Download tema-10 - WordPress.com

Document related concepts
no text concepts found
Transcript
TEMA 10- EL REINADO DE CARLOS IV
EL REINADO DE CARLOS IV
El 14 de diciembre de 1788 murió en Madrid el rey Carlos III; contaba setenta y dos
años de edad y había sido, sucesivamente, Duque de Parma, Rey de Nápoles y Rey de
España, desde 1759. Le sucedió su primogénito, el rey Carlos IV, que había nacido en
Nápoles el 11 de noviembre de 1748, donde reinaban su padre y su madre, María Amalia de
Sajonia.
Hombre sin carácter y con pocas aptitudes, fue juguete de su esposa, María Luisa de
Parma, que era prima suya y con la que se casó por poderes el 4 de septiembre de 1765. La
reina tuvo catorce embarazos, de los que sólo sobrevivieron siete hijos. A lo largo de sus
veinte años de reinado el fuerte carácter de la reina compensó la falta de empuje del rey,
aunque tampoco María Luisa de Parma estuvo acertada ni se preocupó de los intereses del
reino y de sus súbditos.
Cuando llegó al trono, y siguiendo las indicaciones de su padre, mantuvo la misma
línea reformista e ilustrada de Carlos III, conservando a José Moñino, conde de Floridablanca,
como primer ministro que, consciente de las limitaciones del Despotismo Ilustrado del anterior
monarca, profundizó en las imprescindibles reformas económicas: condonación del retraso de
las contribuciones, limitación del precio del pan, restricciones a la acumulación de bienes de
manos muertas y supresión de mayorazgos. También profundizó las reformas políticas, con
la supresión definitiva de los Consejos de la monarquía hispánica y su sustitución por una
Junta Suprema de Estado que se reunía todas las semanas: nacía el Consejo de Ministros.
Reunidas las Cortes del reino en el verano de 1789 para jurar a Fernando de Borbón
como nuevo Príncipe de Asturias, las noticias alarmantes que llegaban desde la vecina
Francia, que habían transformado una convocatoria similar de los Estados Generales en un
Revolución, animaron al conde de Floridablanca a disolver precipitadamente las Cortes y
hacer regresar a los procuradores a sus residencias. Por ese motivo la derogación de la Ley
Sálica, que prohibía reunir a las mujeres de la Casa de Borbón, nunca fue publicada a pesar
de haberse aprobado; casi medio siglo después esta falta de publicidad fue causa de
problemas y enfrentamientos.
ESPAÑA Y LA REVOLUCIÓN FRANCESA
Atemorizados por los sucesos franceses, el rey y el conde de Floridablanca optaron
por abandonar toda política de reformas y establecer un “cordón sanitario” frente a Francia y
su influencia política. Se cerraron las fronteras con el reino vecino, se forzó a todos los
extranjeros que vivían en la Península a jurar fidelidad a la Iglesia Católica y al monarca, se
prohibió la entrada de libros, periódicos, panfletos y folletos de Francia y hasta se llegó a
prohibir enseñar y hablar francés. Cuando la moda impuso en España unos chalecos
floreados con lemas revolucionarios bordados o los abanicos con escenas pintadas de los
sucesos de Francia, se llegó a prohibir la importación de textiles desde ese país.
La Santa Inquisición se convirtió, de nuevo, en el mejor instrumento para la represión
de los disidentes y volvió a invadir la intimidad y fiscalizar los pensamientos de los españoles.
Como en otras ocasiones, nadie se vio libre de su persecución: se encerró a Francisco de
Cabarrús, se desterró a Gaspar Melchor de Jovellanos a su ciudad natal de Gijón y se
destituyó a Pedro Rodríguez de Campomanes.
Esta política de enfrentamiento con Francia rompía la tradicional alianza entre ambos
reinos desde que a partir de 1701 Felipe V comenzó a reinar en España y ambos reinos
estuvieron gobernados por la Casa de Borbón. Una amistad reforzada por los Pactos de
Familia, ratificados en los años 1773, 1743 y 1761, y por la política exterior común durante el
siglo XVIII.
