es más venenosa.
Las balas de la Segunda Guerra eran de plomo, las actuales son de plutonio radioactivo,
garantía de extinción de la vida en el planeta.
1. Gasto militar y crecimiento económico
La deuda total de los EE. UU. (privada y pública juntas) alcanza el 350% de su PIB y, en
especial, el gasto militar aumenta la pública. Esto tiene consecuencias estratégicas para la
hegemonía estadounidense. En efecto, China, con un PIB que crece al ritmo del 8% anual,
puede duplicar su gasto anual de defensa cada nueve años (entre 1999 y 2008 lo aumentó
un 194%), sin que nada cambie en la relación relativa entre gasto de defensa y PIB. Los EE.
UU., en cambio, al incrementar su gasto de defensa un 67%, con tasas de crecimiento
negativo, verán que este gasto improductivo impactará cada vez más negativamente en el
crecimiento económico. En otras palabras, por basar su economía en el trabajo productivo,
China aún puede permitirse el lujo de entrar a la carrera armamentista, mientras que para
los EE. UU. implica una profundización de su crisis. Un gasto de defensa ascendente
sustentado a puro crédito en una época de recesión prolongada conlleva una espiral
descendente de la economía civil que, en última instancia, se expresa en tasas más negativas de crecimiento. Los EE. UU., por consiguiente, están cavando su propia tumba, tal
como lo hizo la Unión Soviética unas décadas atrás.
La gran diferencia entre las economías de los EE. UU. y la de China es que, durante
décadas, este país ha invertido su capital fundamentalmente en la economía real, esto es en
el ámbito productivo. De ahí que, en los últimos decenios, China se transformó en el taller
mundial por excelencia. Con una economía civil pujante, el país muestra elevadas tasas
sostenidas de crecimiento económico. Los EE. UU., por el contrario, han concentrado
muchas de sus inversiones en el ámbito financiero y especulativo, es decir, desarrollando
sobre todo capital ficticio. El gasto militar, por su contenido, constituye un gasto
improductivo, y esto ha sido válido tanto para el llamado socialismo real que colapso en los
años noventa, como para el capitalismo actual, en plena crisis.
En vez de alentar de manera directa el crecimiento de la economía civil, el gasto militar
tiende a la reproducción limitada de esta, es decir, al traspasar ciertos límites es causa de
crecimiento negativo. Toda (inversión realizada en la economía de guerra significa una
inversión y un producto extraído al proceso reproductivo y de crecimiento real de la
sociedad, que limita la capacidad expansiva de la economía civil y la creación de nueva
riqueza. Como ya señalamos, dicha contracción económica no necesariamente se observará
en el corto plazo, pues una fuerte inversión en el complejo industrial militar suele generar,
en el corto plazo, empleo, producto y crecimiento, lo mismo que expansión de la tecnología
y el conocimiento, sin olvidar lo esencial: ganancias extraordinarias para el capital activo
en este sector. Un keynesianismo militar, por tanto, podría impulsar el crecimiento en el
corto plazo, pero no a mediano y largo plazos. Esta fue una de las principales causas del
hundimiento y la desmembración de la Unión Soviética, de lo que los EE.UU. no están
exentos. Hoy, esta potencia corre el riesgo de estar fomentando su propio derrumbe.
Como el producto final del complejo industrial militar es extraído a la economía, el
armamentismo limita la capacidad expansiva de la economía en su conjunto. En el mejor de
los casos, el producto final no se utiliza, como suele ser el caso de las armas nucleares,
aunque su eventual uso no está descartado. Al no haber sido aún usadas en guerras
convencionales después de Hiroshima y Nagasaki, los programas de desarme nuclear
responden probablemente a políticas de sustitución de armas nucleares obsoletas por otras
más modernas, letales y estratégicas. No apuntan, en otras palabras, a una política de
reconversión de la economía militar en otra civil. Una política de armamentismo
prolongado -caso de la guerra permanente- implica una pérdida de dinámica del
crecimiento económico, y al ocupar el complejo industrial militar una proporción creciente
de la capacidad instalada del parque industrial, este, en su conjunto, se vuelve siempre más
improductivo. Esto dificulta cada vez más la reconversión de la industria militar en civil.
Lo anterior, que pasó ya en la antigua Unión Soviética dos décadas atrás, está
comprometiendo actualmente a los EE. UU. (Dierckxsens 1994).
Grafico 3
Gasto militar de los EE.UU. en el contexto mundial (2008)
US Military Spending vs. The World, 2008
(in billions of US dollars and % of world total) 2008 Total Military Spending: $1.473 Trillion
Source: Csnler for Arnis Control and Non-Prolileration, February 20, 2008.
2. El momento de la perestroika revisitado
En los años ochenta, los EE. UU. gastaban en materia de defensa y en términos absolutos
más que la Unión Soviética de ese entonces. Aun así, por ser una economía dos a tres veces
más pequeña, el gasto militar como porcentaje del PIB alcanzaba, en 1984, un 14%, más
del doble que los EE. UU. En dichos años, los EE. UU. aumentaron su gasto de defensa, y
la Unión Soviética acompañó esta carrera armamentista. El resultado fue que el crecimiento
económico soviético se tornó negativo para el 40% de los productos industriales de la
economía civil, con lo que el consumo per cápita mostró un crecimiento negativo. Un
incremento del gasto militar en una economía que decrece supone un crecimiento cada vez
más negativo de la economía de una nación. La economía soviética se encontraba en un
ciclo vicioso hacia el derrumbe y la conversión de la economía militar en civil se hizo
necesaria. En este contexto, en tiempos de Mijail Gorbachov, la Unión Soviética se vio
obligada a introducir su política conocida como la perestroika.
El levantamiento de la economía civil soviética requería una mayor descentralización y, por
tanto, un mayor grado de autonomía y de democratización para las repúblicas de la Unión.
La economía basada en el pesado complejo industrial militar había llevado a una fuerte
centralización económica, a costa de los planes de desarrollo de las repúblicas. Pero la
perestroika tuvo como resultado no esperado el fomento de sentimientos nacionalistas que
fortalecieron los poderes locales en las repúblicas, y con ello la separación del poder
central. Fue un claro fenómeno de desacople o desconexión. La caída del Muro de Berlín
simbolizó esta desintegración del bloque socialista, y con ello la caída del socialismo real.
Con el derrumbe, se abrió el camino para la comprensión de los grandes problemas, los
errores y las contradicciones acumuladas en la Unión Soviética desde los tiempos de José
Stalin, los cuales habían carcomido los cimientos del socialismo real, de la sociedad
soviética y del Pacto de Varsovia. Se derrumbaba así este proyecto alternativo al
capitalismo propuesto en ese período histórico.
Con la crisis del socialismo a finales del decenio de los ochenta, todo indicaba que el
capitalismo era el único sistema posible para la humanidad, que, por naturaleza, parecía ser
eterno. Esta perspectiva, promovida por Francis Fukuyama, significaba que se cerraba
cualquier alternativa de desarrollo para los países del Sur, y tuvo como consecuencia su
virtual subordinación a las grandes potencias durante la era de la globalización neoliberal.
Estas potencias en su conjunto, aunque sobre todo los EE. UU, se presentaron como
gloriosos triunfadores de la Guerra Fría. Esta lectura, sin embargo, padecía de un grave
error, porque el capitalismo se hallaba ya al borde de su propio derrumbe desde su mismo
centro de poder, derrumbe que hoy es una realidad. De hecho, nadie ganó la Guerra Fría,
puesto que primero se hundió la Unión Soviética y ahora se está hundiendo Occidente,
ambos víctimas en gran medida del capital ficticio, la corrupción, el derroche y, no en
último lugar, el abultado gasto militar. Fracasó el socialismo del siglo XX y hoy fracasa
también el capitalismo del siglo XX, dejando al mundo sin claras opciones, salvo las
experiencias buenas y malas del pasado, para intentar reconstruir al mundo de forma
distinta y más justa.
3. La necesidad de una perestroika en Occidente
Al celebrarse en noviembre de 2009 el vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín,
el ex presidente soviético Mijail Gorbachov se refirió a la caída de otro muro, esta vez en
Nueva York (Wall Street). Con ello, de hecho, aludió a la crisis sistémica del capitalismo y
afirmó que Estados Unidos “necesita su propia perestroika”. Esto quiere decir que, frente a
la amenaza de las crónicas tasas de crecimiento negativas, los EE. UU. necesitan, en primer
lugar, la conversión de su economía militar en una civil.
Una reconversión de tal naturaleza, sin embargo, no es fácil ni puede hacerse rápidamente.
En el pasado, hemos recomendado la reconversión del complejo industrial militar en un
complejo industrial civil para la cooperación internacional y la paz, pero aun con toda la
buena voluntad -que dudamos exista en las élites estadounidenses- tomaría bastante tiempo,
quizá décadas. Con todo, un colapso del sistema de globalización implicaría la desconexión
de amplias regiones que buscan mayor soberanía en sus proyectos de sociedad. En el caso
de una carrera armamentista frente a China, por ejemplo, los EE. UU. llevarían las de
perder en términos económicos y esto aceleraría el proceso de desconexión en el mundo y
hacia lo interno, como ocurrió en su momento con el bloque soviético.
Refiriéndose al proceso de descentralización y mayor soberanía de las economías
periféricas, el ex presidente soviético añadió que hay vientos de cambio que favorecen a
todo el mundo. Al expresarse de esta manera sobre el tema de la desconexión, Gorbachov
pidió “más transparencia y más apertura” (glasnost). Finalmente expresó su esperanza de
que, al presidente Barack Obama, “le vaya bien”, vale decir, que se prepare ante una
eventual desintegración de todo su imperio y hasta de los propios EE. UU. En un reciente
libro (Observatorio Internacional de la Crisis 2009), ya habíamos mencionado la
posibilidad de una perestroika para Occidente, el peligro de una eventual desintegración de
la Unión Europea (UE) e, incluso, de la misma Unión Americana.
El único modo de que, en la actual carrera armamentista, los EE. UU. puedan escapar al
fenómeno regresivo de su economía y evitar su colapso eventual, es mediante la
transferencia del improductivo gasto militar a terceras naciones, fomentando, entre otros
mecanismos, las exportaciones de armas. La Guerra Fría y la amenaza de guerras son
formas por excelencia para acrecentar la demanda efectiva de armas. Pareciera entonces
que la actual política estadounidense con sus guerras reales en Iraq, Afganistán y por lo
pronto Pakistán, Yemen o Irán, etc., sería la forma de dinamizar la economía de los EE.
UU. mediante el saqueo; por un lado, obstruyendo a sus contrincantes principales, como
China, el abastecimiento de recursos energéticos; y, por otro, doblando el brazo
a sus competidores en el poder geopolítico, como China o Rusia. En todo caso, las posibles
transferencias del gasto militar hacia sus aliados y e1 saqueo durante cada invasión son
claramente insuficientes para compensar sus muy profundos desajustes económicos. Frente
a la situación extrema de perder su hegemonía, los imperios suelen optar por el
desencadenamiento de una última gran guerra, lo que podría volverse imperativo para las
élites estadounidenses.
La capacidad de transferir el gasto militar improductivo se refleja en las exportaciones de
armas de un país. Las cifras en el cuadro de arriba indican que las exportaciones
estadounidenses de armas no subieron durante la década pasada, lo que implica que los
EE.UU. han de asumir internamente el incremento del gasto improductivo, de defensa
durante esos años, o lo que en realidad hace a partir del crédito que procura obtener de sus
propios contrincantes (China y Rusia, sobre todo). No pudiendo exportar más armas que en
el pasado, los efectos de ese gasto improductivo-destructivo lo busca exportar a través del
eventual no pago de su deuda a China y Rusia. Eventualmente, un conflicto con estas
naciones le serviría a los EE. UU. de argumento para no pagar dicha deuda.
Muy al disgusto de los EE. UU, sus aliados europeos no se muestran muy inclinados a
compartir ese gasto. Los cinco mayores países exportadores de armas de la UE (Alemania,
Francia, Holanda, Gran Bretarta e Italia) superan con creces a los EE. UU. en esta materia.
Esto podría ser indicativo de una creciente reticencia en los demás países centrales, para
dejarse arrastrar a las aventuras militares del complejo militar industrial estadounidense. La
UE posee su propio complejo industrial militar, con una mayor capacidad de transferencia
del gasto improductivo a través de las exportaciones estadounidenses. Por consiguiente, una
creciente disputa entre los países centrales en torno al quehacer frente a la crisis no es una
abstracción, y forma parte de un escenario favorable a la desconexión de los países
periféricos.
4. El efecto bumerán en la teoría del dominó de la geopolítica
Si bien el negocio de los dueños del complejo industrial militar ha sido cuantioso, el precio
también lo ha sido para los países periféricos, escenario de esta política de guerra
permanente, que el ex presidente Richard Nixon llamara las Primeras escaramuzas de la
Tercera Guerra Mundial. De manera sistemática, se ha ido destruyendo el Sur del planeta y
abriendo el camino, más allá de una crisis estructural del capitalismo, a una crisis de la
civilización. El militarismo unido a la teoría del dominó o efecto bola de nieve aplicable a
la geopolítica, según la cual una ideología y un sistema político en un país arrastraría a sus
vecinos a los mismos, ha sido atribuida a John Foster Dulles y al presidente Harry Truman.
Luego fue defendida, entre otros, por Henry Kissinger, por los sucesos de Vietnam y el
sudeste de Asia para justificar la intervención estadounidense. A final de cuentas, pareciera
que la teoría sí funcionó, pero no como sus defensores pronosticaron, sino a la inversa:
como un efecto búmeran (Medipaz 2004), al acumularse sus contradicciones en los
principales centros de poder mundiales, la Unión Soviética primero, y los EE. UU. después.
Esto se observa con la intervención estadounidense en Vietnam y otros países, la soviética
en Afganistán, y ahora con la de los EE. UU. en Iraq, Afganistán, etc. Tal parece que la
potencia que se atreve a practicar dicha teoría termina pagando .el precio.
Figura 1
La teoría del dominó llego a demostrarse, pero:
Las distintas operaciones militares y de desestabilización de países y regiones enteras, parte
misma de la Guerra Fría, provocaron ese efecto de búmeran negativo sobre los propios
países centrales. Esto se expresa hoy en su acumulación a lo largo de décadas, hasta
explotar en la actual crisis en conjunto con otros factores de esta.
En el decenio de los ochenta, no fueron los países del Norte, sino los países del Sur y, de
modo particular, los productores de petróleo los que absorbieron el 80% de las
importaciones de armas a nivel mundial. Después de la Guerra Fría, las posibilidades de
transferencia del gasto militar disminuyeron de forma dramática para los EE. UU. Este país
necesitaba de más guerras y pretextos para ellas, las cuales ya no podían seguirse
justificando con una Guerra Fría con la Unión Soviética. Por ende, era imprescindible
construir nuevos enemigos para dar sostén al keynesianismo militar y a la guerra
permanente. En este nuevo contexto, surgió primero la Guerra del Golfo Pérsico en 1990,
luego la guerra contra el narcotráfico y más tarde la guerra contra el terrorismo, a partir de
la caída de las Torres Gemelas de Nueva York en 2001.
Durante casi toda la historia del capitalismo, las potencias han recurrido al gasto militar en
tiempos de crisis. En tales tiempos, las presiones políticas de los mayores consorcios en
bienes y equipos son encaminadas a avivar el complejo industrial militar. No extraña que
los grandes ciclos económicos sean acompañados de grandes guerras. Y es que ante la
incapacidad de vender sus medios de producción o bienes de capital, el Estado, como
garante de la demanda de su producto final, aumenta el gasto militar y convierte la
economía civil en militar en beneficio del capital improductivo activo en el complejo
industrial y militar. En la actualidad, este gasto de defensa ya no se financia con los
impuestos recaudados entre los ciudadanos estadounidenses, lo que restaría fuerza al
potencial de crecimiento. El gobierno de los EE. UU. financia la guerra a puro crédito
obtenido en el exterior, de sus principales contrincantes (China y Rusia) o con la impresión
de dólares sin respaldo, moneda universal aún aceptada.
Podría preguntarse si China, por ejemplo, no se encuentra hoy obligada a incrementar su
gasto de defensa por motivos económicos. La crisis económica en China no se manifiesta
por una sobreproducción en los bienes y equipos, sino por la contracción del mercado de
medios de consumo. Esta se resuelve de otra forma. Al caer las importaciones
estadounidenses de bienes de consumo chinos, China y Japón han intensificado el comercio
entre sí en esta época de crisis, pues de esta manera se liberan de los dólares o bonos sin
valor. Además, China intenta sustituir la demanda externa de dichos bienes por una
demanda interna. Con la caída de las exportaciones de los países del Sur, la sustitución de
importaciones se convierte en una política general de las economías periféricas.
La caída en las exportaciones de los países más industrializados y en especial de los
EE.UU., en cambio, implica una caída de bienes y equipo o medios de producción. La
sustitución de esta baja en la demanda civil se da mediante el aumento del gasto de defensa
y la consecuente ampliación del complejo industrial militar. Esta aparente solución, sin
embargo, profundizará la crisis económica ya existente, a menos que se consiga una
significativa transferencia del gasto militar a terceras naciones, con la ampliación de la
guerra. En nuestra opinión, esto es lo que cabe esperar. En primera instancia, la guerra se
dirigiría hacia aquellas naciones con capacidad de pago, o sea, hacia aquellos países con
más recursos energéticos y recursos naturales que todos necesitan y consumen. No
obstante, una gran guerra se dirigiría principalmente hacia aquellas potencias que podrían
significar una amenaza para el actual orden establecido, a saber, China y Rusia.
