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¿TIENE SENTIDO LA VIDA FUERA DE SÍ MISMA? Los seres humanos siempre se han preguntado por el sentido de la vida. En opinión del autor, la vida no tiene otro significado que el de perpetuar la supervivencia del ADN. Richard Dawkins En sus numerosos libros sobre evolución y la selección natural, Richard Dawkins analiza los temas desde lo que ha denominado “el punto de vista del gen” y no desde la perspectiva de los organismos individuales (como hizo Charles Darwin). Los genes de los seres vivos actuales son, afirma, los genes “egoístas” que se aseguran su propia supervivencia dotando a sus huéspedes -que Dawkins denomina “máquinas de supervivencia”- de una longevidad lo suficientemente prolongada como para llegar a reproducirse. “No me puedo convencer, escribía Charles Darwin, de que un Dios benefactor y omnipotente hubiera creado intencionalmente los icneumónidos con el deseo expreso de que se alimentaran dentro de los cuerpos de las orugas”. Los hábitos macabros de los icneumónidos los comparten otros grupos de avispas, como las avispas excavadoras estudiadas por el naturalista francés Jean Henri Fabre. Fabre escribía que antes de poner su huevo en la oruga (en el saltamontes o en la abeja), la hembra de avispa excavadora hinca cuidadosamente su aguijón en cada ganglio del sistema nervioso central de la presa para inmovilizar al animal sin matarlo. De ese modo, la carne permanece fresca para la larva en desarrollo. No se sabe si la parálisis actúa como un anestésico general o si, a la manera del curare, lo único que hace es impedir todo movimiento de la víctima. Si ocurre esto último, la presa puede ser consciente de que se la están comiendo viva desde dentro sin poder mover un solo músculo ni hacer nada al respecto. Esto suena salvajemente cruel, pero, como veremos, la naturaleza no es cruel, sino indiferentemente despiadada. En ello estriba una de las lecciones más duras que los seres humanos tienen que aprender. No podemos aceptar que las cosas no sean ni buenas ni malas, ni crueles ni benévolas, sino simplemente brutales: indiferentes a todo sufrimiento, carentes de sentido. Los seres humanos tenemos el sentido o finalidad de las cosas en el cerebro. Nos es muy difícil contemplar cualquier cosa sin preguntarnos su “para qué”, cuál es su razón de ser, la finalidad subyacente. El deseo de ver intenciones por doquier es natural en un animal que vive rodeado de máquinas, obras de arte, herramientas y otros objetos construidos -un animal, además, cuyos pensamientos conscientes se ven dominados por sus propios objetivos y propósitos. Aunque un automóvil, un abrelatas, un destornillador y un tenedor garantizan legítimamente una respuesta al “¿para qué sirve?”, el mero hecho de que sea posible plantearse una pregunta no la legitima como tal. Hay muchas cosas de las que se puede uno preguntar “¿cuál es su temperatura?” o “¿de qué color es?”, pero no se pueden hacer preguntas acerca de la temperatura o el color de, digamos, los celos o la oración. Igualmente, puede uno preguntar con toda razón el porqué de los guardabarros de una bicicleta o de la presa de kariba, pero al menos no se tiene derecho a suponer que esa pregunta merece una respuesta cuando se formula acerca de una roca, una desgracia, el monte Everest o el universo. Hay preguntas que simplemente no proceden, por mucho que se deseen plantear. Los seres vivos están situados entre los limpiaparabrisas y los abrelatas por un lado y las rocas y el universo por otro. Los seres vivos y sus órganos son objetos que, a diferencia de las rocas, parecen estar llenos de sentido. De un modo notorio, la finalidad aparente de los cuerpos vivos domina todavía en el movimiento radical norteamericano de los “creacionistas científicos”, que defiende el “argumento del diseño” porque “no hay reloj sin relojero”. El proceso verdadero que ha identificado la aparición de alas, ojos, picos, instintos para anidar y todo lo que concierne a los seres vivos con el espejismo de un diseño intencional se comprende hoy bien. Es la selección natural darwiniana. Darwin se dio cuenta de que los organismos vivos actuales existen porque sus antepasados tenían características que les permitían prosperar a ellos y a su descendencia, mientras que los individuos menos eficaces perecían dejando tras de sí pocos descendientes o ninguno. Sorprendentemente nuestra comprensión de la evolución es muy reciente, sólo hace siglo y medio. Antes de Darwin, incluso la gente que había dejado de preguntarse el porqué de las rocas, ríos y eclipses todavía aceptaban implícitamente que esa pregunta era legítima cuando se refería a los seres vivos. Actualmente sólo los analfabetos científicos se plantean esa pregunta. Pero ese “sólo” encubre la increíble verdad de que nos estamos refiriendo todavía a la mayor parte de la población mundial. Retornando al pesimismo del principio, la maximización del ADN no es una receta para la felicidad. Mientras el ADN se transmita, no importa quién o qué sale mal parado en la operación. A los genes no les importa el sufrimiento, porque no les importa nada. Es mejor para los genes de la avispa de Darwin que la oruga siga viva, y así su carne continúe siendo fresca cuando se la coman, sin que les perturbe el sufrimiento que eso suponga. Si la naturaleza tuviera corazón, por lo menos haría posible la concesión mínima de que las orugas fueran anestesiadas antes de que se las comieran vivas por dentro. Pero la naturaleza ni es buena ni deja de serlo. No está ni contra el sufrimiento ni a favor. La naturaleza no se interesa por el sufrimiento en un sentido u otro, a no ser que influya en la supervivencia del ADN. Es fácil imaginarse un gen que, por ejemplo, tranquilice a la gacela cuando le van a dar un mordisco mortal. ¿Se vería favorecido un gen así por la selección natural? No, a no ser que el acto de tranquilizar a la gacela mejorara las posibilidades de que el gen se propagara a generaciones futuras. No es fácil imaginarse por qué esto debería ocurrir, y por tanto tenemos que pensar que las gacelas sufren un dolor y un miedo horribles cuando se les persigue hasta la extenuación, como finalmente sucede con muchas de ellas. La cantidad total de sufrimiento por año en el mundo natural va mucho más allá de lo que se pueda suponer. Durante el minuto que tardo en escribir esta frase, miles de animales son pasto vivo de otros, muchos corren para salvar su vida, gimoteando de terror, a otros los están devorando en sus entrañas parásitos raspadores, miles de organismos de todo tipo se están muriendo de hambre, sed y enfermedades. Si llega en algún momento a haber abundancia de alimentos, este mismo hecho conducirá a un aumento de la población hasta que vuelva a establecerse el estado natural de falta de alimento y miseria. En un universo de electrones y genes egoístas, fuerzas físicas ciegas y replicación genética, algunos lo van a pasar mal, otros van a tener más suerte, y por mucho que se busque no se encontrará ninguna explicación, ningún rastro de justicia. El universo que observamos tiene precisamente las propiedades esperables si en el fondo no hay diseño, ni intencionalidad, ni mal ni bien, nada excepto una indiferencia despiadada. Como decía aquel desgraciado poeta A.E Housman : Porque la naturaleza, sin corazón, necia naturaleza. Ni preocuparse quiere ni sabe. El ADN ni se preocupa ni sabe. El ADN es, sin más. Y nosotros bailamos al son de su música.