Por eso mismo, la política de enfrentamiento con la Francia revolucionaria emprendida
por el conde de Floridablanca suponía una ruptura con la línea mantenida durante las últimas
décadas y creaba una cierta esquizofrenia al oponernos firmemente a las instituciones
políticas de un reino con el que manteníamos estrechos lazos. Además, la situación inestable
del rey francés, Luis XVI, que estaba intentando reconducir la deriva revolucionaria y
conservar en su mano el gobierno de su reino, no se veía favorecida por la intransigente
posición española.
Por todo ello, en febrero de 1792 el conde de Floridablanca fue cesado y sustituido por
Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, su tradicional enemigo político y cabeza de
una corriente política llamada “arandista”, reformista pero discrepante, que tenía su principal
apoyo social en Aragón. Desde el primer momento intentó anular la labor política del conde
de Floridablanca, que llegó a estar temporalmente encerrado en la fortaleza de Pamplona.
Así, por ejemplo, disolvió la Junta Suprema de Estado y restituyó el viejo Consejo de Estado.
Pero fue en la política internacional donde los cambios fueron más sensibles. El conde
de Aranda era amigo personal de François Marie Arouet Voltaire, se había relacionado con
Federico el Grande de Prusia, había vivido en Prusia, Francia y Portugal, así que tenía amplia
experiencia en el campo de las relaciones exteriores. Enciclopedista, masón, anticlerical y
librepensador, aunque también al servicio de los sectores tradicionalmente más poderosos
del reino, retomó la política de amistad con Francia con el objetivo declarado de salvar la vida
del rey Luis XVI y de no enfrentarse abiertamente con las nuevas autoridades de la Francia
revolucionaria.
Sin embargo, sus ideas no le impidieron mantener a cualquier precio a España al
margen de la influencia revolucionaria. Aunque criticó fuertemente al conde de Floridablanca
por emplear al Santo Oficio en la represión política, no por eso abandonó la política de
aislamiento para evitar el contagio de las ideas de “Libertad, Igualdad y Fraternidad” que se
estaban imponiendo en Francia.
La situación interna del reino francés mostró la inutilidad de su política de amistad con
Francia. La radicalización del proceso revolucionario forzó en el otoño de 1792 la destitución
de Luis XVI y su encierro en la prisión del Temple, con la Familia Real y numerosos
aristócratas. Se proclamó la República y se juzgó al rey, que fue ejecutado en la guillotina en
enero de 1793.
Todas las potencias europeas declararon la guerra la Francia republicana y la opción
pacifista del conde de Aranda fue arrinconada. En noviembre de 1792 fue destituido, y
sustituido por Manuel Godoy, se declaró la guerra a Francia, con desastrosos resultados, y
en 1794 fue desterrado a Jaén para apartarlo para siempre de la Corte y del gobierno.
LA PRIMERA ETAPA DE MANUEL GODOY
Manuel de Godoy Álvarez de Faria era un humilde hidalgo extremeño. Su padre, de
escasa hacienda, les preparó para seguir la carrera de las armas como él, que era coronel del
ejército. Así que Manuel, siguiendo los pasos de su hermano mayor, vino a Madrid y en 1784
ingresó como oficial de la Guardia de Corps, el cuerpo de guardia de la Familia Real española.
Solamente ocho después se convirtió en el jefe del gobierno de España, una carrera
política meteórica, sobre todo para alguien que no pertenecía a las grandes familias nobiliarias
del reino. En 1793 ya era grande de España, duque de Alcudia, gentilhombre de cámara,
Secretario de la Reina, regidor perpetuo de Santiago, comendador de Valencia del Ventoso,
caballero del Toison de Oro, gran cruz de Carlos III, consejero de Estado, superintendente
general de Correos y Caminos, capitán general de los Ejércitos e inspector de la Real Guardia
de Corps.