Grafico 4
Distribución de los impuestos en los EE.UU. por destino (2009)
Allocation of US 2009 taxes
Con Sara Flounders (Flounders s/a), creemos que la crisis económica de los EE. UU. esta
vez es tan grande y sus gastos militares tan insoportables, que las posibilidades de
transferirlos a terceras naciones son limitadas. La última figura para transferir este enorme
gasto militar a crédito es declarar una cesación de pagos, cuya coyuntura óptima sería en el
contexto de una guerra. Este intento de transferencia, en lugar de significar una solución,
podría más bien implicar el entierro definitivo de la economía estadounidense.
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Capítulo IV
¿Constituye un New Green Deal una alternativa?
Controla el petróleo y controlarás a las naciones; controla los alimentos y controlarás a la
gente.
Henry Kissinger (1970).
1. El crecimiento sostenible, ¿mito o realidad?
Si bien, en nuestra opinión, para las élites en el poder, un keynesianismo militar no será
ninguna opción ante la actual crisis, como ocurrió con la de 1929, ¿existe acaso la
posibilidad de otro New Deal para sacar a flote la economía capitalista? Todas las salidas
convencionales a la crisis apuntan a una condición tácita y sine qua non: la necesidad de un
crecimiento económico continuo. La sociedad capitalista se aferra al mito del crecimiento
económico, pues, sin ello, la acumulación sostenible se hace imposible. El mito público
afirma que tal crecimiento sería una condición necesaria para el bienestar de la gente. Pero
aunque el crecimiento económico puede ser -y ha sido en la historia- un vehículo
importante para generar un mayor bienestar, no es condición necesaria para este y, a partir
de cierto grado de desarrollo del capitalismo, resulta más bien, de acuerdo con autores
como Daly (1996), una traba para ese bienestar.
El crecimiento económico, sin embargo, sí es una condición necesaria para la realización de
ganancias a largo plazo. Es decir, para la acumulación de capital de manera sustentable, es
imprescindible invertir en trabajos productivos por su contenido. En resumidas cuentas: el
trabajo productivo por su forma (hacer ganancias) no es posible que se sostenga sin trabajo
productivo por su contenido. O, en otras palabras, solo cuando esté garantizado el
desarrollo sostenible, entendido como crecimiento económico permanente, estaría
garantizada la acumulación sustentable. Sin crecimiento económico es posible acumular
capital de manera temporal, a partir de una concentración cada vez más desigual del ingreso
y de la riqueza existente, hipotecando el futuro o, por ende, mediante el capital ficticio. No
obstante, tarde o temprano, esta modalidad de acumulación llega a los límites de lo posible.
A partir de ese punto suele estallar históricamente una profunda crisis económica, la cual
pone en evidencia el agotamiento de las posibilidades de realizar ganancias sin sustento en
la creación de riqueza real al no crearse más valor real.
La economía mundial es hoy unas cinco veces mayor que medio siglo atrás, y el globo se
encuentra en peligro. Aunque inimaginable hace medio siglo, ni las fuentes de energía ni
los recursos naturales en general dan hoy ya abasto para el desarrollo del capital y sus
perspectivas de crecimiento. El calentamiento global es una amenaza inminente. Las
emisiones de dióxido de carbono y otras formas de contaminación representan una amenaza
para la vida de cada vez más especies y de la vida natural, en general, del planeta. Si
partimos del supuesto de que la economía mundial siga creciendo al 3%, como ocurrió en el
pasado medio siglo, dentro de cincuenta años, la economía mundial tendrá un volumen
cinco veces mayor a su actual tamaño y diez veces dentro de un siglo. Así, cada diez años,
precisaría ocupar otro planeta para mantener su estado actual.
Actualmente, el globo está ya más que saturado; en otras palabras, de hecho, ya no se
necesita otro globo, aunque, como humanidad, tendremos que arreglárnoslas con uno solo.
Dicho de otro modo, si no frenamos ahora el crecimiento económico global, la naturaleza
acabará con nosotros, ya que acabaremos con aquella naturaleza necesaria para poder
sobrevivir como especie humana. Resulta entonces absurdo mantener el mito del
crecimiento sostenible. Estamos frente a una profunda crisis derivada del modo de vida
occidental, cuya lógica de funcionamiento práctico, ideológico y político impera hoy en
todo el mundo. Por tanto, además del propio régimen de producción, la propia civilización
occidental se halla en crisis.
2. Los límites del crecimiento
Por fundamentarse, el modelo de desarrollo de origen occidental en el crecimiento
económico, las fuentes de energía son la base de este peculiar proceso; ellas constituyen los
recursos más estratégicos para mantener en marcha el motor del crecimiento de la
economía vigente. Por lo tanto, con la creciente escasez de dichas fuentes, este paradigma
de desarrollo llega a los límites de sus posibilidades. La principal fuente de energía hoy es
el petróleo, que, junto con el gas natural, cubre más del 90% de toda la energía utilizada a
nivel mundial. Según el Ministerio de Energía (EIA) de los EE. UU., desde el año 2005, la
producción petrolera no satisface la demanda mundial. Como se observa en el Gráfico 1,
desde 2004, esa producción no ha aumentado en los países de la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP).
Grafico 1
OPEP: Produccion de petróleo crudo (2002-2006)
OPEC Crude Production (MEES)
Nos encontramos ante el llamado peak-oil o pico del petróleo. Al pasarse el pico donde la
demanda supera la oferta posible, es decir, al no acompañar los nuevos descubrimientos y
explotaciones (la oferta) a la demanda siempre más elevada, el precio tiende al alza
permanente. Les nuevos descubrimientos en países no miembros de la OPEP, al igual que
en Rusia, muestran una tendencia a la baja, como se observa en el siguiente gráfico. En
otras palabras, el peak-oil es un fenómeno mundial.
Grafico 2
Evolución de la producción petrolera de los países que ya alcanzaron su pico (no
incluye la OPEP ni Rusia). A partir de la línea vertical es predicción
Fuente: Industry database, 2003. (IHS 2003). OGJ, 9 de feb 2004 (Ene-Nov 2003)
Numerosos autores han advertido desde hace tiempo sobre la llegada al peak-oil, y pese a
que las fechas máximas estimadas varían, se considera que, si todavía no hemos pasado ese
pico, lo alcanzaremos en pocos años. Los autores coinciden también en que pronto
presenciaremos el pico para el gas natural, fuente energética cuya oferta depende en alto
grado de los descubrimientos petroleros. Al escasear relativamente el petróleo, su precio
tiende a subir, como hemos visto en años recientes. Con la actual crisis, coyunturalmente el
precio del petróleo bajó, aunque volvió a subir con rapidez, evidenciando la escasez relativa
de esta fuente de energía. Los países centrales, incluidos los EE. UU, son importadores
netos de petróleo y la diferencia entre sus importaciones petroleras y la oferta interna se
torna cada vez más abismal, como se aprecia en el Gráfico 4.
A pesar de que las fuentes de energía constituyen el motor del crecimiento económico a
escala mundial y que el agotamiento de tales fuentes pone en peligro el sostén material de
dicho crecimiento, no debemos subestimar los demás minerales. Además del pico del
petróleo, entre los minerales hay otros máximos de extracción ya alcanzados. De los 57
minerales, 11 (casi un 20%) llegaron ya a su máximo de extracción: mercurio (1962),
telurio (1984), plomo (1986), cadmio (1989), potasio (1989), fosfato (1989), talio (1995),
selenio (1994), zirconio (1994), renio (1998), galio (2002). Más de la mitad de los
minerales llegarán á su máximo de extracción en los próximos treinta años (IHS 2003).
Grafico 3
Curva de la demanda de petróleo en miles de barriles por día por región (1980-2006)
Fuente: Wilkimedia Commons
El carbón mineral, una fuente de energía aún muy utilizada, también tendrá su peak coal. El
Energy Watch Group (EWG) estima este pico para 2025, mientras la US Energy
Information Administration proyecta que la producción de carbón podría aumentar hasta
2030. Por otro lado, B. Kavalov y S. D. Peteves, del Institute for Energy, no hacen
estimaciones de fechas, pero concluyen que el carbón podría no ser abundante,
ampliamente disponible y confiable como fuente de energía para el futuro. Además de estar
próximo su pico, el carbón mineral contamina en alto grado la atmósfera y el ambiente y
contribuye al calentamiento global; por ello será cada vez más cuestionado como fuente de
energía.
La sustitución de fuentes de energía no renovables por renovables es una necesidad
apremiante. Con todo, no solo es un proceso relativamente lento, sino que tiene sus propios
límites. Se espera que, en 2020, las fuentes alternativas de energía en conjunto cubran a lo
sumo el 20% de la demanda mundial total de energía (Middelkoop y Koppelaar 2008).
Luego, la producción de energía a partir de fuentes renovables, incluidos los
agrocombustibles, no dará abasto para sustituir de manera adecuada la caída de la
producción sobre la base de las fuentes no renovables (como petróleo, gas y carbón). Esto
se traducirá en un alza permanente del precio del petróleo, pero también las fuentes
renovables, por no dar abasto para aquella sustitución, mostrarán un alza en sus precios.
Grafico 4
EE.UU.: Producción e importaciones de petróleo
3. Agrocombustibles: la especulación con el hambre
Dado que los agrocombustibles compiten de forma directa con los alimentos, el precio de
estos tiende al alza general. Otro tanto sucede con el precio de las tierras más fértiles,
siempre más utilizadas para la producción de agrocombustibles de todo tipo a costa de los
alimentos. El resultado será la omnipresencia de hambrunas justo allí donde la capacidad
adquisitiva es menor, a saber, en los países más pobres. Además, las permanentes alzas en
el precio de todas las fuentes de energía implicarán un aumento constante de los costos de
producción. Con ello, la recuperación de estos costos se tornará una dificultad crónica, que
obstaculizará la realización de ganancias para el capital, originando una crisis más o menos
crónica de este. En términos de Middelkoop, la llamada crisis crediticia será cosa
insignificante a la par de la crisis crónica provocada por el peak-oil (Middelkoop y
Koppelaar 2008).
La actual crisis mundial será más devastadora que la Gran Depresión de los años treinta, del
siglo XX, afirma Chossudovsky. Ella tiene muchas más implicaciones geopolíticas;
además, dislocaciones económicas han acompañado el inicio de guerras regionales, la
fractura de sociedades nacionales y, en algunos casos, la destrucción de países enteros. Por
eso, esta es, de lejos, la crisis económica más seria de la historia moderna (Chossudovsky
2008). Frente a la crisis financiera e inmobiliaria que estalló en los EE. UU. en agosto de
2007, los grandes fondos de inversión especulativa trasladaron millonadas sumas de dinero
para controlar los productos agrícolas en el mercado internacional o commodities. En
efecto, cuando la burbuja inmobiliaria pinchó, los especuladores rehabilitaron un viejo
paraíso: los mercados de cereales (Halimi 2008). Se estima que estos fondos controlan el
60% del trigo y altos porcentajes de otros granos básicos. La mayor parte de la cosecha de
soya de los próximos años ya está comprada como futuro. Estos alimentos se han convertido en un objeto más de especulación bursátil, cuyo precio se modifica (y aumenta) en
función de los jaloneos especulativos, no de los mercados locales o de las necesidades
vitales de la gente.
Este conjunto de aumentos especulativos de los precios de los alimentos han conducido a
una ola de hambre mundial, sin precedentes por su escala. La ausencia de regulaciones en
estos mercados especulativos desencadena el hambre. La volatilidad en los mercados
alimentarios, en efecto, se debe primordialmente a la falta de regulación, de control sobre
los grandes agentes y de la necesaria intervención estatal a nivel internacional y nacional
para estabilizar los mercados. En el transcurso de 2009, la ola especulativa con nuevas
amenazas de hambrunas estaba de vuelta en la economía. El congelamiento de la
especulación en esos mercados, tomado como una imperativa decisión política, contribuiría
a bajar de inmediato los precios de los alimentos. Nada impide hacerlo, aun así nada hace
prever que se esté pensando en un cuidadoso conjunto de medidas (Chossudovsky 2008).
La crisis alimentaria ocurre pese a que hay suficiente comida en el mundo para alimentar a
la población global. El hambre, por ende, no es consecuencia de la escasez de alimentos
sino al revés: en el pasado, los excedentes de alimentos en los países centrales fueron
utilizados para desestabilizar las producciones de los llamados países en vías de desarrollo.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura
(FAO), el mundo podría aún alimentar hasta 12 billones de personas en el futuro. La
producción mundial de granos en 2007-2008, por ejemplo, se estimó en 2.108 millones de
toneladas (un incremento de 4,7% en comparación con la de 2006-2007), bastante por
encima de la media de crecimiento del 2% en la pasada década. Aunque la producción se
mantiene en un nivel alto, los especuladores, con todo, apuestan a la escasez esperada e
incrementan artificialmente los precios. Así, siempre de acuerdo con la FAO, el precio de
los granos de primera necesidad subió un 88% desde marzo de 2007 (Angus 2008).
Mientras los especuladores y comercios a gran escala se benefician de la crisis, la mayoría
de los campesinos y agricultores no sacan provecho de los precios altos. Al encarecerse la
tierra, aumenta la especulación con la tierra agrícola y los desalojos, a menudo forzados,
son la consecuencia. Los campesinos que logran mantenerse cultivan los alimentos, pero,
con frecuencia, las cosechas son vendidas previamente al que presta el dinero, a la
compañía de insumos agrícolas, al comerciante o a la unidad de procesamiento. Y aun
cuando los precios de algunos cereales pagados a los campesinos han subido, ese aumento
es muy bajo si se lo compara con los incrementos en el mercado mundial y los impuestos a
los consumidores.
Durante los últimos años, las multinacionales y los poderes económicos mundiales han
desarrollado con rapidez la producción de agrocombustibles. Por eso, subsidios e
inversiones masivos se dirigen hacia este sector en auge. Como resultado, en poco tiempo,
las tierras han pasado masivamente de la producción de comida a la de agrocombustibles
(maíz en primer lugar, asimismo, aceite de palma, semilla de colza, caña de azúcar...), y
multinacionales y analistas convencionales predicen que la tierra se utilizará cada vez más
para agrocombustibles. Esta explosión incontrolada del sector de los agrocombustibles
causó un gran impacto en los ya inestables mercados internacionales de granos básicos.
Una parte importante del maíz estadounidense desapareció de manera repentina, pues fue
comprada para la producción de etanol. La especulación, claro está, se aprovecha de la
escasez relativa de alimentos. Los vendedores mantienen sus reservas alejadas del mercado
nacional, para estimular alzas de precios y obtener beneficios extraordinarios. Las
multinacionales, por su parte, adquieren agresivamente enormes áreas de tierras agrícolas
alrededor de las ciudades con fines especulativos, expulsando a los campesinos.
En las últimas décadas, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), junto
con la Organización Mundial del Comercio (OMC), han forzado a los países a disminuir su
inversión en la producción alimentaria y su apoyo a los campesinos y pequeños
agricultores, que son la clave de tal producción. Las reglas del juego cambiaron
dramáticamente en 1995, cuando el acuerdo en la OMC sobre la agricultura entró en vigor.
Las políticas neoliberales socavaron las producciones locales y nacionales de alimentos, y
obligaron a los campesinos a producir cultivos comerciales para compañías multinacionales
y a comprar sus alimentos de estas en el mercado mundial. Los tratados de libre comercio
han forzado a los países a liberalizar sus mercados agrícolas: aceptar importaciones y
reducir los aranceles a las mismas. Mientras, las multinacionales han seguido haciendo
dumping con los excedentes en sus mercados, utilizando todas las formas de subsidios
directos e indirectos a la exportación. El resultado ha sido que Egipto, el antiguo granero de
trigo del Imperio Romano, es hoy el primer importador de trigo transgénico; Indonesia, una
de las cunas del arroz, ahora importa arroz transgénico; y México, cuna de la cultura del
maíz, importa maíz transgénico. Los EE. UU., la Unión Europea (UE), Canadá y Australia,
por su parte, son los mayores exportadores.
Los países periféricos se han convertido en adictos a las importaciones de alimentos
baratos, si bien, como los precios en cualquier momento se disparan, el hambre se torna una
amenaza mundial. Muchos países que producían suficiente comida para su propia
alimentación fueron obligados a abrir sus mercados a productos agrícolas del extranjero.
Simultáneamente, la mayoría de las regulaciones estatales sobre existencias de reserva,
precios, producciones o control de las importaciones y exportaciones fueron desmanteladas
de forma gradual. Como resultado, muchas de las pequeñas explotaciones agrícolas y
ganaderas de todo el mundo, incapaces de competir en el mercado mundial, se han
arruinado (Saragih s/a).
Las políticas neoliberales de los últimos decenios han expulsado a millones de personas de
las áreas rurales hacia las ciudades, donde la mayoría de ellas acaban en barrios pobres, con
una vida muy precaria. Su número ha aumentado dramáticamente y son las primeras
víctimas de la crisis actual, ya que no tienen modo de producir su propio alimento y gastan
gran parte de sus ingresos en comida. Según la FAO, en los llamados países en vías de
desarrollo, la comida representa entre el 60% y el 80% del gasto de los consumidores.
Luego, un aumento brusco dé los precios condena a las mayorías al hambre e incluso a la
muerte en masa. No extraña entonces que, en los últimos años en todo el mundo hayan
ocurrido disturbios por los precios de los alimentos; es la lucha por la vida misma que está
de por medio.