Esta ascensión se debía exclusivamente a los favores particulares de la reina María
Luisa de Parma, que quedó enamorada de Manuel de Godoy y que, para conseguir sus
favores, no dudó en jugar con el monarca y con la política nacional: “Y siendo yo el que
gobierna / todo va por la entrepierna”, decía una coplilla popular. Así Manuel de Godoy
resucitó la añeja figura del valido, el cortesano aupado hasta las máximas responsabilidades
por su relación con los reyes más que por sus capacidades, aunque no le faltó a Godoy
habilidad política y buenas intenciones. Ilustrado y reformista adoptó medidas de interés,
como la desamortización de los bienes pertenecientes a hospitales, casas de misericordia y
hospicios regentados por comunidades religiosas.
El ajusticiamiento de Luis XVI desencadenó la guerra de todas las potencias europeas
contra Francia, y España abandonó la línea pacifista del conde de Aranda y con Manuel Godoy
se unió a la Coalición contrarrevolucionaria. Aunque en un primer momento el éxito sonrió a
los europeos, y el general español Antonio Ricardos llegó a Perpiñán, la reacción de los
franceses, puesta de manifiesto en la decisiva batalla de Valmy, salvó la Revolución y les hizo
pasar a la ofensiva, invadiendo la Península, ocupando diversas ciudades y fortalezas del
norte español.
Finalmente, el 22 de julio de 1795 se firmó la Paz de Basilea, que puso fin a la guerra
con la Convención republicana francesa. España recuperó sus territorios perdidos en la
Península, pero a cambió entregó a Francia la isla de Santo Domingo y concedió diversas
ventajas económicas (rebaños de ovejas merinas, caballos andaluces, ventajas
comerciales…). Manuel Godoy fue obsequiado con el título de Príncipe de la Paz por firmar
este nefasto acuerdo.
La Paz de Basilea, firmada a espaldas de los británicos, modificó la política de alianzas
de España. A partir de ese momento volvimos a ser aliados de Francia, que había moderado
su línea revolucionaria después del golpe de Termidor, y enemigos del Reino Unido, que
mantuvo su hostilidad contra los franceses. Este cambio se puso de manifiesto con la firma
del Tratado de San Ildefonso, el 18 de agosto de 1796. Pero si había sido nefasta la
participación en la Coalición contra Francia, aún fue más calamitosa la alianza contra los
británicos, que en la batalla del Cabo de San Vicente derrotaron a la flota hispano-francesa
(14 de febrero de 1797) y ocuparon Trinidad.
LA VUELTA DE LOS ILUSTRADOS
El desastre naval, sólo en parte compensado con las victoriosas resistencias de Cádiz,
Tenerife y puerto Rico, y la errática política de Manuel Godoy subieron el nivel de las críticas
contra el primer ministro. Comenzaron las conspiraciones, como la que protagonizó el
prestigioso marino Alejandro Malaspina, y creció el descontento, así que los reyes no tuvieron
más remedio que cesar a Manuel Godoy, que abandonó su cargo de primer secretario en el
mes de marzo de 1798.
Huérfano de la orientación de la reina, que seguía defendiendo a su favorito, Manuel
Godoy, el rey Carlos IV volvió a llamar a los hombres y las políticas que ya habían gobernado
con su padre; volvieron pues los ilustrados. Fue la última oportunidad de retomar una política
reformista de la mano de Francisco Cabarrús, Gaspar Melchor de Jovellanos, Francisco de
Saavedra, Juan Meléndez Valdés, Mariano Luis de Urquijo… políticos e intelectuales del siglo
XVIII que no eran del todo conscientes de los profundos cambios que la Revolución francesa
había provocado.
Pero, como ya había sucedido durante todo el reinado de Carlos IV, los
acontecimientos de la Francia revolucionaria condicionaron la política española. En 1799 se
produjo un nuevo golpe de Estado que acabó con el Directorio moderado de los termidorianos
y lo sustituyó por el régimen del Consulado, que tenía a Napoleón Bonaparte como nuevo
dirigente de Francia. Y Napoleón decidió retomar la confrontación con los británicos y con sus
aliados en el continente europeo: Portugal.
Manuel Godoy, que había conservado todos sus cargos y honores, vio en la derrota
de los portugueses la vía más rápida para volver al primer puesto en la política nacional. El
20 de mayo de 1801 comenzó la invasión de Portugal, una campaña rápida que terminó el día
6 de junio con la rendición del ejército portugués que entregó la ciudad de Olivenza y prometió
cerrar sus puertos a los buques británicos. Godoy, jefe de las tropas victoriosas, envió a la
reina María Luisa ramas de naranjos, por lo que este breve conflicto pasó a la historia como
la Guerra de las Naranjas.
Fue así como Manuel Godoy volvió a dirigir la política española, aunque en un primer
momento fue su primo, Pedro Cevallos, el que ocupó nominalmente el cargo. Y con Godoy
volvió a estrecharse la política de alianza con Francia, reforzada por el nuevo Tratado de San
Ildefonso (1800), por el que Napoleón concedía el Reino de Etruria, en Italia, a María Luisa,
la hija mayor de Carlos IV, a cambio de devolver la Luisiana, en América del Norte.
LA SEGUNDA ETAPA DE MANUEL GODOY
El retorno de Manuel Godoy, sobre todo a partir de 1801, coincidió con la ascensión
de Napoleón Bonaparte, que entre 1799 y 1804 fue acumulando poder en Francia (Primer
Cónsul, Cónsul vitalicio…) hasta terminar por coronarse Emperador en 1804. Durante todo
este tiempo, la Familia Real y Manuel Godoy fueron juguetes dóciles en manos de Napoleón.
En un primer momento, Francia ofreció la paz a todos sus enemigos, firmando con
Gran Bretaña la llamada Paz de Amiens en 1802, por el que España recobraba la isla de
Menorca, en manos británicas, pero renunciaba definitivamente a la isla de Trinidad, en el Mar
Caribe. Pero la paz entre franceses y británicos no podía durar mucho y en 1804 se rompieron
de nuevo las hostilidades, y España, a pesar de sus reticencias, acabó manteniendo su
alianza con Francia y participando en el conflicto.
Durante esta guerra se entabló la batalla naval de Trafalgar (21 de octubre de 1805),
cerca de Cádiz, en la que la flota aliada hispano-francesa fue derrotada por la armada británica
dirigida por el almirante Nelson, que sin embargo pereció en la batalla. La derrota de Trafalgar
fue decisiva para el imperio español; rotas las comunicaciones con las colonias americanas e
incapaz de asegurar el comercio y defender sus costas, el final de la flota española, hasta
pocos años antes la más poderosa del mundo, abría paso a la independencia de nuestras
colonias y a la decadencia definitiva del imperio.
Napoleón se convenció que, después de las derrotas de San Vicente y Trafalgar, no
tenía posibilidades de cruzar el Canal de la Mancha e invadir Gran Bretaña. Si no podía
conquistar a los británicos podía, cuando menos, debilitarles por medio de un bloqueo
comercial. Así estableció que ningún puerto europeo podía comerciar con buques británicos
o que se dirigiesen a sus costas; un bloqueo que favoreció el contrabando con los puertos
ingleses.
Pero Portugal, tradicional aliado del Reino Unido, desobedeció las instrucciones de
Napoleón y siguió comerciando abiertamente con los británicos: había que obligarla a cumplir
el bloqueo. Pero, para conquistar a Portugal, había que cruzar el territorio español, lo que sólo
podía hacerse con el consentimiento de los españoles. El resultado de estas negociaciones
fue la firma del Tratado de Fontainebleau (1807), que establecía el paso franco de las tropas
napoleónicas por territorio español, la conquista de Portugal y su división en tres zonas: una
sería para la hija mayor de Carlos IV, la reina de Etruria, y otra sería para Godoy, que ya se
veía como Príncipe de los Algarves.
Los ejércitos franceses, capitaneados por el mariscal Junot, cruzaron los Montes
Pirineos y entraron en Portugal, ocupando Lisboa y forzando a la Familia Real portuguesa a
huir a Brasil, colonia americana portuguesa, desde donde siguieron gobernando su imperio
hasta que pudieron volver a la Península Ibérica. La entrada de los ejércitos franceses en
España aumentó la impopularidad de Manuel Godoy y despertó los recelos de la población,
sobre todo cuando los españoles comprobaron que, con la excusa de evitar una hipotética
invasión británica, los soldados franceses ocupaban fortalezas y puntos estratégicos.