4. Hacia una economía para la vida
Como se ha visto, las salidas convencionales de la crisis (concentración de la renta y la
riqueza; keynesianismo militar; crecimiento económico con gastos crecientes de fuentes de
energía, de alimentos y recursos naturales; etc.) son estratégicamente inviables. Por otro
lado, es importante analizar aquí el enorme despilfarro actual de energía desde la óptica de
la baja productividad global. En efecto, ¿será la tan vanagloriada productividad moderna un
fenómeno que abarca a toda la sociedad o sé limita apenas a bienes y servicios específicos
que reafirman la vida? La productividad de una fábrica de fusiles, por ejemplo, puede ser
elevada y creciente en términos de ganancia del capital privado; pero si, desde el punto de
vista de la sociedad, los fusiles, como un todo, en vez de apuntalar el crecimiento más bien
provocan lo contrario, entonces todo el trabajo involucrado en esta producción está siendo
despilfarrado y, por consiguiente, se torna socialmente inútil. Para colmo se trata de un
trabajo destructivo, que forma parte de una ética de la muerte y, por eso, es incluso
reprochable desde una ética que opte por la vida.
En realidad, nuestras sociedades producen cada vez más bienes y servicios inútiles y
dispensables, esto es, productos y servicios que no reafirman la vida. Los autos, las armas,
las guerras, todo el aparato estructural de las ciudades para el automóvil, la publicidad, las
innumerables mercancías y servicios de consumo superfluo, etc., cada uno de ellos tiende a
ser producido específicamente con productividades crecientes, pero solo para generar más
ganancia y de manera exclusiva en función de ella, con independencia de sus reales
utilidades para la vida de una población como un todo -esto sin mencionar la decreciente
durabilidad de todo lo producido-. En efecto, el simple cambio del actual énfasis en el
transporte individual, basado en los autos por un énfasis en el transporte colectivo,
disminuiría de modo sustancial el tamaño de las ciudades y, como consecuencia, los costos
del aparato y los servicios urbanos necesarios a la población (estacionamientos, carreteras,
puentes, alcantarillas, líneas de electricidad, etc.). Por ende, haría más vivibles a las
ciudades. De la misma forma, una planificación urbana que partiese de la concepción de
que se produzca localmente lo que sea posible producir y que tomase en cuenta la
localización de fábricas, centros comerciales y de servicios y barrios residenciales de
acuerdo con los intereses colectivos, disminuiría de manera sustancial el tamaño de las
ciudades así como sus costos.
Grafico 5
Lujo versus necesidad: el mundo occidental gasta más en lujos que lo que costaría
alcanzar los logros del milenio
La distancia entre la producción para reafirmar la vida de la gente y la producción para
realizar ganancias atendiendo a aquellos deseos y/o “necesidades generadas” por el mismo
capital, se puede ilustrar con el gráfico anterior. La figura muestra que, en el mundo
occidental del siglo XXI, se invierte un 30% más en make-up que en cuidados
reproductivos para todas las mujeres; apenas el 10% menos en comida para perros y
mascotas, que en resolver el hambre y la desnutrición de todos los seres humanos; 300%
más en perfumes, que en enseñar a leer y escribir a todos los analfabetos; 30% más en
cruceros oceánicos de diversión, que en agua potable para todos; 600% más en helados en
Europa, que en inversiones para inmunizar de enfermedades prevenibles a todos los niños.
En otras palabras, la producción y el consumo en Occidente están lejos de orientarse a la
vida misma.
En el gráfico, no se hace mención del armamento. Una disminución significativa o la
eliminación de la carrera armamentista en el mundo, y ni hablar de todas las guerras,
generarían excedentes en los presupuestos gubernamentales que podrían ser dirigidos hacia
servicios realmente demandados por la población como comunidad, en materia de salud,
educación y otras cosas que reafirmen la vida de la gente. El aumento de la durabilidad de
los bienes ahorraría energía y materias primas, y disminuiría el trabajo necesario para la
producción de los bienes y servicios; además, liberaría a los trabajadores y suscitaría
tiempo libre para ellos y sus familias. La publicidad, necesaria sobre todo para crear nuevas
necesidades indispensables, si fuese limitada a su aspecto puramente informativo,
disminuiría los costos de realización de los productos y servicios y orientaría la
información hacia las reales utilidades de las cosas. En resumen, se constata que la
productividad de las sociedades modernas existe apenas en la esfera de la microeconomía,
pues, es cada vez más baja, despilfarradora e irracional. Cabe adelantar aquí que
defendemos la necesidad de una economía estacionaria o incluso decreciente, en términos
de valor bajo ciertas condiciones, para superar el callejón sin salida en el que han ido a
parar nuestras economías, concepto que será analizado enseguida.
El mero control democrático y participativo de la cantidad, las especificaciones, la
localización y la durabilidad de las mercancías y los servicios o, en casos extremos, su
eliminación pura y simple, disminuiría la polución, ahorraría energía y recursos naturales y
reduciría el número de horas de trabajo despilfarradas por los trabajadores, devolviéndoles
tiempo libre para su desarrollo personal. Este es el camino necesario para transformar la
actual economía del crecimiento continuo y la productividad microeconómica en una
economía estacionaria o de decrecimiento, con alta productividad ya no tanto en el mundo
micro, sino especialmente en el macro. Tal economía mejoraría de forma significativa el
nivel de vida material y mental de las personas, es decir, aumentaría la calidad de la vida
misma.
5. Acerca del momento de transición
La actual civilización se basa en dos pilares fundamentales, siendo el primero la forma
aislada y vertical de tomar decisiones por parte de las élites que controlan el proceso
productivo y el financiero. El segundo pilar es la existencia de una racionalidad
individualista, egoísta y no totalizadora, derivada del dogma de la libertad de toma de
decisiones por parte de estos mismos controladores, que termina eliminando la libertad de
todos los demás seres humanos. Tanto la forma de ejercer el poder como la ideología de
nuestras sociedades derivan de estos dos pilares. La transición a la existencia y el
funcionamiento efectivo de una economía estacionaria suponen una nueva civilización,
donde las decisiones políticas sean efectivamente democráticas y estén basadas en la
participación más amplia posible de los ciudadanos, de tal modo que la racionalidad y el
poder imperantes sean totalizadores y cooperativos a la vez.
Por otro lado, podemos preguntarnos por el grado y la gravedad con que la civilización
occidental, basada en el mito del crecimiento, se está agotando, para ver la plausibilidad de
este proceso de transición. Economistas ecológicos, como Daly (1996), han mostrado con
mucha claridad que el bienestar de los pueblos no depende del crecimiento económico per
se. Escritores como él señalan que, después de haber alcanzado un determinado nivel, otro
aumento en el PIB de una nación más bien tiende a hacer descender el bienestar material de
un pueblo (véase la Figura 1). Estos autores, con nosotros, conciben más bien como una
necesidad el promover a escala mundial una economía estacionaria o decreciente, lo que
implica una economía regulada.
Sin embargo, este tipo de economía no debe ser centralizada ni administrada por élites como ocurre con el dinero bajo control de los banqueros - o al arbitrio de los países ricos,
en particular los EE. UU., que son los que más consumen, derrochan y contaminan.
Tampoco, bajo un esquema similar al del Consejo de Segundad de la Organización de las
Naciones Unidas (ONU), donde cinco miembros con poder de veto deciden por el resto.
Figura 1
Esquema para la sobrevivencia y el bienestar: transferir la ganancia para mejorar la
calidad de vida
Fuente: R. Ingelhart, 1997.
La puesta en práctica de una economía estacionaria y decreciente supone un
reordenamiento de la economía mundo y de la sociedad mundo, con la participación
absolutamente democrática de todos los países y las regiones, una redistribución, desde los
países ricos hacia el Sur para eliminar los desequilibrios existentes, para el bien común y no
para privilegio del más fuerte. Son cosas como estas las que llevaron al planeta al presente
desequilibrio y a esta crisis de la civilización que apenas comienza. Los tentáculos del
cáncer que representan los banqueros, las corporaciones y transnacionales del Norte, se
extienden por todo el planeta y deben ser controlados como primer paso. Son como un
parásito improductivo que succiona toda la riqueza productiva del llamado Tercer Mundo
y, por consiguiente, su vida, para reinvertirla en militarismo, guerras y derroche
consumista, improductivo, generalizado de los países ricos. Tal regulación, a su vez, no
tiene por qué deteriorar la calidad de vida de las poblaciones de los países más ricos sino,
por el contrario, mejorarla por medio del uso más racional y eficiente de los recursos
mundiales. Mientras, se ha de empezar a resolver con urgencia para los sectores más pobres
del mundo aquellas provisiones alimentarias más indispensables, de vivienda digna,
transporte público decente, salud comunitaria y educación pública de calidad, entre otras,
comenzando así por reparar los desequilibrios más apremiantes, en tanto se avanza en el
mediano y largo plazo en la reorganización de un nuevo sistema mundial equilibrado,
balanceado, justo y democrático.
Sin embargo, si los países del Sur lo hacen bajo la misma racionalidad occidental, muy
pronto la economía mundial requerirá varios globos para lograr sostenerse, y sabemos que
nada más contamos con uno. No existe razón alguna para frenar o bloquear a los países del
Sur en su derecho de salir adelante con sus propios recursos y detener a los países centrales
y a sus élites en su continua depredación sobre los países de la periferia. Estos últimos
mantienen su nivel de consumo y contaminación dentro de márgenes sustentables para el
planeta y la naturaleza. Si el gasto, el consumo y la contaminación, por ejemplo, de la India
o Malawi, se generalizara a todo el globo, menos de la mitad del planeta sería necesario
para sostener y reparar ese daño a la naturaleza. Si se utilizara el nivel de consumo de
América Latina y el Caribe, menos de la mitad del planeta; y se utilizara el de África,
menos de un cuarto del planeta. Por el contrario, si generalizamos el nivel de consumo de
Europa, se necesitarían tres planetas; y con el de los EE. UU., hoy se precisarían más de
cinco planetas. Y el problema, de nuevo, es que solo tenemos uno (ver la figura siguiente).
Para reducir los actuales niveles de contaminación y evitar el agotamiento de los recursos
naturales, no dejan de plantearse en Occidente las tesis malthusianas de la necesidad de una
reducción del crecimiento poblacional en los países del Sur, pese a que sabemos que más
del 80% de los recursos naturales son absorbidos por menos del 20% de la población
mundial concentrada en el Norte, población a su vez responsable de casi el 80% de la
totalidad de la contaminación por su estilo de consumo. Aquí es oportuno precisar que la
población no solamente consume, es también la verdadera generadora de riqueza a partir
del trabajo productivo. Este se concentra cada vez más en el Sur y el improductivo en el
Norte, como hemos visto.
Figura 2
Numero de planetas requeridos hoy para sostener al mundo si extrapolamos el
consumo de cada país al resto del mundo
Fuente: New Económica FoundaBon.
El bienestar de los ciudadanos que lo constituyen debería ser el objetivo de cualquier
sistema político y socioeconómico, justo lo que, claro está, no ocurre en la actualidad. La
población mundial es también consumidora y, en 2010, ha llegado a casi los 7.000 millones
de habitantes. En 2050, según la proyección media, la más probable, de la ONU,
sobrepasará los 9.000 millones: un crecimiento de casi 30% en cuarenta años (ver cuadro
siguiente). La tasa global de fecundidad, en este mismo horizonte, será de 2,05 hijos por
mujer, lo que significa que pocos años después la población empezará a decrecer,
fenómeno que ya ocurre en muchos países clasificados como más desarrollados por esta
organización. La conclusión de innumerables investigaciones es que esta tendencia
histórica es irreversible y se debe, principalmente, a la disminución rápida de la fecundidad
en todos los países llamados menos desarrollados, lo que viene aconteciendo desde
alrededor de los años sesenta del siglo pasado. El mayor reto que se infiere de estos hechos
es que la economía tendrá que resolver el problema del bienestar de una población que ya
es, en gran parte, miserable y aún aumentará un 30% en el futuro próximo. Por otro lado,
estos datos muestran el estratégico cambio geopolítico ocurrido en el siglo XX, o sea, el
diferente peso de la población de los países menos desarrollados, el 85% versus el 15% de
los más desarrollados.
Cuadro 1
Poblacion mundial en 1950, 2010 y proyecciones hacia 2050, según países mas y menos
desarrollados
Población
del mundo
1950 2.519.470
2010 6.842.923
2050 9.075.903
Año
Población Población
%
más
menos
población
desarrolla
menos
812.772 desarrolla
1.706.698
67,7
dos
dos
desarrollad
1.225.678
5.617.246
82,1
os
1.236.200 7.839.702
86,4
Fuente: División de Población de la ONU, proyección variante media.
Un sistema de economía estacionaria o decreciente puede ser ejecutado en todos aquellos
países que consumen por encima de las capacidades del único planeta de que disponemos,
mientras los que menos consumen crecen por un tiempo hasta que se estabilice un sistema
balanceado y equilibrado a nivel mundial. La transformación del actual complejo militar
industrial, en un complejo industrial para la cooperación y la solidaridad internacional, sería
de utilidad para esto. Además de que cortaría de lleno el derroche improductivo de
armamentos y las guerras, ayudaría al montaje de un sistema mundial más equitativo y
coherente. Este subsector pasaría de ser improductivo y destructivo a ser productivo, y con
ello no implicaría desempleo masivo allí donde es más fuerte, por ejemplo los EE. UU.
Otro ejemplo claro es China. Este país se abrió al mercado capitalista, lo que permitió a su
economía un crecimiento espectacular. China ha conseguido con eso situarse como tercera
economía a nivel mundial, y podría ocupar muy pronto el segundo lugar. China es un
competidor directo de las economías occidentales, y lo hace con su misma racionalidad
depredadora. De ahí que hoy no solo es la tercera economía del mundo, ocupa el primer
lugar como país contaminador. India es otro país emergente con más de 1.000 millones de
habitantes, que marcha por el mismo camino del desarrollo cuantitativo. Con este modo de
desarrollo occidental cada vez más generalizado, ocuparíamos pronto otros dos globos para
poder sostener dicho modo de vida occidental, pero solamente disponemos de uno.
6. Crecimiento positivo en el Sur y negativo en el Norte
Un hecho lógico en el marco del desequilibrio Norte-Sur es el siguiente: un levantador de
pesas con piernas de canario no es eficiente, ni lo es un corredor de pista con pulmones de
ratón. Pretender lo contrario es una aberración, y eso es lo que ha implementado el gran
capital para su único beneficio de concentrar siempre en menos manos toda, o casi toda, la
riqueza y el poder mundial. Nos hallamos frente a un verdadero dilema. Ni se puede ni se
debe impedir más el desarrollo a los países, del Sur. Más aún, los países periféricos lo
reivindicarán con fuerza crecientemente clara. Existen varias razones para ello. Durante los
últimos decenios, la economía real se ha trasladado de manera paulatina hacia los países del
Sur. Es ahí donde se encuentra el mayor potencial de crecimiento real de la economía (al
centrarse en el trabajo productivo por su contenido), como podemos ver durante la actual
crisis. De igual modo, es ahí mismo donde se concentran los recursos naturales necesarios
para el crecimiento económico. Todo esto podría ser hecho sin un aumento -o con un
pequeño aumento- de los gastos en energía y recursos naturales, con tal que se imponga,
siempre a través de mecanismos democráticos participativos, un incremento de la
productividad de la sociedad como un todo, como se ha analizado en los párrafos
anteriores, o en otras palabras, disminuyendo la producción y/o el consumo de armas y los
gastos superfluos; cambiando la estructura del aparato urbano; cambiando el perfil de la
producción, dando prioridad a los bienes de consumo colectivos; etc.
En lo que respecta a los países centrales, además de las medidas mencionadas, el mensaje
es otro. Para lograr la sostenibilidad ecológica, se requiere una desmaterialización de su
economía. Ello quiere decir que la demanda de energía y recursos naturales por unidad de
PIB debería bajar tanto en términos relativos (desmaterialización relativa) cuanto en
términos absolutos (desmaterialización absoluta). La desmaterialización relativa implica
que el impacto sobre el ambiente aumente menos por unidad de producto, aunque el
impacto sigue creciendo en términos absolutos en una unidad de tiempo determinado (un
año por lo general) debido al mismo crecimiento del PIB. En estos análisis, es muy
importante segregar los resultados obtenidos en el ámbito del consumo de aquellos
conseguidos en la esfera de la producción. Veamos esto con algo más de detalle.
Entre 1970 y 1999, a nivel mundial, la demanda de energía disminuyó en un 33% por
unidad del PIB. Lo que no se menciona es que este ahorro se logró básicamente por el lado
de los consumidores. Es ahí donde la batalla por un uso más racional de la energía se
desarrolla de forma más agresiva. Lo mismo no es posible decirlo de la esfera de la
producción, donde no se libra esta batalla. La emisión de dióxido de carbono, por ejemplo,
creció, entre 1990 y 2009, en casi un 40% en el ámbito productivo. Para una gran cantidad
de minerales (hierro, cobre, níquel, bauxita), su demanda y consumo en la esfera productiva
suben a mayor velocidad que el propio crecimiento del PIB. Esto se da sobre todo por el
acortamiento de la vida de cuánto se produce. En efecto, al hacerse todo más desechable,
hay un porcentaje menos de materia por unidad de producto o valor; sin embargo, por
unidad de tiempo se produce un porcentaje mayor que antes y se contaminará, por lo tanto,
más que antes. Eso implica menos uso de materia por unidad de producto, pero igual
contaminación; más recursos y contaminación por unidad de tiempo (un año), al tener una
producción repetida siempre con más frecuencia en razón del acortamiento de la vida de lo
producido. No cabe hablar en estos casos, entonces, de una desmaterialización en términos
absolutos.
Los autores en economía ecológica consideran imposible lograr una verdadera
desmaterialización sin una política de desmaterialización absoluta, lo que implica la
necesidad de un crecimiento negativo. Esto supone hacer las cosas más duraderas, vale
decir de mejor calidad, lo que implicaría un triunfo histórico del valor de uso sobre el valor
de cambio. Se utilizará un porcentaje de materia más por unidad de producto, pero se
tratará de un producto más duradero. Por unidad de tiempo, por ende, habrá un proceso de
desmaterialización y descontaminación. ¿De cuánta desmaterialización hablan los
ecologistas? Ernst von Weisäcker habla de un Factor 4, lo que supone que debería
alcanzarse una duplicación de la riqueza mundial con la mitad de los recursos naturales
dentro de tres o cinco décadas; y Schmidt-Bleek habla incluso de un Factor 10 (Jones y
Meyere 2009). Los analistas coinciden en que lograr un Factor 4 y más todavía un Factor
10 sin un decrecimiento económico es una mera ilusión. Con ello, queda claro que un New
Green Deal, esto es un continuo crecimiento económico con sostenibilidad ecológica, es
puro mito. No existe tampoco, por consiguiente, posibilidad real de que el crecimiento
económico capitalista repunte con un New Green Deal.
Los defensores del New Green Deal, verbigracia Al Gore, no cuestionan el sistema de
producción como tal; sus soluciones se refieren a los comportamientos individuales en el
ámbito del consumo. Apuntan a una menor utilización de energía eléctrica, a la utilización
más moderada y racional del transporte automotor, al consumo más moderado y racional de
alimentos (menos carne sobre todo). Esto podría desembocar en una sociedad autoritaria
hacia los consumidores, para liberar espacio de fuentes energéticas y derechos de
contaminación para los productores. En este contexto, es particularmente interesante
mencionar los últimos cambios propuestos en la industria automotriz, con miras a la
introducción masiva de un carro eléctrico más limpio.
Hasta hoy, los carros con motores más económicos en combustible no han conseguido
disminuir el consumo de este, a la vez que los usuarios usan más a menudo un carro pesado
y viajan con mayor frecuencia a lugares lejanos. Tampoco hablamos todavía del turismo
ecológico en avión hacia lugares exóticos, siempre más lejanos. No resulta algo imaginario
prever una sociedad futura con elevados impuestos sobre la energía por el lado de los
consumidores, combinado con elevados impuestos sobre el dióxido de carbono. Del lado de
la producción, el escenario se pinta diferente. La alternativa que se presenta en la industria
automotriz es el carro con un motor eléctrico, combinado con otro motor de combustible
para cargar la batería. Un tal vehículo sería capaz de recorrer 1.000 kilómetros antes de
tener que cargar de nuevo la batería (Middelkoop y Koppelaar 2008).
Por cuanto enfocan el tema de la contaminación y el uso de energía exclusivamente por el
lado del consumidor, los promotores del New Green Deal ponen el acento sobre la
promoción de la fabricación de nuevos modelos de autos como la gran solución al
problema. Luego, la innovación tecnológica permanente sería la panacea. En efecto, al
promover la fabricación en masa de nuevos modelos de carros más ecoamigables, la vida
media de los mismos se torna cada vez más corta. Desde la óptica de la empresa
automotriz, ello implica incrementar la rotación del capital, incrementando la velocidad de
las ventas y, con ello, de la realización de ganancia para el gran capital privado. El
resultado de realizar con mayor velocidad la ganancia, aumentar la tasa de esta es lo
esencial para el capital. En otras palabras, para los promotores del New Green Deal, la
innovación permanente brindaría la solución para el capital Por eso, por ejemplo, Peugeot
incita a comprar nuevos modelos con el siguiente anuncio: “El 20% de los autos más viejos
son responsables del 60% de las emisiones contaminantes automotrices. ¡Que los
reemplacen!” (Houtart 2009).
Desde la perspectiva ecológica, no obstante, tenemos que la misma fabricación de autos de
menor duración de vida significaría un mayor uso y demanda de materias primas y de
consumo de energía, lo que aumentaría la contaminación. La emisión de dióxido de
carbono en la industria sería mayor (40% del total de las emisiones provocadas) que con el
uso de los vehículos fabricados, es decir, en el ámbito del uso de medios de transporte
(responsable de apenas el 30% de las emisiones). Por tanto, las supuestas ganancias que se
obtendrían en el transporte con la introducción de nuevos modelos de carros, se perderían al
producirlos con una velocidad y rotación siempre mayor (Houtart 2009). La lección es
clara: para lograr una desmaterialización absoluta se requiere, además de producir carros
más económicos en combustible y más limpios en cuanto a emisiones de gases, producir
medios de transporte más duraderos y colectivos. No se trata de perfeccionar los autos, sino
de sustituirlos de modo progresivo por transportes colectivos de buena calidad.
El New Green Deal, inspirado en el New Deal introducido en la segunda mitad de los años
treinta del siglo pasado, bajo la administración del presidente Franklin Delano Roosevelt,
pretende ser una respuesta paradigmática a la actual crisis mundial. Contempla programas
de inversión a gran escala en infraestructura y segmentos de producción ecoamigables, con
el fin de promover el crecimiento sostenible y, de ese modo, prolongar la acumulación de
capital, o sea, lograr la acumulación sustentable.
Figura 3
Esquema de funcionamiento de una economía ecológica: juntar lo que se derrocha con
las materias primas necesarias para construir una economía humana
Economía ecológica
Earth System
Como se enfoca en el consumidor, en cómo ahorrar energía y reducir la contaminación,
además de la introducción masiva de carros ecoamigables de corta vida, promueve la
construcción de edificios de vivienda y públicos que ahorren energía gracias al
perfeccionamiento de los mecanismos de aislamiento. Desde luego, al promover la sustitución de edificios más viejos y poco ecoamigables en el uso de energía por otros que
rinden mejores resultados, se impulsa la innovación tecnológica en el sector de la
construcción. Esto, a su vez, torna menos duradero el stock existente de edificios, por
cuanto un creciente número de edificios viejos no cumplen con las nuevas normas de
consumo de energía. Pero, de un extremo, se ha pasado al otro, y por eso hoy se habla ya de
edificios enfermos debido a la falta de ventilación de las construcciones por su elevado
grado de aislamiento. De nuevo, hay que actuar. En síntesis, la pregonada innovación
tecnológica en la construcción acorta la vida media de las edificaciones de forma
permanente.
El consumo de energía en la construcción de nuevos edificios, la extracción de los recursos
naturales necesarios (cemento, acero, madera, etc.) y la energía requerida para fabricar esos
materiales de construcción, su transporte hasta el lugar de las construcciones, causarían, en
opinión de Peter Tom Jones y Vicky Meyere (2009), más daño ambiental que el beneficio
que se obtendría con el uso más racional de energía de esas nuevas construcciones.
Podemos hacer el análisis con los electrodomésticos, y la historia será la misma. El New
Green Deal conlleva, pues, la generalizada tendencia hacia productos menos duraderos en
el ámbito de producción. Ello implicaría una mayor materialización absoluta de la
economía, una creciente escasez -e incluso el agotamiento acelerado- de los recursos
naturales disponibles, y una mayor contaminación. Lo racional sería, por ende, construir
edificios más duraderos y limpios en función de la comunidad. Semejante medida
significaría, sin embargo, el fin del crecimiento económico y con eso el agotamiento del
capitalismo. Antes de llegar a esto, el sistema procurará, por todos los medios, un enfoque
ecológico por el lado del consumo para salvar el crecimiento en el ámbito de la producción.
Pero eso agotará, a mayor velocidad, los recursos naturales y energéticos, poniendo límites
ya absolutos a las posibilidades de crecimiento a nivel global.
Para llegar a una economía estacionaria a nivel mundial se precisa, entonces, un cambio de
paradigma que entrañaría, antes que nada, un crecimiento negativo en el Norte con un
crecimiento positivo, pero idealmente dirigido hacia el Bien Común, en el Sur. Sin lo
primero, sería muy difícil alcanzar lo segundo, a menos que el Sur no encontrase otro
camino que unirse y desconectarse del Norte para sobrevivir de manera más o menos
unificada. A partir de lo planteado arriba, y de cara a la falta de recursos naturales a nivel
global y la concentración de estos básicamente en el Sur, consideramos que el crecimiento
negativo ha de producirse en primer lugar en los países centrales, aunque, por un tiempo
determinado, será posible -y hasta necesario- el crecimiento positivo en los países
periféricos. Con todo, mientras el capitalismo reine a nivel global e imponga su sello, será
difícil ir más allá de proyectos de corte neodesarrollista en el Sur, como de algún modo se
observa ahora en el Cono Sur.
¿Dónde está el eslabón más débil para que se rompa la actual racionalidad económica? Una
nueva racionalidad implicaría un cambio tanto en el estilo de vida en los países centrales,
que enfoca más el lado del consumo, como un cambio en su propio modo de producción. El
cambio civilizatorio que ello implica ha de producirse, primero, en los países centrales en
vista de su acceso más difícil a los recursos naturales. Es obvio que las guerras actuales y
futuras por los recursos naturales podrían posponer la situación. No obstante, frente a la
Gran Depresión del siglo XXI, el proceso de desconexión de los países del Sur y su
reorientación hacia adentro y entre ellos sería muy acentuado.
Quedan las preguntas medulares acerca de cómo se producirá este cambio. ¿Será
espontáneo? ¿Se dará a partir de la crisis? La crisis, sin lugar a dudas, creará condiciones
favorables. Aun así, no creemos que tal cambio ocurra sin conflictos sociales de diversos
tipos e intensidades, entre sectores que pugnan por la sobrevivencia, y minorías que
pretenden mantener el derroche y pelearán contra viento y marea para preservar el statu
quo. Se trata, en última instancia, de una lucha de clases. Con ello surgen otras preguntas:
¿cuál será el sujeto de cambio en el siglo XXI? ¿Desde dónde emergerán con más
probabilidad las fuerzas sociales más avanzadas para inducir ese cambio civilizatorio?...
Creemos que la fuerza principal emergerá de la necesidad de sobrevivencia de las grandes
mayorías en el Sur y en el Norte, frente a una catástrofe que ya está planteada como
posibilidad real en el siglo XXI, para comenzar, con el cambio climático y el agotamiento
de las materias primas.
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Capítulo V
E1 sujeto ante un cambio civilizatorio: retos y amenazas
1. E1 sujeto ante un cambio civilizatorio
Desde el año 1980 al 2000, la población de la economía mundial globalizada, es decir
aquella disponible para los intereses del gran capital, más que se duplicó. Hasta 1980 hubo
una autonomía relativa de las economías nacionales con respecto al mercado mundial de
productos y servicios. Por eso, el mercado de trabajo operaba sobre todo dentro de los
límites de las fronteras nacionales. Mucha atención ha sido prestada al proceso de
globalización y al impacto de los mercados comerciales y financieros en ese proceso.
Mucho menos atención se ha prestado a su impacto sobre el mercado laboral y las
condiciones de vida de las mayorías. El proceso neoliberal ha destruido todos los vestigios
de soberanía económica en Asia, África, y América Latina y el Caribe. En nuestra región,
las políticas de ajuste estructural actuaron desde antes del decenio de los ochenta y
desmantelaron la relativa autonomía interna de las economías nacionales, al obligarlas a
competir con productos transnacionales y supeditarlas a la inversión extranjera. Desde
entonces, las oportunidades de trabajo formal local se han reducido relativamente y creció
la capacidad sustitutiva de la fuerza laboral.
Desde mediados de los años ochenta, la población de la economía mundial globalizada más
que se duplicó, pasando de 2.500 millones a 6.000 millones de seres humanos -incluyendo
tanto la población económicamente activa (PEA) como la inactiva-. Según un estudio de la
Organización Internacional del Trabajo (OIT), la clase trabajadora potencialmente
disponible para la explotación del capital transnacional se duplicó, pasando de una PEA de
1.460 millones en 1985 a casi 2.930 millones en el año 2000 (Goldstein 2008: 4). En este
proceso de ampliación, vale subrayar el peso relativo de la apertura de China al mercado
mundial y a la inversión extranjera; el colapso de la Unión Soviética (incluida Europa
Oriental); y el consecuente final de la llamada autarquía de la India que, desde 1991, se
subordinó al Fondo Monetario Internacional (FMI) y se abrió de manera incondicional a la
inversión extranjera.
La inclusión de casi 1.500 millones de nuevos potenciales trabajadores al mercado global
de trabajo, ubicados en regiones con elevados grados de desempleo y subempleo, ha tenido
un impacto enorme que se sentirá por décadas sobre el mercado laboral en el centro y la
periferia. En esencia, significa una mayor capacidad sustitutiva de la fuerza laboral en el
mundo entero, y, con ello, una tendencia a la baja de los salarios, una prolongación de la
jomada de trabajo y un empeoramiento de las condiciones laborales, tanto en la periferia
como en los propios países centrales. En síntesis, se trata de un incremento en el grado de
explotación de la fuerza laboral a escala mundial. La crisis actual refuerza de manera
dramática esta tendencia, en marcha desde hace décadas. De ahí que abunden hoy las
brutales formas de explotación denunciadas al inicio del capitalismo industrial, y se
multipliquen las formas de trabajo forzado, el tráfico de personas y hasta la semiesclavitud.
Aunque, por motivos geopolíticos, existe una excepción muy clara para los productos
agrícolas subsidiados en los países centrales; la tendencia, hoy, es que productos que
podrían producirse en la periferia a costos laborales mucho más bajos que en los centros,
cada vez más a menudo se los produce en los países periféricos y se los exporta al mundo
entero. China, por disponer del mayor ejército industrial de reserva, y contar por ello con la
mayor capacidad de reemplazo de la fuerza de trabajo y los salarios más competitivos del
mundo con jornadas prolongadas e intensas, es campeón en esta carrera y lo será por largo
rato. Suzan Berger (Goldstein 2008: 12) encontró que, en el año 2005, la participación en el
comercio internacional (de las 500 corporaciones mundiales más grandes) desde los países
periféricos, alcanzó a casi un tercio del comercio mundial total. En el 70% de los casos se
trataba de comercio de productos, y el 30% restante básicamente de servicios productivos
(transporte, telecomunicaciones, turismo, etc.).
No toda la producción ni todos los servicios pueden trasladarse hacia los países periféricos.
La construcción de carreteras, infraestructura, casas y edificios es un claro ejemplo de ello.
La agricultura protegida por enormes subsidios es otra. En los centros de poder difícilmente
se eliminarán los subsidios a los alimentos básicos. Se trata de argumentos geopolíticos. En
tiempos de guerra, el alimento ha de estar garantizado, pues, de lo contrario la capacidad de
resistencia de un pueblo se reduce a días. En la economía interna de los países centrales, la
capacidad de reemplazo de la mano de obra se ha elevado mediante el proceso migratorio
Sur-Norte, en especial en los sectores productivos. Con la emigración de capital de Norte a
Sur y la inmigración de mano de obra barata en los países del Norte procedentes del Sur, se
ha generalizado la capacidad sustitutiva de la fuerza de trabajo para el gran capital en el
mundo entero.
Las cadenas de producción se han alargado con una nueva división mundial del trabajo. Lo
que puede ser realizado a menores costos fuera de los países centrales, tiende a trasladarse
hacia la periferia. Para bajar los costos laborales dentro de los países centrales, no
solamente la inmigración ha sido un mecanismo apropiado. Ya antes de darse este
fenómeno en gran escala, la incorporación masiva de trabajo femenino más barato se había
expandido de forma notoria durante las últimas cuatro o cinco décadas. Ante la relativa
escasez de esta fuente adicional de empleo desde los años ochenta, la inmigración de mano
de obra más barata desde los países periféricos se convirtió en una verdadera ola. La
inserción laboral de la población migrante se da principalmente en el ámbito productivo.
El New York Times publicó que, en la actualidad, unos 200 millones de emigrantes en el
mundo brindan soporte a más de 500 millones de seres humanos, esto es, a poco menos del
10% de toda la humanidad. Entre 1980 y 2005 más de 20 millones de inmigrantes fueron
admitidos en los EE. UU., y se estima que unos 12 millones entraron de manera ilegal. En
total, desde entonces, más de 32 millones, de inmigrantes, vale decir más del 10% de la
población estadounidense. Los latinos representaban, en 2005, el 14,5% de la PEA; los
asiáticos 4,5% y los afroamericanos, otra mal llamada minoría en los EE. UU., el 12%.
Estas minorías sobreexplotadas juntas representaban casi un tercio de la PEA, proporción
que crece todos los años.
Los lazos de los inmigrantes con sus países de origen se manifiestan de modo muy visible a
través de las remesas que envían a sus parientes. Se estima que los inmigrantes a los
EE.UU. enviaban por año US$ 300.000 millones hacia sus países de origen. China, India y
México encabezan la lista de remesas en términos de volumen con aproximadamente US$
25.000 millones cada uno. Hay 22 países donde las remesas sobrepasan el 10% de su
respectivo producto interno bruto (PIB), con Haití a la cabeza con un 23% seguido por
Líbano con el 22% (Goldstein 2003: 159 y 224). A partir de la crisis económica el
desempleo, se ha disparado, en particular para las llamadas minorías. Con ello las remesas
han sufrido un marcado descenso y la migración de retorno es un fenómeno más frecuente,
de la misma forma que lo fue durante la Gran Depresión del siglo XX.