EL FINAL DEL REINADO DE CARLOS IV
El descontento de amplios sectores de la población llegó hasta el mismo Palacio Real.
En torno al Príncipe de Asturias, futuro Fernando VII, fue agrupándose una camarilla que
conspiraba para derrocar a Manuel Godoy y forzar la abdicación de Carlos IV, que sería
sustituido por su propio hijo, que formaría un nuevo gobierno y enderezaría el rumbo de la
política española, demasiado entregada a los deseos de Napoleón Bonaparte.
Pero Manuel Godoy, advertido de la labor conspirativa del príncipe Fernando y sus
amigos (el Duque del Infantado…), denunció la conjura a los monarcas en el mes de octubre
de 1807: Sucesos de El Escorial. Los reyes interrogaron a su hijo que confesó su participación
en la conspiración y delató a todos sus colaboradores. A causa de su arrepentimiento, que los
reyes consideraron sincero, y para evitar un escándalo que desprestigiase aún más a la
monarquía española, el Príncipe de Asturias no fue condenado y los demás conspiradores
solamente sufrieron penas muy leves.
La actitud del ejército napoleónico terminó por alertar a Manuel Godoy y a los
monarcas, que decidieron imitar a los reyes de Portugal y huir hacia sus posesiones en
América. Para no despertar suspicacias y sospechas que pusiesen en peligro la operación,
Carlos IV y María Luisa de Parma deberían dirigirse poco a poco hacia Cádiz para embarcar
allí rumbo al continente americano. La primera etapa de este viaje les llevó hasta el Palacio
Real de Aranjuez, a pocos kilómetros al sur de Madrid.
Conscientes de que se acababan sus oportunidades, y convencidos de que la
oposición a Godoy y su política de subordinación a Francia crecían sin parar, el príncipe
Fernando y sus amigos orquestaron una supuesta insurrección popular, conocida por el Motín
de Aranjuez, que se desencadenó los días 17 y 19 de marzo de 1808. El resultado de estos
sucesos fue la abdicación de Carlos IV y el apresamiento de Manuel Godoy. Fernando se
convirtió en el nuevo rey y poco después entró en Madrid, donde fue aclamado como el nuevo
monarca.
Carlos IV solicitó a Napoleón que hiciese de mediador en el desencuentro familiar entre
los reyes, que no habían abdicado de buena gana, y el nuevo monarca, su propio hijo. El
Emperador francés comprendió que la ineptitud y la ambición de la Familia Real y de las clases
dirigentes del país le ofrecían una posibilidad irrepetible de hacerse con toda la Península
Ibérica. Concertando sucesivas citas con Fernando VII, consiguió atraerle hasta la ciudad
francesa de Bayona y, ya en territorio francés, le exigió que devolviese la corona a su padre,
Carlos IV, lo que inmediatamente aceptó Fernando VII con grandes muestras de humillación
y arrepentimiento. Acto seguido, el propio Napoleón compró al restaurado monarca Carlos IV
la corona española por una elevada suma de dinero y diversas posesiones y palacios. Y,
finalmente, Napoleón concedió el trono del Imperio español recién adquirido a su hermano
José, que hasta ese momento había sido rey de Nápoles. Pero las vergonzosas Abdicaciones
de Bayona, nunca fueron conocidas por el pueblo español, que mientras tanto pensaba que
se había usado la fuerza para arrancar los derechos al trono a Fernando VII.
Después de una larga y sangrienta Guerra de la Independencia, en 1814 el rey
Fernando VII volvió al trono español, que había perdido José I Bonaparte al caer derrotado su
hermano el Emperador. Carlos IV marchó a Roma, donde falleció el 19 de enero de 1819,
poco después de que muriese María Luis de Parma, que al morir dejó en su testamento como
principal beneficiario a Manuel Godoy, que falleció en París en 1851; ninguno volvió nunca a
España.