Sobre la base de lo anterior se observa que el proceso de producción de riqueza, el trabajo
productivo por su contenido, a menudo el trabajo más duro y menos valorado, es
desplazado progresivamente a los hombros de los habitantes de la periferia, ya sea en sus
propios países, con sus propios recursos naturales, o como inmigrantes en los países
centrales. Al mismo tiempo, en los países ricos, durante la era neoliberal, se ha desarrollado
el trabajo improductivo y a menudo parasitario en el sector financiero, en cuyos sectores se
concentra más la población no migrante con una fuerte presencia de blancos.
La globalización neoliberal ha sentado las bases de una era de un capitalismo de bajos y
decrecientes salarios a nivel mundial, de progresiva concentración de la riqueza, de
exclusión universal; pero, con una nueva gran depresión, también ha creado la base objetiva
de una amplia rebelión más allá de las particularidades y, como observamos últimamente,
incluso más allá de las fronteras. Durante la pasada década, los Foros Sociales Mundiales
han sido el escenario de encuentro de fuerzas sociales críticas a nivel mundial. De aquí han
salido alianzas y formas de integración entre movimientos más allá de las fronteras. Ha
faltado, sin embargo, el proceso de pasar del diálogo a la acción política. Sobre todo las
organizaciones no gubernamentales (ONG) del Norte, no han logrado cuestionar el propio
sistema en sus raíces. Pareciera que la Gran Depresión del siglo XXI podría cambiar esto.
Una lucha más allá de las particularidades y de las fronteras constituye sin lugar a dudas un
reto sin claro precedente histórico, pero creemos que la Gran Depresión podrá brindar una
oportunidad histórica para ello.
En este contexto, personajes críticos a nivel mundial como Samir Amin (2006), plantea que
se está dando una coyuntura propicia para crear una Nueva Internacional en el estilo de la
Primera, en tiempos de Carlos Marx y Federico Engels. Hoy, en efecto, vemos tenaces
luchas sociales en los propios países centrales. Protestas masivas acontecen no solo en
Grecia, también en España y Portugal, entre otros. El pueblo islandés se ha levantado en
bloque contra los banqueros especuladores, con muestras de una democracia participativa.
La lucha deja de ser nacional, pues en un mismo momento histórico afecta a muchos
pueblos. La posibilidad de una lucha común de trabajadores de todo el mundo contra el
capital global y especulativo, dejará de ser una mera ilusión durante la Gran Depresión del
siglo XXI.
Este proceso de unificación y solidaridad de movimientos sociales más allá de las
particularidades, fronteras y continentes es esperable con la profundización de esta Gran
Depresión. Pero no será un movimiento sin contramovimientos. Cuanto más profunda sea
la crisis del capital, tanto más la élite dominante buscará dividir a la clase trabajadora
mediante el racismo, el sexismo, la xenofobia, la religión, las ideologías, y otras formas de
división. Con eso procurarán apelar al sálvese quien pueda, indicando que unos, de cierta
raza, nacionalidad, cultura, tienen más derechos de estar en este mundo y de salvarse ante la
crisis que otros. Especialmente en los países centrales, se fomenta la ideología de que los
elegidos del centro tienen más derecho de estar en este mundo que pueblos enteros en las
naciones periféricas. Allí estas fuerzas reaccionarias podrían alcanzar un grado creciente de
difusión, el cual se manifiesta con el resurgimiento del neofascismo. Sin embargo, dentro
de estas naciones existen asimismo claras líneas de exclusión, por lo que no habrá salvación
para las llamadas minorías. La élite banquera está dispuesta a salvarse a costa de las
grandes mayorías en tierra propia. Estas, al percatarse de que en ese sálvese quien pueda
muchos de ellos no se salvarán, podrían inclinarse a luchar por otro mundo donde también
ellos quepan en equidad y justicia. Esta lucha, al darse en muchos lugares al mismo tiempo,
podría originar una Nueva Internacional. Es ahí donde los migrantes procedentes de los
países periféricos podrían ser el cemento para una lucha más allá de las fronteras entre
Norte y Sur.
Las fuerzas de solidaridad y de integración de la clase trabajadora y ciudadanos de
diferentes estratos sociales tienden a ser más grandes ahí donde el sálvese quien pueda se
vislumbra con más dificultad como alternativa, esto es, en la periferia. No es de extrañarse,
por tanto, que el proceso de desconexión de la globalización y la búsqueda de alternativas
soberanas y autocentradas esté ocurriendo en países periféricos, con América Latina a la
cabeza. También en los países periféricos habrá movimientos fascistas, pero carecerán de
sustento popular. Por otra parte, en la periferia de los propios países centrales, como los de
Europa del Sur, hay más posibilidades de ruptura por una búsqueda de alternativas más
democráticas que en países más centrales como Alemania o los EE. UU, donde las
tendencias reaccionarias podrían contar con una base social más amplia. El rechazo popular
en Holanda y Alemania a ayudar a Grecia ante la amenaza de una bancarrota son un claro
ejemplo de esa ideología del sálvese quien pueda. Mientras, la lucha social en Grecia
adquiere dimensiones cada vez más masivas.
La búsqueda de alternativas más democráticas se observa hoy de manera particular en
América Latina. Es el continente con más referendos en el último decenio. En Francia y
Holanda, lo intentaron una vez en torno a la Constitución europea. Al empoderarse el
pueblo y pronunciarse en contra de la iniciativa, la democracia participativa resultó ser
contraria a la institucionalidad existente. La democracia formal, sin contenido, es más
gobernable para las élites en el poder. Los países donde los referendos y las constituyentes
realmente mueven hacia un cambio por la democracia participativa, como Bolivia, Ecuador
o Venezuela, no son funcionales para tales élites. Con todo, es precisamente ahí donde, por
el momento, más se percibe el sujeto de cambio de esta época.
En Bolivia, uno de los países donde más líneas de exclusión se han juntado en la historia de
los últimos siglos, la tesis del sálvese quien pueda no salvaría a las inmensas mayorías. En
tales circunstancias prevalece el yo no soy si tú no eres. Esta alternativa solidaria y
comunitaria constituye la base social en un proceso de transición. La periferia se vislumbra
entonces como región estratégica en una transición hacia el poscapitalismo. Esto tiene
implicaciones directas para los países centrales y de bumerán, de nuevo, para los
periféricos. Sin embargo, no podemos ocultar los grandes riesgos de los países periféricos
al no estar exentos de eventuales ataques desde el Norte al amparo de la doctrina de la
guerra preventiva.
2. Lo extraeconómico triunfará sobre lo económico
La mencionada nueva división mundial del trabajo, que implica un traslado paulatino del
trabajo productivo hacia los países periféricos, no elimina el histórico saqueo de materias
primas y recursos naturales, ni deja de lado la agricultura de plantaciones multinacionales
para la exportación. Al contrario, la búsqueda de recursos naturales de todo tipo se vuelve
más agresiva, al existir una competencia creciente debido al avance de las economías
emergentes en un ambiente de una mayor escasez relativa de los propios recursos. Dichos
recursos naturales no solo tienden a escasear, sino que sus reservas actuales se concentran
en los países periféricos. Lo mismo pasa con la mano de obra más barata. Estas dos
condiciones, mal llamadas extraeconómicas, son fundamentales para garantizar una mayor
expansión del capital en la esfera productiva en general. Por ende, las naciones periféricas
serán el centro futuro del trabajo productivo por su contenido, aunque sea de manera
temporal a la vez bajo forma capitalista de producción.
Estos llamados factores extraeconómicos colocan en ventaja relativa a los países
emergentes sobre los centrales. Con ello, la lucha y las guerras por los recursos naturales
siempre más escasos se han intensificado en los últimos años, y se intensificarán en el
futuro. De nuevo existen tendencias neocolonialistas que ocupan territorios militarmente,
sea por golpes de Estado como en Honduras, a partir de terremotos como en Haití, o por
medio de las élites reaccionarias locales como en Colombia. Una transición al
poscapitalismo implica además, por consiguiente, una lucha por un cambio profundo en las
relaciones de poder existentes entre el centro y la periferia. En realidad, las guerras por los
recursos naturales tienden a ser perdidas con creciente frecuencia por los países centrales en
general y los EE. UU. en particular, como ha sido el caso de Vietnam en el pasado reciente
y son los casos actuales en Iraq y Afganistán. Los pueblos pobres de la periferia,
acostumbrados a todo tipo de privaciones, poseen más capacidad a la hora de la resistencia
prolongada en defensa de su propio territorio y libertad. Sus luchas son materia de
sobrevivencia, algo que puede ser más poderoso que grandes ejércitos dotados de moderna
tecnología. Esto no elimina el que hoy exista una verdadera amenaza a nivel geopolítico y
militar.
A lo largo de este estudio nos hemos referido a un conjunto de situaciones críticas que
convergen en el siglo XXI y lo caracterizan como una crisis de la civilización. Hemos
abordado hechos y peligros de la presente coyuntura. Uno de ellos la posibilidad de que,
ante una situación compleja de crisis múltiples, las élites dominantes lancen al mundo a un
conflicto militar mayor o a una nueva guerra fría como telón de fondo, más peligrosa que la
anterior por el actual avance de la tecnología militar y de los armamentos en poder de las
grandes potencias, o a una cadena de acciones bélicas en distintos lugares. Lo más preciado
que tenemos como humanidad es la vida, y lo es más en la medida en que pueda
desarrollarse como sujeto colectivo en paz, con libertad, justicia y dignidad. Frente a esto,
se ha desarrollado al extremo una lógica de antivida, vinculada a la ganancia a ultranza y
que ha tomado el comando de los asuntos mundiales más importantes.
La lógica original que alimentó a la humanidad para vivir en sociedad fue la unidad y la
solidaridad para sobrevivir frente a la naturaleza para aprovecharla mejor para su bienestar,
seguridad y progreso, y para reproducirse como comunidad y especie. Es también la
racionalidad de la sociedad que reivindican los movimientos sociales de hoy, aunque, claro
está, a un nivel superior de las fuerzas productivas y su consecuente bienestar material. La
lógica que alimenta a los banqueros, a los dueños del complejo militar industrial y
corporaciones es una muy distinta la codicia y la ambición de acumular dinero y poder,
idealmente sin el uso de la fuerza de trabajo. Esta es una contradicción cada vez más
abismal de cara a la actual crisis de la civilización. O triunfa la lógica de la ganancia sin
límite de unos pocos a costa de todo y todos, o triunfa más bien el derecho a la vida misma,
tanto humana como natural.
Opinamos que, frente al aumento de la escasez de recursos naturales, una medida
ineludible, a corto o mediano plazo, será que los países centrales comiencen a prolongar la
vida media de los productos en general. De esta forma, la riqueza creada de año en año
disminuirá en términos de dinero; sin embargo, la misma riqueza como valor de uso nos
acompañará más tiempo. Al conservar más la riqueza existente, es decir los valores de uso,
el bienestar genuino se incrementará aun cuando la velocidad con la que nueva riqueza sea
creada de año en año disminuirá. Con ello, la economía decrecerá en términos de dinero.
Esta nueva racionalidad conlleva un uso más racional de las reservas naturales del planeta
al disminuir el derroche de las mismas. Por tanto, en vez, de contabilizar la riqueza como
aquel volumen de producto generado cada año en términos de dinero (crecimiento
económico en términos monetarios), se pasaría a ver la riqueza como el producto generado
que realmente satisfaga las necesidades de la comunidad y una riqueza material
que nos acompañe más tiempo (Campanario s/a).
En lugar de visualizar el crecimiento económico como supuesta condición de mayor
bienestar, pero en beneficio del interés privado, se pasa a abordar el bienestar genuino que
nos den aquellos valores de uso demandados por las mayorías a través del tiempo. Así pues,
el valor de cambio individual de la riqueza pierde terreno a favor de su valor de uso para la
comunidad. La durabilidad y utilidad de las cosas que nos acompañen, esto es su valor de
uso, empieza a predominar sobre la cantidad de dinero de cosas que se vuelven a producir y
vender cada año. Con la disminución de la riqueza creada de año en año, el crecimiento
económico se torna negativo y con eso se agota el espacio histórico del capital y, en primer
lugar, el del capital financiero. En tal escenario nos encontraríamos en camino hacia el
poscapitalismo y el entierro del capital financiero, con lo que quedaría claro que las fuerzas
más reaccionarias se hallan precisamente en el club de la élite bancaria y financiera.
Esta contradicción, entre la necesidad de una economía que reafirma la vida y la de salvar
la racionalidad del capital a toda costa, está llegando hoy a niveles extremos que apelarán al
mecanismo primario instintivo más importante del ser humano: su sobrevivencia como
personas, grupos sociales, naciones y hasta como especie. Es una contradicción a la que el
papa Juan Pablo II se refirió como el capitalismo salvaje que confronta a una exigua élite de
poder en contra de los intereses de la humanidad entera, por encima de nacionalidades,
razas, religiones, clases sociales e ideologías. Son dos grandes fuerzas: el poder salvaje de
la barbarie a partir de una acumulación especulativa y parasitaria de dinero, en contra de
una economía que reafirma la vida de las mayorías como seres humanos dignos y en plena
armonía con la naturaleza. Esta contradicción estará en juego en el siglo XXI, y de su
desenlace dependerán la sobrevivencia y la calidad de vida de las grandes mayorías. No
podemos asegurar con certeza que ella desembocará o no en una gran guerra o en muchas
más guerras menores, pero sí podemos coincidir con la frase de Albert Einstein que
encabeza el siguiente apartado.
3. Las amenazas frente a un cambio de civilización
No sé con qué armas se luchará en la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta se peleará
con garrotes y piedras…
Albert Einstein.
No nos es posible concluir que el capitalismo bajo hegemonía estadounidense, a pesar de
las crisis, esté en un punto irremediablemente sin salida. En el pasado, el capitalismo
demostró gran habilidad para adaptarse a nuevas situaciones, aunque siempre con costos
crecientes para la mayoría de la humanidad y con una mayor concentración de poder. El
capitalismo podría eventualmente recomponerse, si bien el costo sería más pérdida de
libertad, democracia, justicia y equidad entre la inmensa generalidad de los seres humanos,
incluso en los países centrales. Una militarización del mundo entero, con represión y
neofascismo a escala mundial, y un control de todos los recursos bajo un esquema de
dominio centralizado, podrían ser parte de esa salida.
Dos tendencias geopolíticas pugnan por abrirse paso: una conduce hacia la reorganización
multipolar del mundo, y otra a la profundización del control unipolar sobre la base del
poder militar de los EE. UU. Esta última se caracterizaría por costos improductivos
ascendentes con un simultáneo descenso en el ámbito productivo, vale decir, la fase
decadente de toda civilización. Sería una fase con resistencia de los pueblos por todo el
globo, incluyendo a los estadounidenses. Las alternativas justo luchan por la vía opuesta:
desconcentración del poder y la riqueza, para empoderar a los pueblos y mejorar la calidad
de vida en una sociedad donde el principio de la cohesión sea la solidaridad. Esto implicaría
redistribuir y democratizar el poder hoy concentrado en una élite muy pequeña,
devolviendo a las sociedades su condición de sujeto de la historia antes que objeto y
víctima de ella.
4. Los límites de un poder sostenido sobre bases improductivas
Desde el descubrimiento de América y en apenas cien años, el 90% de la población
indoamericana fue exterminada, al tiempo que el oro y la plata arrebatados a las
poblaciones originarias fluyeron en grandes cantidades al Viejo Continente,
proporcionando la acumulación originaria que dio origen al capital productivo en la
Revolución Industrial. Las monarquías del continente, y de modo especial en España, se
dedicaron más al consumo suntuario e improductivo basado en las riquezas arrebatadas a
los aborígenes americanos, a África y a Asia, al tiempo que provocaron ahí una catástrofe
económica, humana y demográfica, así como un movimiento de migración forzosa y
masiva hacia América. El hambre, la peste, las guerras, el derroche improductivo,
conspiraciones entre la nobleza europea, presiones fiscales, deuda, manipulación de las
monedas estuvieron en el orden del día en Europa. El consumo improductivo y suntuario de
las cortes españolas condujo al hundimiento de ese imperio durante la gran crisis del siglo
XVII. Sin embargo, la inversión productiva inherente a la revolución industrial provocó
gran auge en Inglaterra, y más tarde se extendió por el continente europeo y los EE. UU.
El colonialismo, primero, aseguró el saqueo y la transferencia permanente de riqueza del
Sur al Norte, acumulación originaria que permitió financiar en gran parte el desarrollo de
los países ricos y sus adelantos en todos los campos. Pero si bien el capitalismo tuvo un
desarrollo netamente productivo, hoy se encuentra en una fase siempre más improductiva y
parasitaria. Hacia el final de los años ochenta del siglo XX y de cara al progresivo deterioro
económico en los países centrales, un nuevo período de reneocolonización se inició con
apoyo de instituciones salidas de Bretton Woods (Organización Mundial de Comercio OMC-, Banco Mundial, FMI, etc.). Es el período de la globalización neoliberal que ha
originado un capitalismo especulativo y parasitario a escala global, que procura dominar el
ámbito productivo en general y los países periféricos en particular.
Hoy, poco más de mil personas poseen capitales superiores a los US$ 10.000 millones,
frente a más de la mitad de la población mundial que vive en pobreza y más de 1.000
millones de personas que sufren hambre. No es ninguna abstracción pensar que, con una
concentración aún mayor de la riqueza y con más guerras, en un corto plazo, la mitad de la
humanidad pueda estar en peligro de extinción por hambre. Incluso con la barbarie y
eliminando a la mitad más pobre del planeta no se resolverían los problemas del sistema,
pues, como hemos afirmado, estos pueblos no son los responsables del agotamiento de los
recursos naturales ni de la contaminación; más bien, con su fuerza laboral, los países
periféricos son el nuevo polo donde se concentra el trabajo productivo. La casi desaparición
de los indígenas americanos no salvó del hundimiento al Imperio Español, ya que acabó
con la fuerza productiva más importante: el ser humano.
El capital comercial y financiero existió antes del productivo. El capitalismo comercial
holandés y su acumulación no condujeron a una revolución industrial en Holanda, sino que
financiaron en forma parasitaria el capital productivo en Inglaterra que luego se impuso
sobre el primero. Durante los siglos XVIII y XIX, el capital productivo reinaba sobre las
anteriores formas históricas. Hoy, la situación se ha invertido de nuevo. Con el transcurrir
del tiempo, y sobre todo en medio de las crisis, el capital bancario y financiero ha
conformado una poderosa élite que, después de la Gran Depresión del siglo XX, estaba ya
muy consolidada. En la actualidad, es un poder que influye en todos los asuntos de relevancia mundial y en los principales asuntos internos de los países. Sus intereses aparecen
detrás de todas las guerras y crisis del siglo XX, del complejo militar industrial, de los
conflictos actuales, de la política de dominación global, de la ingobernable masa de capital
ficticio creada, del consumismo, endeudamiento masivo y deterioro del planeta y en
consecuencia, de la crisis del siglo XXI.
Al respecto, Richard K. Moore (s/a) expresa: “Familias de banqueros como los Rothschild
y Rockefeller han llegado a dominar los asuntos económicos y políticos del mundo
occidental”. En el año 2005, las 450 Personas, familias o corporaciones más ricas
controlaban más del 60% del producto bruto mundial (PBM) y, por ende, el presente y
futuro de más de 6.000 millones de habitantes del planeta. Según Moore, en el centro de la
organización, se encuentran los directores ejecutivos (CEO) de las mayores empresas
financieras y corporaciones estadounidenses en la poco conocida Mesa Redonda de
Negocios (Business Roundtable), una organización de la élite económica de mayor poder e
influencia, que opera desde 1972. La Mesa Redonda, junto al llamado Consejo de Negocios
(Business Council), es el corazón de la comunidad de corporaciones de los más ricos y
ostenta el rol más poderoso dentro de una red de formación de políticas en los EE. UU. y a
nivel internacional. El modo como operan se sintetiza en la siguiente figura:
Figura 1
5. La geoestrategia de la élite financiera en el pasado
Posiblemente de ninguna guerra moderna de alguna importancia estuvo ausente el sector de
banqueros y corporaciones transnacionales, financiando algún lado del conflicto, a menudo
ambos bandos, destruyendo países enteros, arrastrando a millones de seres humanos a la
muerte y finalmente decidiendo quién era el triunfador. En efecto, financiaron a los dos
bandos durante la Guerra Civil estadounidense; a la Rusia zarista mientras también
apoyaban la Revolución Bolchevique; a ambos bandos durante la Primera Guerra Mundial;
al nacional socialismo hitleriano al mismo tiempo que a los aliados que lo derrotaron, y así
por el estilo con casi todas las guerras de los siglos XIX y XX. Son el principal componente
de la élite de poderosos que deciden el presente y el futuro de la humanidad (Moore s/a).
A lo largo del siglo XX, todo un cuerpo teórico y geoestratégico fue desarrollado para
justificar y avanzar en la concentración de la riqueza y el poder en pocas manos a nivel
mundial. Halford John Mackinder, de origen inglés y padre de la geopolítica (1861-1947),
estableció el vínculo entre la geografía, el ser humano y el entorno como base de la
geopolítica. En su ensayo de 1904 The Geografical Pivot of History, describió el mundo
como un sistema políticamente cerrado donde las naciones no pueden ignorar las
incidencias en cualquier punto del globo, idea precursora de la globalización y del
establecimiento de una política de guerra permanente como sistema en las relaciones
internacionales. Mackinder sostenía: “Quien controle Europa del Este (Rusia) dominará el
Centro del Mundo (the Heartland), quien controle el Centro del Mundo dominará la Isla
Mundo (Eurasia) y, quien domine la Isla Mundo dominará el mundo”.
El geopolítico estadounidense-holandés Nicholas Spykman aportaría después los conceptos
de contención y Rimland, refiriéndose al anillo de países cercanos que, por su vecindad,
tamaño, importancia, población y riquezas, pudieran ser susceptibles de alianza como la
Unión Soviética, o posteriormente con Rusia y China. La política de contención sería más
desarrollada luego por George F. Kennan, y serviría de base para impulsar la derrota
soviética.
Las ideas de Mackinder se convirtieron en pieza clave de la política exterior británica a lo
largo de la primera mitad del siglo XX y las dos guerras mundiales. Estas ideas no
desaparecieron tras la Segunda Guerra; por el contrario, los EE. UU. las fortalecieron. Uno
de sus fervientes defensores es Zbigniew Brezinsky, actualmente asesor en política exterior
del presidente Barack Obama, quien ha preconizado la utilización de Europa y de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) como punta de lanza para cercar a
Rusia y a China. Sobre esta base, se legitimó ante la gente el negocio de la Guerra Fría: el
temor al comunismo.
Eurasisa: Hearthland y Rimland
(El centro del mundo y el vecindario)
Eliminado el pretexto ideológico con el derrumbe del campo socialista, es ahora más claro
que el objetivo de una nueva guerra fría sería impedir la expansión o las alianzas entre
Rusia, China, Irán o con otros países de Asia y más allá; y asegurar un corredor de entrada
por Asia Central hasta Siberia para posesionarse de las riquezas minerales y energéticas de
esta región del mundo. Como dijimos, la política recomendada por el asesor Brezinsky ha
sido el cerco sobre Rusia y China.
Una alianza del triángulo Rusia, China, Irán, quizá India y otros, resulta inaceptable para
los EE. UU., tal como lo es el tratado de cooperación de Shanghái. Esto convierte a Eurasia
en el primer escenario de una gran guerra, o de muchas menores, en el marco de una nueva
guerra fría impulsada por los EE. UU. y la OTAN.
6. La geoestrategia: presente y futuro
Los ricos campos de Siberia y Asia Central están en el ojo de los grandes capitales de
Occidente. La estrategia estadounidense actual conduce a dividir a Rusia y China para
acabar con su competencia en el plano económico y militar, y prevenir posibles alianzas
con países europeos. Esta estrategia, sin embargo, presenta variantes sumamente peligrosas,
como la actual instalación de armamentos de los EE. UU. lo más cerca posible de la
frontera entre Rusia y China para poder asestar un primer golpe nuclear, el llamado first
nuclear strike. La reinstalación de una nueva guerra fría está tras las entregas masivas de
armamentos y planes para instalaciones de misiles, supuestos interceptores, y la
provocación de conflictos con los vecinos de estos países han suscitado fuertes, reacciones.
Moscú ha manifestado preocupación por la expansión de la OTAN con sus bloques
militares cada vez más cerca de las fronteras de Rusia. Se informa que los EE. UU, además
de sus escudos antimisiles en Europa Oriental, ha instalado unas 480 B61 bombas
termonucleares en cinco estados no nucleares: Bélgica, Alemania, Italia, Holanda y Turquía
(Chossudovsky s/a). Sobre esta base, Rusia anunció, en febrero de 2010, que recurrirá a
armas atómicas si se ve amenazado, que responderá militarmente ante cualquier ataque a
sus aliados y que considera legítimo utilizar sus Fuerzas Armadas fuera de sus fronteras
para defender los intereses rusos. Criticó asimismo la aspiración de dotar al potencial
militar de la OTAN de funciones globales ejercidas en violación del derecho internacional
(EFE 2010).
El paso a la acción no se hizo esperar. Primero, Rusia amenazó con instalar sus misiles
nucleares en Kaliningrado, en la frontera con la UE. Por su parte, Rossiyskaya Gazeta
(2010) informó acerca de un regimiento de defensa antiaérea emplazado recientemente en
las afueras de Moscú, y presentó a los periodistas como verdadera obra maestra de los
armeros rusos el sistema antiaéreo S-400, que “no deja pasar ni una mosca”. En Europa,
cundió el nerviosismo, porque no quieren ser la puerta de entrada de otra guerra mayor.
Pascal Mallet (2010) informó que los aliados europeos de la OTAN estaban urgiendo al
presidente Obama a retirar sus armas nucleares de Europa. Además, Bélgica, Alemania,
Luxemburgo, Holanda y Noruega demandarían el próximo retiro de las cabezas nucleares
mayormente instaladas en Italia y Turquía.
7. El lugar y el rol estratégicos de América Latina y el Caribe
América Latina y el Caribe son hoy de una enorme importancia estratégica para los EE.UU,
igual que lo fueran durante la Segunda Guerra Mundial, porque son su principal reserva
estratégica segura de cara a la aventura militar de envergadura que se plantea en Eurasia.
Nuestra región posee los climas necesarios para cultivar todos los alimentos que existen, así
como amplias reservas de hidrocarburos, minerales, agua y de la biodiversidad que aún
queda en el planeta. A principios del año 2008, los EE. UU. desplegaron su Cuarta Flota en
mares latinoamericanos y caribeños, lo que sin duda representa una amenaza a su seguridad
y a la de sus recursos naturales. La región se ha visto empujada a adquirir e invertir en
nuevos equipos y tecnología militares y, por tanto, a derivar valiosos y necesarios recursos
productivos para nuestros pueblos hacia el sector improductivo de armamentos. Esto, en
última instancia, únicamente beneficia al complejo militar industrial occidental.
Frente a esta situación, resulta estratégico que los pueblos y gobiernos latinoamericanos y
caribeños preserven esta región como una zona de paz alejada de los conflictos militares de
los EE. UU. y de otras naciones. Por esta razón, su lucha principal debe orientarse a
impedir la militarización y la intervención estadounidense en ella, como una mecida de
sobrevivencia de todos, con independencia de su pensamiento político, credo religioso o
posición social. Esto implica impedir una nueva era de autoritarismos y avanzar en la
construcción de un sistema basado en libertad, paz, democracia y justicia social. Ha llegado
el tiempo para América Latina y el Caribe en que todas las fuerzas sociales se sienten a
construir un proceso de unidad en la diversidad, comenzando con la integración regional y
los mecanismos que ello implica.
En los últimos años, hubo claros avances de unidad e integración latinoamericana y
caribeña en materia de soberanía, como el rechazo unánime a la presencia de la Cuarta
Flota en sus mares; la unidad de todos los gobiernos en rechazo del golpe de Estado en
Honduras; el rechazo a las bases militares estadounidenses en la región; además de
propuestas que surgen en el ámbito civil como la Unión de Naciones Suramericanas
(Unasur) y otros foros regionales, la reciente propuesta de una Organización de Estados
Latinoamericanos sin los EE. UU. ni Canadá hecha en Cancún (México), representan a
nuestro modo de ver avances notables en el camino de la integración para la sobrevivencia
y deben ser estimulados por todos los pueblos y las fuerzas sociales y políticas regionales.
Este camino conduciría a la desconexión de un proceso de globalización en función de
intereses ajenos, con un proceso de reconexión sobre reglas de juego diferentes que apunten
a la autodeterminación, lo que permitiría -si bien todavía no garantizaría- una reconexión
con intereses de los propios pueblos latinoamericanos y caribeños.
Es recomendable no caer en la trampa de entrar en una carrera militarista ni en la
militarización del continente. Lo recomendable es una defensa con baja inversión en
armamentos, con unidad continental y métodos no convencionales. Con eso sería posible
dar una respuesta adecuada ante cualquier agresión. La inmensidad del territorio facilita su
autodefensa, pues no ha sido inventado aún el método militar para controlar un territorio
nada más con aviones, barcos y bombas. Esto se demostró antes en Vietnam y Nicaragua, y
se comprueba ahora en Iráq y Afganistán. Toda presencia militar estadounidense en
nuestros territorios y mares es altamente peligrosa y debe ser rechazada, porque resta fuerza
a la autodeterminación; y ante la eventualidad de una gran guerra, aquel país
latinoamericano y caribeño con una base militar de los EE. UU. se convierte en objetivo de
ataque eventual, incluso con armas nucleares, sea por parte de los enemigos de ese país, sea
por parte del terrorismo internacional. Por esto, es preciso generalizar la lucha sostenida y
unificada contra toda base militar estadounidense y toda intervención extranjera en los
asuntos internos en la región, así como exigir el retiro de las flotas ajenas de sus mares. Es
preciso responder como región frente a cualquier agresión externa, amenaza o intervención.
Para eso es oportuno crear mecanismos regionales propios para la solución de conflictos,
sin intervención extrarregional.
Llamamos a los líderes latinoamericanos y caribeños a cobrar plena conciencia del actual
momento histórico, y a no caer en la tentación de retóricas o confrontaciones innecesarias,
o en manos de la ambición o del autoritarismo. La libertad, la justicia y la democracia
integral no son negociables, ya que constituyen un preciado patrimonio conquistado por
nuestros pueblos. Nuestra lucha, la de los pueblos, es por la vida misma, y ello demanda en
primer lugar la lucha por la sobrevivencia de todos. En medio del sálvese quien pueda
extremo, con amenazas de una gran guerra, más que nunca se revelará la necesidad de la
ética: yo solo soy si tú eres. Terminamos recordando de nuevo la frase de Julio César,
divide y vencerás, como el lema de los dominadores, con la intención de destacarla como
antítesis de los pueblos en busca de su libertad y autodeterminación: únanse y vencerán.
A manera de conclusión, hemos tratado de describir las principales crisis de la época que
vivimos y sus peligros, desde una óptica realista. Las diversas crisis simultáneas, a nuestro
modo de ver, no simplemente convergen en una crisis más del sistema capitalista, sino en
una crisis de la civilización. No ha sido nuestro propósito criticar a ningún país, gobierno,
raza o grupo social, pero sí hacer un llamado de atención documentado sobre el poder
destructivo de una minúscula élite mundial, cuya codicia ha llevado al mundo al punto en
que nos encontramos, y el peligro que representa al concentrar y administrar la mayor parte
de la riqueza y el poder para su exclusivo beneficio. Hasta los años ochenta, había dos
opciones principales: el socialismo del siglo XX o el capitalismo del siglo XX. La primera
se hundió con la caída del campo socialista, y la segunda se está hundiendo con la actual
crisis de la civilización. Emerge el enorme reto de construir una opción alternativa para la
humanidad sobre la base de valores que reafirmen la vida misma de las mayorías. Para ello
no sirve revivir modelos superados ni un sistema preconcebido. Una cosa que queda de la
historia pasada es el deseo de la inmensa mayoría de la ciudadanía mundial de vivir en paz
con libertad, justicia, respeto mutuo y democracia integral. Pensamos que esto es posible y
a eso debemos dedicarnos con decisión.
Bibliografía
AGENCIA DE NOTICIAS EFE
2010 Nota de prensa. 06.02.2010.
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Hegemonía del valor de uso social avanzado: clave para superar las
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www.globalresearch.ca. Fecha de la visita: 12.02.2010.
GOLDSTEIN, Fred (editor)
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MOORE, R. K
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ROSSIYSKAYA GAZETA
2010 s/t. En Rossiyskaya Gazeta [Moscú]. RIA Novosti, 19 de febrero.
Postfacio
¿Cómo salvar a los pueblos y no a los banqueros?
Wim Dierckxsens
Hacia fines de julio de 2011 se vislumbraba por primera vez ante el público la amenaza de
una bancarrota no solo en los países periféricos o en uno que otro país europeo, sino hasta
en los propios EE. UU. Con ello el pánico se hace presente, el precio del oro se dispara y se
anuncia cada vez más la llegada de una nueva gran depresión. No estamos entonces ante
una nueva recesión o doublé dip, como aún nos hacen creer los medios masivos
corporativos sino ante la Gran Depresión del Siglo XXI. Hasta los mismos datos del Bureau
of Economic Analysis (BEA) de EE. UU, reajustados en 2011, el PIB norteamericano
sufrió en el último cuatrimestre de 2008 una contracción de 8.9%. Según datos del mismo
bureau, que suelen ser reajustados hacia abajo, el año 2009 mostró un crecimiento negativo
de 3.5%. Los datos del PIB por persona y ajustados por inflación, muestran que EE. UU.
está en recesión desde el segundo semestre de 2005 (The Economist, 6 de agosto de 2011;
p.28). Las causas de esta depresión las tenemos que buscar más atrás en el tiempo.
Desde finales de los sesenta del siglo pasado la tasa de ganancia descendió en la esfera
productiva visto por su contenido. Bajó, en otras palabras, en aquellos sectores donde se
genera valor y plusvalía. La razón es que desde la segunda guerra la vida media del capital
fijo se ha reducido paulatinamente a tal grado que el costo de la renovación tecnológica no
puede ser compensado por una rebaja aún mayor en el costo del trabajo al emplear esa
tecnología. Por tratar de obtener la tecnología de punta en la competencia, se reduce su vida
media y por ende, la tasa de beneficio. Desde entonces el keynesianismo está en crisis y
surge el neoliberalismo. Es la hora de buscar mano de obra más barata fuera de los países
centrales y/o importar mano de obra barata desde países periféricos. Al flexibilizarse el
trabajo con ello mundialmente, el ejército de reserva adquiere escala mundial. Con ello
aumentó el grado de explotación en la economía real. No se observa en los países centrales
un vuelco del capital hacia la esfera productiva, sino el capital busca a toda costa abandonar
esa esfera productiva.
Cada vez más capital se refugia en el mundo fantástico de la auto-expansión del dinero. Es
decir busca realizar su ganancia y acumulación en el ámbito especulativo e improductivo
desde la óptica del contenido. Las ganancias aquí obtenidas tienden a ser más elevadas pero
no contribuyen a aumentar la riqueza real. Son títulos que reclaman participar en la riqueza
real generada pero sin crearla. Es capital ficticio con ganancias ficticias se desarrollan como
formas de apropiación y concentración de la riqueza real generada a nivel mundial. Las
ganancias así obtenidas reflejan la lucha por el reparto de la masa de plusvalía generada sin
que la misma aumente. Lo anterior demanda una política de desregulación neoliberal.
En la era neoliberal, se inició a partir de los años setenta, una desregulación del sistema
financiero. Las medidas adoptadas promovieron el desarrollo exponencial de la banca de
inversión y de nuevos instrumentos financieros (derivados). Con ello se generaron grandes
redes financieros sin controles ni trabas jurídicas o fiscales. El capital financiero recurre
durante las últimas décadas a la expansión exponencial de crédito para financiar sus
apuestas a futuro. Lo anterior se traduce en una expansión exponencial de títulos en los
mercados financieros, sostenida por una pirámide inversa de crédito, sin mayor crecimiento
en de la riqueza real en la base. En otras palabras, con el neoliberalismo, entramos a una
economía de casino cada vez más global. En tanto la perspectiva de apropiación y
concentración de la riqueza real existente se mantenga, el crédito servirá para financiar ese
movimiento especulativo. Este espiral alcista no solo genera ganancias (ficticias), sino son
una palanca para la apropiación cada vez más global de la riqueza mundial real.
El tamaño actual de la pirámide invertida de títulos construida sobre la base cada vez más
angosta de riqueza real evidencia la magnitud del capital ficticio y de sus ganancias
ficticias. El Bank for International Settlements (BIS) en su Quartely Review de junio de
2011, reportaba haber recibido datos bancarios hasta diciembre de 2010 por un total de 601
billones de dólares en derivados emitidos. Este monto es más de diez veces el Producto
Mundial Bruto. Esta cifra subestima el total realmente emitido según autores como Trace
Mayor (The great credit contraction), quien estima la magnitud de los derivados emitidos
en 30 veces el PIB mundial. La estrategia del desarrollo de esta gigantesca pirámide
invertida que parece una locura, es construir palancas para acaparar una parte creciente de
la riqueza global generada. Tratase de una política de subordinación a las redes financieras
globales no solo de países periféricos como los latinoamericanos, sino como proyecto final,
incluso hasta potencias como la Unión Europea y los EE. UU.
La creación de la zona euro y a la Unión Europea es una política para no ser absorbidos por
los tentáculos de esos pulpos financieros. La actual amenaza de bancarrotas de estados en la
Unión Europea y hasta de EE. UU. parece revelar que ni siquiera los imperios económicos
podrán escaparse a los tentáculos de la Red Financiera Global. Su unidad central se
encuentra en los Fondos Financieros de Inversión Global (FFIG) y donde las gerencias
estratégicas se encuentran en la banca grande, la gran industria, el gran agro, etc. Es una red
diversificada que opera con un máximo de anonimato y clandestinidad donde se controla y
se disputa el control de las principales multinacionales, transformándoles en redes
financieras globales (Vea, Formento y Merino; p.118). Estas redes operan como “Estados
Privados sin fronteras ni ciudadanos” que no rinden cuenta de nada a nadie (Vea
Dierckxsens, 2011; 104-108 y 152-155).
El espacio nacional norteamericano deja de ser punto de partida del gran capital financiero
global en la lucha por el nuevo orden global. Este capital deja de tener un compromiso con
los ciudadanos de países centrales con larga historia socialdemócrata. La FFIG es el actor
central actual y tiene la pretensión de agenciar, es decir, de ser sujeto social para crear un
Estado global sin compromiso con nación alguna ni con sus ciudadanos (Vea, Formento y
Merino, Crisis financiera global, 2011; p. 118-19).
La red financiera global desarrolla una guerra de clases desde arriba a nivel global. Sin
embargo, su dilema es volver a la esfera productiva con una tasa de beneficio atractiva.
Cuanto más se desarrolla el pirámide invertido de crédito, más se manifiesta la dificultad de
poder reconectarse el capital con el sector real de la economía. El arma del crédito perpetuo
podrá apuntar así contra el propio capital el cuál se destruye con su propia arma como
señalaron Bonefeld- Holloway en 1995, pp. 8 y 20-22). La prolongación de la actual
depresión y su posible desenlace no solamente podamos ver como una amenaza, sino
también constituyen un mensaje de esperanza. Las recesiones se están haciendo cada vez
más largas y profundas afectando a los pueblos en cada vez más lugares. Como observamos
en el año 2011, la guerra de clases desde arriba y sin fronteras ha generado como respuesta
una lucha de clases sin fronteras desde abajo.
La lucha por la configuración del orden mundial en la actual crisis
La actual crisis es la expresión de una lucha por el re-reparto de la riqueza global. Este
reparto ya no supone el control de territorios geográficos como fue el caso en las anteriores
guerras mundiales. El capital financiero global guerrea por más áreas de influencia para
instaurar un orden global bajo su hegemonía con la creación de un Estado global. Tratase
de gerenciar como sujeto social una nueva forma de organizar las relaciones de poder a
nivel mundial. Esta crisis, contradictoriamente, abre espacios para que surja un sujeto
popular sin fronteras. Una rebelión cada vez más globalizado podrá generar un sujeto
colectivo y agenciar un cambio civilizatorio. Asimismo la crisis abre caminos para
confrontaciones más abiertas entre grandes bloques capitalistas a fin de evitar quedar
subordinados. Las mismas confrontaciones dan pie a restauraciones neoconservadoras para
conservar su poder históricamente construido. Los movimientos xenofóbicos y el ascenso
del neofascismo de hoy se basan sobre la exclusión ascendente, al igual que en los años
veinte del siglo pasado.
Con la exclusión y el aumenta del ejército industrial de reserva hay pérdida de derechos
económicos y sociales, es decir hay pérdida de ciudadanía. La exclusión ascendente en
países periféricos tiende a generar rebeliones que suelen cuestionar el sistema excluyente
vigente. En los países centrales, en cambio, reivindican hoy la legitimidad de la inclusión
sin cuestionar el sistema. Con ello se propaga la legitimación de mi inclusión a costa de la
exclusión de otros. Al sustituir una modalidad de exclusión, vía el mecanismo del mercado,
por otra, vía la pertenencia o no a determinada condición cultural, racial, origen nacional,
etc., se deshumanizan aún más las relaciones sociales. Históricamente, la burguesía, o
fracción de ella, ha capitalizado con populismo las peticiones de inclusión corporativa en
un Estado corporativo. La no exclusión de los ciudadanos elegidos de la nación dependía de
la no exclusión de la burguesía no hegemónica en la competencia global. Los proyectos
fascistas populares se supeditan finalmente al proyecto burgués. Al producirse esto,
aumentaba el riesgo de una guerra mundial. (Dierckxsens 2011; p. 159-165).
La imposición del poder global hoy responde a otra lógica. Lo más destacado en el análisis
de Formento y Merino (pag. 58) es la afirmación que "para las redes globales se vuelve
necesaria la superación de EE. UU. como única superpotencia mundial y avanzar hacia la
nueva forma imperialista sin país central como potencia hegemónica excluyente [...]. En
este sentido, EE, UU. ahora se convierte en obstáculo en su forma de país central
hegemónico unipolar unilateral o trilateral para el desarrollo de los intereses
angloamericanos globalistas. El bloque de poder anglo-americano-global cuenta con la
fracción de capitales financieros transnacionales con redes de mayor desarrollo global
como Citygroup, Lloyd's Bank, HSBC, la red Rotschild, Shell, Barclays entre otros. En
términos políticos este grupo está mejor representado por los Demócratas desde la
administración de Clinton y hoy en día con la administración Obama y Madame Clinton en
primera línea.
Para las redes globales, siguen Formento y Merino, “solo debe haber colonias no países
colonizadores; incluso estos mismos devienen en territorios a colonizar”. Tratase de un
imperialismo desplegado en una red jerarquizada de ciudades financieras globales: Nueva
York y la city de Londres como su eje central y con sus nodos locales en París, Tokio
Shanghái, Frankfurt, Moscú Singapur, Hong Kong, Dubái, Abu Dabi, Bombay, Sídney,
Johannesburgo, Sao Paulo, Buenos Aires, México, etc. Estas city's son los nodos
principales de los que darían forma al Estado Global y donde la división global de trabajo
asigna las funciones a cumplir en cada espacio regional.
A esta política hay oposición del bloque de poder americano dentro de EE. UU. Estas
fuerzas conservadoras buscan mantener a toda costa la fortaleza del imperialismo
norteamericano como potencia hegemónica. Para ello es preciso mantener el dólar como
moneda mundial con lo que mantiene a la vez su poder militar. Precisa asimismo
fortalecerse ante otros bloques. Este proyecto político si parte todavía de controles
geográficos. Dentro de su lógica es preciso anexar América Latina a través de tratados de
libre comercio (TLC's) y consolidar un plan de defensa continental. Los proyectos
latinoamericanos tales como el ALBA, UNASUR o el Consejo de Defensa del Sur van en
contra de dicha política. El despliegue de la Cuarta flota de EE. UU. coincidió con el
proceso de conformación del Consejo de Defensa del Sur. En el mismo momento que se da
el golpe de Estado en Honduras, a fin de quebrar las posibilidades de desarrollo de un
bloque de poder suramericano autónomo, se instalan siete bases militares en Colombia para
consolidar la plataforma del Pentágono.
Este bloque de poder americano apunta a la estrategia de un unipolarismo unilateral
(Pentágono) o con bloques regionales con la primacía de EE. UU. (Breczinsky). Cada vez
menos se logra consolidar este proyecto. Este bloque de poder cuenta con la fracción
financiera de JP Morgan, Bank of America, Goldman Sachs, los farmacéuticos, Exxon
Mobil de Rockefeller entre otros y, esto junto con el Pentágono. En términos políticos este
grupo fue mejor representado por los Republicanos bajo la administración Bush. La
debilidad y retraso en términos económicos de esta fracción americana de poder fue
compensada por la política militar. Después de perder las elecciones a medio término en
2010, el programa de línea anglo-americana-globalista encuentra serias dificultades de
imponerse. Con ese empate se abre más el camino para una tercera fuerza conformada por
los sectores populares avanzando hacia un proyecto no-imperialista (Vea Formento y
Merino, pp. 63-79).
No se puede descartar de antemano que el capital hegemónico logre crear un Estado global,
ni tampoco lo contrario. En las últimas décadas ya hubo una impresionante apropiación de
la riqueza social por algunos pulpos financieros. Ya anexaron muchos países periféricos
como los latinoamericanos y hoy apuntan sus armas contra la Unión Europea y hasta los
propios EE. UU. Es mediante la multiplicación del capital ficticio de manera piramidal,
como títulos o derechos sobre una fracción cada vez mayor de riqueza real producida año
en año en el mundo, que se obtiene el control efectivo sobre su proceso de reproducción.
Este poder trans-nacionalizado como Estado global busca la implementación de su propia
moneda global y para ello está dispuesto a acabar no solo con el ámbito de influencia del
Euro sino hasta con la hegemonía del propio Dólar (Vea Formento y Merino p. 21).
La crisis actual, entonces, no es solamente un caos económico o pánico que nos sobreviene,
sino es el escenario de una puja de intereses por gerenciar los procesos económicos y
políticos a escala mundial. Esta puja tendrá sus triunfadores y perdedores dentro y entre los
propios poderes económicos. Al interior de los mismos EE. UU., se observa una puja de
intereses económicos que hacen de la crisis financiera global una lucha política estratégica
y que adquiere forma de guerra financiera-política-mediática. En medio de esta puja de
intereses el bloque de poder financiero anglo-americano se divide en dos y su
enfrentamiento se hace cada vez más profundo y global. Formento y Merino (página 9)
señalan por un lado el bloque financiero americano yanqui más conservador en franco
retroceso y el bloque de poder financiero globalista por el otro. El último busca crear un
Estado global sin fronteras geográficas ni ciudadanos. El último bloque financiero se ancla
en ningún territorio geográfico, es decir ni en EE. UU. Su territorio, más bien, es de carácter social. Esla nueva “territorialidad social” supone y requiere una nueva forma de
Estado: un Estado-red financiera global con soberanía sobre un territorio social.
Las características centrales que adopta el Estado-Red-Global puede resumirse así:
a) Constitución de un Gobierno Global articulado a través del G-20 como ámbito del
multilateralismo unipolar. A ello se contrapone el multilateralismo multipolar que
pretenden otros bloques de poder. Los últimos luchan por no ser subordinados.
Podamos mencionar aquí los BRICS con cierta hegemonía china, la Unión Europea
y UNASUR;
b) Un desarrollo de una red imperialista global conformada por una red de ciudades
financieras globales como medio de territorialidad social. Su forma estatal lo
constituyen las estructuras de gerencias estratégicas de la red de las city 's. Su
cerebro son las redes financieras globales con los fondos financieros de inversión
global (FFIG's). A esto se lo oponen los bloques de poder regionales mencionados
arriba;
c) Dinero global electrónico a través de derechos especiales de giro (DEG's) del FMI u
otras formas manteniendo siempre a las redes financieras globales como centro.
Esta política implica la desaparición del dólar como moneda hegemónica y la
desaparición de la Reserva Federal como banco central global. A ello se opone el
bloque financiero norteamericano que busca mantener la hegemonía de su país.
d) Máxima liberalización del comercio mundial a través de la OMC;
e) Desarrollo de Fuerzas Armadas Globales a través de la OTAN y los cascos azules
de la ONU;
f) Democracia global virtual-ficticia, con mayorías desorganizadas y desmovilización,
o sea, ciudadanía global-súbito de la soberanía mediática financiera (Vea, Formento
y Merino p. 57 y 58).
Los ataques especulativos en la crisis crediticia de 2007- 2008 estaban dirigidos a salvar los
bancos en los países centrales debido a las deudas contraídas. Fue cuando los estados se
endeudaron para intervenir con un plan de salvataje billonario. La segunda ola de ataques
especulativos se dirige a las deudas públicas contraídas por los gobiernos de los países
centrales. La importancia de las calificadoras de riesgo en esta ola especulativa es muy
grande. Muchas entidades, como los fondos de pensiones, con inversiones billonarias, están
atadas a las calificaciones de deuda y por reglamentación siguen automáticamente estas
calificaciones. Al momento de bajar la calificación de la deuda de un país, la venta de
bonos (obligaciones) es masiva y consecuentemente baja su precio al tiempo que aumenta
la tasa de interés para contraer nuevos créditos. Estos nuevos créditos se obtienen bajo
severas políticas de ajuste estructural bien conocidas en América Latina desde los años 80
del siglo pasado. Para que se instaure el Estado red-global precisa subordinar tanto la Unión
Europea y su zona euro como EE. UU. y el dólar. Las (amenazas de) bancarrota son su
arma. La depresión implica un creciente déficit reforzando las posibilidades de quiebra o
bancarrota, como se dio en la Argentina de 2002.
Las fuerzas angloamericanas globalistas frente al euro
Hay tres grandes calificadoras de riesgo en el mundo: Standard & Poors, Moody's y Fitch
Ratings. Fitch Ratings está relacionado con el Banco de Francia y Renault y opera más en
consonancia con la política de Bruselas. La baja de calificación de la deuda griega tenía
como objetivo dar un paso hacia una mayor centralización del gobierno europeo. La S&P
con centro de operaciones en la city de Londres es parte de la red financiera más global que
opera con Barclays, entre otros. Fue la primera en bajar la calificación de la deuda española
alentando el efecto contagio sobre toda la periferia europea. Sobre esta base comenzaron a
montarse los ataques especulativos, centrados en contratos de seguros, o Credit Default
Swaps (CDS), ante la eventual bancarrota de dichos países. Así logran encausar la llamada
crisis europea y con ella la segunda ola de la crisis global de 2011.
CDS son derivados de créditos que actúan como si fueran pólizas de seguros ante el riesgo
que un crédito (deuda pública en este caso) no se pague inducido por la baja en la
calificación de riesgo y/o ante un eventual aumento en la tasa de interés debido a esa
calificación. Los Credit Default Swaps e interest rate swaps son el mercado por excelencia
de la city de Londres y Wallstreet. A través de los mismos se puede producir un golpe
financiero a un país o incluso a varios países a la vez, como los mal llamados PIGS. El
objetivo de los angloamericanos globalistas no necesariamente es forzar la bancarrota
formal de los países en la periferia europea y que salgan del euro. Ello debilitaría la
eurozona e implicaría grandes pérdidas para los banqueros alemanes y franceses. También
podría implicar la detonación de todo el mercado de derivados antes de haber subordinado
al dólar. Ello significaría una victoria del imperialismo norteamericano.
El rescate mediante el otorgamiento de dinero para cubrir el déficit con ajustes y
privatizaciones sirve en el corto plazo al bloque europeo, pero a mediano plazo podría
beneficiar a los globalistas. Mediante el plan de rescate de los PIGS, hay un aumento en la
transferencia del riesgo de los países periféricos hacia los países centrales de la zona euro.
Los pueblos de Alemania, Finlandia, Holanda, Austria y Francia entre otros, han de tributar
dinero para estabilizar en apariencia a los países periféricos. En esencia han de salvar a los
bancos franco-germanos y para ello el proyecto franco-alemana es trabajar hacia una
integración fiscal de la Unión Europea. Ello implicaría la transferencia de impuestos de
Norte a Sur. Esta transferencia ya encaminada, ha aumentado la resistencia popular en los
países del Norte. He aquí el riesgo que los países del Norte de la zona salgan del euro.
El propósito final del proyecto franco-alemán es evitar quedar completamente subordinado
al capital financiero global. En su enfrentamiento el proyecto franco-alemán es una política
de ajuste-ahorro-inversión-producción-exportación-superávit. Para este proyecto, los
europeos encuentran aliados tácticos en China y Rusia. Juntos formarían el Bloque
Continental euro-asiático tan temido desde la primera guerra mundial. Con ello agudizan la
contradicción no solo con las fuerzas angloamericanas globales sino también con los
conservadores imperialistas de EE. UU. De ahí el traslado de la guerra de países petroleros
hacia países que puedan impedir la integración de ese bloque. El mayor temor angloamericano es que la zona euro se convierta en una gran Alemania, integrada para colmo con
China y Rusia en el gran Bloque Continental euro-asiático. Los tambores de una guerra con
China misma suenan cada vez más duros.
El objetivo del bloque continental euro-asiático es impedir la institucionalización del
Estado global. La política es: a) que se profundice la brecha entre países con superávit
comercial y fiscal como Alemania y China frente a países con un déficit comercial y fiscal
como EE. UU. y, b) que se profundicen medidas proteccionistas y de guerra económica
entre bloques. Debido a la debilidad relativa de su sector financiero, los chinos y alemanes,
profundizan la brecha para impedir ser subordinados, mientras las fuerzas angloamericanas
se benefician con el negocio de la deuda y procuran así reducir la brecha. El eje francoalemán prosigue un consolidar su bloque propio con una moneda fuerte e integración fiscal
o sino quedan subordinados a las fuerzas angloamericanas (Vea, Formento y Merino, Ob.
Cit.)
Las fuerzas angloamericanas globalistas frente al dólar
El objetivo estratégico del proyecto angloamericano global es hacer tambalear no solo al
euro sino también al dólar. Fue finalmente hacia fines de julio de 2011 que S&P bajó por
primera vez en la historia la calificación de la deuda estadounidense advirtiendo con ello
sobre el riesgo de que la principal potencia del mundo no estará en condiciones de pagar
todas sus obligaciones. Inmediatamente había pánico en el mundo entero. Los banqueros
globales parecen estar destruyendo deliberadamente el sistema financiero actual y crean
este efecto shock necesario para instaurar otro. En medio de este pánico los banqueros
globales procuran lograr reemplazar al dólar y la Reserva Federal por una autoridad
monetaria global dirigida directamente por banqueros globales liberados de todo control
gubernamental hasta del norteamericano. (Vea John Truman Wolfe, A Greek tragedy, part
III).
Moody's, la tercera calificadora de riesgo, está muy relacionado con Goldman Sachs y
opera con el bloque conservador del imperialismo norteamericano más activo en la primera
ola. En la segunda ola, la empresa calificadora apuntaba sus presiones hacia el bloque
angloamericano-global, amenazando con las rebajas en calificaciones de deuda británica y
de EE. UU. e incluso planteaban buscar la forma de incorporar a ambos países como parte
de los PIGS (Vea, Formento y Merino, pp. 106-11). En el escenario de avance de las
fuerzas globalistas, los polos de poder acorralados deben asegurar sus bloques. En este
sentido, los sectores norteamericanos no globalistas necesitan que el dólar se mantenga
como moneda internacional y de reserva, garantizar su dominio con el complejo industrial y
militar, mantener, con el Pentágono, el control sobre Medio Oriente y sus reservas de
petróleo y deben jugar a fondo en su intervención en América Latina. Esta fracción
financiera retrasada del polo de poder angloamericano está anclada en el
neoconservadurismo y es la fracción que lleva el conflicto más fácilmente al terreno del
enfrentamiento político y militar. Estos sectores necesitan perpetuar el viejo imperialismo y
despliegan una estrategia neoconservadora, fundamentalista, militarista y, por ende,
neofascista.
A medida que se profundiza la lucha, la fractura se hace más visible favoreciendo el
desarrollo de movimientos sociales con rasgos fascistas como el Tea Party. El
enfrentamiento al interior de los EE. UU. pasa a un nuevo momento a partir de noviembre
de 2010. En las elecciones a medio término de la administración Obama gana el Tea Party.
Los rasgos neo-fascistas que ya se veían con Bush se acentúan. A partir del empate
hegemónico, el Tea Party moviliza la militancia contra el enemigo de la nación: Obama y la
oligarquía financiera global con sede en la city de Londres y Wall Street Nueva York. Son
estos centros de poder que quieren destruir el “sueño americano”. La fracción
neoconservadora impone en su agenda achicar la inversión pública (salvo el militar), frenar
cualquier alza en los de impuestos, unilateralismo y militarismo en la política externa y
oscurantismo en el orden ideológico y cultural.
La situación estratégica de empate hegemónico hoy en día da cuenta de que el final de la
batalla está muy abierto. Los sectores subordinados históricamente en EE. UU. se
fortalecen con ese empate lo que abre espacio también para movimientos sociales
contestatarios. El devenir político de Obama es una incógnita. (Vea, Formento y Merino,
pp. 61-62, 79 y 153-154). La nueva fase de la crisis con guerra de divisas, guerra comercial
y aumento del proteccionismo indica que la situación estratégica internacional avanza hacia
una profundización del enfrentamiento inter-imperialista. Una nueva gran guerra política y
militar en escenarios centrales, todavía no parece tan cerca, pero cada vez menos puede
descartarse.
¿Cómo salvar a los pueblos? o la lucha por otra civilización
Con la depresión del siglo XXI entramos a una crisis de legitimidad generalizada a nivel
planetario. Pareciera que en 2011 se vislumbra el comienzo de una nueva era de rebeliones
y revoluciones, tal como aconteció en Europa en 1848. Podemos hablar de un despertar
político y una toma de conciencia universalizables. Aunque este despertar se materializa en
diversos países y regiones bajo circunstancias diferentes, cada vez adquiere un carácter más
global. Lo que sucede hoy no es simplemente una rebelión en un país o región como África
del Norte o Europa del Sur, sino puede estallar en cada lugar del mundo. Con ello podrá
estar en juego el poder imperial y la misma civilización occidental.
El neoliberalismo es cuestionado en América Latina donde se observa desde hace una
década un proceso de desacople. En 2008-2009 hubo levantamientos populares por
hambrunas en África subsahariana y en 2011 de nuevo en Somalia, Etiopía, Eritrea y
Kenia. Lo anterior se debe, primero que nada al alza de los precios de los granos básicos.
En África del Norte se observan con excepción de Alger rebeliones ante la incitabilidad
laboral e inseguridad social desde hace décadas. La estabilidad política solo se lograba con
dictaduras durante décadas. Al cerrarse las migraciones internacionales se cierran las
oportunidades de realizar un proyecto individual o familiar fuera del país. A partir de
entonces la solución solo puede estar dentro del país de uno y ya no es individual. Esto
politiza a la población y sobre todo a los jóvenes que solían migrar. La depresión
económica y el desempleo masivo y sobre todo juvenil en Europa han dado pie a
levantamientos populares y no vistos en muchas décadas. En realidad la rebelión puede
surgir hoy en cualquier lugar.
La racionalidad económica vigente tiende a negar la vida de una creciente mayoría de la
población mundial en centro y periferia; tiende a acortar la vida útil de los trabajadores
causando una inseguridad laboral generalizada. La misma lógica destruye la vida de los
productos al ser desechables y hasta de la propia tecnología en la competencia por obtener
la tecnología de punta. Por ende acaba con la vida natural al agotarse, entre otras cosas, los
recursos no renovables. El capital niega; así la vida en crecientes ámbitos de la lógica de su
propia reproducción, fomenta, la muerte de todo lo que incorpora en su lógica. Con ello se
expone al riesgo de asfixiarse en su propia racionalidad. Es nuestra tesis aquí que al negar
la vida y sembrar la muerte en tantos ámbitos, el capital tiende a negar, en última instancia,
la vida en la reproducción de sí misma como capital. En otras palabras, es un sistema que
propicia hasta su propia autodestrucción.
Partimos del hecho que el ser humano es tanto producto de la historia como creador de ella,
y no en último lugar a través del trabajo. Las posibilidades de un proyecto político de
influir sobre un cambio en la racionalidad económica no dependen con exclusividad de la
voluntad de un pueblo, ni son determinadas solo por las llamadas condiciones objetivas. La
democracia burguesa no es apenas producto ni exclusivamente proyecto histórico de una
clase. Lo mismo puede decirse de los proyectos alternativos, llámense socialismo, cambio
de civilización o incluso otra fase más del capitalismo bajo hegemonía de un Estado global.
La clave viene dada por el cruce de esa voluntad con los momentos históricos que brindan
mayores oportunidades para que se dé un cambio en la racionalidad económica.
Consideramos que la Gran Depresión del siglo XXI se caracteriza como una crisis de
civilización que ofrece un momento histórico, más allá de las fronteras estatales, para un
proyecto político orientado a cambiar la racionalidad económica vigente.
En medio de la crisis global emerge una política de desacople del neoliberalismo. En
América Latina se está instaurando desde hace una década un proyecto plurinacional y
pluricultural. Hay una tendencia en América Latina de liberarse de la política de anexión
que propaga la fracción imperialista y más conservadora de EE. UU. La impulsión del
ALCA como política de anexión fue frenada no solo por los fuertes movimientos sociales,
sino también por la posición de Brasil de pretender formar su propio bloque económico:
Mercosur. Fue un revés muy importante en la política de anexión norteamericana. Luego
comienza la ofensiva norteamericana de anexión país por país mediante los Tratados de
Libre Comercio (TLC's). Sin embargo, la política de desacople en América Latina continúa
con el tiempo.
Venezuela con Cuba lanzan una contraofensiva con el ALBA y Petrocaribe. Ecuador y
Bolivia se suman luego a la política de desacople y cada vez más países siguen. La Unión
de Naciones Suramericanos (UNASUR) constituido en mayo de 2008 en medio de la crisis
internacional significa el nacimiento de un nuevo bloque de poder regional y un faro de
liberación. Suramérica contiene objetivamente la masa crítica de poder posicionarse como
polo soberano con desarrollo endógeno de las fuerzas productivas (Vea, Formento y
Merino pp. 82-85). Es la única salida al modelo neoliberal para los pueblos aunque no
necesariamente todavía desde los pueblos. La creciente integración latinoamericana
contribuirá a un mundo multipolar y podrá contribuir con ello incluso al agotamiento de la
racionalidad económica vigente.
¿Cómo enfrentarse a los banqueros?
Los banqueros logran obtener la supeditación de países enteros al usar el martillo de la
deuda que en tiempos pasados solo se hubiera podido lograr mediante la guerra. La
imposición de deuda puede ser tratada como un acto de guerra financiera y por lo tanto son
deudas odiosas. Las economías nacionales tienen el derecho a defenderse ante tales
agresiones como lo hizo Islandia mediante dos referendos. Islandia salvó a su pueblo y no a
los banqueros. Los medios de comunicación masiva corporativos ocultan celosamente la
lección histórica que dio Islandia ante el público. Grecia a fin de salvar, esencialmente, a
los banqueros foráneos, no salvó a su pueblo que ha perdido toda dignidad al tener que
pagar mediante un severo programa de austeridad y sufriendo una profunda recesión. Las
mismas calificadoras de riesgo cometieron fraudes en torno a la calificación de la deuda
griega. Las deudas contraídas en el marco de actos fraudulentos o de corrupción son
ilegítimas, incluso ilegales. Dichas deudas odiosas pueden y deben ser anuladas. El carácter
odioso de una deuda puede mostrarse mediante una auditoría ciudadana (Vea, Eric
Toussaint: “Es necesario anular las deudas ilegítimas”, entrevistado por Sebastian Bruklez).
Cuantos más países se involucran en esa una lucha en contra de la avaricia de los
banqueros, tanto más probable que surja un movimiento internacional para salvar a los
pueblos y no a los bancos. Como medida preventiva a futuro precisa imponer una disciplina
financiera, como la de prohibir a los bancos de negocios fundirse con los bancos de
depósitos, o sea, los bancos donde el público ingresa sus ahorros. Asimismo es importante
controlar y poner límites a los flujos de ingresos y egresos de capital. No basta que los
gobiernos actúen en una u otra dirección sino plantea la cuestión de la movilización popular
por una vida digna, que es la clave de la solución. Es evidente que para ello precisa forzar a
los gobiernos para que cambien en forma radical el curso de las cosas. (Vea, Paul
Armstrong et al. Germany riskier than UK for the first time since January 2008).
¿Cómo gerenciar para cambiar el rumbo de la historia?
La historia parece indicar que el triunfo en una crisis no está del lado del capital
especulativo e improductivo, sino se fundamenta ahí donde se desenvuelve su base
productiva. Desde finales del Keynesianismo vimos que la innovación tecnológica se ha
vuelto impagable para sostener la lucha por la competencia. La carrera por patentar todo el
conocimiento ha sido la consecuencia lógica. El propósito es mantener la ventaja
históricamente adquirida. Sin embargo, las innovaciones suelen darse ahí donde se
desenvuelva más la producción. Con ello el futuro se encuentra en los llamados países
emergentes. En este aspecto América Latina tiene un papel que jugar.
La economía real se está trasladando hacia los países emergentes. En términos de poder
adquisitivo los países emergentes (países que no son de la OECD) alcanzarán en 2011 el
54% del PIB mundial, según datos de la revista The Economist (6 de agosto, 2011; P.66).
Es sorprendente que el 52% de todos los autos y el 82% de todos los teléfonos móviles son
vendidos en dichos países. Las exportaciones de los países emergentes juntos superaban en
2010 el 50% de las exportaciones mundiales, contra 27% en 1990, tenían el 81% de las
reservas internacionales y tan solo 17% de la deuda pública mundial. Dichos países
consumieron el 60% de la energía mundial, el 65% del cobre, el 75% de todo acero y el
55% de todo el petróleo. China es el país emergente más pujante con más del 49% de su
PIB en inversiones contra solo 16% en EE. UU.
Un factor cada vez más importante en la competitividad es el bajo costo de la mano de
obra. China se encuentra entre los campeones del mundo en este aspecto. El continente
latinoamericano tiene un potencial enorme. Cuenta no solo con una población mayor que la
de EE. UU. sino su fuerza laboral es mucho más económica que la de cualquier país
central. Los países centrales padecen de estructuras de población relativamente viejas. Ya
no tienen una capacidad de reemplazo generacional y con ello tampoco de su fuerza de
trabajo. Sin flujos inmigratorios se tornan inviables para el capital. Los países emergentes,
en cambio, suelen tener una población en edad activa relativamente abultada y su capacidad
de reemplazo generacional es mejor garantizada. El continente latinoamericano es uno de
los principales productores de alimentos a nivel mundial y posee una de las principales
reservas de biodiversidad y de agua dulce en el mundo.
La superficie de América Latina es superior a la de Rusia. El territorio de Suramérica
constituye una de las reservas más importantes no solo en hidrocarburos y agrocombustibles sino también de minerales en el mundo. Al tornarse estos recursos cada vez
más escasos y estratégicos para su propia economía real, el continente unificado podrá
encauzar el desarrollo más endógeno de dichos recursos y hasta dejarlos como reservas
estratégicas para futuras generaciones. En medio de una gran depresión mundial dicha
política hacia una mayor autarquía se torna no solo una posibilidad sino incluso una
necesidad. Todos estos elementos constituyen una base solida para una economía real
pujante en los países emergentes en medio de una gran depresión.
El capitalismo no puede existir sin crecimiento económico sostenido, sea que este
crecimiento se dé en los países centrales o en la periferia. La creciente escasez relativa e
incluso absoluta de los recursos naturales pone en aprietos a la propia racionalidad
económica del capitalismo. Una política de retención y menor explotación de los recursos
naturales como reivindican las comunidades indígenas y los Sin Tierra de Brasil, por
ejemplo, acentuará dicha escasez. La política de los pueblos periféricos por un proyecto
político más endógeno implica que habrá menos recursos naturales para el mercado
mundial. Tarde o temprano se asfixia con ello la racionalidad capitalista. No habría otra
salida que dar mayor vida a los productos.
El valor de uso comienza a sobreponerse al valor de cambio. La prolongación de la vida de
los valores de uso hará bajar la demanda efectiva en términos de valor. La era del
crecimiento negativo parece abrirse con ello y se anuncia una nueva civilización. Satisfacer
una misma necesidad demandaría menos tiempo al alargar la vida media de los productos.
Según la contabilidad social por el contenido, la productividad del trabajo aumentaría.
Desde la óptica de la forma sucede lo contrario al haber crecimiento negativo. Gerenciar
internacionalmente en esta dirección es hacerse sujeto social global más que la clásica toma
de poder de los siglos pasado. Aquí está la verdadera toma de poder para hacer cambiar el
mundo.